Santo del día:
Santa Isabel de Portugal
1271-1336.
Casada con el rey Dionisio de Portugal, ayudó a los pobres del reino. Al enviudar,
se convirtió en terciaria franciscana en el monasterio de las Clarisas de
Coímbra.
Una mirada y una llamada
(Mateo 9:9-13) Jesús,
al pasar, ve a Mateo, el publicano. Y esa mirada fugaz se convierte en una
llamada: «Sígueme». No pasemos demasiado rápido... no sin mirarnos a los
ojos. Nunca sabemos qué puede suceder, más allá de las apariencias, más allá de
lo inaccesible. Con una palabra, un gesto, una vida surge y se pone en marcha
de nuevo.
Imitemos la atención
misericordiosa de Jesús que nos llama, sin juicios ni exclusividad.
Colette Hamza, Xavière
Primera
lectura
Isaac, con el
amor de Rebeca, se consoló de la muerte de su madre
Lectura del libro del Génesis.
SARA vivió ciento veintisiete años. Murió Sara en Quiriat Arbá, o sea
Hebrón, en la tierra de Canaán.
Abrahán fue a hacer duelo por Sara y a llorarla.
Después Abrahán dejó a su difunta y habló así a los hititas:
«Yo soy un emigrante, residente entre ustedes. Denme un sepulcro en propiedad,
entre ustedes, para enterrar a mi difunta».
Después Abrahán enterró a Sara, su mujer, en la cueva del campo de Macpela,
frente a Mambré, o sea Hebrón, en la tierra de Canaán.
Abrahán era anciano, de edad avanzada, y el Señor había bendecido a Abrahán en
todo.
Abrahán dijo al criado más viejo de su casa, que administraba todas las
posesiones:
«Pon tu mano bajo mi muslo y júrame por el Señor, Dios del cielo y de la
tierra, que no tomarás mujer para mi hijo de entre las hijas de los cananeos,
en cuya tierra habito, sino que irás a mi tierra nativa a tomar mujer para mi
hijo Isaac».
El criado contestó:
«Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tengo que llevar a tu
hijo a la tierra de donde saliste?».
Abrahán le replicó:
«De ninguna manera lleves a mi hijo allá. El Señor Dios del cielo, que me sacó
de la casa paterna y del país nativo, y que me juró: “A tu descendencia daré
esta tierra”, enviará su ángel delante de ti, y traerás de allí mujer para
mi hijo. Pero si la mujer no quiere venir contigo, quedas libre del juramento.
Mas a mi hijo, no lo lleves allá».
Después de mucho tiempo, Isaac había vuelto del pozo de Lajay Roi. Por entonces
habitaba en la región del Negueb.
Una tarde, salió a pasear por el campo y, alzando la vista, vio acercarse unos
camellos.
También Rebeca alzó la vista y, al ver a Isaac, bajó del camello. Ella dijo al
criado:
«¿Quién es aquel hombre que viene por el campo en dirección a nosotros?».
Respondió el criado:
«Es mi amo».
Entonces ella tomó el velo y se cubrió.
El criado le contó a Isaac todo lo que había hecho.
Isaac la condujo a la tienda de su madre Sara, la tomó por esposa y con su amor
se consoló de la muerte de su madre.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Den gracias al Señor porque es bueno.
O bien
R. Aleluya.
V. Den gracias
al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
¿Quién podrá contar las hazañas de Dios,
pregonar toda su alabanza? R.
V. Dichosos
los que respetan el derecho
y practican siempre la justicia.
Acuérdate de mí
por amor a tu pueblo. R.
V. Visítame
con tu salvación:
para que vea la dicha de tus escogidos,
y me alegre con la alegría de tu pueblo,
y me gloríe con tu heredad. R.
Aclamación
V. Vengan a mí
todos los que están cansados y agobiados -dice el Señor- y yo los aliviaré. R.
Evangelio
No tienen
necesidad de médico los sanos; misericordia quiero y no sacrificio
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al
mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que
habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que su maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Vayan, aprendan lo
que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar
a justos sino a pecadores».
Palabra del Señor.
