El que
busca encuentra
(Éxodo 19,1-2.9-11.16-20b / Mateo 13,10-17) Jesús habla a todos en parábolas.
Los discípulos permanecen para hacer preguntas. Ahí está la diferencia: entre
aquellos que se marchan sin preguntar nada, porque tienen demasiado miedo de
comprender, y aquellos que buscan más allá. A estos últimos, que desean
comprender a Jesús, se les dará la revelación del Reino. Curioso paralelismo
con el pueblo en el Sinaí, que ve y escucha, pero desde lejos, sin entrar, como
Moisés, en la intimidad de Dios.
Primera
lectura
El Señor
descendió al monte Sinaí a la vista del pueblo
Lectura del libro del Éxodo.
A los tres meses de salir de la tierra de Egipto, aquel día, los hijos de
Israel llegaron al desierto del Sinaí. Salieron de Refidín, llegaron al
desierto del Sinaí y acamparon allí, frente a la montaña.
El Señor le dijo:
«Voy a acercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda escuchar
cuando yo hable contigo, y te crean siempre».
Y Moisés comunicó al Señor lo que el pueblo había dicho.
El Señor dijo a Moisés:
«Vuelve a tu pueblo y purifícalos hoy y mañana; que se laven la ropa y estén
preparados para el tercer día; pues el tercer día descenderá el Señor sobre la
montaña del Sinaí a la vista del pueblo».
Al tercer día, al amanecer, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre la
montaña; se oía un fuerte sonido de trompeta y toda la gente que estaba en el
campamento se echó a temblar.
Moisés sacó al pueblo del campamento, al encuentro de Dios, y se detuvieron al
pie de la montaña. La montaña del Sinaí humeaba, porque el Señor había
descendido sobre ella en medio de fuego. Su humo se elevaba como el de un horno
y toda la montaña temblaba con violencia.
El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le
respondía con el trueno. El Señor descendió al monte Sinaí, a la cumbre del
monte. El Señor llamó a Moisés a la cima de la montaña.
Palabra de Dios.
Salmo
R. ¡A ti
gloria y alabanza por los siglos!
V. Bendito
eres, Señor, Dios de nuestros padres.
Bendito tu nombre, santo y glorioso. R.
V. Bendito
eres en el templo de tu santa gloria. R.
V. Bendito
eres sobre el trono de tu reino. R.
V. Bendito
eres tú, que sentado sobre querubines sondeas
los abismos. R.
V. Bendito
eres en la bóveda del cielo.R.
Aclamación
V. Bendito
seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios
del reino a los pequeños. R.
Evangelio
A ustedes se
les han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Por qué les hablas en parábolas?».
Él les contestó:
«A ustedes se les han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a
ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene,
se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran
sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de
Isaías:
“Oirán con los oídos sin entender;
mirarán con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,
ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure”.
Pero bienaventurados los ojos de ustedes porque ven y los oídos de ustedes
porque oyen.
En verdad les digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven
y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron».
Palabra del Señor.
1
PRECIOSOS
PARA DIOS, LLAMADOS A ANUNCIAR
1. Dios nos da cita
La primera lectura del libro del Éxodo nos lleva al
Monte Sinaí, donde Israel, tras haber sido liberado de la esclavitud, se
encuentra con Dios. No es un simple encuentro accidental. Es una cita divina,
preparada y querida por Dios. Les dice: “Serán para mí un reino de
sacerdotes y una nación santa”. Y el pueblo responde con entusiasmo: “Haremos
todo lo que dice el Señor”.
Esta escena es profundamente vocacional: Dios llama a un pueblo entero para que viva una relación especial con Él, para que sea testigo de su amor y mediador de su presencia ante las naciones. Dios no elige al pueblo por méritos, sino porque es precioso a sus ojos.
La alianza nace del amor de Dios y la
respuesta libre del pueblo.
Hoy, en este Año Jubilar, Dios sigue
convocando a su Iglesia, sigue reuniendo a sus hijos dispersos, sigue susurrando
al oído de hombres y mujeres: “Ven, que quiero hablar contigo. Te elijo. Te
necesito. Te amo.”
En este contexto, oramos especialmente por las
vocaciones: a la vida consagrada, al ministerio ordenado, al laicado
comprometido, a los nuevos carismas. Cada uno con su misión. Cada uno llamado a
vivir de cara al Sinaí, donde el cielo toca la tierra.
