sábado, 18 de junio de 2022

19 de junio del 2022: Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo (C)

Una presencia que se dona

Cada domingo, hacemos memoria de Jesús, comulgamos su Cuerpo y su Sangre. Tomemos conciencia hoy de una manera especial del don maravilloso que se nos hace; Cristo se nos da como alimento. Él nos invita también a darnos, a ofrecernos como pan, alimento para el mundo.



 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 11b-17

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
-- Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado.
Él les contestó:
-- Dadles vosotros de comer.
Ellos replicaron:
-- No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.
Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos:
-- Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Palabra del Señor


A guisa de introducción:


Otro pan, otra hambre

El hambre, las ganas de saciarse, hace parte de las primeras sensaciones que siente todo ser humano desde su nacimiento.

Saciar nuestra hambre, una necesidad fundamental

Nosotros consagramos una gran parte de nuestras energías a satisfacer esta necesidad diariamente. Pero una vez se asegura nuestra supervivencia, el hambre se refina, es decir se hace más exigente. El deseo se mezcla con la necesidad.

Nuestros apetitos, nuestras hambres, de cualquier modo, están ligados, unidos a nuestro deseo de absoluto, a nuestra aspiración a la plenitud.

Parece ser que Jesús haya percibido este vínculo con una clarividencia particular. Jesús se muestra sensible ante la multitud hambrienta, como nos lo cuenta el evangelio de hoy. Él se niega a despedirlos con el vientre vacío.

Y más todavía, los símbolos del alimento son omnipresentes (presentes en todas partes) en los evangelios: el pan, el pescado, el vino, el banquete.

Esto culmina en el compartir del pan y del cáliz (copa) de la EUCARISTIA, el signo más fuerte y representativo que nos ha dejado Jesús. Es así como Cristo continúa haciéndonos el don de Sí mismo, como continúa respondiendo a nuestras necesidades (hambres, apetitos) más profundas, a nuestras aspiraciones más vivas.

Mas el don de la EUCARISTIA supera nuestras hambres. Él nos ofrece mucho más de lo que podemos contener. Y este Pan lejos de poner fin a nuestro deseo, lo transforma en profundidad.

¿Qué hambre nos conduce a la EUCARISTIA hoy?



Aproximación psicológica al texto del evangelio

La EUCARISTÍA, experiencia de FE, LUCIDEZ y compartir para Jesús y para nosotros

¿Es legítimo acaso utilizar el pasaje de la multiplicación de los panes que se encuentra en Lucas para celebrar la fiesta de la EUCARISTÍA? Sin ninguna duda que sí, puesto que Lucas multiplica en su texto las alusiones de los eventos de la Semana Santa: él hace seguir directamente este pasaje después de un anuncio de la Pasión; él utiliza textualmente las palabras de la consagración para introducir la distribución del pan (tomar, bendecir, partir, dar); él subraya el lugar o la plaza de los apóstoles en esta distribución; en fin, él asocia el pan que alimenta (v.17) y la palabra que es proclamada (v.11), preparando así todo, para ver en la Eucaristía una proclamación de fe (cfr.  1 Corintios 11,26).

Mismo si los detalles son claros, la significación en conjunto no lo es necesariamente. ¿Qué significa entonces celebrar la Eucaristía?

Imposible responder sin pasar por lo que el mismo Jesús ha vivido luego de la primera Eucaristía. Para Él, esta fue una experiencia humana profunda, que le permite situar claramente su experiencia vivida en relación a su fe.

A pocas horas de morir, Jesús se siente amenazado por la ansiedad: Él debe luchar, combatir consigo mismo, para descubrir el sentido de lo que vive y apropiárselo. Y como HIJO que Él era, no era fácil; al igual que todo el mundo, Él debe “aprender a través de sus sufrimientos” (Hechos 5,8).

Para salir de esta ansiedad y de esta tentación de lo absurdo (Dios mío, Dios mío, ¿por qué...?) – Mateo 27,46, Jesús no tiene más que un recurso, situar su propia partida, su propio “éxodo” como dice Lucas (9,31), en el contexto del primer éxodo de Egipto, donde sus ancestros han atravesado la otra orilla, han superado la situación difícil, porque Dios “estaba de su lado” (de su orilla) (Salmo 124).

Jesús decide entonces celebrar la Pascua con sus discípulos a partir de su drama interior. Al hacerlo, hace de esta experiencia no solamente una experiencia de lucidez, donde contempla la muerte de frente (cara a cara), y no solamente es una experiencia de fe, sino que también es una experiencia de apertura y de compartir.

De este modo, podríamos describir la primera eucaristía parafraseando a Juan: Jesús que había comenzado a compartir con sus discípulos su búsqueda y sus esperanzas, vivió este compartir hasta el fin (cfr. Juan 13,1).

