Santo del día:
San Buenaventura
1221-1274. «Sin oración, no
esperes crecer en la virtud», afirmó este gran teólogo, séptimo Ministro
General de la Orden de los Frailes Menores. Doctor de la Iglesia.
Las mediadoras de la
vigilancia de Dios
(Éxodo 2, 1-15a) Dios
ejerce su vigilancia sobre Moisés, quien conducirá a Israel hacia la libertad.
Y lo hace a través de mediaciones femeninas: la madre, la hermana, la hija del
faraón y las sirvientas. Un comienzo que contrasta con la violencia de los
versículos siguientes. Esto nos invita a meditar sobre las diferentes facetas
de nuestra existencia, los movimientos contrarios que atraviesan nuestro
corazón; a reflexionar también sobre el carácter mortífero del miedo, y sobre
la dulzura y sencillez de lo que es bello y bueno.
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera lectura
Éx
2,1-15a
Lo
llamó Moisés, pues lo había sacado del agua; cuando ya era mayor, fue a donde
estaban sus hermanos
Lectura del libro del Éxodo.
EN aquellos días, un hombre de la tribu de Leví se casó con una mujer de la
misma tribu. Ella concibió y dio a luz un niño. Viendo que era hermoso, lo tuvo
escondido tres meses. Pero, no pudiendo tenerlo escondido por más tiempo, tomó
una cesta de mimbre, la embadurnó de barro y brea, colocó en ella a la criatura
y la depositó entre los juncos, junto a la orilla del Nilo.
Una hermana del niño observaba a distancia para ver en qué paraba todo aquello.
La hija del faraón bajó a bañarse en el Nilo, mientras sus criadas la seguían
por la orilla del río. Al descubrir ella la cesta entre los juncos, mandó una
criada a recogerla.
La abrió, miró dentro y encontró un niño llorando.
Conmovida comentó:
«Es un niño de los hebreos».
Entonces la hermana del niño dijo a la hija del faraón:
«¿Quieres que vaya a buscarle una nodriza hebrea que críe al niño?».
Respondió la hija del faraón:
«Vete».
La muchacha fue y llamó a la madre del niño.
La hija del faraón le dijo:
«Llévate al niño y críamelo, y yo te pagaré».
La mujer tomó al niño y lo crio.
Cuando creció el muchacho, se lo llevó a la hija del faraón, que lo adoptó como
hijo y lo llamó Moisés, diciendo: «lo he sacado del agua».
Pasaron los años. Un día, cuando Moisés ya era mayor, fue a donde estaban sus
hermanos y los encontró transportando cargas. Y vio cómo un egipcio mataba a un
hebreo, uno de sus hermanos.
Miró a un lado y a otro y, viendo que no había nadie, mató al egipcio y lo
enterró en la arena.
Al día siguiente salió y encontró a dos hebreos riñendo y dijo al culpable:
«¿Por qué golpeas a tu compañero?».
Él le contestó:
«¿Quién te ha nombrado jefe y juez nuestro? ¿Es que pretendes matarme como
mataste al egipcio?».
Moisés se asustó y pensó:
«Seguro que saben lo ocurrido».
Cuando el faraón se enteró del hecho, buscó a Moisés para matarlo. Pero Moisés
huyó del faraón y se refugió en la tierra de Madián.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
69(68),3.14.30-31.33-34 (R. cf. 33)
R. Los humildes,
busquen al Señor,
y revivirá su corazón.
V. Me estoy hundiendo en
un cieno profundo
y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua,
me arrastra la corriente. R.
V. Mi oración se dirige
a ti,
Señor, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude. R.
V. Yo soy un pobre
malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias. R.
V. Mírenlo, los
humildes, y alégrense;
busquen al Señor, y revivirá su corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. No endurezcan
hoy su corazón; escuchen la voz del Señor. R.
Evangelio
Mt
11,20-24
El
día del juicio les será más llevadero a Tiro, a Sidón y a Sodoma que a ustedes
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho
la mayor parte de sus milagros, porque no se habían convertido:
«¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran
hecho los milagros que en ustedes, hace tiempo que se habrían convertido,
cubiertas de sayal y ceniza.
