Santo del día:
Santísima Virgen María del
Rosario
Nuestra Señora del Rosario es
uno de los muchos nombres que recibe la Virgen María, desde que se presentó con
este nombre a Santo Domingo en el siglo XIII.
La Orden Dominicana fue una
ferviente defensora de este nombre. Fue también bajo este nombre que la Virgen
se presentó a los pastores de Fátima en 1917.
Escuchar y servir con corazón
nuevo
Hermanos, en este martes de la XXVII semana del
Tiempo Ordinario, memoria de Nuestra Señora del Rosario, la Palabra nos
invita a descubrir la fuerza de Dios que actúa en lo pequeño.
En la primera lectura, el profeta Jonás
proclama un mensaje sencillo, pero lleno de poder: la conversión sincera abre
el camino a la misericordia divina. Así, toda Nínive se vuelve hacia Dios y
experimenta su perdón.
En el Evangelio, Jesús visita la casa de
Marta y María. Una se afana en el servicio, la otra se sienta a escuchar. El
Señor nos enseña que ambas actitudes son necesarias, pero que la escucha atenta
a su Palabra debe ser el centro de toda acción.
Que María, la mujer orante del Rosario, nos ayude a
mantener ese equilibrio entre la oración y el servicio, entre el silencio
interior y la entrega generosa.
Primera lectura
Jon
3, 1-10
Los
ninivitas habían abandonado el mal camino, y se arrepintió Dios
Lectura de la profecía de Jonás.
EL Señor dirigió la palabra por segunda vez a Jonás. Le dijo así:
«Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí les anunciarás el
mensaje que yo te comunicaré».
Jonás se puso en marcha hacia Nínive, siguiendo la orden del Señor. Nínive era
una ciudad inmensa; hacían falta tres días para recorrerla.
Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando:
«Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada».
Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo
sayal, desde el más importante al menor.
La noticia llegó a oídos del rey de Nínive, que se levantó de su trono, se
despojó del manto real, se cubrió con rudo sayal y se sentó sobre el polvo.
Después ordenó proclamar en Nínive este anuncio de parte del rey y de sus ministros:
«Que hombres y animales, ganado mayor y menor no coman nada; que no pasten ni
beban agua. Que hombres y animales se cubran con rudo sayal e invoquen a Dios
con ardor. Que cada cual se convierta de su mal camino y abandone la violencia.
¡Quién sabe si Dios cambiará y se compadecerá, se arrepentirá de su violenta
ira y no nos destruirá!».
Vio Dios su comportamiento, cómo habían abandonado el mal camino, y se
arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la
ejecutó.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
130(129),1-2.3-4.7bc-8 (R. 3)
R. Si llevas cuenta de
los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
V. Desde lo hondo a ti
grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.
V. Si llevas cuenta de
los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes temor. R.
V. Porque del Señor
viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. R.
Evangelio
Lc
10, 38-42
Marta
lo recibió en su casa. María ha escogido la parte mejor
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió
en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor,
escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que,
acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que
me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es
necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
Palabra del Señor.
1
5. Cuando Dios habla a través de un
profeta pequeño
Jonás no es un héroe grandioso ni un profeta de
oratoria brillante. Es un hombre temeroso, a veces renuente, que intenta huir
del llamado de Dios. Pero cuando finalmente obedece, su palabra —aparentemente
débil y sencilla— sacude a toda una metrópoli: Nínive. No es la elocuencia
humana la que convierte los corazones, sino el poder de la Palabra divina que,
cuando es tomada en serio, cambia la historia.
La conversión de Nínive es uno de los signos más
impresionantes del Antiguo Testamento. Desde el rey hasta el último habitante,
todos se visten de saco y proclaman ayuno. Este gesto comunitario nos recuerda
que cuando una sociedad escucha de verdad a Dios, incluso las estructuras más
endurecidas pueden transformarse. Y eso es lo que también necesita nuestra
época: ciudades que se arrodillen ante la verdad, pueblos que reconozcan sus
desvíos, comunidades que vuelvan su rostro a Dios.
En este Año Jubilar, somos invitados a ser “portavoces
eficaces” del mensaje de esperanza. No hace falta ser teólogos ni grandes
predicadores; basta hablar con coherencia, con la fuerza del testimonio. Así
como Jonás fue instrumento para salvar a Nínive, también nosotros —sacerdotes,
laicos, familias, bienhechores— podemos ser instrumentos del perdón y la
misericordia de Dios.
