martes, 5 de agosto de 2025

6 de agosto del 2025: Fiesta de la Transfiguración del Señor-C

 

La Transfiguración del Señor

La fiesta de la Transfiguración del Señor celebra el día en que, en el monte Tabor, Cristo Jesús, ante sus apóstoles Pedro, Santiago y Juan, manifestó su gloria de Hijo amado del Padre, en presencia de Moisés y Elías, dando testimonio de la Ley y de los Profetas.

 


Una oración que abre los ojos

(Lucas 9, 28b-36) Lucas es el único que menciona la oración de Jesús llevando consigo a sus discípulos.

Una oración que lo transforma y dice algo de su divinidad.
Una oración que abre los ojos y los oídos de los discípulos.
Entonces lo descubren como Hijo del Padre, en una relación única con Él.
Esto los prepara para la desfiguración de la Cruz y los abre a la dimensión pascual y de éxodo de toda existencia humana.
Esa experiencia solo puede ser acogida a través de la oración.

Emmanuelle Billoteau, ermite

 


Primera lectura

Dan 7, 9-10. 13-14

Su vestido era blanco como nieve

Lectura de la profecía de Daniel.

MIRÉ y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó.
Su vestido era blanco como nieve,
su cabellera como lana limpísima;
su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas;
un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él.
Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes.
Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Seguí mirando. Y en mi visión nocturna
vi venir una especie de hijo de hombre
entre las nubes del cielo.
Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia.
A él se le dio poder, honor y reino.
Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.
Su poder es un poder eterno, no cesará.
Su reino no acabará.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 96, 1-2. 5-6. 9 (R.: 1a. 9b)

R. El Señor reina, Altísimo sobre toda la tierra.

V. El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. 
R.

V. Los montes se derriten como cera ante el Señor,
ante el Señor de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. 
R.

V. Porque tú eres, Señor,
Altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escúchenlo. R.

 

Evangelio

Lc 9, 28b-36

Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.


EN aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía lo que decía.
Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube.
Y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el Elegido, escúchenlo».
Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Palabra del Señor.

 


1


Homilía para la Fiesta de la Transfiguración del Señor

“Este es mi Hijo amado: escúchenlo” (Mc 9,7)

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy la Iglesia nos lleva de la mano hasta lo alto de un monte santo, el Tabor, para contemplar un misterio que resplandece con luz celestial: la Transfiguración del Señor. Y en este Año Jubilar, en el que somos llamados a ser Peregrinos de la Esperanza, este misterio se convierte en un faro luminoso que nos alienta, nos orienta y nos recuerda hacia dónde vamos y en quién hemos puesto nuestra fe.

1. Una experiencia de cielo en medio del camino

La Transfiguración no fue una aparición aislada o un espectáculo divino. Fue un anticipo. Un “trailer” del cielo, por así decirlo. Jesús, en su infinita pedagogía, prepara a sus discípulos para el escándalo de la cruz mostrándoles anticipadamente la gloria que vendrá después del sufrimiento. ¡Qué bueno es Dios! Nos enseña no solo con palabras, sino con experiencias que tocan el alma.

Pedro, Santiago y Juan suben con Jesús. Ellos, como nosotros, eran débiles, temerosos, y a veces lentos para comprender. Pero Jesús no los abandona. Los lleva con Él, como también a nosotros, para mostrarles lo que muchas veces no comprendemos: que el dolor y la gloria no son opuestos, sino parte del mismo camino.

2. El rostro de Jesús brilla como el sol

El evangelio nos dice que el rostro de Jesús se transfiguró y sus vestidos se volvieron resplandecientes. En Él se manifiesta su divinidad, esa que estaba velada por su humanidad. Jesús no dejó de ser hombre en ese instante, pero nos mostró que en Él, Dios y hombre están unidos inseparablemente.

Este hecho tiene una implicación muy profunda para nuestra vida: también en nosotros hay una gloria escondida, una vocación de eternidad. Por el bautismo hemos sido hechos hijos en el Hijo. Estamos llamados, como dice san Pablo, a ser “transformados de gloria en gloria” (2 Cor 3,18). El cristiano no vive para esta tierra, sino para la gloria del cielo. Y esa gloria comienza a gestarse aquí, cuando vivimos en gracia, cuando amamos, cuando sufrimos con sentido, cuando perdonamos, cuando servimos.

3. Moisés y Elías: La Ley y los Profetas se cumplen en Cristo

El Señor no se aparece solo. Con Él están Moisés y Elías. Uno representa la Ley, el otro los Profetas. En Jesús se cumple todo lo que la historia de la salvación había anunciado. Él no vino a abolir nada, sino a darle plenitud (cf. Mt 5,17). La Palabra de Dios que escuchamos cada día no es letra muerta. Es una historia viva que desemboca en Cristo y que debe llegar hasta nosotros. Nuestra fe no nace de una fantasía ni de una moda, sino de un cumplimiento.

Es importante recordarlo hoy, cuando muchos cristianos parecen buscar experiencias emocionales o se dejan seducir por nuevas espiritualidades sin raíz. Pedro lo recuerda en su segunda carta (2 Pe 1,16-19): “no seguimos fábulas ingeniosamente inventadas, sino que fuimos testigos oculares de su grandeza”. ¡Qué claridad la de Pedro! Él lo vio, lo vivió, lo escuchó. Y por eso puede hablar con autoridad.

4. “Maestro, qué bueno es estar aquí…”: la tentación de quedarnos en el consuelo

Pedro, como tantos de nosotros, quedó embelesado ante la gloria. “Hagamos tres tiendas”, dijo. Quería quedarse allí, detenido en esa belleza. Y aunque su deseo era sincero, Jesús lo llevará de nuevo al camino, al valle, al sufrimiento. Porque el monte de la gloria no es la meta… es una estación de paso.

