martes, 21 de octubre de 2025

22 de octubre del 2025: miércoles de la vigésimo novena semana del tiempo ordinario-I- San Juan Pablo II, papa-memoria opcional

 

Santo del día:

San Juan Pablo II, papa

1920-2005.

«¡No tengan miedo! ¡Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo!»: estas fueron las memorables palabras de Juan Pablo II al inaugurar su pontificado el 22 de octubre de 1978. Fue canonizado en 2014.

 

 

El ritmo de Dios

(Lc 12, 39-48) “Será a la hora que menos piensen cuando venga el Hijo del Hombre.”

El tiempo de Dios no es nuestro tiempo. Lo invocamos con insistencia, lo llamamos con apremio, y muchas veces solo encontramos silencio. Lo olvidamos, y de pronto Él se manifiesta inesperadamente. El ritmo de Dios nos desconcierta, nos descoloca, nos saca de nuestros esquemas. Saber acoger con la misma confianza tanto sus aparentes silencios como sus llegadas imprevistas: he ahí quizás el verdadero secreto de la vida cristiana.

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin

 


Primera lectura

Rom 6, 12-18
Ofrézcanse a Dios como quienes han vuelto a la vida desde la muerte

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
Que el pecado no siga reinando en su cuerpo mortal, sometiéndose a sus deseos; no pongan sus miembros al servicio del pecado, como instrumentos de injusticia; antes bien, ofrézcanse a Dios como quienes han vuelto a la vida desde la muerte, y pongan sus miembros al servicio de Dios, como instrumentos de la justicia.
Porque el pecado no ejercerá su dominio sobre ustedes: pues no están bajo ley, sino bajo gracia.
Entonces, ¿qué? ¿Pecaremos, puesto que no estamos bajo ley, sino bajo gracia? ¡En absoluto!
¿No saben que, cuando ustedes se ofrecen a alguien como esclavos para obedecerlo, se hacen esclavos de aquel a quien obedecen: bien del pecado, para la muerte, bien de la obediencia, para la justicia?
Pero gracias sean dadas a Dios, porque eran esclavos del pecado, mas han obedecido de corazón al modelo de doctrina al que fueron entregados; liberados del pecado, ustedes se han hecho esclavos de la justicia.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 123, 1b-3. 4-6. 7-8 (R.: 8a)

R. Nuestro auxilio es el nombre del Señor.

V. Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte
—que lo diga Israel—,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.
 R.

V. Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas impetuosas.
Bendito el Señor,
que no nos entregó
en presa a sus dientes. 
R.

V. Hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió,
y escapamos.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Estén en vela y preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre. R.

 

Evangelio

Lc 12, 39-48

Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo ustedes, estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?».
Y el Señor dijo:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad les digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».

Palabra del Señor.

 

1

 

1. Introducción: Vivir con el corazón despierto

“Estén preparados, con la cintura ceñida y las lámparas encendidas” (Lc 12,35).
Estas palabras de Jesús son una llamada urgente a vivir despiertos, atentos, conscientes de que la vida no es una espera vacía, sino una peregrinación hacia el encuentro definitivo con el Amor.

En este miércoles del tiempo ordinario, recordamos a San Juan Pablo II, el Papa de la esperanza, el misionero incansable, el hombre que proclamó al mundo entero: “¡No tengan miedo! ¡Abran las puertas a Cristo!” En él contemplamos lo que significa vivir “con la cintura ceñida”: una existencia gastada en el servicio, un alma vigilante, una fe sin cansancio.

Y mientras el mes del Rosario nos invita a recorrer, de la mano de María, los misterios de Cristo, también el Año Jubilar nos exhorta a ser “peregrinos de esperanza” en un mundo herido, distraído y tantas veces anestesiado por el ruido y la prisa.