2. Marta y María: el arte de
equilibrar la acción y la contemplación
El Evangelio de hoy nos lleva a Betania, a la casa
de dos hermanas que representan dos dimensiones de la vida cristiana: la
acción y la contemplación. Marta, la mujer del servicio, del movimiento, de
la organización; María, la mujer del silencio, de la escucha, de la intimidad
con el Señor.
Jesús no reprende a Marta por servir, sino por
dejar que el servicio se vuelva motivo de comparación y descontento. La
verdadera hospitalidad no consiste solo en ofrecer comida, sino en ofrecer presencia
y escucha. María eligió la parte mejor porque supo detenerse para acoger al
Huésped no solo en su casa, sino en su corazón.
En una sociedad como la nuestra —agitada,
productiva, multitarea—, este Evangelio es una llamada a recuperar el
equilibrio. Sin contemplación, el servicio se vacía de sentido. Sin servicio,
la contemplación se vuelve estéril. María y Marta no son rivales, sino hermanas
complementarias; ambas son necesarias en la Iglesia: la acción apostólica y la
vida orante, la misión y la adoración, la caridad y la Palabra.
3. El Rosario: escuela de
equilibrio interior y misión exterior
Celebramos hoy la Memoria de Nuestra Señora del
Rosario, oración que une justamente lo contemplativo y lo activo. Quien
reza el Rosario entra en el ritmo de María: medita, contempla, intercede, se
mueve en el amor. Cada misterio es una lección de vida: en los gozosos
aprendemos a servir; en los dolorosos, a ofrecer; en los gloriosos, a esperar;
en los luminosos, a anunciar el Reino.
María, al igual que Jonás, es portavoz de Dios, pero
de una manera silenciosa, fecunda, obediente. Ella no predica con palabras,
sino con gestos de fe. Y es modelo de todos los misioneros que, con humildad,
hacen posible que la Palabra de Dios llegue hasta los confines del mundo.
Pidamos en este día jubilar que el rezo del Rosario
reavive en nosotros el deseo de conversión, el compromiso con la justicia y la
ternura con los pobres. Que cada “Dios te salve María” sea como un eco que
multiplica la paz en el corazón y la esperanza en el mundo.
4. Oración por los benefactores
Queridos hermanos, hoy dirigimos nuestra oración
también por todos los benefactores de nuestra comunidad: aquellos que,
con generosidad y discreción, sostienen la obra de evangelización, la caridad
con los más necesitados, la belleza del culto y la misión pastoral. Son, a su
modo, los “Jonás obedientes” que colaboran con el plan de Dios.
Oramos así:
“Señor, bendice a quienes, movidos por tu Espíritu,
siembran esperanza con su tiempo, su ayuda y sus dones. Que su generosidad sea
correspondida con tu gracia abundante, y que cada gesto suyo sea un rosario
vivido, una cadena de amor que une el cielo con la tierra.”
5. Conclusión: escuchar, servir y
amar con esperanza
El mensaje de hoy nos invita a revisar nuestra vida
cristiana desde tres verbos: escuchar, servir y convertirse.
- Escuchar
como María, para no perdernos en la superficialidad.
- Servir
como Marta, pero sin olvidar el corazón del servicio: el amor.
- Convertirnos
como los ninivitas, para que el mundo crea en la fuerza del Evangelio.
En este Año Jubilar de la Esperanza, miremos a
María del Rosario, portadora de la Palabra hecha carne. Que ella nos enseñe a
vivir en esa tensión fecunda entre el silencio contemplativo y la acción
generosa, entre el anuncio profético y el servicio fraterno.
Y que, al igual que en Nínive, Dios mire nuestras
obras, vea nuestra conversión, y nos conceda su perdón y su paz.
“Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen” (Lc 11,28).
Que así sea.
2
1. El Dios que siempre da una
segunda oportunidad
La Palabra de Dios hoy nos presenta dos escenas de
extraordinaria profundidad espiritual:
una ciudad que se convierte (Nínive) y una casa que se transforma (la de Marta
y María). En ambas, Dios actúa con poder, pero lo hace a través de lo pequeño,
de lo cotidiano, de lo aparentemente insignificante.