Pues les digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que
a ustedes.
Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo.
Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado
hasta hoy.
Pues les digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti».
Palabra del Señor.
1
¡Ay de ti, fe tibia!
🕊️ Introducción: ¿Qué haces con la
gracia que recibes?
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy el Evangelio nos sacude con un lamento de Jesús
que suena como un grito dolido:
“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!… Porque
si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en ustedes, hace
tiempo que se habrían convertido.”
Jesús no está maldiciendo. Está llorando el
rechazo de quienes recibieron tanto y no supieron responder. No se trata de
ciudades extranjeras ni de desconocidos: eran pueblos cercanos, con nombres
propios, que vieron sus milagros y escucharon su voz… y sin embargo, endurecieron
el corazón.
Este Evangelio, junto con la historia del joven
Moisés en el Éxodo y el testimonio de San Buenaventura, nos llama a despertar
del letargo de la fe tibia, a reconocer lo mucho que hemos recibido… y a
responder con amor fervoroso y comprometido.
🔥 I. “Les
di mucho… pero no cambiaron”: la tragedia de la indiferencia
Jesús pasó tiempo predicando en Corozaín, Betsaida
y Cafarnaúm. Les dedicó enseñanzas, milagros, presencia. Pero, “muchos fueron indiferentes”. No
rechazaron abiertamente, simplemente se volvieron tibios, dejaron de
sorprenderse, se acomodaron. Y así, el Evangelio se volvió rutina… y la
gracia, desperdicio.
Ese peligro sigue vigente. ¿Cuántos católicos,
nacidos en la fe, educados en parroquias, en colegios católicos, rodeados de
sacramentos… han apagado el fuego interior? Primero dejaron de ir a misa…
luego, comenzaron a justificar pecados… y hoy viven como si Dios no existiera.
No es rebeldía abierta, es desinterés gradual, tibieza que mata
lentamente el alma.
Jesús dice en Apocalipsis 3,16:
“Por ser tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré
de mi boca.”
No se trata de infundir miedo, sino de recordar
que el amor exige respuesta. El lamento de Jesús no es condena, sino advertencia
amorosa, como la de una madre que ve a su hijo tomando decisiones
destructivas y no puede quedarse callada.
👶 II.
Moisés: De rescatado a huido… antes de convertirse en libertador
La primera lectura de hoy (Éxodo 2) es la historia
conmovedora del nacimiento y escape de Moisés. Dios lo salvó del exterminio
usando a tres mujeres valientes —su madre, su hermana y la hija del
faraón—, quienes desafiaron las leyes injustas para proteger la vida. ¡Qué
providencia tan llena de ternura y coraje!
Moisés crece, toma conciencia del sufrimiento de su
pueblo, intenta actuar… pero comete un error: mata a un egipcio. Es rechazado
por los hebreos y huye. El joven que lo tenía todo termina solo, fugitivo,
perdido en sí mismo.
Moisés, como Corozaín y Betsaida, también recibió
mucho. Pero aún no está listo. Solo cuando se encuentre con Dios en el desierto
—en la zarza ardiente— podrá asumir su misión con humildad y obediencia. La
lección es clara: la gracia recibida necesita madurar en el corazón y
responder con fe auténtica y no impulsiva.
🌟 III. San
Buenaventura: Del fuego de la sabiduría al corazón ardiente
Hoy celebramos a San Buenaventura,
franciscano, teólogo y doctor de la Iglesia. No fue un sabio frío: fue un
místico que unió la inteligencia con la adoración, el estudio con la
contemplación. Para él, la sabiduría verdadera nace de amar a Cristo
crucificado. No basta saber mucho: hay que arder por dentro.
Buenaventura nos enseña que la fe no debe
apagarse nunca. Él mismo escribió que el que estudia teología sin devoción
es “como el que trata de abrir puertas sin llave”. Hoy, tantos católicos
cultos, activos o incluso comprometidos… viven una fe funcional pero sin ardor.
