miércoles, 23 de julio de 2025

24 de julio del 2025: jueves de la decimosexta semana del tiempo ordinario-I

 

El que busca encuentra

(Éxodo 19,1-2.9-11.16-20b / Mateo 13,10-17) Jesús habla a todos en parábolas. Los discípulos permanecen para hacer preguntas. Ahí está la diferencia: entre aquellos que se marchan sin preguntar nada, porque tienen demasiado miedo de comprender, y aquellos que buscan más allá. A estos últimos, que desean comprender a Jesús, se les dará la revelación del Reino. Curioso paralelismo con el pueblo en el Sinaí, que ve y escucha, pero desde lejos, sin entrar, como Moisés, en la intimidad de Dios.

 


Primera lectura

Éx 19,1-2.9-11.16-20b
El Señor descendió al monte Sinaí a la vista del pueblo

Lectura del libro del Éxodo.

A los tres meses de salir de la tierra de Egipto, aquel día, los hijos de Israel llegaron al desierto del Sinaí. Salieron de Refidín, llegaron al desierto del Sinaí y acamparon allí, frente a la montaña.
El Señor le dijo:
«Voy a acercarme a ti en una nube espesa, para que el pueblo pueda escuchar cuando yo hable contigo, y te crean siempre».
Y Moisés comunicó al Señor lo que el pueblo había dicho.
El Señor dijo a Moisés:
«Vuelve a tu pueblo y purifícalos hoy y mañana; que se laven la ropa y estén preparados para el tercer día; pues el tercer día descenderá el Señor sobre la montaña del Sinaí a la vista del pueblo».
Al tercer día, al amanecer, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre la montaña; se oía un fuerte sonido de trompeta y toda la gente que estaba en el campamento se echó a temblar.
Moisés sacó al pueblo del campamento, al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie de la montaña. La montaña del Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre ella en medio de fuego. Su humo se elevaba como el de un horno y toda la montaña temblaba con violencia.
El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. El Señor descendió al monte Sinaí, a la cumbre del monte. El Señor llamó a Moisés a la cima de la montaña.

Palabra de Dios.


Salmo

Sal Dn 3,52.53.54.55.56

R. ¡A ti gloria y alabanza por los siglos!

V. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres.
Bendito tu nombre, santo y glorioso. 
R.

V.  Bendito eres en el templo de tu santa gloria. R.



V.  Bendito eres sobre el trono de tu reino. R.

V. Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas
los abismos. 
R.

V. Bendito eres en la bóveda del cielo.R.



Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del reino a los pequeños. R.

 

Evangelio

Mt 13,10-17
A ustedes se les han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Por qué les hablas en parábolas?».
Él les contestó:
«A ustedes se les han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías:
“Oirán con los oídos sin entender;
mirarán con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,
ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure”.
Pero bienaventurados los ojos de ustedes porque ven y los oídos de ustedes porque oyen.
En verdad les digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron».

Palabra del Señor.

 

1

 PRECIOSOS PARA DIOS, LLAMADOS A ANUNCIAR

 

1. Dios nos da cita

La primera lectura del libro del Éxodo nos lleva al Monte Sinaí, donde Israel, tras haber sido liberado de la esclavitud, se encuentra con Dios. No es un simple encuentro accidental. Es una cita divina, preparada y querida por Dios. Les dice: “Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”. Y el pueblo responde con entusiasmo: “Haremos todo lo que dice el Señor”.

Esta escena es profundamente vocacional: Dios llama a un pueblo entero para que viva una relación especial con Él, para que sea testigo de su amor y mediador de su presencia ante las naciones. Dios no elige al pueblo por méritos, sino porque es precioso a sus ojos. 

La alianza nace del amor de Dios y la respuesta libre del pueblo.

Hoy, en este Año Jubilar, Dios sigue convocando a su Iglesia, sigue reuniendo a sus hijos dispersos, sigue susurrando al oído de hombres y mujeres: “Ven, que quiero hablar contigo. Te elijo. Te necesito. Te amo.”

En este contexto, oramos especialmente por las vocaciones: a la vida consagrada, al ministerio ordenado, al laicado comprometido, a los nuevos carismas. Cada uno con su misión. Cada uno llamado a vivir de cara al Sinaí, donde el cielo toca la tierra.


