viernes, 4 de julio de 2025

5 de julio del 2025: sábado de la decimotercera semana del tiempo ordinario, año I

 

Santo del día:

San Antonio María Zaccaria

1502-1539. Médico en Cremona, se ordenó sacerdote, creyendo que era más urgente cuidar de las almas que de los cuerpos.

En 1530, fundó la Congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo, también llamados "Barnabitas" por estar vinculados a la Iglesia de San Bernabé en Milán.

 

Todos invitados a la fiesta

(Mateo 9, 14-17) ¿Ayunar o no ayunar? ¿Es esa realmente la pregunta que se plantea aquí? ¿No será más bien la cuestión entre lo viejo y lo nuevo? Lo que está en juego es la novedad que inaugura Jesús, una novedad que deja todo lo demás en segundo plano. Él no ha venido a remendar lo antiguo, sino a renovar. Es una invitación a vestir de nuevo la mirada y el corazón, y a no despreciar —en nombre de lo que siempre se ha hecho— la fiesta a la que todos y todas están invitados.

Colette Hamza, xavière 


Primera lectura

Gn 27,1-5.15-29

Jacob suplantó a su hermano y le quitó su bendición

Lectura del libro del Génesis.

CUANDO Isaac se hizo viejo y perdió la vista, llamó a su hijo mayor:
«Hijo mío».
Le contestó:
«Aquí estoy».
Él le dijo:
«Mira, yo soy viejo y no sé cuándo moriré. Toma tus aparejos, arco y aljaba, y sal al campo a buscarme caza; después me preparas un guiso sabroso, como a mí me gusta, y me lo traes para que lo coma; pues quiero darte mi bendición antes de morir».
Rebeca escuchó la conversación de Isaac con Esaú, su hijo.
Salió Esaú al campo a cazar para su padre.
Rebeca tomó un traje de su hijo mayor Esaú, el mejor que tenía en casa, y vistió con él a Jacob, su hijo menor. Con la piel de los cabritos le cubrió los brazos y la parte lisa del cuello.
Y puso en manos de su hijo Jacob el guiso sabroso que había preparado y el pan.
Él entró en la habitación de su padre y dijo:
«Padre».
Respondió Isaac:
«Aquí estoy; ¿quién eres, hijo mío?».
Contestó Jacob a su padre:
«Soy Esaú, tu primogénito; he hecho lo que me mandaste. Incorpórate, siéntate y come de mi caza; después podrás bendecirme».
Isaac dijo a su hijo:
«¿Cómo la has podido encontrar tan pronto, hijo mío?».
Él respondió:
«El Señor tu Dios me la puso al alcance».
Isaac dijo a Jacob:
«Acércate que te palpe, hijo mío, a ver si eres tú mi hijo Esaú o no».
Se acercó Jacob a su padre Isaac, que lo palpó y le dijo:
«La voz es de Jacob, pero los brazos son de Esaú».
Y no lo reconoció porque sus brazos estaban peludos como los de su hermano Esaú.
Así que le bendijo.
Pero insistió:
«¿Eres tú realmente mi hijo Esaú?».
Respondió Jacob:
«Yo soy».
Isaac dijo:
«Sírveme, hijo mío, que coma yo de tu caza; después te bendeciré».
Se la sirvió y él comió. Le trajo vino y bebió. Entonces le dijo su padre Isaac:
«Acércate y bésame, hijo mío».
Se acercó y lo besó. Y, al oler el aroma del traje, le bendijo con estas palabras:
«El aroma de mi hijo
es como el aroma de un campo
que bendijo el Señor.
Que Dios te conceda el rocío del cielo,
la fertilidad de la tierra,
abundancia de trigo y de vino.
Que te sirvan los pueblos,
y se postren ante ti las naciones.
Sé señor de tus hermanos,
que ellos se postren ante ti.
Maldito quien te maldiga,
bendito quien te bendiga».

Palabra de Dios.




