«La Trinidad no es complicada»
(Juan 15, 26 – 16, 4a) Jesús, el Verbo que existía desde el principio, nos envía al Espíritu Santo, de
quien dice que "procede" de su Padre. Este movimiento –esta
"procesión"– nos introduce en el misterio de las tres personas
divinas cuya unidad proclama el Credo. Pero no nos dejemos paralizar por las
palabras: la sabiduría de Dios-Trinidad se revela a los pequeños. Escuchemos su
testimonio humilde y luminoso cuando defienden la verdad.
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (16,11-15):
NOS hicimos a la mar en Tróade y pusimos rumbo hacia Samotracia; al día siguiente salimos para Neápolis y de allí para Filipos, primera ciudad del distrito de Macedonia y colonia romana. Allí nos detuvimos unos días.
El sábado salimos de la ciudad y fuimos a un sitio junto al río, donde pensábamos que había un lugar de oración; nos sentamos y trabamos conversación con las mujeres que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba Lidia, natural de Tiatira, vendedora de púrpura, que adoraba al verdadero Dios, estaba escuchando; y el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo.
Se bautizó con toda su familia y nos invitó:
«Si estáis convencidos de que creo en el Señor, venid a hospedaros en mi casa».
Y nos obligó a aceptar.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 149,1-2.3-4.5-6a.9b
R/. El Señor ama a su pueblo
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey. R/.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes. R/.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca.
Es un honor para todos sus fieles. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (15,26–16,4a):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo.
Os he hablado de esto, para que no os escandalicéis. Os excomulgarán de la sinagoga; más aún, llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Os he hablado de esto para que, cuando llegue la hora, os acordéis de que yo os lo había dicho».
Palabra del Señor
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Homilía: "La Trinidad habita
entre nosotros"
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
En este lunes de la sexta semana de Pascua, la
liturgia de la Palabra nos invita a sumergirnos en el misterio de la presencia
divina en nuestras vidas. Un misterio que no es inaccesible ni reservado a los
sabios del mundo, sino que se ofrece como don a los humildes, a los pequeños, a
los que se dejan guiar por la voz del Buen Pastor.
1. El dinamismo de la Trinidad en
la historia de la salvación
El Evangelio según san Juan (15, 26 – 16, 4a) nos
sitúa en el corazón del misterio trinitario. Jesús, el Hijo eterno del Padre,
promete enviar el Espíritu Santo, que procede del Padre. Este
"movimiento", nos introduce en una danza de amor eterno entre las tres divinas
Personas.
Pero atención: este misterio no es una complicación
teológica ni un acertijo para entendidos. Jesús mismo nos dice que este
Espíritu –llamado también "el Defensor"– será quien dé testimonio de
Él. Y a su vez, nosotros también daremos testimonio, porque hemos estado con Él
desde el principio. La Trinidad se revela en la acción, en la historia, en la
vida misma de la comunidad de fe.
2. El testimonio de los pequeños
y los sencillos
La frase que ilumina el mensaje de hoy es: “La
sabiduría de Dios-Trinidad se revela a los pequeños”. ¿No es esto lo que
vemos en tantas vidas santas, en tantos fieles que sin complicaciones
filosóficas comprenden con el corazón lo que otros no pueden entender con
libros? La fe no es primeramente un sistema, sino una experiencia. Y la
experiencia de la Trinidad es la de un Dios que crea, salva y santifica. Que
acompaña, sostiene, y envía.
Los pequeños, los que no se aferran al poder, a la
fama ni al saber, son los más capacitados para acoger el misterio. Pensemos en
tantos niños, en tantas personas sencillas de nuestras comunidades que nos
enseñan el valor de orar al Padre, de seguir a Jesús y de dejarnos conducir por
el Espíritu.
3. El testimonio en la misión:
Lidia y los corazones abiertos
La primera lectura (Hechos 16, 11-15) nos cuenta la
llegada de Pablo y sus compañeros a Filipos, una ciudad romana en Macedonia.
Allí encuentran a un grupo de mujeres reunidas en oración, y entre ellas, a
Lidia, una mujer empresaria, comerciante de púrpura. Dice el texto que "el
Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo". Y ella se
convierte, se bautiza con su familia y ofrece su casa para la misión.
