sábado, 4 de octubre de 2025

5 de octubre del 2025: vigesimoséptimo domingo del tiempo ordinario-ciclo C

 

El uniforme del servicio

Ayer celebramos a San Francisco de Asís, de quien se piensa que fue ordenado diácono. Y hoy, tres elementos de la liturgia convergen nuevamente hacia ese ministerio del diaconado.
El Evangelio menciona a esos “simples” siervos, disponibles para su Señor y enviados cuando Él lo disponga.
Pablo recuerda a Timoteo que le impuso las manos y lo invita a dar testimonio.
Habacuc, por su parte, subraya la importancia de un ministerio profético que sabe discernir los signos del Reino.

Inseparables del ministerio de los obispos, de los presbíteros y de los hombres y mujeres comprometidos en la Iglesia, los diáconos son ordenados para el servicio de la Palabra, la liturgia y la caridad, después de que la Iglesia se ha asegurado del libre consentimiento de la esposa, en el caso de los casados.
Desde el Concilio Vaticano II, miles de hombres y mujeres se han comprometido en esta aventura del diaconado, y podemos dar gracias por su disponibilidad.

Ayudados por el ministerio de estos diáconos, y sostenidos por el testimonio de sus esposas, podemos hacer nuestra la súplica apostólica:

“Señor, auméntanos la fe.”

Esta oración es aún más urgente al recordar la imagen sorprendente que Jesús utiliza: un árbol plantado en medio del mar.
Esa “curiosidad botánica” se ilumina a la luz del diaconado, hecho de cercanía, anuncio y envío.
Los diáconos invitan a los cristianos a vivir su fe en medio de un mundo líquido, cambiante, pero siempre arraigados en la liturgia y en el servicio.

Al orar por las vocaciones diaconales, ¿en qué personas pienso?
“Señor, auméntanos la fe.”
¿Cómo resuena hoy esta frase en mi vida?

Luc Forestier, prêtre à La Madeleine (diocèse de Lille)




Primera lectura

Hab 1, 2-3; 2, 2-4

El justo por su fe vivirá

Lectura de la profecía de Habacuc.

¿HASTA cuándo, Señor,
pediré auxilio sin que me oigas,
te gritaré: ¡Violencia!,
sin que me salves?
¿Por qué me haces ver crímenes
y contemplar opresiones?
¿Por qué pones ante mí
destrucción y violencia,
y surgen disputas
y se alzan contiendas?
Me respondió el Señor:
Escribe la visión y grábala
en tablillas, que se lea de corrido;
pues la visión tiene un plazo,
pero llegará a su término sin defraudar.
Si se atrasa, espera en ella,
pues llegará y no tardará.
Mira, el altanero no triunfará;
pero el justo por su fe vivirá.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 95(94),1-2.6-7ab.7c-9

R. Ojalá escuchen hoy la voz del Señor:
«No endurezcan su corazón»,


V. Vengan, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. 
R.

V. Entren, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía. 
R.

V. Ojalá escuchen hoy su voz:
«No endurezcan el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando sus padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras». 
R.

 

Segunda lectura

2 Tim 1, 6-8. 13-14

No te avergüences del testimonio de nuestro Señor

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

QUERIDO hermano:
Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza.
Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios.
Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.
Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

Palabra de Dios.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. La palabra del Señor permanece para siempre; esta es la palabra del Evangelio que les ha sido anunciada. R.

 

Evangelio

Lc 17, 5-10

¡Si tuvieran fe!

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y les obedecería.
¿Quién de ustedes, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le dirán más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Acaso tienen que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo ustedes: cuando hayan hecho todo lo que se les ha mandado, digan:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

Palabra del Señor.

 

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“El justo por su fe vivirá”


1. Una humanidad que clama: “¿Hasta cuándo, Señor?”

La voz del profeta Habacuc resuena como un eco de nuestras propias preguntas:

“¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas?”

