sábado, 26 de julio de 2025

27 de julio del 2025: decimoséptimo domingo del tiempo ordinario-Ciclo C

 

De la negociación a la oración

¿Cómo no admirar este sorprendente diálogo entre Abraham y el Señor? Para saborear su riqueza, conviene fijarse en los versículos precedentes: ellos precisan que la iniciativa viene del mismo Señor: “¿Voy a ocultarle a Abraham lo que voy a hacer?” Dios quiere comunicarle su proyecto al patriarca con quien ha sellado una alianza. Esta alianza compromete al patriarca y a su descendencia a practicar la justicia y el derecho. ¿Acaso no acaban Abraham y Sara de enterarse de que la promesa del nacimiento de un hijo ya les ha sido concedida? Sí, el Señor es dueño de lo imposible.

Así, con audacia, Abraham se atreve a sondear respetuosamente a su Señor, quien se deja conmover por su interpelación hasta el punto de modificar su proyecto. De intercesión en intercesión, Abraham aprende que el Señor escucha su oración. Mientras disminuye el número de justos esperados para que Dios perdone a la ciudad, la fe de Abraham crece. Él es precisamente aquel del que San Pablo dirá que “por haber tenido fe en Dios, le fue contado como justicia”.

La sabiduría de Abraham al no descender por debajo de diez justos puede, sin duda, entenderse como un acto de fe y de respeto hacia Dios. La justeza de su petición reside quizá en mantener una distancia adecuada con su Señor, sin pretender ocupar su lugar.

¿Cómo pedir con el fervor de Abraham la misericordia del Señor, sin intentar imponerle la manera en que Él ha de concederla?

 

¿Tengo yo la audacia de hablar con el Señor como “un amigo habla con su amigo”, de interceder con insistencia y respeto?


¿Qué lugar ocupan la súplica y la intercesión por el mundo en mi oración?

Anne Da, xavière




Primera lectura

Gn 18,20-32

No se enfade mi Señor si sigo hablando

Lectura del libro del Génesis.

EN aquellos días, el Señor dijo:
«El clamor contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave: voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la queja llegada a mí; y si no, lo sabré».
Los hombres se volvieron de allí y se dirigieron a Sodoma, mientras Abrahán seguía en pie ante el Señor.
Abrahán se acercó y le dijo:
«¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás el lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa!, matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable; ¡lejos de ti! El juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?».
El Señor contestó:
«Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos».
Abrahán respondió:
«¡Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Y si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?».
Respondió el Señor: «No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco».
Abrahán insistió:
«Quizá no se encuentren más que cuarenta».
Él dijo:
«En atención a los cuarenta, no lo haré».
Abrahán siguió hablando:
«Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?».
Él contestó:
«No lo haré, si encuentro allí treinta».
Insistió Abrahán:
«Ya que me he atrevido a hablar a mi Señor, ¿y si se encuentran allí veinte?».
Respondió el Señor:
«En atención a los veinte, no la destruiré».
Abrahán continuó:
«Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más: ¿Y si se encuentran diez?».
Contestó el Señor:
«En atención a los diez, no la destruiré».


Palabra de Dios.



Salmo



Sal 138(137),1-2a.2bc y 3. 6-7.8 (R.cf. 17,6a)

R. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.

V. Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario.  R.

V.  Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.  R.

V.  El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Cuando camino entre peligros, me conservas la vida;
extiendes tu mano contra la ira de mi enemigo.  R.

V.  Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R.



Segunda lectura

Col 2,12-14

Los vivificó con él, perdonándoles todos los pecados

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.

HERMANOS:
Por el bautismo ustedes fueron sepultados con Cristo y han resucitado con él, por la fe en la fuerza de Dios que lo resucitó de los muertos.
Y a ustedes, que estaban muertos por sus pecados y la incircuncisión de su carne, los vivificó con él.
Canceló la nota de cargo que nos condenaba con sus cláusulas contrarias a nosotros; la quitó de en medio, clavándola en la cruz.


Palabra de Dios


Aclamación



R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Han recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡“Abba”, Padre!». R.


Evangelio

Lc 11,1-13

Pidan y se les dará

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

UNA vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oren, digan: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Y les dijo:
«Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; les digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo les digo a ustedes: pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre ustedes, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, pues, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».

Palabra del Señor.

