Santo del día:
San Juan Pablo II, papa
1920-2005.
«¡No tengan miedo! ¡Abrid, abrid de par en par
las puertas a Cristo!»: estas fueron las memorables palabras de
Juan Pablo II al inaugurar su pontificado el 22 de octubre de 1978. Fue
canonizado en 2014.
El ritmo de Dios
(Lc 12, 39-48) “Será
a la hora que menos piensen cuando venga el Hijo del Hombre.”
El tiempo de Dios no es
nuestro tiempo. Lo invocamos con insistencia, lo llamamos con apremio, y muchas
veces solo encontramos silencio. Lo olvidamos, y de pronto Él se manifiesta
inesperadamente. El ritmo de Dios nos desconcierta, nos descoloca, nos saca de
nuestros esquemas. Saber acoger con la misma confianza tanto sus aparentes
silencios como sus llegadas imprevistas: he ahí quizás el verdadero secreto de
la vida cristiana.
Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin
Primera lectura
Ofrézcanse a
Dios como quienes han vuelto a la vida desde la muerte
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
HERMANOS:
Que el pecado no siga reinando en su cuerpo mortal, sometiéndose a sus deseos;
no pongan sus miembros al servicio del pecado, como instrumentos de injusticia;
antes bien, ofrézcanse a Dios como quienes han vuelto a la vida desde la
muerte, y pongan sus miembros al servicio de Dios, como instrumentos de la
justicia.
Porque el pecado no ejercerá su dominio sobre ustedes: pues no están bajo ley,
sino bajo gracia.
Entonces, ¿qué? ¿Pecaremos, puesto que no estamos bajo ley, sino bajo gracia?
¡En absoluto!
¿No saben que, cuando ustedes se ofrecen a alguien como esclavos para
obedecerlo, se hacen esclavos de aquel a quien obedecen: bien del pecado, para
la muerte, bien de la obediencia, para la justicia?
Pero gracias sean dadas a Dios, porque eran esclavos del pecado, mas han
obedecido de corazón al modelo de doctrina al que fueron entregados; liberados
del pecado, ustedes se han hecho esclavos de la justicia.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Nuestro
auxilio es el nombre del Señor.
V. Si el Señor
no hubiera estado de nuestra parte
—que lo diga Israel—,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros. R.
V. Nos habrían
arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas impetuosas.
Bendito el Señor,
que no nos entregó
en presa a sus dientes. R.
V. Hemos
salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió,
y escapamos.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R.
Aclamación
V. Estén en
vela y preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del hombre. R.
Evangelio
Al que mucho
se le dio, mucho se le reclamará
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría
y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo ustedes, estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el
Hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?».
Y el Señor dijo:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente
de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose
así. En verdad les digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y
empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse,
vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo
castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de
acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha
hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más
aún se le pedirá».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: Vivir con el corazón despierto
En este
miércoles del tiempo ordinario, recordamos a San Juan Pablo II, el Papa
de la esperanza, el misionero incansable, el hombre que proclamó al mundo
entero: “¡No tengan miedo! ¡Abran las puertas a Cristo!” En él
contemplamos lo que significa vivir “con la cintura ceñida”: una existencia
gastada en el servicio, un alma vigilante, una fe sin cansancio.
Y
mientras el mes del Rosario nos invita a recorrer, de la mano de María, los
misterios de Cristo, también el Año Jubilar nos exhorta a ser
“peregrinos de esperanza” en un mundo herido, distraído y tantas veces
anestesiado por el ruido y la prisa.
2. Primera lectura: De la muerte del pecado a la
vida de Cristo (Rom 6,12-18)
San Pablo
nos recuerda: “No reine, pues, el pecado en su cuerpo mortal, de modo que
obedezcan a sus pasiones”. La verdadera muerte no es la biológica, sino
aquella que ocurre cuando dejamos de amar, cuando dejamos de luchar, cuando el
egoísmo o la tristeza apagan en nosotros el deseo de servir.