No es un grito de incredulidad, sino de fe herida. El profeta contempla el sufrimiento del pueblo, la corrupción, la violencia y la injusticia… y siente que Dios guarda silencio.
¿No es esa también la experiencia de muchos hombres y mujeres de hoy?
En nuestras comunidades hay familias que claman por justicia, enfermos que esperan su curación, migrantes que sueñan con dignidad, jóvenes que buscan futuro, sacerdotes y misioneros que se sienten cansados… y todos podríamos decir con Habacuc: “¿Hasta cuándo, Señor?”

Sin embargo, el Señor responde con ternura y firmeza:

“La visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar… El justo por su fe vivirá.”

Aquí se encierra el corazón del mensaje: no todo está perdido. Aunque el mal parezca triunfar, la historia pertenece a Dios. Su tiempo no es el nuestro. La fe no es impaciencia; es espera confiada.
El que persevera en la fe, aun sin ver los frutos, “vivirá”. Su vida será fecunda, aunque la cosecha tarde.


2. El justo vive por la fe… y la fe se alimenta de esperanza

En este Domingo, el Salmo 94 nos invita a la escucha interior:

“Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: no endurezcan el corazón.”

Dios sigue hablándonos en medio del ruido de la historia. El problema no es su silencio, sino nuestros oídos cerrados y nuestros corazones endurecidos. La fe es, ante todo, una actitud de apertura: de quien se deja enseñar, corregir, moldear por el amor divino.

En el Jubileo —que es tiempo de conversión, de volver al corazón de Dios— esta palabra se vuelve urgente. No basta con cumplir: hay que creer y confiar.
Escuchar a Dios significa mirar la realidad con ojos nuevos.
Donde el mundo ve ruina, el creyente descubre un germen de resurrección.
Donde la sociedad dice “no hay futuro”, el discípulo responde: “El Señor cumple sus promesas”.


3. “Reaviva el don de Dios que hay en ti” (2 Tim 1,6)

Pablo, desde la prisión, escribe a Timoteo, su discípulo amado. Lo anima a no dejar morir la llama de la fe:

“Reaviva el don de Dios que recibiste por la imposición de mis manos.”

El Apóstol sabe que el ministerio cansa, que las pruebas desaniman, que el miedo puede paralizar. Por eso le recuerda:

“Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de buen juicio.”

Esta exhortación se aplica hoy a todo cristiano, pero especialmente a quienes hemos sido llamados al servicio pastoral. En el contexto del Año Jubilar, el Señor nos pide reavivar los dones recibidos:
la fe que se apagó en el ruido del mundo,
la esperanza que se debilitó frente al dolor,
la caridad que se volvió rutina.

Reavivar es volver a encender lo que todavía humea, soplar sobre las brasas del corazón. Es tarea de oración, de comunidad y de Eucaristía. Allí el Espíritu reanima lo que parecía perdido.


4. “Auméntanos la fe” (Lc 17,5-10)

En el Evangelio, los apóstoles hacen una súplica breve pero esencial:

“Auméntanos la fe.”

Jesús responde con una imagen provocadora:

“Si tuvieran fe como un grano de mostaza…”

No se trata de una fe espectacular, sino de una fe auténtica, pequeña pero viva, capaz de mover lo imposible.
La fe no es magia ni dominio de lo sobrenatural: es confianza absoluta en la fuerza de Dios.
Y Jesús concluye con la enseñanza sobre el siervo humilde, recordándonos que la fe madura no busca recompensas, sino que sirve con amor y gratuidad.


5. Vivir por la fe, servir con amor

Si unimos las tres lecturas, vemos un hilo luminoso:

  • Habacuc nos enseña a creer y esperar.
  • Pablo nos llama a reavivar y perseverar.
  • Jesús nos invita a servir y confiar.

Y el Salmo pone la nota interior: escuchar y no endurecer el corazón.

La fe no es una teoría ni un sentimiento. Es un camino concreto: creer cuando todo parece perdido, amar cuando todo parece inútil, servir cuando nadie lo reconoce.
Esa es la fe del justo.
Esa es la fe del discípulo de Cristo.
Esa es la fe jubilar que nos impulsa a ser peregrinos de esperanza, caminando hacia la plenitud de las promesas de Dios.