Salmo

Sal 135(134),1-2.3-4.5-6 (R. 3a)

R. Alaben al Señor porque es bueno.

O bien

R. Aleluya.

V. Alaben el nombre del Señor,
alábenlo, siervos del Señor,
que están en la casa del Señor,
en los atrios de la casa de nuestro Dios. 
R.

V. Alaben al Señor porque es bueno,
tañan para su nombre, que es amable.
Porque el Señor se escogió a Jacob,
a Israel en posesión suya. 
R.

V. Yo sé que el Señor es grande,
nuestro Dios más que todos los dioses.
El Señor todo lo que quiere lo hace:
en el cielo y en la tierra,
en los mares y en los océanos. 
R.


Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mis ovejas escuchan mi voz-dice el Señor-, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.


Evangelio

Mt 9,14-17

¿Es que pueden guardar luto mientras el esposo está con ellos?

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, los discípulos de Juan se acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?».
Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos?
Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán.
Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto y deja un roto peor.
Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres: se derrama el vino y los odres se estropean; el vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan».


Palabra del Señor.

 

1

  • Génesis 27, 1-5.15-29: Jacob suplanta a Esaú con la ayuda de su madre Rebeca para obtener la bendición de Isaac.
  • Salmo 134 (135): "Alaben al Señor, porque Él es bueno".
  • Mateo 9, 14-17: Jesús responde sobre el ayuno: “¿Acaso pueden estar tristes los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos?”

 

“Dios escribe recto en renglones torcidos”

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy la liturgia de la Palabra nos invita a mirar con asombro, pero también con fe, los misteriosos caminos de Dios. Caminos que, como decía san Pablo, muchas veces nos desconciertan: “¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos!” (Rom 11,33). El relato del libro del Génesis que hemos escuchado nos presenta una escena cargada de tensión, manipulación y engaño. Y sin embargo, en medio de esa maraña humana, Dios actúa. Porque Él no necesita de escenarios perfectos para realizar su voluntad, sino de corazones dispuestos, incluso heridos, frágiles, contradictorios.

1. Una escena desconcertante: el engaño de Rebeca y Jacob

El pasaje del Génesis que escuchamos hoy ha sido causa de perplejidad para muchos lectores, como lo fue para mí también cuando era niño —y tal vez para ustedes. ¿Cómo entender que Rebeca y Jacob actúen con tal astucia, incluso malicia, para obtener una bendición a escondidas y a costa del primogénito Esaú? ¿No es esto una injusticia, un abuso de confianza hacia un padre anciano y ciego? ¿No va en contra del mandamiento de honrar a padre y madre?

Y sin embargo, Dios se vale de esta escena turbia para poner en marcha su plan de salvación. Porque Jacob, a pesar de sus artimañas, será el elegido, el portador de la bendición, el que dará origen a las doce tribus de Israel, el pueblo elegido. No es que Dios aplauda el pecado o justifique la mentira. Pero sí es cierto que Él es capaz de sacar bien incluso del mal, como lo dirá José tiempo después: “Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien” (Gn 50,20).

Este relato nos recuerda que la historia de la salvación no está tejida por héroes perfectos, sino por hombres y mujeres marcados por la debilidad, pero abiertos a la gracia. Rebeca y Jacob no son modelos de virtud en este episodio, pero sí forman parte del linaje del Mesías. ¿No es esto un motivo de esperanza para nosotros?

2. La bendición que transforma el destino

Jacob recibe de su padre una bendición que cambiará su vida: fecundidad, poder, autoridad, tierra prometida. Esa bendición no es solo un deseo humano, sino una palabra eficaz, un acto profético que orienta la historia. Isaac, aunque engañado, ha pronunciado una palabra que permanece.

En nuestra vida, también nosotros anhelamos la bendición. Vivimos sedientos de ella: deseamos ser aprobados, valorados, amados. La bendición de Dios no es una fórmula mágica, sino una certeza de que Él está con nosotros, que su gracia nos sostiene, que nuestro camino tiene sentido.