2. Primera lectura: De la muerte del pecado a la vida de Cristo (Rom 6,12-18)

San Pablo nos recuerda: “No reine, pues, el pecado en su cuerpo mortal, de modo que obedezcan a sus pasiones”. La verdadera muerte no es la biológica, sino aquella que ocurre cuando dejamos de amar, cuando dejamos de luchar, cuando el egoísmo o la tristeza apagan en nosotros el deseo de servir.

Muchos hoy, viven como “muertos en vida”: esclavos del consumismo, refugiados en mundos virtuales, anestesiados por adicciones o falsos consuelos. Es el retrato de una humanidad desconectada de su fuente: Dios.
Pero quien ha puesto su fe en Cristo Resucitado vive de su vida, camina con Él y encuentra en su cruz la fuente de una alegría nueva.

El cristiano no huye del dolor, sino que lo transforma; no se cierra en su miedo, sino que lo entrega. Por eso, la fe en Cristo nos vuelve solidarios, nos impulsa a compartir y nos hace experimentar la comunión. La vida en Cristo no es evasión, sino compromiso; no es pasividad, sino resurrección cotidiana.


3. Evangelio: Sujetemos los cinturones del alma (Lc 12,39-48)

Jesús nos habla hoy con la imagen del servidor fiel y vigilante. El Señor puede llegar en cualquier momento, y el verdadero discípulo no se duerme, sino que mantiene su lámpara encendida.

El Evangelio insiste: “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá.”
Cada uno de nosotros ha recibido dones, talentos, tiempo, salud, fe… y también la responsabilidad de usarlos para el bien de los demás. Vigilar no es vivir con miedo, sino vivir con sentido. Es no dejar que el alma se oxide en la rutina. Es mantener la esperanza encendida aun en la noche más oscura.

“Sujetemos nuestros cinturones” , dice alguien comentando sobre este evangelio, como quien se dispone a emprender camino. El creyente vigilante no se instala en el confort, sino que se pone en movimiento. En clave jubilar, esto significa no quedarnos estancados en lo de siempre, sino abrirnos a la conversión, al perdón, a la renovación interior.

La vigilancia cristiana no es pasiva, sino activa: cuidar de los enfermos, acompañar a los tristes, sostener a los que se han cansado de creer. Cada gesto de amor es una lámpara encendida que anuncia la presencia de Dios.


4. San Juan Pablo II: testigo de la esperanza

Recordar hoy a San Juan Pablo II es contemplar a un hombre ceñido con la verdad del Evangelio, que no se dejó detener por el miedo, la enfermedad ni el peso de los años. Desde su juventud marcada por la guerra y la pérdida, hasta sus últimos días de dolor y silencio, fue un servidor vigilante que supo repetir con su vida: “Totus tuus” —todo tuyo, María—.

Su amor a los enfermos, su ternura con los jóvenes, su pasión por la misión y su devoción al Rosario son faros para este tiempo. Él nos enseñó que la fe no es refugio de cobardes, sino impulso para transformar el mundo con la fuerza del amor.
Y como buen misionero, viajó hasta los confines de la tierra para recordar que el Evangelio no es una idea, sino una Persona viva: Cristo.


5. El mes del Rosario: María, maestra de vigilancia

En el mes del Rosario, María nos enseña a vigilar desde la fe. Ella supo esperar en silencio, velar en la noche de la Cruz y acoger la aurora de la Resurrección. Cada Ave María que pronunciamos es una chispa de luz que mantiene nuestra lámpara encendida.

Cuando oramos el Rosario por los enfermos, por los misioneros, por los que están cansados o solos, nos unimos al corazón maternal de la Virgen que nunca se duerme, que siempre vela por sus hijos.


6. Aplicación pastoral y jubilar

En este Año de la Esperanza, el Señor nos pide una vigilancia activa, concreta:

  • Estemos atentos a los rostros del dolor en nuestras comunidades: los enfermos, los ancianos, los que viven sin fe.
  • Cuidemos el fuego interior: la oración diaria, el silencio, el Rosario, la Eucaristía.
  • No caigamos en la apatía espiritual que nos roba la alegría de servir.
  • Transformemos nuestras “pantallas” y rutinas en ocasiones para evangelizar. Que las redes y los medios sean caminos para anunciar la Buena Nueva, como lo hacía San Juan Pablo II con su palabra y su gesto.