Un llamado que transforma la mirada
Intención penitencial y
oración por quienes sufren en el alma y en el cuerpo – Año Jubilar
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy el
Evangelio nos invita a detenernos en un momento clave del encuentro entre Dios
y el ser humano: una
mirada, una palabra, un llamado. Es el encuentro entre Jesús y
Mateo, un recaudador de impuestos, un hombre marginado por su propio pueblo y
despreciado por su oficio. El texto de Mateo 9, 9-13 nos revela no solo una
escena del pasado, sino una pedagogía divina que sigue activa hoy, en este
tiempo de gracia jubilar.
1. Jesús pasa y mira…
El evangelista
nos dice: "Jesús, al
pasar, vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le
dijo: ‘Sígueme’”. Esta mirada de Jesús no es indiferente ni
pasajera. Es una mirada
que ve más allá de la fachada, del prejuicio y del pecado. Es
una mirada que reconoce la dignidad que permanece, incluso en el corazón más
endurecido o más herido. Es la mirada que sigue lanzando puentes donde otros
levantan muros.
Un teólogo
francés que nos inspira hoy lo resume así:
"No pasemos demasiado rápido… no sin el otro, sin mirarlo a los ojos”
Jesús no solo
mira: llama.
“Sígueme”. Y Mateo se levanta. Se pone en pie. Se pone en camino. A partir de
esa mirada y ese llamado, su vida inicia una nueva etapa. Una misericordia que llama a levantarse,
no a quedarse en el rincón del desprecio o del dolor.
2. Un llamado para los marginados y heridos
El Evangelio
culmina con una frase provocadora de Jesús: “No
necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos,
sino a pecadores”. Este es el corazón de la Buena Noticia: Dios no viene a premiar a los perfectos,
sino a levantar a los que caen.
Hoy, en el
marco del Año Jubilar, el Señor quiere recordarnos que la Iglesia está llamada a ser un
hospital de campaña, como ha dicho el Papa Francisco. Y en este
hospital, el Señor nos invita a mirar con compasión a quienes sufren en el alma y en el cuerpo.
Son muchos los que hoy necesitan una mirada que dignifique, una palabra que
levante, un gesto que abrace.
Pensemos en
los que luchan contra enfermedades, en los que cargan culpas, en los que han
sido excluidos por sus errores, sus adicciones o su historia. Pensemos también
en quienes han sido heridos por dentro, en su autoestima, en su fe, en su
esperanza.
Hoy, más que
nunca, Jesús pasa cerca de ellos —y de nosotros— para mirarnos con esa misericordiosa
atención que no juzga ni
excluye, sino que llama
a recomenzar.
3. Abrahán y la promesa que sigue fiel
La primera
lectura del Génesis nos sitúa en un momento de duelo y de promesa. Sara ha
muerto, y Abrahán, que ha sido fiel a la voz de Dios, busca ahora asegurar el
futuro de su descendencia eligiendo esposa para Isaac. En medio del luto,
permanece la esperanza en
la promesa.
Es conmovedor
notar cómo la historia se mantiene viva no solo por la sangre o la
descendencia, sino por la
fidelidad de quienes siguen creyendo en la promesa de Dios, incluso en la
pérdida y el dolor.
Esto es lo que
hoy celebramos en nuestra fe: a
pesar de la muerte, del fracaso o del pecado, Dios mantiene viva la promesa de
su amor. El “sígueme” de Jesús es un eco de esa promesa
antigua: “Te bendeciré… y por ti serán bendecidas todas las familias de la
tierra” (Gn 12,3).
4. Una mesa para todos
El Evangelio
continúa con otra escena significativa: Jesús se sienta a la mesa con pecadores y publicanos.
La mesa no es para los perfectos, sino para los que están en camino de
sanación. En ella se hace visible la misericordia
encarnada.
¿Y nosotros?
¿Quiénes excluimos de nuestra mesa? ¿A quiénes no queremos ver sentados con
nosotros? ¿A quiénes miramos con sospecha, sin siquiera escuchar su historia?
El Año Jubilar
nos invita a convertirnos en comunidades
abiertas, acogedoras, sanadoras, donde nadie quede fuera de la
mirada amorosa de Cristo.
Oración
final (intención penitencial y por los que sufren)
Señor
Jesús,
que pasas por nuestros caminos con mirada de amor,
mira hoy nuestras heridas, nuestros miedos, nuestros fracasos.