Dentro de un contexto ligeramente ritualizado (como el de la pascua judía) la eucaristía de Jesús fue entonces una triple experiencia de lucidez, de fe y de comunicación, centrada toda ella en la acción de Gracias al Padre. Y más allá de la repetición de estos gestos en un modo ritual, es esta triple experiencia que Jesús nos invita a rehacer por nuestra propia cuenta, a partir de nuestra propia experiencia de vida, “en memoria de Él”.

Desde luego que, si bien no es inexacto decir que al consumir las santas especies se recibe a Dios, uno percibe que una tal comprensión, estrecha, amilana y empobrece la experiencia eucarística.

Necesitamos volver a descubrir el sentido de la experiencia vivida por Jesús en la Eucaristía, y la fuerza de este movimiento pedagógico, de su vivencia, para nosotros. “Aquel que pretenda estar con Dios, sentir su presencia” (al recibirlo en la Eucaristía, podría uno agregar), es necesario que camine él mismo sobre la misma vía (camino) en que Jesús ha marchado” (1 Juan 2,6).




Reflexión Central


I
Cuerpo de Cristo entregado por nosotros…

La Eucaristía, sacramento alrededor del cual nos reunimos cada domingo, tiene sus raíces en el Antiguo Testamento y adquiere  su pleno sentido y significación en el Nuevo Testamento. Es lo que hemos podido ver al escuchar los textos bíblicos de este día.

La primera lectura del libro del Génesis, nos sitúa en los comienzos de la primera alianza, cuando Abraham, padre de los creyentes manifiesta su sumisión a Dios. Abraham ha ganado muchas victorias y hoy lo vemos ante Melquisedec, rey de Jerusalén.  Abraham le da culto al Dios Altísimo con Pan y Vino. Abraham recibe la bendición de Melquisedec. La ofrenda del diezmo al sacerdote del Altísimo es el signo de su aceptación del culto “según Melquisedec”.

En el momento en que Jesús entra a Jerusalén, se prepara para concluir la Nueva Alianza. Él va a realizar el sacerdocio “según el rito de Melquisedec” con el pan y el vino. Jesús también bendice a Dios. Él da su bendición a todos aquellos que celebran el culto con fe. Pero en la Eucaristía, hay mucho más que pan y vino. Por la Palabra de Cristo, estos elementos se convierten en su Cuerpo y en su Sangre. Este nuevo culto es la realización de lo que era nada más que una prefiguración. La ofrenda demandada supera la simple entrega de los bienes materiales. En adelante se trata del don de sí mismo.

En la segunda lectura, San Pablo nos transmite lo que ha recibido. Él se dirige a una comunidad dividida y les recuerda que, si Cristo ha muerto, es por todos, Nosotros debemos sacar las conclusiones de su sacrificio: así, no podemos reunirnos para la cena del Señor sin estar atentos (preocuparnos) los unos de los otros; uno debe entonces examinarse así mismo antes de comer de este pan y de beber de esta copa. Es por esta razón que antes de la comunión decimos: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa (de recibirte) …”

El Evangelio nos prepara para la Eucaristía. El evento que se nos cuenta ocurre al atardecer de una jornada agotadora. Los discípulos ven bien que la multitud tiene hambre; ellos piensan que lo mejor es mandarlos para sus casas. Pero Jesús no ve las cosas así; dirigiéndose a los 12 les dice: “! ¡Denles ustedes mismo de comer!” y este es el relato de la multiplicación de los panes. Con cinco panes y dos peces que le traen, Jesús alimentará a la multitud.

Este evangelio, es el anuncio de lo que será la Eucaristía. Nosotros encontramos los mismos gestos de Jesús en la tarde del Jueves Santo: “Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. He aquí 4 verbos que escuchamos en cada Eucaristía. Nosotros aportamos el pan y el vino, fruto de la tierra y del trabajo de los hombres,

Reconocemos que todo viene de Dios, nosotros no somos propietarios de estos bienes que Él nos da; nosotros no somos sino administradores. Estas riquezas se nos confían para el bien de todos.

No lo olvidemos nunca: cuando nos reunimos para la Eucaristía, no estamos solos ante el Señor. Todas las oraciones utilizan el “nosotros”: “Te pedimos…Te ofrecemos…” Nosotros estamos unidos con otros que tienen hambre de pan, hambre de amor, hambre de ternura y de libertad. Ellos están conmigo y yo no puedo ignorarlos. El amor de cristo abarca en su corazón a la humanidad entera y a cada uno personalmente. Cada misa es celebrada por la humanidad entera y por cada uno personalmente.