Hermanos, ¿no nos pasa lo mismo? Quisiéramos quedarnos en los momentos de consuelo, de fervor, de paz. Pero la vida cristiana no se vive solo en la cima. También hay que bajar del monte. Hay que volver al mundo, al compromiso, al testimonio, a la cruz cotidiana. Lo que hemos visto en el Tabor debe impulsarnos a vivir con esperanza en medio de nuestras luchas.

5. Una voz desde la nube: “Escúchenlo”

En la cima de la montaña se escucha la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”. Es la misma voz del Bautismo, pero ahora dirigida a los discípulos. Y es también para nosotros. En un mundo lleno de ruidos, de opiniones, de ideologías, de confusión… Dios nos dice una sola cosa: “Escuchen a Jesús”.

No escuchen tanto las voces del miedo, del odio, de la desesperanza. Escuchen a Jesús. Escuchen su Evangelio. Escuchen lo que les dice cada día en su Palabra, en la Eucaristía, en los pobres, en los hermanos. Escuchar a Jesús no es una opción, es una urgencia vital. Si lo escuchamos y lo seguimos, alcanzaremos también nosotros la gloria.

6. Bajar del monte… con fe y esperanza

Jesús prohíbe contar lo que han visto hasta después de su resurrección. ¿Por qué? Porque sin la cruz, la gloria no se entiende. Si no pasamos por el Viernes Santo, no comprendemos el Domingo de Pascua. Los apóstoles no entendieron en ese momento qué significaba “resucitar de entre los muertos”, pero lo comprendieron más tarde, cuando lo vieron con sus ojos y lo creyeron con el corazón.

Nosotros ya hemos visto el resplandor de la resurrección. Por eso sí podemos proclamar el misterio de la Transfiguración. Pero más aún: estamos llamados a vivir transfigurados, a dejar que el amor de Cristo transforme nuestras vidas, nuestras familias, nuestras comunidades.


Conclusión: Peregrinos de la esperanza, hacia la gloria

Queridos hermanos, en este Año Jubilar de la Esperanza, la Transfiguración del Señor nos recuerda que nuestra vocación última es la gloria del cielo, y que la esperanza no defrauda (Rm 5,5). Cristo ha querido mostrarnos un adelanto del cielo para que no claudiquemos en medio del camino.

Así que no te desanimes si sientes el peso de la vida, si ves oscuridad en el mundo, si las pruebas parecen nublar tu fe. Recuerda el Tabor. Recuerda que la última palabra no la tiene el dolor, sino la luz de Cristo glorioso.

¡Escucha al Hijo amado! ¡Síguelo con confianza! ¡Déjate transformar por Él! Porque si morimos con Él, con Él también resucitaremos. Y un día, en la gloria del cielo, comprenderemos plenamente lo que ahora apenas vislumbramos en la fe.

Amén.

 

2

 

Una oración que transforma y revela

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

La liturgia de hoy nos invita a contemplar uno de los momentos más luminosos y a la vez más misteriosos del Evangelio: la Transfiguración del Señor en el monte. Es una escena cargada de gloria, de revelación, de belleza... pero sobre todo de oración.

Sí, de oración. Porque san Lucas —el único evangelista que lo destaca— nos recuerda que todo este acontecimiento comienza con Jesús subiendo al monte para orar (Lc 9,28). Y es en ese clima de oración donde sucede la transformación, donde se abren los ojos de los discípulos, donde el cielo toca la tierra.

1. Oración que transforma

El evangelio nos dice que “mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos se volvieron de una blancura deslumbrante”. Es decir, la oración no solo cambia las cosas; cambia al que ora. Jesús no se transfigura antes ni después, sino mientras oraba. Es en ese diálogo íntimo con el Padre donde se manifiesta su divinidad, su unidad con Dios, su gloria escondida.

Y esto tiene mucho que decirnos a nosotros. Porque si el mismo Jesús —el Hijo amado— ora… ¿cuánto más deberíamos nosotros vivir una vida orante, si queremos ser transformados en lo más profundo?

Hoy, en medio de tanto ruido, de prisas, de distracciones, el monte de la oración se vuelve indispensable. Quien ora, se transfigura. Quien no ora, se apaga. Sin oración, no hay luz en el rostro del cristiano.

2. Oración que abre los ojos

Los discípulos —Pedro, Santiago y Juan— suben al monte algo adormilados. Dice Lucas que “tenían mucho sueño”, y eso nos representa: muchas veces estamos adormecidos espiritualmente, cerrados a lo que Dios quiere mostrarnos. Pero cuando despiertan y abren los ojos, ven a Jesús en gloria y a Moisés y Elías conversando con Él.

Es la oración de Jesús la que abre sus ojos. Es la intimidad con el Padre la que nos hace capaces de reconocer lo invisible. Y es entonces cuando descubren que Jesús no es solo su maestro humano… es el Hijo del Padre, está en comunión perfecta con el cielo, y conversa con aquellos que representan la Ley y los Profetas, es decir, con toda la historia de la salvación.

Queridos hermanos: ¿no necesitamos también nosotros que nuestra oración nos abra los ojos?
Ojos para ver a Cristo en la Eucaristía.
Ojos para reconocerlo en los pobres.
Ojos para ver su luz en medio de nuestras noches.

3. Una oración que prepara para la Cruz

La Transfiguración prepara a los discípulos para la desfiguración de la Cruz. Es decir, antes de que vean a Jesús ensangrentado, azotado y aparentemente vencido, el Señor les permite verlo glorioso, resplandeciente, vencedor.