 


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De la negociación a la oración: orar como quien confía y espera


1. Un Dios que se deja interpelar

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la Palabra nos conduce por el sendero de la oración viva y audaz, una oración que brota del corazón de los justos, de quienes han aprendido a caminar con Dios. En el marco de este Año Jubilar, donde redescubrimos la esperanza como camino y la misericordia como horizonte, se nos invita a volver a la escuela de Abraham… a su intimidad con Dios… a su capacidad de interceder sin arrogancia, pero también sin miedo.

La escena del libro del Génesis nos impacta: Abraham "negocia" con Dios. Pero no se trata de un simple regateo, como si Dios fuera un juez severo y Abraham un astuto abogado. No, esta “negociación” es en realidad una forma respetuosa, profunda y audaz de orar. El patriarca habla a Dios como quien habla a un amigo, y lo hace con una mezcla de reverencia y confianza. No duda del poder de Dios, pero se atreve a acercarse, a preguntar, a esperar misericordia.

¿De dónde nace esa audacia? De la experiencia: Abraham ha visto actuar a Dios. Ha recibido la promesa de un hijo. Ha aprendido que para Dios nada es imposible. Su fe se ha fortalecido en el camino, y eso le permite ahora interceder. No para manipular a Dios, sino para acercarse humildemente a su corazón.


2. Una oración que respeta y confía

Abraham no se arroga el derecho de cambiar los planes de Dios. No pretende tomar su lugar. Su fe le permite pedir con insistencia, sí, pero también le da la sabiduría de detenerse en diez. ¿Por qué no sigue hasta uno? Porque sabe que la misericordia de Dios no necesita ser forzada, y que Él sabrá qué hacer.

¿Oramos nosotros así?
¿Nos atrevemos a hablar con Dios “como un amigo habla con su amigo”?
¿Confiamos lo suficiente como para pedirle, pero también para aceptar su voluntad?


3. Jesús, el Maestro que enseña a orar con confianza filial

El Evangelio de hoy (Lc 11,1-13) nos pone en la segunda gran escuela de oración: la de Jesús. Los discípulos le piden: “Señor, enséñanos a orar”. Es una petición profundamente humana, espiritual, existencial. No quieren fórmulas vacías. Quieren aprender el estilo de Jesús, ese que combina silencio y acción, comunión y misión, intimidad con el Padre y ternura hacia los hermanos.

Jesús responde con el Padrenuestro, oración jubilar por excelencia, donde se entrelazan el Reino, el pan, el perdón y la protección. Pero luego Jesús cuenta una parábola: el amigo inoportuno, que insiste hasta que la puerta se abre. Y finalmente, una promesa: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá…”

¿No está aquí resumida toda la pedagogía de la esperanza?
La oración no es solo palabra, es perseverancia, es comunión, es apertura.


4. La intercesión: oración del corazón misionero

Queridos hermanos, el Año Jubilar nos invita a recuperar la dimensión intercesora de la fe. Como Abraham, como Jesús, como María, estamos llamados a ponernos entre Dios y el mundo, no como jueces, sino como hermanos. Este mundo herido necesita de nuestra oración insistente. La Iglesia de hoy —especialmente en territorios de frontera, como el nuestro en el Vicariato de San Andrés y Providencia— necesita hombres y mujeres de oración, que se arrodillen por los demás, que presenten al Padre las necesidades del mundo con respeto, sin exigencias, pero con profunda confianza.

La intercesión no es una opción piadosa: es parte esencial de la misión. Como bien decía Santa Teresita, “en el corazón de la Iglesia, yo seré el amor”. Orar es amar. Orar por el mundo es ofrecerle la esperanza que viene de Dios.


5. Aplicaciones para este tiempo jubilar

·        ¿Dónde está la intercesión en nuestras comunidades? ¿Oramos por los que nos hieren, por los que están lejos de Dios, por los que no oran? ¿O nos hemos convertido en jueces?

·        ¿Cómo oramos por Colombia, por los líderes, por la reconciliación nacional? En lugar de quejarnos o maldecir, ¿por qué no elevar nuestras súplicas como Abraham?

·        ¿Tenemos espacios comunitarios de oración perseverante? ¿Animamos el rezo del Rosario, la adoración eucarística, las Horas Santas, las vigilias, como faros de esperanza en nuestros barrios?

·        En este Año Jubilar, redescubramos que la oración no es magia ni monólogo, sino diálogo amoroso, humilde, perseverante.