El
cristiano no huye del dolor, sino que lo transforma; no se cierra en su miedo,
sino que lo entrega. Por eso, la fe en Cristo nos vuelve solidarios, nos
impulsa a compartir y nos hace experimentar la comunión. La vida
en Cristo no es evasión, sino compromiso; no es pasividad, sino resurrección
cotidiana.
3. Evangelio: Sujetemos los cinturones del alma (Lc
12,39-48)
Jesús nos
habla hoy con la imagen del servidor fiel y vigilante. El Señor puede llegar en
cualquier momento, y el verdadero discípulo no se duerme, sino que mantiene su
lámpara encendida.
“Sujetemos
nuestros cinturones” , dice alguien comentando sobre este evangelio, como quien se dispone a emprender
camino. El creyente vigilante no se instala en el confort, sino que se pone en
movimiento. En clave jubilar, esto significa no quedarnos estancados en lo de
siempre, sino abrirnos a la conversión, al perdón, a la renovación interior.
La
vigilancia cristiana no es pasiva, sino activa: cuidar de los enfermos,
acompañar a los tristes, sostener a los que se han cansado de creer. Cada gesto
de amor es una lámpara encendida que anuncia la presencia de Dios.
4. San Juan Pablo II: testigo de la esperanza
Recordar
hoy a San Juan Pablo II es contemplar a un hombre ceñido con la verdad del
Evangelio, que no se dejó detener por el miedo, la enfermedad ni el peso de
los años. Desde su juventud marcada por la guerra y la pérdida, hasta sus
últimos días de dolor y silencio, fue un servidor vigilante que supo repetir
con su vida: “Totus tuus” —todo tuyo, María—.
5. El mes del Rosario: María, maestra de vigilancia
En el mes
del Rosario, María nos enseña a vigilar desde la fe. Ella supo esperar en
silencio, velar en la noche de la Cruz y acoger la aurora de la Resurrección.
Cada Ave María que pronunciamos es una chispa de luz que mantiene nuestra
lámpara encendida.
Cuando
oramos el Rosario por los enfermos, por los misioneros, por los que están
cansados o solos, nos unimos al corazón maternal de la Virgen que nunca se
duerme, que siempre vela por sus hijos.
6. Aplicación pastoral y jubilar
En este Año
de la Esperanza, el Señor nos pide una vigilancia activa, concreta:
- Estemos atentos a los rostros
del dolor en nuestras comunidades: los enfermos, los ancianos, los que
viven sin fe.
- Cuidemos el fuego
interior: la oración diaria, el silencio, el Rosario, la Eucaristía.
- No caigamos en la apatía
espiritual que nos roba la alegría de servir.
- Transformemos nuestras
“pantallas” y rutinas en ocasiones para evangelizar. Que las redes
y los medios sean caminos para anunciar la Buena Nueva, como lo hacía San
Juan Pablo II con su palabra y su gesto.
7. Oración final
Señor
Jesús,
danos un corazón vigilante y una fe encendida.
No permitas que el ruido del mundo apague en nosotros el deseo de amarte.
Que, como San Juan Pablo II, vivamos cada día ceñidos con la esperanza,
disponibles para servir, dispuestos a salir al encuentro de los hermanos.
María,
Madre del Rosario y Estrella de la Evangelización,
enséñanos a esperar en silencio, a perseverar en la misión,
a velar en la noche de la prueba con la lámpara de la fe.
Amén.
2
EL RITMO DE DIOS EN NUESTRA
VIDA
1. Introducción: Cuando Dios parece callar
Queridos
hermanos y hermanas,
el
Evangelio de hoy (Lc 12,39-48) nos invita a meditar en el misterio del tiempo
de Dios.
“Será a la hora que menos piensen cuando venga el Hijo del Hombre.” Es una
frase que sacude, que nos recuerda que Dios no se ajusta a nuestros relojes, que su paso por
nuestra vida a veces es imprevisible, silencioso, incluso desconcertante.
Vivimos
en una cultura de la inmediatez, donde todo se mide por la rapidez, la eficacia
y el resultado inmediato. Sin embargo, el ritmo de Dios no es el del mercado, ni
el del reloj, ni el de las redes. El ritmo de Dios es el de la paciencia, la
misericordia y el amor. Es un ritmo que educa el corazón, que enseña a esperar,
a confiar, a vigilar con serenidad.