🌿 6. Aplicación jubilar y pastoral

a) Para las comunidades:
La palabra de hoy es bálsamo para quienes se sienten cansados o decepcionados.
El Señor no olvida su pueblo. Aunque la visión tarde, llegará.
No es momento de rendirse: es momento de reavivar la fe comunitaria, sostenernos unos a otros, redescubrir la alegría del servicio humilde.

b) Para los pastores y agentes de evangelización:
Pablo nos habla directamente: “No te avergüences del testimonio de nuestro Señor.”
La misión exige valor, amor y discernimiento.
El Espíritu no nos dio cobardía, sino fuerza.
Sigamos siendo testigos firmes y serenos en medio de las tormentas.

c) Para los jóvenes y familias:
El mundo ofrece muchos “altaneros” —como dice Habacuc—, confiados en su poder o riqueza. Pero la vida verdadera no está ahí.
El justo vive por la fe.
Eduquemos en la confianza, en la esperanza activa, en la fidelidad de lo pequeño.


🙏 7. Oración final jubilar

Señor Jesús, Maestro y Servidor,
escucha el clamor de tu pueblo que sufre.
Cuando el mal nos abrume, danos fe.
Cuando el cansancio nos venza, reaviva tu fuego en nosotros.
Cuando el silencio parezca vacío, haznos escuchar tu voz.

Que nuestra fe, aunque pequeña como un grano de mostaza,
mueva montañas de egoísmo y de miedo.

Que tu Espíritu Santo nos mantenga fieles,
alegres en el servicio y firmes en la esperanza,
hasta que llegue el día en que la visión se cumpla
y podamos decir contigo:
“El justo por su fe vivirá.”

Amén.

 

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“El justo por su fe vivirá: creer, esperar y servir en esperanza”



I. Una humanidad que clama

“¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas?
¿Hasta cuándo te gritaré: ‘¡Violencia!’, sin que me salves?” (Hab 1,2).

Así comienza la lectura de hoy.
El profeta Habacuc nos da voz. Él grita lo que tantos sienten y callan: la decepción de ver cómo el mal avanza, cómo los justos sufren, cómo Dios parece ausente. Su clamor no es un reproche incrédulo, sino la oración dolida de quien ama y no entiende.
Habacuc representa al creyente que no se conforma con la injusticia y que se atreve a llevar su queja ante el mismo Dios.

Podríamos decir que es una oración desde las trincheras de la vida:
desde el hospital donde se sufre sin respuestas,
desde la calle donde un joven pierde su rumbo,
desde la familia que no sabe cómo salir adelante,
desde un país que sigue buscando paz y justicia.

Habacuc es el profeta de los que no renuncian a esperar, aunque la noche sea larga.


II. La respuesta de Dios: “Espera… la visión se cumplirá”

Dios no censura su clamor.
Le responde con paciencia y con una promesa que es casi un susurro:

“Escribe la visión y grábala en tablillas, para que se lea de corrido;
la visión tiene un plazo, pero llegará sin defraudar.
Si se atrasa, espérala: llegará y no tardará.”
(Hab 2,2-3)

¡Qué belleza esta pedagogía divina!
Dios no responde con explicaciones teóricas, sino con una palabra de esperanza activa.
No le dice “todo está bien”, sino: “Espera… no he terminado mi obra.”

El Señor nos invita a la paciencia de la fe.
La fe no suprime la espera, la transforma.
El creyente no es quien todo lo entiende, sino quien, en la oscuridad, sigue confiando.

Y entonces viene la frase que resume toda la profecía:

“El justo por su fe vivirá.” (Hab 2,4)

Es decir:
quien permanece fiel, aunque no vea resultados,
quien sigue creyendo cuando todo parece derrumbarse,
quien no se deja contaminar por la desesperanza,
ése vive, ése salva, ése da sentido al mundo.


III. Escuchar la voz del Señor (Sal 94)

El salmo nos toma de la mano y nos conduce al silencio interior:

“Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: no endurezcan el corazón.”

