lunes, 22 de septiembre de 2025

23 de septiembre del 2025: martes de la vigésima quinta semana del tiempo ordinario-I- San Pío de Pietrelcina, presbítero

 

Santo del día:

San Pío de Pietrelcina

1887-1968.

«Quédate conmigo, Señor, porque eres mi luz, y sin ti estoy en tinieblas», rezó el fraile capuchino de San Giovanni Rotondo (región de Apulia, Italia), quien dedicó su vida a la confesión y a la celebración de la Eucaristía. Canonizado en 2002.

 

 

Dejar lugar a los recién llegados

(Lucas 8, 19-21) ¡Qué injusticia para los parientes de Jesús! Ellos, que lo vieron crecer y lo conocen mejor que nadie, son mantenidos a distancia; las multitudes se interponen entre ellos y el Señor. Situación, en el fondo, bastante común. Para ellos, como para nosotros, se trata a menudo de dejar el lugar, o al menos de hacerse a un lado, para permitir que los anónimos, los sin nombre y sin rango, vivan también el encuentro con Cristo.

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin

 


Primera lectura

Esd 6,7-8.12b.14-20

Terminaron el templo y celebraron la Pascua

Lectura del libro de Esdras.

EN aquellos días, el rey Darío escribió a los gobernantes de Transeufratina:
«Dejen que se reanuden las obras de ese templo de Dios. El gobernador de los judíos y los ancianos judíos reconstruirán este templo de Dios en el lugar que ocupaba. Estas son mis órdenes sobre lo que deben hacer con los ancianos judíos para la reconstrucción del templo de Dios: de los ingresos reales procedentes de los tributos de Transeufratina, páguese puntualmente a esos hombres los gastos sin ningún tipo de interrupción.
Yo, Darío, he promulgado este decreto y quiero que sea ejecutado al pie de la letra».
Los ancianos judíos prosiguieron las obras con éxito, confortados por la profecía del profeta Ageo y de Zacarías, hijo de Idó. Edificaron y concluyeron la reconstrucción, según el mandato del Dios de Israel y con la orden de Ciro, de Darío y de Artajerjes, reyes de Persia.
Así terminaron este templo el día tercero del mes de adar, el año sexto del reinado del rey Darío.
Los hijos de Israel, los sacerdotes, los levitas y los demás repatriados celebraron con alegría la dedicación de este templo de Dios. Con motivo de la dedicación de este templo de Dios, ofrecieron cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y, como sacrificio por el pecado de todo Israel, doce machos cabríos, según el número de las tribus de Israel.
También organizaron los turnos de los sacerdotes y las clases de los levitas para el servicio de Dios en Jerusalén, tal y como está escrito en el libro de Moisés.
Los repatriados celebraron la Pascua el día catorce del mes primero. Los sacerdotes y los levitas se habían purificado para la ocasión. Todos los purificados ofrecieron el sacrificio de la Pascua por todos los repatriados, por sus hermanos, los sacerdotes, y por ellos mismos.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 122(121),1-2.3-4a.4b-5 (R. cf. 1)

R. Vamos alegres a la casa del Señor.

V. ¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. 
R.

V. Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. 
R.

V. Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. 
R.

V. Deseen la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». 
R.

V. Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. R.

 

Evangelio

Lc 8,19-21

Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, vinieron a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él.
Entonces le avisaron:
«Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte».
Él respondió diciéndoles:
«Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».

Palabra del Señor.

 

1

 

1. La verdad se impone y abre caminos de libertad
En la primera lectura (Esdras 6,7-8.12.14-20), el rey Darío descubre la verdad de lo que había sido decretado por Ciro a favor del pueblo de Israel. Esa verdad no se puede ocultar, y aunque hubo quienes denunciaron y quisieron obstaculizar, el plan de Dios se impuso. No solo se autorizó la reconstrucción del templo, sino que el mismo tesoro del reino debía sostener los gastos. ¡Qué enseñanza tan grande! Dios es capaz de servirse incluso de los poderosos de este mundo para cumplir su voluntad. La verdad, cuando es reconocida y aceptada, abre paso a la justicia, a la libertad y a la reconstrucción de la esperanza.

Hoy, en medio de tantas tensiones y de intentos por manipular la verdad, este pasaje nos invita a confiar: lo que es de Dios prevalece. El templo fue terminado, el pueblo pudo reunirse, y la Pascua volvió a celebrarse como signo de libertad y comunión. Así también nuestras comunidades, sostenidas por la providencia y la fidelidad de Dios, pueden recomenzar siempre.

2. El verdadero parentesco en el Evangelio
El Evangelio (Lc 8,19-21) nos sitúa frente a una escena aparentemente sencilla: la madre y los parientes de Jesús quieren verlo. Pero Jesús aprovecha para dar una enseñanza decisiva: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”.

Esto no es un desprecio de su familia, mucho menos de María, que fue la primera en escuchar y guardar la Palabra en su corazón. Es más bien un ensanchamiento del horizonte: la verdadera familia de Jesús no se reduce a la sangre o a los lazos culturales, sino que se abre a todos los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica. Es una invitación a no vivir una fe de ritos vacíos o de tradiciones heredadas sin vida, sino a dejarnos transformar por la Palabra que escuchamos cada día.

