miércoles, 8 de octubre de 2025

9 de octubre del 2025: jueves de la vigésima séptima semana del tiempo ordinario-I- Memoria de San Luis Bertrán, San Dionisio y compañeros mártires, San Juan Leonardi

 

Santos del día:

 

1.    San Dionisio y compañeros mártires

258. Tras venir a evangelizar la Galia, se convirtió en el primer obispo de París. Junto con el sacerdote Eleuterio y el diácono Rustique, murió decapitado en el «monte de los mártires», hoy Montmartre.

 

 

2.    🕊️ San Luis Bertrán (1526-1581)

Presbítero dominico, misionero

Nacido en Valencia, España, San Luis Bertrán abrazó la vida dominicana movido por un profundo deseo de santidad y servicio. Hombre de oración, prudencia y austeridad, fue maestro de novicios y luego misionero en el Nuevo Mundo, especialmente en tierras de Colombia.

 

3.    ️ San Juan Leonardi (1541-1609)

Presbítero y fundador

Nacido en Diecimo, Italia, San Juan Leonardi sintió desde joven la llamada a servir a Cristo con un corazón indiviso. Fundó la Congregación de los Clérigos Regulares de la Madre de Dios, con el propósito de renovar la Iglesia desde la santidad personal y el celo apostólico.

 

 

Un don que circula

(Lucas 11, 5-13) Al aceptar recibir a un amigo que llama tarde, uno puede contar con ser recibido, a su vez, por otro amigo al que molesta en medio de la noche.

Recibir, encontrar, abrir, no son, por tanto, fruto exclusivo de nuestros esfuerzos personales: implican confiar en otros, pidiendo, buscando, llamando.

La hospitalidad es un don que circula. ¡Cuánto más si se trata del Espíritu Santo, que Cristo nos dice que pidamos al Padre!

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste

 


Primera lectura

Mal 3, 13-20a
He aquí que llega el día, ardiente como un horno

Lectura de la profecía de Malaquías.

LEVANTAN la voz contra mí, dice el Señor.
Dicen: «¿En qué levantamos la voz contra ti?».
En que dicen:
«Pura nada, el temor debido al Señor. ¿Qué sacamos con guardar sus mandatos, haciendo duelo ante el Señor del universo? Al contrario, los orgullosos son los afortunados; prosperan los malhechores, tientan a Dios y salen airosos».
Los hombres que temen al Señor se pusieron a comentar esto entre sí. El Señor atendió y escuchó, y se escribió un libro memorial, en su presencia, en favor de los hombres que temen al Señor.
Ese día que estoy preparando, dice el Señor del universo, volverán a ser propiedad mía; me compadeceré de ellos como se compadece el hombre de su hijo que lo honra. Volverán a ver la diferencia entre el justo y el malhechor, entre el que sirve a Dios y el que no lo sirve.
He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz.
Pero a ustedes, los que temen mi nombre, los iluminará un sol de justicia y hallarán salud a su sombra; saldrán y brincarán como terneros que salen del establo.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6 (R.: Sal 39, 5ab)

R. Dichoso el hombre que ha puesto
su confianza en el Señor.


V. Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. 
R.

V. Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto a su tiempo
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. 
R.

V. No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. 
R.

 

Aclamación

RAleluya, aleluya, aleluya.
V. Abre, Señor, nuestro corazón, para que aceptemos las palabras de tu Hijo. R.

 

Evangelio

Lc 11, 5-13

Pidan y se les dará

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde:
“No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; les digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.
Pues yo les digo a ustedes: pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre ustedes, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, pues, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».

Palabra del Señor.



1


“El justo florece porque confía”

 

1. Entre la queja y la confianza: la fe puesta a prueba

La primera lectura del profeta Malaquías nos sitúa ante una de las tensiones más humanas de la historia de la fe: la queja del pueblo que, cansado de esperar, murmura diciendo: “No vale la pena servir a Dios… los arrogantes prosperan y los malvados triunfan” (Ml 3,14-15).
Es la tentación de pensar que Dios guarda silencio o que su justicia tarda demasiado. Pero el profeta responde con palabras de esperanza: “El Señor escucha y anota en un libro a los que lo temen y confían en Él.”

