miércoles, 5 de noviembre de 2025

6 de noviembre del 2025: jueves de la trigésima primera semana del tiempo ordinario-I

 

Aquí estoy

(Rm 14,7-12) Pablo nos enfrenta a la gran paradoja cristiana. Cuando llega el momento de sopesar nuestras verdaderas responsabilidades, es inútil descargar en otros la culpa de lo que nos corresponde. Cada uno responde por sí mismo.

Pero ¿qué es lo que orienta nuestra conciencia hacia el bien? Precisamente el hecho de no vivir para nosotros mismos.

De ahí que el verdadero camino del discípulo sea poder decir, con humildad y decisión: “Aquí estoy”, es decir, ofrecido a mí mismo en mi capacidad de discernir, entregado a Dios y a los demás en mi capacidad de actuar.

Jean-Marc Liautaud, Fondacio

 


Primera lectura

Rom 14, 7-12

Ya vivamos ya muramos, somos del Señor

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor.
Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos.
Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú, ¿por qué desprecias a tu hermano?
De hecho, todos compareceremos ante el tribunal de Dios, pues está escrito:
«¡Por mi vida!, dice el Señor,
ante mí se doblará toda rodilla,
y toda lengua alabará a Dios».
Así pues, cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo a Dios.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 26, 1bcde. 4. 13-14 (R.: 13)

R. Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.


V. El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar? 
R.

V. Una cosa pido al Señor,
eso buscaré:
habitar en la casa del Señor
por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor,
contemplando su templo. 
R.

V. 
Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados —dice el Señor—, y yo los aliviaré. R.

 

Evangelio

Lc 15, 1-10

Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alégrense conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“¡Alégrense conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Les digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Palabra del Señor.

 

 

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🔹 1. Introducción: El arte de decir “Aquí estoy”

Cada vocación, cada historia de fe, comienza con una palabra que tiene el poder de transformar la existencia: “Aquí estoy”.
Así respondió Abraham cuando Dios lo llamó en medio de la noche. Así contestó Moisés desde la zarza ardiente. Así se presentó Isaías ante la voz del Señor: “Aquí estoy, mándame” (Is 6,8). Y así también María, la llena de gracia, respondió al ángel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

El Año Jubilar nos invita precisamente a redescubrir esa disponibilidad interior: vivir no para nosotros, sino para el Señor (Rm 14,8). Ser “peregrinos de la esperanza” significa salir de la comodidad de lo propio para abrazar la misión del Reino.


🔹 2. Primera lectura: Responsabilidad y libertad cristiana

San Pablo recuerda a los romanos —y a nosotros— que nadie vive para sí mismo ni muere para sí mismo, porque si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor.
En tiempos donde la cultura del individualismo domina, el apóstol nos propone una visión contracultural: la vida como ofrenda.

El cristiano no se mide por sus logros personales, sino por su capacidad de amar, servir y discernir desde la fe. No se trata de culpas externas, sino de conciencia interior: cada uno comparecerá ante el tribunal de Dios, no como amenaza, sino como momento de verdad y luz. Allí se revelará si hemos sabido decir “sí” al amor.


🔹 3. Salmo: “El Señor es mi luz y mi salvación”

El salmista proclama su confianza: “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.”
El que vive para Dios no teme la oscuridad ni el juicio, porque sabe en quién ha puesto su esperanza.
En clave vocacional, esta es la actitud del joven que se abre al llamado: no sabe adónde lo llevará el camino, pero confía.
La luz de Dios disipa el miedo al futuro. El Señor no llama para oprimir, sino para liberar y llevar a la plenitud.


🔹 4. Evangelio: La alegría de encontrar lo perdido

Jesús, en el Evangelio según san Lucas, responde a los fariseos que lo critican por acoger a los pecadores con dos parábolas que revelan el corazón de Dios:

  • El pastor que deja las noventa y nueve ovejas por buscar a una.
  • La mujer que enciende la lámpara y barre su casa hasta encontrar la moneda extraviada.

Ambas parábolas culminan con una fiesta, porque Dios no se cansa de buscar al que se ha extraviado.
El Evangelio nos enseña que vivir “para el Señor” significa participar en su misión de buscar, sanar, reconciliar. El discípulo no se queda en el rebaño seguro; sale al camino, se ensucia las manos, ilumina rincones oscuros con la lámpara de la misericordia.