6. Conclusión: de la negociación a la adoración

Pasar de la negociación a la oración es pasar del control a la confianza. Es aceptar que Dios nos escucha, aunque no siempre responda como queremos. Es reconocer que su misericordia es más grande que nuestra lógica, más sabia que nuestros cálculos.

María, la Madre del silencio y la escucha, nos enseña también esta confianza. Ella no discutió con el ángel. No negoció. Solo dijo: “Hágase en mí según tu palabra.” En ella, la oración se hizo carne, esperanza y salvación.


🙏 Oración final:

Señor, enséñanos a orar como Abraham,
con respeto y audacia,
con fe y perseverancia.
Haznos amigos tuyos,
confidentes tuyos,
intercesores por los que no oran.
Haz de tu Iglesia una casa de súplica y consuelo.
Que en este Año Jubilar,
crezca en nosotros el deseo de buscarte,
y de confiar plenamente en tu misericordia.
Amén.

 

2

Una escuela de oración para un mundo necesitado de esperanza


1. Una escuela de oración

Queridos hermanos y hermanas:

Las lecturas de este domingo nos abren las puertas a una verdadera escuela de oración, donde aprendemos a hablar con Dios desde la fe, la confianza y la intercesión.

El primer maestro que se nos presenta es Abraham, nuestro padre en la fe. Lo vemos hoy entablando con Dios un diálogo que, a primera vista, parece una especie de regateo en un mercado oriental: comienza pidiendo por cincuenta justos, y termina suplicando por tan solo diez. Pero más que una negociación, estamos ante una oración profunda y valiente. Abraham intercede con respeto, sí, pero también con audacia. Cree firmemente que el bien que hay en el corazón humano tiene más peso que la maldad. Él está convencido de que los justos pueden salvar la ciudad entera.

¡Qué lección para nosotros! Frente a un mundo golpeado por la injusticia, la violencia y la corrupción —como lo retratan a diario las noticias y redes sociales—, podemos caer fácilmente en la desesperanza o en la crítica constante. Pero Abraham nos enseña otra mirada: la del intercesor que busca el bien escondido en medio del caos, que confía en la misericordia de Dios más que en la lógica del castigo.


2. Interceder como Abraham: mirar el mundo con fe

Sodoma representa el extremo de la perversión y el pecado. Pero incluso allí, Abraham se atreve a creer que el bien aún puede subsistir. Hoy también nosotros estamos rodeados de signos que alarman: guerras, pobreza, corrupción, crisis de fe… Pero como cristianos, no estamos llamados a lamentarnos pasivamente, sino a interceder activamente, con esperanza.

Abraham no ora solo por él y los suyos; ora por los demás, incluso por quienes no lo merecen. Así debe ser también nuestra oración: solidaria, abierta, perseverante, una oración que nos hace salir de nuestro propio ombligo para abrazar el dolor del mundo. Porque quien ama verdaderamente, ora. Y quien ora por los demás, ama de verdad.


3. Jesús, el Maestro de la oración confiada

En el Evangelio de hoy, Jesús, el Hijo amado, nos revela el corazón mismo de su oración. Los discípulos no le piden un milagro ni un sermón, sino algo más profundo: “Señor, enséñanos a orar.” Jesús no responde con una teoría, sino con el don del Padrenuestro, una oración que es al mismo tiempo adoración, súplica, perdón y entrega.

En ella aprendemos a dirigirnos a Dios como a un Padre lleno de ternura, no como a un juez lejano. Las primeras peticiones nos invitan a poner el Reino, la voluntad de Dios y su gloria en el centro de nuestra vida: “Santificado sea tu Nombre...” ¿Dónde debe brillar esa santidad? En nuestro testimonio, en nuestra manera de vivir, en nuestra familia, en nuestra comunidad.

La segunda parte del Padrenuestro se centra en nuestras necesidades humanas: el pan de cada día, el perdón, la protección en la prueba. Aquí se nos enseña a pedir con confianza, pero sin codicia. “Danos hoy nuestro pan de este día…”: una expresión que no pide abundancia, sino lo suficiente. Como bien lo recordaba San Cipriano, este pan es también la Eucaristía, el Pan del Cielo que nutre nuestro espíritu, y que todo cristiano debería desear recibir con frecuencia y con fe ardiente.


4. El justo que salva: Cristo, nuestra esperanza

Si Abraham detuvo su oración en diez justos, Dios fue más allá, y nos entregó a su Hijo. Como lo afirma San Pablo en la segunda lectura, Cristo es el justo por excelencia, y gracias a Él la humanidad ha sido reconciliada. En su cruz, el pecado fue clavado. En su resurrección, nuestra vida fue elevada. En Él, cada uno de nosotros puede encontrar la fuerza para perseverar y la gracia para interceder.