El libro de la memoria divina no olvida a los que perseveran. Aunque el justo parezca invisible, su raíz está viva.
Por eso el texto concluye con una imagen luminosa: “Para ustedes que honran mi Nombre, brillará el sol de justicia con rayos de salvación.” (Ml 3,20a).
Esta promesa resuena como un eco anticipado del Evangelio: la perseverancia del justo será escuchada, la fidelidad no será en vano.

El Salmo 1 nos ofrece la misma convicción en forma de poesía:

“Dichoso el hombre que pone su confianza en el Señor… es como árbol plantado junto al río: da fruto a su tiempo y su hoja no se marchita.”

Mientras los impíos se dispersan “como paja que se lleva el viento”, el justo florece porque sus raíces están en Dios. Esta imagen, sencilla pero poderosa, resume la espiritualidad del discípulo que ora con perseverancia y desapego: el árbol no se agita buscando agua; espera y confía en la corriente que lo nutre desde abajo.


2. El Evangelio: orar con la terquedad del amor

Jesús, en el Evangelio de Lucas 11,5-13, retoma esa misma enseñanza con una parábola de la vida cotidiana: un hombre que llama a la puerta de su amigo en plena noche pidiendo pan para un viajero.
La clave está en esa palabra que Lucas subraya: “por su insistencia” —en griego anaideia, que significa literalmente “sin vergüenza”, “con audacia santa”*.

Jesús no nos enseña a ser molestos con Dios, sino confiadamente audaces. Nos anima a tocar su corazón con la certeza de que el Padre no da piedras a quien pide pan, ni escorpiones a quien pide un huevo. Y añade la promesa que corona toda oración:

“El Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan.”

No se trata sólo de pedir cosas: se trata de pedir el Espíritu, el don que todo lo contiene. La oración, entonces, no es una transacción sino una transformación.
Dios no siempre nos concede lo que pedimos, pero siempre nos da lo que más necesitamos: su Espíritu, su fuerza, su luz.


3. San Luis Bertrán: oración que se hace misión

La vida de San Luis Bertrán, cuya memoria celebramos hoy, es la prueba viva de que el justo florece cuando confía.
Este hijo de Valencia, misionero dominico, se convirtió en árbol de vida para América, llevando el Evangelio con dulzura y fortaleza.
Predicó en tierras difíciles, entre culturas distintas, y lo hizo no desde el poder, sino desde la oración y la mansedumbre.

Era un hombre de profunda vida interior: antes de hablar a los hombres, hablaba con Dios.
Su celo misionero no brotaba de la ambición, sino de un corazón enamorado de Cristo.
Defendió a los indígenas, curó enfermos, consoló esclavos, y sembró paz donde otros sembraban miedo.
De él podríamos decir, como el salmo: “Todo lo que hace, le sale bien.” No por mérito humano, sino porque su raíz estaba en la voluntad de Dios.

San Luis encarna lo que el Evangelio enseña hoy: la oración perseverante y desapegada. Pedía no para sí, sino para los demás. Tocaba la puerta del cielo pidiendo pan espiritual para los pueblos que no conocían a Cristo.
Su ejemplo nos recuerda que la misión no se sostiene con estrategias, sino con oración.
Los misioneros fecundos —los santos, los sacerdotes, los laicos comprometidos— son los que han aprendido a llamar al corazón de Dios en la noche de la historia.


4. Una Iglesia que ora, confía y se abre

En este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, la Palabra nos invita a ser una Iglesia que no se queja como en tiempos de Malaquías, sino que confía como el justo del Salmo.
Una Iglesia que, como el amigo del Evangelio, se atreve a tocar la puerta una y otra vez, no para pedir privilegios, sino para interceder por los hambrientos de sentido, los enfermos de soledad, los que aún no conocen el amor de Dios.

El mes del Rosario y de las Misiones nos recuerda que la oración más poderosa es la que se hace con María, mujer perseverante y desapegada, la que guardaba todo en su corazón.
Ella nos enseña a decir con confianza: “Hágase tu voluntad.”
Y su ternura misionera nos impulsa a salir, como San Luis Bertrán, a las periferias del alma y del mundo.


5. Conclusión y oración final

El justo florece porque confía.
El orante persevera porque ama.
El misionero da fruto porque su raíz está en Dios.

