jueves, 3 de julio de 2025

4 de julio del 2025: viernes de la decimotercera semana del tiempo ordinario- Santa Isabel de Portugal-Memoria opcional


Santo del día:

Santa Isabel de Portugal

1271-1336. Casada con el rey Dionisio de Portugal, ayudó a los pobres del reino. Al enviudar, se convirtió en terciaria franciscana en el monasterio de las Clarisas de Coímbra.


Una mirada y una llamada

(Mateo 9:9-13) Jesús, al pasar, ve a Mateo, el publicano. Y esa mirada fugaz se convierte en una llamada: «Sígueme». No pasemos demasiado rápido... no sin mirarnos a los ojos. Nunca sabemos qué puede suceder, más allá de las apariencias, más allá de lo inaccesible. Con una palabra, un gesto, una vida surge y se pone en marcha de nuevo.

Imitemos la atención misericordiosa de Jesús que nos llama, sin juicios ni exclusividad.

Colette Hamza, Xavière

 


Primera lectura

Gén 23, 1-4. 19; 24, 1-8. 62-67

Isaac, con el amor de Rebeca, se consoló de la muerte de su madre

Lectura del libro del Génesis.

SARA vivió ciento veintisiete años. Murió Sara en Quiriat Arbá, o sea Hebrón, en la tierra de Canaán.
Abrahán fue a hacer duelo por Sara y a llorarla.
Después Abrahán dejó a su difunta y habló así a los hititas:
«Yo soy un emigrante, residente entre ustedes. Denme un sepulcro en propiedad, entre ustedes, para enterrar a mi difunta».
Después Abrahán enterró a Sara, su mujer, en la cueva del campo de Macpela, frente a Mambré, o sea Hebrón, en la tierra de Canaán.
Abrahán era anciano, de edad avanzada, y el Señor había bendecido a Abrahán en todo.
Abrahán dijo al criado más viejo de su casa, que administraba todas las posesiones:
«Pon tu mano bajo mi muslo y júrame por el Señor, Dios del cielo y de la tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a mi tierra nativa a tomar mujer para mi hijo Isaac».
El criado contestó:
«Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tengo que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste?».
Abrahán le replicó:
«De ninguna manera lleves a mi hijo allá. El Señor Dios del cielo, que me sacó de la casa paterna y del país nativo, y que me juró: “A tu descendencia daré esta tierra”, enviará su ángel delante de ti, y traerás de allí mujer para mi hijo. Pero si la mujer no quiere venir contigo, quedas libre del juramento. Mas a mi hijo, no lo lleves allá».
Después de mucho tiempo, Isaac había vuelto del pozo de Lajay Roi. Por entonces habitaba en la región del Negueb.
Una tarde, salió a pasear por el campo y, alzando la vista, vio acercarse unos camellos.
También Rebeca alzó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello. Ella dijo al criado:
«¿Quién es aquel hombre que viene por el campo en dirección a nosotros?».
Respondió el criado:
«Es mi amo».
Entonces ella tomó el velo y se cubrió.
El criado le contó a Isaac todo lo que había hecho.
Isaac la condujo a la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa y con su amor se consoló de la muerte de su madre.

Palabra de Dios.


Salmo

Sal 106 (105), 1-2. 3-4a. 4b-5.6. (R. 3a)

R. Den gracias al Señor porque es bueno.

O bien

R. Aleluya.

V. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,
pregonar toda su alabanza?
 R.

V. Dichosos los que respetan el derecho
y practican siempre la justicia.
Acuérdate de mí
por amor a tu pueblo. 
R.

V. Visítame con tu salvación:
para que vea la dicha de tus escogidos,
y me alegre con la alegría de tu pueblo,
y me gloríe con tu heredad. 
R.


Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados -dice el Señor- y yo los aliviaré. R.


Evangelio

Mt 9, 9-13

No tienen necesidad de médico los sanos; misericordia quiero y no sacrificio

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores».

Palabra del Señor.