En este año jubilar, la Iglesia entera se ha puesto en marcha como Peregrina de la Esperanza. Y esa esperanza se alimenta justamente de la bendición de Dios, que nos ha elegido, no por nuestros méritos, sino por amor gratuito. ¡Qué hermoso es recordar que somos hijos bendecidos! Aunque tengamos un pasado marcado por errores, Dios no retira su promesa. Él nos llama, nos unge, nos convierte en testigos de su fidelidad.

3. Jesús y la novedad del Reino

El Evangelio de hoy, tomado de san Mateo, nos presenta otra escena en apariencia contradictoria. Los discípulos de Juan se acercan a Jesús con una inquietud: “¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no?” La respuesta del Señor nos lleva al corazón de su mensaje: Él no ha venido a remendar un viejo vestido con un pedazo nuevo, ni a echar vino nuevo en odres viejos. ¡Él es la novedad misma!

Cristo no rechaza el ayuno, pero sí cuestiona la rigidez, la tristeza, el ritualismo vacío. Él propone una espiritualidad de alegría, de presencia, de transformación interior. Donde Él está, hay vida nueva. Y esa vida no puede encerrarse en esquemas caducos. La fe no es un museo de cosas pasadas, sino un manantial que brota en el presente y renueva el corazón.

En otras palabras: Jesús es el vino nuevo que desborda nuestros odres viejos. Y si no renovamos nuestro corazón, corremos el riesgo de perder el vino y romper el odre. Por eso, hoy es un día para suplicar al Espíritu Santo: “Señor, hazme un odre nuevo; renuévame por dentro; cambia mi tristeza en gozo, mi rutina en pasión por Ti.”

4. Un camino de conversión y coherencia

Queridos hermanos: la Palabra de hoy nos impulsa a no quedarnos solo con la apariencia o el juicio inmediato. Dios puede actuar en medio del pecado, pero eso no nos exime de buscar siempre la verdad, la rectitud, la coherencia. Como bien rezaba el comentario: que María, Madre de Gracia y de Misericordia, nos ayude a vivir de forma leal, sincera y coherente.

El camino cristiano no consiste en fingir santidad ni en lograrlo todo con nuestras fuerzas. Consiste en dejarnos transformar por la gracia, en acoger la bendición con humildad, y en caminar cada día con un corazón nuevo.

5. María, Mujer nueva, Madre del Vino nuevo

Y al final de esta meditación, nos volvemos hacia María, la Madre del Vino nuevo, la Virgen de la escucha y de la disponibilidad. Ella nunca actuó con astucia ni con doblez, sino con fe plena. Ella supo decir “sí” a lo nuevo, cuando el ángel Gabriel le anunció lo imposible. Que ella nos enseñe a acoger con alegría la novedad de Cristo, a vivir no como quienes se aferran a lo viejo, sino como discípulos que dejan que Dios los haga nuevos cada día.

Conclusión

Queridos hermanos, que este sábado sea un tiempo de bendición. Que, como Jacob, reconozcamos que a veces nuestra historia tiene sombras, pero que la luz de Dios es más fuerte. Que, como los discípulos, vivamos la alegría de tener al Esposo en medio de nosotros. Y que, como María, nos abramos con confianza a lo nuevo que Dios quiere hacer en nuestra vida. Amén.

 

2

 

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Nos encontramos en este sábado, día mariano por excelencia, a los pies del Señor, con el corazón dispuesto a acoger su Palabra y a ser transformados por ella. En el marco del Año Jubilar —este tiempo de gracia y renovación que el Papa nos ha regalado bajo el lema “Peregrinos de la Esperanza”—, la liturgia de hoy nos impulsa a abrirnos a lo nuevo que Dios quiere hacer en nosotros, sin temor, sin aferrarnos a esquemas caducos, sin vivir de nostalgias espirituales.