2. Una pedagogía que desconcierta: parábolas y Reino

El Evangelio de Mateo nos presenta a Jesús usando un método particular para hablar del Reino: las parábolas. ¿Por qué parábolas? ¿Por qué no hablar claro, sin rodeos?

Jesús lo dice: “Porque a ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no”. ¿Suena excluyente? No. Jesús no discrimina. Más bien, nos invita a despertar, a salir de la pereza espiritual, a pasar de la rutina a la búsqueda sincera.

Las parábolas son ventanas hacia lo invisible. No imponen, proponen. No describen el Reino con conceptos, sino con imágenes que provocan, sacuden, interpelan. ¿Qué hace uno cuando una historia le toca el corazón? Se pregunta, se incomoda, se transforma.

En la parábola, la fe se vuelve camino: no es posesión, es búsqueda; no es teoría, es relación. Solo quien desea ver, verá. Solo quien quiere oír, oirá.

Y aquí encontramos otro aspecto vocacional: la evangelización no es simplemente transmitir doctrina, sino hacer gustar del Reino. Y eso requiere creatividad, humildad, escucha, cercanía. Hoy más que nunca, la Iglesia necesita evangelizadores narradores de parábolas, capaces de sembrar semillas en los surcos de la vida cotidiana, sin temor a que algunas caigan junto al camino.


3. “Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven”

Jesús concluye su explicación con una bienaventuranza especial: “Dichosos ustedes porque sus ojos ven y sus oídos oyen”. No se trata de ver con los ojos físicos, sino con los del corazón. Se trata de tener una mirada espiritual capaz de descubrir a Dios en lo pequeño, en lo escondido, en lo humilde.

Esa es la mirada del discípulo, del misionero, del evangelizador: ver más allá de lo evidente. Ver a Cristo en el pobre, en el joven que duda, en el anciano que espera. Ver la mano de Dios en el proceso, en el fracaso, en la cruz. Ver vocación en lo ordinario.


4. Peregrinos de la esperanza: llamados para el Reino

El Año Jubilar que vivimos bajo el lema “Peregrinos de la Esperanza”, nos recuerda que la vocación cristiana es un camino. No hemos llegado, estamos en marcha. Como Moisés, como Israel. Como los discípulos de Jesús.

Hoy necesitamos renovar nuestro "sí" como pueblo, como Iglesia, como individuos. Un "sí" consciente, maduro, perseverante. Tal vez ya no con el entusiasmo ingenuo del primer día, pero sí con el fuego sereno de quien ha probado la fidelidad de Dios a lo largo del desierto.


🙏 Oración final (homilética):

Señor Jesús,
Tú que diste cita a tu pueblo en el monte,
danos la gracia de acudir al encuentro contigo con alma despierta.
Que podamos decir como Israel: “Haremos todo lo que el Señor nos dice”,
y que nuestro “sí” sea fecundo, constante y alegre.

Haznos evangelizadores según tu corazón:
capaces de hablar con parábolas, de enseñar con gestos,
de sembrar aunque no veamos la cosecha.

Mira a tu Iglesia, Señor:
suscita vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales
que no teman subir al monte ni descender con las tablas en las manos.
Haznos todos, pueblo de la alianza,
“preciosos para Dios”,
“peregrinos de la esperanza”,
y testigos de tu Reino.

Amén.

 

2

EL QUE BUSCA, ENCUENTRA… Y ENTRA

Tema: Dios se deja encontrar por los que se atreven a buscar. La vocación nace de ese deseo de entrar en su intimidad y comunicar su misterio al mundo.


1. Un Dios que llama desde la cercanía… pero también desde la nube

El relato del Éxodo nos muestra una escena majestuosa: el Monte Sinaí cubierto por una espesa nube, relámpagos, trompetas, temblor del suelo… pero en medio de todo eso, está Dios, el Dios que llama a su pueblo al encuentro, que quiere hacer de ellos una nación santa, un pueblo consagrado.

Pero hay una tensión: el pueblo ve y escucha… pero desde lejos. Solo Moisés entra en la nube, en la intimidad de Dios. El resto, por temor o reverencia, se queda en la periferia.

Esta escena se repite en la historia de muchos creyentes: Dios llama, se manifiesta, nos convoca… pero ¿nos acercamos? ¿Nos atrevemos a entrar en la nube? ¿O preferimos quedarnos a distancia, escuchando solo de oídas?


