«Que se levanten las naciones y acudan al valle de Josafat; allí me sentaré a juzgar a las naciones vecinas. Empuñen las hoces, porque ya la mies está madura, vengan a pisar las uvas, porque ya está lleno el lagar, ya las cubas están rebosantes de sus maldades. ¡Multitudes y multitudes se reúnen en el valle del Juicio, porque está cerca el día del Señor! El sol y la luna se oscurecen, las estrellas retiran su resplandor. El Señor ruge desde Sión, desde Jerusalén levanta su voz; tiemblan los cielos y la tierra. Pero el Señor protege a su pueblo, auxilia a los hijos de Israel. Entonces sabrán que yo soy el Señor, su Dios, que habito en Sión, mi monte santo. Jerusalén será santa, y ya no pasarán por ella los extranjeros. Aquel día los montes destilarán vino y de las colinas manará leche. Los ríos de Judá irán llenos de agua y brotará un manantial del templo del Señor que regará el valle de las Acacias. Egipto se volverá un desierto y Edom una árida llanura, porque oprimieron a los hijos de Judá y derramaron sangre inocente en su país. En cambio, Judá estará habitada para siempre, y Jerusalén por todos los siglos. Vengaré su sangre, no quedarán impunes los que la derramaron, y yo, el Señor, habitaré en Sión».
Palabra de Dios
R/. Alegraos, justos, con el Señor
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tinielba y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R/.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R/.
Amanece la luz para el justo
y la alegría para los rectos de corazón.
Alégraos, justos, con el Señor,
celebrad su santo nombre.R/.
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a la multitud, una mujer del pueblo gritando, le dijo: «¡Dichosa la mujer que te llevó en su seno y cuyos pechos te amamantaron!»
Pero Jesús le respondió: «Dichosos todavía más los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica».
Palabra del Señor
La abundancia del don de Dios
Qué contraste tan hermoso encontramos entre el
pasaje que leemos hoy y los anuncios de desastre que abrían el libro del
profeta. ¡Sí, un tiempo nuevo llega! Es el tiempo de la presencia de Dios en
medio de su pueblo. Abundan el vino, la leche y el agua —bien tan precioso en
una tierra donde suele escasear—. Todos esos bienes son signo de la generosidad
divina, fuente y origen de toda vida. Y el símbolo más profundo de esta nueva
vida es el torrente que brota del templo del Señor: un río que fecunda, purifica
y renueva todo lo que toca.
En el Evangelio, una mujer del pueblo, admirada
ante las palabras de Jesús, exclama con sincera emoción —y quizás con un toque
de envidia piadosa— que la madre de Jesús debe ser la más dichosa entre las
mujeres por haberle dado a luz. Pero la respuesta del Maestro nos lleva a una
comprensión más honda: existe una maternidad todavía más grande, la de quienes
acogen la Palabra de Dios en su corazón y la dejan transformar su vida. Esa es
la verdadera bienaventuranza: no solo haber llevado a Cristo en el seno, sino
llevarlo en el alma; no solo haberle dado carne, sino permitirle encarnarse en
nuestros actos, en nuestra fe y en nuestro amor cotidiano.
Oración
Señor Dios nuestro:
Tu Hijo nació a este mundo
de la Bienaventurada Virgen María.
Te alabamos por tu bondad;
pero también te pedimos:
Que tu Hijo nazca en nosotros por la fe,
en nuestras vidas, en nuestras palabras,
en nuestros pensamientos,
en nuestras actitudes
y en todo lo que hacemos.
Y entonces, desde nuestra plenitud,
sepamos compartirlo con los que nos rodean,
ya que el Señor pertenece a todos sin distinción
ahora y por los siglos de los siglos.

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