7. Oración final

Señor Jesús,
danos un corazón vigilante y una fe encendida.
No permitas que el ruido del mundo apague en nosotros el deseo de amarte.
Que, como San Juan Pablo II, vivamos cada día ceñidos con la esperanza,
disponibles para servir, dispuestos a salir al encuentro de los hermanos.

María, Madre del Rosario y Estrella de la Evangelización,
enséñanos a esperar en silencio, a perseverar en la misión,
a velar en la noche de la prueba con la lámpara de la fe.

Amén.

 

 

2

 

EL RITMO DE DIOS EN NUESTRA VIDA

 

1. Introducción: Cuando Dios parece callar

Queridos hermanos y hermanas,

el Evangelio de hoy (Lc 12,39-48) nos invita a meditar en el misterio del tiempo de Dios. “Será a la hora que menos piensen cuando venga el Hijo del Hombre.” Es una frase que sacude, que nos recuerda que Dios no se ajusta a nuestros relojes, que su paso por nuestra vida a veces es imprevisible, silencioso, incluso desconcertante.

Vivimos en una cultura de la inmediatez, donde todo se mide por la rapidez, la eficacia y el resultado inmediato. Sin embargo, el ritmo de Dios no es el del mercado, ni el del reloj, ni el de las redes. El ritmo de Dios es el de la paciencia, la misericordia y el amor. Es un ritmo que educa el corazón, que enseña a esperar, a confiar, a vigilar con serenidad.


2. Primera lectura: Entre el silencio y la fidelidad (Rom 6,12-18)

San Pablo, en la carta a los Romanos, nos habla de un cambio radical: pasar de ser esclavos del pecado a servidores de la justicia. Ese tránsito no ocurre en un instante mágico; es un proceso, una transformación profunda que requiere tiempo, disciplina interior, vigilancia.

Dios obra en nosotros con un ritmo que no siempre comprendemos. A veces sentimos que no pasa nada, que nuestras oraciones no tienen respuesta, que nuestros esfuerzos espirituales no producen fruto. Pero en esos silencios se gesta lo más importante: la libertad interior, la madurez de la fe, la firmeza del amor.

El problema no es el silencio de Dios, sino nuestra impaciencia. Queremos que el Espíritu actúe según nuestra agenda, pero Él —como el viento— sopla cuando y donde quiere. Por eso, la vida cristiana es aprendizaje del tiempo de Dios. No es pasividad, sino docilidad. No es resignación, sino esperanza activa.


3. Evangelio: El Maestro llega a su hora

Jesús nos recuerda hoy que el Hijo del Hombre vendrá cuando menos lo pensemos. No se trata solo de la venida final, sino también de las irrupciones cotidianas del Señor en nuestra historia. Dios se nos manifiesta en momentos imprevistos, a través de personas, acontecimientos o cruces que no esperábamos.

El Evangelio nos pide estar preparados: “Tengan ceñida la cintura y encendidas las lámparas.” Esa imagen es la del servidor que no se relaja, que permanece despierto, disponible.
Vigilar no significa vivir con miedo, sino vivir con atención amorosa. Es mantener el corazón despierto para reconocer los pasos de Dios en medio de la noche.

Alguien lo resume maravillosamente:

“Saber acoger con la misma confianza los silencios de Dios y sus venidas inesperadas, ese es el secreto de la vida cristiana.”

Cuántas veces Dios nos desconcierta porque no responde cuando queremos, o responde de manera diferente a lo que pedimos. Pero en esa pedagogía divina se esconde su sabiduría: Él no se adapta a nuestras prisas, sino que moldea nuestra esperanza.