2. Primera lectura: Entre el silencio y la fidelidad (Rom
6,12-18)
San Pablo, en
la carta a los Romanos, nos habla de un cambio radical: pasar de ser esclavos del pecado a
servidores de la justicia. Ese tránsito no ocurre en un instante mágico;
es un proceso, una transformación profunda que requiere tiempo, disciplina
interior, vigilancia.
Dios obra en
nosotros con un ritmo que no siempre comprendemos. A veces sentimos que no pasa
nada, que nuestras oraciones no tienen respuesta, que nuestros esfuerzos
espirituales no producen fruto. Pero en esos silencios se gesta lo más
importante: la libertad interior, la madurez de la fe, la firmeza del amor.
El problema no
es el silencio de Dios, sino nuestra impaciencia. Queremos que el
Espíritu actúe según nuestra agenda, pero Él —como el viento— sopla cuando y
donde quiere. Por eso, la vida cristiana es aprendizaje del tiempo de Dios. No es pasividad, sino
docilidad. No es resignación, sino esperanza activa.
3. Evangelio: El Maestro llega a su hora
Jesús nos
recuerda hoy que el Hijo del Hombre vendrá cuando menos lo pensemos. No se
trata solo de la venida final, sino también de las irrupciones
cotidianas
del Señor en nuestra historia. Dios se nos manifiesta en momentos imprevistos,
a través de personas, acontecimientos o cruces que no esperábamos.
Alguien lo resume maravillosamente:
“Saber acoger
con la misma confianza los silencios de Dios y sus venidas inesperadas, ese es
el secreto de la vida cristiana.”
Cuántas veces
Dios nos desconcierta porque no responde cuando queremos, o responde de manera
diferente a lo que pedimos. Pero en esa pedagogía divina se esconde su
sabiduría: Él no se adapta a nuestras prisas, sino que moldea nuestra
esperanza.
4. San Juan Pablo II: vivir al compás del Espíritu
Hoy, en la
memoria de San
Juan Pablo II,
comprendemos esta enseñanza con más profundidad. Su vida fue una escuela del
“ritmo de Dios”:
·
Esperó
con paciencia la libertad de su pueblo bajo el comunismo.
·
Soportó
la enfermedad sin perder la alegría.
·
Llevó
al mundo entero el mensaje de Cristo, confiando en que el Evangelio daría fruto
en su tiempo, no necesariamente en el suyo.
5. El Rosario: oración del ritmo divino
Así también,
en el mes de las Misiones, comprendemos que el Evangelio se anuncia no con
ansiedad, sino con fidelidad. El misionero verdadero no impone, sino que espera el momento de
Dios
en cada alma, con ternura y esperanza.
6. Oración por los enfermos: el tiempo que se hace gracia
Pidamos que
los enfermos sientan la presencia del Señor que no llega tarde, que actúa en su
hora, y que su cruz se convierta en semilla de esperanza para todos.
7. Aplicación jubilar: peregrinos al paso de Dios
En este Año Jubilar de la
Esperanza,
el Evangelio nos invita a caminar al paso de Dios.
·
No
adelantarnos con impaciencia,
·
No
quedarnos atrás con miedo,
·
Sino
seguir
el ritmo del Espíritu, que siempre llega a tiempo.
El verdadero
peregrino no se desespera por llegar, sino que disfruta del camino. Cada día vivido en
fidelidad, cada servicio ofrecido, cada oración dicha con amor, es un paso más
en la peregrinación hacia la casa del Padre.
8. Oración final
Señor
Jesús, Maestro del tiempo y de la eternidad,
enséñanos a vivir al compás de tu voluntad.
Cuando parezcas callar, que no nos falte la fe;
cuando llegues de improviso, que nos encuentres despiertos.
Haznos
dóciles a tu ritmo,
perseverantes en la esperanza,
servidores fieles en medio del mundo.
Que, como
San Juan Pablo II,
sepamos confiar en tus silencios
y alegrarnos con tus venidas inesperadas.
Virgen
María, Madre del Rosario,
acompasa nuestro corazón al tuyo,
para que podamos caminar, siempre,
al ritmo de Dios.