Sin embargo, es tradición en la Iglesia agregar una intención particular por la cual el sacerdote celebra la Eucaristía. Todos pueden pedir que una Eucaristía sea celebrada por tal o cual intención; nosotros oramos por la “multitud” y de manera especial por aquellos que se nos recomiendan o se nos encomiendan. Pedir entonces celebrar una misa, es entrar en la oración de Jesús y de la Iglesia; es confiar una intención que tenemos, al amor infinito de Dios; nosotros podemos mandar a celebrar una misa para agradecer a Dios, presentarle una petición, una situación determinada que nos preocupa. También podemos confiarle nuestros difuntos ya que es el amor de Cristo que los libera. Todas estas intenciones particulares vienen para agregarse a la oración de toda la Iglesia. Ellas son presentadas al Señor quien ha entregado su vida, dado su cuerpo y su sangre por nosotros y la multitud.

La Eucaristía es una comida que se ofrece a todos. Es lo que significa cuando el sacerdote presenta la hostia diciendo: “Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo…” Estas palabras no se dirigen solamente a la asamblea presente en la Iglesia sino al mundo entero. El Señor presente en medio de nosotros no pide más que ser dado a todos y donarnos a todos.

Si nos reunimos en la iglesia, es para responder a la invitación del Señor. Nuestro amor por Él nos lleva igualmente a tener, reservar tiempos de adoración. En ciertas iglesias, la gente se organiza y se postra, y ora ante la Custodia. Hoy, la custodia, somos nosotros:  pues hemos sido creados por Dios para presentar su Hijo al mundo. Nosotros debemos entonces mostrarnos dignos de su presencia, tanto exteriormente como interiormente.

En este día, te pedimos Señor: que el pan de tu palabra y de tu cuerpo sea el alimento que nos permita llegar a ser signos de esperanza para este mundo que tiene tanta necesidad de Ti, Pan partido para la vida del mundo. Quédate con nosotros para que seamos los testigos y los mensajeros de tu amor. ¡Amén!



II


«Fiesta De la Eucaristía, fiesta de la presencia de Dios entre nosotros »

Con la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo se termina el ciclo anual de las grandes celebraciones de nuestra liturgia: Pascua, Ascensión, Pentecostés, Santísima Trinidad.

En otro tiempo se le llamaba intensamente “Corpus Christi”.  En esta gran fiesta se hacía una larga procesión folclórica por las calles de nuestros pueblos y ciudades. Hoy en un mundo pluralista, la procesión ha desaparecido casi completamente, pero es bueno que recordemos la significación tan grande de este suceso que subrayaba de ese modo la presencia de Dios en nuestra vida cotidiana y ambientes de vida.

Nuestra fe, no es una religión de Sacristía, de guetos o círculos cerrados (roscas), más bien es una religión que invita a quienes la profesan a vivir los valores de Cristo en la vida de todos los días, en las calles, donde se preparan cuidadosamente las estaciones y por donde el señor pasa (el sacerdote o ministro con la Custodia). A pesar de nuestros problemas, nuestras enfermedades y nuestras dificultades y crisis de todo tipo, las flores y las decoraciones significan que nuestra fe en Cristo, puede embellecer la vida diaria.

La procesión del “Corpus Christi” nos recuerda que la presencia de Cristo puede transformar la realidad de todos los días. El Señor se hace presente en nuestras calles, nuestros parques, nuestras casas, ahí donde vivimos, trabajamos, sufrimos y esperamos.

Sobre el camino de la vida, la Eucaristía se convierte en maná del desierto, ese pan de los peregrinos que se dirigen hacia la Tierra Prometida, esta comida que da la fuerza para avanzar y hacer frente a las dificultades diarias.

La Eucaristía es una pausa, un tiempo privilegiado para detenernos a mirar mejor nuestro recorrido peregrino terrestre. Es el sacramento de los nómadas que nosotros somos. Domingo a domingo (o día a día) nos reunimos con el fin de escuchar la Palabra de Dios y retomar fuerzas para la semana que viene.

La EUCARISTÍA es para nosotros una comida de transformación y de crecimiento. Si ella no nos permite creer y crecer, entonces quiere decir, que hay cualquier cosa que no funciona en nuestro metabolismo religioso.

En el Evangelio de hoy, la comida que Jesús ofrece a la gente fatigada y hambrienta es el símbolo de nuestras asambleas eucarísticas. El milagro no lo es tanto la “multiplicación de los panes” como la capacidad de compartir lo poco que tenemos: “Denles ustedes mismos de comer” dice el Señor a sus discípulos que querían en un principio hacer ir la gente de regreso a sus casas para saciarse. En lugar de dispersar la multitud por los pueblos, Jesús decide reunirlos y darles de comer.

Es importante que saquemos las conclusiones de este relato: Nosotros no podemos contentarnos con recibir el pan eucarístico y alimentarnos. También debemos darlo a aquellos que nos rodean al ejemplo de los apóstoles.