2. Parábolas para el corazón que busca

El Evangelio presenta algo similar. Jesús habla en parábolas. Aparentemente, es un lenguaje más sencillo… pero en realidad es más profundo y exigente. Porque las parábolas no son explicaciones, sino invitaciones a buscar, a interrogarse, a entrar en el misterio.

Los discípulos se quedan y preguntan: “¿Por qué hablas en parábolas?” Otros, en cambio, se van sin hacer preguntas. Jesús distingue entre quienes desean comprender y quienes prefieren permanecer en la superficie, por miedo, comodidad o indiferencia.

En otras palabras, el Reino no se revela a los indiferentes, sino a los que tienen hambre de Dios, a los que, como Moisés, se atreven a subir al monte, a entrar en la nube, a buscar más allá de lo evidente.


3. El discipulado y la vocación: una pedagogía del deseo

Jesús mismo lo dice: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos”. ¿Por qué a ellos? Porque se quedaron, porque buscaron, porque preguntaron.

Aquí está la clave vocacional: las vocaciones nacen en quienes buscan a Dios con sinceridad.

  • No nacen de la simple costumbre.
  • No se sostienen por tradición familiar.
  • Nacen de una inquietud profunda, de un deseo de entrar en la intimidad de Dios, de comprender su Palabra, de anunciarla a otros.

Por eso, en este Año Jubilar de la esperanza, oramos para que muchos jóvenes, hombres y mujeres, escuchen la trompeta de Dios en el monte de sus vidas, y no se queden a la distancia, sino que se acerquen… que pregunten… que ardan en deseos de entrar en la nube, de vivir una relación personal con el Señor, de responder: “Aquí estoy”.


4. El misterio se revela solo al corazón disponible

El Reino de Dios es regalo, pero también responsabilidad. No se impone, se propone. Y quien se atreve a buscar, termina encontrando, “El que busca, encuentra”.

Muchos hoy tienen miedo de entrar en la nube porque temen lo que encontrarán: una verdad que transforma, una llamada que exige dejar cosas atrás, una voz que no se puede ignorar.

Pero quienes entran, como Moisés, como los discípulos, salen transfigurados, renovados, enviados.


5. Orar por evangelizadores que se atrevan a entrar

En este día, elevamos nuestra oración por todos aquellos que llevan sobre sus hombros la obra evangelizadora de la Iglesia:

  • Los misioneros que van a tierras lejanas o a los márgenes de la ciudad.
  • Los catequistas que siembran el Evangelio en corazones jóvenes.
  • Los consagrados que han renunciado a todo por amor al Reino.
  • Los sacerdotes que hacen de su vida una ofrenda.
  • Los laicos que evangelizan desde el arte, la ciencia, la educación, la política.

Pedimos especialmente por las vocaciones que aún están germinando, aquellas que tal vez hoy sienten miedo, dudas, inseguridad… Que no se queden viendo desde lejos. Que no huyan del monte. Que sepan que el que busca, encuentra… y entra.


🙏 Oración homilética:

una Iglesia que evangeliza no desde recetas,
sino Señor Jesús,
Tú que hablas en parábolas y en silencios,
enséñanos a buscarte más allá de lo evidente.
Haz de tu Iglesia un pueblo que no se quede mirando desde lejos,
sino que entre contigo en la nube de la fe.

Llama, Señor, a nuevos Moisés,
a nuevas discípulas y discípulos que se queden para preguntar,
que deseen comprender,
que ardan en el deseo de conocerte más.

Despierta vocaciones, Señor:
a la vida consagrada, al sacerdocio, al laicado comprometido.
Haznos desde la intimidad contigo.
Haznos sembradores de parábolas vivientes,
pregoneros de esperanza en este Año Jubilar.

Amén.

 

3

 

Bendecidos sin medida: ¡Dios habita en nosotros!

 

1. Bienaventurados los ojos que ven y los oídos que oyen

“Dichosos sus ojos, porque ven; y sus oídos, porque oyen” —dice Jesús a sus discípulos. Es una declaración llena de ternura y de verdad. Jesús está hablando a sus amigos más cercanos, los que no se han conformado con ver de lejos ni con escuchar superficialmente. Ellos han optado por quedarse con el Maestro, convivir con Él, caminar a su lado, escucharle día tras día, preguntarle, contemplarlo.

¿No es este también el privilegio de todo vocacionado? Quien ha escuchado el llamado de Cristo y le ha respondido, sabe lo que significa permanecer con Él, habitar en su Palabra, caminar tras sus huellas, sentirse mirado, elegido, acompañado.


