domingo, 21 de septiembre de 2025

22 de septiembre del 2025: lunes de la vigésima quinta semana del tiempo ordinario-I

 

¡Luz!


(Lc 8, 16-1)
«Para que los que entren vean la luz. »

¿Qué ven estos recién llegados a la fe, principiantes o quienes retoman el camino, cuando llaman a la puerta de nuestras comunidades cristianas?
¿Una luz pálida y desvaída? ¿Una luz demasiado ostentosa para ser verdadera? ¿O, más bien, la luz vacilante y cálida de la fe?
Esta luz es un tesoro, depende de nosotros protegerla y alimentarla; ¡que acoja a todos los que se acerquen a ella!

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin

 


Primera lectura

Esd 1,1-6

El que pertenezca al pueblo del Señor que suba a Jerusalén, a reconstruir el templo del Señor

Comienzo del libro de Esdras.

EL año primero de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor por boca de Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, rey de Persia, para que proclamara de palabra y por escrito en todo su reino:
«Esto dice Ciro, rey de Persia:
El Señor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado que le edifique un templo en Jerusalén de Judá. El que de ustedes pertenezca a su pueblo, que su Dios sea con él, que suba a Jerusalén de Judá, a reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén. Y a todos los que hayan quedado, en el lugar donde vivan, que las personas del lugar en donde estén les ayuden con plata, oro, bienes y ganado, además de las ofrendas voluntarias para el templo de Dios que está en Jerusalén».
Entonces, los cabezas de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, y todos aquellos a quienes Dios había despertado el espíritu, se pusieron en marcha hacia Jerusalén para reconstruir el templo del Señor.
Todos sus vecinos les ayudaron con toda clase de plata, oro, bienes, ganado y objetos preciosos, además de las ofrendas voluntarias.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6 (R. 3a)

R. El Señor ha estado grande con nosotros.

V. Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sion,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. 
R.

V. Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. 
R.

V. Recoge, Señor, a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. 
R.

V. Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. 
R. 

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre. R.

 

Evangelio

Lc 8,16-18

La lámpara se pone en el candelero para que los que entren vean la luz

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz.
Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público.
Miren, pues, cómo oyen, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».

Palabra del Señor.

 

1

 

“La lámpara de nuestra vida: luz de Cristo en medio de las sombras”

Queridos hermanos:

Hoy comenzamos la lectura del libro de Esdras, un texto que, aunque antiguo, resuena con gran actualidad para nosotros. Narra el regreso del pueblo de Israel del exilio en Babilonia y la restauración de Jerusalén, del templo y del culto. Este libro nos muestra la fidelidad de Dios a su pueblo y, al mismo tiempo, las dificultades y desafíos que enfrenta la comunidad creyente cuando se trata de reconstruir no solo paredes y altares, sino la fe y la identidad.

1. El Dios que se sirve de instrumentos inesperados

Llama profundamente la atención que Dios escogiera a Ciro, rey de Persia —un extranjero, un no judío— para ser instrumento de liberación. El edicto que permite a los judíos regresar a su tierra es leído por los autores bíblicos como una acción providencial del Señor. Aquí comprendemos algo esencial: Dios no se encierra en nuestras categorías ni se deja limitar por nuestras fronteras religiosas o culturales. Él puede valerse de cualquier persona o situación, incluso de lo que parece contrario, para realizar su plan de salvación.

Esto nos recuerda que, en nuestra vida personal y en la historia de la Iglesia, Dios sigue actuando muchas veces de modos inesperados. En este Año Jubilar, somos llamados a abrir los ojos y reconocer que el Espíritu Santo sopla donde quiere, y que su obra no se restringe a nuestros esquemas estrechos.

2. La lámpara de nuestra vida

El Evangelio nos ofrece una imagen preciosa: la lámpara. Jesús dice que nadie enciende una lámpara para esconderla bajo una vasija, sino para colocarla en el candelero, y que alumbre. Esa lámpara somos nosotros. La vida de cada ser humano es una chispa encendida por Dios mismo en el momento de la concepción.

San Juan nos recordará que Jesús es la “luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). Al acoger su Palabra y dejar que transforme nuestra existencia, esa luz no se apaga, sino que se convierte en testimonio para los demás. No podemos esconder la fe, no podemos ocultar la esperanza, no podemos vivir como si la luz que Cristo nos regaló fuese un secreto personal.

3. La Palabra de Dios: lámpara para nuestros pasos

El salmo 118 (119) nos ofrece la clave: “Tu palabra es lámpara para mis pasos y luz en mi sendero”. La luz no es solo una idea bonita, es una fuerza que orienta, que guía, que da seguridad al caminante. Quien se deja guiar por la Palabra de Dios no se extravía, aunque atraviese noches oscuras.

Y esto nos lleva a una gran responsabilidad: ¿qué tanto dejamos que la Palabra nos ilumine cada día? ¿La escuchamos solo en la Misa, o también la meditamos en casa, en familia, en comunidad? Hoy, más que nunca, necesitamos discípulos que brillen con la luz de Cristo, no por palabras vacías, sino porque han dejado que la Escritura transforme su manera de pensar, sentir y actuar.

4. Luz en medio de la oscuridad del dolor y de la muerte

Hoy nuestra intención orante se dirige a los difuntos. Recordamos a aquellos que nos han precedido con la señal de la fe y descansan en la esperanza de la resurrección. En la experiencia humana, la muerte es una de las sombras más densas; pero precisamente ahí la fe se convierte en lámpara. La certeza de que Cristo ha vencido la muerte nos consuela y nos impulsa a vivir con esperanza.