1. La trama de la bendición y el peso de lo viejo (Gén 27, 1-29)
La primera lectura nos narra un episodio inquietante del libro del Génesis: Jacob, instigado por su madre Rebeca, engaña a su padre ciego para obtener la bendición que correspondía a su hermano Esaú. A primera vista, este relato parece turbio, lleno de artimañas y trampas familiares. Sin embargo, más allá de los métodos discutibles, lo que se revela aquí es el poder irrevocable de la bendición: una vez pronunciada, no se retira. Dios, en su misteriosa pedagogía, logra sacar adelante su plan incluso a través de situaciones humanas contradictorias.

Y así es como Jacob, el más débil, el segundo, el pequeño, el menos esperado, se convierte en el heredero de la promesa. La lógica de Dios no se ajusta a la del mundo. Él escoge lo débil para confundir lo fuerte. Este pasaje resuena con las palabras del Magníficat que cada sábado elevamos con María: “Derribó del trono a los poderosos y exaltó a los humildes”.

2. Jesús y el vino nuevo (Mt 9, 14-17)
En el Evangelio, los discípulos de Juan le preguntan a Jesús por qué sus seguidores no ayunan. Pero el Señor responde desplazando la pregunta: no se trata de ayunar o no, sino de comprender que ha llegado algo radicalmente nuevo. Su presencia entre los hombres no admite medias tintas ni remiendos sobre lo antiguo. Es el Esposo que inaugura las bodas del Reino. Con Él comienza una fiesta que no puede ser interrumpida por lamentos ni por la rigidez de antiguas normas sin espíritu.

El ayuno —como toda práctica espiritual— tiene sentido si está al servicio del amor, no si se convierte en camisa de fuerza o en motivo de juicio. Jesús no desecha la práctica del ayuno, pero le da un sentido nuevo, integrado a la dinámica del Reino. Por eso utiliza dos imágenes poderosas: nadie remienda un vestido viejo con un trozo de tela nueva, ni se pone vino nuevo en odres viejos. Lo nuevo necesita recipientes nuevos. El Evangelio no puede ser encerrado en formas antiguas sin romperlo o desvirtuarlo.

3. María, nueva arca de la alianza, mujer del vino nuevo
Hoy es sábado, día dedicado a la Virgen María. Ella es modelo perfecto de odre nuevo que supo acoger el vino nuevo del Evangelio. En su seno virginal se gestó la novedad absoluta de la Encarnación. Ella no puso resistencias, no preguntó por las costumbres del ayer ni por lo que "siempre se había hecho". Su “hágase en mí según tu palabra” fue una apertura radical al plan de Dios.

María no representa una religiosidad vieja ni nostálgica. Ella canta un Dios que hace cosas nuevas, que derriba y levanta, que sacia a los hambrientos y confunde a los soberbios. En ella se anticipa la Iglesia llamada a vivir con corazón renovado, sin apegos al legalismo, sin temor a la novedad que viene del Espíritu.

4. Año Jubilar: Fiesta de esperanza para todos
En este Año Jubilar somos llamados a vestirnos de esperanza, a renovar nuestros odres, nuestras estructuras interiores y comunitarias, y a no temer la novedad que Dios quiere obrar. Jesús nos invita a una fiesta. Pero a veces nosotros seguimos instalados en el lamento, en la sospecha, en la comparación con lo que “era mejor antes”. La fiesta del Reino no está reservada a unos pocos. Todos estamos invitados: los justos y los pecadores, los primeros y los últimos, los fuertes y los heridos.

La renovación que Dios quiere obrar no es cosmética, sino estructural: quiere transformar nuestras miradas, nuestros hábitos, nuestras actitudes. No se trata solo de cambiar actividades o métodos, sino de dejarnos tocar por la novedad del Evangelio en lo más profundo.

Conclusión: mirar con ojos nuevos, vivir con corazón nuevo
Hoy, como María, queremos decir sí al vino nuevo de Jesús. Queremos dejar atrás nuestras seguridades estériles, nuestras rutinas vacías y abrirnos a lo inesperado del Espíritu. Que la Virgen nos enseñe a guardar en el corazón lo que no comprendemos del todo, y a fiarnos de la fidelidad del Padre que, como con Jacob, escribe recto en renglones torcidos.