En medio del ruido de los noticieros, de las redes, de las quejas diarias,
Dios sigue hablándonos. Pero para escucharlo hay que ablandar el corazón.
Un corazón endurecido no oye ni siente.
El endurecimiento es el mayor peligro de los creyentes: acostumbrarnos al mal, al dolor ajeno, a vivir sin asombro.

El Jubileo es precisamente eso: un tiempo para volver a escuchar, para dejar que la voz de Dios penetre la coraza del alma y despierte la sensibilidad dormida.

Quizás el Señor hoy nos dice:
“Escúchame otra vez… no he dejado de hablarte, pero has dejado de oírme.”


IV. Reavivar el don de Dios (2 Tim 1,6-8)

San Pablo, desde su prisión, escribe a Timoteo.
Sabe que el joven discípulo se siente frágil, asustado, inseguro.
Y le dice con ternura y fuerza:

“Reaviva el don de Dios que recibiste por la imposición de mis manos…
porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía,
sino de fortaleza, de amor y de buen juicio.”
(2 Tim 1,6-7)

Estas palabras resuenan hoy como un encargo jubilar para toda la Iglesia.
La fe no es un recuerdo, es una llama que hay que avivar.
El don recibido en el Bautismo, en la Confirmación o en el Orden, no se puede dejar apagar por el cansancio, la rutina o el miedo.

Pablo nos recuerda tres virtudes necesarias para este tiempo:

1.    Fortaleza: para resistir el desaliento y seguir creyendo cuando el mundo se burla de la fe.

2.    Amor: para no convertirnos en jueces del prójimo, sino en testigos del Evangelio.

3.    Buen juicio (discernimiento): para no confundir entusiasmo con superficialidad, ni prudencia con cobardía.

Reavivar el don es volver a creer que lo imposible sigue siendo posible en Dios.


V. “Auméntanos la fe” (Lc 17,5-10)

Y aquí entra el Evangelio.
Los discípulos, conscientes de su pequeñez, le piden a Jesús:

“Auméntanos la fe.”

¡Qué petición tan sencilla y tan profunda!
No le piden poder, éxito ni milagros. Piden fe, porque saben que todo nace de ella.
Jesús responde con una imagen:

“Si tuvieran fe como un grano de mostaza…”

La fe no se mide en cantidad, sino en autenticidad.
Una fe pequeña, pero viva, puede mover montañas.
Una fe pura, aunque frágil, cambia destinos.
Una fe humilde, aunque silenciosa, sostiene la historia.

Luego Jesús añade la parábola del siervo que no busca recompensas:

“Cuando hayan hecho todo lo que se les mandó, digan: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer.”

La fe madura se expresa en el servicio gratuito, en el amor que no espera reconocimiento.
Quien vive por la fe, sirve con humildad.
Quien sirve con humildad, vive en libertad.


VI. Creer, esperar y servir: tres verbos jubilares

Si unimos los tres textos, encontramos el itinerario perfecto para el discípulo:

1.    Creer, como Habacuc, en medio de la oscuridad.

2.    Esperar, como Timoteo, reavivando el fuego interior.

3.    Servir, como enseña Jesús, con fe humilde y amor sin condiciones.

Estos tres verbos son la gramática de la esperanza cristiana,
la que necesitamos redescubrir en este Año Jubilar de la Esperanza.

Creer cuando el mal nos hiere,
esperar cuando todo parece lento,
servir cuando nadie aplaude.
Ahí se mide la fe que salva y que hace nueva la historia.


VII. Aplicación pastoral

Para la comunidad:
No dejemos que el cansancio o la rutina apaguen nuestra esperanza.
Dios no ha abandonado a su pueblo. Su promesa sigue viva.
Quizás parezca que tarda, pero llegará.
Por eso, sigamos construyendo, soñando, sembrando.

Para los pastores y agentes de evangelización:
La palabra de Pablo es un espejo: “Reaviva el don que hay en ti.”
Cada vez que un sacerdote predica, cada vez que una catequista enseña, cada vez que un cristiano consuela… ahí se renueva la fe.
El Jubileo es tiempo para reencender la llama vocacional, para mirar al futuro con valentía y ternura.