El profeta Jonás aparece nuevamente en
escena, ahora sí cumpliendo el encargo que antes había rechazado. Después de su
huida y su experiencia en el vientre del pez, Jonás entiende que resistirse a
la voz de Dios no conduce sino al vacío. Obedeciendo finalmente, entra en
Nínive —una ciudad pagana, orgullosa, poderosa— y anuncia con brevedad:
“Dentro de cuarenta días Nínive será destruida.”
Sorprendentemente, el mensaje toca los corazones.
Desde el rey hasta el más humilde, todos se visten de saco y hacen penitencia.
El texto subraya que incluso los animales ayunan, como signo de un
arrepentimiento colectivo y profundo. ¡Qué imagen tan conmovedora de un pueblo
que escucha y se deja alcanzar por la misericordia!
Jonás, el profeta reticente, termina siendo
instrumento del perdón divino. Dios no se complace en castigar, sino en vernos
cambiar el rumbo. Y el texto culmina con una frase que podría resumir el
sentido del Jubileo que vivimos:
“Vio Dios sus obras, que se habían convertido de su
mal camino, y se arrepintió del mal con que había amenazado.”
En el corazón de esta historia late una verdad
inmensa: Dios siempre da una segunda oportunidad.
2. “Desde lo hondo a ti grito,
Señor” (Salmo 129)
El Salmo responsorial nos introduce en el
alma de quien ha experimentado la culpa y la misericordia.
“Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha
mi voz.”
El orante clama desde la profundidad de su dolor,
pero no se queda en la desesperanza: confía, espera, se abandona. Es el eco del
alma arrepentida que, como los ninivitas, reconoce su fragilidad y suplica
perdón.
Este salmo, conocido como De profundis, es
un canto de esperanza confiada. Nos recuerda que el perdón de Dios no se
compra ni se merece: se acoge con humildad. El salmista reconoce que, si el
Señor llevara cuenta de las culpas, nadie podría sostenerse. Pero en Él hay
misericordia y redención abundante.
Así como Nínive fue salvada por su conversión, así
también nosotros somos salvados cuando nos dejamos alcanzar por la compasión de
Dios. Este es el corazón del Año Jubilar de la Esperanza: experimentar
el perdón que renueva y reordena toda la vida.
3. “Marta, Marta... una sola cosa
es necesaria”
Pasamos ahora al Evangelio según san Lucas,
que nos traslada a Betania, al hogar donde Jesús era recibido con afecto y
sencillez. Marta y María representan dos modos de amar, dos dimensiones de la
fe que no deben enfrentarse, sino complementarse.
Marta, la mujer servicial, expresa su amor en la
acción. María, en cambio, encarna la actitud contemplativa de quien se sienta a
los pies del Maestro. Pero cuando Marta se queja, Jesús le revela una verdad
esencial:
“Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas
cosas; y hay necesidad de pocas, o más bien de una sola.”
Jesús no censura el trabajo, sino la ansiedad que
lo acompaña. El peligro no está en servir, sino en perder la paz mientras se
sirve. La vida cristiana se desordena cuando olvidamos el centro: la
escucha amorosa del Señor.
En otras palabras:
“Elegir la mejor parte” significa dar prioridad diaria a
la oración, a la adoración, a la intimidad con Dios.
Porque podemos pasar horas trabajando, conversando, navegando, entretenidos...
pero apenas unos minutos con Él. Y sin embargo, nada ordena la vida tanto como
permanecer, cada día, a los pies de Cristo.
4. Fidelidad a la oración diaria:
el respiro del alma
Marta y María no son enemigas, sino símbolos de un
mismo corazón creyente que ora y sirve, sirve y ora.
El desafío está en mantener ese equilibrio: que la acción nazca de la
contemplación y la contemplación desemboque en acción.
La fidelidad a la oración diaria no es un lujo para
místicos; es una necesidad vital para todo cristiano.
Dedicarse un tiempo cada día —quizás media hora, quizás una hora— a escuchar a
Dios en silencio, no resta tiempo, lo purifica. Quien ora no huye del
mundo, lo redime desde dentro.
En este sentido, la oración es como la respiración
del alma: sin ella, la fe se asfixia. María nos enseña que orar no es perder el
tiempo, sino ganar eternidad en medio del tiempo.