3. San Pío de Pietrelcina: un hermano en la fe y en la cruz
Hoy celebramos a San Pío de Pietrelcina, conocido popularmente como el Padre Pío. Su vida nos recuerda que pertenecer a la familia de Cristo implica escuchar y poner en práctica la Palabra, pero también cargar la cruz con amor. Fue un hombre marcado por el dolor físico, por los estigmas, por la incomprensión de muchos, pero también por una entrega total en la confesión, la oración y la dirección espiritual.

Él fue para miles de fieles un “hermano mayor” que los ayudó a encontrarse con la misericordia de Dios. Nos enseña que la fe no se mide por fenómenos extraordinarios, sino por la obediencia y la perseverancia diaria en el Evangelio. En este Año Jubilar, en el que somos llamados a ser “peregrinos de la esperanza”, San Pío nos recuerda que la esperanza nace de la fidelidad a Dios en medio de las pruebas.

4. La intención jubilar: los benefactores
Hoy oramos de manera especial por todos los benefactores de nuestras comunidades. Ellos son como esos reyes de Persia que, aunque quizá no sean conscientes, sostienen con su generosidad la obra de Dios. Su ayuda permite que templos, obras pastorales, proyectos de evangelización y ayudas a los pobres sean posibles.

A ustedes, queridos benefactores, la Iglesia los acoge como parte de esta familia más amplia de Cristo: son madres y hermanos de Jesús porque escuchan su Palabra y la ponen en práctica en la caridad. El Jubileo es también acción de gracias por ustedes, que se convierten en instrumentos de la providencia divina.

5. Un llamado para nosotros
Las lecturas de hoy y la memoria de San Pío nos llaman a:

  • Reconocer que la verdad de Dios siempre prevalece, aunque haya resistencias.
  • Entender que ser familia de Cristo no depende de títulos ni de tradiciones, sino de la escucha y la práctica de la Palabra.
  • Inspirarnos en San Pío para vivir la fe con radicalidad, paciencia y caridad.
  • Valorar y agradecer a los benefactores que sostienen la obra de Dios, orando siempre por ellos.
  • Vivir este Año Jubilar como un tiempo de unidad, de regreso al Señor y de reconstrucción de la esperanza.

Oración final

Oh Dios de la Alianza,
tú que haces prevalecer la verdad sobre la mentira,
y levantas templos de esperanza en medio de las ruinas:
reúnenos en la escucha de tu Palabra
y haznos familia de tu Hijo,
no por la sangre ni por la carne,
sino por la obediencia al Evangelio.

Mira a los benefactores de tu Iglesia,
que con su generosidad sostienen tu obra;
bendícelos a ellos y a sus familias
con abundancia de gracia y paz.

En este Año Jubilar,
haznos peregrinos de esperanza,
para que unidos a San Pío de Pietrelcina,
vivamos la fidelidad, la oración y la caridad
como signos de tu Reino.

Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

2

 

1.    Una escena de aparente injusticia

El Evangelio de hoy (Lc 8,19-21) nos muestra una situación sorprendente. La madre y los parientes de Jesús desean verlo, pero no logran acercarse porque la multitud lo rodea. Alguien le avisa: “Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte”. Jesús responde con una frase que desconcierta: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”.

De entrada, puede parecernos una injusticia. ¿No son acaso ellos, su familia, los que más derecho tendrían a estar junto a Él? ¿No fueron ellos quienes lo vieron crecer, quienes compartieron con Él la vida cotidiana? Y, sin embargo, Jesús abre un horizonte nuevo: la cercanía verdadera no se mide por la sangre, ni por la costumbre, ni por la historia compartida, sino por la escucha obediente de la Palabra.

2. Hacerse a un lado para dar lugar a otros
El comentario en francés nos invita a ver este pasaje bajo una luz particular: la dificultad, a veces, de hacerse a un lado. Los familiares de Jesús deben experimentar que no tienen un “privilegio” automático. Deben dejar espacio para que otros —los sin nombre, los pobres, los anónimos de la multitud— también puedan encontrarse con Cristo.

Esto no significa desprecio hacia ellos, y mucho menos hacia María, la Madre, que fue la primera en escuchar y guardar la Palabra en su corazón. Significa que el Reino de Dios no conoce barreras de linajes, apellidos o títulos. ¡Todos son llamados, todos tienen acceso, todos tienen un lugar!

3. La lógica del Evangelio: inclusión y novedad
Aquí aparece la novedad radical del Evangelio: no somos “hermanos” de Cristo por derecho hereditario, sino por la decisión libre de escuchar y obedecer a Dios. Esto cambia radicalmente nuestra visión de la Iglesia. No basta con “estar desde siempre”, con haber nacido en un contexto cristiano o haber heredado una tradición: hay que dar el paso de la fe, la escucha, la conversión.

Y al mismo tiempo, quienes “están desde siempre” deben aprender a abrir espacio. Cuántas veces en nuestras comunidades se repite esta tensión: los de “toda la vida” sienten que los nuevos quitan su lugar. Y sin embargo, Jesús nos pide justamente lo contrario: alegrarnos de que otros lleguen, darles espacio, acompañarlos en su proceso.

4. Aplicación jubilar: ser comunidad abierta
En este Año Jubilar, donde somos llamados a ser “peregrinos de la esperanza”, este Evangelio nos impulsa a revisar nuestras actitudes como Iglesia. ¿Estamos siendo una comunidad que deja espacio a los nuevos? ¿O nos encerramos en grupos cerrados, en costumbres rígidas, en frases como “siempre se ha hecho así”?

