domingo, 17 de agosto de 2014

24 de agosto del 2014: 21º Domingo del Tiempo Ordinario (A)



Las llaves le han sido entregadas

Jesús ha confiado a Pedro y a sus discípulos la misión de edificar su Iglesia y de abrir las puertas de su Reino. El papa, los obispos y todas las personas bautizadas han de vivir en Iglesia (juntos en asamblea)  y anunciar el Reino de justicia y del amor de Dios.




EVANGELIO  Mateo 16, 13-20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» 
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» 
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» 
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.» 
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor


A guisa de introducción:

Osar tomar la palabra…

En nuestros días, las maneras de comunicarnos se han diversificado: teléfono, blogs, sms (mensajes de texto), correos y sitios de internet, no son más que algunos ejemplos.

Las oportunidades de tomar la palabra, de compartir nuestra opinión y lo que nos hace vivir o anima, antes no habían sido nunca tan numerosas.

Por lo tanto, no es simple o fácil tomar la palabra cuando uno se pone a reflexionar sobre las repercusiones de este acto, es decir, cuando uno es consciente de la gravedad que va a decir, expresarse no es nada sencillo.

Cuando se presenta la necesidad de afirmar una verdad, esto llega a ser una tarea muy delicada. Y sobre todo cuando nuestro interlocutor es una persona con la que tenemos una relación afectivamente estrecha…A veces caminamos como sobre huevos, “como loro en tunal”, al decir del humorista clásico…midiendo nuestras palabras para que el mensaje sea bien acogido o al menos bien comprendido.

Un ejemplo para nosotros sacerdotes: nuestra tarea de predicadores es bastante exigente: esta implica conocer bien nuestros interlocutores, su nivel de comprensión, sus preocupaciones, sus esperanzas, sus utopías y bien decía el recordado hermano Padre “Calixto”: “no regañemos a los pocos que vienen  a la misa”. Hoy más que nunca sabemos que los discursos moralistas, condenadores, las homilías que solo ven la paja en el ojo ajeno están ya para recoger y mejorar. Y cuando se trata de denuncia o profecía (porque es necesario y en caso de que eso se quisiera), entonces hay que hablar con voz más fuerte, sin lugar a dudas…Por ello, es esencial conocer  los contextos, el público al que nos dirigimos… y sabemos que al templo, difícilmente vienen aquellos que necesitan escuchar tales sermones…

En el evangelio de hoy, Pedro toma la palabra para afirmar lo que era evidente hasta ese momento y que parecía escondido a los ojos de todos.

Declarar que Jesús es “el Mesías, el  Hijo del Dios viviente”, podría cambiar la imagen de Jesús entre los discípulos, chocarles y finalmente dividirlos.

Pero enseguida, Jesús confirma la afirmación del jefe de los doce, descubriéndoles el origen de esta revelación: El Padre que está en los cielos.

Tomar la Palabra se constituye a veces en un acto de valentía, en particular cuando se trata de nuestras convicciones profundas que todo el mundo no podrá aceptar ni tampoco comprender.

Al ejemplo de Pedro, seamos de aquellos que osan tomar la palabra para compartir su fe y proponer la presencia de Dios en un mundo que parece más sugerir su ausencia.

Aproximación psicológica al texto del evangelio:


De la selva densa a la roca solida

En el espacio de 3 versículos se nos exponen 3 expresiones de gran complejidad a saber: EL HIJO DEL HOMBRE, CRISTO y EL HIJO DE DIOS. Estas expresiones llamadas títulos mesiánicos, corresponden a maneras bien precisas con las cuales los primeros cristianos comprendieron y expresaron su fe en Jesús.

Los exegetas continúan discutiendo entre ellos la cuestión de saber si Jesús se aplicó esto títulos a sí mismo, y la respuesta aun no es bien clara.