Son Corozaín con diploma, Betsaida con agenda, Cafarnaúm con devocionario…
pero sin corazón.
En este Año Jubilar, San Buenaventura nos recuerda
que ser peregrinos de la esperanza no es caminar con tibieza, sino con
pasión, con hambre de Dios y con deseo de responder a su amor con todo el ser.
🙌 IV. Hoy
oramos por nuestros benefactores: custodios silenciosos del Reino
Hoy, de manera especial, oramos con gratitud por los
benefactores de nuestras parroquias, comunidades y familias. Como las
mujeres que protegieron a Moisés, ellos también son ángeles visibles de
la providencia divina.
Con sus donaciones, sus oraciones, su tiempo, su
escucha, su generosidad muchas veces anónima, sostienen nuestra misión
evangelizadora, hacen posible que se predique, se celebre, se acompañe y se
cuide.
A ellos también se les aplica la Palabra: “A quien
mucho se le dio, mucho se le pedirá” (Lc 12,48). Y gracias a ellos, la
Iglesia sigue siendo luz para muchos. Que Dios los bendiga, les multiplique
su bien, y les conceda también la gracia de perseverar en una fe viva y
ardiente.
🎁
Conclusión: La fe tibia no es respuesta suficiente
Queridos hermanos, el Evangelio nos confronta. No
basta con haber sido bautizados, educados, formados… No basta con haber tenido
“milagros en casa”. Jesús no quiere hijos tibios. Quiere corazones encendidos.
Este Año Jubilar es una oportunidad para despertar,
sacudirnos la indiferencia, avivar el fuego. Como Moisés, podemos salir del
desierto. Como Buenaventura, podemos unir la sabiduría con la pasión. Como los
benefactores, podemos vivir la fe concreta, generosa, activa.
“Si has
recibido mucho… da mucho.”
“Si te has enfriado… vuelve al fuego del amor primero.”
“Si has visto milagros… conviértete y cree en el Evangelio.”
Y así, ya no seremos Corozaín ni Betsaida… sino discípulos
encendidos, peregrinos de esperanza, testigos del amor que no se
rinde.
Amén.
2
Mediadoras de la esperanza y
lucha entre ternura y miedo
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy la liturgia nos presenta un drama humano y
divino, lleno de tensión, ternura y destino. En el relato del Éxodo, Dios cuida
con delicadeza los primeros pasos de Moisés, futuro liberador de su pueblo.
Pero ese cuidado divino no es espectacular, sino discreto y maternal: la
madre, la hermana, la hija del Faraón, las sirvientas… todas ellas participan,
como manos visibles de la Providencia.
Dios vigila con amor la historia humana, y
para hacerlo, se sirve de lo que es considerado frágil por el mundo: mujeres
valientes, afectos familiares, ternura, intuición, compasión. ¡Qué elocuente es
esto en un tiempo como el nuestro, lleno de ruido, violencia y miedo!
🌿 I. El
rostro femenino de la providencia
La vigilancia de Dios se manifiesta en una red de
cuidados:
- Una
madre que esconde a su hijo por amor.
- Una
hermana que vigila desde la orilla.
- Una
princesa extranjera que escucha el llanto y se conmueve.
- Unas
sirvientas que colaboran con el bien en secreto.
Estas figuras femeninas se convierten en mediadoras
de la vigilancia de Dios, No hay
rayos ni milagros evidentes: solo compasión, astucia, cuidado. En ellas vemos reflejado
también el rostro de María, quien en silencio y discreción custodió al
Salvador.
En este Año Jubilar, se nos invita a
redescubrir estos rostros de esperanza: tantos “ángeles” humanos que han
cuidado nuestra vida, que han velado por nuestra vocación, que han intercedido
con oraciones y gestos sencillos por nuestra salvación. ¡Qué importante
reconocer y agradecer a las mujeres que han sido “puentes” de gracia!