Amén.
3
🕊️ “El Señor viene… hoy” (Lc 12,39-48)
1. Introducción: El Dios que llega a cada instante
En este día en
que recordamos a San
Juan Pablo II,
el Papa peregrino, el misionero de la esperanza, el hombre que vivió
“preparado” hasta el último suspiro, el Evangelio nos llama a vivir despiertos, atentos, disponibles,
confiando que el
Señor viene hoy,
no solo al final de los tiempos, sino en cada momento que nos abre a la gracia.
2. Primera lectura: “Ya no reine el pecado en ustedes” (Rom
6,12-18)
San Pablo nos
recuerda que el verdadero peligro no es morir físicamente, sino morir espiritualmente, dejando que el pecado
reine en nuestro cuerpo y esclavice el alma. La vigilancia a la que nos llama
Jesús tiene que ver, precisamente, con esto: con cuidar el corazón, con no
dejar que se adormezca en la rutina o en la tibieza.
A menudo
vivimos anestesiados: corremos de una tarea a otra, nos distraemos con lo
efímero, y nos olvidamos de que la eternidad ya ha comenzado. El cristiano que vive
en gracia no teme la muerte, porque sabe que cada día puede ser una oportunidad
para decir “sí” a Dios, una oportunidad para dejarlo entrar.
Estar
preparados, como dice el apóstol, no es vivir asustados ante el fin, sino vivir despiertos ante
el amor:
libres del pecado, comprometidos con el bien, dispuestos a servir. La santidad
—esa que San Juan Pablo II tanto proclamó— no es otra cosa que vivir la vida
ordinaria con un corazón extraordinariamente atento.
3. Evangelio: El Señor viene hoy
Alguien reflexionaba bellamente y dice sobre este evangelio:
“Si puedes
vivir cada día con la expectativa de que el Señor viene a ti hoy, cada momento
puede convertirse en un momento de gracia.”
4. San Juan Pablo II: un hombre que vivió preparado
5. El mes del Rosario: escuela de vigilancia
Así también,
este mes misionero nos invita a llevar esa presencia de Cristo a los
demás.
Quien vive vigilante se convierte en testigo, en centinela de esperanza, en
misionero de la luz.
6. Una mirada hacia los enfermos: los vigilantes del dolor
7. Aplicación jubilar: vivir preparados
·
Viene
en la Palabra proclamada,
·
en
la Eucaristía compartida,
·
en
el hermano necesitado,
·
en
el momento inesperado en que toca el corazón.
8. Oración final
Señor
Jesús,
Tú vienes a nosotros cada día, en silencio, en ternura, en sorpresa.
Enséñanos a reconocerte en lo pequeño,
a mantener encendida la lámpara de la fe.
Que
nuestras obras sean testimonio de tu amor,
que vivamos vigilantes, confiados y disponibles.
Que, como
San Juan Pablo II,
sepamos recibirte con alegría, aun en medio del dolor.
Te pedimos
por los enfermos, por los cansados,
por quienes esperan una respuesta de tu amor.
Que María,
Madre del Rosario,
nos enseñe a escuchar tu paso cada día
y a responderte con un corazón siempre dispuesto.
Amén.
22 de octubre:
San Juan Pablo II, Papa —
Memoria libre
1920–2005
Patrono
de las Jornadas Mundiales de la Juventud
Canonizado
por el Papa Francisco el 27 de abril de 2014
Cita:
“¡No tengan miedo! ¡Abran de par en par las
puertas a Cristo!
A su poder salvador, abran las fronteras de los Estados, los sistemas
económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización y
del desarrollo. ¡No tengan miedo! Cristo sabe lo que hay en el hombre. Solo Él
lo sabe.
Con tanta frecuencia, hoy el hombre no sabe lo que hay dentro de sí, en lo
profundo de su mente y de su corazón. A menudo está inseguro sobre el sentido
de su vida en esta tierra. Lo asaltan la duda y la desesperación.
Les pedimos, por tanto, les suplicamos con humildad y confianza: dejen que
Cristo hable al hombre. Solo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna.”
