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17 de octubre del 2020: sábado de la vigésima octava semana del tiempo ordinario- San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir

 

(Luc 12, 8-12) Es que me ha pasado ya, que no defienda a una persona necesitada por “miedo a no saber qué decir”?. Jesús nos pide hoy confiar. El Espíritu Santo nos ayudará a encontrar las palabras justas para testimoniar nuestra fe.

 


 

Primera lectura

 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (1,15-23):


Yo, que he oído hablar de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia, como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 8,2-3a.4-5.6-7a

R/.
 Diste a tu Hijo el mando sobre las obras de tus manos

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza. R/.

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder? R/.

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos
R/.

 

 

Evangelio de hoy

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,8-12):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios. Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir.»

Palabra del Señor

 

 

1

 

La fe y esperanza para ganar la Eternidad

 

En el Evangelio, hoy, el Señor despierta nuestra fe y esperanza en Él. Aquel que se haya pronunciado a favor de Jesús adhiriéndose a su misión «también el Hijo del hombre se declarará por él» (Lc 12,8). Dicha confesión pública se realiza en palabras, en actos y durante toda la vida.

Esta interpelación a la confesión de la fe es todavía más necesaria y urgente en nuestros tiempos, en los que hay gente que no quiere escuchar la voz de Dios ni seguir su camino de vida. Sin embargo, la confesión de nuestra fe tendrá un fuerte seguimiento. Por tanto, no seamos confesores ni por miedo de un castigo —que será más severo para los apóstatas— ni por la abundante recompensa reservada a los fieles. Nuestro testimonio es necesario y urgente para la vida del mundo, y Dios mismo nos lo pide, tal como dijo san Juan Crisóstomo: «Dios no se contenta con la fe interior; Él pide la confesión exterior y pública, y nos mueve así a una confianza y a un amor más grandes». 

 Nuestra confesión es sostenida por la fuerza y la garantía de su Espíritu que está activo dentro de nosotros y que nos defiende. El reconocimiento de Jesucristo ante sus ángeles es de vital importancia ya que este hecho nos permitirá verle cara a cara, vivir con Él y ser inundados de su luz. A la vez, lo contrario no será otra cosa que sufrir y perder la vida, quedar privado de la luz y desposeído de todos los bienes. Pidamos, pues, la gracia de evitar toda negación ni que sea por miedo al suplicio o por ignorancia; por las herejías, por la fe estéril y por la falta de responsabilidad; o porque queramos evitar el martirio. Seamos fuertes; ¡el Espíritu Santo está con nosotros! Y «con el Espíritu Santo está siempre María (…) y Ella ha hecho posible la explosión misionera producida en Pentecostés»

(Papa Francisco).

 

 

Oración

 

Señor Dios nuestro:
Tú puedes resucitar a los muertos.
Tú quieres que confiemos en ti
y que creamos en tus promesas.
Danos una fe suficientemente fuerte
para seguir esperando en la buena noticia
de tu poder que puede renovar el mundo,
de la gente capaz de unidad y de paz,
y de la alegría de un amor rejuvenecido
que puede soportar y hacer todo
por medio de Jesucristo nuestro Señor.

 

¡Amen!

2

 

La inspiración no es suficiente

 

dijo Jesús a sus discípulos: «Si uno se pone de mi parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios.

 

Lucas 12: 8-9

 

Uno de los mayores ejemplos de quienes reconocen a Jesús antes que los demás es el de los mártires. Un mártir tras otro a lo largo de la historia dio testimonio de su amor por Dios manteniéndose firme en su fe a pesar de la persecución y la muerte. 

Uno de esos mártires fue San Ignacio de Antioquía, a quien celebramos hoy

 

A continuación, se muestra un extracto de una famosa carta que San Ignacio escribió a sus seguidores una vez que fue arrestado y se dirigió al martirio para ser alimento de los leones. El escribió:

 

Les escribo a todas las iglesias para que se sepa que con mucho gusto moriré por Dios si ustedes no se interponen en mi camino. Les ruego: no me muestren bondad intempestiva. Dejadme ser comida para las fieras, porque son mi camino hacia Dios. Yo soy el trigo de Dios y seré molido por sus dientes para convertirme en el pan puro de Cristo. Oren a Cristo por mí para que los animales sean el medio para convertirme en una víctima sacrificada por Dios.

Ningún placer terrenal, ningún reino de este mundo puede beneficiarme de ninguna manera. Prefiero la muerte en Cristo Jesús al poder sobre los límites más lejanos de la tierra. Aquel que murió en nuestro lugar es el único objeto de mi búsqueda. El que resucitó por nosotros es mi único deseo.

 

Esta declaración es inspiradora y poderosa, pero aquí hay una idea importante que podría perderse fácilmente al leerla. La idea es que es fácil para nosotros leerlo, maravillarnos de su valentía, hablar de él con los demás, creer en su testimonio, etc. pero no dar un paso más para hacer nuestra esta misma fe y valentía. Es fácil hablar de los grandes santos e inspirarse en ellos. Pero es muy difícil imitarlos.  

 

Piensa en Tu propia vida a la luz del pasaje del Evangelio de hoy. ¿Reconoces libre, abierta y plenamente a Jesús como Tu Señor y tu Dios ante los demás? No tienes que andar por ahí mostrándote extravagantemente, pero tienes que permitir que tu fe y tu amor por Dios brillen de manera fácil, libre, transparente y completa, especialmente cuando es incómodo y difícil. 

 

¿Dudas en hacer esto? Lo más probable es que sí. Lo más probable es que todos los cristianos lo hagan. Por eso, San Ignacio y los demás mártires son grandes ejemplos para nosotros. Pero si solo siguen siendo ejemplos, entonces su ejemplo no es suficiente. Debemos vivir su testimonio y convertirnos en el próximo San Ignacio en el testimonio que Dios nos llama a vivir.

 

Reflexiona hoy sobre si sólo estás inspirado por los mártires o si realmente los imitas. Si es lo primero, ora para que tu testimonio inspirador produzca un cambio poderoso en tu vida.

 

Señor, gracias por el testimonio de los grandes santos, especialmente de los mártires. Que su testimonio me permita vivir una vida de santa fe a imitación de cada uno de ellos. 

Te escojo, querido Señor, y te reconozco, hoy, ante el mundo y, sobre todo. Dame la gracia de vivir este testimonio con valentía. 

Jesús, en Ti confío.

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