No podemos contentarnos con orarle y pedirle a Cristo para que El de la comida a quienes tienen hambre. El mismo nos envía a nuestra misión: tomar lo que poseemos y así sea poca cosa, compartirlo con los que tienen hambre. Una mujer pobre respondía así un día a San Vicente de Paul: “si los pobres no comparten entre ellos, quien lo hará?”.

Si venimos (o vamos a la eucaristía) no es solamente por nosotros mismos, también vamos llevando con nosotros la preocupación de los demás, de todos aquellos que tienen hambre de pan, de ternura, de amor y de libertad. El Señor no deja de enviarnos hacia ellos porque Él no quiere que ninguno se pierda: “Denles ustedes mismos de comer”. Den aquello que es necesario de su tiempo, de ustedes mismos, de su disponibilidad. Hagan todo para que el otro viva. Uno no puede separar la Eucaristía de la vida cotidiana de la humanidad. Lo importante es que le demos la pequeña parte de nosotros mismos. Y después cuando la comida termine, viene otro servicio: recoger con cuidado el resto. En efecto, habrá todavía de otras multitudes a alimentar. A lo largo de los siglos será necesario continuar distribuyendo los dones de Dios.

La Eucaristía es una reunión, asamblea, donde nos juntamos y ahí nos alimentamos y nos sostenemos en nuestra fe y vida cristiana. La Eucaristía nos ilumina y nos da la fuerza necesaria para vivir cotidianamente los valores del Evangelio. 

La Eucaristía no puede que hacerse en Iglesia en el seno de la comunidad reunida.

La Eucaristía es un vínculo entre Dios y nosotros, entre nosotros y los demás. “Si en el momento de presentar tu ofrenda sobre el altar, recuerdas que tu hermana o hermano tiene cualquier cosa contra ti, deja ahí tu ofrenda. Primero ve a reconciliarte con tu hermano (a) y después vuelve para presentar tu ofrenda”.

La EUCARISTÍA es un sacramento de unidad que nos invita a alegrarnos en nuestras diferencias. En la mesa eucarística no hay lugar para nuestras segregaciones mezquinas. “No hay más, judíos, ni griegos, ni eslavos, ni hombres libres, ni mujeres ni hombres”, nos dice San Pablo.

La Eucaristía es mucho más que una celebración de piedad individual. Ella nos invita al compartir, a la fraternidad, a acoger a los demás.

Hoy celebramos la presencia de Dios entre nosotros. Él nos congrega para dirigirnos su Palabra, El quien es “el camino, la verdad y la vida”. Él nos reparte y comparte el pan de los peregrinos en ruta hacia la tierra prometida.

En esta fiesta del “Corpus Christi”, en esta fiesta de la Eucaristía, en esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, agradezcamos inmensamente al Señor por nuestras asambleas de domingo, por nuestras comunidades cristianas y por la presencia de Dios entre nosotros.

Al celebrar la Eucaristía, nos volvemos hacia ti Señor. Ayúdanos a entrar más plenamente en este movimiento de don total de nosotros mismos contigo y por ti. Que nuestra entrega sea   cada vez más a tu ejemplo y medida, tu que has dado todo de ti mismo por nuestra vida y por la Gloria del Padre.  Amen.




ORACIÓN- MEDITACIÓN

“Yo te adoro, Oh Santa Eucaristía,
Divinidad que se oculta a nuestros ojos.
Mi corazón se acelera contemplando la hostia,
mi corazón se une al tuyo, alegre, silencioso”

A mi edad, actualmente,
he comprendido más que es la Eucaristía
y cuáles son sus exigencias reales.
Permíteme adherirme aun a Ti con alegría,
ahora y por los Siglos de los Siglos.
¡Amén!

______

“La Eucaristía es un alimento sencillo, como el pan,
pero es el único que sacia, porque no hay amor más grande.
Allí encontramos a Jesús realmente, compartimos su vida,
sentimos su amor;
allí puedes experimentar que su muerte y resurrección son para ti.
Y cuando adoras a Jesús en la Eucaristía
recibes de él el Espíritu Santo y encuentras paz y alegría.
Queridos hermanos y hermanas, escojamos este alimento de vida: pongamos en primer lugar la Misa,
descubramos la adoración en nuestras comunidades.
Pidamos la gracia de estar hambrientos de Dios,
 nunca saciados de recibir lo que él prepara para nosotros”.


 Papa Francisco, 3 de junio de 2018.





REFERENCIAS:



Pequeño Misal "Prions en Église", edicion quebequense, 2010.

HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.


BEAUCHAMP, André. Comprendre la Parole, année C. Novalis, Québec. 2007


Reflexión del padre Yvon-Michel Allard, s.d.v , Canadá.   http://cursillos.ca  

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