Él es el único justo capaz de cargar con todos los pecados del mundo sin dejar de amar. Y es precisamente a través de su Espíritu que nuestras oraciones cobran fuerza y eficacia.


5. La oración: fuente de esperanza y fecundidad

Muchos piensan que orar es inútil, que es pasividad. Pero Jesús nos enseña lo contrario: la oración es la fuente de toda fecundidad. Sin ella, no hay misión, ni Iglesia viva, ni esperanza que resista.

En este Año Jubilar, donde nos reconocemos como “Peregrinos de la Esperanza”, se nos invita a redescubrir la oración como la fuente que renueva, fortalece y transforma. Especialmente hoy, queremos rendir homenaje a todos aquellos orantes silenciosos —ancianos, enfermos, contemplativos— que desde el retiro o la enfermedad sostienen al mundo con su plegaria. Como suele decirse: “Mientras una abuela pueda orar, este mundo no está perdido.”


6. Conclusión: Señor, enséñanos a orar

Queridos hermanos, no hay conversión sin oración, no hay vocaciones sin oración, no hay paz sin oración. ¡Pidamos con humildad ser hombres y mujeres orantes! Que no nos falte nunca ese momento del día donde nos ponemos en presencia del Padre, donde intercedemos por el mundo, donde escuchamos la voz de Dios y donde, como Abraham, nos atrevemos a hablarle “como un amigo habla a su amigo”.

Que María, mujer orante y maestra de contemplación, nos enseñe a orar con humildad, a confiar como ella confió, a acoger la Palabra en nuestro corazón y a decir con fe: “Hágase en mí según tu Palabra.”


🙌 Oración final:

Señor Jesús, Maestro de la oración,
enséñanos a orar con el corazón de los sencillos,
con la fe de Abraham,
con la perseverancia del amigo que no se cansa de llamar,
con la confianza del hijo que sabe que es amado.
Haz de nosotros intercesores del mundo,
peregrinos de esperanza,
discípulos que oran, aman y sirven.
Amén.

 

3

¡No te canses de orar! La fe perseverante toca el corazón de Dios

 

1. Introducción: Una escuela de oración valiente

Queridos hermanos y hermanas:

Las lecturas de este domingo forman una verdadera escuela de oración, y en el marco de este Año Jubilar de la Esperanza, somos invitados a aprender qué orar y cómo orar.

Dios no es un juez inalcanzable, ni un funcionario frío del cielo. Hoy lo vemos como un Padre que escucha, un amigo que responde, un corazón abierto al clamor de los suyos. A través de la figura de Abraham, el Padrenuestro enseñado por Jesús y la invitación a la perseverancia en la oración, la liturgia nos anima a hablar con Dios con confianza, persistencia y fe.


2. Abraham: el intercesor audaz que enseña a confiar

En la primera lectura (Gén 18,20-32), contemplamos una escena entrañable: Abraham “negocia” con Dios para salvar a Sodoma. Pero más que una transacción, lo que vemos es una oración valiente, compasiva, insistente. Abraham no intercede desde la indiferencia, sino desde la amistad con Dios. Es consciente de su pequeñez —“soy polvo y ceniza”— pero no se calla ante la amenaza del castigo. Intercede porque cree en un Dios justo y misericordioso.

Y aunque al final no encuentra ni diez justos, su oración no fue en vano: Dios no lo reprende, sino que lo escucha, lo acompaña y lo forma.

📍Anécdota #1: “Nunca te rindas”
Se cuenta que Abraham Lincoln, antes de ser presidente, fracasó en múltiples elecciones. Lo intentó once veces y fue derrotado ocho. Pero perseveró. En 1860, fue finalmente elegido presidente de los Estados Unidos. Años después, Winston Churchill fue invitado a dar un discurso de graduación en Oxford. Subió al estrado y dijo solamente tres palabras: “¡Nunca te rindas!”
Así también es la oración:
insistencia humilde que no se rinde, aunque parezca que Dios guarda silencio.


3. Jesús, maestro del Padrenuestro

En el Evangelio (Lc 11,1-13), los discípulos no piden milagros ni éxito, sino algo más profundo: “Señor, enséñanos a orar.” Y Jesús les enseña el Padrenuestro, una oración sencilla pero radical, un mapa espiritual que nos muestra el corazón del Hijo y el rostro del Padre.