4. San Juan Pablo II: vivir al compás del Espíritu

Hoy, en la memoria de San Juan Pablo II, comprendemos esta enseñanza con más profundidad. Su vida fue una escuela del “ritmo de Dios”:

·        Esperó con paciencia la libertad de su pueblo bajo el comunismo.

·        Soportó la enfermedad sin perder la alegría.

·        Llevó al mundo entero el mensaje de Cristo, confiando en que el Evangelio daría fruto en su tiempo, no necesariamente en el suyo.

Él no forzó el ritmo de la historia, sino que se dejó guiar por el ritmo del Espíritu. Y por eso fue fecundo: porque caminó al paso de Dios, no al de las urgencias humanas.
Su lema “Totus tuus” (Todo tuyo, María) expresa esa confianza plena: poner el reloj de nuestra vida en las manos del Padre.


5. El Rosario: oración del ritmo divino

El mes del Rosario es una oportunidad para aprender este ritmo interior.
Cada Avemaría, repetida con calma, es como el tic-tac del corazón de la Virgen que acompasa el nuestro al del Hijo. No hay prisa en el Rosario; hay contemplación.
Mientras el mundo corre, la oración mariana nos enseña a respirar al compás de Dios, a mirar la vida desde la paciencia de su amor.

Así también, en el mes de las Misiones, comprendemos que el Evangelio se anuncia no con ansiedad, sino con fidelidad. El misionero verdadero no impone, sino que espera el momento de Dios en cada alma, con ternura y esperanza.


6. Oración por los enfermos: el tiempo que se hace gracia

Queridos hermanos, hoy elevamos una oración especial por los enfermos, por quienes viven la lentitud del sufrimiento y la espera. En ellos el ritmo de Dios se hace más visible: cada día es don, cada minuto es gracia.
El dolor, asumido con fe, se convierte en un diálogo silencioso entre el alma y su Creador. Dios parece callar, pero en realidad habla en el lenguaje del amor crucificado.

Pidamos que los enfermos sientan la presencia del Señor que no llega tarde, que actúa en su hora, y que su cruz se convierta en semilla de esperanza para todos.


7. Aplicación jubilar: peregrinos al paso de Dios

En este Año Jubilar de la Esperanza, el Evangelio nos invita a caminar al paso de Dios.

·        No adelantarnos con impaciencia,

·        No quedarnos atrás con miedo,

·        Sino seguir el ritmo del Espíritu, que siempre llega a tiempo.

El verdadero peregrino no se desespera por llegar, sino que disfruta del camino. Cada día vivido en fidelidad, cada servicio ofrecido, cada oración dicha con amor, es un paso más en la peregrinación hacia la casa del Padre.


8. Oración final

Señor Jesús, Maestro del tiempo y de la eternidad,
enséñanos a vivir al compás de tu voluntad.
Cuando parezcas callar, que no nos falte la fe;
cuando llegues de improviso, que nos encuentres despiertos.

Haznos dóciles a tu ritmo,
perseverantes en la esperanza,
servidores fieles en medio del mundo.

Que, como San Juan Pablo II,
sepamos confiar en tus silencios
y alegrarnos con tus venidas inesperadas.

Virgen María, Madre del Rosario,
acompasa nuestro corazón al tuyo,
para que podamos caminar, siempre,
al ritmo de Dios.

Amén.

 

3

 

🕊“El Señor viene… hoy” (Lc 12,39-48)

 

1. Introducción: El Dios que llega a cada instante

“Ustedes también estén preparados, porque a la hora que menos piensen vendrá el Hijo del Hombre.”
Estas palabras de Jesús, tomadas del Evangelio de San Lucas, son tan claras como profundas. No nos invitan al miedo, sino a la conciencia viva de la presencia constante de Dios.
Jesús no nos habla solo del fin del mundo o del juicio final, sino del encuentro cotidiano con Él, de su paso silencioso por nuestra vida, de su venida diaria en los acontecimientos más simples.