 

1

Un llamado que transforma la mirada


Intención penitencial y oración por quienes sufren en el alma y en el cuerpo – Año Jubilar

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy el Evangelio nos invita a detenernos en un momento clave del encuentro entre Dios y el ser humano: una mirada, una palabra, un llamado. Es el encuentro entre Jesús y Mateo, un recaudador de impuestos, un hombre marginado por su propio pueblo y despreciado por su oficio. El texto de Mateo 9, 9-13 nos revela no solo una escena del pasado, sino una pedagogía divina que sigue activa hoy, en este tiempo de gracia jubilar.

1. Jesús pasa y mira…

El evangelista nos dice: "Jesús, al pasar, vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: ‘Sígueme’”. Esta mirada de Jesús no es indiferente ni pasajera. Es una mirada que ve más allá de la fachada, del prejuicio y del pecado. Es una mirada que reconoce la dignidad que permanece, incluso en el corazón más endurecido o más herido. Es la mirada que sigue lanzando puentes donde otros levantan muros.

Un teólogo francés que nos inspira hoy lo resume así:


"No pasemos demasiado rápido… no sin el otro, sin mirarlo a los ojos”

Jesús no solo mira: llama. “Sígueme”. Y Mateo se levanta. Se pone en pie. Se pone en camino. A partir de esa mirada y ese llamado, su vida inicia una nueva etapa. Una misericordia que llama a levantarse, no a quedarse en el rincón del desprecio o del dolor.

2. Un llamado para los marginados y heridos

El Evangelio culmina con una frase provocadora de Jesús: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”. Este es el corazón de la Buena Noticia: Dios no viene a premiar a los perfectos, sino a levantar a los que caen.

Hoy, en el marco del Año Jubilar, el Señor quiere recordarnos que la Iglesia está llamada a ser un hospital de campaña, como ha dicho el Papa Francisco. Y en este hospital, el Señor nos invita a mirar con compasión a quienes sufren en el alma y en el cuerpo. Son muchos los que hoy necesitan una mirada que dignifique, una palabra que levante, un gesto que abrace.

Pensemos en los que luchan contra enfermedades, en los que cargan culpas, en los que han sido excluidos por sus errores, sus adicciones o su historia. Pensemos también en quienes han sido heridos por dentro, en su autoestima, en su fe, en su esperanza.

Hoy, más que nunca, Jesús pasa cerca de ellos —y de nosotros— para mirarnos con esa misericordiosa atención que no juzga ni excluye, sino que llama a recomenzar.

3. Abrahán y la promesa que sigue fiel

La primera lectura del Génesis nos sitúa en un momento de duelo y de promesa. Sara ha muerto, y Abrahán, que ha sido fiel a la voz de Dios, busca ahora asegurar el futuro de su descendencia eligiendo esposa para Isaac. En medio del luto, permanece la esperanza en la promesa.

Es conmovedor notar cómo la historia se mantiene viva no solo por la sangre o la descendencia, sino por la fidelidad de quienes siguen creyendo en la promesa de Dios, incluso en la pérdida y el dolor.

Esto es lo que hoy celebramos en nuestra fe: a pesar de la muerte, del fracaso o del pecado, Dios mantiene viva la promesa de su amor. El “sígueme” de Jesús es un eco de esa promesa antigua: “Te bendeciré… y por ti serán bendecidas todas las familias de la tierra” (Gn 12,3).

4. Una mesa para todos

El Evangelio continúa con otra escena significativa: Jesús se sienta a la mesa con pecadores y publicanos. La mesa no es para los perfectos, sino para los que están en camino de sanación. En ella se hace visible la misericordia encarnada.

¿Y nosotros? ¿Quiénes excluimos de nuestra mesa? ¿A quiénes no queremos ver sentados con nosotros? ¿A quiénes miramos con sospecha, sin siquiera escuchar su historia?

El Año Jubilar nos invita a convertirnos en comunidades abiertas, acogedoras, sanadoras, donde nadie quede fuera de la mirada amorosa de Cristo.


Oración final (intención penitencial y por los que sufren)

Señor Jesús,
que pasas por nuestros caminos con mirada de amor,
mira hoy nuestras heridas, nuestros miedos, nuestros fracasos.
No nos dejes encerrados en la culpa ni en el juicio.
Tócanos como tocaste a Mateo,
llámanos como llamaste a los pecadores a tu mesa.