Que esta Eucaristía renueve en nosotros esa triple convicción:

·        Orar sin cansarse, como quien llama con confianza.

·        Esperar sin dudar, como el árbol que bebe del río.

·        Servir sin miedo, como San Luis Bertrán, que convirtió su vida en ofrenda.


Oración final

Señor Jesús,
enséñanos a orar con el fervor de los santos y el desapego de los humildes.
Haz que no busquemos recompensas, sino tu voluntad;
que no pidamos bienes pasajeros, sino el don de tu Espíritu.

Danos corazones misioneros,
capaces de interceder, de servir y de esperar.
Por intercesión de San Luis Bertrán,
haz de tu Iglesia un árbol fecundo plantado junto al río de tu gracia,
para que dé fruto de esperanza en el mundo.

Amén.


2

 

1. Pedir, buscar, llamar: el dinamismo de la fe confiada

El Evangelio de hoy (Lc 11, 5-13) prolonga la enseñanza del Padrenuestro, mostrando que la oración cristiana no es una fórmula mágica, sino un movimiento vital: pedir, buscar y llamar. Jesús compara la oración con la perseverancia del amigo que toca de noche hasta ser escuchado. En ese gesto se revela una verdad esencial: la fe no es pasividad, sino confianza activa. Quien cree, llama; quien ama, insiste; quien espera, no se cansa.

Dios no se incomoda con nuestra súplica insistente. Al contrario, se alegra cuando su hijo se atreve a tocar la puerta de su corazón. No se trata de convencer a Dios, sino de abrirnos nosotros. Pedir, buscar y llamar son las tres notas de una melodía espiritual que ensancha el alma para recibir el don mayor: el Espíritu Santo, “que el Padre da a los que se lo piden”.

Como dijo alguien, la hospitalidad es un don que circula. En otras palabras, lo que recibimos de Dios no se acumula, se comparte. Como el amigo que recibió pan para ofrecerlo al huésped nocturno, así también nosotros recibimos la gracia del Espíritu para ofrecerla a los demás. La vida cristiana es circulación de dones: oración que se convierte en servicio, escucha que se traduce en hospitalidad.


2. Testigos del don recibido: los santos del día

Hoy recordamos a San Luis Bertrán, misionero dominico del siglo XVI, que llevó el Evangelio a las tierras americanas, especialmente a Colombia. Su vida fue expresión viva de esa hospitalidad del Espíritu: hablaba con mansedumbre, predicaba con fuego interior y sirvió a los pueblos indígenas con respeto y ternura. En él, la oración se hizo don que circula, pues la fe que recibió en Valencia la entregó con generosidad en el Nuevo Mundo. En este mes del Rosario, él nos enseña a evangelizar desde la contemplación mariana.

También celebramos a San Dionisio, obispo de París, y a sus compañeros mártires, quienes en los albores del cristianismo francés fueron luz en medio de las tinieblas. Su testimonio recuerda que el Espíritu Santo se derrama no sólo para orar, sino también para resistir y dar la vida. El martirio es el clímax del don recibido y compartido: quien ha orado de verdad está dispuesto a entregar la existencia por amor.

Y junto a ellos, San Juan Leonardi, fundador de la Congregación de los Clérigos Regulares de la Madre de Dios, insistía en que “la reforma de la Iglesia comienza en el corazón de los pastores y los fieles”. Fue un hombre de oración y de visión universal: soñó con la formación de misioneros que anunciaran a Cristo en todo el mundo. Por eso es patrono de las vocaciones misioneras y precursor de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos.

Él comprendió que la hospitalidad del Espíritu se expresa en abrir las puertas del corazón a la llamada vocacional, para que el amor de Dios llegue hasta los confines de la tierra.


3. En el mes del Rosario y de las Misiones: pedir el Espíritu para evangelizar

En este mes misionero y mariano, la Palabra nos invita a redescubrir la dimensión orante de toda misión. María, la mujer del sí y del silencio, es la primera evangelizadora porque fue la primera que acogió al Espíritu. Ella no habló mucho, pero su vida entera fue un “hágase” constante, una súplica perseverante y confiada. Cada Ave María que rezamos es como un pequeño golpe en la puerta del corazón de Dios, un llamado humilde que hace circular la gracia.