5. María del Rosario: la
discípula que guarda y medita
En la memoria de Nuestra Señora del Rosario,
contemplamos a la Mujer que unió en sí misma la acción y la contemplación, el
silencio y el servicio.
El Rosario —esa cadena de amor que une el cielo con la tierra— no es una
devoción repetitiva, sino una escuela de vida interior.
Cada misterio nos introduce en un gesto de Cristo y
de su Madre:
- En
los gozosos, aprendemos a servir.
- En
los luminosos, a anunciar.
- En
los dolorosos, a ofrecer.
- En
los gloriosos, a esperar.
Rezar el Rosario es, en el fondo, sentarse con
María a los pies de Jesús. Es aprender de su ritmo de escucha, de su
fidelidad en el silencio, de su esperanza paciente.
6. Oración por los benefactores:
servidores de la esperanza
Hoy
queremos elevar una especial plegaria por todos los benefactores de
nuestra comunidad:
por quienes sostienen la obra de la Iglesia con sus recursos, su tiempo y su
oración; por los que, como Marta, trabajan incansablemente por el bien de
todos; y por los que, como María, interceden silenciosamente desde su fe.
Señor
Jesús,
que miras con ternura a los que sirven con amor,
bendice a nuestros benefactores,
hazlos fecundos en el bien, alegres en la esperanza,
y recompénsales con la paz de saberse instrumentos tuyos.
Que su generosidad sea semilla de tu Reino,
y su nombre esté grabado en tu corazón. Amén.
7. Conclusión: tres pasos para
elegir la mejor parte
Queridos hermanos: la liturgia de hoy nos traza un
itinerario espiritual sencillo y profundo:
1. Escuchar la Palabra como los
ninivitas, y
permitir que cambie nuestros caminos.
2. Clamar desde lo hondo, como el salmista, sabiendo que
el perdón de Dios es más grande que nuestras culpas.
3. Permanecer a los pies del Señor, como María, eligiendo cada día
el silencio fecundo de la oración.
Así, la conversión, la súplica y la adoración se
convierten en tres rostros de un mismo amor.
Y bajo el amparo de Nuestra Señora del Rosario,
la mujer que guardaba todo en su corazón, aprendemos a vivir con equilibrio, a
servir sin perder la paz, a orar sin alejarnos del mundo, y a amar sin medida.
“Señor
Jesús, enséñanos a elegir cada día la mejor parte:
la de estar contigo, escucharte, adorarte y servirte con corazón nuevo.”
Amén.
*************
7 de octubre: Nuestra Señora del
Rosario — Memoria
Citas:
“Un día,
por medio del Rosario y del Escapulario, Nuestra Señora salvará al mundo.”
~San
Domingo de Guzmán
“Jamás se
perderá quien rece su Rosario todos los días. Es una afirmación que
gustosamente firmaría con mi propia sangre.”
~San Luis María Grignion de Montfort
“De todas
las oraciones, el Rosario es la más hermosa y la más rica en gracias... ama el
Rosario y recítalo cada día con devoción.”
~San Pío X
“El
Rosario es mi oración predilecta. ¡Una oración maravillosa! Maravillosa por su
sencillez y su profundidad.”
~San Juan Pablo II
“El
Rosario es un tesoro de valor incalculable inspirado por Dios.”
~San Luis María Grignion de Montfort
“El
Rosario es la forma de oración más excelente y el medio más eficaz para
alcanzar la vida eterna. Es el remedio para todos nuestros males, la raíz de
todas nuestras bendiciones. No hay modo de orar más perfecto.”
~Papa León XIII
Reflexión:
En los siglos XII y XIII floreció en el sur de
Francia la herejía albigense. Los albigenses eran cristianos dualistas que
creían que el Dios del Antiguo Testamento era el origen del mundo material
—considerado malo—, mientras que el Dios del Nuevo Testamento era el origen del
mundo espiritual —considerado bueno—. Rechazaban los sacramentos y promovían un
ascetismo extremo como forma de negar la materia.
En el año 1203, Santo Domingo de Guzmán
viajaba por el sur de Francia en una misión diplomática cuando se encontró con
esta grave herejía. Durante las dos décadas siguientes se dedicó plenamente a
combatirla mediante la predicación y el debate. Cuenta la tradición que, en un
momento de profunda dificultad, se retiró durante algunos días para orar y
ayunar, pidiendo a la Virgen María su guía.