2. Una pedagogía que
desconcierta: parábolas y Reino
El Evangelio de Mateo nos presenta a Jesús usando
un método particular para hablar del Reino: las parábolas. ¿Por qué
parábolas? ¿Por qué no hablar claro, sin rodeos?
Jesús lo dice: “Porque a ustedes se les ha
concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no”.
¿Suena excluyente? No. Jesús no discrimina. Más bien, nos invita a despertar,
a salir de la pereza espiritual, a pasar de la rutina a la búsqueda sincera.
Las parábolas son ventanas hacia lo invisible. No
imponen, proponen. No describen el Reino con conceptos, sino con
imágenes que provocan, sacuden, interpelan. ¿Qué hace uno cuando una
historia le toca el corazón? Se pregunta, se incomoda, se transforma.
En la parábola, la fe se vuelve camino: no
es posesión, es búsqueda; no es teoría, es relación. Solo quien desea ver,
verá. Solo quien quiere oír, oirá.
Y aquí encontramos otro aspecto vocacional: la
evangelización no es simplemente transmitir doctrina, sino hacer gustar del
Reino. Y eso requiere creatividad, humildad, escucha, cercanía. Hoy más que
nunca, la Iglesia necesita evangelizadores narradores de parábolas,
capaces de sembrar semillas en los surcos de la vida cotidiana, sin temor a que
algunas caigan junto al camino.
3. “Bienaventurados los ojos que
ven lo que ustedes ven”
Jesús concluye su explicación con una bienaventuranza
especial: “Dichosos ustedes porque sus ojos ven y sus oídos oyen”.
No se trata de ver con los ojos físicos, sino con los del corazón. Se trata de
tener una mirada espiritual capaz de descubrir a Dios en lo pequeño, en lo
escondido, en lo humilde.
Esa es la mirada del discípulo, del misionero, del
evangelizador: ver más allá de lo evidente. Ver a Cristo en el pobre, en el
joven que duda, en el anciano que espera. Ver la mano de Dios en el proceso, en
el fracaso, en la cruz. Ver vocación en lo ordinario.
4. Peregrinos de la esperanza:
llamados para el Reino
El Año Jubilar que vivimos bajo el lema “Peregrinos
de la Esperanza”, nos recuerda que la vocación cristiana es un camino.
No hemos llegado, estamos en marcha. Como Moisés, como Israel. Como los
discípulos de Jesús.
Hoy necesitamos renovar nuestro "sí" como
pueblo, como Iglesia, como individuos. Un "sí" consciente, maduro,
perseverante. Tal vez ya no con el entusiasmo ingenuo del primer día, pero sí
con el fuego sereno de quien ha probado la fidelidad de Dios a lo largo del
desierto.
🙏 Oración final (homilética):
Señor
Jesús,
Tú que diste cita a tu pueblo en el monte,
danos la gracia de acudir al encuentro contigo con alma despierta.
Que podamos decir como Israel: “Haremos todo lo que el Señor nos dice”,
y que nuestro “sí” sea fecundo, constante y alegre.
Haznos
evangelizadores según tu corazón:
capaces de hablar con parábolas, de enseñar con gestos,
de sembrar aunque no veamos la cosecha.
Mira a tu
Iglesia, Señor:
suscita vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales
que no teman subir al monte ni descender con las tablas en las manos.
Haznos todos, pueblo de la alianza,
“preciosos para Dios”,
“peregrinos de la esperanza”,
y testigos de tu Reino.
Amén.
2
EL QUE BUSCA, ENCUENTRA… Y ENTRA
Tema: Dios se deja encontrar por
los que se atreven a buscar. La vocación nace de ese deseo de entrar en su
intimidad y comunicar su misterio al mundo.
1. Un Dios que llama desde la
cercanía… pero también desde la nube
El relato del Éxodo nos muestra una escena
majestuosa: el Monte Sinaí cubierto por una espesa nube, relámpagos, trompetas,
temblor del suelo… pero en medio de todo eso, está Dios, el Dios que llama a
su pueblo al encuentro, que quiere hacer de ellos una nación santa, un
pueblo consagrado.
Pero hay una tensión: el pueblo ve y escucha…
pero desde lejos. Solo Moisés entra en la nube, en la intimidad de Dios. El
resto, por temor o reverencia, se queda en la periferia.
Esta escena se repite en la historia de muchos
creyentes: Dios llama, se manifiesta, nos convoca… pero ¿nos acercamos? ¿Nos
atrevemos a entrar en la nube? ¿O preferimos quedarnos a distancia,
escuchando solo de oídas?