El Jubileo es tiempo de apertura, de reconciliación, de acogida. Como el templo reconstruido en tiempos de Esdras, nuestras comunidades deben ser casas abiertas donde todos —antiguos y nuevos, cercanos y lejanos, conocidos y anónimos— puedan celebrar juntos la Pascua de la fe.

5. Ejemplo de María y enseñanza de San Pío
María, la Madre, está entre los que escuchan la Palabra y la cumplen. Ella no se queda afuera resentida, sino que enseña con su vida a hacerse discípula. Así se convierte en modelo perfecto de lo que Jesús afirma.

Hoy también recordamos a San Pío de Pietrelcina, quien con su vida de oración, confesión y entrega pastoral abrió espacio para que miles de personas se encontraran con Cristo. No se trataba de su prestigio ni de sus dones extraordinarios, sino de su capacidad de transparentar la misericordia de Dios para todos.

6. Una invitación concreta
Este Evangelio nos invita a:

  • Escuchar y poner en práctica la Palabra, que es lo que nos hace familia de Cristo.
  • Dejar espacio a los nuevos, alegrándonos por su llegada.
  • Evitar el orgullo de la costumbre, recordando que no hay títulos ni herencias automáticas en la fe.
  • Vivir como comunidad abierta, especialmente en este Año Jubilar, donde la Iglesia está llamada a ser signo de esperanza para todos.

🙏 Oración final

Señor Jesús,
tú que abriste tu corazón a todos sin excepción,
haznos comprender que nuestra verdadera identidad
no está en la sangre, en el apellido, ni en la costumbre,
sino en escuchar tu Palabra y vivirla con amor.

Enseña a nuestras comunidades a hacerse a un lado,
a dejar espacio a los nuevos, a los pequeños,
a los que llegan con hambre de Evangelio.
Que nadie se sienta excluido,
y que todos podamos reconocernos como hermanos.

En este Año Jubilar,
haz de tu Iglesia un hogar abierto,
donde cada persona encuentre esperanza y consuelo.
Y por intercesión de María y de San Pío de Pietrelcina,
danos la gracia de vivir como auténtica familia tuya,
fiel a tu Palabra y abierta a todos los que buscan tu rostro.

Amén.

 

3

 

Ese día la liturgia propone:

  • Primera lectura: Esdras 6,7-8.12.14-20 → se narra cómo, gracias al decreto del rey Darío, se culmina la reconstrucción del Templo de Jerusalén, se celebran con alegría las fiestas de la Pascua y se reanuda el culto según la Ley de Moisés.
  • Salmo: Salmo 121(122) → “¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!”. Es un canto de peregrinos que suben a Jerusalén y expresan la alegría de estar en el Templo, lugar de encuentro con Dios.

Homilía (con alusiones completas)

1. La primera lectura: reconstrucción y Pascua renovada

El libro de Esdras nos muestra un momento crucial: el pueblo, después del exilio, ve renacer su esperanza. El Templo es terminado, los sacrificios se organizan, las fiestas vuelven a celebrarse, y la Pascua, memoria de la liberación de Egipto, se renueva ahora como memoria del retorno de la dispersión. El decreto de un rey extranjero —Darío— se convierte en instrumento de la providencia divina.
Esto nos recuerda que Dios conduce la historia y que incluso los acontecimientos políticos o las decisiones de los poderosos pueden transformarse en caminos de bendición para su pueblo. Así también hoy, en medio de tantas ruinas morales o sociales, Dios nos invita a reconstruir el templo de nuestra vida y de la comunidad, a recomenzar en la fidelidad.

2. El salmo: la alegría de ir al encuentro de Dios

El salmo 121 canta: “¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!”. El Templo reconstruido es signo de unidad y de alegría, lugar donde el pueblo se encuentra con Dios y se reconoce familia.
Este salmo se enlaza con el Evangelio: la verdadera “casa del Señor” es la comunidad de quienes escuchan la Palabra y la cumplen. El templo físico es necesario, pero el templo vivo son los corazones obedientes.

3. El Evangelio: la familia verdadera de Jesús

En este contexto de reconstrucción y fiesta, el Evangelio da un paso más: no basta con la sangre, ni con estar cerca físicamente de Jesús; la verdadera familia son los que escuchan y practican la Palabra. María es el modelo perfecto de esa escucha fecunda.
Jesús abre la puerta para que todos —anónimos, pobres, recién llegados— tengan lugar en la familia de Dios. Y, como nos recordaba San Beda, cada obediencia nuestra hace nacer de nuevo a Cristo en el mundo.

4. San Pío de Pietrelcina: templo vivo de oración

San Pío supo ser “casa del Señor” a través de la oración incesante, la confesión y la Eucaristía. Su vida fue un continuo “peregrinar al templo”, no de piedra, sino del Corazón de Cristo. En él vemos cómo se cumple lo del salmo: la alegría de estar en la presencia del Señor y la decisión de abrir espacio para que otros entren.

5. Intención jubilar por los benefactores

El pueblo de Israel celebró la Pascua gracias también a la ayuda inesperada del tesoro real. Así también hoy, nuestras comunidades pueden reconstruir templos y sostener obras gracias a la generosidad de los benefactores. Ellos son parte de esta familia que escucha y actúa la Palabra en la caridad concreta.
En este Año Jubilar, demos gracias por ellos y su testimonio, pidiendo que el Señor los bendiga abundantemente.