Cuando encendemos una vela en un velorio, en un aniversario, en el Día de los Fieles Difuntos, no es solo un gesto piadoso: es el signo de que creemos que la luz de Cristo brilla más fuerte que la oscuridad de la tumba. En este Año Jubilar, rezar por los difuntos es también un acto de misericordia espiritual, un modo de prolongar esa luz que nunca se apaga.

5. Un compromiso jubilar: ser lámparas vivas

Hermanos, si Dios ha puesto en nuestras manos la luz de su Palabra, no podemos esconderla. El Jubileo que vivimos nos recuerda que somos “peregrinos de la esperanza”. Y un peregrino necesita luz para no extraviarse en el camino. Al mismo tiempo, nuestra lámpara puede iluminar a otros caminantes que se sienten perdidos, tristes o desesperados.

Ser lámpara hoy significa:

  • Testimoniar la fe con coherencia en la familia y en la sociedad.
  • Llevar consuelo a los que lloran la pérdida de un ser querido.
  • Sembrar esperanza donde reinan la corrupción, la mentira y la desesperanza.
  • Dejar que la Palabra de Dios modele nuestras decisiones y nuestros gestos de cada día.

Oración final

Señor, haznos lámparas vivas, encendidas con tu Palabra y tu Espíritu.
Que nuestra fe no se esconda ni se apague,
sino que ilumine a quienes nos rodean.
Te encomendamos a todos nuestros difuntos,
para que descansen en la luz eterna de tu presencia.
Y en este Año Jubilar, haznos testigos de esperanza,
para que el mundo vea en nosotros
un reflejo humilde y cercano de tu Hijo Jesucristo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.

 

2

 


“Que los que entren vean la luz”

 

Queridos hermanos y hermanas:

El evangelio de hoy nos vuelve a presentar la imagen de la lámpara que ilumina, la misma que escuchábamos en estos días en labios de Jesús (Lc 8,16-18). Es una parábola sencilla, pero profundamente exigente: nadie enciende una lámpara para ocultarla, sino para que los que entren en la casa puedan ver la luz. La pregunta que podemos hacernos, a la luz de este evangelio es, cuando alguien se acerca a nuestras comunidades, ¿qué encuentra?

1. La experiencia del pueblo de Israel: luz que vuelve a brillar

Siguiendo la lectura del libro de Esdras que inauguramos en la liturgia, contemplamos cómo el pueblo de Israel, tras el exilio, regresa a Jerusalén y reconstruye el templo. No fue fácil. Había cansancio, desánimo, conflictos con los pueblos vecinos, y hasta divisiones internas. Sin embargo, lo esencial era no dejar apagar la fe, volver a poner en el centro a Dios como lámpara de su vida.

Esa reconstrucción histórica es también un espejo de la reconstrucción espiritual que tantas veces necesitamos como Iglesia y como creyentes. Cuando hemos pasado por pruebas, por crisis personales, comunitarias o sociales, la tentación es dejar que la fe se apague poco a poco. Pero Dios nos invita a encender de nuevo la lámpara y ponerla en alto.

2. ¿Qué luz ofrecemos al mundo?

Jesús es claro: la lámpara debe ponerse en el candelero, para que los que entren vean. Es decir, la fe no es para esconderla, sino para compartirla.

  • Si mostramos una luz pálida y apagada, los que se acercan no sentirán atracción.
  • Si mostramos una luz falsa y ostentosa, basada en apariencias, ritualismos vacíos o espectáculo, esa luz no convence ni alimenta.
  • Pero si mostramos una luz sencilla, cálida y verdadera, como la del hogar donde arde una vela que reconforta, entonces quienes se acercan encuentran un signo de Dios vivo.

La luz de Cristo no deslumbra para cegar, sino que ilumina para guiar. Es fuego que calienta el corazón y orienta el camino.

3. La luz de la Palabra

El salmista lo decía con tanta belleza: “Tu palabra es lámpara para mis pasos y luz en mi sendero” (Sal 118,105). La Palabra de Dios es la que nos hace capaces de mantener viva la llama. Sin ella, la lámpara se apaga; con ella, incluso en medio de la noche más oscura, hay claridad suficiente para caminar.

Por eso, en este Año Jubilar, se nos invita a redescubrir la centralidad de la Palabra: leerla, meditarla, orarla en familia, en grupos parroquiales, en la liturgia. Cuando la comunidad vive en torno a la Palabra, se convierte en casa luminosa que acoge a los que llegan.

4. Orar por los difuntos: lámpara de esperanza

Hoy la intención orante nos invita a recordar a los difuntos. Ellos han caminado antes que nosotros con la lámpara de la fe en sus manos. Ahora confiamos que esa luz se transforme en la claridad plena del cielo.

Rezar por ellos es, al mismo tiempo, un gesto de esperanza para nosotros: nos recuerda que nuestra lámpara debe permanecer encendida hasta el final. Y que, en la comunión de los santos, la luz de Cristo une a vivos y difuntos en una misma fe y una misma esperanza.

5. El compromiso jubilar: ser lámparas para los que llaman a la puerta

El Papa Francisco, cuando convocó este Jubileo con el lema “Peregrinos de la esperanza”, nos llamó a ser comunidades abiertas, luminosas, acogedoras. Muchos hombres y mujeres hoy vuelven a tocar la puerta de la Iglesia: algunos buscando reconciliación, otros, curiosidad, otros, necesidad espiritual profunda.