En este día en que recordamos a San Juan Pablo II, el Papa peregrino, el misionero de la esperanza, el hombre que vivió “preparado” hasta el último suspiro, el Evangelio nos llama a vivir despiertos, atentos, disponibles, confiando que el Señor viene hoy, no solo al final de los tiempos, sino en cada momento que nos abre a la gracia.


2. Primera lectura: “Ya no reine el pecado en ustedes” (Rom 6,12-18)

San Pablo nos recuerda que el verdadero peligro no es morir físicamente, sino morir espiritualmente, dejando que el pecado reine en nuestro cuerpo y esclavice el alma. La vigilancia a la que nos llama Jesús tiene que ver, precisamente, con esto: con cuidar el corazón, con no dejar que se adormezca en la rutina o en la tibieza.

A menudo vivimos anestesiados: corremos de una tarea a otra, nos distraemos con lo efímero, y nos olvidamos de que la eternidad ya ha comenzado. El cristiano que vive en gracia no teme la muerte, porque sabe que cada día puede ser una oportunidad para decir “sí” a Dios, una oportunidad para dejarlo entrar.

Estar preparados, como dice el apóstol, no es vivir asustados ante el fin, sino vivir despiertos ante el amor: libres del pecado, comprometidos con el bien, dispuestos a servir. La santidad —esa que San Juan Pablo II tanto proclamó— no es otra cosa que vivir la vida ordinaria con un corazón extraordinariamente atento.


3. Evangelio: El Señor viene hoy

Jesús usa una imagen fuerte: la del ladrón que llega sin aviso.
Nadie espera un robo, nadie desea una irrupción en su casa. Pero la comparación es provocadora: el Reino de Dios también irrumpe en nuestra vida cuando menos lo esperamos.
El problema no es que Dios tarde, sino que nosotros vivimos distraídos, sin darnos cuenta de que Él viene constantemente.

Alguien reflexionaba bellamente y dice sobre este evangelio:

“Si puedes vivir cada día con la expectativa de que el Señor viene a ti hoy, cada momento puede convertirse en un momento de gracia.”

Dios llega hoy: en la persona del enfermo que nos necesita, en la oración que hacemos con cansancio, en el silencio que interrumpe nuestras prisas, en el pobre que llama a la puerta, en la Eucaristía que nos espera cada mañana.
Su venida no siempre es espectacular, pero siempre es real.


4. San Juan Pablo II: un hombre que vivió preparado

La figura de San Juan Pablo II encarna este Evangelio.
Vivió siempre de pie, aun cuando su cuerpo ya no podía sostenerse. No esperó el fin para estar listo; vivió preparado día tras día, sabiendo que cada jornada era un regalo y una misión.
Su enfermedad no lo detuvo; su sufrimiento fue oración; su silencio final fue predicación.

El mundo entero lo vio “esperar al Señor” con serenidad. Y cuando finalmente el Maestro vino a buscarlo, en aquella noche del 2 de abril de 2005, el Papa polaco estaba listo. Había cumplido su misión.
Su testimonio nos recuerda que la vigilancia cristiana no es ansiedad, sino confianza amorosa.
Que esperar al Señor no es mirar el reloj, sino vivir con el corazón abierto.


5. El mes del Rosario: escuela de vigilancia

En este mes del Rosario, María nos enseña cómo se espera a Dios.
Ella no sabía el “día ni la hora”, pero vivió siempre disponible. En Nazaret, en Caná, en el Calvario… su vida fue una oración constante de vigilancia amorosa.
Cada “Dios te salve María” que rezamos es como encender una lámpara.
El Rosario, repetido con fe, nos hace habitantes del presente de Dios. Nos enseña a mirar con calma, a descubrir la presencia del Señor en lo cotidiano, a convertir el paso del tiempo en camino de gracia.

Así también, este mes misionero nos invita a llevar esa presencia de Cristo a los demás. Quien vive vigilante se convierte en testigo, en centinela de esperanza, en misionero de la luz.