Para los jóvenes:
El mundo necesita su fe valiente, su creatividad, su alegría.
No teman la lentitud del tiempo de Dios: Él cumple lo que promete.
Dejen que su fe, aunque pequeña como una semilla, se convierta en árbol de esperanza para muchos.


VIII. Conclusión: vivir por la fe, testimoniar la esperanza

El mensaje de este domingo es claro y actual:
La fe es resistencia amorosa.
Es mantenerse firme cuando todo invita a rendirse.
Es creer que Dios no ha callado, sino que está obrando silenciosamente.

Habacuc nos enseña a esperar.
Pablo nos enseña a perseverar.
Jesús nos enseña a servir.

Y el Jubileo nos invita a caminar como peregrinos de la esperanza,
portadores de una fe que no se apaga,
testigos de un Dios que nunca defrauda.


🙏 Oración final jubilar

Señor, aumenta nuestra fe.
Danos la paciencia del profeta,
la fortaleza del apóstol
y la humildad del siervo.

Que en este Año Jubilar
nuestra esperanza no sea teoría,
sino fuego que ilumine el mundo.

Cuando el mal parezca triunfar,
recuérdanos tu promesa:
“El justo por su fe vivirá.”

Haznos peregrinos de esperanza,
sembradores de fe,
testigos de tu amor.

Amén.

 

3

 

“Señor, auméntanos la fe”



I. Introducción: el don más pequeño y más grande

Jesús hoy nos habla de la fe.
Quizás la palabra más corta del diccionario teológico, pero la que más hondamente toca nuestra existencia. Porque ante la mirada de fe nos jugamos la vida: creer o no creer cambia el modo de vivir, de amar, de esperar, de servir.
La fe no es una idea ni una emoción: es una manera de ver el mundo y de vivir en él.

Dios ha sembrado en cada uno de nosotros una semilla de fe, diminuta como el grano de mostaza, pero capaz de mover montañas, de enviar un árbol a plantarse en el mar, de transformar lo imposible en posibilidad.
Que esta Eucaristía despierte en nosotros ese don: la fe que no se conforma, la fe que persevera, la fe que sirve.


II. ¿Qué es la fe?

“Fe” —una palabra monosílaba, como nuestro Dios uno y único.
Y curiosamente, la segunda sílaba de “café” … y qué bueno es compartir sobre la fe, precisamente, alrededor de una taza del buen café colombiano, mientras se conversa con sinceridad sobre lo que sostiene la vida.

De niños aprendimos en el catecismo que la fe es “creer en lo que no se ve.”
Y qué es lo que no se ve?
Lo esencial, diría El Principito de Saint-Exupéry, “solo se ve bien con el corazón”.

La fe no es ingenuidad ni superstición, ni una “buena vibra” disfrazada de optimismo.
La fe no se opone a la razón, la ilumina.
No se trata solo de saber doctrina, dogmas o mandamientos, sino de encontrarse con una Persona: con Jesucristo.

Fe es decirle “sí” al Misterio.
Es el hilo invisible que nos une al Dios vivo.
Es la certeza interior de que no estamos solos.
Es lo que ha sostenido a santos, mártires, madres, obreros, campesinos y misioneros —a todos los que creyeron que el amor de Dios es más fuerte que la muerte.


III. La fe como camino

El Evangelio nos muestra hoy a los discípulos suplicando:

“Señor, auméntanos la fe.”

Ellos la admiran en Jesús. Ven en Él una fuerza interior que nada destruye, una paz que no se apaga. Y desean tenerla.
También nosotros deberíamos hacer de esa súplica nuestra oración cotidiana:
“Señor, auméntanos la fe.”

Porque vivimos en una cultura donde domina lo visible, lo inmediato, lo rentable.
El ruido del mundo acalla la voz del Espíritu.
Por eso necesitamos cultivar la fe con medios concretos —los que la Iglesia, sabia y maternalmente, nos ofrece:

1.    La Biblia: carta de amor de Dios a la humanidad. Allí descubrimos quién es Él y quiénes somos nosotros.

2.    La oración: diálogo que nos introduce en su intimidad; no es repetir fórmulas, sino escuchar, agradecer y alabar.

3.    Jesucristo: el rostro visible del Padre; quien nos muestra el amor hasta el extremo de la cruz.

4.    María: la creyente perfecta, que confió sin entender, que dijo “sí” cuando todo parecía oscuro.

5.    Los sacramentos: signos vivos de la presencia de Dios en cada etapa de la vida: el nacimiento, la madurez, la enfermedad, el amor, la misión.