La pregunta es: ¿qué encuentran cuando entran? ¿Una Iglesia cerrada, fría, en tinieblas? ¿O una comunidad que, aunque imperfecta, brilla con la luz cálida de la fe, de la caridad, de la misericordia? Nuestro compromiso es que toda persona que se acerque pueda experimentar que aquí hay una llama viva, que aquí hay calor humano y divino, que aquí está la luz de Cristo.


Oración final

Señor Jesús,
Tú eres la luz verdadera que ilumina a todo hombre.
Haz que nuestra fe no sea pálida ni vacía,
sino cálida y sincera, capaz de atraer a quienes buscan esperanza.
Que nuestras comunidades sean hogares donde arde tu Palabra,
donde cada hermano encuentre acogida y consuelo.
Te confiamos a nuestros difuntos:
concédeles gozar de tu luz eterna.
Y a nosotros, peregrinos en este Año Jubilar,
danos tu Espíritu para ser lámparas vivas
que guíen a los demás hacia Ti.

Amén.

 

3

 

“Escuchar la Palabra, comprenderla y dejar que dé fruto”

 

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de hoy (Lc 8,16-18) nos advierte: “Tengan cuidado de cómo escuchan. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que cree tener se le quitará”. Estas palabras se complementan con la primera lectura del libro de Esdras (1,1-6) y con el Salmo 125, formando un conjunto que nos ilumina sobre la importancia de la escucha atenta y fecunda de la Palabra de Dios, especialmente en este Año Jubilar en el que somos llamados a ser peregrinos de la esperanza.


1. La primera lectura: Dios suscita instrumentos de liberación

El libro de Esdras nos sitúa en un momento histórico clave: el edicto del rey Ciro de Persia que permite al pueblo de Israel volver del exilio y reconstruir el templo de Jerusalén. Lo sorprendente es que Dios utiliza a un pagano, un rey extranjero, para realizar su plan. El Espíritu Santo mueve el corazón de Ciro para que ordene la repatriación y financie la obra de reconstrucción.

La enseñanza es clara: Dios no está limitado por nuestras categorías humanas. Él puede obrar por caminos insospechados y valerse de quienes menos esperamos. Así lo experimentamos también nosotros: cuántas veces una palabra, un encuentro, incluso una dificultad, se convierte en instrumento de Dios para nuestra conversión.


2. El salmo responsorial: “Grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros”

El Salmo 125 nos pone en sintonía con la alegría del regreso: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar… nuestra boca se llenaba de risas y nuestros labios de canciones”.

Este canto es la expresión de un pueblo que experimenta el paso de la esclavitud a la libertad, de la tristeza al gozo, de las lágrimas a la cosecha abundante. La liturgia nos recuerda que la Palabra escuchada y acogida transforma la historia en fuente de alegría y esperanza.

Y aquí aparece un vínculo directo con el Evangelio: quien “tiene” la Palabra —es decir, quien la atesora en el corazón— descubre en la vida cotidiana signos de liberación, incluso en medio de pruebas. Por eso el salmo añade: “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares”. Es una invitación a la perseverancia: aunque la siembra de la fe sea ardua, la cosecha será abundante.


3. El Evangelio: cuidar cómo escuchamos

Jesús nos recuerda que la verdadera riqueza no consiste en acumular bienes, sino en escuchar y comprender la Palabra. El que se abre de verdad a ella recibe cada vez más luz, más sabiduría, más esperanza. El que no la cultiva pierde hasta lo poco que cree tener: la fe se enfría, la memoria de Dios se diluye, la vida queda a merced de engaños y confusiones.

Escuchar no es un acto pasivo: implica acoger, amar, dejarse transformar. Como enseñaba san Beda, escuchar con la mente lleva a amar, y amar conduce a comprender. Es un dinamismo que solo el Espíritu Santo puede realizar en nosotros.


4. Una luz que debe crecer y multiplicarse

El Señor no quiere discípulos que escondan la lámpara, sino testigos que iluminen. La luz de Cristo no es nuestra propiedad privada; es un don para compartir. Y la mejor manera de compartirla es cultivar una vida enraizada en la Palabra y en la oración:

  • Escuchar con perseverancia la Escritura cada día.
  • Orar con ella en silencio y en comunidad.
  • Testimoniarla en obras concretas de misericordia.
  • Ofrecer esperanza a los que llegan buscando consuelo, como un hogar con la lámpara encendida.

5. Una palabra de esperanza para los difuntos

Hoy nuestra intención orante se dirige a los difuntos. Ellos caminaron con su lámpara encendida, quizás débil y vacilante, pero sostenida por la fe. Rezamos para que la luz de Cristo, que nunca se apaga, los reciba en la plenitud del Reino.

El salmo nos recuerda que las lágrimas se convierten en cantos de victoria. Por eso orar por los difuntos no es solo pedir su descanso, sino también afirmar nuestra fe en que la muerte no tiene la última palabra. La esperanza cristiana es la cosecha de la siembra de la fe.


6. Compromiso jubilar: escuchar para crecer

En este Año Jubilar, el Señor nos invita a crecer en la comprensión de su Palabra. No basta oír superficialmente; necesitamos escuchar con el corazón abierto, para que lo recibido se multiplique. Así nos convertimos en peregrinos de la esperanza, capaces de iluminar a quienes llegan a la comunidad buscando consuelo y sentido.


Oración final

Señor, abre nuestro oído y nuestro corazón
para escuchar con atención tu Palabra viva.
Que tu Espíritu Santo nos conceda comprenderla, amarla y vivirla,
para que crezca en nosotros y se multiplique en frutos de esperanza.
Recibe en tu luz a nuestros difuntos,
y haz que en nuestra comunidad tu lámpara permanezca encendida,
para que todo el que entre vea en nosotros la claridad de tu amor.