~Homilía inaugural del Papa Juan Pablo II
Reflexión
Karol Józef
Wojtyła, el futuro San Juan Pablo II, nació en la ciudad polaca de Wadowice, el más joven de tres
hijos, apenas dos años después de que Polonia recuperara su independencia tras
123 años de particiones y dominio extranjero de los imperios ruso, austríaco y
prusiano.
De niño era
conocido cariñosamente como Lolek, diminutivo afectuoso
de Karol (Carlos). Aunque Polonia era libre en su infancia, Karol conoció el
sufrimiento desde muy temprano. Nunca llegó a conocer a su hermana mayor, que
murió pocas horas después de nacer. Cuando tenía ocho años, murió su madre; y a
los doce, perdió a su hermano mayor, quedando solo con su padre, Karol Sr.
A pesar de
tantas tragedias, su padre marcó profundamente su vida. Karol diría más tarde:
“Su ejemplo
fue para mí una especie de primer seminario, un seminario doméstico.”
Su padre le
enseñó a rezar, a confiar en Dios, a amar a la Virgen María y a valorar su
cultura polaca. Con frecuencia, el pequeño Karol veía a su padre de rodillas
rezando el rosario en su humilde hogar.
Karol estudió
en su ciudad natal y luego en el Instituto Estatal Marcin Wadowita. Participó activamente
en actividades extracurriculares como el teatro, el deporte y la poesía. En
1938 se trasladó con su padre a Cracovia, donde ingresó en la Universidad Jaguelónica, la más antigua de
Polonia, fundada en 1364 por el rey Casimiro el Grande.
Allí se
especializó en filosofía y lenguas, llegando a dominar al menos ocho idiomas y a tener competencia
en varios más. Pero apenas un año después, el 1º de septiembre de 1939, la Alemania nazi
invadió Polonia,
iniciando la Segunda Guerra Mundial.
El 6 de
noviembre de 1939, la Gestapo arrestó a 180 profesores y empleados de la
universidad, enviándolos a campos de concentración para destruir la vida
cultural polaca. La universidad fue clausurada, y todos los jóvenes debían
trabajar obligatoriamente.
Karol, junto
con otros estudiantes, continuó sus estudios de manera clandestina, arriesgando su vida.
Al mismo tiempo, trabajó en una cantera y en una fábrica química para evitar
ser deportado.
En 1940, un
amigo le introdujo en la espiritualidad carmelitana, y su vida de oración
floreció. El 18 de febrero de 1941, murió su padre, dejándolo completamente
solo. Tenía apenas 21 años.
A pesar de su
dolor, Karol percibió una nueva llamada interior: el sacerdocio. Un año y medio
después, habló con el arzobispo de Cracovia, Adam Stefan Sapieha, quien lo invitó a
ingresar en el seminario
clandestino
que él mismo dirigía.
El 6 de agosto
de 1944, durante una redada masiva, entre seis y ocho mil polacos —la mayoría
jóvenes— fueron detenidos y enviados al campo de concentración de Plaszow.
Karol logró esconderse en casa de su tío y escapar por poco. Luego se refugió
en la residencia arzobispal hasta que Cracovia fue liberada por el Ejército Rojo
el 19 de enero de 1945. Poco después, el seminario reabrió sus puertas.
El 1 de noviembre de 1946, Karol fue ordenado sacerdote por el cardenal Sapieha.
Este lo envió a Roma, donde obtuvo el doctorado en teología en la Universidad del
Angelicum con una tesis titulada “La
doctrina de la fe en San Juan de la Cruz.”
Durante su
estancia en Italia visitó el monasterio capuchino de San Giovanni Rotondo, donde vivía el
místico Padre
Pío.
Se dice que, durante la confesión, el Padre Pío le profetizó que algún día
ocuparía “el más alto cargo de la Iglesia”. Décadas después, en 2002, el mismo Juan Pablo II
canonizó al Padre Pío, aquel confesor que le había anunciado su destino.
Al regresar a
Polonia, el joven sacerdote ejerció su ministerio parroquial durante diez años,
enseñó ética en la Universidad Jaguelónica y en la Universidad Católica de
Lublin, obtuvo un segundo doctorado en filosofía y escribió poesías, obras de
teatro y ensayos religiosos.