Te pedimos, en este Año Jubilar de gracia,
por los que sufren en su cuerpo: los enfermos, los que agonizan, los que esperan un diagnóstico.
Y por los que sufren en el alma: los que han perdido el sentido de la vida, los que viven en la sombra de la culpa, los que no encuentran consuelo.

Concédenos a todos la alegría de levantarnos,
de seguirte,
de sentarnos a tu mesa,
de compartir la misericordia que tú no cesas de ofrecernos.

Amén.

 

2

“Jesús, médico del alma y compañero de mesa”

 

Queridos hermanos y hermanas:

Las lecturas de este día nos presentan escenas profundamente humanas: el duelo por una esposa, la búsqueda de un nuevo amor y un llamado que nace de una mirada misericordiosa. En medio de estos relatos bíblicos, resplandece el rostro de un Dios que no nos abandona ni en la muerte, ni en el dolor, ni en el pecado.

El evangelio según san Mateo nos sitúa en un momento que transformó la vida de un hombre. Dice el texto: “Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: ‘Sígueme.’ Él se levantó y lo siguió” (Mt 9,9).

Lo primero que nos asombra es la mirada de Jesús. No es una mirada rápida ni indiferente. Es una mirada profunda, misericordiosa, que ve al corazón más allá de las apariencias

No pasemos demasiado rápido… no sin el otro, y sin mirarlo a la altura del rostro, es decir, a los ojos

Jesús no ve solo a un recaudador de impuestos, ve a un hijo amado del Padre. Y lo llama. Le ofrece una salida. Le ofrece una vida nueva. Y Mateo responde. Se pone de pie. Deja atrás su antigua vida. Comienza una nueva historia.

1. Una mesa para los que la sociedad rechaza

Luego de ese llamado, Mateo ofrece un banquete en su casa. Es su forma de agradecer, de compartir la alegría del encuentro. Pero los fariseos lo critican: “¿Cómo puede su maestro comer con recaudadores y pecadores?” (Mt 9,11).

La escena se convierte en un juicio. Los fariseos no comprenden el gesto de Jesús. Para ellos, la pureza consiste en evitar a los pecadores. Pero para Jesús, la verdadera pureza nace del amor que se acerca, que sana, que transforma.

Él responde con palabras poderosas: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.”

Aquí encontramos el corazón de su misión. Jesús no vino por los perfectos. Vino por ti, por mí, por todos los que reconocemos que estamos enfermos en el alma, heridos en la historia, necesitados de sanación.

Hoy se nos recuerda una gran verdad:
Si no podemos admitir humildemente que somos pecadores… entonces rechazamos a Jesús, el Médico divino.

¿Y cuántas veces, por orgullo, por autosuficiencia, por miedo, hemos cerrado la puerta a este Médico que desea sentarse a nuestra mesa y sanarnos desde dentro?

2. Abrahán, Rebeca e Isaac: la historia que sigue…

La primera lectura del Génesis nos habla de una historia que también nace del dolor y se abre al amor. Sara ha muerto, y Abrahán, aunque de luto, confía en la promesa de Dios. Busca esposa para su hijo Isaac. Envía a su siervo con la certeza de que Dios guiará sus pasos.

Y así aparece Rebeca, la mujer que con generosidad y fe entra en la historia de salvación. El texto concluye con una imagen preciosa: “Isaac la llevó a la tienda de Sara, su madre, tomó a Rebeca por esposa y la amó” (Gn 24,67).

Podríamos decir que, así como Mateo se levantó al ser mirado por Jesús, también Isaac vuelve a levantarse del dolor por la pérdida de su madre gracias a la presencia del amor. Dios no abandona. Dios sigue escribiendo historias de redención.

3. ¿Somos justos o pecadores? ¿Sanos o enfermos?

Aquí está el centro de la pregunta espiritual que nos plantea este Evangelio.