⚔️ II. La
violencia que irrumpe: miedo, reacción, huida
Pero el texto no es idílico. La segunda parte de la
lectura nos muestra a Moisés adulto, testigo de la injusticia. Su corazón se
rebela: mata al egipcio que golpea a su hermano hebreo. Pero luego, cuando
intenta mediar entre dos hebreos, es rechazado. Tiene que huir.
Aquí se evidencia, los “movimientos
contrarios que atraviesan el corazón humano”: el deseo de justicia y el
recurso a la violencia, la valentía y el miedo, el impulso de defender y el
temor de fracasar.
En Moisés vemos también nuestra propia humanidad
quebrada, nuestros impulsos nobles mezclados con torpezas. El miedo tiene
un “carácter mortífero”, nos paraliza o nos empuja a actuar de forma
equivocada. Pero Dios no deja de vigilar. Incluso en el desierto,
seguirá acompañando a Moisés. No lo desecha por su error.
🔥 III. El
juicio del Evangelio: oportunidad rechazada
El Evangelio de hoy (Mateo 11,20-24) nos muestra a
Jesús reprochando a las ciudades que, a pesar de ver sus milagros, no se
han convertido. Es un pasaje duro, exigente: “Si en Tiro y en Sidón se hubieran
hecho los milagros que en ustedes, hace tiempo que se habrían convertido”.
Aquí el Señor nos confronta con una verdad
incómoda: podemos ver milagros y no cambiar, podemos experimentar la
cercanía de Dios… y mantenernos indiferentes. Así como Moisés fue salvado y
luego reaccionó con violencia, también nosotros podemos recibir gracias y
actuar por miedo, orgullo o egoísmo.
En este Año Jubilar, la Iglesia nos llama a convertirnos
sinceramente, a no desperdiciar la vigilancia amorosa de Dios, a no dejar
que su gracia pase sin dar fruto. Cada gesto de ternura, cada llamada al
perdón, cada oportunidad de misericordia, es una mediación que no deberíamos
rechazar.
🌟
Conclusión: Custodiar la esperanza, despertar la conversión
Queridos hermanos, Dios nos cuida con ternura
maternal, a través de personas concretas. Pero también nos llama con firmeza a
no permanecer dormidos. La dulzura y la vigilancia divina no excluyen el
llamado al cambio profundo.
En este
día, pidamos:
– Ser agradecidos por quienes han sido mediadores de la providencia de Dios en
nuestra vida.
– Tener el valor de abandonar la violencia interior, la reacción impulsiva, la
huida.
– Y, sobre todo, no desperdiciar la gracia del Jubileo, siendo testigos
valientes del Evangelio y sembradores de esperanza.
Como Moisés, aún con heridas y dudas, podemos ser
liberadores si confiamos en Aquel que nunca deja de vigilarnos con amor.
Amén.
3
Por la fuerza que viene de Dios
Queridos
hermanos y hermanas:
El relato de hoy, tomado del libro del Éxodo, es
una verdadera épica de la esperanza, tejida con gestos pequeños pero
poderosos. Es una historia de mujeres valientes que resisten al poder opresor y
de un hombre, Moisés, que descubre que solo Dios puede sostener la misión de
liberar a su pueblo.
🕊️ I.
Mujeres valientes y leyes injustas
El texto nos narra cómo tres mujeres —la madre, la
hermana de Moisés y la hija del Faraón— se convierten en mediadoras de la
vida, enfrentando con sus actos silenciosos y audaces una ley injusta: la
orden de exterminar a los varones hebreos. Cada una, desde su lugar, se
resiste al mal, no por venganza ni poder, sino por amor, compasión y
sentido de justicia.
En ellas podemos ver el rostro de tantas personas
—especialmente mujeres— que hoy, en medio de sistemas opresivos, corrupción o
violencia institucional, arriesgan todo por proteger la vida: madres que
esconden a sus hijos en zonas de guerra, maestras que defienden a sus alumnos, líderes
sociales que no callan ante la injusticia. Son las verdaderas mediadoras de
la vigilancia de Dios. Dios actúa en la
historia a través de ellas.