Fue también capellán universitario, reuniendo grupos de
estudiantes para orar, conversar y realizar excursiones en kayak y campamentos
llamados Środowisko
(“comunidad”). Dado que los sacerdotes tenían prohibido participar abiertamente
en esas actividades bajo el régimen comunista, los jóvenes lo llamaban
cariñosamente “Wujek”
(“tío”).
En 1958,
mientras estaba de campamento, recibió una carta urgente: el cardenal Wyszyński
lo llamaba a Varsovia. Después de remar de regreso, tomar un camión lechero y
ponerse su sotana, llegó al cardenal, quien le comunicó que el Papa Pío XII lo
había nombrado obispo
auxiliar de Cracovia. Tenía solo 38 años, el obispo más joven de la historia de
Polonia.
Pasó esa noche
en oración y, al día siguiente, celebró misa para sus amigos, diciéndoles con
sencillez:
“No se
preocupen, Wujek seguirá siendo Wujek.”
Como obispo,
mantuvo su estilo de vida humilde, su cercanía con los jóvenes y su alegría
pastoral.
En 1962 se
convirtió en administrador
temporal de la arquidiócesis de Cracovia y participó activamente en el Concilio Vaticano II, donde realizó
importantes aportes teológicos. En 1964, el Papa Pablo VI lo nombró arzobispo de Cracovia, y en 1967 lo creó cardenal.
Tras la muerte
de Pablo VI, en agosto de 1978, el cardenal Wojtyła participó en el cónclave
que eligió a Juan Pablo I, quien moriría apenas 33 días después. En el segundo
cónclave, los cardenales se decidieron por el cardenal de Cracovia, de 58 años. Fue
elegido el 16
de octubre de 1978, tomando el nombre de Juan Pablo II, el primer papa no
italiano en 455 años. La profecía del Padre Pío se cumplía.
En su primera
aparición ante el pueblo en la Plaza de San Pedro, pronunció estas palabras:
“Los
cardenales han elegido un nuevo obispo de Roma... Lo han llamado desde una
tierra lejana, pero siempre cercana por la fe y las tradiciones cristianas.”
Y en su
homilía inaugural pronunció su famoso grito:
“¡No tengan
miedo! ¡Abran de par en par las puertas a Cristo!”
El Papa Juan
Pablo II realizó 129
viajes internacionales, reuniendo multitudes nunca vistas. Se encontró con
líderes políticos, celebró misas multitudinarias, creó las Jornadas Mundiales de
la Juventud,
sobrevivió a un atentado, y se convirtió en una de las personalidades más
carismáticas de la historia. Siempre procuraba hablar en el idioma del pueblo
que visitaba.
Entre sus
canonizaciones más emblemáticas está la de Santa Faustina Kowalska, apóstol de la Divina
Misericordia. Durante esa ceremonia en el año 2000, instituyó la Fiesta de la Divina
Misericordia,
celebrada el segundo domingo de Pascua.
Después de una
vida intensa y entregada, enfermo de Parkinson, Juan Pablo II murió
el 2
de abril de 2005,
víspera del Domingo de la Divina Misericordia.
Fue el tercer papa más longevo
de la historia
y una de las figuras más influyentes del siglo XX. Navegó a la Iglesia a través
de tiempos difíciles, manteniendo viva la esperanza y la fe en Cristo.
Oración
San
Juan Pablo II, tu vida comenzó entre pérdidas humanas,
pero Dios te confió luego a toda la humanidad como padre y pastor.
Ruega por
nosotros, para que las pruebas no apaguen nuestra fe,
ni el dolor nos aparte del servicio al Evangelio.
Enséñanos a
abrir las puertas a Cristo sin miedo,
a mirar el futuro con esperanza,
y a confiar siempre en la misericordia de Dios.
San Juan
Pablo II, ruega por nosotros.
Jesús,
en Ti confío.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por visitar mi blog, Deje sus comentarios que si son hechos con respeto y seriedad, contestaré con mucho gusto. Gracias. Bendiciones