Conclusión

Hoy la Palabra nos muestra un itinerario:

  • Reconstruir (Esdras): Dios restaura lo que parecía perdido.
  • Alegrarse en el templo (Salmo): nuestra vida tiene sentido cuando peregrinamos juntos a su presencia.
  • Escuchar y practicar (Evangelio): la verdadera familia se define por la obediencia a la Palabra.

Así, cada uno de nosotros puede ser madre, hermano o hermana de Cristo, y cada benefactor, cada fiel, cada recién llegado, encuentra un lugar en la gran familia del Señor.


Oración final

Señor,
como en tiempos de Esdras,
haznos testigos de tu poder que reconstruye y devuelve la alegría.
Que nuestras comunidades, sostenidas por benefactores generosos,
sean templos vivos donde todos puedan encontrarte.
Que el canto del salmo resuene en nosotros:
“¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!”,
y que, obedeciendo tu Palabra,
nos convirtamos en verdaderos hermanos y madres tuyos.

Amén.

 

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23 de septiembre:

San Pío de Pietrelcina (Padre Pío), presbítero — Memoria

1887–1968
Patrono de los adolescentes y de los voluntarios de la defensa civil.
Invocado por quienes necesitan alivio del estrés, sanación espiritual y contra la melancolía de enero.
Canonizado por san Juan Pablo II el 16 de junio de 2002.



Cita:

La oración es el arma mejor que poseemos. Es la llave que abre el corazón de Dios. Debes humillarte siempre con amor delante de Dios y delante de los hombres, porque Dios habla solo a quienes son verdaderamente humildes y los enriquece con sus dones. La humildad y la pureza son las alas que nos llevan a Dios y nos hacen casi divinos. Tengamos siempre presente que aquí en la tierra estamos en un campo de batalla y que en el paraíso recibiremos la corona de la victoria; que aquí es un terreno de prueba y que el premio se otorgará allá arriba; que ahora estamos en tierra de exilio mientras nuestra verdadera patria es el Cielo, hacia la cual debemos aspirar continuamente.

~San Padre Pío


Reflexión

San Padre Pío nació como Francesco Forgione en Pietrelcina, Italia, un pueblo rural de unos 4.000 habitantes. De niño lo llamaban Franci (“Frankie”). Sus padres eran campesinos jornaleros, y los hijos ayudaban en las labores del campo. Franci fue el tercero de siete (u ocho) hijos, de los cuales dos (o tres) murieron en la infancia, algo muy común en aquella época. El pueblo giraba en torno a la iglesia local de Santa Ana, con continuas fiestas, misas, procesiones, novenas y celebraciones parroquiales. La fiesta principal cada año era en honor de su patrona, Nuestra Señora de la Liberación, que duraba tres días en agosto. Tras la jornada laboral, la mayoría de las tardes se compartían con los vecinos, comiendo pasta, cantando, contando historias y jugando en los campos.

La familia Forgione era muy devota, y Franci manifestó una piedad extraordinaria desde muy pequeño. La familia tenía gran devoción a los santos y a la Virgen María, amor que Franci conservaría toda su vida. De niño, sufría a menudo pesadillas; más tarde afirmaría que el diablo lo atormentaba ya desde esa edad. Recordaba también que, desde que tenía memoria, podía comunicarse con su ángel custodio y tenía visiones frecuentes de la Virgen y de Jesús. Desde los cinco años se consagró a Dios y a la Virgen. Fue buen estudiante, aunque en su pueblo solo había tres años de escuela pública. También padeció diversas enfermedades durante la infancia.

A los diez años, Franci conoció a un fraile capuchino con barba que recorría los pueblos pidiendo limosna para su comunidad. Quedó tan impresionado que dijo a sus padres: “¡Quiero ser fraile con barba!”. Al principio lo tomaron como una ocurrencia infantil, pero luego lo llevaron al convento capuchino, a unos 20 kilómetros. Los frailes lo aceptaron, pero necesitaría mejor preparación académica. Sus padres no podían pagar un colegio privado ni un tutor, así que su padre emigró a Estados Unidos para trabajar y enviar dinero. Enviaba nueve dólares semanales, con lo cual Franci pudo estudiar. A los quince años entró con los capuchinos y tomó el nombre de Pío, tal vez en honor al papa san Pío I, cuyas reliquias estaban en su iglesia parroquial, o a Pío de Benevento, provincial capuchino.

Cinco días antes de entrar, Franci tuvo dudas sobre dejar la vida conocida y entrar en el convento. Rezando, tuvo una “visión intelectual”: en su mente vio a un “Hombre majestuoso, de rara belleza, resplandeciente como el sol”. Ese Hombre lo tomó de la mano y lo condujo ante un “formidable guerrero” o “criatura misteriosa” con la que debía combatir. Dudó, pero el Hombre lo animó. Peleó y venció; el enemigo huyó. El Hombre entonces colocó sobre su cabeza una corona de indescriptible belleza y le dijo que siempre tendría que luchar, pero que con Su ayuda vencería. Tres días después, al recibir la Eucaristía, comprendió que su vida capuchina sería una batalla constante contra el demonio, pero con Cristo a su lado. Dos días más tarde, la víspera de su ingreso, tuvo otra visión de Jesús y la Virgen que lo consolaron y fortalecieron para su vocación. Estas visiones se cumplieron a lo largo de sus 65 años de vida religiosa.