Amén.

 


sábado, 20 de septiembre de 2025

21 de septiembre del 2025: vigésimo quinto domingo del tiempo ordinario-ciclo C

 

Una elección que hacer

¡Qué extraña estafa la manera de actuar de este administrador! Está en peligro. Ya no tiene nada que perder y todo por arriesgar.

He aquí una parábola muy sorprendente, tanto más cuanto que Jesús parece elogiar a este truhan.

Cuando Jesús habla en parábolas, pone en escena personajes con los que uno se identifica o, por el contrario, que uno no quiere imitar de ninguna manera. También busca sorprender e incluso provocar reacciones para que la persona avance y se convierta.

Entonces, ¿qué actitud adoptar ante esta parábola?

En realidad, Jesús no alaba la deshonestidad, sino la habilidad de este administrador, que hará del dinero un medio al servicio de un fin.

Jesús denuncia el dinero visto como un ídolo al que se sirve y del que se llega a ser prisionero.

El dinero permite vivir, cuidar de los demás, ayudar, sanar, dar alegría; pero también puede convertirse en el amo de nuestra vida, una especie de dios que hace pensar que todo se compra.

Ahora bien, ni la vida ni la felicidad se compran. Una vez más, el mensaje de la parábola es la urgencia de la conversión, la atención al otro, al pequeño y al pobre. La riqueza de un hombre no se mide por su billetera, sino por su capacidad de amar y de dar la vida. ¡No podemos servir a dos señores!

Hay que elegir: ser libres o prisioneros; decidir quién es nuestro Dios, quién es nuestro Señor. Entonces seremos hijos de la luz. No podemos servir a Dios y al dinero.

¿Qué lugar soy capaz de dar a los pequeños y a los pobres en mi vida y en mi oración?


¿Soy prisionero de mis riquezas?


¿Soy lo bastante libre para denunciar lo que desfigura el rostro de Dios y del hombre, imagen de Dios?

Benoît Gschwind, évêque de Pamiers

 


Primera lectura

Am 8, 4-7

Contra los que “compran al indigente por plata”

Lectura de la profecía de Amós.

ESCUCHEN esto, los que pisotean al pobre
y eliminan a los humildes del país,
diciendo: «¿Cuándo pasará la luna nueva,
para vender el grano,
y el sábado, para abrir los sacos de cereal
—reduciendo el peso y aumentando el precio,
y modificando las balanzas con engaño—
para comprar al indigente por plata
y al pobre por un par de sandalias,
para vender hasta el salvado del grano?».
El Señor lo ha jurado por la Gloria de Jacob:
«No olvidaré jamás ninguna de sus acciones».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 113(112),1-2.4-6.7-8 (R. 9,19a)

R. Alaben al Señor, que alza al pobre.

O bien:

R. Aleluya.

V. Alaben, siervos del Señor,
alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
ahora y por siempre. 
R.

V. El Señor se eleva sobre todos los pueblos,
su gloria sobre los cielos.
¿Quién como el Señor, Dios nuestro,
que habita en las alturas
y se abaja para mirar
al cielo y a la tierra? 
R.

V. Levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para sentarlo con los príncipes,
los príncipes de su pueblo. 
R.

 

Segunda lectura

1 Tim 2, 1-8

Que se hagan oraciones por toda la humanidad a Dios, que quiere que todos los hombres se salven

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

QUERIDO hermano:
Ruego, lo primero de todo, que se hagan súplicas, oraciones, peticiones, acciones de gracias, por toda la humanidad, por los reyes y por todos los constituidos en autoridad, para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, con toda piedad y respeto.
Esto es bueno y agradable a los ojos de Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Pues Dios es uno, y único también el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos; este es un testimonio dado a su debido tiempo y para el que fui constituido heraldo y apóstol —digo la verdad, no miento—, maestro de las naciones en la fe y en la verdad.
Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando unas manos limpias, sin ira ni divisiones.

Palabra de Dios

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre para enriquecerlos con su pobreza. R.

 

Evangelio

Lc 16, 1-13 (forma larga)

No pueden servir a Dios y al dinero

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”.
El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de aceite”.
Él le dijo:
“Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dice:
“Toma tu recibo y escribe ochenta”.
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había
actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Y yo les digo: gánense amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando les falte, los reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fueron fieles en la riqueza injusta, ¿quién les confiará la verdadera? Si no fueron fieles en lo ajeno, ¿lo de ustedes, quién se lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No pueden servir a Dios y al dinero».

Palabra del Señor.



Lc 16,10-13 (forma breve).

No pueden servir a Dios y al dinero

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fueron fieles en la riqueza injusta, ¿quién les confiará la verdadera? Si no fueron fieles en lo ajeno,
¿lo de ustedes, quién se lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No pueden servir a Dios y al dinero».

Palabra del Señor.

 

 

1

Introducción

Hermanos y hermanas en Cristo, paz y gracia del Señor.

Hoy celebramos el XXV Domingo del Tiempo Ordinario en el ciclo C; vivimos también en el contexto del Año Jubilar que la Iglesia ha convocado para renovar nuestra vida, para que cada creyente recobre la propiedad más profunda de su ser, se libere de ataduras y se transforme por la gracia de Dios.

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar seriamente sobre cómo administramos lo que Dios nos ha dado — nuestras riquezas, nuestro tiempo, nuestros talentos — y cómo vivimos la justicia, la misericordia y la fidelidad.