El camino cristiano tiene ambas caras: la luz del Tabor y la oscuridad del Gólgota. La gloria y la cruz. Y si no pasamos tiempo en oración, si no subimos con Jesús al monte, nos escandalizaremos de la cruz cuando llegue.

La Transfiguración es un anuncio de la Pascua. En ella vemos el destino último de Cristo —y también el nuestro—: pasar por el sufrimiento para entrar en la gloria.

4. Una experiencia de éxodo

Moisés y Elías hablaban con Jesús, y san Lucas nos dice que conversaban acerca de su “éxodo, que iba a cumplirse en Jerusalén”. La palabra no es casual. Jesús no va simplemente a morir: va a hacer un éxodo, un paso, una liberación.

Como el pueblo de Israel pasó de la esclavitud a la libertad, Jesús pasará de la muerte a la vida, y en Él nosotros también somos liberados del pecado y llamados a la tierra prometida de la eternidad.

Este Año Jubilar nos recuerda que somos Peregrinos de la Esperanza. Y eso implica vivir nuestra vida como un éxodo, como una travesía, con los ojos fijos en la meta. La Transfiguración es como un oasis en el desierto: nos consuela, nos alimenta, nos renueva… pero no es el destino. La Pascua es el destino.

5. Una experiencia que solo se acoge en oración

“Esa experiencia solo puede ser acogida a través de la oración”. Y es verdad. La Transfiguración no se entiende desde la lógica del mundo, ni desde el poder, ni desde la eficiencia. Solo el corazón orante puede captar su profundidad.

Por eso hoy el Evangelio no nos invita a “hacer” muchas cosas… sino a subir al monte y orar con Jesús. A dejar que su luz toque nuestras sombras. A escuchar al Padre que nos dice: “Este es mi Hijo amado: escúchenlo”.


Conclusión: Subir, orar, escuchar, bajar transformados

Hermanos, en este día santo, el Señor nos invita al monte.
Nos invita a orar.
Nos invita a dejar que su gloria nos transforme.
Nos invita a mirar con fe lo que nos espera más allá de la cruz.

Como Pedro, tal vez quisiéramos quedarnos allí, acampar en lo alto y disfrutar de la luz. Pero el camino continúa. Hay que bajar del monte, llevar esa luz al valle, a nuestra vida cotidiana, a nuestras responsabilidades, a nuestra cruz.

Hoy Jesús nos dice: “No tengan miedo. Suban conmigo. Oren. Escúchenme. Yo les mostraré mi gloria… y les daré fuerzas para vivir su propio éxodo pascual”.

Amén.

 

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6 de agosto:

La Transfiguración del Señor — Fiesta

c. año 32

 


Cita bíblica:


Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro resplandecía como el sol, y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él. Entonces Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco: escúchenlo”.
~ Mateo 17, 1–5


Reflexión:

Los tres Evangelios sinópticos relatan el acontecimiento de la Transfiguración del Señor (Mateo 17,1–8; Marcos 9,2–8; Lucas 9,28–36). Justo antes de este episodio, los tres Evangelios narran el viaje de Jesús con sus discípulos a Cesarea de Filipo, situada aproximadamente a 50 kilómetros al norte del Mar de Galilea. Cesarea de Filipo era una ciudad predominantemente pagana de cultura griega, ocupada por los romanos. Allí se adoraba al dios griego Pan en una cueva considerada sin fondo, conocida comúnmente como "la puerta del inframundo" por su asociación con esa deidad pagana.

Fue en ese contexto donde Jesús preguntó a sus discípulos quién pensaban ellos que era. Pedro respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. Entonces Jesús lo bendijo y anunció su intención de edificar su Iglesia sobre Pedro, declarando: “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella…” (Mateo 16,16–18).

Después de este significativo diálogo, Jesús comenzó a revelar a sus discípulos su destino inminente: el viaje a Jerusalén para sufrir y morir. Pedro se opuso a esa revelación, y Jesús lo corrigió con firmeza, confrontando su pensamiento humano con la sabiduría divina (Mateo 16,22–23).

Este es el contexto de la Fiesta de la Transfiguración que celebramos hoy. Primero, Jesús proclamó la victoria de su Iglesia sobre el mal. Segundo, les anunció que esa victoria se alcanzaría a través de su propio sufrimiento y muerte. Si bien el primer mensaje es alentador, el segundo resulta difícil de aceptar. Según los Evangelios, Jesús permitió que sus discípulos reflexionaran durante aproximadamente una semana sobre estas enseñanzas, tiempo que seguramente fue difícil para ellos.

Comprendiendo su lucha interior, Jesús llevó a sus tres compañeros más cercanos —Pedro, Santiago y Juan— a un monte alto. Allí se transfiguró ante ellos, irradiando una luz blanca pura, conversando con Moisés y Elías, y recibiendo la confirmación de su identidad por parte del Padre.

Este acontecimiento fue probablemente un medio para fortalecer la fe de sus discípulos después de una semana de ponderar el sufrimiento y muerte anunciados por Jesús, junto con la exhortación de que ellos también debían seguirlo. La Transfiguración confirmó la divinidad de Jesús y su relación con las figuras veneradas de Moisés y Elías. Además, el Padre celestial lo reconoció públicamente como su Hijo divino, en quien se complace.

Después de la Resurrección y Ascensión de Jesús, estos tres Apóstoles compartieron su experiencia de la Transfiguración, fortaleciendo a otros en la fe. Esta historia sigue contándose hoy para fortalecernos a nosotros también, mientras cargamos nuestras propias cruces.