6.    La comunidad: la fe se comparte. No se puede ser creyente aislado, porque la fe cristiana se vive en Iglesia, familia de los hijos de Dios.

7.    La misión: la fe se robustece cuando se comunica. El discípulo se hace misionero, anunciando con gozo que Cristo está vivo.

Creer no es refugiarse en lo invisible: es descubrir a Dios en lo cotidiano, en los rostros, en la historia, en los gestos sencillos.
Y quien cree así, puede afirmar con serenidad: “El justo por su fe vivirá” (Hab 2,4).


IV. La fe que hace posible lo imposible

Sí, la fe mueve montañas. Pero no porque cambie las leyes de la naturaleza, sino porque transforma al creyente.
Con fe, el enfermo no se desespera, el pobre no se rinde, el sacerdote no se quema, el misionero no se va.
Con fe, la madre perdona, el esposo persevera, el amigo reza, el anciano sonríe.

La fe pequeña, como un grano de mostaza, sostiene el mundo.
La fe hace que sigamos adelante cuando humanamente todo invita a “tirar la toalla”.
Ella nos enseña a perdonar cuando los medios nos gritan “¡no seas tonto!”; a servir sin esperar aplausos; a esperar sin ver.

“Para Dios nada hay imposible.”
Y quien cree esto, lo sabe por experiencia.


V. Una lectura psicológica: la fe que libera del orgullo y del control

El Evangelio también nos habla del siervo inútil:

“Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer.”

A primera vista, suena duro. Pero Jesús no desprecia el servicio, sino que nos libera del ego espiritual.
Dios no necesita nuestras obras; nosotros sí necesitamos amarle y servirle.
La fe sin amor se vuelve arrogante, y el deber sin ternura se vuelve esclavitud.

Cuántas veces creemos que por trabajar mucho por Dios tenemos “derechos” sobre Él…
Cuántos padres o esposos, después de darlo todo, se sienten con “derecho” a dominar a los suyos.
Pero el amor verdadero no exige nada: da y se deja transformar.
Así es la fe: acción sin apropiación, entrega sin cálculo.

La humildad cristiana no es despreciarse, sino reconocer que todo es gracia.
Soy un siervo inútil… pero precioso a los ojos de Dios, como dice Isaías:

“Tú eres precioso a mis ojos, valioso, y yo te amo.” (Is 43,4)


VI. La fe que mantiene joven el corazón

El Evangelio de hoy contiene una paradoja luminosa:
La fe nos hace capaces de lo imposible y, al mismo tiempo, nos enseña la humildad.
Nos impulsa a actuar, pero también a confiar.
Nos vuelve fuertes y, a la vez, tiernos.
Y sobre todo, nos mantiene siempre jóvenes.

Porque la fe es el arte de mirar hacia adelante.
No se alimenta de nostalgias, sino de promesas.
Es la aurora que vence al crepúsculo, la mirada que ve más allá de las heridas.
La fe, en definitiva, es la juventud del alma, la que no envejece aunque el cuerpo se agote.

Sin fe, no hay futuro.
Con fe, todo tiene sentido.
Sin fe, la vida se encierra en el miedo.
Con fe, se abre al infinito.


VII. En clave jubilar: peregrinos de la esperanza

Este Año Jubilar nos invita precisamente a eso: a reavivar el don de la fe, como exhortaba san Pablo a Timoteo:

“Reaviva el don de Dios que recibiste… porque no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de sensatez.” (2 Tim 1,6-7)

La fe jubilar no se queda en el pasado ni se encierra en los templos:
va al encuentro del hermano, construye comunidad, siembra reconciliación.
Somos peregrinos de esperanza, caminando hacia la plenitud de la promesa.