Que esta Eucaristía sea un anticipo de esa gran fiesta a la que todos estamos invitados. Y que en este Año Jubilar, nuestras comunidades se renueven como odres nuevos, llenos de esperanza, disponibles a la misión, y rebosantes del gozo del Evangelio.

Amén.



5 de julio: San Antonio María Zaccaria, Presbítero —

Memoria opcional
1502–1539
Patrono de los médicos
Canonizado por el Papa León XIII el 27 de mayo de 1897


Cita:


Ángel en forma humana,
Hombre angélico,
Fundador de los Clérigos Regulares de San Pablo,
de las Hermanas Angélicas
y de otras asociaciones piadosas.
Destructor de los vicios,
Guardián de la castidad,
Restaurador del culto a Dios.
Obrero perfecto por la salvación de las almas,
Predicador de la Palabra de Dios,
Fiel discípulo de San Pablo,
Incansable trabajador en la viña del Señor,
Enemigo constante del mundo, de la carne y de la maldad,
Vencedor de los demonios.
Imagen perfecta de la ardiente caridad del Espíritu Santo.
Hoy ciudadano del cielo.
La ciudad de Cremona, regocijada y orgullosa de la gloria de sus hijos,
llena de admiración por su ciudadano que ahora se une a los ángeles,
erige este monumento como signo de gratitud eterna por su vida santa y obras heroicas.
~ Inscripción en una columna en Cremona dedicada a San Antonio


Reflexión:


En 1502, nació Antonio María Zaccaria en una familia noble de Cremona, una ciudad del norte de Italia. Su padre murió cuando Antonio tenía dos años, y su madre, de tan solo dieciocho, se encargó de criarlo sola. Ella se aseguró de que recibiera una buena educación y le inculcó una profunda fe. Le enseñó a orar, lo que lo llevó a pasar largos ratos en oración ante un altar especial dedicado a la Virgen María en su casa, a asistir a Misa y a predicar a sus amigos. Antonio también fue profundamente influenciado por la caridad de su madre hacia los pobres. Una vez, regresando de la iglesia, encontró a un mendigo semidesnudo que le pidió limosna. No teniendo dinero, le entregó su capa de seda. La alabanza de su madre por este acto de caridad lo motivó aún más a dedicarse al cuidado de los pobres y enfermos.

Tras completar sus estudios elementales en Cremona, su madre lo envió a Pavía para estudiar filosofía y luego a Padua para estudiar medicina. A los veintidós años, obtuvo el doctorado en medicina y regresó a Cremona, donde ejerció como médico dedicando mucho tiempo a los necesitados. Como médico, el doctor Antonio descubrió que podía atender tanto las necesidades físicas como espirituales de los enfermos, especialmente de los moribundos. En sus visitas, los animaba a orar, a recibir los sacramentos y a abandonar el pecado. Además, reunía a niños pobres para enseñarles catecismo. Su influencia fue creciendo y personas de la nobleza también lo buscaban para formar a sus hijos. Pronto comenzó a predicar como laico en la iglesia local, atrayendo a ricos y pobres, jóvenes y ancianos.

No pasó mucho tiempo antes de que comprendiera que la salvación de las almas era más importante que la sanación corporal. Por ello, dejó su profesión médica y se dedicó más plenamente a la oración para discernir la voluntad de Dios. A instancias de su director espiritual, estudió teología y fue ordenado sacerdote en 1528, a los 26 años. Durante su primera Misa ocurrió un milagro: en el momento de la consagración, fue envuelto en luz hasta consumir la Sagrada Eucaristía. La noticia del prodigio se propagó y muchos comenzaron a verlo como un santo.