La Fiesta de la Transfiguración está estratégicamente situada cuarenta días antes de la Fiesta del Triunfo de la Cruz. Por lo tanto, la Transfiguración debe entenderse como una preparación para la Cruz de Cristo y para nuestra participación en ese triunfo. Según el Evangelio, estamos llamados a tomar nuestra cruz y seguir a Jesús, por la gloria del Padre, por el cumplimiento de su voluntad, y por el bien de la Iglesia, que siempre prevalecerá sobre las puertas del infierno.

Al celebrar hoy la Transfiguración, contempla este acontecimiento como un anticipo de la recompensa que te espera, y como una fuente de ánimo para soportar todos los sufrimientos por la victoria final de Cristo. La vida cristiana, como lo expresó el mismo Jesús, consiste en sufrir y morir por amor, con una esperanza inquebrantable. Al unir nuestras pruebas con la Cruz de Cristo, participamos de su gloriosa victoria por toda la eternidad.


Oración:

Señor mío, transfigurado en gloria,
Tú prometes sufrimiento y muerte a quienes te siguen,
pero también nos prometes la esperanza que aguarda a quienes perseveran.
Concédeme la gracia de soportar cada cruz en mi vida,
uniendo mis sufrimientos a los tuyos,
para que un día pueda participar de la gloria de la vida eterna en el Cielo.

Jesús, en Ti confío.

 

lunes, 4 de agosto de 2025

Proclamar la Verdad en Tiempos de Silencio



1. Una voz que el mundo quiere silenciar
Hoy vivimos en un tiempo en el que levantar la voz para defender los valores cristianos y la Voluntad de Dios se ha vuelto un acto de valentía. Las redes sociales y los medios de comunicación suelen premiar lo que degrada la moral y ridiculiza la fe. Jesús ya nos advirtió: «Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes» (Jn 15,18).

2. Silencio y proclamación en la vida cristiana
En el contexto católico, el silencio no siempre es complicidad: puede ser un tiempo para escuchar profundamente la voz de Dios, discernir su voluntad y prepararse para la acción. Puede evitar responder con ira a la provocación y prevenir conflictos innecesarios (cf. Sant 1,19). Pero la proclamación es un deber: «Vayan por todo el mundo y proclamen el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). La misión de la Iglesia es anunciar a Jesucristo mediante la predicación, la catequesis, la liturgia, la acción social y el testimonio personal.

3. El equilibrio necesario
La vida cristiana exige un equilibrio: el silencio que escucha y el anuncio que proclama. Sin silencio, la proclamación puede ser vacía; sin proclamación, el silencio se vuelve estéril. Ambos son necesarios para el crecimiento espiritual y para la misión evangelizadora.

4. Lo sagrado convertido en burla
En nuestro tiempo, lo sagrado es tratado con ligereza: se hacen bromas sobre la Eucaristía, se caricaturiza a los sacerdotes y se desprecia lo santo. La Palabra es clara: «No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano» (Ex 20,7) y «No den lo sagrado a los perros» (Mt 7,6). Defender la fe implica no callar ante estas ofensas, aunque cueste ser impopular.

5. El peligro de callar cuando hay que hablar
El profeta Ezequiel recibió esta advertencia: «Si tú no adviertes al malvado… de ti pediré cuenta de su sangre» (Ez 33,8). Hay silencios prudentes, pero también hay silencios culpables. No podemos dejar que el mal avance sin resistencia por miedo al rechazo.

6. Un mundo que se parece cada vez más a Sodoma
En Colombia, la natalidad disminuye, el matrimonio se desprecia, muchos jóvenes prefieren uniones sin compromiso y la mentalidad antinatalista se expande. Paralelamente, se normalizan prácticas contrarias a la ley divina, mientras la televisión y el entretenimiento glorifican el libertinaje y degradan la dignidad humana. Jesús advirtió: «Como en los días de Lot… llovió fuego y azufre del cielo» (Lc 17,28-29). La historia se repite cuando la humanidad se aleja de Dios.

7. Formas de proclamar la verdad en tiempos de silencio social

·        Testimonio personal: vivir la fe de manera coherente, incluso ante la incomprensión o el rechazo (cf. Mt 5,16).

·        Acción social: trabajar por la justicia, la paz y la defensa de los más vulnerables (cf. Is 1,17).

·        Enseñanza y catequesis: transmitir la fe a las nuevas generaciones con claridad y amor (cf. 2 Tim 4,2).

·        Uso de medios de comunicación: evangelizar y denunciar injusticias con prudencia y discernimiento (cf. Mt 10,27).

8. El llamado urgente a la conversión
El mensaje no cambia: «Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1,15). Dios quiere que todos se salven (Ez 18,23), pero la decisión no puede postergarse. El Apocalipsis es contundente: «No eres frío ni caliente… estoy para vomitarte de mi boca» (Ap 3,15-16).

9. Nuestra misión como creyentes
Quienes creemos en Dios y en su proyecto estamos llamados a:

·        Permanecer firmes en la oración (1 Tes 5,17).

·        Dar testimonio valiente de la fe.

·        Proclamar la verdad desde los “techos modernos” de las redes sociales, sin miedo a las críticas.

Conclusión:
En tiempos de silencio, proclamar la verdad es un compromiso valiente y consciente. Exige escuchar al Espíritu Santo, confiar en la gracia de Dios y vivir el Evangelio sin concesiones. Como dijo San Pablo: «Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo» (2 Tim 4,2). Solo así podremos ser luz en medio de la oscuridad.


5 de agosto del 2025: martes de la decimoctava semana del tiempo ordinario-I- Dedicación de la Basílica de Santa María

 

Santo del día

Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor

La Basílica de Santa María la Mayor es la primera iglesia occidental dedicada a Santa María. Fue erigida en Roma en honor a la Madre de Jesús, a quien el Concilio de Éfeso acababa de reconocer el título de Madre de Dios (431).