VIII. Objetivo de vida para la semana

1.    Despertar el don de la fe: examinar si la mía está viva o dormida.

2.    Dar gracias a Dios por la fe recibida en el Bautismo.

3.    Alimentarla con oración, Biblia, Eucaristía y comunidad.

4.    Testimoniarla en la vida diaria: en el trabajo, la familia, el servicio.

5.    Permanecer fiel y sereno cuando lleguen las pruebas.


IX. Oración jubilar – meditación

Señor, dueño de mi vida,
enséñame la obediencia dócil a tu Espíritu,
y dame la fuerza para servirte con alegría.

Cuando corra tras los títulos o los honores,
recuérdame que soy un simple servidor,
y que, para amar, hay que escoger el último lugar.

Libérame de mis miedos y dudas,
de la tentación de vivir cómodo y sin compromiso.

Enséñame a ordenar el árbol de mi orgullo
para que vaya a plantarse en el mar;
a mandar las selvas de mi egoísmo al fondo del océano;
a aplanar las montañas de mis infidelidades bajo tu sol.

Y entonces, libre y confiado,
escucharé tu voz que dice:
“Ven, siervo fiel… entra en el banquete del Amor.”

Amén.


X. Conclusión

“Señor, auméntanos la fe.”
Esa es la súplica de una Iglesia que no quiere envejecer, que quiere seguir creyendo en la fuerza del Evangelio, que quiere vivir cada día con la certeza de Habacuc:

“El justo por su fe vivirá.”

Creer, esperar, servir: tres verbos para un discípulo y un peregrino de la esperanza.
Y mientras caminamos, que nuestra fe —aunque pequeña— siga siendo semilla, fuego, y canto.

 

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“Señor, auméntanos la fe”



I. Introducción: Creer para servir, servir para creer

El Evangelio de este domingo nos hace escuchar una súplica universal:

“Señor, auméntanos la fe.”

Una oración tan breve como profunda, que encierra el deseo de todo corazón creyente.
La fe no es una idea ni una fórmula: es un modo de existir. Es el alma de nuestra vida cristiana.
Sin fe, el amor se apaga y el servicio se vuelve rutina.
Con fe, lo ordinario se transfigura, el dolor se ilumina y la esperanza resucita.

La liturgia de hoy nos pone ante tres testimonios de fe viva:

  • Habacuc, que clama en medio de la injusticia: “¿Hasta cuándo, Señor?”
  • Pablo, que anima a Timoteo a “reavivar el don de Dios” recibido por la imposición de las manos.
  • Jesús, que enseña que la fe, aunque pequeña como un grano de mostaza, puede hacer posible lo imposible.

Y como fondo, una figura que nos acompañó ayer, San Francisco de Asís, el hombre que encarnó la pobreza, la humildad y la alegría del Evangelio, y que —como nos recuerda la tradición— fue diácono, servidor por excelencia.
Su vida es un espejo del Evangelio de hoy: la fe que se hace servicio y el servicio que fortalece la fe.


II. Habacuc: la fe que espera en medio del dolor

El profeta Habacuc levanta su voz ante un pueblo que sufre violencia, corrupción y desesperanza.
Su grito, “¿Hasta cuándo, Señor?”, es también el grito del colombiano que sufre por la injusticia,
del isleño que contempla la desigualdad y el abandono,
del campesino que ve cómo la tierra es destruida,
del joven que busca oportunidades y solo encuentra violencia o indiferencia.

Dios no le da a Habacuc una explicación, sino una promesa:

“La visión tiene un plazo, pero llegará…
el justo por su fe vivirá.”

La fe no elimina el sufrimiento, pero da sentido al esperar.
El justo vive no porque todo marche bien, sino porque confía en el Dios que cumple sus promesas.


III. Pablo y Timoteo: reavivar el fuego interior

San Pablo, encarcelado y envejecido, escribe a Timoteo, su discípulo joven.
Le recuerda:

“Reaviva el don de Dios que recibiste por la imposición de mis manos.
No te avergüences del testimonio de nuestro Señor.”