6. Una mirada hacia los enfermos: los vigilantes del dolor

Nuestra intención orante de hoy es por los enfermos.
Ellos conocen como pocos lo que significa esperar: una curación, una palabra, un consuelo, un amanecer.
En ellos el Evangelio se hace carne: aprenden que el Señor viene no solo con sanación, sino con presencia, que no siempre quita el dolor, pero nunca deja solos a quienes sufren.

El enfermo que reza, que ofrece su dolor, que confía en Dios, es un testigo de la vigilancia del alma. En su cama, muchas veces silenciosa, está encendida una lámpara que ilumina más que mil discursos.
Oremos por ellos, para que el Señor los fortalezca y los haga sentir su cercanía hoy, no mañana, sino hoy.


7. Aplicación jubilar: vivir preparados

En este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, el Evangelio nos pide una actitud esencial: estar listos para la visita del Señor.
No sabemos cuándo vendrá el final, pero sí sabemos que Él viene todos los días:

·        Viene en la Palabra proclamada,

·        en la Eucaristía compartida,

·        en el hermano necesitado,

·        en el momento inesperado en que toca el corazón.

Por eso, la vigilancia no es miedo al juicio, sino deseo de comunión.
Prepararse para su venida final es aprender a reconocer sus venidas diarias.
Cada día puede ser el último… o el primero de una vida nueva en Dios.


8. Oración final

Señor Jesús,
Tú vienes a nosotros cada día, en silencio, en ternura, en sorpresa.
Enséñanos a reconocerte en lo pequeño,
a mantener encendida la lámpara de la fe.

Que nuestras obras sean testimonio de tu amor,
que vivamos vigilantes, confiados y disponibles.

Que, como San Juan Pablo II,
sepamos recibirte con alegría, aun en medio del dolor.

Te pedimos por los enfermos, por los cansados,
por quienes esperan una respuesta de tu amor.

Que María, Madre del Rosario,
nos enseñe a escuchar tu paso cada día
y a responderte con un corazón siempre dispuesto.

Amén.

 

 

22 de octubre:

San Juan Pablo II, Papa — Memoria libre

1920–2005
Patrono de las Jornadas Mundiales de la Juventud
Canonizado por el Papa Francisco el 27 de abril de 2014



Cita:

“¡No tengan miedo! ¡Abran de par en par las puertas a Cristo!
A su poder salvador, abran las fronteras de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo sabe lo que hay en el hombre. Solo Él lo sabe.
Con tanta frecuencia, hoy el hombre no sabe lo que hay dentro de sí, en lo profundo de su mente y de su corazón. A menudo está inseguro sobre el sentido de su vida en esta tierra. Lo asaltan la duda y la desesperación.
Les pedimos, por tanto, les suplicamos con humildad y confianza: dejen que Cristo hable al hombre. Solo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna.”


~Homilía inaugural del Papa Juan Pablo II


Reflexión

Karol Józef Wojtyła, el futuro San Juan Pablo II, nació en la ciudad polaca de Wadowice, el más joven de tres hijos, apenas dos años después de que Polonia recuperara su independencia tras 123 años de particiones y dominio extranjero de los imperios ruso, austríaco y prusiano.

De niño era conocido cariñosamente como Lolek, diminutivo afectuoso de Karol (Carlos). Aunque Polonia era libre en su infancia, Karol conoció el sufrimiento desde muy temprano. Nunca llegó a conocer a su hermana mayor, que murió pocas horas después de nacer. Cuando tenía ocho años, murió su madre; y a los doce, perdió a su hermano mayor, quedando solo con su padre, Karol Sr.

A pesar de tantas tragedias, su padre marcó profundamente su vida. Karol diría más tarde:

“Su ejemplo fue para mí una especie de primer seminario, un seminario doméstico.”

Su padre le enseñó a rezar, a confiar en Dios, a amar a la Virgen María y a valorar su cultura polaca. Con frecuencia, el pequeño Karol veía a su padre de rodillas rezando el rosario en su humilde hogar.