Por supuesto, el orgullo de nuestra naturaleza caída nos tienta a decir que estamos bien, que somos justos. Pero la humildad revela la verdad: somos enfermos y pecadores.

Cada uno de nosotros tiene heridas: heridas del pasado, heridas que nos hacen huir de la intimidad, de la verdad, incluso de Dios. Pero Jesús no teme sentarse a nuestra mesa. Él nos busca en medio de esas heridas. Él quiere entrar en nuestra historia, no para juzgarnos, sino para transformarnos.

Por eso, en este Año Jubilar, estamos llamados a vivir una profunda renovación interior, empezando por la confesión sincera de nuestras faltas y la apertura total a la misericordia divina.


Preguntas para la vida

  • ¿Reconozco mis pecados o me escondo tras una máscara de religiosidad?
  • ¿Permito que Jesús me mire a los ojos y me diga: “Sígueme”?
  • ¿Estoy dispuesto a dejar que Él se siente a la mesa de mi vida, incluso cuando esa mesa esté desordenada, vacía o herida?

Oración final – Año Jubilar

Señor Jesús,
Médico del alma y Salvador de los pecadores,
míranos hoy con esa misma ternura con que miraste a Mateo.
Llama nuestro nombre, aunque estemos heridos, caídos o lejos.

Entra en nuestras casas, en nuestras heridas,
en nuestras historias quebradas.
No temas sentarte a nuestra mesa:
la preparamos para Ti con humildad y gratitud.

Te pedimos por los que sufren en el cuerpo:
los enfermos, los hospitalizados, los que esperan una cirugía.
Y por los que sufren en el alma:
los que están en depresión, ansiedad, confusión, soledad.

Concédenos la gracia de no escondernos,
de reconocernos necesitados de tu amor,
y de levantarnos cada día a tu llamada:
“Sígueme.”

Jesús, Médico divino,
ven a mi casa,
siéntate a mi mesa,
y sálvame.

Amén.


4 de julio: Santa Isabel de Portugal — Memoria opcional


(Celebrada el 5 de julio en los Estados Unidos)
1271–1336


Patrona de las viudas, novias, trabajadores de caridad, acusados falsamente, víctimas de adulterio y de las Islas Canarias, España.
Invocada contra los celos, la guerra y los matrimonios difíciles.
Canonizada por el Papa Urbano VIII el 24 de junio de 1625
.



Cita:
Yo, Isabel, hija del ilustrísimo Don Pedro, por la gracia de Dios rey de Aragón, otorgo mi cuerpo como legítima esposa de Don Dinis, rey de Portugal y del Algarve, en su ausencia como si estuviera presente…
~ De la declaración escrita de consentimiento matrimonial de Santa Isabel a los doce años


Reflexión:

La Rainha Santa Isabel, o Santa Isabel, nació en la familia real de Aragón, España. Fue una de las tres hijas del rey Pedro III de Aragón y la reina Constanza de Sicilia. Sus hermanos mayores llegaron a ser sucesivos reyes de Aragón: Alfonso III y Jaime II. Su homónima fue su tía abuela, Santa Isabel de Hungría.

Como joven princesa, Isabel disfrutó de todos los privilegios de una crianza real, pero su estatus no la distrajo de su fe. Desde pequeña fue profundamente devota, pasando horas en la capilla del castillo dedicada a la oración. A los ocho años ya ayunaba con regularidad, asistía a Misa y rezaba diariamente todo el Oficio Divino. A diferencia de otras niñas de su edad, ella buscaba la virtud y la gloria de Dios, en lugar de entregarse a actividades frívolas. Su humildad se extendía a su posición real, que consideraba una plataforma para el servicio más que un privilegio. Demostró constantemente un amoroso interés por los pobres, enfermos y sufrientes.

En 1279, el padre de Isabel arregló su matrimonio con el joven rey Don Dinis de Portugal, de 17 años, un reconocido poeta. Esta unión estratégica buscaba fortalecer la alianza política entre España y Portugal. En 1282, Isabel, de apenas doce años, se casó con el rey Dinis, convirtiéndose en la reina Isabel de Portugal. A pesar de la infidelidad y estilo de vida inmoral de su esposo, Isabel mostró una gracia admirable, tratándolo con amor y cumpliendo con humildad sus deberes como reina. Tuvieron dos hijos: su hija Constanza, nacida en 1290, y al año siguiente su hijo Alfonso, quien sucedería a su padre como rey de Portugal.

