Alegría cristiana
(Hechos 18, 9-18; Juan 16, 20-23a) La alegría anunciada por Jesús en el Evangelio es, ante todo, la prometida a sus seres queridos, para quienes el duelo de la Cruz conducirá a la Resurrección. Pero también es la alegría de todos los que se benefician de la acción de Dios en su favor, como Pablo, que escapa al juicio porque un sabio procónsul se niega a entrometerse en asuntos religiosos. La alegría es el sello del Espíritu.
CUANDO estaba Pablo en Corinto, una noche le dijo el Señor en una visión:
«No temas, sigue hablando y no te calles, pues yo estoy contigo, y nadie te pondrá la mano encima para hacerte daño, porque tengo un pueblo numeroso en esta ciudad».
Se quedó, pues, allí un año y medio, enseñando entre ellos la palabra de Dios.
Pero, siendo Gallón procónsul de Acaya, los judíos se abalanzaron de común acuerdo contra Pablo y lo condujeron al tribunal diciendo:
«Este induce a la gente a dar a Dios un culto contrario a la ley».
Iba Pablo a tomar la palabra, cuando Gallón dijo a los judíos:
«Judíos, si se tratara de un crimen o de un delito grave, sería razón escucharos con paciencia; pero, si discutís de palabras, de nombres y de vuestra ley, vedlo vosotros. Yo no quiero ser juez de esos asuntos».
Y les ordenó despejar el tribunal.
Entonces agarraron a Sóstenes, jefe de la sinagoga, y le dieron una paliza delante del tribunal, sin que Galión se preocupara de ello.
Pablo se quedó allí todavía bastantes días; luego se despidió de los hermanos y se embarco para Siria con Priscila y Aquila. En Cencreas se había hecho rapar la cabeza, porque había hecho un voto.
Palabra de Dios
R/. Dios es el rey del mundo
Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor altísimo es terrible,
emperador de toda la tierra. R/.
Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado. R/.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
tocad para Dios, tocad;
tocad para nuestro Rey, tocad. R/.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría.
La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre.
También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada».
Palabra del Señor
Lecturas:
- 1ª Lectura: Hechos 18,
9-18
- Salmo: Sal
47(46),2-3.4-5.6-7 (R. cf. 10a)
- Evangelio: Juan 16,
20-23a
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
Nos encontramos ya en el umbral de la Solemnidad de
la Ascensión del Señor. La liturgia de este viernes nos ofrece un anuncio
poderoso: la alegría cristiana no es evasión, sino fruto de la esperanza que
se abre paso en medio de la lucha. Es un gozo que nace en la Pascua, se
alimenta del Espíritu Santo y se sostiene en la promesa firme de Cristo: “Su
tristeza se convertirá en alegría”.
1. La alegría prometida en medio
del dolor (Evangelio)
El Evangelio de hoy nos sitúa en ese momento íntimo
y profético de Jesús con sus discípulos. Les habla del “poco tiempo” que queda
antes de la Pasión. Les anticipa que llorarán, se entristecerán, pero que su tristeza
se convertirá en gozo. ¡Qué contraste tan fuerte y tan humano! Jesús no
oculta la cruz, pero asegura que el dolor tendrá un sentido, que no será
estéril.
Esta alegría no es superficial ni pasajera; no se
basa en emociones volátiles. Es una alegría que nace de la fe: saber que
el Resucitado ha vencido el mal, que nuestras lágrimas tienen redención, que el
Espíritu vendrá a consolar, guiar y sostener. Esta promesa es también para
nosotros: “Nadie les quitará su alegría”. Qué consoladora es esa frase
para tantos que sufren hoy.
2. La alegría de quien
experimenta la protección de Dios (Hechos)
En la primera lectura vemos cómo Pablo, en Corinto,
experimenta una forma concreta de esta promesa de Jesús. Dios le habla en
visión para animarlo: “No tengas miedo… sigue hablando”. El Señor no
solo le confirma su misión, sino que le garantiza su presencia: “Estoy
contigo”. Y en efecto, cuando lo quieren llevar a juicio, el procónsul
Galión no cede ante la presión, y Pablo sale indemne.
Aquí vemos cómo Dios actúa en lo concreto: en la
historia, en las estructuras, incluso en decisiones humanas que, aunque no sean
siempre plenamente conscientes, forman parte de Su providencia. Pablo
experimenta que no está solo, que la misión sostenida en el Espíritu no
puede ser derrotada.
También nosotros podemos encontrar esa alegría
cuando, aun en medio de amenazas, críticas o incomprensiones, experimentamos
que el Señor no nos abandona. Él está cerca, guía nuestras palabras, y
muchas veces obra por caminos inesperados.