La fe se debilita cuando se apaga el fuego interior.
Por eso, Pablo invita a avivarlo, a volver al primer amor, al momento en que el Espíritu nos llenó de entusiasmo.
El apóstol no promete facilidades, sino fortaleza, amor y sensatez: tres virtudes que el cristiano necesita hoy más que nunca.

En nuestro contexto colombiano e insular, reavivar el don significa resistir la tentación del miedo, la corrupción o la desesperanza; significa no rendirse ante la violencia ni dejarse seducir por la indiferencia.
La fe se alimenta cuando la comunidad se une, cuando se perdona, cuando se sirve, cuando se evangeliza con alegría.


IV. El Evangelio: una fe humilde y fecunda

Los discípulos le dicen a Jesús:

“Auméntanos la fe.”
Y Él responde:
“Si tuvieran fe como un grano de mostaza…”

El Señor no habla de una fe espectacular, sino de una fe auténtica, sencilla, perseverante.
Una fe que no se mide en cantidad, sino en confianza.

Luego añade la parábola del siervo:

“Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer.”

Jesús nos enseña que la fe verdadera no busca recompensas ni reconocimientos.
La fe madura se traduce en servicio humilde y gratuito.
Como el diácono que sirve sin esperar aplausos, el creyente actúa por amor, no por mérito.


V. Fe y diaconado: servir en un mundo líquido

El texto traducido del francés nos ofrece una hermosa imagen:
“Un árbol plantado en el mar” —una aparente contradicción, una “curiosidad botánica”—.
Pero ese árbol simboliza al cristiano y, especialmente, al diácono: raíces firmes en la fe, pero vida en medio del mundo cambiante.

Vivimos en un “mundo líquido” (como dice Zygmunt Bauman), donde todo se mueve, se relativiza, se evapora.
La fe nos pide mantenernos arraigados en la Palabra, la liturgia y la caridad,
como los diáconos que sirven, anuncian y acompañan.

Por eso, este domingo podemos orar por los diáconos de Colombia y del Vicariato de San Andrés, Providencia y Santa Catalina: hombres que, junto a sus esposas y familias, hacen visible el rostro servidor de Cristo.
Ellos nos recuerdan que la fe se hace concreta en la mesa del pobre, en la visita al enfermo, en el abrazo al necesitado.
Su testimonio silencioso es un faro en medio del mar.


VI. Santa Faustina: la fe que confía en la Misericordia

El 5 de octubre recordamos a Santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia.
Ella también vivió esta fe humilde y confiada.
Jesús le dijo:

“La humanidad no encontrará la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi Misericordia.”

Fe y misericordia son inseparables.
Creer es confiar en el amor que perdona, que sana, que reconstruye.
Como Faustina, estamos llamados a mirar el mundo con los ojos de Cristo misericordioso:
ver el dolor y no juzgar,
ver el pecado y no condenar,
ver la miseria y responder con ternura.

En Colombia, donde tantas heridas piden reconciliación,
y en las Islas, donde la fragilidad social y ambiental se hace evidente,
la fe en la Misericordia puede convertirse en semilla de esperanza nueva.


VII. Aplicación jubilar

En este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, la Iglesia nos invita a reavivar el don de la fe.
Una fe que:

  • espera como Habacuc,
  • se enciende como la de Timoteo,
  • y sirve como la de los discípulos.

Fe no es tener respuestas; es seguir caminando con el corazón encendido.
Y en ese camino, la Virgen María —la creyente por excelencia— camina con nosotros.


VIII. Conclusión mariana

María, mujer de fe,
tú que creíste en la Palabra cuando todo era oscuridad,
tú que guardaste en el corazón las promesas de Dios,
enséñanos a creer sin ver,
a servir sin esperar,
a esperar sin cansarnos.

En este Jubileo de la Esperanza,
camina con tu pueblo colombiano y caribeño,
sostén la fe de quienes trabajan por la justicia,
consuela a las familias heridas por la violencia,
anima a los jóvenes que buscan futuro,
y protege nuestras Islas, donde el mar es belleza y también desafío.

Madre de la Misericordia,
enséñanos a decir cada día:
“Señor, auméntanos la fe.”

Amén.

 

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