10 de octubre
La frase del
día:
“Las
tradiciones son hitos que yacen en lo profundo del subconsciente. Las más
poderosas son las que no podemos describir; de las que ni siquiera somos
conscientes”
(Ellen Goodman- 1941, periodista americana)
Las tradiciones son los latidos silenciosos de la historia. No se imponen, sino que se inscriben —como surcos indelebles— en el alma colectiva.
La frase “Las tradiciones son hitos que yacen en lo profundo
del subconsciente. Las más poderosas son las que no podemos describir; de las
que ni siquiera somos conscientes” nos invita a mirar más allá del folclor
o las costumbres externas, para descubrir el misterio que habita detrás de cada
gesto repetido, de cada símbolo transmitido generación tras generación.
Hay tradiciones que se nombran y celebran —una
fiesta patronal, una procesión, un canto, un plato típico—, pero hay otras que
simplemente nos habitan. Son actitudes, modos de mirar, de amar, de
relacionarnos con Dios, con la familia, con la tierra. Su fuerza radica
precisamente en que no necesitan proclamarse: viven en el modo en que
saludamos, en cómo rezamos, en la manera en que entendemos el tiempo o el
silencio.
Son como raíces invisibles que nos sostienen aun cuando ignoramos su
existencia.
En tiempos de globalización y consumo instantáneo,
corremos el riesgo de trivializar las tradiciones, reduciéndolas a espectáculos
turísticos o a modas pasajeras. Sin embargo, las verdaderas tradiciones —las
que no se explican, pero se sienten— son las que nos devuelven a lo esencial.
Son la voz de los antepasados que nos recuerdan quiénes somos, y al mismo
tiempo, el susurro del Espíritu que actualiza la memoria viva del pueblo.
En la fe cristiana, la Tradición con
mayúscula tiene ese mismo misterio: no es un museo de cosas viejas, sino un río
que sigue fluyendo. Muchas veces no somos del todo conscientes de cómo nos
moldea: un gesto al santiguarnos, una mirada a la cruz, una palabra heredada
del Evangelio que orienta sin que lo notemos.
La tradición no se impone; se encarna. Por eso, las más poderosas son las que
nos transforman sin ruido, las que siguen actuando cuando ya hemos olvidado su
origen.
Hoy más que nunca necesitamos reconciliarnos con
nuestras tradiciones: redescubrirlas, purificarlas si hace falta, pero sobre
todo agradecerlas. Porque en ellas —conscientes o no— seguimos encontrando la
brújula de lo humano, el hilo invisible que une pasado, presente y esperanza.
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