Como sacerdote, el padre Antonio siguió atendiendo las necesidades espirituales de la gente de Cremona. En ese tiempo, la moral se encontraba en grave decadencia, la pobreza aumentaba, las guerras eran constantes y la asistencia a la iglesia disminuía. Al norte, la Reforma protestante estaba en auge. En medio de este contexto, Antonio catequizaba, predicaba y llamaba a la conversión. Su elocuencia y santidad evidente atraían multitudes. El indiferentismo se había convertido en la "religión" dominante, pero en el padre Antonio muchos hallaban respuesta a su vacío interior: escuchaban sus sermones, se confesaban, asistían a Misa y buscaban su consejo.

Después de dos años de misión en Cremona, la providencia lo condujo a Milán, una ciudad próspera pero corrompida moralmente, entonces bajo dominio español. Allí, Antonio replicó su labor: predicar, catequizar, visitar enfermos y encarcelados, y ayudar a los pobres. La decadencia moral era tan grave que entendió que debía ir más allá. Tras mucha oración ante la cruz, se sintió inspirado a fundar una comunidad religiosa orientada a la salvación de las almas. Se unió a Bartolomé Ferrari y Antonio Morigia, quienes acogieron su visión. Así nació la congregación de los Clérigos Regulares de San Pablo, dedicada a la vida sencilla, la oración y la predicación, siguiendo el ejemplo de San Pablo. Esta comunidad más tarde fue conocida como los Barnabitas, por el apóstol Bernabé, compañero de San Pablo.

Los Barnabitas vivían de manera radical el Evangelio de Cristo crucificado: pobreza, mortificación, obras de caridad y predicación. Poco a poco, convirtieron corazones en Milán. El demonio, molesto por sus victorias, los atacó con ruidos, manifestaciones malignas y con la agitación de algunos ciudadanos contra ellos. Pero los esfuerzos del enemigo fracasaron y el pueblo se volvió hacia la adoración de Cristo crucificado.

Además, el padre Antonio reunió a un grupo de mujeres piadosas bajo la dirección de la condesa Ludovica Torelli, de quien era director espiritual. A petición de Antonio, la condesa solicitó al Papa permiso para fundar una nueva comunidad religiosa femenina. Una vez concedido, nacieron las Hermanas Angélicas de San Pablo, dedicadas a la oración, penitencia, pobreza y obras públicas de caridad, reformando la vida religiosa con su ejemplo. La comunidad creció y tuvo gran impacto en Milán y otras ciudades.

Durante los años siguientes, Antonio y sus discípulos ampliaron su misión: organizaban conferencias para el clero, fundaban asociaciones para matrimonios cristianos, y dirigían misiones de evangelización. Fomentó la devoción al Santísimo Sacramento con la práctica de las Cuarenta Horas, promovió la Comunión frecuente e instituyó el toque de campanas los viernes a las tres de la tarde para invitar a la oración por la Pasión de Cristo.

Tras años de penitencia y servicio incansable, el padre Antonio murió en vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo, a los treinta y siete años. Veintisiete años después, su cuerpo fue hallado incorrupto.

Al venerar a este fervoroso fundador, predicador, amante de la Cruz y servidor de la caridad, meditemos sobre su descubrimiento: que la salvación de las almas es la mayor misión que podemos tener. Al final, lo que contará será cuánto cumplimos la voluntad de Dios. Y ante todo, esa voluntad nos llama a anunciar con celo el mensaje de Cristo crucificado con nuestras palabras y obras. Imitemos a este siervo de San Pablo, acogiendo sus palabras:
"En cuanto a mí, no quiero gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo" (Gálatas 6,14).


Oración:


San Antonio María Zaccaria, desde joven Dios llenó tu corazón con un amor ardiente por los pobres, los enfermos, los encarcelados y los pecadores. Trabajaste incansablemente en la misión divina de salvar almas. Ruega por mí, para que tenga el mismo celo que tú, y así Dios pueda servirse de mí para llevar su mensaje de salvación a los demás.
San Antonio, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.

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