miércoles, 9 de julio de 2025

10 de julio del 2025: jueves de la decimocuarta semana del tiempo ordinario- I

 

El circuito de la paz

(Mateo 10, 7-15) La proclamación del Reino es asunto de peregrinos. Se propaga a través de las curaciones otorgadas gratuitamente en el camino y, al circular, lleva consigo la paz.

Despojados de todo atributo de autosuficiencia y dejándose acoger con discernimiento, los apóstoles son artesanos y beneficiarios de esa paz que proviene de Cristo. Hagámosla circular más que nunca para que habite nuestros corazones y nuestros hogares.

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste

 


Primera lectura

Gn 44,18-21.23b-29; 45,1-5

Para preservar la vida me envió Dios delante de ustedes a Egipto

Lectura del libro del Génesis.

EN aquellos días, Judá se acercó a José y le dijo:
«Permite a tu servidor decir una palabra en presencia de su señor; no se enfade mi señor conmigo, pues eres como el faraón. Mi señor interrogó a sus servidores: “¿Tienen padre o algún hermano?”, y respondimos a mi señor: “Tenemos un padre anciano y un hijo pequeño que le ha nacido en la vejez; un hermano suyo murió, y solo le queda este de aquella mujer; su padre lo adora”. Tú dijiste a tus servidores: “Tráiganmelo para que lo conozca. Si no baja su hermano menor con ustedes, no volverán a verme”. Cuando subimos a casa de tu servidor, nuestro padre, le contamos todas las palabras de mi señor; y nuestro padre nos dijo: “Vuelvan a comprar algunos alimentos”. Le dijimos: “No podemos bajar si no viene nuestro hermano menor con nosotros”. Él replicó: “Saben que mi mujer me dio dos hijos: uno se apartó de mí y pienso que lo ha despedazado una fiera, pues no he vuelto a verlo; si arrancan también a este de mi lado y le sucede una desgracia, hundirán de pena mis canas en el abismo”».
José no pudo contenerse en presencia de su corte y gritó:
«Salgan todos de mi presencia».
No había nadie cuando José se dio a conocer a sus hermanos. Rompió a llorar fuerte, de modo que los egipcios lo oyeron y la noticia llegó a casa del faraón. José dijo a sus hermanos:
«Yo soy José; ¿vive todavía mi padre?».
Sus hermanos, perplejos, se quedaron sin respuesta. Dijo, pues, José a sus hermanos:
«Acérquense a mí».
Se acercaron, y les repitió:
«Yo soy José, su hermano, el que vendieron a los egipcios. Pero ahora no se preocupen, ni les pese el haberme vendido aquí, pues para preservar la vida me envió Dios delante de ustedes».


Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 105(104),16-17.18-19.20-21 (R. 5a)

R. Recuerden las maravillas que hizo el Señor.

O bien

R. Aleluya.

V. Llamó al hambre sobre aquella tierra:
cortando el sustento de pan;
por delante había enviado a un hombre,
a José, vendido como esclavo.
 R.

V. Le trabaron los pies con grillos,
le metieron el cuello en la argolla,
hasta que se cumplió su predicción,
y la palabra del Señor lo acreditó.
 R.

V. El rey lo mandó desatar,
el Señor de pueblos le abrió la prisión,

lo nombró administrador de su casa,
señor de todas sus posesiones
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Está cerca el reino de Dios conviértanse y crean en el Evangelio. R.

 

Evangelio

Mt 10,7-15

Gratis han recibido, den gratis

Lectura del santo Evangelio según Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Vayan y proclamen que ha llegado el reino de los cielos. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, arrojen demonios.
Gratis han recibido, den gratis.
No se procuren en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entren en una ciudad o aldea, averigüen quién hay allí de confianza y quédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar en una casa, salúdenla con la paz; si la casa se lo merece, su paz vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a ustedes.
Si alguno no los recibe o no escucha sus palabras, al salir de su casa o de la ciudad, sacudan el polvo de los pies.
En verdad les digo que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra, que a aquella ciudad».


Palabra del Señor.

 

 

Jueves de la 14ª semana del Tiempo Ordinario – Año Impar, I
Lecturas: Génesis 44,18-21.23-29; 45,1-5 / Salmo 104(103) / Mateo 10,7-15


En el marco del Año Jubilar – Orando por la obra evangelizadora de la Iglesia y las vocaciones

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy el Evangelio de Mateo nos ofrece una escena profundamente misionera, y al mismo tiempo, intensamente espiritual. Jesús, el Maestro y Pastor, envía a sus discípulos con una clara consigna: «Proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, expulsen demonios. Gratuitamente han recibido, den gratuitamente» (Mt 10,7-8).

