lunes, 19 de mayo de 2025

20 de mayo del 2025: martes de la quinta semana de Pascua- San Bernardino de Siena, presbítero

 

Santo del día:

San Bernardino de Siena

1381-1444. A través de sus sermones, este gran predicador franciscano ayudó a convertir a muchos de sus oyentes y a difundir la devoción al santo Nombre de Jesús, simbolizado por las tres letras “IHS” (Jesús Salvador de los hombres).


Paz, sí paz

(Juan 14:27-31a ) Jesús se va y les da un regalo a sus discípulos: «Les dejo la paz. No la de cualquiera, ni la del mundo, sino la mía.» Su paz no es una promesa de tranquilidad ni una evasión de pruebas. Surge de lo más profundo de la noche más oscura, como una luz tímida pero indomable que viene a erosionar nuestros miedos. Está ahí, al alcance de nuestra mano, para que podamos extender la nuestra hacia él.

Colette Xaviere



Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (14,19-28):

EN aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo ya por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la ciudad.
Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe. Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquia, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 144,10-11.12-13ab.21

R/. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.

Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.

Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás. R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (14,27-31a):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo yo».

Palabra del Señor

 

**********

 

1

«La paz que nace en la prueba»

Lecturas: Hch 14,19-28 / Sal 145(144) / Jn 14,27-31a
Año Jubilar – Peregrinos de la Esperanza

Queridos hermanos en Cristo:

Hoy la liturgia nos regala una palabra profundamente consoladora y desafiante: la paz de Cristo. Pero no cualquier paz. Jesús nos advierte claramente: «La paz que yo les doy no es como la que da el mundo» (Jn 14,27). Y aquí está el corazón de la Buena Noticia que necesitamos en estos tiempos de incertidumbre, guerra, divisiones, enfermedad y dolor: una paz que no es evasión, sino presencia fiel; no es ausencia de conflicto, sino fuerza serena en medio de la tormenta.


1. La paz que brota desde la cruz

El Evangelio según san Juan nos sitúa en el marco de la despedida de Jesús. Él va hacia la cruz. Y desde esa realidad dolorosa —la traición, el abandono, el sufrimiento inminente— Jesús no se esconde ni huye, sino que se convierte en dador de paz. Esta paz brota no de una situación ideal, sino de la certeza de que el Padre está con Él. Es una paz que nace en la noche más oscura, como una luz indomable que se atreve a brillar aun entre las sombras.

¿No es esa la experiencia de muchos de nuestros hermanos que, incluso en medio de la enfermedad o el duelo, se aferran a una esperanza serena? ¿No es eso lo que hemos vivido como Iglesia en tantas noches históricas, donde parecía que todo se desmoronaba, pero la fe persistía como llama que no se apaga?


2. La misión no se detiene: Pablo y Bernabé siguen adelante

La primera lectura (Hch 14,19-28) nos muestra a san Pablo apedreado y dado por muerto. Sin embargo, se levanta, entra en la ciudad y continúa su misión. ¡Qué testimonio tan poderoso de alguien que no se deja vencer por la violencia ni por la humillación!

Y aún más: fortalece a las comunidades diciendo: «Hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.» Estas palabras no son pesimistas, son realistas. En la vida cristiana, la cruz no es un accidente, sino un camino. Pero no estamos solos. Jesús ya ha pasado por ese camino. Y lo ha llenado de sentido, de promesa, de redención.

Pablo y Bernabé también se preocupan por consolidar a las comunidades, nombrando presbíteros, orando y ayunando. Aquí vemos el rostro misionero y sinodal de la Iglesia: una comunidad que se apoya, que no camina sola, que se organiza para servir.


3. El cántico del salmista: Una paz que alaba a Dios

El salmo 145 nos ofrece un canto de alabanza: «Que tus fieles te bendigan, Señor…» En este himno se reconoce que Dios sostiene a los que caen y levanta a los oprimidos. Es la paz de quien sabe que no está a merced del caos, sino que su vida está en manos de un Dios fiel.