Estas mujeres son símbolo de los santos de la
puerta de al lado, de los que viven con fidelidad el Evangelio y se atreven
a amar más allá del miedo. En este Año Jubilar, ¡qué necesario es reconocerlos
y aprender de su ejemplo!
🔥 II.
Moisés: despertar de conciencia y falsa autonomía
En la segunda parte del relato, Moisés ya no es un
niño indefenso, sino un joven que ha crecido en la corte egipcia, formado con
privilegios. Pero un día abre los ojos. Toma conciencia del sufrimiento
de su pueblo. Lo que sigue es dramático: su impulso de justicia lo lleva al
homicidio, y su intento de mediación entre dos hebreos es rechazado. Ni
egipcios ni hebreos lo reconocen. Moisés queda solo, culpable, huido.
Aquí aparece una gran lección: no basta con
buenas intenciones ni con fuerza humana. Moisés actúa con pasión, pero sin
discernimiento, sin apoyarse aún en la fuerza de Dios. Por eso fracasa. Como
muchos de nosotros, que con buenas intenciones nos precipitamos, nos
desgastamos y terminamos heridos o frustrados.
La enseñanza es clara: la liberación, la
justicia verdadera, la misión auténtica no nacen del ego, sino de la obediencia
a Dios. Solo cuando Moisés se encuentre con Dios en la zarza ardiente, solo
cuando escuche su nombre, su misión y su promesa, podrá actuar como verdadero
libertador. La historia nos recuerda que sin Dios, incluso el celo más justo
puede perder el rumbo.
📖 III.
Jesús y las ciudades sordas al amor
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús lamentándose
por las ciudades que no se convirtieron a pesar de haber visto sus
milagros. “¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida!” No es una maldición, sino
un grito de tristeza y de amor herido.
"Quien
ama, no se queda indiferente". Reprochar, reclamar, advertir... es un
acto de amor. Lo hace un padre o una madre cuando su hijo se extravía. Lo hace
un amigo verdadero. Lo hace Jesús, porque nos ama sinceramente.
Ese lamento de Jesús también puede estar dirigido
hoy a nuestras comunidades, a nuestros corazones. ¿Cuántas veces hemos recibido
señales de su presencia, y sin embargo seguimos igual? ¿Cuántas veces su
Palabra ha tocado nuestras heridas… pero no hemos querido cambiar?
Jesús no deja de invitarnos, pero no fuerza el
corazón. Nos advierte con dolor, pero con respeto por nuestra libertad. Hoy
nos habla con ternura exigente: “Tu manera de vivir no basta… hay más. Yo
quiero darte vida en abundancia”.
💔 IV.
Nuestra parte herida y el llamado a la conversión
Hoy la Palabra nos invita también a mirar
con sinceridad esa parte de nosotros que se resiste a cambiar:
– al que no quiere asumir su papel como padre o madre,
– al que busca agradar a todos, incluso a costa de su dignidad,
– al que guarda rencor o miedo, y prefiere no sentir,
– al que se escuda en la comodidad o en la queja.
Todos tenemos, una
hemorragia interior: una herida que supura y nos hace vivir a medias. Pero
hoy, en esta liturgia, el Señor nos llama por nuestro nombre y nos dice:
“Yo no te quiero a medias. Yo te quiero libre, pleno, renovado.”
Esta es la fuerza que viene de Dios. No es
imposición. Es amor que no se resigna. Es gracia que nos levanta,
que nos dice: “No te he elegido por lo que haces, sino porque te amo. Pero te
amo demasiado para dejarte donde estás”.
🙏 Conclusión:
En el Año Jubilar, una oportunidad para volver a empezar
Queridos
hermanos, esta liturgia nos deja un mensaje claro:
1. Dios vigila y actúa en favor de la vida, muchas
veces a través de personas sencillas, valientes, casi invisibles.
2. No podemos apoyarnos solo en
nuestras fuerzas para
servir y transformar. Solo desde Dios brota la fuerza verdadera.
3. El amor verdadero no se calla ante la
indiferencia. Nos llama con firmeza a la conversión.