2. Parábolas para el corazón que
busca
El Evangelio presenta algo similar. Jesús habla
en parábolas. Aparentemente, es un lenguaje más sencillo… pero en realidad
es más profundo y exigente. Porque las parábolas no son explicaciones,
sino invitaciones a buscar, a interrogarse, a entrar en el misterio.
Los discípulos se quedan y preguntan: “¿Por qué
hablas en parábolas?” Otros, en cambio, se van sin hacer preguntas. Jesús
distingue entre quienes desean comprender y quienes prefieren permanecer
en la superficie, por miedo, comodidad o indiferencia.
En otras palabras, el Reino no se revela a los
indiferentes, sino a los que tienen hambre de Dios, a los que, como Moisés,
se atreven a subir al monte, a entrar en la nube, a buscar más allá de lo
evidente.
3. El discipulado y la vocación:
una pedagogía del deseo
Jesús mismo lo dice: “A ustedes se les ha
concedido conocer los misterios del Reino de los cielos”. ¿Por qué a ellos?
Porque se quedaron, porque buscaron, porque preguntaron.
Aquí está la clave vocacional: las
vocaciones nacen en quienes buscan a Dios con sinceridad.
- No
nacen de la simple costumbre.
- No
se sostienen por tradición familiar.
- Nacen
de una inquietud profunda, de un deseo de entrar en la intimidad de Dios,
de comprender su Palabra, de anunciarla a otros.
Por eso, en este Año Jubilar de la esperanza,
oramos para que muchos jóvenes, hombres y mujeres, escuchen la trompeta de Dios
en el monte de sus vidas, y no se queden a la distancia, sino que se
acerquen… que pregunten… que ardan en deseos de entrar en la nube, de vivir una
relación personal con el Señor, de responder: “Aquí estoy”.
4. El misterio se revela solo al
corazón disponible
El Reino de Dios es regalo, pero también
responsabilidad. No se impone, se propone. Y quien se atreve a buscar,
termina encontrando, “El que busca, encuentra”.
Muchos hoy tienen miedo de entrar en la nube porque
temen lo que encontrarán: una verdad que transforma, una llamada que exige
dejar cosas atrás, una voz que no se puede ignorar.
Pero quienes entran, como Moisés, como los
discípulos, salen transfigurados, renovados, enviados.
5. Orar por evangelizadores que
se atrevan a entrar
En este día, elevamos nuestra oración por todos
aquellos que llevan sobre sus hombros la obra evangelizadora de la Iglesia:
- Los
misioneros que van a tierras lejanas o a los márgenes de la ciudad.
- Los
catequistas que siembran el Evangelio en corazones jóvenes.
- Los
consagrados que han renunciado a todo por amor al Reino.
- Los
sacerdotes que hacen de su vida una ofrenda.
- Los
laicos que evangelizan desde el arte, la ciencia, la educación, la
política.
Pedimos especialmente por las vocaciones que aún
están germinando, aquellas que tal vez hoy sienten miedo, dudas,
inseguridad… Que no se queden viendo desde lejos. Que no huyan del monte. Que
sepan que el que busca, encuentra… y entra.
🙏 Oración homilética:
una
Iglesia que evangeliza no desde recetas,
sino Señor Jesús,
Tú que hablas en parábolas y en silencios,
enséñanos a buscarte más allá de lo evidente.
Haz de tu Iglesia un pueblo que no se quede mirando desde lejos,
sino que entre contigo en la nube de la fe.
Llama,
Señor, a nuevos Moisés,
a nuevas discípulas y discípulos que se queden para preguntar,
que deseen comprender,
que ardan en el deseo de conocerte más.
Despierta
vocaciones, Señor:
a la vida consagrada, al sacerdocio, al laicado comprometido.
Haznos desde la intimidad contigo.
Haznos sembradores de parábolas vivientes,
pregoneros de esperanza en este Año Jubilar.
Amén.
3
Bendecidos sin medida: ¡Dios habita en nosotros!
1. Bienaventurados los ojos que
ven y los oídos que oyen
“Dichosos sus ojos, porque ven; y sus oídos, porque
oyen” —dice
Jesús a sus discípulos. Es una declaración llena de ternura y de verdad. Jesús
está hablando a sus amigos más cercanos, los que no se han conformado con ver
de lejos ni con escuchar superficialmente. Ellos han optado por quedarse con
el Maestro, convivir con Él, caminar a su lado, escucharle día tras día,
preguntarle, contemplarlo.
¿No es este también el privilegio de todo
vocacionado? Quien ha escuchado el llamado de Cristo y le ha respondido, sabe
lo que significa permanecer con Él, habitar en su Palabra, caminar tras sus
huellas, sentirse mirado, elegido, acompañado.