🔹 5. En el marco del Año Jubilar

El Papa nos invita a ser “peregrinos de esperanza”, y eso solo es posible si cada bautizado redescubre su “me voici”, su “aquí estoy”.
No basta admirar a los santos o alabar la obra de los misioneros; es necesario sentirse parte viva de la misión de la Iglesia.
La evangelización florece donde hay disponibilidad, donde los corazones dicen:

“Señor, no tengo mucho, pero aquí estoy.
No entiendo todo, pero confío.
No soy perfecto, pero me ofrezco.”

El Jubileo es tiempo de responder personalmente al amor de Dios que no se cansa de buscarnos. La oveja perdida es cada uno de nosotros; y, a la vez, cada uno está llamado a ser pastor para los demás.


🔹 6. Aplicación pastoral y vocacional

Hoy oramos por la obra evangelizadora de la Iglesia y por las vocaciones.
Necesitamos jóvenes y adultos que no teman decir “sí” al llamado de servir; sacerdotes que busquen con alegría a la oveja perdida; consagradas que enciendan lámparas en la noche del mundo; laicos que vivan su trabajo, su hogar y su misión desde la conciencia de que no viven para sí mismos, sino para Cristo.

La vocación no es un privilegio, es una respuesta. Y toda respuesta nace de un corazón que escucha:

“¿Dónde estás?”
“Aquí estoy, Señor.”


🔹 7. Conclusión: Discernir, actuar y ofrecerse

“Dado a mí mismo en mi capacidad de discernir, dado a Dios y a los demás en mi capacidad de actuar”: así se resume el núcleo del discipulado cristiano.
Ser de Cristo es aprender a discernir la voluntad del Padre y actuar con amor. No basta una fe teórica: se trata de una fe que se convierte en entrega, en búsqueda, en alegría compartida.
Porque cuando uno dice sinceramente “Aquí estoy”, el Señor responde siempre con ternura: “Ven, te estaba esperando”.


🔹 Oración final

Señor Jesús, Buen Pastor,
que sales en busca de los que se pierden
y enciendes lámparas para encontrarnos,
enséñanos a vivir no para nosotros mismos,
sino para Ti y para los hermanos.

Que en este Año Jubilar,
la Iglesia renueve su ardor misionero,
y surjan vocaciones santas, generosas, valientes,
que digan con gozo: “Aquí estoy, Señor, envíame”.

Amén.

 

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🔹 1. Introducción: El gozo de ser encontrados

El Evangelio de hoy nos regala una de las imágenes más tiernas y profundas de todo el Evangelio: la del Buen Pastor que deja las noventa y nueve ovejas para buscar la que se perdió. No lo hace con enojo ni reproche, sino con una paciencia amorosa. Cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros y la devuelve al redil lleno de alegría.

En esta parábola se revela todo el corazón del Jubileo: Dios no se cansa de nosotros, nos busca, nos levanta, nos carga, nos devuelve a casa. El Año Jubilar es precisamente esa invitación a dejarnos cargar, a volver al hogar de la misericordia y a unirnos a la alegría del Pastor.


🔹 2. Primera lectura: Nadie vive para sí mismo

San Pablo, en la carta a los Romanos, nos recuerda que “ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo”. Vivimos y morimos para el Señor.
Esta afirmación es el fundamento de toda vocación cristiana: no nos pertenecemos, somos del Señor, y nuestra vida tiene sentido cuando nos dejamos guiar, cuando aceptamos ser sostenidos por su gracia.

El Apóstol nos invita a una mirada madura de la fe: un cristiano no es quien se gana la salvación por su propio esfuerzo, sino quien se reconoce buscado y salvado por Cristo. Cada día, cuando el Señor nos llama al servicio o al arrepentimiento, nos dice en silencio: “Deja de correr, déjame cargarte sobre mis hombros.”


🔹 3. Salmo: El Señor es mi luz y mi salvación

El salmista proclama con serenidad: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?”
El que se sabe en los hombros del Buen Pastor ya no teme la noche ni el peligro. La oración del salmista se convierte en la voz de la oveja rescatada:

“Una sola cosa pido al Señor: habitar en su casa todos los días de mi vida.”

La casa del Señor es ese lugar de consuelo donde el alma cansada se reposa. Es la Iglesia que acoge, que evangeliza, que lleva sobre sus hombros —como Cristo— las cargas de los débiles. Por eso la obra evangelizadora es tan necesaria: porque muchos aún no han escuchado la voz del Pastor que los busca.