Una cosa cierta es que estos títulos estaban estrechamente ligados al contexto religioso judío, y desaparecieron cuando la fe fue trasladada al mundo grecorromano. Así, nosotros los conocemos hoy más bajo la forma de nombres propios: El Mesías, Jesucristo.

En verdad, no hay nada que lamentar en esta evolución, ya que estos títulos logran bastante mal expresar la identidad de Jesús, a dar una buena concepción o toma de significado  sobre su misterio.

Jesús se opone en alguna parte  a “dar signos” de su autoridad (Mt 12,38-39), dejando a sus oyentes la tarea de evaluar por ellos mismos el conjunto de su acción (su práctica).  Se podría hablar de igual manera de su rechazo a dar definiciones teológicas de su identidad, rechazo que llevaría a sus contemporáneos a descubrir por ellos mismos quien era Él.

Esto no significa de ninguna manera que todo nos resbale entre los dedos, y que Jesús  quede  para siempre como  una figura fugitiva e inalcanzable. Pero la crítica textual y el análisis teológico de los títulos mesiánicos es representada como una selva densa en la cual se perderían de modo seguro los más pequeños (Mt 11,25). Ahora, Jesús declara que justamente son estos últimos quienes tienen acceso a su misterio.

Es menester entonces decir que tenemos acceso directo a lo que importa saber sobre Jesús, y esto tiene dentro algunas convicciones de fondo, que toda persona sincera puede  tener después de una lectura atenta del evangelio.

Ante todo, Jesús se muestra convencido de que Dios se ha acercado a todo ser humano, y que Él está presente como un Padre en su vida de cada día.

Enseguida, Él está plenamente convencido de estar en una causa común con Dios, y él deja entender que la actitud que se asuma de cara él  (Jesús) es la misma actitud que se asume ante Dios mismo. Finalmente, él está convencido que los pobres y los oprimidos son los primeros en recibir la ternura de Dios, que la fiesta que viene será ante todo su fiesta, y que es con ellos que es necesario construir nuestras primeras solidaridades.

He aquí algunas de las convicciones de Jesús. Es reflexionando sobre ellas y acerca de la manera como Jesús vivió toda su vida en conformidad con ellas, que nosotros podremos comprometernos en una búsqueda espiritual auténtica.

Construir (formar) sobre la roca un grupo comprometido

Jesús un día decide dejar su trabajo de carpintero ordinario para llegar a ser constructor de hombres, y el agrupa pescadores ordinarios con el objetivo de hacerlos pescadores de hombres. Acá rencontramos el mismo paralelo entre la actividad de Jesús y la de sus discípulos: Jesús construirá su comunidad, su gran asamblea, y sus discípulos, representados por Pedro, se comprometerán ellos mismos en la realización de este proyecto.

Notemos acá que Jesús entiende quedar como el actor principal. Puesto que Él no dice a los discípulos: construyan ustedes una iglesia. Si Él les dona poderes, es únicamente para que sus discípulos realicen su proyecto (suyo), con la misma apertura y la misma libertad de cara a  las instituciones y al poder.

Este famoso poder de las llaves confiado a los apóstoles no debe ser comprendido como el poder que es a veces arbitrariamente ejercido sobre las conciencias por ciertos eclesiásticos “puntillosos”.

Un comentador de las escrituras remarca sobre esto, que en la lengua semítica (lengua original de la biblia) “se emplea grupos de dos palabras opuestas para indicar la totalidad”. De tal modo que el acento no se pone sobre el ejercicio del juicio, mas sobre la capacidad (y la misión!) de desatar los seres humanos, de liberarlos de todas sus ataduras (obstáculos, lo que les estorba y no les deja ser libres).

De otro lado,  esta manera de comprender el versículo 19,  va en la línea de la comprensión  que Jesús tenia de su propia misión. “El hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”, y no perder (atar) lo que estaba salvado o lo que no estaba perdido (cf. Luc 19,10).