¡Qué maravillosa ilustración del dinamismo
trinitario en acción! El Padre mueve el corazón, el Hijo es anunciado por la
predicación de Pablo, y el Espíritu actúa en la acogida y conversión de Lidia.
El hogar de esta mujer se convierte en iglesia doméstica, en semilla de una
comunidad cristiana en Europa.
4. La alabanza como fruto del
Espíritu
El salmo 149 canta la alegría del pueblo santo: "Que
se alegren los fieles por su gloria, que canten jubilosos en filas, con vítores
a Dios en la boca". Esta alegría es señal de que el Espíritu está vivo
y actuando. Una comunidad que alaba, que canta, que celebra, es una comunidad
trinitaria. Porque donde está el Espíritu hay libertad (2 Cor 3,17), y donde
hay libertad hay amor y unidad.
No tengamos miedo de dejarnos llevar por esa
corriente de amor que es la Trinidad. No es una doctrina para analizar
fríamente, sino una vida para vivirla. En la oración, en el servicio, en la
comunión, en la misión.
Conclusión: Una comunidad
trinitaria y pascual
Queridos hermanos: estamos en Pascua. Tiempo de
renovación, de vida nueva, de resurrección. La Trinidad no es una abstracción,
sino la manera concreta como Dios se ha hecho presente en nuestra vida. El
Padre nos crea cada día, el Hijo nos salva con su amor redentor, y el Espíritu
nos impulsa a dar testimonio con valentía.
En este tiempo de Pascua, en el marco del Año
Jubilar, pidamos la gracia de ser comunidades trinitarias: abiertas a la
Palabra, llenas del Espíritu, y comprometidas en el anuncio de Cristo
Resucitado. Aprendamos de Lidia a abrir el corazón y el hogar. Aprendamos de
los pequeños a creer con sencillez. Y aprendamos del Espíritu a testimoniar con
alegría.
"Que los pequeños nos enseñen a defender la
verdad con humildad luminosa".
Amén.
2
Homilía: “Dar testimonio con la fuerza del
Espíritu”
Basada en Juan 15, 26-27
Queridos hermanos y hermanas:
En este tiempo pascual que nos prepara para la gran
solemnidad de Pentecostés, la Palabra del Señor hoy nos habla de una promesa
esperanzadora, pero también de una misión transformadora:
“Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu
de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí. Y también ustedes
darán testimonio, porque han estado conmigo desde el principio” (Jn
15,26-27).
Cuando Jesús pronunció estas palabras, sus
discípulos no alcanzaban a comprender su pleno sentido. Eran palabras
proféticas, que solo cobrarían vida y claridad con el tiempo, a la luz de los
acontecimientos pascuales y, sobre todo, de la venida del Espíritu Santo. Jesús
les hablaba de algo que aún no habían vivido, pero que cambiaría radicalmente
sus vidas.
Y así fue. Después de la Ascensión, los apóstoles
podrían haber pensado que todo había terminado. Que el Maestro había partido, y
con Él, sus esperanzas. Pero no sabían que lo mejor estaba por comenzar. Que la
semilla plantada en sus corazones por el Señor daría fruto abundante gracias a
la acción del Paráclito, el Espíritu de la Verdad.
Pentecostés fue un antes y un después. Aquel grupo
de discípulos temerosos, encerrados y confundidos, se convirtió en una
comunidad audaz, valiente, llena de fuego y de palabras encendidas. Aquellos
hombres y mujeres fueron transformados. Y esa transformación no fue fruto de un
nuevo ánimo, ni de estrategias humanas, sino del poder del Espíritu Santo.
Hermanos: esa promesa es también para nosotros.
Jesús no solo quiso que sus apóstoles dieran testimonio. Él quiere que tú y yo
también lo hagamos. Hoy, más que nunca, el mundo necesita testigos. No solo
creyentes en silencio, sino testigos vivos, valientes, apasionados por Cristo.
Y esto no es una tarea que podamos cumplir solo con nuestras fuerzas. Dar
testimonio exige apertura, oración, comunión con Dios, valentía... y sobre todo
una vida transformada por el Espíritu Santo.
