Santo del día:
San León I el Grande, papa
✝ 461.
“El corazón del hombre se
revela en la calidad de sus acciones”, escribió este enérgico papa
que protegió a la población de Roma contra los ataques de los bárbaros y
defendió la integridad de la fe contra las herejías.
Un grano de locura
(Lucas 17, 1–6) «Auméntanos
la fe», dicen los discípulos.
Se han vuelto contables: calculan, miden, quieren más.
Más dividendos, más capital de fe, como en la bolsa.
Una petición conmovedora, pero fuera de lugar.
Porque —dice Jesús— basta un grano de mostaza.
Solo un pequeño grano, como un grano de locura
que se atreve a jugarse todo,
y se planta mar adentro hasta llegar al perdón
y al cuidado de los pequeños.
Eso basta como fe.
Colette Hamza, xavière
📖 Lecturas
del día
Primera lectura:
Sabiduría 1, 1-7
“Amad la justicia, los que gobernáis la tierra;
pensad correctamente del Señor y con sencillez de corazón buscadlo. Porque se
deja hallar de los que no le tientan y se manifiesta a los que no desconfían de
él.”
Salmo responsorial:
Salmo 139 (138), 1b-3.4-6.7-8.9-10
R/. Guíame, Señor, por el camino eterno.
Señor, tú me sondeas y me conoces,
tú sabes cuándo me siento o me levanto;
de lejos percibes mis pensamientos...
Guíame, Señor, por el camino eterno.
Evangelio:
Lucas 17, 1-6
“Si tu hermano peca, repréndelo; y si se
arrepiente, perdónalo.
Y si peca contra ti siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: ‘Me
arrepiento’, lo perdonarás.”
🕊️ Comentario
espiritual y jubilar
El principio de la Sabiduría
Hoy comenzamos la lectura del Libro de la
Sabiduría, una joya del Antiguo Testamento escrita en medio de una cultura
helenista. Su autor, probablemente un judío de Alejandría, quiso mostrar que la
fe en el Dios único no está reñida con la razón ni con la búsqueda humana de
sentido.
La Sabiduría aparece como una luz divina que guía la conciencia y enseña
a discernir entre el bien y el mal, entre lo esencial y lo pasajero. En este
contexto jubilar, en que somos llamados a ser “Peregrinos de la Esperanza”,
la sabiduría se convierte en compañera de camino, aquella que nos ayuda
a mirar la historia con los ojos de Dios.
Pedir sabiduría es pedir discernimiento,
profundidad, serenidad y justicia. No hay renovación personal ni comunitaria
sin sabiduría, porque ella es el primer paso hacia una fe adulta, lúcida y
misericordiosa. El sabio es aquel que aprende de todo, incluso del dolor, y
reconoce que el verdadero conocimiento comienza con el temor de Dios, es
decir, con la conciencia viva de su presencia.
💧 El
perdón, una fuerza
Jesús nos enseña hoy que el perdón no es debilidad,
sino fuerza del alma transformada por la gracia. El discípulo que
perdona no se deja vencer por el resentimiento, sino que vence el mal con el
bien. Perdonar “siete veces” —número de plenitud— significa no poner límite
a la misericordia, como tampoco Dios pone límite al amor que nos tiene.
Pero el perdón no es ceguera: a veces implica corregir
al hermano con caridad y firmeza. La corrección fraterna, cuando nace del
amor, puede salvar una vida.
El Jubileo es tiempo de reconciliación: reconciliación con Dios, con los
hermanos, con la historia y con nosotros mismos. Y en este mes en que oramos
por los difuntos, el perdón se extiende más allá del tiempo: rezar por los
que ya partieron es el acto supremo de misericordia, porque confiamos en
que la gracia de Dios continúa purificando y salvando.
🙏 Intención
orante del día
Oremos hoy por todos los fieles difuntos,
especialmente por aquellos que esperan alcanzar la plena luz del rostro de
Dios. Que el Señor les conceda el descanso eterno, y a nosotros, sabiduría para
vivir rectamente, fe para perdonar de corazón, y esperanza para caminar hacia
la eternidad.