Al construir su comunidad sobre la piedra (o roca) (ver el juego de palabras del versículo 18), Jesús evoca su parábola de la casa construida sobre la roca (Mt 7,24-27). Se trataba en aquella parábola de fundar su experiencia espiritual sobre la piedra, es decir, sobre la puesta en práctica de  la Palabra de Dios. La solidez que es prometida a la comunidad eclesial reenvía entonces a la exigencia de una práctica seria y fiel del evangelio.

Vemos aquí entonces el encadenamiento de textos reveladores en este sentido: “las puertas del infierno no prevalecerán contra mi iglesia”: el mal no tendrá la última palabra con los miembros de mi grupo: el infierno no podrá retener prisioneros los miembros de mi iglesia: “mis ovejas no perecerán nunca y nadie podrá arrancarlas de mi mano” (Jn 10,28); pero, cómo se llega a ser oveja, como se llega a ser discípulo?  “no es diciendo Señor, Señor (…) sino haciendo la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21).

Así pues,  pertenencia a la Iglesia, solidez de la Iglesia y práctica eficaz de la Palabra  liberadora de Dios, son 3 realidades que aparecen íntimamente unidas entre ellas. Más que una prueba de la solidez de la institución, este pasaje contiene entonces en filigrana este compromiso en la acción que es típica de toda palabra de Jesús.


Reflexiòn  central

Una autoridad de servicio o un servicio de autoridad

Después de la muerte de Juan el bautista, Jesús ha dejado la tierra de Galilea.  Ahora elude  las multitudes y se consagra por entero a sus apóstoles a quienes va revelarles el misterio de su pasión. El Mesías sufriente, humillado llega a ser el punto central de su predicación.

Jesús sabe lo que se piensa de él. Pero con todo, el lanza la pregunta: “De acuerdo a lo que se dice, se rumora qué dice la gente quién es el hijo del hombre? “  Las respuestas son variadas: Juan Bautista resucitado, Elías de quien se esperaba su retorno, Jeremías, uno de los grandes profetas…Y los doce no se atreven a recordarle lo que dicen los jefes religiosos a propósito de él: un hereje, un poseído, un seductor de masas, un glotón, un borracho.

Y entonces es cuando enseguida Cristo les hace la pregunta muy personal: ¿“pero, y ustedes quien dicen que soy yo?”

Y es Pedro quien responde en nombre de los 12: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”.  Es evidente que esta respuesta no ha sido suficientemente comprendida por Pedro y por los apóstoles que después de la Resurrección, mismo si el evangelista la utiliza aquí, antes de la entrada a Jerusalén. En el cuarto evangelio (San Juan)  se menciona otra profesión de fe de Pedro. Cuando los discípulos en gran cantidad,  abandonan el Señor, y éste demanda a sus apóstoles: “ustedes también quieren irse (abandonarme?)” Y Pedro responde:  ¿“A quién iremos Señor?, solo tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,67).

Pedro es quien a menudo habla en nombre de los otros. Es un impulsivo y comete a menudo errores (“mete la pata”, “se equivoca”). Pero a pesar de todas sus lagunas ama a Cristo y es escogido para ser el fundamento de la Iglesia. Es necesario recordar acá que Jesús es el constructor de la Iglesia, y no Pedro: “Tu eres Pedro, y sobre esta piedra, yo construiré mi Iglesia”. Jesús promete al jefe de los apóstoles un carisma especial: “Yo he orado por ti para que tu fe no desfallezca. Tú, entonces, cuando vuelvas, asegura la fe, la confianza de tus hermanos” (Lucas 22,32).

La autoridad conferida a Pedro no es una autoridad de poder sino una autoridad de servicio. Es para expresar este tipo de autoridad que Jesús insiste en lavarle los pies la tarde del jueves santo, y esto a pesar de las reticencias del pescador galileo. Pedro y los apóstoles reciben las llaves del Reino para que ellos abran las puertas a todos.