Karol estudió en su ciudad natal y luego en el Instituto Estatal Marcin Wadowita. Participó activamente en actividades extracurriculares como el teatro, el deporte y la poesía. En 1938 se trasladó con su padre a Cracovia, donde ingresó en la Universidad Jaguelónica, la más antigua de Polonia, fundada en 1364 por el rey Casimiro el Grande.

Allí se especializó en filosofía y lenguas, llegando a dominar al menos ocho idiomas y a tener competencia en varios más. Pero apenas un año después, el 1º de septiembre de 1939, la Alemania nazi invadió Polonia, iniciando la Segunda Guerra Mundial.

El 6 de noviembre de 1939, la Gestapo arrestó a 180 profesores y empleados de la universidad, enviándolos a campos de concentración para destruir la vida cultural polaca. La universidad fue clausurada, y todos los jóvenes debían trabajar obligatoriamente.

Karol, junto con otros estudiantes, continuó sus estudios de manera clandestina, arriesgando su vida. Al mismo tiempo, trabajó en una cantera y en una fábrica química para evitar ser deportado.


En 1940, un amigo le introdujo en la espiritualidad carmelitana, y su vida de oración floreció. El 18 de febrero de 1941, murió su padre, dejándolo completamente solo. Tenía apenas 21 años.

A pesar de su dolor, Karol percibió una nueva llamada interior: el sacerdocio. Un año y medio después, habló con el arzobispo de Cracovia, Adam Stefan Sapieha, quien lo invitó a ingresar en el seminario clandestino que él mismo dirigía.

El 6 de agosto de 1944, durante una redada masiva, entre seis y ocho mil polacos —la mayoría jóvenes— fueron detenidos y enviados al campo de concentración de Plaszow. Karol logró esconderse en casa de su tío y escapar por poco. Luego se refugió en la residencia arzobispal hasta que Cracovia fue liberada por el Ejército Rojo el 19 de enero de 1945. Poco después, el seminario reabrió sus puertas.


El 1 de noviembre de 1946, Karol fue ordenado sacerdote por el cardenal Sapieha. Este lo envió a Roma, donde obtuvo el doctorado en teología en la Universidad del Angelicum con una tesis titulada “La doctrina de la fe en San Juan de la Cruz.”

Durante su estancia en Italia visitó el monasterio capuchino de San Giovanni Rotondo, donde vivía el místico Padre Pío. Se dice que, durante la confesión, el Padre Pío le profetizó que algún día ocuparía “el más alto cargo de la Iglesia”. Décadas después, en 2002, el mismo Juan Pablo II canonizó al Padre Pío, aquel confesor que le había anunciado su destino.


Al regresar a Polonia, el joven sacerdote ejerció su ministerio parroquial durante diez años, enseñó ética en la Universidad Jaguelónica y en la Universidad Católica de Lublin, obtuvo un segundo doctorado en filosofía y escribió poesías, obras de teatro y ensayos religiosos.

Fue también capellán universitario, reuniendo grupos de estudiantes para orar, conversar y realizar excursiones en kayak y campamentos llamados Środowisko (“comunidad”). Dado que los sacerdotes tenían prohibido participar abiertamente en esas actividades bajo el régimen comunista, los jóvenes lo llamaban cariñosamente “Wujek” (“tío”).


En 1958, mientras estaba de campamento, recibió una carta urgente: el cardenal Wyszyński lo llamaba a Varsovia. Después de remar de regreso, tomar un camión lechero y ponerse su sotana, llegó al cardenal, quien le comunicó que el Papa Pío XII lo había nombrado obispo auxiliar de Cracovia. Tenía solo 38 años, el obispo más joven de la historia de Polonia.

Pasó esa noche en oración y, al día siguiente, celebró misa para sus amigos, diciéndoles con sencillez:

“No se preocupen, Wujek seguirá siendo Wujek.”

Como obispo, mantuvo su estilo de vida humilde, su cercanía con los jóvenes y su alegría pastoral.