4. Todos llevamos heridas… pero Jesús quiere sanarlas con
su Palabra, si le dejamos entrar.
5. Antes de concluir,
elevemos nuestra oración agradecida por los benefactores de nuestras parroquias,
comunidades y familias. Ellos, como las mujeres del Éxodo, son
instrumentos discretos pero esenciales de la providencia divina. Con sus manos
generosas, sus oraciones constantes y su apoyo silencioso, nos ayudan a
sostener la misión evangelizadora. En este Año Jubilar, pidamos al Señor que
los bendiga con abundancia, que los proteja en sus luchas y que les conceda
experimentar la alegría de haber colaborado en la obra de Dios.
Que en
este Año Jubilar, siendo Peregrinos de la Esperanza, dejemos de huir
como Moisés, y aprendamos a dejarnos formar por Dios para cumplir la misión
que Él nos confía.
Y como
aquellas tres mujeres del Éxodo, tengamos el valor de salvar la vida,
incluso cuando el sistema dice lo contrario.
Amén.
*********
15 de julio: San Buenaventura,
Obispo y Doctor de la Iglesia – Memoria
c. 1217–1274
Invocado contra problemas intestinales
Canonizado por el Papa Sixto IV el 14 de abril de 1482
Proclamado Doctor Seráfico de la Iglesia por el Papa Sixto V en 1588
🕊️ Cita:
Cristo es a la vez el camino y la puerta. Cristo es
la escalera y el vehículo, como el “trono de la misericordia sobre el Arca de
la Alianza” y “el misterio oculto desde los siglos”. El hombre debe dirigir
toda su atención hacia este trono de misericordia y contemplarlo colgado en la
cruz, lleno de fe, esperanza y caridad, devoto, lleno de asombro y alegría,
marcado por la gratitud y abierto a la alabanza y la exultación. Entonces ese
hombre hará con Cristo una “pascua”, es decir, un paso. A través de los brazos
de la cruz pasará el Mar Rojo, dejando Egipto y entrando en el desierto. Allí
saboreará el maná escondido y descansará con Cristo en el sepulcro, como si
estuviera muerto a las cosas exteriores. Experimentará, en la medida de lo
posible para quien aún vive, lo que fue prometido al ladrón que colgaba junto a
Cristo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.
(Itinerario del alma hacia Dios, de San Buenaventura)
📖 Reflexión
San Buenaventura nació aproximadamente durante la
última década de vida de san Francisco de Asís y estuvo profundamente vinculado
al santo y a su orden franciscana durante toda su vida. Nació en Civita di
Bagnoregio, en la actual Italia, y fue bautizado con el nombre de Giovanni
di Fidanza, como su padre. La región formaba parte de los Estados
Pontificios, a unos 110 km al norte de Roma y a 80 km al suroeste de Asís. Al
momento de su nacimiento, la orden franciscana contaba ya con cerca de 5.000
miembros, apenas una década después de haber sido fundada.
Según la tradición, cuando Giovanni era niño, fue
curado milagrosamente por San Francisco de Asís. Algunos creen que fue entonces
cuando se le dio el nombre de Bonaventura. Una leyenda cuenta que, al
ser curado, Francisco exclamó: “¡Oh, buena ventura!” Otras versiones dicen que
la curación fue posterior a la muerte de Francisco, por intercesión de la madre
del niño. Sea como fuere, el propio San Buenaventura recordó más tarde el
milagro diciendo:
“Pues yo, que recuerdo como si hubiese sido ayer
cómo fui arrancado de las fauces de la muerte cuando era apenas un niño, por su
invocación y sus méritos, temería incurrir en el pecado de ingratitud si no
proclamase sus alabanzas.”
Poco se sabe sobre su infancia. De joven viajó a
París para estudiar, y en 1243 ingresó formalmente a los franciscanos,
tomando el nombre de Buenaventura. Se dedicó a un exigente estudio, centrado en
las Sagradas Escrituras y las Sentencias del obispo Pedro Lombardo. Su
tesis doctoral se tituló Cuestiones sobre el conocimiento de Cristo.