2. Más bendecidos aún somos
nosotros
Y sin embargo, “Aunque hubiera sido glorioso vivir en tiempos de Jesús, en
muchos sentidos estamos hoy más bendecidos”. Esta afirmación, a primera
vista desconcertante, es en realidad una gran verdad teológica y espiritual.
Porque si bien los discípulos veían a Jesús con sus
ojos y lo escuchaban con sus oídos, nosotros hoy lo recibimos en su
totalidad en los sacramentos. Lo tenemos vivo y real en la
Eucaristía. Lo escuchamos en la Palabra proclamada en la liturgia. Lo vemos
reflejado en los santos y en los testigos de fe. Y lo llevamos dentro:
habita en nosotros por la gracia bautismal.
El mismo Jesús lo anticipó: “Les conviene que yo
me vaya, porque entonces vendrá el Espíritu” (cf. Jn 16,7). Ya no se trata
solo de tener a Dios a nuestro lado, sino de que habita en nosotros,
en el templo interior del alma. ¡Eso es estar bendecidos sin medida!
3. Del Sinaí a la intimidad del
alma
La primera lectura nos remonta al Monte Sinaí,
donde Dios da cita a su pueblo. Allí, se manifiesta con majestad: relámpagos,
nube densa, sonido de trompetas, temblor de tierra… El pueblo ve y escucha,
pero se mantiene a distancia. Solo Moisés sube al monte. Solo él entra
en la nube, en la intimidad de Dios.
Pero la historia de la salvación avanza, y hoy ya
no necesitamos subir a un monte para encontrarnos con Dios. ¡Dios ha
descendido, se ha encarnado, ha habitado entre nosotros y ahora habita en
nosotros!
Ya no vivimos solo del recuerdo de la nube o del
trueno. Vivimos de la presencia real y cotidiana del Resucitado, que se
nos entrega entero en cada Eucaristía, que nos habla al corazón en cada
Evangelio, que nos consuela y guía por su Espíritu.
4. El corazón que ve más allá: la
vocación como visión espiritual
Jesús hace una clara distinción: “Muchos
profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven…” ¿Y qué vieron? No sólo
al Jesús visible, sino al Dios que revela el Reino en gestos y palabras.
Esa capacidad de ver lo invisible, de descubrir el
Reino escondido, es don del Espíritu y actitud del corazón, y es la que
hace nacer las vocaciones:
- Ver
la presencia de Dios en los pobres y excluidos.
- Ver
en la Iglesia una madre y no una institución fría.
- Ver
en la consagración un camino de fecundidad.
- Ver
en el servicio pastoral una forma de amar con radicalidad.
Hoy más que nunca, necesitamos miradas
vocacionales que vean con los ojos del alma y escuchen con el corazón
encendido.
5. Una Iglesia bendecida para
evangelizar con fuego
La Iglesia está “bendecida sin medida” cuando
evangeliza no desde la estrategia, sino desde la intimidad con Cristo.
Una Iglesia que vive del contacto con su Señor y que anuncia lo que ha visto
y oído.
Evangelizar no es solo repetir doctrinas, sino testimoniar
que Cristo vive y está en medio de nosotros. Que su presencia es real,
transformadora, urgente. Que aún hoy cura, consuela, envía, enciende
corazones.
Cada vocación es una chispa de esa bendición: el
sacerdote que consagra el Pan y la Palabra; la religiosa que es rostro de
ternura; el laico que educa, trabaja, lucha con fe y justicia. ¡Cuántos modos
de decirle al mundo: “¡Dios está aquí y está vivo!”
🙏 Oración homilética:
Señor
Jesús,
dichosos los ojos que te ven en la Eucaristía
y los oídos que escuchan tu Palabra con hambre.
Bendícenos, Señor, para que no seamos sordos ni ciegos al Reino,
para que no pasemos de largo por tu presencia escondida.
Haznos
discípulos que se quedan contigo,
que preguntan, que profundizan, que arden en deseo de conocerte.
Danos vocaciones encendidas por tu fuego,
hombres y mujeres que descubran que tú vives en el corazón
y que el mundo tiene sed de esa presencia.
Que tu
Iglesia, bendecida sin medida,
sea también enviada sin temor a las periferias del alma y del mundo.
Y que cada día podamos repetir con alegría:
¡Jesús vive en mí! ¡Jesús camina con nosotros! ¡Jesús es nuestra esperanza!
Amén.
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