Evangelizar, en clave jubilar, significa dejar que el Espíritu Santo nos renueve para salir al encuentro de los demás. No se puede anunciar lo que no se ha recibido; no se puede dar el pan si no se ha abierto antes la puerta para recibirlo. Por eso, el misionero, el sacerdote, el catequista, el laico comprometido, todos necesitamos volver cada día al gesto sencillo del amigo que llama de noche: “Señor, enséñanos a orar”. La obra evangelizadora no es empresa humana, sino obra del Espíritu que circula entre nosotros.


4. Llamados a la confianza y la intercesión

Jesús promete: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. En un mundo donde muchos corazones están cerrados por la desconfianza o la indiferencia, el cristiano está llamado a ser quien mantiene la puerta abierta, quien ofrece pan, escucha y compañía. Esa es la nueva hospitalidad que el Espíritu suscita en la Iglesia del Jubileo: una Iglesia de puertas abiertas, que no teme la noche ni el cansancio, porque sabe que el Señor no duerme.

Recibir el Espíritu es dejar que Él circule por nuestras comunidades, renovando el ardor misionero, despertando vocaciones sacerdotales y religiosas, y fortaleciendo la caridad pastoral. Es también pedir que nuestras parroquias sean casas de oración viva, donde todos aprendamos a tocar el corazón de Dios con humildad.


5. Oración final

Señor Jesús,
Tú que enseñaste a tus discípulos a orar con insistencia,
haz que tu Iglesia no se canse de pedir el don del Espíritu Santo.
Que en este Año Jubilar, se renueve en nosotros la alegría de evangelizar,
la valentía de abrir las puertas a los que llaman,
y la ternura de compartir el pan del amor.

Te pedimos por los misioneros y por quienes descubren su vocación,
para que sean portadores de tu esperanza y de tu paz.
Por intercesión de María, Reina del Rosario,
de San Luis Bertrán, San Dionisio y San Juan Leonardi,
haz de nosotros testigos de la hospitalidad divina:
hombres y mujeres que oran, acogen y dan vida.

Amén.

 

3

 

1.    Una súplica en la medianoche del alma

 

El Evangelio de hoy (Lc 11, 5-13) prolonga la enseñanza del Padrenuestro con una parábola tan cotidiana como profunda: un hombre llama de noche a la puerta de su amigo pidiéndole pan para otro que ha llegado cansado de viaje.
Esa escena nocturna es símbolo de la oración. Orar es precisamente eso: atreverse a llamar al corazón de Dios cuando todo parece oscuro, cuando el alma tiene hambre y no tiene qué ofrecer.

Jesús no teme presentarnos a Dios como un “amigo” al que acudimos en medio de la noche. Y nos enseña que el secreto está en la confianza y la perseverancia: “Aunque no se levante por ser amigo suyo, se levantará por su insistencia y le dará cuanto necesite”. No porque Dios sea reacio, sino porque quiere despertar en nosotros el deseo ardiente de su voluntad.

La oración, por tanto, no es una técnica ni un ritual automático: es un encuentro que exige fe, audacia y ternura. A veces sentimos que Dios tarda, que guarda silencio o que no responde… pero su aparente demora es una pedagogía: quiere enseñarnos a confiar más que a pedir, a creer más que a exigir.


2. Fervor y desapego: dos alas de la oración cristiana

Hablar de fervor y desapego, es hablar de dos virtudes complementarias. El fervor es el calor del amor, la pasión que sostiene la súplica. El desapego es la pureza de la intención, la humildad que acepta la voluntad divina incluso cuando no coincide con nuestros deseos.
Orar con fervor significa no rendirse, orar con el alma encendida, como Jesús en Getsemaní o como María en el Cenáculo.
Orar con desapego significa entregar el resultado a Dios, diciendo como en el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.”

La oración más perfecta no busca cambiar a Dios, sino dejarse transformar por Él. Y sólo el corazón desapegado puede reconocer que el mejor don no es aquello que pedimos, sino el Espíritu Santo mismo, que el Padre da a quienes se lo piden con fe.

En el Año Jubilar, donde somos llamados “peregrinos de la esperanza”, esta parábola nos invita a caminar con confianza, a no dejar que el cansancio o la impaciencia apaguen la llama del Espíritu. El orante perseverante es el misionero silencioso que sostiene la obra evangelizadora con su plegaria constante.