Esta oración nos enseña a:

·        Llamar a Dios “Padre” con ternura filial.

·        Buscar primero su Reino y su voluntad.

·        Pedir el pan de cada día, el perdón y la fuerza para no caer.

Cada palabra del Padrenuestro es una semilla de esperanza y compromiso. Nos recuerda que la oración cristiana es relacional, confiada y transformadora.

📍Anécdota #2: “Querido Dios… si quieres volver a ver a tu madre…”
Un niño quería una hermanita. Escribió una carta a Dios: “Querido Dios, he sido muy bueno…” pero se detuvo, dudando. Hizo otro intento: “He sido bueno la mayor parte del tiempo…” También lo rompió. Luego envolvió cuidadosamente la imagen de la Virgen de su madre en una toalla y escribió: “Querido Dios, si alguna vez quieres volver a ver a tu madre…”
Parece manipulación infantil, pero en realidad, es
una expresión ingenua de fe audaz. ¡Así quiere Dios que le hablemos! Con verdad, con corazón, con confianza.


4. La perseverancia que transforma

Jesús continúa su enseñanza con una parábola: un hombre recibe visitas tarde en la noche y, sin pan, va a golpear la puerta del vecino. Al principio no le abren, pero por su insistencia, termina recibiendo lo que necesita.

Así nos dice Jesús: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.” No porque Dios sea renuente, sino porque quiere educarnos en la perseverancia y en el deseo auténtico.

📍Anécdota #3: “¡Ponle el freno de mano!”
Un sacerdote en Irlanda dejó su perro dentro del auto estacionado en una pendiente. Cerró la puerta y gritó: “¡Quieto!” Un anciano lo observaba con sorna y le dijo: “¿Por qué mejor no pone el freno de mano?”
A veces, quienes no creen ven la oración como eso:
una orden inútil lanzada al aire. Pero para los que tenemos fe, la oración no es ilusión: es la fuerza más poderosa de la tierra, porque abre el corazón de Dios.


5. El Padrenuestro: resumen de todo el Evangelio

Decía San Agustín que el Padrenuestro es “el resumen de todo el Evangelio”. En él, ofrecemos a Dios nuestro presente (el pan de cada día), nuestro pasado (el perdón de nuestras ofensas) y nuestro futuro (líbranos del mal). Es la oración que nos une al Padre, al Hijo y al Espíritu.

San Juan María Vianney aconsejaba a los esposos cristianos: “Tres minutos para alabar a Dios, tres minutos para pedir perdón y necesidades, tres minutos para leer la Palabra en silencio… cada día.” Una vida de oración sencilla y constante, vivida en familia, fortalece el amor, protege la fidelidad, abre caminos de reconciliación y esperanza.


6. Vida práctica y mensaje jubilar

En este Año Santo, la Iglesia nos recuerda que la oración es la fuente de la esperanza, y que interceder no es un lujo espiritual, sino una urgencia pastoral.

¿Qué podemos hacer?

·        Orar en familia, no solo por rutina, sino con sentido, con la Palabra en el centro.

·        Pedir con valentía, pero aceptar con humildad la voluntad del Padre.

·        Ser intercesores como Abraham, perseverantes como el amigo del Evangelio, hijos como Jesús.

En un mundo herido, la oración no es una huida, sino un acto de resistencia y confianza.


7. Conclusión: Orar para cambiar

C.S. Lewis decía: “La oración no cambia a Dios. Me cambia a mí.” No oramos para convencer a Dios, sino para dejarnos transformar por Él. El verdadero fruto de la oración no es obtener lo que pedimos, sino aprender a desear lo que Dios quiere.

Y tú, ¿ya le pediste al Señor que te enseñe a orar?
¿Ya te atreviste a hablarle como Abraham, como un amigo?
¿Ya lo buscas en la noche, como el hombre que toca la puerta?
¿Te has arrodillado por tu familia, por Colombia, por los que sufren?


🙏 Oración final:

Señor Jesús,
enséñanos a orar como Tú orabas,
a confiar como Abraham,
a insistir como el amigo de medianoche.
Haznos perseverantes,
danos el pan del alma,
el perdón que libera
y la gracia de amar como Tú.
En este Año Jubilar,
haznos peregrinos orantes
y sembradores de esperanza.
Amén.

 

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