El salmista proclama: «El Señor es fiel a sus palabras y bondadoso en todas sus acciones.» ¡Qué paz tan profunda brota cuando reconocemos que Dios cumple sus promesas, que no nos abandona en la prueba, que camina con nosotros!


4. Aplicación pastoral: paz en el Año Jubilar

En este Año Santo Jubilar, bajo el lema «Peregrinos de la Esperanza», somos invitados a llevar esta paz viva de Cristo a todos los rincones. Paz en nuestras familias heridas, en nuestras comunidades divididas, en nuestros corazones a veces cansados. No una paz decorativa, sino operativa, misionera, solidaria.

Como Pablo y Bernabé, también nosotros debemos seguir caminando, incluso cuando nos sentimos “apedreados” por la indiferencia, la crítica o el cansancio. El mundo necesita testigos de la paz de Cristo, personas que no se rinden, que no se endurecen, que no devuelven mal por mal.


5. Conclusión: Una paz al alcance de la mano

Jesús nos ha dejado su paz. Está ahí, al alcance de nuestra mano. Pero debemos tender la nuestra. ¿Cómo?
– Acercándonos a la Palabra con humildad.
– Alimentándonos de la Eucaristía con fe.
– Sirviendo a los demás con amor concreto.
– Perdonando y pidiendo perdón.
– Caminando juntos como Iglesia misionera.

No se turbe tu corazón. Él ya ha vencido al mundo. La paz que Jesús nos deja no nos exime del dolor, pero nos salva del miedo paralizante. Es la paz del Resucitado que dice: «¡Ánimo! Yo estoy con ustedes todos los días...»


Oración final:

Señor Jesús, Príncipe de la Paz,
en esta hora de sombras y desafíos,
haz que tu paz penetre en nuestros miedos.
Que no huyamos del compromiso,
que sepamos amar incluso desde nuestras heridas.
Danos la alegría serena de los que esperan en Ti.
Y haznos mensajeros de esa paz,
peregrinos jubilares que anuncian con su vida
que Tú estás vivo, que Tú eres nuestra paz. Amén.

 

 

2

La Paz de Jesús

 

dijo Jesús a sus discípulos:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo.

Juan 14:27

 

Entonces, ¿en qué se diferencia la paz que te da Jesús de la paz aparente que te da el mundo? 

Todos queremos paz en la vida. El deseo de paz interior está escrito en nuestra misma naturaleza. Y aunque muchas personas toman decisiones que conducen al desorden interior e incluso al caos, esas elecciones a menudo se hacen a partir de un sentido confuso de lo que realmente proporciona satisfacción.

Por ejemplo, aquellos que eligen alimentar una adicción a las drogas o al alcohol a menudo comenzaron esa adicción por un deseo equivocado de felicidad. La solución temporal experimentada da la sensación temporal de bienestar. Pero objetivamente hablando, está muy claro que la “paz” temporal que uno recibe de estas acciones conduce en última instancia a la pérdida de lo que desea. Y cuando estas elecciones se convierten en adicciones, la persona a menudo se encuentra atrapada en una espiral descendente.

También hay innumerables otras formas en que las personas se encuentran buscando satisfacción y realización en la vida. El dinero, la promiscuidad, el engaño, el egoísmo, la ira, el fraude y cosas similares son todas acciones que se realizan con la intención de alguna satisfacción. 

Nuestro objetivo diario debe ser desenmascarar esas acciones engañosas para que podamos verlas por lo que son y por el fruto que producen. Estas son claramente algunas de las muchas formas en que el “mundo” nos ofrece paz.

Cuando se trata de la verdadera felicidad en la vida, el don de la verdadera paz interior es una de las señales más claras de que estamos en el camino correcto y estamos tomando las decisiones correctas. 

Cuando elegimos la voluntad de Dios todos los días, esas elecciones pueden ser difíciles y requieren mucho sacrificio al principio. 