3. Pan compartido: oración que se convierte en misión

El hombre del Evangelio no pide pan para sí, sino para otro que ha llegado de viaje. Aquí se revela el alma misionera de la oración cristiana: orar es interceder, es abrir la puerta del corazón para que otros encuentren descanso y alimento.
La Iglesia que ora es la Iglesia que evangeliza. Cada Ave María del Rosario, cada súplica del Padrenuestro, es una semilla que cae en tierra misionera. Por eso, en este mes dedicado al Rosario y a las Misiones, estamos invitados a rezar con fervor por las vocaciones, para que el Espíritu siga suscitando hombres y mujeres que, como María, digan: “Hágase en mí según tu palabra”.

El fervor sin desapego se convierte en ansiedad; el desapego sin fervor, en frialdad. Pero cuando ambos se unen, la oración se vuelve fecunda, generadora de vocaciones, fuente de comunión y de esperanza.
San Juan Leonardi lo entendió bien cuando afirmaba que la reforma de la Iglesia comienza en la oración del corazón.
Y San Luis Bertrán nos enseñó que sólo quien ora profundamente puede predicar con eficacia.
Ellos son iconos de esta parábola: amigos de Dios que pidieron el Pan para los demás.


4. “Llamar en la noche” en el mundo de hoy

Nuestro tiempo vive su propia medianoche: confusión, guerras, pobreza espiritual, desánimo. La tentación es cerrar las puertas y guardar el pan sólo para los nuestros. Pero Jesús nos invita a mantener encendida la lámpara y el corazón abierto, a seguir tocando la puerta del cielo en nombre de tantos que han perdido la fe o el sentido de la vida.

El misionero no es quien grita más fuerte, sino quien sigue orando cuando todo parece callar. Cada comunidad cristiana que ora unida, cada familia que reza el Rosario con sencillez, mantiene viva la esperanza del Reino. En ese sentido, toda oración auténtica es misionera: porque hace circular el don del Espíritu Santo, el verdadero Pan que sacia y renueva.


5. Oración final

Señor Jesús,
amigo fiel en las noches del alma,
enséñanos a orar con fervor y desapego,
a pedir con confianza, a buscar con fe, a llamar sin miedo.

Danos tu Espíritu Santo,
para que nuestra oración se transforme en misión,
nuestro silencio en adoración,
y nuestra vida en ofrenda por los demás.

Haz que en este Año Jubilar
tu Iglesia sea una casa abierta,
donde todos encuentren pan, consuelo y esperanza.

Por intercesión de María, Reina del Rosario,
de San Luis Bertrán y San Juan Leonardi,
renueva en nosotros el fuego de la oración perseverante
y suscita vocaciones santas para tu Reino.

Jesús, en Ti confiamos. Amén.

 

 

9 de octubre: memoria

🕊️ San Luis Bertrán (1526-1581)

Presbítero dominico, misionero, reformador y amigo del Espíritu Santo

Patrono de Colombia y protector de los misioneros


1. Infancia y vocación temprana

Luis Bertrán nació en Valencia, España, el 1 de enero de 1526, en una familia profundamente cristiana. Desde niño mostró una inclinación natural hacia la oración, la austeridad y la caridad con los pobres. Era sobrino del célebre pintor Juan de Juanes, pero su vocación no fue hacia el arte sino hacia la santidad.
En 1544, a los 18 años, ingresó a la Orden de Predicadores (Dominicos) en el convento de Santo Domingo de Valencia. Desde el inicio fue ejemplo de disciplina, humildad y celo apostólico. Fue ordenado sacerdote en 1547, con apenas 21 años, y pronto se convirtió en maestro de novicios, guiando a muchos jóvenes en el camino de la perfección cristiana.


2. Maestro de almas y reformador silencioso

Como formador, San Luis Bertrán se distinguió por su sabiduría equilibrada: firme en la doctrina, pero paternal y lleno de mansedumbre. Su lema espiritual podría resumirse en la frase:

“La oración es la raíz de toda predicación verdadera.”