La vida de novicio estuvo llena de disciplina y austeridad: rezaban siete veces al día, estudiaban largas horas, vivían en celdas pequeñas y sencillas, iban descalzos, ayunaban con frecuencia y trabajaban manualmente. En 1907, con 19 años, hizo la profesión perpetua, y en 1910, con 23 años, fue ordenado sacerdote. Durante los años de preparación siempre estuvo delicado de salud. Sus compañeros atestiguaron que caía en éxtasis en la oración, a veces levitando, otras llorando, siempre tan absorto que perdía la noción del tiempo y del lugar. Tras ordenarse, su salud empeoró tanto que le permitieron volver a casa para recuperarse. Allí estuvo hasta 1916, cuando lo enviaron al convento de Nuestra Señora de las Gracias en San Giovanni Rotondo, donde viviría hasta su muerte (con una breve interrupción durante la Primera Guerra Mundial, cuando fue llamado al servicio militar, pero fue rápidamente licenciado por su mala salud).

En San Giovanni Rotondo, pronto fue conocido como místico. Sus misas eran intensas y prolongadas por los éxtasis. Confesaba sin descanso y daba dirección espiritual. Su consejo más famoso fue: “Reza, espera y no te preocupes”. El 20 de septiembre de 1918, tras la misa, tuvo una visión de un Hombre sangrante de manos, pies y costado; de repente, esas llagas se abrieron en su propio cuerpo: recibía los estigmas. Los llevó por exactamente cincuenta años. Sangraban hasta un cáliz de sangre diario, despedían un aroma celestial y le producían gran dolor, especialmente en el hombro donde Cristo llevó la cruz. Médicos de todo el mundo lo examinaron sin encontrar explicación.

Durante trece años, multitudes acudieron a verlo. Manifestó dones carismáticos: curaciones, bilocación, levitación, profecía, milagros y xenoglosia (visitantes extranjeros lo oían en su propia lengua). Podía leer los corazones, pasaba semanas alimentándose solo de la Eucaristía y dormía muy poco o nada. Muchas conversiones se dieron a través de su ministerio.

Estos hechos maravillaban a los fieles, pero también levantaron sospechas en la Iglesia. En 1922 comenzó una investigación; en 1931 el Vaticano lo suspendió del ministerio público. Dos años después, Pío XI levantó la sanción al reconocer que había sido mal informado. Sin embargo, continuó bajo escrutinio hasta que Pablo VI lo rehabilitó por completo en 1963.

Además de su ministerio de misa y confesión, construyó un hospital para los pobres, con permiso especial de la Santa Sede para administrarlo personalmente.

El 22 de septiembre de 1968 celebró una misa solemne televisada por el cincuentenario de los estigmas. Al día siguiente, sus llagas desaparecieron y falleció. Se calcula que 100.000 personas asistieron a su funeral.

San Pío fue un santo irrepetible. Aunque hubo otros estigmatizados, nadie los llevó tan abiertamente ni tanto tiempo. Vivió en unión continua con Dios, realizó milagros innumerables, provocó conversiones masivas y decía que su verdadera misión empezaría después de su muerte. Y así ha sido: desde 1968 su fama, intercesión y milagros siguen vivos. Sus restos descansan en el Santuario de San Pío en San Giovanni Rotondo, uno de los centros de peregrinación más concurridos del mundo.

Al honrar a este santo, dejémonos inspirar por su vida milagrosa. Pero contemplemos aún más su vida de oración y unión con Dios. Su santidad no se redujo a los prodigios, sino que fue fruto de la oración, la penitencia, la virtud y la obediencia a la voluntad de Dios. Todos estamos llamados a la misma santidad, aunque sin dones extraordinarios. Busquemos la santidad en la oración y la penitencia, y pidamos la intercesión de San Pío para alcanzarla.


Oración

San Padre Pío, que amaste a Dios con todo tu corazón y llevaste en tu cuerpo las llagas de Cristo, por ti muchos corazones se convirtieron, se sanaron y recibieron perdón. Ruega por mí, para que reciba la sanación que necesito y pueda entregarme más plenamente a la voluntad de Dios y servirlo con todas mis fuerzas.
San Pío de Pietrelcina, ruega por mí.
Jesús, en ti confío.

 

domingo, 21 de septiembre de 2025

22 de septiembre del 2025: lunes de la vigésima quinta semana del tiempo ordinario-I

 

¡Luz!


(Lc 8, 16-1)
«Para que los que entren vean la luz. »

¿Qué ven estos recién llegados a la fe, principiantes o quienes retoman el camino, cuando llaman a la puerta de nuestras comunidades cristianas?
¿Una luz pálida y desvaída? ¿Una luz demasiado ostentosa para ser verdadera? ¿O, más bien, la luz vacilante y cálida de la fe?
Esta luz es un tesoro, depende de nosotros protegerla y alimentarla; ¡que acoja a todos los que se acerquen a ella!

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin

 


Primera lectura

Esd 1,1-6

El que pertenezca al pueblo del Señor que suba a Jerusalén, a reconstruir el templo del Señor

Comienzo del libro de Esdras.