3. La alegría de los pueblos que
aclaman al Señor (Salmo 47)
El salmo de hoy es una invitación vibrante a
aclamar a Dios con alegría:
“Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo”.
¿Por qué tanta algarabía? Porque el Señor es el Rey de toda la tierra.
Su dominio no es opresor, sino salvador; no es egoísta, sino generoso.
En este tiempo pascual, este salmo cobra un nuevo
brillo: Cristo resucitado reina, y su victoria es universal. En un mundo
dividido, marcado por el miedo, la guerra y la incertidumbre, esta proclamación
se convierte en profecía y compromiso: ¡Dios reina! Pero lo hace desde
la cruz y con las llagas de amor.
Nuestra misión como cristianos es ayudar al mundo a
reconocer este reinado. Y lo hacemos con nuestro testimonio, con la serenidad
de nuestra esperanza, con la alegría que brota del Espíritu, incluso en
los momentos de prueba.
Conclusión: Una alegría que es
don y misión
Hermanos, la alegría es el sello del Espíritu.
No es un lujo, ni una concesión para quienes tienen vidas fáciles. Es un regalo
pascual que todos estamos llamados a acoger y a compartir.
Hoy, más que nunca, necesitamos cristianos alegres
—no superficiales ni ingenuos, sino firmes en la esperanza—. Como Pablo en
Corinto, como los discípulos que lloraron, pero luego vieron a Jesús, como los
pueblos que aclaman al Señor con palmas… vivamos esta alegría que nadie nos
puede quitar.
Y como Iglesia en camino hacia Pentecostés y en el
marco de este Año Jubilar como Peregrinos de la Esperanza, hagamos de
nuestra alegría un signo profético para el mundo. Porque un cristiano triste
no tiene futuro, y un cristiano que se deja llevar por el gozo de Dios, ya
está anticipando el cielo.
Amén.
“Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo”.
¿Por qué tanta algarabía? Porque el Señor es el Rey de toda la tierra. Su dominio no es opresor, sino salvador; no es egoísta, sino generoso.
Los “dolores de parto” de la voluntad de Dios
“La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ya no se acuerda del sufrimiento, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre”
(Juan 16,21)
Jesús, con la ternura del buen Pastor, nos regala esta imagen cargada de humanidad y esperanza. El dolor del parto es real, profundo y exigente. Pero es también un dolor fecundo, orientado a una vida nueva. Esa comparación que usa el Señor en su despedida a los discípulos nos ayuda a entender el valor salvífico del sufrimiento cuando se vive desde la fe y en fidelidad a la voluntad de Dios.
Así como una madre olvida su sufrimiento al ver a su hijo, así también quienes seguimos a Cristo podemos atravesar pruebas, incomprensiones, fatigas e incluso persecuciones, y aún así no desesperar, pues el fruto que se gesta en medio del dolor es la alegría del Reino.
Jesús advierte a sus discípulos que sentirán tristeza ante su partida. Pero esa tristeza no será definitiva. La Pascua, su Resurrección, y la venida del Espíritu Santo transformarán su tristeza en gozo incontenible. Entonces, dice el Maestro, “ese día no me preguntarán nada”. El dolor ya no generará dudas. Porque el sufrimiento acogido con fe habrá dado paso a una comprensión más profunda y a una confianza más firme.
También nosotros, cuando experimentamos fracasos, enfermedades, tensiones familiares, incomprensiones o incluso soledad espiritual, corremos el riesgo de dudar, de cuestionar a Dios, de querer abandonar el camino. Pero este Evangelio nos invita a una lectura más profunda: ¿y si lo que estamos viviendo son los dolores de parto de la voluntad de Dios en nosotros?
Quizás estás perseverando en una oración silenciosa que parece no dar fruto; quizás estás luchando por mantener la fe en medio de la sequedad; quizás estás perdonando a alguien que no cambia; o soportando una cruz que no elegiste. No estás solo. Cristo ya ha pasado por allí, y te precede con su gracia.
El Espíritu Santo —el gran protagonista del tiempo pascual— es quien nos fortalece para vivir estos combates cotidianos. No siempre sentiremos consuelo en el momento, pero el gozo verdadero se alcanza por la fidelidad, no por las emociones. Y ese gozo, como el del parto, será más fuerte que el dolor.
Preguntas para meditar:
· ¿Qué situaciones de mi vida podrían ser esos "dolores de parto" espirituales?
· ¿Qué me está costando aceptar de la voluntad de Dios?
· ¿Estoy evitando alguna invitación del Señor por temor al sufrimiento?
Oración final:
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