Muchos cristianos de hoy viven su fe como los
discípulos antes de Pentecostés: con temor, encerrados, a veces resignados, sin
anunciar con alegría al Señor. Pero cuando dejamos que el Espíritu nos habite,
cuando oramos con sinceridad: “Ven Espíritu Santo”, entonces se obra el
milagro. Nuestra vida se convierte en una antorcha. Nuestras palabras en
semillas. Nuestras obras en caminos que otros pueden seguir para encontrar a
Cristo.
Hoy te invito a dejar de ser un cristiano callado.
Jesús te eligió para que seas testigo. En tu familia, en tu trabajo, en la
calle, en tus redes sociales. Sé un testigo. Habla de Jesús. Vive como Él. Ama
como Él. Y cuando sientas miedo o te falten las palabras, clama al Espíritu:
“Paráclito Santo, ven, dame tu fuerza. Yo quiero dar testimonio”.
Oremos juntos:
Señor Jesús, Tú prometiste enviar el Espíritu
Santo, el Defensor, el Espíritu de la Verdad. Hoy lo acogemos en nuestra vida.
Ven Espíritu Santo, entra en nuestros corazones, en nuestras palabras, en
nuestras acciones. Haznos testigos valientes, testigos alegres, testigos
fieles. Que por nuestro testimonio, muchos crean, muchos se conviertan, muchos
te amen. Jesús, en Ti confiamos. Amén.
Querido
hermano, querida hermana:
Dios quiere usarte. No como una piedra más en el camino, sino como un faro
encendido en la noche.
¿Estás dispuesto a dejarte transformar por el Espíritu para dar testimonio de
Jesús?
¡Que así
sea!
Amén.
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26 de mayo: San Felipe Neri,
presbítero — Memoria
1515–1595
Patrono de Roma, la alegría, los comediantes y los artistas
Canonizado por el Papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622
Cita:
Al hojear la biografía de San Felipe, de hecho, uno se sorprende y se siente
fascinado por el método alegre y relajado que utilizaba para educar,
acompañando a cada persona con generosa fraternidad y paciencia. Como es bien
sabido, el santo solía condensar su enseñanza en máximas breves y sabias: “Sé
bueno, si puedes;” “Escrúpulos y melancolía, fuera de mi casa;” “Sé sencillo y
humilde;” “El que no reza es un animal sin voz;” y, llevándose la mano a la
frente, “La santidad está a tres dedos de profundidad.” Detrás de la agudeza de
estos y muchos otros "dichos", se percibe el profundo y realista
conocimiento que había adquirido sobre la naturaleza humana y la dinámica de la
gracia. Estas enseñanzas inmediatas y concisas traducen la experiencia de su
larga vida y la sabiduría de un corazón habitado por el Espíritu Santo. Estos
aforismos se han convertido en un patrimonio de sabiduría para la
espiritualidad cristiana.
~San Juan Pablo II
Reflexión:
Felipe Rómulo Neri, el tercero de cinco hijos,
nació en una familia de clase media en Florencia, en la actual Italia. De niño,
sus amigos y familiares lo llamaban con cariño "Pippo Buono"
(el buen Felipe), por su carácter alegre y su moral intachable. Su madre murió
cuando él tenía alrededor de cinco años, y fue criado junto a sus dos hermanas
por su abuela.
Fue bien educado por los frailes dominicos en
Florencia y más tarde reconocería la buena influencia que estos tuvieron sobre
él. A los once años ya se destacaba por su piedad, su amor a la oración y sus
frecuentes visitas a las iglesias de la ciudad.
A los dieciocho años fue enviado a vivir con el
primo adinerado de su padre, Rómulo, a quien llamaba “tío”, cerca del
monasterio benedictino de Montecassino. Rómulo no tenía hijos, y Felipe fue
enviado para convertirse en su heredero.
Poco después de mudarse, Felipe experimentó una
conversión profunda. Se dice que esta ocurrió en una capilla junto al mar
llamada Santuario de la Santísima Trinidad. La leyenda sostiene que el enorme
acantilado que domina la capilla se partió en dos al morir Jesús, dejando un
santuario con vista al mar. Aunque su conversión ya estaba en proceso desde
antes, al enfrentarse con la posibilidad real de una vida cómoda, Felipe se vio
ante una elección: ¿una existencia estable como empresario o seguir al Espíritu
Santo que le hablaba al corazón? Eligió lo segundo.