🔹 4. Evangelio: El Dios que carga, no que condena

En el Evangelio según san Lucas, Jesús nos muestra un rostro del Padre que desconcierta a los fariseos: no es un juez que espera en el trono, sino un Pastor que sale a los caminos.
El amor de Dios es dinámico, busca, recorre, no se resigna.
La oveja perdida representa a la humanidad entera: a veces somos esa oveja cansada, confundida o herida que no puede regresar sola. Y el Señor no se queda gritando desde lejos: se acerca, nos encuentra, nos toma y nos carga.

El gesto de cargar en los hombros es profundamente simbólico:

  • Indica el peso del amor redentor que Cristo asumió en la Cruz.
  • Muestra que la salvación no es un mérito humano, sino una iniciativa divina.
  • Revela que el camino de regreso al hogar no lo recorremos solos, sino sostenidos por Aquel que dio la vida por nosotros.

🔹 5. En el marco del Año Jubilar: Peregrinos cargados de misericordia

El Jubileo es tiempo de regreso y de carga compartida. Cristo, el Buen Pastor, nos carga sobre sus hombros, pero también nos llama a convertirnos en pastores que cargan a otros.
La Iglesia es el espacio donde los encontrados se transforman en buscadores, donde los redimidos se vuelven redentores con Él.
Evangelizar, en esta perspectiva, no es conquistar ni adoctrinar, sino llevar con ternura a los demás hacia la casa del Padre.

Toda vocación nace en este misterio: sentir sobre nosotros los hombros del Buen Pastor.
Un sacerdote, una religiosa, un catequista o un padre de familia no son sino personas cargadas por Cristo que aprenden a cargar a los demás con amor.


🔹 6. Aplicación pastoral y vocacional

Pidamos hoy por los evangelizadores del mundo: por quienes salen cada día al encuentro de los alejados, por los misioneros que recorren desiertos físicos y espirituales, por los jóvenes que sienten en su interior la voz del Pastor llamándolos al sacerdocio o a la vida consagrada.

Ellos son signo de ese Cristo que sigue buscando la oveja perdida. Pero también nosotros, desde nuestra vida cotidiana, estamos llamados a buscar, perdonar y cargar.
El hogar, la comunidad, el trabajo y la parroquia son lugares donde podemos hacer visible la ternura de Dios.


🔹 7. Conclusión: Regozijarse con el Pastor

El Evangelio termina con una fiesta. El Pastor no solo recupera a la oveja, invita a todos a alegrarse con Él.
Esto significa que la alegría cristiana no nace de la autosuficiencia, sino del encuentro: del momento en que el amor vence al extravío.

Dejarse cargar es un acto de humildad y de fe.
Rejozarse con el Pastor es reconocer que su gozo es mayor que nuestra culpa, que su abrazo es más fuerte que nuestra distancia.


🔹 Oración final

Señor Jesús, Buen Pastor,
Tú que me buscaste cuando me perdí
y me cargaste sobre tus hombros con amor,
enséñame a dejarme encontrar por Ti cada día.

En este Año Jubilar,
renueva mi corazón de discípulo,
para que sea instrumento de tu ternura.

Haz que tu Iglesia sea casa de encuentro,
lámpara en la oscuridad,
voz que llama, hombros que cargan,
y corazón que se alegra por cada hijo que vuelve.

Amén.

 

martes, 4 de noviembre de 2025

5 de noviembre del 2025: miércoles de la trigésima primera semana del tiempo ordinario- I-

 

Ir hasta el final

(Romanos 13,8-10; Lucas 14,25-33) En Lucas, Jesús ya ha pedido a sus discípulos que renuncien a promoverse a sí mismos o a protegerse para poder seguirlo (Lc 9,23-25). Aquí advierte a la multitud que no basta con ponerse en camino: hay que prepararse para ir hasta el final.
Pablo nos presenta la cara positiva de esta elección: el desafío consiste en ir hasta el final de la lógica del amor. Esto exigirá, nos advierte Lucas, renuncias a veces “cruciales”.