 

La justa posición

(Números 12, 1-13) ¿La relación privilegiada de Moisés con el Señor, fuente de celos y de murmuración, no se encuentra acaso en su humildad? Una humildad que no consiste en “andar escondiéndose” o en “aplastarse” ante los demás, sino en situarse en su propia verdad, hecha de grandeza y de impotencia. Moisés sabía clamar al Señor, expresarle sus resistencias, sus miedos y recibir de Él la fuerza para avanzar. Y Dios le respondía, hablándole como un amigo habla a su amigo (cf. Ex 33, 11).

Emmanuelle Billoteau, ermite

 



 Primera lectura

Nm 12,1-13

No hay otro profeta como Moisés; ¿cómo se han atrevido a hablar contra él?

Lectura del libro de los Números.

EN aquellos días, María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado por esposa. Decían:
«¿Ha hablado el Señor solo a través de Moisés? ¿No ha hablado también a través de nosotros?».
El Señor lo oyó.
Moisés era un hombre muy humilde, más que nadie sobre la faz de la tierra.
De repente, el Señor habló a Moisés, Aarón y María:
«Salgan los tres hacia la Tienda del Encuentro».
Y los tres salieron.
El Señor bajó en la columna de nube y se colocó a la entrada de la Tienda, y llamó a Aarón y a María. Ellos se adelantaron y el Señor les habló:
«Escuchen mis palabras: si hay entre ustedes un profeta del Señor, me doy a conocer a él en visión y le hablo en sueños; no así a mi siervo Moisés, el más fiel de todos mis siervos. A él le hablo cara a cara; abiertamente y no por enigmas; y contempla la figura del Señor. ¿Cómo se han atrevido a hablar contra mi siervo Moisés?».
La ira del Señor se encendió contra ellos, y el Señor se marchó.
Al apartarse la Nube de la Tienda, María estaba leprosa, con la piel como la nieve. Aarón se volvió hacia ella y vio que estaba leprosa.
Entonces Aarón dijo a Moisés:
«Perdón, señor. No nos exijas cuentas del pecado que hemos cometido insensatamente. No dejes a María como un aborto que sale del vientre con la mitad de la carne consumida».
Moisés suplicó al Señor:
«Por favor, cúrala».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 51(50),3-4.5-6.12-13 (R. cf. 3a)

R. Misericordia, Señor, hemos pecado.

V. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. 
R.

V. Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad en tu presencia. 
R.

V. En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre. 
R.

V. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
 R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. R.


Evangelio

Mt 14,22-36

Mándame ir a ti sobre el agua

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

DESPUÉS que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.

Palabra del Señor.

 


1

Cada quien en el lugar que le corresponde


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy, la Palabra de Dios nos presenta un relato profundamente humano y actual, aunque tenga miles de años de antigüedad. En el libro de los Números (12,1-13) encontramos a María (Miriam) y Aarón cuestionando a Moisés. Aparentemente, el motivo es que Moisés ha tomado por esposa a una mujer cusita, pero el verdadero trasfondo es otro: celos, rivalidad, deseo de poder. La envidia —esa “tristeza por el bien ajeno”— les impide ver que cada uno tiene un lugar asignado por Dios en la misión. No soportan que Moisés sea el escogido para guiar al pueblo y hablar cara a cara con el Señor.

Lo sorprendente es que la Escritura lo califica así: “Moisés era el hombre más humilde de la tierra”. En otras palabras, su autoridad no se apoyaba en la ambición ni en la imposición, sino en una profunda docilidad a Dios. Por eso el Señor mismo sale en su defensa, afirmando que con él habla “boca a boca” y no por visiones o enigmas. Y como signo de corrección, Miriam queda temporalmente enferma de lepra, aislada del campamento, para que reflexione y se purifique antes de retomar el camino.

Este episodio, hermanos, nos invita a examinar nuestras relaciones dentro de la comunidad:

  • ¿Aceptamos con alegría que otros tengan dones distintos a los nuestros?
  • ¿Reconocemos la misión que Dios les ha confiado, sin querer ocupar un lugar que no nos corresponde?
  • ¿Sabemos alegrarnos por el bien y el éxito de nuestros hermanos, o la envidia nos roba la paz?

La experiencia del Pueblo de Dios demuestra que la unidad en la misión exige humildad y respeto por los carismas de cada uno. En el marco de este Año Jubilar, llamado a ser “Peregrinos de la Esperanza”, esto adquiere aún más sentido: una Iglesia que camina unida necesita miembros que sepan colaborar, no competir; servir, no dominar.


Iluminación desde el Salmo

El salmo responsorial (Sal 50) nos pone en el corazón la súplica de todo creyente que reconoce su fragilidad:
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.”
Miriam necesitó ese tiempo de “cuarentena” para que su corazón se purificara; nosotros, hoy, necesitamos abrirnos al Espíritu para que sane nuestras heridas de orgullo y recelos.
No es posible caminar en comunión si no dejamos que Dios limpie la raíz de nuestros celos, resentimientos o comparaciones.


La luz del Evangelio

El evangelio de hoy (Mt 14,22-36) nos presenta a los discípulos en la barca, sacudidos por el viento y las olas, y a Jesús caminando sobre el agua para encontrarse con ellos. Pedro, en un impulso de fe, le pide ir hacia Él sobre las aguas, pero al sentir el viento se hunde, y el Señor lo toma de la mano diciendo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.