No nos dejes encerrados en la culpa ni en el juicio.
Tócanos como tocaste a Mateo,
llámanos como llamaste a los pecadores a tu mesa.
Te pedimos,
en este Año Jubilar de gracia,
por los que sufren en su cuerpo: los enfermos, los que agonizan, los que
esperan un diagnóstico.
Y por los que sufren en el alma: los que han perdido el sentido de la vida, los
que viven en la sombra de la culpa, los que no encuentran consuelo.
Concédenos
a todos la alegría de levantarnos,
de seguirte,
de sentarnos a tu mesa,
de compartir la misericordia que tú no cesas de ofrecernos.
Amén.
2
“Jesús, médico del alma y compañero de mesa”
Queridos
hermanos y hermanas:
Las lecturas de este día nos presentan escenas
profundamente humanas: el duelo por una esposa, la búsqueda de un nuevo amor y
un llamado que nace de una mirada misericordiosa. En medio de estos relatos
bíblicos, resplandece el rostro de un Dios que no nos abandona ni en la
muerte, ni en el dolor, ni en el pecado.
El evangelio según san Mateo nos sitúa en un
momento que transformó la vida de un hombre. Dice el texto: “Jesús vio a un
hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo:
‘Sígueme.’ Él se levantó y lo siguió” (Mt 9,9).
Lo primero que nos asombra es la mirada de Jesús.
No es una mirada rápida ni indiferente. Es una mirada profunda, misericordiosa,
que ve al corazón más allá de las apariencias
No pasemos demasiado rápido… no sin el otro, y sin mirarlo
a la altura del rostro, es decir, a los ojos
Jesús no ve solo a un recaudador de impuestos, ve a
un hijo amado del Padre. Y lo llama. Le ofrece una salida. Le ofrece una
vida nueva. Y Mateo responde. Se pone de pie. Deja atrás su antigua vida.
Comienza una nueva historia.
1. Una mesa para los que la
sociedad rechaza
Luego de ese llamado, Mateo ofrece un banquete en
su casa. Es su forma de agradecer, de compartir la alegría del encuentro. Pero
los fariseos lo critican: “¿Cómo puede su maestro comer con recaudadores y
pecadores?” (Mt 9,11).
La escena se convierte en un juicio. Los fariseos
no comprenden el gesto de Jesús. Para ellos, la pureza consiste en evitar a los
pecadores. Pero para Jesús, la verdadera pureza nace del amor que se acerca,
que sana, que transforma.
Él responde con palabras poderosas: “No tienen
necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… no he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores.”
Aquí encontramos el corazón de su misión. Jesús no
vino por los perfectos. Vino por ti, por mí, por todos los que reconocemos
que estamos enfermos en el alma, heridos en la historia, necesitados de
sanación.
Hoy se nos recuerda una gran verdad:
Si no podemos admitir humildemente que somos pecadores… entonces rechazamos
a Jesús, el Médico divino.
¿Y cuántas veces, por orgullo, por autosuficiencia,
por miedo, hemos cerrado la puerta a este Médico que desea sentarse a nuestra
mesa y sanarnos desde dentro?
2. Abrahán, Rebeca e Isaac: la
historia que sigue…
La primera lectura del Génesis nos habla de una
historia que también nace del dolor y se abre al amor. Sara ha muerto, y
Abrahán, aunque de luto, confía en la promesa de Dios. Busca esposa para su
hijo Isaac. Envía a su siervo con la certeza de que Dios guiará sus pasos.
Y así aparece Rebeca, la mujer que con generosidad
y fe entra en la historia de salvación. El texto concluye con una imagen
preciosa: “Isaac la llevó a la tienda de Sara, su madre, tomó a Rebeca por
esposa y la amó” (Gn 24,67).
Podríamos decir que, así como Mateo se levantó al
ser mirado por Jesús, también Isaac vuelve a levantarse del dolor por la
pérdida de su madre gracias a la presencia del amor. Dios no abandona. Dios
sigue escribiendo historias de redención.
3. ¿Somos justos o pecadores?
¿Sanos o enfermos?
Aquí está el centro de la pregunta espiritual que
nos plantea este Evangelio.