Jean-Marc Liautaud, Fondacio

 

 

Primera lectura

Rom 13, 8-10

La plenitud de la ley es el amor

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
A nadie le deban nada, más que el amor mutuo; porque el que ama ha cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás», y cualquiera de los otros mandamientos, se resume en esto: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
El amor no hace mal a su prójimo; por eso la plenitud de la ley es el amor.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 111, 1b-2. 4-5. 9 (R.: 5a)

R. Dichoso el que se apiada y presta.

O bien:

R. Aleluya.

V. Dichoso quien teme al Señor
y ama de corazón sus mandatos.
Su linaje será poderoso en la tierra,
la descendencia del justo será bendita. 
R.

V. En las tinieblas brilla como una luz
el que es justo, clemente y compasivo.
Dichoso el que se apiada y presta,
y administra rectamente sus asuntos. 
R.

V. Reparte limosna a los pobres;
su caridad dura por siempre
y alzará la frente con dignidad. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Si los ultrajan por el nombre de Cristo, bienaventurados ustedes, porque el Espíritu de Dios reposa sobre ustedes. R.


Evangelio

Lc 14, 25-33

Aquel que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío



Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre ustedes que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».

Palabra del Señor.




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1. Introducción: Ir hasta el final… del amor y de la esperanza

El Evangelio de hoy nos coloca ante una de las frases más exigentes y, a la vez, más liberadoras de Jesús: «El que no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo» (Lc 14,27).
No se trata de una invitación al sufrimiento por sí mismo, sino de una llamada a la madurez del amor. En este Año Jubilar, donde los Papas nos recuerdan que somos “peregrinos de la esperanza”, la Palabra nos pide perseverar en el camino, sin claudicar cuando el amor se hace difícil, cuando el servicio cansa o cuando la enfermedad golpea a quienes amamos.

“Llegar hasta el final”, no es simplemente avanzar, sino decidir amar hasta las últimas consecuencias, con la fuerza del Evangelio y la ternura de Cristo.


2. Primera lectura: La deuda que nunca se salda

San Pablo, en Romanos 13, nos ofrece la clave positiva de este discipulado radical:

“No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo.”

La única deuda que el cristiano no puede saldar es amar más. En un mundo donde todo se compra y se mide, Pablo nos recuerda que el amor evangélico es gratuito, creativo, inagotable.
Amar “hasta el final”, como Jesús en la cruz, significa cumplir toda la Ley. No se trata de normas, sino de relaciones transformadas por la misericordia.

Quien ama verdaderamente ya no necesita leyes externas, porque la caridad interior lo conduce con sabiduría y justicia. El que ama, dice Pablo, “no hace daño al prójimo”. Por eso, en nuestras comunidades, especialmente frente al dolor de los enfermos, el amor debe traducirse en gestos concretos: visitas, escucha, acompañamiento, oración.
El amor que sana no es sentimentalismo, sino presencia fiel.


3. Evangelio: Amar implica renunciar

El Evangelio de Lucas nos sitúa en un momento de decisión. Jesús va camino a Jerusalén, hacia su entrega total, y las multitudes lo siguen fascinadas. Pero Él les advierte: “El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser mi discípulo”.

No es una exigencia para pocos, sino la condición de todo creyente que quiere seguir al Señor sin ataduras.
La verdadera libertad cristiana no está en tener menos cosas, sino en no dejar que las cosas nos posean.
Jesús nos pide revisar los afectos, las prioridades, incluso los vínculos familiares cuando se interponen al Reino. No para negarlos, sino para purificarlos en el amor divino.

Renunciar —dice el Evangelio— no es destruir lo humano, sino ordenarlo al Amor mayor.
Así, cuando el discípulo “calcula la torre” o “evalúa la batalla”, no lo hace para desistir, sino para discernir su fidelidad.
Seguir a Cristo no es improvisar: exige lucidez, decisión, perseverancia.


4. La lógica del amor: una cruz fecunda

Alguien dice, comentando tanto la primera lectura como el evangelio, que  Pablo habla de la lógica del amor y Lucas de las renuncias cruciales.
Ambos aspectos se complementan: el amor verdadero siempre pasa por la cruz, pero una cruz fecunda, no estéril.

El amor que se mantiene firme en la enfermedad, que no se apaga en la prueba, que sigue sirviendo cuando nadie agradece, es la medida del cristiano maduro.
Por eso hoy oramos por los enfermos: ellos son, muchas veces, los testigos silenciosos de esa lógica del amor llevado hasta el final.
Su paciencia, su fe, su ofrenda unida a la cruz de Cristo sostienen a toda la Iglesia.