2. Más bendecidos aún somos nosotros

Y sin embargo, “Aunque hubiera sido glorioso vivir en tiempos de Jesús, en muchos sentidos estamos hoy más bendecidos”. Esta afirmación, a primera vista desconcertante, es en realidad una gran verdad teológica y espiritual.

Porque si bien los discípulos veían a Jesús con sus ojos y lo escuchaban con sus oídos, nosotros hoy lo recibimos en su totalidad en los sacramentos. Lo tenemos vivo y real en la Eucaristía. Lo escuchamos en la Palabra proclamada en la liturgia. Lo vemos reflejado en los santos y en los testigos de fe. Y lo llevamos dentro: habita en nosotros por la gracia bautismal.

El mismo Jesús lo anticipó: “Les conviene que yo me vaya, porque entonces vendrá el Espíritu” (cf. Jn 16,7). Ya no se trata solo de tener a Dios a nuestro lado, sino de que habita en nosotros, en el templo interior del alma. ¡Eso es estar bendecidos sin medida!


3. Del Sinaí a la intimidad del alma

La primera lectura nos remonta al Monte Sinaí, donde Dios da cita a su pueblo. Allí, se manifiesta con majestad: relámpagos, nube densa, sonido de trompetas, temblor de tierra… El pueblo ve y escucha, pero se mantiene a distancia. Solo Moisés sube al monte. Solo él entra en la nube, en la intimidad de Dios.

Pero la historia de la salvación avanza, y hoy ya no necesitamos subir a un monte para encontrarnos con Dios. ¡Dios ha descendido, se ha encarnado, ha habitado entre nosotros y ahora habita en nosotros!

Ya no vivimos solo del recuerdo de la nube o del trueno. Vivimos de la presencia real y cotidiana del Resucitado, que se nos entrega entero en cada Eucaristía, que nos habla al corazón en cada Evangelio, que nos consuela y guía por su Espíritu.


4. El corazón que ve más allá: la vocación como visión espiritual

Jesús hace una clara distinción: “Muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven…” ¿Y qué vieron? No sólo al Jesús visible, sino al Dios que revela el Reino en gestos y palabras.

Esa capacidad de ver lo invisible, de descubrir el Reino escondido, es don del Espíritu y actitud del corazón, y es la que hace nacer las vocaciones:

  • Ver la presencia de Dios en los pobres y excluidos.
  • Ver en la Iglesia una madre y no una institución fría.
  • Ver en la consagración un camino de fecundidad.
  • Ver en el servicio pastoral una forma de amar con radicalidad.

Hoy más que nunca, necesitamos miradas vocacionales que vean con los ojos del alma y escuchen con el corazón encendido.


5. Una Iglesia bendecida para evangelizar con fuego

La Iglesia está “bendecida sin medida” cuando evangeliza no desde la estrategia, sino desde la intimidad con Cristo. Una Iglesia que vive del contacto con su Señor y que anuncia lo que ha visto y oído.

Evangelizar no es solo repetir doctrinas, sino testimoniar que Cristo vive y está en medio de nosotros. Que su presencia es real, transformadora, urgente. Que aún hoy cura, consuela, envía, enciende corazones.

Cada vocación es una chispa de esa bendición: el sacerdote que consagra el Pan y la Palabra; la religiosa que es rostro de ternura; el laico que educa, trabaja, lucha con fe y justicia. ¡Cuántos modos de decirle al mundo: “¡Dios está aquí y está vivo!”


🙏 Oración homilética:

Señor Jesús,
dichosos los ojos que te ven en la Eucaristía
y los oídos que escuchan tu Palabra con hambre.
Bendícenos, Señor, para que no seamos sordos ni ciegos al Reino,
para que no pasemos de largo por tu presencia escondida.

Haznos discípulos que se quedan contigo,
que preguntan, que profundizan, que arden en deseo de conocerte.
Danos vocaciones encendidas por tu fuego,
hombres y mujeres que descubran que tú vives en el corazón
y que el mundo tiene sed de esa presencia.

Que tu Iglesia, bendecida sin medida,
sea también enviada sin temor a las periferias del alma y del mundo.
Y que cada día podamos repetir con alegría:
¡Jesús vive en mí! ¡Jesús camina con nosotros! ¡Jesús es nuestra esperanza!

Amén.


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