“Señor, enséñanos a contar nuestros días, para que
adquiramos un corazón sabio.”
(Salmo 90,12)
2
1. Introducción: la súplica de los discípulos
El
Evangelio de hoy comienza con una petición aparentemente piadosa:
“Señor,
auméntanos la fe.”
¿Quién de nosotros no ha pronunciado alguna vez esa
frase? Cuando la vida se vuelve cuesta arriba, cuando la enfermedad nos golpea
o la muerte visita nuestro hogar, brota espontáneamente ese grito del corazón:
“¡Señor, dame más fe!”. Pero Jesús sorprende: no promete aumentar la fe,
sino que nos recuerda que basta con una fe del tamaño de un grano de mostaza.
En otras palabras, no se trata de cantidad, sino de calidad, confianza y
audacia.
2. La fe no se contabiliza
Alguien decía comentando este evangelio, que los discípulos se han vuelto “contables”,
hacen cálculos de capital espiritual. Querrían que la fe funcionara como una
cuenta bancaria: cuanta más acumulen, más dividendos recibirán.
Pero la fe no se acumula: se arriesga.
La fe verdadera no se mide, se vive, se entrega, se juega en lo
cotidiano.
Jesús nos dice: “Si tuvieran fe como un grano de
mostaza…”.
Ese “como” es decisivo. El grano de mostaza es mínimo, pero lleno de
vida, capaz de crecer hasta convertirse en un árbol donde anidan las aves
del cielo.
Así es la fe: pequeña, pero viva; silenciosa, pero fecunda; frágil, pero
invencible cuando se confía en el poder de Dios.
3. La locura de creer
Alguien habla de “un grano de locura”. ¡Qué
bella expresión! Porque creer, a veces, parece una locura:
- Amar
cuando no hay razones para hacerlo.
- Perdonar
cuando el corazón está herido.
- Esperar
cuando todo parece perdido.
La fe no es razonable, es relacional: se
apoya en un Dios que no falla.
Esa “locura” de fe es la que movió a los santos, como a San León Magno,
cuya memoria celebramos hoy. Fue un papa sabio y fuerte, defensor de la fe en
tiempos turbulentos. Pero su fuerza no venía de su talento político ni de su
elocuencia, sino de esa fe “loca” que confía totalmente en Cristo.
Él supo mantener la unidad de la Iglesia frente a
las herejías y las divisiones, y cuando Roma temblaba ante la amenaza de los
hunos, León salió a encontrarse con Atila, sin ejército ni armas, solo con la
fuerza espiritual de su fe. Esa es la fe que mueve montañas: una fe que no
calcula, sino que se arriesga; que no se encierra, sino que sale al encuentro.
4. La fe que perdona
El contexto del Evangelio nos habla del perdón.
Jesús dice:
“Si tu hermano peca, repréndelo; y si se
arrepiente, perdónalo.”
Y los discípulos responden: “Auméntanos la fe”.
Porque perdonar requiere fe, y mucha.
Perdonar no es olvidar, ni justificar el mal; es sanar el corazón, creer
que el amor tiene la última palabra.
Solo quien confía en la fuerza de Dios puede romper el círculo del
resentimiento.
La fe —aunque sea del tamaño de un grano de mostaza— puede mover la montaña del
orgullo, del dolor o del odio.
Por eso Jesús no nos pide más fe, sino fe verdadera: la que actúa, la
que se arriesga, la que transforma.
5. Fe y sabiduría
La primera lectura de hoy, del Libro de la
Sabiduría, nos recuerda:
“Dios se deja encontrar por los que no lo tientan.”
Buscar a Dios requiere sencillez y rectitud. La fe y la sabiduría se
entrelazan: el sabio confía, y el creyente busca con inteligencia.
En el Año Jubilar, somos llamados a ser peregrinos no de una fe teórica, sino de
una fe que ilumina el camino, que aprende de la historia, que reconoce los
signos de Dios en medio del mundo.