Este pasaje nos recuerda que cada uno tiene su papel en la misión y en la barca de la Iglesia: Jesús es el Señor que conduce, Pedro es el líder llamado a confiar, los demás discípulos son testigos y compañeros de travesía. Cuando pretendemos asumir un papel que no nos corresponde —como Miriam y Aarón— o cuando desconfiamos del lugar que Dios nos ha dado —como Pedro que duda—, el resultado es el mismo: nos hundimos en las aguas del miedo, la división o el orgullo.

El secreto, tanto para Moisés como para Pedro, está en mantener los ojos fijos en el Señor y aceptar con humildad el lugar que Él nos asigna en la historia de salvación. El líder que Dios escoge no es el más fuerte ni el más brillante, sino el que más confía y obedece.


Memoria de la Basílica de Santa María la Mayor

Celebrar hoy la memoria de la Basílica de Santa María la Mayor en Roma, la primera iglesia dedicada a la Virgen en Occidente, nos recuerda que María supo aceptar su lugar en la historia de la salvación: no buscó protagonismos, sino que se definió como “la esclava del Señor”. Desde su humildad, Dios la exaltó como Madre de la Iglesia y modelo de discipulado. En la Iglesia, como en la familia de Nazaret, hay un lugar para cada uno, y todos son necesarios.


Aplicación para nuestra comunidad y benefactores

Queridos hermanos, en esta Eucaristía queremos orar especialmente por nuestros benefactores —quienes con su generosidad sostienen la misión pastoral, las obras de caridad y la evangelización—. Muchos de ellos trabajan en silencio, sin esperar aplausos, ocupando ese lugar discreto pero esencial que Dios les confía. Ellos nos enseñan que no todos estamos llamados a ser “Moisés” o “Pedro”, pero todos podemos remar en la misma dirección, sosteniendo la barca de la Iglesia.

En este Año Jubilar, imitemos a quienes sirven sin reclamar reconocimiento, como María, Madre de la Iglesia, y como Moisés, que soportó críticas sin perder la mansedumbre.


Conclusión

Pidamos hoy al Señor:

  • Que nos libre de la envidia y los celos espirituales.
  • Que nos dé un corazón limpio, capaz de alegrarse por el bien ajeno.
  • Que sepamos ocupar con fidelidad y humildad el lugar que Él nos confía.

Y que bajo el amparo de la Virgen María, patrona de la Basílica que hoy recordamos, sigamos peregrinando juntos, en la esperanza, hacia la plenitud de su Reino.

Amén.

 

2

La justa posición

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

La primera lectura de hoy, tomada del libro de los Números (12,1-13), nos abre una ventana a un conflicto tan humano como frecuente: la envidia dentro de una comunidad. Miriam y Aarón critican a Moisés, aparentemente por un asunto personal —su matrimonio con una mujer cusita—, pero en realidad el motivo es más profundo: no aceptan la relación única que Moisés tiene con el Señor, ni su papel como líder del pueblo.

Esa relación privilegiada de Moisés con Dios no nace de un favoritismo caprichoso, sino de su humildad. Y no se trata de una humildad falsa, de quien se “borra” o “aplastase” ante los demás, sino de una humildad madura: la de saberse en su propia verdad, hecha de grandeza y de límites, de vocación y de fragilidad.

Moisés no oculta a Dios sus resistencias ni sus miedos. Sabe clamar, pedir, discutir con el Señor. Y el Señor le responde, “como un amigo habla con su amigo” (cf. Ex 33,11). He aquí el verdadero secreto de su autoridad: su amistad con Dios y su apertura a la verdad de su corazón.


Purificación del corazón para la misión

El episodio de Miriam, castigada temporalmente con lepra, nos enseña que la corrección divina no es venganza, sino una oportunidad de purificación. Ese tiempo de aislamiento es, en realidad, un espacio para el examen de conciencia, para reconocer dónde el corazón se ha dejado ganar por el orgullo o la envidia. Así también nosotros, en este Año Jubilar, somos llamados a vivir “tiempos de retiro” que nos permitan limpiar la mirada, para volver a caminar en comunión.


El Salmo: Clamar desde la verdad

El salmo responsorial de hoy (Sal 50) es la oración perfecta para quien desea ocupar el lugar justo que Dios le confía:
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.”
Solo desde un corazón limpio podemos alegrarnos del bien ajeno y vivir nuestro propio llamado sin comparaciones estériles. La envidia nace de olvidar que en la Iglesia todos somos necesarios, pero nadie es indispensable. Cada uno ocupa un lugar específico en el plan de Dios.


El Evangelio: Mirar a Jesús para no hundirse

En el Evangelio (Mt 14,22-36), los discípulos, en medio de la tempestad, ven a Jesús caminar sobre el agua. Pedro se lanza hacia Él, pero al sentir la fuerza del viento, se hunde. Jesús lo toma de la mano y le dice: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
Aquí hay una lección: dudamos cuando dejamos de mirar al Señor y empezamos a compararnos, medir nuestras fuerzas o mirar al entorno con miedo. La fidelidad al propio puesto en la misión —sea como líder o como colaborador— requiere mantener los ojos fijos en Cristo, no en las olas de la rivalidad o la inseguridad.


La Virgen María: Modelo de la justa posición

Hoy celebramos la memoria de la Basílica de Santa María la Mayor, la primera iglesia de Occidente dedicada a la Madre de Dios. María es el ejemplo supremo de quien supo aceptar la “justa posición” que Dios le confió. No buscó el protagonismo; simplemente dijo “He aquí la esclava del Señor”, y desde esa humildad, Dios la exaltó como Reina del Cielo y Madre de la Iglesia.
Ella nos enseña que la grandeza no está en escalar puestos, sino en dejar que Dios nos encuentre disponibles donde Él nos quiere.