EL año primero de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor por boca de Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, rey de Persia, para que proclamara de palabra y por escrito en todo su reino:
«Esto dice Ciro, rey de Persia:
El Señor, Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha encargado que le edifique un templo en Jerusalén de Judá. El que de ustedes pertenezca a su pueblo, que su Dios sea con él, que suba a Jerusalén de Judá, a reconstruir el templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén. Y a todos los que hayan quedado, en el lugar donde vivan, que las personas del lugar en donde estén les ayuden con plata, oro, bienes y ganado, además de las ofrendas voluntarias para el templo de Dios que está en Jerusalén».
Entonces, los cabezas de familia de Judá y Benjamín, los sacerdotes y los levitas, y todos aquellos a quienes Dios había despertado el espíritu, se pusieron en marcha hacia Jerusalén para reconstruir el templo del Señor.
Todos sus vecinos les ayudaron con toda clase de plata, oro, bienes, ganado y objetos preciosos, además de las ofrendas voluntarias.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6 (R. 3a)

R. El Señor ha estado grande con nosotros.

V. Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sion,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. 
R.

V. Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. 
R.

V. Recoge, Señor, a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares. 
R.

V. Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. 
R. 

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Brille así su luz ante los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre. R.

 

Evangelio

Lc 8,16-18

La lámpara se pone en el candelero para que los que entren vean la luz

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz.
Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público.
Miren, pues, cómo oyen, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».

Palabra del Señor.

 

1

 

“La lámpara de nuestra vida: luz de Cristo en medio de las sombras”

Queridos hermanos:

Hoy comenzamos la lectura del libro de Esdras, un texto que, aunque antiguo, resuena con gran actualidad para nosotros. Narra el regreso del pueblo de Israel del exilio en Babilonia y la restauración de Jerusalén, del templo y del culto. Este libro nos muestra la fidelidad de Dios a su pueblo y, al mismo tiempo, las dificultades y desafíos que enfrenta la comunidad creyente cuando se trata de reconstruir no solo paredes y altares, sino la fe y la identidad.

1. El Dios que se sirve de instrumentos inesperados

Llama profundamente la atención que Dios escogiera a Ciro, rey de Persia —un extranjero, un no judío— para ser instrumento de liberación. El edicto que permite a los judíos regresar a su tierra es leído por los autores bíblicos como una acción providencial del Señor. Aquí comprendemos algo esencial: Dios no se encierra en nuestras categorías ni se deja limitar por nuestras fronteras religiosas o culturales. Él puede valerse de cualquier persona o situación, incluso de lo que parece contrario, para realizar su plan de salvación.

Esto nos recuerda que, en nuestra vida personal y en la historia de la Iglesia, Dios sigue actuando muchas veces de modos inesperados. En este Año Jubilar, somos llamados a abrir los ojos y reconocer que el Espíritu Santo sopla donde quiere, y que su obra no se restringe a nuestros esquemas estrechos.

2. La lámpara de nuestra vida

El Evangelio nos ofrece una imagen preciosa: la lámpara. Jesús dice que nadie enciende una lámpara para esconderla bajo una vasija, sino para colocarla en el candelero, y que alumbre. Esa lámpara somos nosotros. La vida de cada ser humano es una chispa encendida por Dios mismo en el momento de la concepción.

San Juan nos recordará que Jesús es la “luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,9). Al acoger su Palabra y dejar que transforme nuestra existencia, esa luz no se apaga, sino que se convierte en testimonio para los demás. No podemos esconder la fe, no podemos ocultar la esperanza, no podemos vivir como si la luz que Cristo nos regaló fuese un secreto personal.

3. La Palabra de Dios: lámpara para nuestros pasos

El salmo 118 (119) nos ofrece la clave: “Tu palabra es lámpara para mis pasos y luz en mi sendero”. La luz no es solo una idea bonita, es una fuerza que orienta, que guía, que da seguridad al caminante. Quien se deja guiar por la Palabra de Dios no se extravía, aunque atraviese noches oscuras.

Y esto nos lleva a una gran responsabilidad: ¿qué tanto dejamos que la Palabra nos ilumine cada día? ¿La escuchamos solo en la Misa, o también la meditamos en casa, en familia, en comunidad? Hoy, más que nunca, necesitamos discípulos que brillen con la luz de Cristo, no por palabras vacías, sino porque han dejado que la Escritura transforme su manera de pensar, sentir y actuar.

4. Luz en medio de la oscuridad del dolor y de la muerte

Hoy nuestra intención orante se dirige a los difuntos. Recordamos a aquellos que nos han precedido con la señal de la fe y descansan en la esperanza de la resurrección. En la experiencia humana, la muerte es una de las sombras más densas; pero precisamente ahí la fe se convierte en lámpara. La certeza de que Cristo ha vencido la muerte nos consuela y nos impulsa a vivir con esperanza.

Cuando encendemos una vela en un velorio, en un aniversario, en el Día de los Fieles Difuntos, no es solo un gesto piadoso: es el signo de que creemos que la luz de Cristo brilla más fuerte que la oscuridad de la tumba. En este Año Jubilar, rezar por los difuntos es también un acto de misericordia espiritual, un modo de prolongar esa luz que nunca se apaga.

5. Un compromiso jubilar: ser lámparas vivas

Hermanos, si Dios ha puesto en nuestras manos la luz de su Palabra, no podemos esconderla. El Jubileo que vivimos nos recuerda que somos “peregrinos de la esperanza”. Y un peregrino necesita luz para no extraviarse en el camino. Al mismo tiempo, nuestra lámpara puede iluminar a otros caminantes que se sienten perdidos, tristes o desesperados.