Primera lectura: Amós 8,4-7

El profeta Amós denuncia con gran valentía prácticas injustas: alteración de las balanzas, aumento de precios, explotación del pobre, compra del necesitado con migajas, adulteración de lo que se vende (hasta vender salvado como trigo.

Estas imágenes son duras, pero son espejo de muchas realidades: cuando los pobres son “comodines”, cuando la dignidad humana se reduce a cifra, cuando la justicia económica se olvida. Amós nos llama al despertar de la conciencia: Dios no olvida, Dios juzgará.


Salmo responsorial: Salmo 112

El salmo se convierte en eco y contrapeso: alaba al Señor, que se inclina hacia el humilde, que levanta del polvo al desvalido, que no abandona al pobre.

Este Salmo nos muestra el corazón de Dios: compasión, cercanía. El justo, dice, no se olvida del pobre, sino que actúa: el justo se convierte en instrumento de la alabanza de Dios cuando vive en solidaridad.


Segunda lectura: 1 Timoteo 2,1-8

Pablo exhorta a que se hagan oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos, incluso por los gobernantes, para que podamos vivir vida apacible y digna, entregada a Dios, en verdad.

Esta lectura nos ubica en otra dimensión: nuestra responsabilidad de ciudadano/a del Reino, la necesidad de orar y actuar por la justicia, por la paz, por condiciones dignas para todos, como expresión de nuestra fe.


Evangelio: Lucas 16,1-13

Jesús presenta la parábola del administrador infiel o astuto. Se le acusa de derrochar los bienes de su señor; éste lo llama a dar cuentas, pues lo que gestionaba le pertenece al otro. Jesús usa esta parábola para enseñarnos: si no somos fieles en lo pequeño, ¿cómo esperaremos serlo en lo grande? No podemos servir a Dios y al dinero.

En este relato aparece la expresión de “riqueza injusta” o “dinero tramposo” — es decir, bienes, dinero, poder que pueden corromper, engañar, crear desigualdad, falsas seguridades. Jesús propone usar esos bienes como herramientas para el bien, la justicia, la amistad.


Conexión con el Año Jubilar

El Año Jubilar nos invita a renovar: reconciliarnos con Dios, con los hermanos, con la creación; soltar aquello que oprime, aquello que nos ata — riqueza egoísta, injusticias, indiferencia ante el pobre —, para recobrar la propiedad de nuestra dignidad, de nuestra vocación de hijos de Dios.

En el Jubileo bíblico (véase Levítico, Números, Deuteronomio), cada cincuenta años se liberaba a los siervos, se perdonaban deudas, se retornaba la tierra a sus propietarios originales — señal de que todo viene de Dios y pertenece a Dios; nosotros somos administradores.

Hoy ese espíritu jubilar ilumina las lecturas: Amós condena la explotación, Lucas nos llama a rendir cuentas, Pablo a orar por la dignidad de todos; el Salmo nos recuerda la belleza de la compasión de Dios.


Desarrollo temático: Administración cristiana de lo que Dios nos ha dado

1.    Reconocer que todo me ha sido dado como don
Nada – ni talento, ni tiempo, ni bienes materiales – es producto exclusivo mío. Dios es dador, proveedor. Nuestra vida, oportunidades, habilidades, se nos confían para un propósito: servir, amar, construir Reino.

2.    Ser conscientes de la responsabilidad de rendir cuentas
Al igual que el administrador de la parábola fue llamado a dar cuenta, nosotros también tendremos ese momento. No ante los hombres, sino ante Dios. Así que cabe preguntarnos: ¿cómo estoy usando mis dones? ¿Estoy haciendo justicia? ¿Estoy ayudando al que sufre? ¿Estoy construyendo amistad? ¿Estoy sirviendo al prójimo?

3.    El “dinero tramposo” como prueba de fidelidad
Jesús no sólo advierte del peligro que tiene el dinero de esclavizarnos, sino que propone usarlo bien: compartir, aliviar la miseria, construir puentes de solidaridad. Cuando el administrador usa su posición para asegurar amigos, Jesús lo reconoce como astuto (aunque no como modelo moral completo); lo que se destaca es su previsión: usó lo que tenía para lo que importaba.

En el mundo, muchos ponen toda su energía en amasar riquezas, en la seguridad material, la acumulación; Jesús nos propone invertir en lo eterno: en la justicia, en la misericordia, en la dignidad humana. Esa inversión tiene rendimientos eternos.

4.    Vivir el Jubileo aquí y ahora

o   Perdonar y reconciliar relaciones rotas.

o   Liberarse de lo innecesario (acumulaciones, consumismo, injusticias personales o comunitarias).

o   Compartir: bienes materiales, talentos, tiempo, para quienes más lo necesitan.

o   Orar: pedir al Señor gracia para ver lo que Él ve, para tener corazón misericordioso.


Aplicación concreta

Para nuestra comunidad parroquial, algunas líneas de acción podrían ser:

  • Identificar a los necesitados en nuestra comunidad: personas solas, familias pobres, quienes sufren injusticias económicas; ¿cómo podemos acompañarles concretamente?
  • Promover espacios de corresponsabilidad: proyectos donde los talentos se pongan al servicio de otros (educación, cuidado, solidaridad).
  • Reflexionar individualmente: ¿qué hago con mi dinero, mi tiempo? ¿Lo ofrezco para compartir, para embellecer el Reino de Dios?
  • Vivir la conversión personal: examinar las ataduras que me impiden liberar al otro, liberar a mí mismo; reconocer el dinero, la comodidad, el egoísmo, como posibles ídolos.