Por supuesto, el orgullo de nuestra naturaleza
caída nos tienta a decir que estamos bien, que somos justos. Pero la humildad
revela la verdad: somos enfermos y pecadores.
Cada uno de nosotros tiene heridas: heridas del
pasado, heridas que nos hacen huir de la intimidad, de la verdad, incluso de
Dios. Pero Jesús no teme sentarse a nuestra mesa. Él nos busca en medio de
esas heridas. Él quiere entrar en nuestra historia, no para juzgarnos, sino
para transformarnos.
Por eso, en este Año Jubilar, estamos llamados a
vivir una profunda renovación interior, empezando por la confesión
sincera de nuestras faltas y la apertura total a la misericordia divina.
Preguntas para la vida
- ¿Reconozco
mis pecados o me escondo tras una máscara de religiosidad?
- ¿Permito
que Jesús me mire a los ojos y me diga: “Sígueme”?
- ¿Estoy
dispuesto a dejar que Él se siente a la mesa de mi vida, incluso cuando
esa mesa esté desordenada, vacía o herida?
Oración final – Año Jubilar
Señor
Jesús,
Médico del alma y Salvador de los pecadores,
míranos hoy con esa misma ternura con que miraste a Mateo.
Llama nuestro nombre, aunque estemos heridos, caídos o lejos.
Entra en
nuestras casas, en nuestras heridas,
en nuestras historias quebradas.
No temas sentarte a nuestra mesa:
la preparamos para Ti con humildad y gratitud.
Te
pedimos por los que sufren en el cuerpo:
los enfermos, los hospitalizados, los que esperan una cirugía.
Y por los que sufren en el alma:
los que están en depresión, ansiedad, confusión, soledad.
Concédenos
la gracia de no escondernos,
de reconocernos necesitados de tu amor,
y de levantarnos cada día a tu llamada:
“Sígueme.”
Jesús,
Médico divino,
ven a mi casa,
siéntate a mi mesa,
y sálvame.
Amén.
4 de julio: Santa Isabel de Portugal —
Memoria opcional
(Celebrada el 5 de julio en los Estados Unidos)
1271–1336
Patrona de las viudas, novias, trabajadores de caridad, acusados falsamente,
víctimas de adulterio y de las Islas Canarias, España.
Invocada contra los celos, la guerra y los matrimonios difíciles.
Canonizada por el Papa Urbano VIII el 24 de junio de 1625.
Cita:
Yo, Isabel, hija del
ilustrísimo Don Pedro, por la gracia de Dios rey de Aragón, otorgo mi cuerpo
como legítima esposa de Don Dinis, rey de Portugal y del Algarve, en su ausencia
como si estuviera presente…
~ De la declaración escrita de consentimiento matrimonial de Santa Isabel a los
doce años
Reflexión:
La
Rainha Santa Isabel,
o Santa Isabel, nació en la familia real de Aragón, España. Fue una de las tres
hijas del rey Pedro III de Aragón y la reina Constanza de Sicilia. Sus hermanos
mayores llegaron a ser sucesivos reyes de Aragón: Alfonso III y Jaime II. Su
homónima fue su tía abuela, Santa Isabel de Hungría.
Como
joven princesa, Isabel disfrutó de todos los privilegios de una crianza real,
pero su estatus no la distrajo de su fe. Desde pequeña fue profundamente
devota, pasando horas en la capilla del castillo dedicada a la oración. A los
ocho años ya ayunaba con regularidad, asistía a Misa y rezaba diariamente todo
el Oficio Divino. A diferencia de otras niñas de su edad, ella buscaba la
virtud y la gloria de Dios, en lugar de entregarse a actividades frívolas. Su
humildad se extendía a su posición real, que consideraba una plataforma para el
servicio más que un privilegio. Demostró constantemente un amoroso interés por
los pobres, enfermos y sufrientes.
En
1279, el padre de Isabel arregló su matrimonio con el joven rey Don Dinis de
Portugal, de 17 años, un reconocido poeta. Esta unión estratégica buscaba
fortalecer la alianza política entre España y Portugal. En 1282, Isabel, de
apenas doce años, se casó con el rey Dinis, convirtiéndose en la reina Isabel
de Portugal. A pesar de la infidelidad y estilo de vida inmoral de su esposo,
Isabel mostró una gracia admirable, tratándolo con amor y cumpliendo con
humildad sus deberes como reina. Tuvieron dos hijos: su hija Constanza, nacida
en 1290, y al año siguiente su hijo Alfonso, quien sucedería a su padre como
rey de Portugal.