La Virgen se le apareció, entregándole el
Rosario, revelándole los misterios que debían meditarse durante los quince
decenarios, y exhortándole a predicar y rezar esas oraciones como arma
espiritual. La palabra “Rosario” proviene del latín rosarium, que
significa “jardín de rosas”. Cada Avemaría es una rosa espiritual, y juntas
forman un jardín de amor ofrecido a Dios. Santo Domingo obedeció a la Virgen y
tuvo gran éxito en la conversión de los herejes.
La fiesta que hoy celebramos, Nuestra Señora del
Rosario, tiene su origen en la antigua fiesta de Nuestra Señora de la
Victoria. A fines del siglo XVI, los musulmanes del Imperio Otomano estaban
expandiéndose hacia el sudeste de Europa y el Mediterráneo. En 1571, el Papa
San Pío V, dominico, formó una alianza entre los Estados Pontificios,
España, Venecia y otros pequeños reinos cristianos, llamada la Santa Liga,
para detener el avance otomano.
El 7 de octubre de ese año, la flota cristiana se
enfrentó a la armada otomana en el Mediterráneo, y el Papa pidió a toda Europa
que rezara el Rosario pidiendo la victoria. La victoria llegó. En gratitud, el
Papa instituyó la Fiesta de Nuestra Señora de la Victoria, a celebrarse
el primer domingo de octubre de cada año. Dos años después, el Papa Gregorio
XIII cambió su nombre por el de Fiesta del Santo Rosario.
En 1671 la fiesta fue extendida a toda España, y en
1716, tras otra victoria importante sobre los musulmanes, se extendió a toda la
Iglesia. En 1913, el Papa San Pío X trasladó la fecha del primer domingo de
octubre al 7 de octubre, para preservar las celebraciones dominicales.
Hoy, esta fiesta se celebra en el calendario romano con el título de Nuestra
Señora del Rosario, como memoria obligatoria.
El Rosario, arma espiritual y
escuela de esperanza
Aunque la guerra es siempre una tragedia y debe
evitarse en lo posible, defender la vida, la familia y la nación es un
deber moral cuando un agresor injusto ataca. En ese contexto, la oración se
convierte en el arma más poderosa, y después de la Eucaristía, el Rosario es
la oración más eficaz que puede elevarse.
Más allá de los conflictos armados, el Rosario es
también una de las mayores armas espirituales contra todo tipo de mal.
Aun en tiempos de paz exterior, el mundo vive guerras interiores: el pecado, la
corrupción, el odio, la violencia, la indiferencia. Hoy, con las comunicaciones
globales, somos testigos de los males espirituales que hieren a la humanidad:
guerras, inmoralidad, abusos, crímenes, pobreza, descomposición moral.
No basta con condenar o lamentarse ante el mal. Rezar
el Rosario es combatirlo desde su raíz, con la fuerza del amor y la
intercesión. Cada Avemaría es una súplica de conversión; cada misterio
contemplado, una semilla de luz sembrada en la oscuridad del mundo.
En este día, dedicado al Santo Rosario y a Nuestra
Señora, somos llamados a renovar nuestra confianza en su intercesión y a
usar con fidelidad esta poderosa arma espiritual. Cada crimen, abuso o pecado
es, antes que nada, un defecto del alma, una herida espiritual. Y el mejor
remedio para el pecado es la conversión del corazón.
La forma más eficaz de ganar corazones para Dios es
la oración, y entre todas las oraciones, el Rosario ocupa un lugar
privilegiado. A lo largo de los siglos, los Papas, obispos y santos han
promovido esta devoción. Innumerables santos lo rezaron cada día, ofreciendo a
la Virgen un ramo espiritual de rosas, que Ella derrama luego sobre el
mundo en forma de gracia.
Oración
Nuestra
Señora del Rosario,
Tú confiaste esta santa oración a Santo Domingo,
y a través de él la diste al mundo.
Siempre estás atenta a quienes rezan tu Rosario,
y nunca dejas de derramar las gracias de Dios en respuesta.
Ruega por
mí,
para que comprenda más profundamente
el poder del Santo Rosario
y nunca falte a mi deber de rezarlo cada día.
Nuestra
Señora del Rosario, ruega por mí.
Jesús, en
Ti confío.
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