En 1533, agradeció a su tío y le anunció que el
Espíritu Santo lo llamaba a ir a Roma. Llegó sin dinero, alojándose en el desván
de un funcionario de aduanas, a quien le pagaba dando clases particulares a sus
hijos. En Roma visitaba los lugares santos, rezaba en las tumbas de los
Apóstoles Pedro y Pablo, y esperaba que Dios le mostrara el camino. Su
alimentación era muy sencilla: normalmente solo pan y agua una vez al día. Se
matriculó en la universidad para estudiar filosofía, teología y ciencias
humanas.
Mientras estudiaba teología en la Universidad de
San Agustín, quedó profundamente tocado al contemplar un gran crucifijo. Decidió
entonces abandonar sus estudios, vender sus libros y dedicarse por completo a
la oración. Durante los siguientes diez años, hasta los treinta y tres, llevó
una vida eremítica, rezando en las catacumbas de los mártires y realizando
vigilias nocturnas. Evitaba las distracciones inútiles, y dedicaba su tiempo a
la oración y la caridad: visitaba enfermos, conversaba de cosas santas con los
pobres, convertía pecadores y esparcía alegría por doquier.
Hacia 1544, justo antes de Pentecostés, mientras
oraba en las catacumbas, tuvo una experiencia mística profunda: un anillo de
fuego descendió y entró por su boca, alojándose en su corazón. El amor divino
lo llenó tan intensamente que cayó al suelo exclamando: “¡Basta, Señor, ¡no
puedo soportarlo más!” Desde entonces, su corazón palpitaba visiblemente,
especialmente durante la oración o conversaciones santas. Tras su muerte, una
autopsia reveló que su corazón era tan grande que le había desplazado dos
costillas.
Después de esta experiencia, comenzó una labor
apostólica más activa como predicador callejero en Roma. A diferencia de otros,
no denunciaba con dureza los males de su época, sino que reunía a jóvenes a su
alrededor con alegría y ternura, inspirándolos a seguir a Cristo. Con sus
compañeros servía a los enfermos en hospitales y realizaban tareas humildes:
limpiar, tender camas, conversar, ayudar en lo que hiciera falta. Solía
comenzar diciendo: “Bueno, hermanos, ¿cuándo empezamos a hacer el bien?”
Su alegría y entusiasmo atraían a muchos.
En 1548, con ayuda de su confesor, fundó la Cofradía
de la Santísima Trinidad, cuyos miembros se reunían para orar,
especialmente en adoración eucarística, y fomentar la fraternidad cristiana. En
1551, a los 35 años y animado por su confesor, fue ordenado sacerdote e ingresó
en la comunidad de San Girolamo della Carità. Como presbítero, se convirtió en
confesor de muchísimos: pobres y ricos. Pasaba casi todo el día en el
confesionario. Tenía el don de leer las almas, señalar pecados no confesados,
dar consejos sobrenaturales, hacer milagros y hablar palabras que venían del
Corazón de Cristo.
Al año siguiente de su ordenación, comenzó a reunir
jóvenes en su habitación para rezar y conversar. Leían vidas de santos,
compartían comidas, cantaban, paseaban y rezaban juntos. Con el tiempo, el
grupo creció tanto que construyó un oratorio. Así nació la Congregación del
Oratorio, aprobada por el Papa en 1575, dedicada a la oración, la
predicación y los sacramentos.
San Felipe Neri fue un verdadero misionero: Re evangelizó Roma alma por alma. Sus milagros, éxtasis en la oración y
capacidad de leer los corazones asombraban, pero más aún, la alegría que
brotaba de su corazón, unido al Corazón de Cristo. Esa fue la señal más
segura de su santidad.
Oración:
San Felipe Neri, por medio de la oración profunda,
Dios te transformó y llenó tu corazón con el don de la alegría divina.
Compartiste ese don con muchos, atrayéndolos al amor de Dios.
Ruega por mí, para que también yo sea lleno de esa alegría que impregnó tu
corazón, y así me convierta en un instrumento santo del amor de Dios.
San Felipe Neri, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.
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