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El mundo trascendente de Gabo: Dios, la Iglesia y sacramentos (3)




Por lo que cuenta en su autobiográfico libro “Vivir para contarla”, Gabo hablando de su colegage y amistad con el padre Camilo Torres, confiesa su dificultad para creer en la efectividad del sacramento del bautismo y el descenso del Espíritu Santo en el momento del signo-símbolo cristiano-católico:

Entre las amistades que me quedaron de la universidad, la de Camilo Torres no sólo fue de las menos olvidables, sino la más dramática de nuestra juventud.
Un día no asistió a clases por primera vez. La razón se regó como pólvora.
Arregló sus cosas y decidió fugarse de su casa para el seminario de Chiquinquirá, a ciento y tantos kilómetros de Bogotá. Su madre lo alcanzó en la estación del ferrocarril y lo encerró en su biblioteca. Allí lo visité, más pálido que de costumbre, con una ruana blanca y una serenidad que por primera vez me hizo pensar en un estado de gracia. Había decidido ingresar en el seminario por una vocación que disimulaba muy bien, pero que estaba resuelto a obedecer hasta el final.
—Ya lo más difícil pasó —me dijo.
Fue su modo de decirme que se había despedido de su novia, y que ella celebraba su decisión. Después de una tarde enriquecedora me hizo un regalo indescifrable: El origen de las especies, de Darwin. Me despedí de él con la rara certidumbre de que era para siempre.
Lo perdí de vista mientras estuvo en el seminario. Tuve noticias vagas de que se había ido a Lovaina para tres años de formación teológica, de que su entrega no había cambiado su espíritu estudiantil y sus maneras laicas, y de que las muchachas que suspiraban por él lo trataban como a un actor de cine desarmado por la sotana.
Diez años después, cuando regresó a Bogotá, había asumido en cuerpo y alma el carácter de su investidura pero conservaba sus mejores virtudes de adolescente. Yo era entonces escritor y periodista sin título, casado y con un hijo, Rodrigo, que había nacido el 24 de agosto de 1959 en la clínica Palermo de Bogotá. En familia decidimos que fuera Camilo quien lo bautizara. El padrino sería Plinio Apuleyo Mendoza, con quien mi esposa y yo habíamos contraído desde antes una amistad de compadres. La madrina fue Susana Linares, la esposa de Germán Vargas, que me había transmitido sus artes de buen periodista y mejor amigo. Camilo era más cercano de Plinio que nosotros, y desde mucho antes, pero no quería aceptarlo como padrino por sus afinidades de entonces con los comunistas, y quizás también por su espíritu burlón que bien podía estropear la solemnidad del sacramento. Susana se comprometió a hacerse cargo de la formación espiritual del niño, y Camilo no encontró o no quiso encontrar otros argumentos para cerrarle el paso al padrino.
El bautismo se llevó a cabo en la capilla de la clínica Palermo, en la penumbra helada de las seis de la tarde, sin nadie más que los padrinos y yo, y un campesino de ruana y alpargatas que se acercó como levitando para asistir a la ceremonia sin hacerse notar. Cuando Susana llegó con el recién nacido, el padrino incorregible soltó en broma la primera provocación:
—Vamos a hacer de este niño un gran guerrillero.
Camilo, preparando los bártulos del sacramento, contraatacó en el mismo tono: «Sí, pero un guerrillero de Dios». E inició la ceremonia con una decisión del más grueso calibre, inusual por completo en aquellos años:
—Voy a bautizarlo en español para que los incrédulos entiendan lo que significa este sacramento.
Su voz resonaba con un castellano altisonante que yo seguía a través del latín de mis tiernos años de monaguillo en Aracataca. En el momento de la ablución, sin mirar a nadie, Camilo inventó otra fórmula provocadora:
—Quienes crean que en este momento desciende el Espíritu Santo sobre esta criatura, que se arrodillen.
Los padrinos y yo permanecimos de pie y quizás un poco incómodos por la marrullería del cura amigo, mientras el niño berreaba bajo la ducha de agua yerta. El único que se arrodilló fue el campesino de alpargatas. El impacto de este episodio se me quedó como uno de los escarmientos severos de mi vida, porque siempre he creído que fue Camilo quien llevó al campesino con toda premeditación para castigarnos con una lección de humildad. O, al menos, de buena educación…

Finalmente, para decir algo sobre lo que ha suscitado polémicas declaraciones directas y  comentarios subterfugios sobre el carácter “non sanctus” de Gabo, por  su incoherencia moral, me queda por acotar que solo Dios puede juzgar. Qué pecó por omisión, si! Nuestro mayor pecado sobre esta tierra es no hacer siempre lo que hemos de hacer, es nuestro error y o debilidad más recurrente, a cada minuto pecamos por OMISION. Así, Tan es aventurado es  afirmar que nuestro admirado y galardonado escritor está en el cielo como aseverar también que su destinación es el Hades; y como suelo decir en ocasiones, en las introducciones de mis homilías de funerales: Sólo Dios lo sabe…Le corresponde a Él y nada más que a Él juzgarnos, determinar lo que será de nosotros y de qué manera lo seremos, después de la muerte. Por eso, en las ceremonias de funerales el cometido principal es confiar el difunto a la misericordia de Dios…pues su fe es algo misterioso, algo que solo Dios puede medir y sobre lo cual solamente Él puede concluir.

Gabo, si  bien fue creyente durante algún tiempo de su vida posiblemente no fue muy practicante (respecto a la participación en la misa o demás celebraciones litúrgicas), mismo al momento de su muerte, quizás por voluntad propia no quiso saber de funerales ni de liturgias de la palabra…

Como ha escrito algún periodista: Su muerte debería poner a pensar a sus compatriotas  sobre quiénes somos y para dónde vamos


Que Dios lo acoja en su infinito amor y misericordia, Amen! 

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