Este mandato no nace del poder humano, ni de la autosuficiencia, sino del envío divino. Jesús no manda a sus discípulos como empresarios del Reino, sino como peregrinos de la esperanza, mensajeros humildes y disponibles, portadores de un don que no les pertenece: la paz de Dios.

1. La evangelización es un camino de peregrinos

Como bien lo expresa el comentario inicial: “La proclamación del Reino es asunto de peregrinos.” No somos propietarios de la Verdad, sino testigos itinerantes de un Amor que nos ha encontrado primero. Así como José en la primera lectura fue instrumento de salvación para sus hermanos —a pesar del mal que ellos le hicieron—, también nosotros somos enviados para anunciar un Reino de reconciliación, no desde la comodidad del juicio, sino desde la gratuidad de la misericordia.

El peregrino no se impone, no llega con seguridades ni con prepotencias. El peregrino camina, escucha, se deja interpelar, toca las heridas y siembra sin esperar siempre cosechar. Así es el apóstol que Jesús quiere formar: libre, humilde, confiado, pero sobre todo, con el corazón anclado en la paz de Dios.

2. Un Evangelio que se propaga curando

Jesús dice que los discípulos deben curar, limpiar, liberar. ¡Qué hermosa pedagogía! El Reino no se anuncia solo con palabras, sino con gestos que sanan, con acciones que restituyen la dignidad, con una presencia que transmite consuelo. En este “circuito de la paz” del que habla el comentario, los apóstoles no solo predican; son portadores vivos de esa paz que viene del cielo.

La evangelización que no cura, que no toca las llagas del cuerpo y del alma, es una evangelización incompleta. Nuestra Iglesia está llamada a ser “hospital de campaña”, como tanto insiste el Papa Francisco, donde el Evangelio se hace carne en la compasión. En este año jubilar, es urgente volver a ser Iglesia sanadora, Iglesia que levanta, que visita, que escucha, que acompaña sin condenar.

3. La pobreza evangélica como actitud misionera

Jesús dice claramente: «No lleven oro, ni plata, ni monedas en el cinturón; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón» (Mt 10,9-10). No es solo una consigna logística; es un llamado espiritual. El verdadero misionero no va cargado de recursos humanos, sino vacío de sí mismo para que el Espíritu lo llene.

En esta perspectiva, la autosuficiencia no es una virtud, sino un obstáculo. Evangeliza quien se deja hospedar, quien acepta la hospitalidad como signo del Reino, quien sabe que recibir también es parte de dar. Los apóstoles no son “proveedores de paz” por su cuenta, sino instrumentos frágiles de una paz que los supera y los transforma.

4. Hacer circular la paz de Cristo

El Evangelio concluye con esta bellísima imagen: «Al entrar en una casa, salúdenla deseándole la paz. Si la casa lo merece, la paz vendrá sobre ella; si no, volverá a ustedes» (Mt 10,12-13). Qué imagen tan reveladora de la dinámica del Reino: la paz como don que circula, que va y vuelve, que fecunda donde encuentra tierra buena y que se recoge cuando no es acogida.

En un mundo fracturado, en una Colombia aún herida por la violencia, los odios y las desigualdades, el llamado de Jesús es más urgente que nunca: “Hagan circular la paz. Que habite en sus corazones y en sus casas.” No hay mejor anuncio del Evangelio que un corazón reconciliado, una familia pacificada, una comunidad fraterna.

5. Oración por la obra evangelizadora y las vocaciones

Queridos hermanos, en este año jubilar, oremos intensamente por la misión evangelizadora de la Iglesia. Que cada bautizado se reconozca enviado. Que no esperemos que “otros lo hagan”, sino que cada uno, desde su realidad, se convierta en puente del Reino, palabra de consuelo, rostro de Cristo para los que sufren.

Y supliquemos al Señor que envíe obreros a su mies. Que surjan vocaciones sacerdotales, religiosas, misioneras y laicales, que respondan con generosidad y libertad al llamado del Evangelio. Vocaciones no por prestigio ni comodidad, sino por pasión por el Reino, por amor al Señor y a su pueblo.

 

Oración final

Señor Jesús,
Tú que enviaste a tus apóstoles despojados de seguridades,
pero llenos de la fuerza del Espíritu,
haznos misioneros de tu paz.

Haz que nuestra vida sea testimonio
de la cercanía de tu Reino,
y que, al proclamarlo con palabras y acciones,
sanemos, levantemos y reconciliemos.