La
reina Isabel sobresalía en la corte real, manchada por la vida desordenada del
rey. Su vida virtuosa fue un reproche viviente para los demás. Ofrecía a Dios,
con humildad y amor, las burlas que recibía como resultado. Como reina, sostuvo
una intensa vida de oración, asistiendo a Misa diaria, haciendo penitencia y
continuando con la oración del Oficio Divino completo. Su profundo amor por los
pobres y enfermos no cesó, y cada día buscaba oportunidades para ayudarlos.
Isabel personalmente distribuía comida y dinero a los necesitados en la puerta
del palacio y, a pesar del enojo del rey por su generosidad, encontraba maneras
de continuar su labor caritativa en secreto. Usando su posición real, también
mejoró la vida de otros construyendo monasterios, iglesias y hospitales.
La
familia real incluía también a otros hijos del rey, nacidos de mujeres
distintas a la reina. A pesar de esta compleja dinámica familiar, Isabel trató
a sus hijastros con amor. Su hijo Alfonso, sin embargo, no era tan comprensivo.
Sentía especial resentimiento por la atención que su padre prestaba a los hijos
nacidos fuera del matrimonio. Las tensiones escalaron hasta el punto de una
posible guerra, pero antes de que se produjera una batalla, la reina Isabel
intervino. Cabalgó hasta el campo de batalla y, arrodillándose entre su esposo
y su hijo, rogó por la paz. Logró reconciliarlos con éxito, ganándose el título
de "Ángel de la
Paz."
En
1325, tras la muerte del rey Dinis, la reina Isabel, con 54 años, se retiró a
una casa junto a un monasterio de Clarisas Pobres. Se unió a la Tercera Orden
Franciscana, una orden laica fundada por San Francisco. Durante los siguientes
once años vivió con sencillez y pobreza, continuando su obra caritativa y
acogiendo a todos los que buscaban su consejo. Una vez más actuó como
pacificadora cuando su hijo, ya rey Alfonso, inició una guerra contra su yerno.
Isabel enfermó y murió el 4 de julio de 1336, luego de regresar de esa
intervención. No fue sepultada junto a su esposo, sino en un convento que ella
misma fundó en Coímbra, el Convento
de Santa Clara. Años después, su cuerpo fue hallado incorrupto,
y tan recientemente como en 1912, médicos y autoridades eclesiásticas
declararon que su cuerpo permanecía libre de descomposición, como si simplemente estuviera dormida.
Aunque
Santa Isabel de Portugal nació en la realeza, enfrentó muchas pruebas: un
matrimonio arreglado, la infidelidad de su esposo, divisiones familiares y una
corte real inmoral. Soportó todo esto con dignidad, paz y fortaleza. Su fe y
virtudes, alimentadas por la oración profunda y los actos de caridad, la
guiaron a través de todas esas dificultades.
Al
honrar a esta Reina de Portugal, consideremos lo pasajero de los honores
terrenales. Las reinas vienen y van, pero
los santos viven para siempre. Santa Isabel voluntariamente
cambió su corona terrenal por una más alta en el cielo, donde su dignidad de
santa glorifica eternamente a Dios. Sigamos sus humildes pasos, prefiriendo la
santidad sobre los honores mundanos y las ambiciones. Busquemos lo eterno por
encima de lo temporal, y también nosotros daremos gloria eterna a Dios y
viviremos por siempre en su corte celestial.
Oración:
Santa
Isabel,
tú fuiste una reina en este mundo,
pero esa dignidad real palidece ante las virtudes santas que adquiriste.
Ruega por mí, para que imite tu ejemplo
y busque solo las cosas eternas,
rechazando las seducciones fugaces del mundo.
Que aprenda
de tu vida de oración y caridad,
y descubra la paz y la alegría que tú encontraste,
para que también yo glorifique eternamente a Dios en el Cielo.
Santa
Isabel de Portugal, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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