En el enfermo que sufre y persevera hay una homilía viva: una torre construida sobre roca, una batalla librada con esperanza.
Ellos nos enseñan que el seguimiento de Cristo no se mide por la cantidad de fuerzas, sino por la profundidad del amor con que seguimos adelante.


5. Dimensión jubilar: el amor que libera

En este Año Jubilar, la Iglesia proclama la gracia del perdón y de la libertad interior. Y esa libertad nace del amor que renuncia por amor.
Cuando perdonamos, cuando soltamos rencores, cuando cuidamos sin esperar recompensa, vivimos la experiencia jubilar: un corazón libre de deudas, libre para amar.

El Jubileo nos invita a ir hasta el final de la esperanza, a no detenernos ante las dificultades, sino a ver en ellas oportunidades de gracia.
Jesús no nos promete una vida fácil, sino un amor más grande que todo dolor.
Por eso, ante cada cruz, podemos repetir con San Pablo: “Nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” (Rm 8,39).


6. Aplicación pastoral y oración final

Queridos hermanos, ser discípulos de Jesús en este tiempo es construir esa torre del amor fiel, aun cuando falten ladrillos de reconocimiento o de fuerza. Es entrar en la batalla contra el egoísmo, no con armas de poder, sino con la ternura de Dios.

Hoy, pongamos ante el Señor a nuestros hermanos enfermos, a quienes viven el dolor físico o moral. Que su cruz se transforme en semilla de vida, que no se sientan solos, que sientan la caricia del Padre a través de nuestra cercanía.

Oración final:

Señor Jesús, Tú que amaste hasta el extremo, enséñanos a amar sin medida.
Que nuestros cálculos humanos se rindan ante la lógica de tu cruz.
Sostén a los enfermos de nuestras comunidades y familias;
dales esperanza, paciencia y consuelo.
Haz que sus vidas sean lámparas que iluminen nuestro camino de fe.
Y a nosotros, discípulos tuyos, danos la gracia de seguirte hasta el final,
sin reservas, sin miedo, con la fuerza de tu Espíritu.

Amén.

 

 

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1. Introducción: Amar con radicalidad, amar con libertad

El Evangelio de hoy es, sin duda, uno de los más desconcertantes del Señor:

“Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,26).

¿Acaso Jesús, que predicó el amor sin medida, puede pedirnos “odiar”?
No. En realidad, el Señor nos invita a amar con pureza y a liberarnos de toda forma de amor posesivo, egoísta o condicionado.
La expresión “odiar” tiene aquí el sentido semita de “amar menos”, de poner todo en su lugar, de amar a Dios primero, para poder amar de verdad a los demás.

En este Año Jubilar, cuando la Iglesia proclama la misericordia y la libertad interior del creyente, Jesús nos enseña que no hay esperanza verdadera sin desapego, ni amor auténtico sin renuncia.


2. “Santo odio”: amar rechazando lo que nos aparta de Dios

Alguien comentando este evangelio, habla de un concepto profundo: el “santo odio”.
Es decir, un rechazo radical de todo lo que obstaculiza el amor de Dios.
Jesús no pide que aborrezcamos a las personas, sino que rechacemos las actitudes, los vínculos o las decisiones que nos apartan de su voluntad.

Pensemos en un ejemplo actual: cuando un familiar o amigo nos invita a vivir de espaldas a la fe, o a renunciar a los valores cristianos por comodidad o conveniencia, amarle de verdad significará no ceder ante el mal, aunque duela.
Ese “odio santo” es en realidad una forma sublime de amor, porque preferimos el bien de Dios al afecto fácil, la verdad al aplauso, la fidelidad al compromiso superficial.

Como decía San Agustín: “Ama y haz lo que quieras, pero ama con el amor de Dios.”
Solo quien ama así puede desprenderse de los falsos amores que encadenan.


3. “Odiar la propia vida”: vencer al ego que impide amar

Jesús añade algo todavía más provocador: “Y aun su propia vida”.
No se trata de despreciarse, sino de combatir todo lo que en nosotros se opone al amor.
“Odiar” la propia vida significa detestar el pecado que la deforma, la vanidad que la envenena, el orgullo que la separa de Dios.

El creyente maduro no huye de sí mismo, sino que mira con verdad su fragilidad y la entrega a Cristo.
En ese sentido, el “odio santo” es un amor exigente hacia uno mismo: es el rechazo de la mediocridad, del egoísmo, de las pasiones desordenadas.
Quien se ama con el amor de Dios, odia el pecado que lo esclaviza y busca la conversión con esperanza.