Ser lámpara hoy significa:

  • Testimoniar la fe con coherencia en la familia y en la sociedad.
  • Llevar consuelo a los que lloran la pérdida de un ser querido.
  • Sembrar esperanza donde reinan la corrupción, la mentira y la desesperanza.
  • Dejar que la Palabra de Dios modele nuestras decisiones y nuestros gestos de cada día.

Oración final

Señor, haznos lámparas vivas, encendidas con tu Palabra y tu Espíritu.
Que nuestra fe no se esconda ni se apague,
sino que ilumine a quienes nos rodean.
Te encomendamos a todos nuestros difuntos,
para que descansen en la luz eterna de tu presencia.
Y en este Año Jubilar, haznos testigos de esperanza,
para que el mundo vea en nosotros
un reflejo humilde y cercano de tu Hijo Jesucristo,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.

 

2

 


“Que los que entren vean la luz”

 

Queridos hermanos y hermanas:

El evangelio de hoy nos vuelve a presentar la imagen de la lámpara que ilumina, la misma que escuchábamos en estos días en labios de Jesús (Lc 8,16-18). Es una parábola sencilla, pero profundamente exigente: nadie enciende una lámpara para ocultarla, sino para que los que entren en la casa puedan ver la luz. La pregunta que podemos hacernos, a la luz de este evangelio es, cuando alguien se acerca a nuestras comunidades, ¿qué encuentra?

1. La experiencia del pueblo de Israel: luz que vuelve a brillar

Siguiendo la lectura del libro de Esdras que inauguramos en la liturgia, contemplamos cómo el pueblo de Israel, tras el exilio, regresa a Jerusalén y reconstruye el templo. No fue fácil. Había cansancio, desánimo, conflictos con los pueblos vecinos, y hasta divisiones internas. Sin embargo, lo esencial era no dejar apagar la fe, volver a poner en el centro a Dios como lámpara de su vida.

Esa reconstrucción histórica es también un espejo de la reconstrucción espiritual que tantas veces necesitamos como Iglesia y como creyentes. Cuando hemos pasado por pruebas, por crisis personales, comunitarias o sociales, la tentación es dejar que la fe se apague poco a poco. Pero Dios nos invita a encender de nuevo la lámpara y ponerla en alto.

2. ¿Qué luz ofrecemos al mundo?

Jesús es claro: la lámpara debe ponerse en el candelero, para que los que entren vean. Es decir, la fe no es para esconderla, sino para compartirla.

  • Si mostramos una luz pálida y apagada, los que se acercan no sentirán atracción.
  • Si mostramos una luz falsa y ostentosa, basada en apariencias, ritualismos vacíos o espectáculo, esa luz no convence ni alimenta.
  • Pero si mostramos una luz sencilla, cálida y verdadera, como la del hogar donde arde una vela que reconforta, entonces quienes se acercan encuentran un signo de Dios vivo.

La luz de Cristo no deslumbra para cegar, sino que ilumina para guiar. Es fuego que calienta el corazón y orienta el camino.

3. La luz de la Palabra

El salmista lo decía con tanta belleza: “Tu palabra es lámpara para mis pasos y luz en mi sendero” (Sal 118,105). La Palabra de Dios es la que nos hace capaces de mantener viva la llama. Sin ella, la lámpara se apaga; con ella, incluso en medio de la noche más oscura, hay claridad suficiente para caminar.

Por eso, en este Año Jubilar, se nos invita a redescubrir la centralidad de la Palabra: leerla, meditarla, orarla en familia, en grupos parroquiales, en la liturgia. Cuando la comunidad vive en torno a la Palabra, se convierte en casa luminosa que acoge a los que llegan.

4. Orar por los difuntos: lámpara de esperanza

Hoy la intención orante nos invita a recordar a los difuntos. Ellos han caminado antes que nosotros con la lámpara de la fe en sus manos. Ahora confiamos que esa luz se transforme en la claridad plena del cielo.

Rezar por ellos es, al mismo tiempo, un gesto de esperanza para nosotros: nos recuerda que nuestra lámpara debe permanecer encendida hasta el final. Y que, en la comunión de los santos, la luz de Cristo une a vivos y difuntos en una misma fe y una misma esperanza.

5. El compromiso jubilar: ser lámparas para los que llaman a la puerta

El Papa Francisco, cuando convocó este Jubileo con el lema “Peregrinos de la esperanza”, nos llamó a ser comunidades abiertas, luminosas, acogedoras. Muchos hombres y mujeres hoy vuelven a tocar la puerta de la Iglesia: algunos buscando reconciliación, otros, curiosidad, otros, necesidad espiritual profunda.

La pregunta es: ¿qué encuentran cuando entran? ¿Una Iglesia cerrada, fría, en tinieblas? ¿O una comunidad que, aunque imperfecta, brilla con la luz cálida de la fe, de la caridad, de la misericordia? Nuestro compromiso es que toda persona que se acerque pueda experimentar que aquí hay una llama viva, que aquí hay calor humano y divino, que aquí está la luz de Cristo.