En ese tiempo, la Universidad de París era el campo
de batalla entre los teólogos tradicionales y las nuevas órdenes mendicantes:
franciscanos y dominicos, que vivían de la pobreza, predicaban itinerantemente
y no poseían propiedades. Este modelo de vida causó tensiones y sospechas. Fray
Buenaventura se situó al frente de esta defensa, fundamentando en la Escritura
y en la teología la autenticidad del carisma mendicante.
Tras 14 años en París, Buenaventura fue nombrado Doctor
y Maestro en Teología el 23 de octubre de 1257, el mismo día en que
lo fue también su homólogo dominico, Santo Tomás de Aquino.
La orden franciscana crecía rápidamente y
necesitaba orientación. San Francisco había sido reticente al estudio, temiendo
que los frailes perdieran el espíritu del Evangelio. Sin embargo, en sus
últimos años confió a San Antonio de Padua la formación teológica. Después de
la muerte de San Francisco en 1226, la orden buscaba definirse. ¿Debían los
frailes seguir siendo sencillos y pobres predicadores, o abrirse a la vida
académica y de gobierno?
La elección divina recayó en Buenaventura
para guiar este discernimiento. En 1257, poco después de recibir el doctorado,
fue elegido Ministro General de los franciscanos, cargo que ocupó por 17
años. En ese tiempo, la orden creció de 5.000 a 30.000 frailes, extendiéndose
por Europa, el norte de África, el Medio Oriente e incluso China.
Uno de sus primeros objetivos fue unificar la
vida de los frailes. Compiló las normas de vida y escribió una biografía
oficial de San Francisco, basada en testimonios directos. Esta biografía
fue adoptada como la única autorizada en el Capítulo General de Pisa en 1263.
En 1265, el papa lo nombró arzobispo de York,
pero Buenaventura, aún no ordenado obispo, renunció humildemente,
prefiriendo continuar como superior de su orden. En los años siguientes
escribió numerosas cartas, sermones y obras místicas de gran profundidad,
siempre centradas en Cristo y en la sabiduría espiritual de San Francisco.
Defendió que el conocimiento teológico no debía ser estéril ni vanidoso, sino
siempre orientado a la conversión, la fe y el amor.
Su mística teología lo llevó a ser proclamado Doctor
Seráfico de la Iglesia. Tenía también gran devoción a la Virgen María.
La influencia de Buenaventura fue tan notable que los
papas buscaban su consejo frecuentemente. En 1274, el Papa Gregorio X lo
consagró obispo y lo creó cardenal, encomendándole una tarea crucial: presidir
el II Concilio de Lyon, que buscaba la reconciliación entre las Iglesias de
Oriente y Occidente. Sin embargo, antes de que el concilio concluyera, Buenaventura
murió misteriosamente, a los 56 años.
San Buenaventura fue, en muchos sentidos, el
rostro nuevo del franciscanismo renovado. Si Francisco encendió la chispa,
Buenaventura canalizó su fuego con sabiduría mística.
Hoy, al honrar a este gran santo, contemplemos su
ejemplo de inteligencia al servicio del amor, de teología como camino
hacia Cristo, de pobreza evangélica sin dejar de buscar la verdad.
Su vida nos recuerda que estudiar, predicar y servir… sólo tienen sentido si nos
conducen a un amor más profundo por Cristo.
🙏 Oración
San Buenaventura, tú fuiste llamado por Dios para guiar con tu
mente iluminada la sencillez y novedad de la orden franciscana. Por la oración,
la fe y la inteligencia, permaneciste fiel al carisma de San Francisco,
señalando siempre a Cristo.
Ruega por mí, para que busque siempre a Cristo por
encima de todo y lo sirva con todo mi corazón.
San Buenaventura y San Francisco, rueguen por mí.
Jesús, en Ti confío.
Referencias:
Ze Bible
https://catholic-daily-reflections.com/2025/07/14/becoming-lukewarm-4/
https://www.prionseneglise.ca/textes-du-jour/commentaire/2025-07-15
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