Conclusión y llamada al compromiso

Hermanos y hermanas, el Señor no nos advierte para condenarnos, sino para despertarnos. En el Año Jubilar, Dios nos quiere restaurar: que vivamos como verdaderos hijos e hijas, que lo que poseemos no nos posea; que nuestras riquezas interior y exterior sean cauces de gracia, de justicia y de amor.

Hoy Jesús nos invita: “Sé fiel en lo poco para que te confíe lo mucho”, “No podéis servir a dos señores”. Que podamos elegir siempre servir a Dios, sirviendo al prójimo, actuando con justicia, compartiendo lo que somos y lo que tenemos.

Pidámosle al Señor la gracia de la autenticidad cristiana: amar con generosidad, administrar con responsabilidad, vivir con sencillez, para que cuando llegue la hora de rendir cuentas, no tengamos vergüenza, sino alegría al presentar ante Él lo que con amor hemos construido.


Oración final

Señor Dios nuestro, en este Año Jubilar te damos gracias por los dones recibidos: la vida, la fe, las habilidades, los bienes.

Te pedimos sabiduría para ser buenos administradores: que usemos lo que nos has dado no para aislarnos, sino para unirnos, no para acumular solo para nosotros, sino para compartir.

Que tu justicia se extienda sobre nosotros; que tu misericordia nos impulse a reparar lo que está roto; que tu luz ilumine las sombras de nuestras conciencias.

Que seamos instrumentos de paz, de fraternidad, de dignidad humana.

Señor, haz de mi corazón un corazón jubileño: siempre abierto, siempre grato, siempre dispuesto a amar.

Amén.

 

2

 

Introducción

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy, durante este fin de semana dedicado al amor y la amistad en Colombia, celebramos también el Domingo XXV del Tiempo Ordinario, bajo el ciclo C, y dentro del marco del Año Jubilar. Dios nos regala este momento para revisar nuestros corazones: no sólo lo que decimos, sino cómo vivimos lo que poseemos —el dinero, los talentos, nuestro tiempo— y cómo estos bienes se reflejan en nuestras relaciones, en el amor y la amistad.

Escuchamos hoy lecturas que denuncian la injusticia económica, alaban la misericordia divina hacia los humildes, nos llaman a la oración por todos, y nos confrontan con la posibilidad de servir sólo a un Señor: ¿seremos esclavos del dinero o verdaderos amigos, verdaderos servidores del amor?


I. Las lecturas del día: una mirada comprensiva

1.    Amós 8,4-7 nos revela prácticas intolerables: el despojo del pobre, el engaño en las balanzas, la explotación, comprar al necesitado por migajas, vender lo malo como si fuese bueno. Dios no olvida esas cosas, y llama a la conversión.

2.    El Salmo 112 proclama que Dios levanta al pobre, lo saca del polvo, lo sienta entre los príncipes de su pueblo. Es una imagen poderosa: lo que el mundo desecha, Dios lo ennoblece.

3.    En 1 Timoteo 2,1-8, Pablo insiste en que oremos por todos, incluso por quienes ejercen autoridad, para vivir vidas tranquilas y dignas. Dios quiere la salvación de todos, porque Cristo se dio por todos.

4.    El Evangelio de Lucas 16,1-13 presenta la parábola del administrador infiel. Jesús nos cuestiona con una historia difícil: un hombre que actúa con astucia para asegurar su futuro cuando su señor lo despide. Jesús pone de relieve dos cosas: la fidelidad incluso en lo pequeño, y que no podemos servir a Dios y al dinero al mismo tiempo.


II. Reflexión

Ante esta parábola contada hoy Jesús en el evangelio hay una elección que hacer: ¿a quién servimos? Se nos presenta un administrador que, aunque está en peligro, aún puede escoger. Se nos dice que Jesús no alaba la deshonestidad, sino la astucia – es decir, la capacidad de usar los recursos como medios para algo mayor que uno mismo.

El dinero puede servirnos para bien: para vivir, cuidar de otros, compartir, hacer alegría, amor, amistad. Pero también puede convertirse en un amo cruel, un dios falso que promete seguridad, prestigio o bienestar, pero que termina aprisionando el corazón.

Hoy, en este fin de semana del amor y la amistad, la parábola nos invita a reflexionar: ¿qué lugar damos a los “pequeños”, a los necesitados, al hermano herido? ¿Somos libres para amar, para dar sin esperar, para elegir al otro, pues la amistad cristiana exige renuncia, escucha, servicio?


III. Aplicaciones concretas en el Año Jubilar y en nuestra vida cristiana

En el contexto del Jubileo, Dios nos llama a renovarnos, a liberarnos de lo que oprime y a vivir con mayor entrega, compasión y fraternidad.

1.    Elegir a nuestro Señor

Cada día, en decisiones pequeñas —¿usted a quién sirve cuando decide gastar, cuando decide dedicar su tiempo, cuando decide con quién relacionarse? — se revela a quién hemos elegido como Señor: al dinero, al egoísmo, al prestigio… ¿O a Dios y al hermano?

2.    Ser amigos del pobre, de quien sufre


En una cultura que celebra bajo los lemas “amor” y “amistad”, hacer amistad auténtica incluye solidaridad: estar disponibles, compartir tiempo, atender al herido, acompañar al que sufre, no usar la amistad como mercancía, sino como entrega.