Oración final

Señor Jesús,
Tú eres la luz verdadera que ilumina a todo hombre.
Haz que nuestra fe no sea pálida ni vacía,
sino cálida y sincera, capaz de atraer a quienes buscan esperanza.
Que nuestras comunidades sean hogares donde arde tu Palabra,
donde cada hermano encuentre acogida y consuelo.
Te confiamos a nuestros difuntos:
concédeles gozar de tu luz eterna.
Y a nosotros, peregrinos en este Año Jubilar,
danos tu Espíritu para ser lámparas vivas
que guíen a los demás hacia Ti.

Amén.

 

3

 

“Escuchar la Palabra, comprenderla y dejar que dé fruto”

 

Queridos hermanos y hermanas:

El Evangelio de hoy (Lc 8,16-18) nos advierte: “Tengan cuidado de cómo escuchan. Porque al que tiene, se le dará; y al que no tiene, aun lo que cree tener se le quitará”. Estas palabras se complementan con la primera lectura del libro de Esdras (1,1-6) y con el Salmo 125, formando un conjunto que nos ilumina sobre la importancia de la escucha atenta y fecunda de la Palabra de Dios, especialmente en este Año Jubilar en el que somos llamados a ser peregrinos de la esperanza.


1. La primera lectura: Dios suscita instrumentos de liberación

El libro de Esdras nos sitúa en un momento histórico clave: el edicto del rey Ciro de Persia que permite al pueblo de Israel volver del exilio y reconstruir el templo de Jerusalén. Lo sorprendente es que Dios utiliza a un pagano, un rey extranjero, para realizar su plan. El Espíritu Santo mueve el corazón de Ciro para que ordene la repatriación y financie la obra de reconstrucción.

La enseñanza es clara: Dios no está limitado por nuestras categorías humanas. Él puede obrar por caminos insospechados y valerse de quienes menos esperamos. Así lo experimentamos también nosotros: cuántas veces una palabra, un encuentro, incluso una dificultad, se convierte en instrumento de Dios para nuestra conversión.


2. El salmo responsorial: “Grandes cosas ha hecho el Señor por nosotros”

El Salmo 125 nos pone en sintonía con la alegría del regreso: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar… nuestra boca se llenaba de risas y nuestros labios de canciones”.

Este canto es la expresión de un pueblo que experimenta el paso de la esclavitud a la libertad, de la tristeza al gozo, de las lágrimas a la cosecha abundante. La liturgia nos recuerda que la Palabra escuchada y acogida transforma la historia en fuente de alegría y esperanza.

Y aquí aparece un vínculo directo con el Evangelio: quien “tiene” la Palabra —es decir, quien la atesora en el corazón— descubre en la vida cotidiana signos de liberación, incluso en medio de pruebas. Por eso el salmo añade: “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares”. Es una invitación a la perseverancia: aunque la siembra de la fe sea ardua, la cosecha será abundante.


3. El Evangelio: cuidar cómo escuchamos

Jesús nos recuerda que la verdadera riqueza no consiste en acumular bienes, sino en escuchar y comprender la Palabra. El que se abre de verdad a ella recibe cada vez más luz, más sabiduría, más esperanza. El que no la cultiva pierde hasta lo poco que cree tener: la fe se enfría, la memoria de Dios se diluye, la vida queda a merced de engaños y confusiones.

Escuchar no es un acto pasivo: implica acoger, amar, dejarse transformar. Como enseñaba san Beda, escuchar con la mente lleva a amar, y amar conduce a comprender. Es un dinamismo que solo el Espíritu Santo puede realizar en nosotros.


4. Una luz que debe crecer y multiplicarse

El Señor no quiere discípulos que escondan la lámpara, sino testigos que iluminen. La luz de Cristo no es nuestra propiedad privada; es un don para compartir. Y la mejor manera de compartirla es cultivar una vida enraizada en la Palabra y en la oración:

  • Escuchar con perseverancia la Escritura cada día.
  • Orar con ella en silencio y en comunidad.
  • Testimoniarla en obras concretas de misericordia.
  • Ofrecer esperanza a los que llegan buscando consuelo, como un hogar con la lámpara encendida.

5. Una palabra de esperanza para los difuntos

Hoy nuestra intención orante se dirige a los difuntos. Ellos caminaron con su lámpara encendida, quizás débil y vacilante, pero sostenida por la fe. Rezamos para que la luz de Cristo, que nunca se apaga, los reciba en la plenitud del Reino.

El salmo nos recuerda que las lágrimas se convierten en cantos de victoria. Por eso orar por los difuntos no es solo pedir su descanso, sino también afirmar nuestra fe en que la muerte no tiene la última palabra. La esperanza cristiana es la cosecha de la siembra de la fe.


6. Compromiso jubilar: escuchar para crecer

En este Año Jubilar, el Señor nos invita a crecer en la comprensión de su Palabra. No basta oír superficialmente; necesitamos escuchar con el corazón abierto, para que lo recibido se multiplique. Así nos convertimos en peregrinos de la esperanza, capaces de iluminar a quienes llegan a la comunidad buscando consuelo y sentido.


Oración final

Señor, abre nuestro oído y nuestro corazón
para escuchar con atención tu Palabra viva.
Que tu Espíritu Santo nos conceda comprenderla, amarla y vivirla,
para que crezca en nosotros y se multiplique en frutos de esperanza.
Recibe en tu luz a nuestros difuntos,
y haz que en nuestra comunidad tu lámpara permanezca encendida,
para que todo el que entre vea en nosotros la claridad de tu amor.

Amén.

 


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