Aplicación comunitaria: Orar por nuestros benefactores

En esta Eucaristía, elevamos una oración especial por nuestros benefactores, que con su apoyo silencioso hacen posible la evangelización, el cuidado de los pobres, la formación cristiana y la vida sacramental de nuestra comunidad. Muchos de ellos, como María y como Moisés, cumplen su misión sin buscar reconocimiento, seguros de que su recompensa viene de Dios.


Conclusión y llamado jubilar

Queridos hermanos, en este Año Jubilar, Peregrinos de la Esperanza, pidamos al Señor:

  • Que nos ayude a reconocer y valorar nuestro lugar en la misión de la Iglesia.
  • Que nos libre de la envidia y la murmuración.
  • Que nos conceda un corazón puro para alegrarnos con el bien de los demás.

Y que, como Moisés, vivamos nuestra relación con Dios desde la verdad de lo que somos: grandes por su elección, pequeños por nuestra fragilidad, y sostenidos siempre por su gracia.

Amén.

 

3

Ven con tus miedos

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

El Evangelio de hoy (Mt 14,22-36) nos sitúa en una escena profundamente simbólica y profundamente realista: los discípulos en una barca, en medio del mar, con el viento fuerte y las olas golpeando, entre las tres y las seis de la mañana, cuando aún era noche cerrada. Jesús, que había pasado la noche en oración, se acerca a ellos caminando sobre el agua. El miedo se apodera de los discípulos: “¡Es un fantasma!” gritan. Y entonces escuchan su voz:
“Ánimo, soy yo, no tengan miedo.”

En realidad, esa frase, “soy yo”, en el texto original podría traducirse como “Yo Soy”, el mismo nombre con que Dios se reveló a Moisés en la zarza ardiente (Ex 3,14). Es decir, quien viene hacia ellos no es simplemente el Maestro amado, sino el mismo Dios, Señor de los vientos y del mar.


El miedo y la fe: dos maneras de mirar la vida

Podemos leer este pasaje desde dos perspectivas. 

La primera es la de nuestra frágil condición humana. Desde ahí, es normal que tengamos miedo: miedo al futuro, a lo que no controlamos, a las “olas” de las dificultades personales, familiares o comunitarias. El miedo, muchas veces, no es otra cosa que la duda de si Dios realmente cuidará de nosotros.

La segunda perspectiva es la de la fe, la de la Verdad plena. Si miramos desde ahí, descubrimos que no hay motivos para el temor, sino todo para la confianza. En medio de la noche, en medio de la tormenta, es el mismo Dios quien se acerca para salvarnos.

Jesús no solo calma el viento con su palabra, sino que nos llama a dar un paso hacia Él. Le dice a Pedro, y a cada uno de nosotros: “Ven”. Es una orden amorosa. No basta con quedarnos en la barca seguros, hay que salir hacia Él, incluso si eso significa caminar sobre aguas agitadas.


Pedro: fe que se atreve y fe que flaquea

Pedro, impulsivo y valiente, pide una señal: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua.” Jesús lo invita, y Pedro empieza a caminar sobre el mar. Pero al sentir la fuerza del viento, aparta la mirada del Señor y se hunde. Esta es nuestra historia: cuando confiamos, avanzamos; cuando nos dejamos atrapar por el miedo, nos hundimos.

El Señor no nos reprocha por intentarlo; al contrario, nos tiende la mano y nos recuerda: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. La enseñanza es clara: la fe no elimina las olas, pero nos permite caminar sobre ellas.


El Salmo: un corazón firme en medio de la tormenta

El salmo de hoy (Sal 50) nos invita a pedir: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.” Un corazón firme es aquel que no se deja arrastrar por el oleaje de las circunstancias, sino que se mantiene anclado en Dios. Así como Moisés en la primera lectura permaneció humilde y abierto a la voz del Señor, así también nosotros debemos mantenernos atentos a la voz que nos dice: “No tengas miedo, Yo Soy”.


La Virgen María: Maestra de la confianza

Hoy celebramos la memoria de la Basílica de Santa María la Mayor, signo de la fe de la Iglesia en María como Madre de Dios. Ella, que escuchó el anuncio del ángel y aceptó un plan que la sobrepasaba, nos enseña a responder con confianza, sin dejar que el miedo paralice nuestra misión. En su vida no faltaron tormentas, pero siempre mantuvo fija la mirada en Dios.

En este Año Jubilar, ella nos acompaña como Estrella del Mar, guiándonos entre las aguas agitadas de nuestro tiempo hacia el puerto seguro que es Cristo.


Aplicación comunitaria: Orar por nuestros benefactores

Hoy encomendamos especialmente a nuestros benefactores, que como marineros silenciosos ayudan a mantener la barca de la Iglesia en su rumbo. Ellos, con sus oraciones, tiempo y recursos, se convierten en manos de Cristo que sostienen a tantos “Pedros” que sienten que se hunden. Su generosidad es un acto de fe que nos inspira a todos.


Conclusión y llamado jubilar

Hermanos, en nuestras tormentas personales y comunitarias, el Señor nos dice:

  • “Ánimo”: porque no caminamos solos.
  • “Yo Soy”: porque Él es el Dios que gobierna todo.
  • “Ven”: porque nos llama a avanzar hacia Él con confianza.

Pidamos la gracia de mantener la mirada fija en Jesús, para que ni el miedo ni el viento nos aparten de su amor. Y vivamos, como verdaderos Peregrinos de la Esperanza, sabiendo que el que camina hacia Cristo nunca camina en vano.

Amén.