El amor puede ser difícil. La fidelidad a la ley moral de Dios puede ser un desafío. Y negarse a pecar es difícil. Pero escogiendo la voluntad de Dios a lo largo de nuestro día, cada día, comenzará a producir en nosotros el don consolador y sustentador de la paz de Cristo.

La verdadera paz produce fuerza. Conduce a la integridad interior y a la plenitud. 

Produce claridad de pensamiento y certeza en las convicciones. 

La paz de Dios conduce a más paz. Conduce a elecciones basadas en acciones de amor bien pensadas. 

La paz nos lleva a la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios lleva a la paz. 

El efecto cíclico es exponencial y es una de las guías más claras de la felicidad en la vida.

Reflexiona, hoy, sobre si verdaderamente tienes paz en tu corazón. ¿Reconoces la presencia serena, fuerte y sustentadora de Dios dentro de tu alma? 

¿Tus elecciones diarias producen una mayor integridad de corazón y claridad de mente? 

¿Sientes que tienes alegría y calma, incluso en medio de los mayores desafíos de la vida? 

Busca esta paz, porque si lo haces, estarás buscando al buen Dios que produce este glorioso regalo dentro de tu corazón.

 

Mi Señor de la paz verdadera, Tú y Tu santa voluntad son el único camino hacia la realización más profunda de todos mis deseos en la vida. Cuando tomo malas decisiones que conducen al desorden y la confusión, ayúdame a volverme a Ti con todo mi corazón. Por favor, desenmascara cualquier engaño con el que lucho y dame la fuerza que necesito para buscarte a Ti y solo a Tu paz. Jesús, en Ti confío.


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20 de mayo: San Bernardino de Siena, presbítero — Memoria opcional
1380–1444
Patrono de las relaciones públicas, la oratoria y los publicistas
Invocado contra la adicción al juego y problemas de pecho
Canonizado por el Papa Nicolás V el 24 de mayo de 1450



📜 Cita:
«El nombre de Jesús es el esplendor de los predicadores, porque hace que Su Palabra sea proclamada y escuchada con resplandor luminoso. ¿De dónde, piensas tú, vino aquella gran, repentina y brillante luz de la fe que llenó el mundo, sino de la predicación de Jesús? ¿No fue por la luz y dulzura de este Nombre que Dios nos llamó a Su luz maravillosa? A nosotros, sobre quienes ha brillado esta luz y que en esa luz vemos la luz, el apóstol nos dirige estas palabras oportunas: “En otro tiempo ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor; vivan como hijos de la luz.” (…) Por tanto, este Nombre debe ser proclamado para que brille; no debe ser escondido.»

~Sermón de San Bernardino

📖 Reflexión:

Bernardino nació en una familia noble en la ciudad de Massa Marittima, en la provincia de Siena, Italia, donde su padre era gobernador. Ambos padres murieron antes de que él cumpliera los siete años, quedando al cuidado de su tía, cuya profunda fe católica influyó grandemente en él. Desde niño mostró un amor especial por los pobres, al punto que prefería dar su comida antes que negársela a un mendigo.

A los once años, sus tíos lo enviaron a estudiar derecho civil y canónico en Siena. Durante esos años, perseveró en su devoción, ayunaba los sábados en honor a la Virgen María y cuidaba sus palabras con respeto y reverencia. A los diecisiete años, tras finalizar sus estudios, se unió a la Cofradía de Nuestra Señora, colaborando en un hospital para enfermos, huérfanos, pobres y peregrinos.

En 1400, cuando tenía veinte años, una peste azotó Siena. Bernardino reunió a doce jóvenes, como los apóstoles, para hacerse cargo del hospital, sirviendo incansablemente durante cuatro meses, hasta que enfermó (aunque no de peste). Pasó otros cuatro meses en cama, tiempo que aprovechó para profundizar en la oración. Al sanar, cuidó a una tía ciega y postrada durante catorce meses, hasta su fallecimiento.