6. Aplicación pastoral: un grano
de fe para cada día
- Cuando
rezas por un difunto, aunque no veas nada, estás sembrando un grano de
mostaza: fe en la vida eterna.
- Cuando
te reconcilias con alguien que te hirió, siembras un grano de mostaza: fe
en el amor.
- Cuando
perseveras en tu misión pastoral, aunque no veas frutos inmediatos,
siembras un grano de mostaza: fe en la esperanza.
Así se construye el Reino: con pequeños gestos
de locura evangélica que cambian el mundo desde dentro.
7. Conclusión: la locura de los
santos
San León Magno, como tantos santos, vivió esa
“locura de fe” que se atreve a lo imposible. No esperó tener “más fe”, sino que
puso en juego la que tenía.
Pidamos hoy esa misma osadía: no una fe cómoda o calculadora, sino una fe viva,
arriesgada, jubilar, que se planta en medio del mundo como un árbol de
esperanza.
🕊️ Oración final
Señor
Jesús,
tú no mides la fe por su tamaño, sino por su entrega.
Haz que nuestra fe, aunque pequeña,
sea audaz para perdonar,
sabia para discernir
y valiente para amar sin límites.
Que, como San León Magno,
sepamos anunciar tu verdad con humildad y confianza,
y que, en este Año Jubilar,
nuestro “grano de locura” por el Evangelio
dé fruto de esperanza para todos.
Amén.
¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨¨
10 de noviembre:
San León Magno, Papa y Doctor — Memoria
c. 400–461
Declarado
Doctor de la Iglesia por el papa Benedicto
XIV en 1754.
Cita:
“Él venció para que también nosotros venzamos.
Porque no hay obras de poder, amadísimos, sin las pruebas de la tentación; no
hay fe sin prueba, no hay combate sin adversario, no hay victoria sin
conflicto. Nuestra vida transcurre entre trampas y batallas; si no queremos ser
engañados, debemos velar; si queremos vencer, debemos luchar.”
— Sermón de San León Magno
Reflexión
Cuando
el cardenal Ratzinger fue elegido papa, tomando el nombre de Benedicto XVI, sus
primeras palabras desde el balcón de la Basílica de San Pedro se refirieron a
su predecesor, Juan Pablo
II, a quien llamó “el gran papa”. Desde entonces, muchos lo han
denominado “Juan Pablo el Grande”. Antes de él, solo tres papas habían sido
universalmente llamados “el Grande”: San
Gregorio Magno (590–604), San Nicolás el Grande (858–867), y el papa
que hoy honramos, San León
Magno (440–461), el primero en recibir ese título.
León
nació en Toscana,
en el Imperio Romano de Occidente, cuando el imperio atravesaba una grave
decadencia por las invasiones bárbaras, disputas internas y una difícil
situación económica. Se consideraba romano, pues pasó su juventud en la ciudad
de Roma. Siendo joven fue ordenado diácono
bajo el papa Celestino I y sirvió también a su sucesor, el papa Sixto III, entre
los años 430 y 439.
Los diáconos de Roma desempeñaban funciones esenciales: organizar la caridad,
los servicios litúrgicos, las misiones diplomáticas y aconsejar al papa. Pronto
el diácono León se ganó el respeto general como un hombre de profunda sabiduría
teológica, prudencia pastoral y gran valor.
En
439 estalló una disputa en el norte del Imperio entre el prefecto romano Albinus y el general Aecio. El emperador
pidió al papa que enviara a León como mediador para evitar una guerra civil.
Durante esa misión diplomática, el papa Sixto III murió, y el clero romano
eligió a León como nuevo pontífice. Regresó a Roma, fue ordenado obispo el 29 de septiembre del
año 440 y tomó las llaves de San Pedro.
Defensor
de la fe y de la unidad
Como
nuevo papa, León actuó con decisión. Su misión principal fue preservar la unidad en la fe verdadera
bajo el Vicario de Cristo. En aquella época, la primacía papal
no era tan clara como hoy; muchos no aceptaban aún la idea de que el papa fuera
el pastor y maestro universal.
León
enseñó la primacía de Pedro ejerciéndola.