Te pedimos por tu Iglesia,
para que no se canse de evangelizar,
y por todos aquellos a quienes llamas a una vocación especial.
Dales valentía, generosidad y alegría en el seguimiento.

Y que tu paz —esa que supera todo entendimiento—
circule por nuestros corazones y hogares,
para que, al recibirla, también sepamos transmitirla.
Amén.

 

2

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

La Palabra de Dios en este día nos confronta con una realidad que no podemos ignorar: la dureza del corazón humano frente al mensaje de la salvación. Tanto en la historia de José y sus hermanos, como en el envío apostólico de los discípulos por parte de Jesús, se hace evidente que la libertad humana puede acoger o rechazar el don de Dios. Y cada decisión tiene consecuencias.

I. José y la pedagogía del perdón: un corazón que se ha dejado moldear

En la primera lectura (Gn 44,18-45,5), se nos presenta uno de los momentos más conmovedores del Antiguo Testamento: José, vendido por sus hermanos como esclavo, ahora convertido en gobernador de Egipto, se da a conocer y rompe en llanto. Pero sus lágrimas no son de rencor, sino de misericordia y reconciliación. Dice a sus hermanos: «No se aflijan ni se reprochen el haberme vendido, pues fue Dios quien me envió delante de ustedes para salvarles la vida» (Gn 45,5).

¿Qué ha pasado en el corazón de José? No se ha endurecido por el dolor, sino que ha madurado en la fe. Ha visto la mano de Dios incluso en el pecado de sus hermanos. Su vida es testimonio de una verdad profunda: el corazón que se deja ablandar por el amor de Dios, se convierte en instrumento de salvación.

II. Jesús y los discípulos: el riesgo del rechazo

En el Evangelio (Mt 10,7-15), Jesús envía a sus discípulos a anunciar el Reino y los prepara para el rechazo. Les dice que si en algún lugar no los reciben, deben sacudirse el polvo de los pies como testimonio. Este gesto simbólico es una advertencia: rechazar el Evangelio es rechazar la paz, la sanación, la presencia misma del Mesías.

No se trata de venganza, sino de un último gesto profético, con la esperanza de que ese testimonio sacuda las conciencias y despierte en los corazones cerrados una nostalgia del Reino. Jesús no quiere corazones tibios, ni discípulos temerosos. Quiere hombres y mujeres que hablen con la autoridad de la verdad y el fuego del Espíritu.

III. Evangelizar en tiempos de corazones endurecidos

Hoy más que nunca, la Iglesia está llamada a evangelizar en un mundo donde muchos corazones están endurecidos por la indiferencia, el relativismo, el dolor o la desconfianza. La misión sigue siendo urgente, pero también exigente: ser testigos auténticos, anunciar sin miedo, pero también saber cuándo retirarse y dejar que el silencio sea una semilla de inquietud espiritual.

En este año jubilar, renovamos nuestro compromiso con la misión evangelizadora. La paz que anunciamos es la paz de Cristo, no la de este mundo. Nuestra tarea no es convencer por la fuerza, sino proponer con el testimonio de vidas transformadas. Que nuestras comunidades sean faros de luz y no bastiones de condena.

IV. Vocaciones que suavicen el mundo

La llamada a las vocaciones es también una llamada a corazones suaves, sensibles al dolor del mundo, abiertos al llamado de Dios. El Reino necesita obreros valientes, pero sobre todo humildes, que lloren como José, que hablen con autoridad como los discípulos, que sean capaces de irse sin rencor cuando no son escuchados, pero que no dejen de amar.

Oremos, pues, por más vocaciones sacerdotales, religiosas, misioneras y laicales. Oremos por una Iglesia más audaz, más libre, más compasiva. Y oremos, sobre todo, para que nuestros propios corazones no se endurezcan ante la voz de Dios.


Oración final

Señor Jesús,
tú que enviaste a tus discípulos a proclamar el Reino,
enséñanos a hablar con firmeza y a amar con ternura.

Danos corazones como el de José,
capaces de perdonar y ver tu mano incluso en el sufrimiento.
Danos labios que anuncien la salvación,
y pies que sepan cuándo quedarse y cuándo sacudirse el polvo.

Que tu Iglesia siga evangelizando con libertad y esperanza,
y que surjan vocaciones dispuestas a seguirte con todo el corazón.
Y cuando nos alejemos de tu Palabra,
suaviza nuestro corazón, y haznos volver a ti.

Jesús, en Ti confiamos. Amén.


 

 

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