Vivía con extrema sencillez, evitando el lujo, el poder y las discusiones estériles. Durante años ejerció su ministerio en Valencia y otros conventos de su provincia, insistiendo en la necesidad de la renovación interior del clero y de la vida religiosa, en consonancia con el espíritu del Concilio de Trento.
Sus contemporáneos lo consideraban un “nuevo Domingo de Guzmán”: lúcido en la fe, prudente en el gobierno y siempre sereno incluso en medio de las tensiones internas que vivía la Orden.


3. El llamado misionero: del Mediterráneo al Nuevo Mundo

En 1562, movido por un ardor misionero que no conocía límites, San Luis Bertrán fue enviado como misionero a las Indias Occidentales, específicamente al Virreinato de la Nueva Granada, actual Colombia. Llegó a Cartagena de Indias en 1562, y desde allí emprendió un apostolado heroico entre indígenas, esclavos africanos y colonos españoles.

Predicó en Turbaco, Cartagena, y el Valle del Cauca, aprendiendo las lenguas nativas con paciencia y dedicación. Su palabra era sencilla pero llena de fuego; su presencia, austera pero luminosa. Se le atribuyen numerosos milagros, entre ellos el don de las lenguas, gracias al cual podía hacerse entender por los pueblos indígenas sin intérprete.

San Luis vivió su misión en una época difícil, marcada por los abusos de algunos encomenderos y el choque cultural entre europeos y pueblos originarios. Sin embargo, él se distinguió por su trato respetuoso y compasivo hacia los indígenas, defendiendo su dignidad y su derecho a recibir el Evangelio sin violencia. En su predicación, unía la doctrina firme con la ternura del corazón.

Una de sus frases más recordadas fue:

“El amor de Dios no se impone: se propone con mansedumbre y se demuestra con obras.”


4. Milagros y persecuciones

Durante su estancia en América, San Luis Bertrán enfrentó incomprensiones, calumnias y peligros constantes. Fue envenenado en una ocasión, pero sobrevivió milagrosamente. También tuvo visiones místicas, entre ellas una sobre el Juicio Final, que lo llevó a intensificar su vida de penitencia y de oración intercesora por los pecadores.

Su poder de intercesión y sus curaciones prodigiosas lo convirtieron en una figura de santidad viva. Sin embargo, nunca buscó la fama: se consideraba un “instrumento indigno del Espíritu Santo”.
En 1569, enfermo y agotado, fue llamado de nuevo a España, donde continuó su ministerio como guía espiritual y formador de predicadores.


5. Últimos años y muerte en paz

Los últimos doce años de su vida los pasó en su convento de Valencia, dedicado a la dirección espiritual, la confesión y la oración. Murió el 9 de octubre de 1581, con fama de santidad y rodeado del cariño de sus hermanos dominicos. Sus últimas palabras fueron una síntesis de su vida entera:

“En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu… Tú solo eres mi paz.”

Fue beatificado en 1608 por el Papa Pablo V y canonizado por Clemente X en 1671. Su cuerpo se conserva incorrupto en Valencia, como signo de la pureza de su alma y de su fidelidad a Dios.


6. Espiritualidad y legado

San Luis Bertrán encarna la síntesis perfecta entre vida contemplativa y acción misionera. Su espiritualidad dominicana se fundamenta en tres pilares:

  • La oración perseverante: como fuente de toda conversión.
  • La mansedumbre en la predicación: como medio para llegar al corazón del otro.
  • La pureza interior y el desapego: como condición para que el Espíritu Santo obre libremente.

En el contexto del Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, su vida nos recuerda que la verdadera evangelización nace de un corazón que ha orado largamente y que vive desapegado de sí mismo.


7. Iconografía y patronazgo

Se le representa como un fraile dominico de rostro sereno, sosteniendo un crucifijo y un lirio, símbolos de su pureza y de su predicación.
Es patrono de Colombia, de Valencia y de los novicios dominicos.
Su intercesión se invoca especialmente por los misioneros, catequistas y formadores, y por quienes desean perseverar en su vocación.


Oración a San Luis Bertrán

Oh Dios, que encendiste en tu siervo San Luis Bertrán el fuego del celo apostólico y la dulzura del Espíritu,
concédenos anunciar tu Evangelio con palabras llenas de amor y obras de misericordia.
Que su intercesión proteja a nuestros misioneros,
inspire nuevas vocaciones y renueve nuestras comunidades en la fidelidad al Evangelio.
Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor.

Amén.

 

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