Recordemos que Cristo había acusado los escribas y a los fariseos de cerrar la entrada del Reino de Dios: “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas! Porque cierran el Reino de los cielos delante de los hombres; que ni ustedes entran, ni a los que están entrando dejan entrar” (Mt 23,13).

Jesús no quiere que hagamos lo mismo que los escribas y fariseos en su Iglesia.

El rol (papel) de Pedro es el de ser también un símbolo de unidad en la Iglesia. Miremos lo que sucedió en el Primer Concilio de Jerusalén, cuando cuatro o cinco grupos experimentan ideas diferentes sobre la adhesión de los no judíos al cristianismo.

Es Pedro quien supo religar al Pablo liberal, a Santiago el conservador, a los griegos de la izquierda, y a los fariseos cristianos de la derecha. Todos se pusieron de acuerdo alrededor de Pedro que ha explicado lo que le había sucedido en casa del centurión romano: “Lo que Dios ha purificado, no lo llames tú impuro”  (Hechos 11,9).

Pedro, es entonces, aquel, alrededor de cual los cristianos forman unidad.  A través de los siglos, no ha sido siempre  el caso  con los sucesores de Pedro, pero hoy los gestos de unidad y de reconciliación se multiplican: Pablo VI y Juan Pablo II con los ortodoxos, los protestantes y los líderes de otras religiones, Benedicto XVI en la sinagoga de Colonia, Francisco recientemente en el Medio Oriente. El papel principal del Papa es promover la unidad: primero, al interior de la Iglesia (entre los partidarios de la derecha y los partidarios de la izquierda), enseguida, con aquellos que se han alejado de Roma (los protestantes y los ortodoxos), y con los miembros de otras religiones.

La unidad es importante, puesto que juntos participamos en la vida del Reino. El Concilio vaticano II definió la Iglesia como “el pueblo de Dios”. Es imposible ser cristiano y de tener la fe, vivenciarla solo. La no-práctica religiosa, el alejamiento de la comunidad cristiana provocan continuamente la atrofia y la desaparición de la fe. Cuando algunos  dicen, que ellos son cristianos practicantes, quieren decir por lo regular que ellos van a la misa el domingo. Pero ser “cristiano practicante”, es mucho más que asistir a la liturgia dominical, es practicar también la justicia, la fraternidad, la hospitalidad, el respeto de los otros, actuar con justicia en los asuntos y negocios, perdonar las ofensas, amar sus enemigos, ser promotores de paz, rechazar la violencia, ser tolerante…

Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) un gran teólogo  y  pastor polaco –alemán muy conocido, llevado a la horca por los nazis debido a sus ideas religiosas y por su defensa de los judíos, preguntaba un día  a sus feligreses parroquianos  de Berlín: “Si hoy se les acusara a ustedes de ser cristianos, es que se encontrarían suficientes pruebas para condenarles?”. Bonhoeffer sabía la importancia de la fidelidad a las exigencias del evangelio.

El abad Pierre, el apóstol de los pobres, afirmaba: “Cuando lleguemos al final de nuestra vida, no se nos preguntara si hemos sido creyentes, sino más bien si hemos sido creíbles”, es decir, si nuestras acciones corresponden a nuestra profesión de fe! “No son aquellos que dicen: Señor, Señor, que entraran en el Reino de los Cielos, sino más bien aquellos que hacen la voluntad de mi Padre”.

El cristianismo es una gran esperanza, pero ella tienes sus exigencias evangélicas.  Debemos constantemente verificar nuestra práctica religiosa y nuestra adhesión a Cristo a la luz del evangelio. La respuesta a la pregunta de Cristo: Para ustedes, quien soy yo? determinará el tipo o clase de cristiano que nosotros somos.


FUENTES BIBLIOGRAFICAS :

Petit livret de ×Prions en église, misal dominical version quebequense.
-         

Reflexion chretienne, P. Yvon-Jacques Allard, s.d.v (http://cursillos.ca.


HÉTU, Jean-Luc. Les options de Jésus.

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