Así lo viven tantos enfermos en nuestras comunidades: en medio de su cruz, descubren una fuerza interior que les hace amar más intensamente la vida, incluso cuando el dolor parece derrotarlos. Ellos nos enseñan que el sufrimiento, asumido con fe, puede ser purificación y ofrenda.


4. “Renunciar a todo”: la libertad de los hijos de Dios

El Evangelio concluye:

“El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo.”

No es un llamado a la miseria, sino a la libertad interior.
Jesús no condena el uso de los bienes, sino el apego que los convierte en ídolos.
El verdadero discípulo puede tener casa, trabajo, medios de vida… pero todo con el corazón libre, sabiendo que solo Dios basta.
Por eso, la renuncia evangélica no empobrece, sino que ensancha el alma.
Quien suelta, gana; quien se desprende, recibe el ciento por uno.

Este es el espíritu jubilar: renunciar a las cadenas interiores —resentimientos, dependencias, apegos, miedos— para entrar en la alegría del perdón y de la confianza.
El Jubileo es un gran ejercicio de “desposesión” para volver a ser dueños de lo esencial: la gracia de Dios.


5. El amor más fuerte que todo amor humano

El Evangelio no pide que amemos menos a los nuestros, sino que los amemos mejor.
Cuando Dios ocupa el primer lugar, todos los otros amores se ordenan, se purifican y crecen.
El padre, la madre, el hijo o el amigo amado ya no son ídolos, sino hermanos en Cristo.
Amar con el amor de Dios significa no poseer al otro, sino acompañarlo hacia la plenitud.
Por eso, el discípulo de Jesús no se aferra: bendice, entrega, perdona y confía.

El “odio santo” se convierte, entonces, en la forma más perfecta de amar:
—Amar sin complicidad con el mal.
—Amar sin dependencia ni miedo.
—Amar hasta la cruz, con el corazón libre.


6. Aplicación pastoral: los enfermos, testigos del amor purificado

Hoy queremos orar especialmente por los enfermos de nuestras familias y comunidades.
Muchos de ellos, en su silencio y en su debilidad, viven este Evangelio con heroísmo.
Han aprendido a “odiar” su enfermedad, no por rechazo a la vida, sino para no dejar que el dolor los aparte del amor.
Han sabido renunciar a lo que no pueden controlar y abandonarse en Dios, con humildad y esperanza.

Ellos nos enseñan que la verdadera fortaleza no está en resistirlo todo, sino en confiar en el amor de Dios cuando todo parece perdido.
En cada hospital, en cada hogar donde alguien sufre, se predica esta homilía viva del Evangelio: “Nada puede separarnos del amor de Cristo” (Rm 8,39).


7. Conclusión: Amar hasta el extremo

La invitación de Jesús es radical: seguirlo sin condiciones.
No se puede amar a medias, ni creer con reservas, ni servir con cálculo.
El discipulado es un camino de liberación interior, donde aprendemos a decir:

“Señor, Tú y solo Tú bastas.”

Cuando el alma alcanza esa certeza, todo cambia: los apegos se vuelven ofrendas, los dolores se transforman en oración, las pérdidas se llenan de sentido.
Entonces comprendemos que “odiar” según el Evangelio es, en realidad, aprender a amar con el amor de Dios.


8. Oración final

Señor Jesús, Maestro y Amigo,
Tú que nos llamas a seguirte sin reservas,
enséñanos a amar con un corazón libre y puro.
Danos el valor de renunciar a todo lo que nos aparta de Ti,
y la sabiduría de poner cada amor en su justo lugar.

Te pedimos por los enfermos, por quienes viven su cruz en silencio:
consuélalos con tu presencia,
fortalece su fe,
y haz que descubran en su dolor un camino de santidad.

Señor, que sepamos amar a nuestros hermanos,
incluso cuando debemos corregirlos o poner límites,
con ese “odio santo” que es fidelidad al Evangelio.

Que nada ni nadie nos aparte de Ti,
porque Tú eres nuestra única riqueza,
nuestra esperanza,
y la razón de todo amor verdadero.

Amén.

 

6 de noviembre del 2025: jueves de la trigésima primera semana del tiempo ordinario-I

  Aquí estoy (Rm 14,7-12) Pablo nos enfrenta a la gran paradoja cristiana . Cuando llega el momento de sopesar nuestras verdaderas respons...