 

*********

 

5 de agosto: Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor — Memoria libre
(Nuestra Señora de las Nieves)
c. 352

 


Reflexión:

El siglo IV fue un tiempo significativo en la historia de la Iglesia, y el siglo V lo fue en la historia de la devoción mariana. En el año 313, el emperador romano Constantino el Grande promulgó el Edicto de Milán, legalizando el cristianismo y poniendo fin a las persecuciones estatales contra los cristianos. Durante los cuarenta años siguientes, muchas personas en todo el Imperio romano, incluyendo a muchos en la misma Roma, se convirtieron. La Iglesia Católica también se fue estructurando más, y el Obispo de Roma comenzó a ser entendido cada vez más como el líder de la Iglesia universal.

Mientras la Iglesia en Roma seguía encontrando su camino, cuenta la leyenda que la Madre de Dios decidió hacer su parte para ayudar. En el año 352, un rico aristócrata romano llamado Juan y su esposa, que no tenían hijos y eran cristianos fieles, quisieron utilizar su dinero para ayudar a expandir la Iglesia. Después de orar pidiendo dirección, Juan tuvo un sueño en la noche del 4 de agosto de 352, en el que la Santísima Virgen se le apareció y le dijo que quería que se construyera una iglesia en Roma, en la colina del Esquilino. Añadió que, a pesar de estar en pleno verano, al día siguiente caería nieve en el lugar indicado.

Cuando Juan despertó el 5 de agosto, fue a ver al papa Liberio para contarle su sueño-visión. Para su sorpresa, el papa había tenido un sueño similar la noche anterior, así que decidieron ir juntos a comprobar si había caído nieve en la colina del Esquilino. Efectivamente, al llegar encontraron nieve fresca que dibujaba la forma de los cimientos de una iglesia. El papa usó aquella nieve para trazar la planta y ordenó que se construyera el templo. Juan y su esposa utilizaron su dinero para financiar el proyecto, y la iglesia se llamó Basílica Liberiana, en honor al papa Liberio.

En el siglo siguiente surgió una controversia sobre el título apropiado para la madre de Jesús. ¿Debía llamársela “Madre de Cristo” o “Madre de Dios”? En otras palabras, ¿era solo madre del Cristo humano o madre de Dios? Nestorio, arzobispo de Constantinopla entre 428 y 431, sostenía que María era solo madre del lado humano de Cristo, sugiriendo que en Cristo había dos personas: una divina y una humana. Por su parte, san Cirilo, arzobispo de Alejandría, afirmaba que Cristo es una sola Persona y que su humanidad y divinidad están unidas en una sola persona. La consecuencia natural de su argumento era que, si María es madre de la Persona, y la Persona es Dios, entonces María es y siempre será Madre de Dios.

Para resolver la controversia, el emperador romano de Oriente, Teodosio II, convocó un concilio en Éfeso en el año 431. Asistieron Nestorio y Cirilo, aunque Nestorio llegó tarde, y la postura de Cirilo prevaleció. Nestorio fue depuesto y exiliado. El papa Celestino I aprobó la decisión del concilio, pero murió poco después. Su sucesor, el papa Sixto III, elegido en 432, hizo mucho por aplicar las enseñanzas del Concilio de Éfeso. Entre sus acciones estuvo reconstruir y ampliar la Basílica Liberiana, dándole un nuevo nombre en honor de la Madre de Dios. El núcleo de la actual Basílica de Santa María la Mayor, en la colina del Esquilino en Roma, fue edificado y dedicado por el papa Sixto antes de su muerte en el año 440.

Hoy, Santa María la Mayor es una de las cuatro basílicas mayores de Roma, junto con la Basílica de San Pedro en la colina vaticana, la Basílica de San Juan de Letrán (catedral oficial de la diócesis de Roma) y la Basílica de San Pablo Extramuros. Cada basílica tiene una importancia e historia únicas. Santa María la Mayor conserva en su interior un arco triunfal y magníficos mosaicos de la nave que datan del siglo V. Los mosaicos representan varias escenas bíblicas, incluyendo episodios del Antiguo Testamento y de la infancia de Cristo, y son de los más antiguos e importantes mosaicos cristianos de Roma.

En la basílica, bajo el altar mayor, se encuentra la reliquia más sagrada: la madera del pesebre en el que fue colocado el Niño Jesús. Otra reliquia importante es la imagen de la Salus Populi Romani, un icono de la Santísima Virgen. Según la tradición, este antiguo icono fue el primero en ser pintado de María y fue obra de san Lucas, el evangelista. Durante siglos, como recuerdo de la leyenda de la milagrosa nevada estival, cada 5 de agosto se han dejado caer pétalos blancos de rosa desde la cúpula de la basílica sobre los fieles.

Aunque las reliquias, la historia y las leyendas asociadas a esta antigua iglesia son inspiradoras, quizás la mayor inspiración que nos deja es que ha sido un lugar de culto divino durante más de 1.600 años. Desde entonces, casi todos los papas han celebrado allí la Misa, millones de personas han orado en su interior, numerosos santos han peregrinado a este templo santo, y la Santísima Virgen, sin duda, ha recibido y respondido muchas oraciones dentro de sus muros.

Al celebrar la Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor, reflexionemos sobre nuestra propia devoción a la Madre de Dios. Recordemos especialmente a los innumerables santos que han orado dentro de esas paredes y busquemos imitar su fe y su amor a la Madre de Dios.

Oración:

Nuestra Señora de las Nieves, Tú enviaste una suave nieve blanca desde el Cielo sobre el lugar donde querías que se erigiera una iglesia en tu honor. Tú eres la Madre de Dios, la Theotokos, y te honro y amo como tal. Por favor, ruega por mí, para que yo también pueda convertirme en portador de Dios, llevando la presencia de tu divino Hijo a quienes más lo necesitan en mi vida. Nuestra Señora de las Nieves, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.

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