3.    Fidelidad en lo pequeño

Jesús nos advierte: si no somos fieles en lo poco, ¿cómo nos confiará lo grande? Ser fiel significa honestidad cotidiana, integridad en lo financiero, en las palabras, en los compromisos familiares, comunitarios. Significa cumplir con lo justo, no engañar, no manipular.

4.    Libertad para denunciar lo que desfigura

Cuando vemos injusticias —económicas, sociales, morales— Jesús nos invita a no permanecer indiferentes. En la fidelidad a Dios, hay también profetismo: decir la verdad, acompañar al débil, denunciar los sistemas que aplastan. En el Año Jubilar, ese denunciar debe hacerse siempre con misericordia, con ánimo de restaurar, reconstruir.


IV. Amor, amistad y riqueza verdadera

Celebramos el amor y la amistad, preciosos dones de Dios. Y Dios nos revela que la amistad más profunda no se compra, no se mide en regalos, no se mide en estatus, sino en entrega, fidelidad, servicio.

  • Un amigo es quien comparte, aun cuando no tenga mucho.
  • Un amigo es el que da su tiempo, su escucha, su apoyo, su lealtad.
  • Un amigo es quien sufre con el otro, se alegra con el otro.

Si nuestras amistades se basan en lo material, en lo que puedo dar o recibir, corren el riesgo de ser frágiles, utilitarias. Pero si nos basamos en la compasión, en la solidaridad, en la donación generosa, entonces construimos relaciones capaces de resistir pruebas, de ser luz en medio de la oscuridad.


V. Invitación decisiva: elección de vida

Hoy, ante Dios, les propongo:

  • Elijan servir a Dios sobre todas las cosas. Que el dinero, los talentos, el tiempo sean medios para amar, no ídolos que domestican el alma.
  • Elijan la amistad generosa: con los pobres, con los necesitados, con quienes sufren.
  • Permitan que el Jubileo transforme sus gestos: que haya perdón, reconciliación, restitución, solidaridad tangible.

Conclusión

Hermanos y hermanas, vivimos un momento precioso. En este fin de semana del amor y la amistad, Dios nos invita a purificar nuestros afectos: que no estemos enamorados del dinero, del poder, del prestigio… sino del humilde Dios hecho pobre, del Dios que nos llama a amar hasta dar la vida.

Que este Año Jubilar sea para nosotros un tiempo de renovación de la amistad con Dios, de fidelidad con los dones que Él nos ha dado, de generosidad para con nuestros hermanos. Que al final de la vida podamos escuchar: “Bien, buen siervo, entrégate a lo que es verdadero, entra en la alegría de tu Señor”.


Oración final

Señor Jesús, Tú que elegiste ser amigo de los pobres, que te hiciste pobre por nosotros, que enseñaste que no podemos servir a dos amos, te pedimos:

Danos corazón libre para servirte solo a Ti.
Convierte nuestros bienes en medios de solidaridad, nuestras amistades en testimonios de tu amor.
Haz que este Año Jubilar sea para nosotros año de elección, de conversión, de reconciliación, de compartir.

Que el amor y la amistad verdadera florezcan en nuestras vidas como señales de tu Reino.

Amén.

 

 

3

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, que la paz y la gracia del Señor estén con todos vosotros.

Hoy la Palabra de Dios nos sacude, nos hace mirar dónde ponemos nuestro afecto, nuestra energía, nuestras prioridades. En este Año Jubilar, Dios nos regala la ocasión de renovar nuestro compromiso, de reenfocar la vida hacia lo verdaderamente importante.

El evangelio de este domingo nos habla de prudencia sobrenatural, de cómo los “hijos de luz” debemos aprender a usar nuestras facultades —el tiempo, los talentos, los bienes, la inteligencia— con sabiduría, no simplemente movidos por lo pasajero, lo beneficio inmediato o las miradas de los hombres, sino por la voluntad de Dios. Esa prudencia nos invita a ordenar nuestra existencia de tal modo que todo realce el amor, la justicia, la verdad, la misericordia.

Hoy contemplaremos cómo Amós, como Salmo 112 y Pablo en la carta a Timoteo, nos invitan a esa misma conversión, esa misma prudencia espiritual, y veremos cómo podemos aplicarla en este momento de gracia jubilar.


I. Lectura de Amós 8,4-7: la denuncia de la injusticia económica

El profeta Amós denuncia prácticas que ultrajan a los más débiles: sobreprecios, medidas falsas, explotación de los pobres, venta de productos de mala calidad, abuso de la necesidad del otro como oportunidad de lucro.

Estas cosas no son solo errores técnicos, sino signos de un corazón endurecido. Personas que dicen adorar a Dios, que cumplen con los cultos, que incluso están atentas al calendario religioso, pero cuyas acciones cotidianas hieren al otro, pisotean la justicia, manipulan la verdad, buscan su beneficio sin importarle la dignidad humana. Amós no calla: Dios ve, recuerda y exige rectitud.

En el contexto del Año Jubilar, esta lectura nos llama a ese examen: ¿Dónde en nuestra vida, en nuestra comunidad, estamos permitiendo que la codicia, el egoísmo, la indiferencia hacia los pobres se cuelen silenciosamente? ¿Dónde hemos dejado que nuestro trato con los demás o con los bienes sea injusto, aún sin darnos cuenta?