Cuando descubrió que en Aquilea
algunos clérigos seguían el error del pelagianismo, ordenó al obispo que no los
admitiera a la comunión hasta que se retractaran públicamente.
En Roma, cuando halló una secta maniquea, los enfrentó en debate público,
confiscó y quemó sus libros con ayuda de las autoridades civiles y los expulsó
de la Iglesia.
También intervino contra la herejía del priscilianismo
en España, escribiendo extensamente a los obispos y dándoles pautas para
erradicarla.
De esta manera, León comenzó a ser reconocido como “el” Papa, no solo un
patriarca entre otros, sino el auténtico Vicario
de Cristo, consolidando así la doctrina del primado romano.
El
Concilio de Calcedonia (451)
Durante
los primeros siglos, las herejías eran abordadas por obispos locales o sínodos
regionales. Pero en los siglos IV y V, con el cristianismo ya legalizado, se
celebraron cuatro
Concilios Ecuménicos que definieron la fe cristológica de la
Iglesia: Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431) y Calcedonia (451).
El
Concilio de Calcedonia fue convocado para enfrentar la herejía monofisita, que
afirmaba que Cristo tenía una sola naturaleza (divina o fusionada). El papa
León exigió que el concilio solo se celebrara si sus legados papales lo
presidían, y el emperador aceptó.
El papa Benedicto XVI
dijo que este concilio fue “la asamblea más importante en la historia de la
Iglesia”, pues completó la enseñanza de los tres anteriores sobre Cristo, la Trinidad y María como Madre
de Dios.
León
envió con sus legados una carta célebre, el “Tomo de León”, donde afirmó que en Cristo
hay dos naturalezas
distintas, divina y humana, en una sola persona. En ella
escribió:
“Sin
detrimento de las propiedades de las dos naturalezas unidas en una persona, la
majestad asumió la humildad, la fuerza abrazó la debilidad, la eternidad se
unió a la mortalidad... Así el mismo Mediador entre Dios y los hombres,
Jesucristo, pudo morir con una naturaleza y permanecer inmortal con la otra.”
Cuando
la carta fue leída en el concilio, los obispos exclamaron unánimemente:
“¡Pedro
ha hablado por boca de León!”
A partir de ese texto se redactó el decreto
dogmático de Calcedonia, que definió la fe ortodoxa y condenó
el monofisismo como herejía.
Pastor
valiente y padre del pueblo
En
el año 451, los hunos
invadieron el norte de Italia. Antes de que llegaran a Roma, el papa León fue
personalmente a encontrarse con Atila
para negociar la paz.
Según la tradición, durante el encuentro aparecieron tras el papa las figuras
luminosas de San Pedro y
San Pablo con espadas en las manos, lo que atemorizó tanto a
Atila que se retiró con su ejército.
En
sus últimos años, León dedicó su vida a predicar,
enseñar y escribir. Dejó más
de 100 sermones y 150 cartas, de gran claridad doctrinal y
profunda espiritualidad, que marcaron la teología posterior. Fomentó la caridad, el ayuno, la liturgia viva y la
atención a los pobres y enfermos, edificó templos y fortaleció
la fe del pueblo romano.
Legado
y oración
San
León Magno tuvo una influencia inmensa en la vida de la Iglesia. Aunque su
nombre es hoy menos conocido, su obra sigue viva en la doctrina cristiana y en
la conciencia de la primacía de Pedro.
Demos gracias a Dios por su sabiduría, su valentía y su fe firme. Pidamos
también por el Papa actual y por todos los que han de venir, para que miren en
San León un ejemplo de servicio, humildad y fidelidad a Cristo.
🕊️ Oración
San
León Magno,
ejerciste tu ministerio papal con humildad y fortaleza,
guiando a la Iglesia en tiempos difíciles
con sabiduría y amor pastoral.
Ruega por nosotros,
para que aprendamos de tu ejemplo
y permanezcamos firmes en la fe,
conduciendo a otros hacia Dios.
San
León Magno, ruega por nosotros.
Jesús,
en ti confío.


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