A los veintidós años, se retiró en soledad para discernir su vocación, y decidió ingresar a los Franciscanos de la Observancia Estricta. Aunque la vida de oración y penitencia de la Orden ya era rigurosa, Bernardino superaba incluso esas exigencias con alegría. A los veinticuatro años, el día de su cumpleaños —la Natividad de la Virgen María— fue ordenado sacerdote.

El padre Bernardino fue profundamente devoto de la Virgen María, del Cristo Crucificado y de la humildad. Oraba con frecuencia, hacía penitencia y vivía solo para la gloria de Dios. En una ocasión, mientras oraba ante un crucifijo, escuchó interiormente a Jesús decirle: «Hijo mío, mírame colgado de la cruz. Si me amas o deseas imitarme, sé también clavado desnudo en tu cruz y sígueme. Así, sin duda, me encontrarás.»

Bernardino ardía en deseos de predicar el Evangelio, pero sufría de un problema del habla. A través de la oración entendió que la predicación no dependía de la elocuencia ni de la fuerza de la voz, sino de la presencia interior de Dios. Su fe y caridad lo convirtieron en un predicador amado y eficaz. Asistió a una misión de San Vicente Ferrer, quien profetizó que alguien del público continuaría su labor en Italia. Ese alguien fue Bernardino.

Confiado en su llamado, comenzó a predicar con un poder que conmovía corazones. Predicaba a Cristo mismo, no solo sus palabras, pues Cristo vivía en él. Enseñaba: «En todas tus acciones busca primero el Reino de Dios y su gloria; dirige todo lo que haces a Su honor; persevera en la caridad fraterna y practica primero lo que deseas enseñar. Así, el Espíritu Santo será tu Maestro y te dará tal sabiduría y lengua que ningún adversario podrá resistirte.»

Durante más de treinta años, predicó por toda Italia, a pie, de ciudad en ciudad. Las iglesias no alcanzaban, así que hablaba en plazas y calles. Las autoridades civiles lo invitaban, y su mensaje lograba no solo conversiones personales, sino la reconciliación de ciudades enteras en guerra. En sus predicaciones, denunciaba el materialismo, la inmoralidad sexual, el lenguaje vulgar, el juego y los excesos. A veces organizaba "hogueras de vanidades", donde quemaban objetos escandalosos como dados, perfumes, ropa indecente o cartas.

Promovió ardientemente la devoción al Nombre de Jesús, usando el símbolo “IHS” (las tres primeras letras del nombre Jesús en griego). Se le atribuyen curaciones, profecías y hasta la resurrección de cuatro personas. Como muchos santos, fue acusado de herejía y tuvo que ir a Roma. Fue declarado inocente por el Papa, quien lo llamó “un segundo san Pablo”. El Papa incluso le ofreció tres veces ser obispo, y las tres lo rechazó humildemente.

Más tarde, fue nombrado Vicario General de su Orden, cargo que ejerció por cinco años, promoviendo reformas. Pasó los dos últimos años de vida predicando y salvando almas. Fue canonizado solo seis años después de su muerte.

💡 Lección espiritual:

La mayor enseñanza que nos deja san Bernardino es que el poder de nuestras palabras no viene de lo aprendido, del tono de voz ni de la elocuencia, sino de la profundidad del corazón. Cuando arde con el amor de Dios, es Dios quien habla por nosotros y toca los corazones. Si sientes que tu palabra no da fruto, profundiza tu vida de oración y penitencia. Busca primero la gloria de Dios en tu alma, y Él hablará a través de ti.

🙏 Oración:
San Bernardino, tu mayor deseo fue amar, alabar y glorificar a Dios. Ruega por mí, para que siempre busque glorificar el Santo Nombre de Jesús en mi vida, y que, por medio de mí, Dios inspire a muchos más.
San Bernardino de Siena, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.


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