II. Salmo 112: bendición de los que temen al Señor

El Salmo le canta la belleza de quien “teme al Señor”, de quien vive con reverencia, honra sus mandamientos, confía sin vacilar. Habla de una justicia que no se vende, de generosidad, de compasión, de integridad que resplandece incluso en la adversidad

No es promesa de una vida sin problemas, sino de una fidelidad que lleva a experimentarla presencia de Dios, aun en medio de la oscuridad. Quien teme al Señor no vive dominado por el miedo, por la ansiedad de perderlo todo, sino con la seguridad de que Dios es justo, que Él se inclina hacia el necesitado, lo sostiene y lo levanta. Esa confianza da valor para elegir el bien, aún cuando lo justo no convenga, aún cuando exigir justicia imponga riesgos personales.


III. Segunda lectura: 1 Timoteo 2,1-8: oración y universalidad de la salvación

Pablo exhorta a que se hagan oraciones, súplicas, intercesiones y acciones de gracias por todos, incluso por los gobernantes, para que vivamos una vida apacible, digna, piadosa.

La comunidad cristiana no puede encerrarse en intereses particulares o personales. Tiene una dimensión universal: la salvación, la dignidad, la justicia para todos. Oramos no sólo por los que amamos, no sólo por los que comparten nuestras ideas, sino también por quienes no conocemos, por quienes sufren, por quienes necesitan reparación. Esa oración forma parte de la prudencia sobrenatural: reconocer que todo lo que hacemos tiene impacto más allá de nuestro círculo, que somos interdependientes, que la justicia y la paz no son bienes parciales sino bienes comunes.


IV. Lectura evangélica y el comentario sobre la “prudencia sobrenatural”

En la parábola del administrador deshonesto (Evangelio de Lucas 16,1-13) Jesús elogia no la deshonestidad, sino la astucia, la habilidad para mover recursos, anticiparse, usar lo que se tiene para lo que realmente importa.

Los “hijos de este mundo” —los que buscan riqueza, poder, comodidad— muchas veces son más diligentes en usar su ingenio, su tiempo, su energía para objetivos materiales que los “hijos de la luz” para cosas espirituales: oración, caridad, amistad, justicia, amor. El reto es grande: aprender a usar esa inteligencia, esa energía, pero alineada con el Reino de Dios.


V. Integración: prudencia natural y sobrenatural al servicio del Jubileo

¿Qué significa vivir esta prudencia cristiana, especialmente en este Año Jubilar?

  • Reordenar prioridades: ver qué cosas ocupan mi tiempo, mi esfuerzo, mi preocupación. ¿Qué está primero en mi lista de proyectos, de sueños, de preocupaciones? ¿Dios, el servicio, la justicia, la amistad, la misericordia están al tope? ¿O lo material, lo inmediato, lo cómodo?
  • Vivir justicia concreta: como Amós, denunciar y reparar lo que sea injusto: prácticas de explotación, oportunismo económico, desigualdades abusivas. Ser agentes de justicia en lo ordinario: en el comercio, en el trabajo, en nuestras relaciones.
  • Oración auténtica: no como rutina, sino intercesión real por todos —por los que mandan, por los que sufren, por los invisibles—. Pedir que Dios nos dé “prudencia sobrenatural” para discernir su voluntad, para actuar con sabiduría, para priorizar lo eterno sobre lo efímero.
  • Generosidad y cercanía: uso de bienes, talentos, tiempo no para agrandar mi vida solamente, sino para compartir con los que lo necesitan. Construir amistades verdaderas, ser presencia de luz, servicio, consuelo. Porque la riqueza de la vida no se mide en lo que poseo, sino en lo que doy.
  • Conversión continua: pedir al Señor un corazón que se convierta, que no se conforme, que no se deje anestesiar por la comodidad, por la riqueza, por la indiferencia. Aprovechar este Año Jubilar como tiempo de gracia para cambiar lo que deba cambiar, para liberar lo que esclaviza, para amar más profundamente.

VI. Aplicaciones concretas para nuestra comunidad

  • Que en nuestra parroquia, en nuestros grupos, haya espacios de reflexión: “¿En qué uso mi tiempo y mis recursos?”. Que podamos compartir testimonios de conversión concreta, de personas que han decidido reordenar su vida.
  • Que fomentemos proyectos sociales: ayuda al necesitado, acompañamiento, compartir lo que tenemos, no solo con dinero, sino con tiempo, escucha, amistad.
  • Que nuestra oración comunitaria incluya intercesión por justicia, por quienes padecen las desigualdades económicas, por líderes locales para que gobiernen con equidad y compasión.
  • Que los jóvenes, las familias, los mayores se animen a vivir el servicio no como algo agotador, sino como llamado gozoso, como parte de la vocación de hijos de Dios, beneficiados del Jubileo.

VII. Conclusión

Amados hermanos y hermanas: “prudencia sobrenatural” no es un lujo ni una virtud opcional: es imprescindible si queremos ser de los hijos de luz, si queremos que nuestra vida tenga sentido eterno, si queremos que este año jubilar marque de verdad un antes y un después en nuestra espiritualidad.

Dios nos llama hoy a elegir: ¿servir al dinero, al ego, a nuestra comodidad? ¿O servirle a Él, amar al hermano, vivir con justicia, generosidad, oración, amistad? Que el temor santo del Señor, la reverencia por su voluntad, la justicia para con los pobres, la oración por todos, y la amistad entregada sean los signos con los que Él nos reconozca como sus hijos e hijas.

Pidamos al Señor:

Señor sabiduría y prudencia divina,
que mi vida, mis deseos, mis proyectos, estén alineados con tu voluntad,
que use el tiempo, los talentos, los bienes para amarte, servirte, glorificarte, y amar a mi hermano.
En este Año Jubilar, haz de mí un discípulo de luz.

Amén.

 

 

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