En 1962 se convirtió en administrador temporal de la arquidiócesis de Cracovia y participó activamente en el Concilio Vaticano II, donde realizó importantes aportes teológicos. En 1964, el Papa Pablo VI lo nombró arzobispo de Cracovia, y en 1967 lo creó cardenal.


Tras la muerte de Pablo VI, en agosto de 1978, el cardenal Wojtyła participó en el cónclave que eligió a Juan Pablo I, quien moriría apenas 33 días después. En el segundo cónclave, los cardenales se decidieron por el cardenal de Cracovia, de 58 años. Fue elegido el 16 de octubre de 1978, tomando el nombre de Juan Pablo II, el primer papa no italiano en 455 años. La profecía del Padre Pío se cumplía.

En su primera aparición ante el pueblo en la Plaza de San Pedro, pronunció estas palabras:

“Los cardenales han elegido un nuevo obispo de Roma... Lo han llamado desde una tierra lejana, pero siempre cercana por la fe y las tradiciones cristianas.”

Y en su homilía inaugural pronunció su famoso grito:

“¡No tengan miedo! ¡Abran de par en par las puertas a Cristo!”


El Papa Juan Pablo II realizó 129 viajes internacionales, reuniendo multitudes nunca vistas. Se encontró con líderes políticos, celebró misas multitudinarias, creó las Jornadas Mundiales de la Juventud, sobrevivió a un atentado, y se convirtió en una de las personalidades más carismáticas de la historia. Siempre procuraba hablar en el idioma del pueblo que visitaba.

Su visita a Polonia en 1979 marcó un antes y un después: encendió una esperanza nacional que desembocó en el Movimiento Solidaridad, contribuyendo a la caída del comunismo en Europa del Este.
En 1983, el líder sindical Lech Wałęsa recibió el Premio Nobel de la Paz, y en 1990 se convirtió en el primer presidente elegido democráticamente en Polonia, abriendo el camino a la libertad en toda la región.


San Juan Pablo II fue el Papa más prolífico en escritos: 14 encíclicas, 14 exhortaciones apostólicas, 45 cartas apostólicas, 11 constituciones, 30 motu proprio, además de catequesis, homilías, obras teatrales y libros.
Reformó el Código de Derecho Canónico y promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica.
También fue el papa que canonizó más santos en la historia, 482 canonizaciones y 1.338 beatificaciones, reflejando su deseo de mostrar la santidad como una vocación universal.

Entre sus canonizaciones más emblemáticas está la de Santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina Misericordia. Durante esa ceremonia en el año 2000, instituyó la Fiesta de la Divina Misericordia, celebrada el segundo domingo de Pascua.


Después de una vida intensa y entregada, enfermo de Parkinson, Juan Pablo II murió el 2 de abril de 2005, víspera del Domingo de la Divina Misericordia.

Fue el tercer papa más longevo de la historia y una de las figuras más influyentes del siglo XX. Navegó a la Iglesia a través de tiempos difíciles, manteniendo viva la esperanza y la fe en Cristo.


Oración

San Juan Pablo II, tu vida comenzó entre pérdidas humanas,
pero Dios te confió luego a toda la humanidad como padre y pastor.

Ruega por nosotros, para que las pruebas no apaguen nuestra fe,
ni el dolor nos aparte del servicio al Evangelio.

Enséñanos a abrir las puertas a Cristo sin miedo,
a mirar el futuro con esperanza,
y a confiar siempre en la misericordia de Dios.

San Juan Pablo II, ruega por nosotros.

Jesús, en Ti confío.

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Gracias por visitar mi blog, Deje sus comentarios que si son hechos con respeto y seriedad, contestaré con mucho gusto. Gracias. Bendiciones




22 de octubre del 2025: miércoles de la vigésimo novena semana del tiempo ordinario-I- San Juan Pablo II, papa-memoria opcional

  Santo del día: San Juan Pablo II, papa 1920-2005. «¡No tengan miedo! ¡Abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo!»: estas fuer...