La reina Isabel sobresalía en la corte real, manchada por la vida desordenada del rey. Su vida virtuosa fue un reproche viviente para los demás. Ofrecía a Dios, con humildad y amor, las burlas que recibía como resultado. Como reina, sostuvo una intensa vida de oración, asistiendo a Misa diaria, haciendo penitencia y continuando con la oración del Oficio Divino completo. Su profundo amor por los pobres y enfermos no cesó, y cada día buscaba oportunidades para ayudarlos. Isabel personalmente distribuía comida y dinero a los necesitados en la puerta del palacio y, a pesar del enojo del rey por su generosidad, encontraba maneras de continuar su labor caritativa en secreto. Usando su posición real, también mejoró la vida de otros construyendo monasterios, iglesias y hospitales.

La familia real incluía también a otros hijos del rey, nacidos de mujeres distintas a la reina. A pesar de esta compleja dinámica familiar, Isabel trató a sus hijastros con amor. Su hijo Alfonso, sin embargo, no era tan comprensivo. Sentía especial resentimiento por la atención que su padre prestaba a los hijos nacidos fuera del matrimonio. Las tensiones escalaron hasta el punto de una posible guerra, pero antes de que se produjera una batalla, la reina Isabel intervino. Cabalgó hasta el campo de batalla y, arrodillándose entre su esposo y su hijo, rogó por la paz. Logró reconciliarlos con éxito, ganándose el título de "Ángel de la Paz."

En 1325, tras la muerte del rey Dinis, la reina Isabel, con 54 años, se retiró a una casa junto a un monasterio de Clarisas Pobres. Se unió a la Tercera Orden Franciscana, una orden laica fundada por San Francisco. Durante los siguientes once años vivió con sencillez y pobreza, continuando su obra caritativa y acogiendo a todos los que buscaban su consejo. Una vez más actuó como pacificadora cuando su hijo, ya rey Alfonso, inició una guerra contra su yerno. Isabel enfermó y murió el 4 de julio de 1336, luego de regresar de esa intervención. No fue sepultada junto a su esposo, sino en un convento que ella misma fundó en Coímbra, el Convento de Santa Clara. Años después, su cuerpo fue hallado incorrupto, y tan recientemente como en 1912, médicos y autoridades eclesiásticas declararon que su cuerpo permanecía libre de descomposición, como si simplemente estuviera dormida.

Aunque Santa Isabel de Portugal nació en la realeza, enfrentó muchas pruebas: un matrimonio arreglado, la infidelidad de su esposo, divisiones familiares y una corte real inmoral. Soportó todo esto con dignidad, paz y fortaleza. Su fe y virtudes, alimentadas por la oración profunda y los actos de caridad, la guiaron a través de todas esas dificultades.

Al honrar a esta Reina de Portugal, consideremos lo pasajero de los honores terrenales. Las reinas vienen y van, pero los santos viven para siempre. Santa Isabel voluntariamente cambió su corona terrenal por una más alta en el cielo, donde su dignidad de santa glorifica eternamente a Dios. Sigamos sus humildes pasos, prefiriendo la santidad sobre los honores mundanos y las ambiciones. Busquemos lo eterno por encima de lo temporal, y también nosotros daremos gloria eterna a Dios y viviremos por siempre en su corte celestial.


Oración:

Santa Isabel, tú fuiste una reina en este mundo,
pero esa dignidad real palidece ante las virtudes santas que adquiriste.
Ruega por mí, para que imite tu ejemplo
y busque solo las cosas eternas,
rechazando las seducciones fugaces del mundo.

Que aprenda de tu vida de oración y caridad,
y descubra la paz y la alegría que tú encontraste,
para que también yo glorifique eternamente a Dios en el Cielo.

Santa Isabel de Portugal, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

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