lunes, 15 de septiembre de 2025

16 de septiembre del 2025: martes de la vigésima cuarta semana del tiempo ordinario- Memoria obligatoria de los santos Cornelio, papa y Cipriano, obispo, mártires

 

Santos del día:

Santos Cornelio y Cipriano

Siglo III. Cornelio, papa entre 251 y 253, y su amigo Cipriano, obispo de Cartago y gran escritor eclesiástico, promovieron el perdón de los cristianos apóstatas que habían renunciado a su fe durante las persecuciones de Decio.

 


¡Levántate!

(Lc 7, 11-17) ¡Qué conmovedor resulta este milagro realizado por Jesús! Al cruzarse con el cortejo fúnebre que acompaña al hijo único de una viuda y al adivinar la pena de aquella madre, “el Señor se sintió conmovido de compasión”.

¿Acaso pensaba en su propio final, en María desamparada al perder tan violentamente a aquel que el Padre le había confiado a su cuidado materno?
“¡Levántate!”, le ordena al joven, una palabra que anticipa su propia resurrección de entre los muertos.

Bénédicte de la Croix, cistercienne



Primera lectura

1Tm 3,1-13

Conviene que el obispo sea irreprochable; asimismo los diáconos, que guarden el misterio de la fe con la conciencia pura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

QUERIDO hermano:
Es palabra digna de crédito que, si alguno aspira al episcopado, desea una noble tarea. Pues conviene que el obispo sea irreprochable, marido de una sola mujer, sobrio, sensato, ordenado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, sino comprensivo; que no sea agresivo ni amigo del dinero; que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con todo respeto.
Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la Iglesia de Dios?
Que no sea alguien recién convertido a la fe, por si se le sube a la cabeza y es condenado lo mismo que el diablo.
Conviene además que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en descrédito ni en el lazo del diablo.
En cuanto a los diáconos, sean asimismo respetables, sin doble lenguaje, no aficionados al mucho vino ni dados a negocios sucios; que guarden el misterio de la fe con la conciencia pura.
Tienen que ser probados primero y, cuando se vea que son intachables, que ejerzan el ministerio.
Las mujeres, igualmente, que sean respetables, no calumniadoras,
sobrias, fieles en todo.
Los diáconos sean maridos de una sola mujer, que gobiernen bien a sus hijos y sus propias casas. Porque quienes ejercen bien el ministerio logran buena reputación y mucha confianza en lo referente a la fe que se funda en Cristo Jesús.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 101(100),1-2ab.2cd-3ab.5.6 (R. 2c)

R. Andaré con rectitud de corazón.

V. Voy a cantar la bondad y la justicia,
para ti es mi música, Señor;
voy a explicar el camino perfecto:
¿cuándo vendrás a mí? 
R.

V. Andaré con rectitud de corazón
dentro de mi casa;
no pondré mis ojos
en intenciones viles.
Aborrezco al que obra mal. 
R.

V. Al que en secreto difama a su prójimo
lo haré callar;
ojos engreídos, corazones arrogantes
no los soportaré. 
R.

V. Pongo mis ojos en los que son leales,
ellos vivirán conmigo;
el que sigue un camino perfecto,
ese me servirá. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. R.



Evangelio

Lc 7,11-17

¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:
«No llores».
Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!».
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios diciendo:
«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo».
Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.

Palabra del Señor.

 

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1. Una hoja de ruta para quienes guían

San Pablo, en la primera carta a Timoteo, ofrece hoy un consejo que es a la vez una hoja de ruta para todo discípulo de Cristo, y de manera especial para quienes ejercen un ministerio de responsabilidad en la Iglesia: “El que aspira a presidir una comunidad desea un noble oficio” (1 Tim 3,1).

Pero enseguida aclara que este oficio no es para engrandecerse ni para demostrar poder, sino para servir con coherencia. El verdadero liderazgo cristiano comienza en el interior: quien guía a otros debe primero aprender a guiar su propia vida, a gobernar su corazón, a ser testimonio de aquello que enseña.

En un tiempo como el nuestro, marcado por crisis de credibilidad, abusos de poder y tentaciones de apariencia, esta palabra es un recordatorio de oro: solo es creíble el pastor que vive lo que anuncia, solo arrastra el testimonio que nace de la coherencia.

2. Jesús, rostro de la compasión

El Evangelio (Lc 7,11-17) nos lleva a Naín, donde Jesús se encuentra con el cortejo fúnebre de un joven, hijo único de una viuda. No se trata solo de una tragedia personal: la mujer quedaba sin protección, sin sostén, sin esperanza. Y allí ocurre lo inaudito: “Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: ‘No llores’”.
La compasión de Jesús no es un gesto superficial; es el latido mismo de Dios que se acerca al dolor humano. La palabra de Cristo se convierte en acto: “¡Joven, a ti te digo, levántate!”. Y el muerto se incorpora. Jesús devuelve al hijo a su madre, y con ello, devuelve vida, esperanza y futuro.

Aquí se revela lo que confesamos en Pascua: Cristo es el Señor de la vida, la resurrección misma en persona. Lo que anuncia con palabras, lo respalda con hechos. Y lo que hizo en Naín, lo cumplirá en plenitud cuando Él mismo salga victorioso del sepulcro.

3. Mártires de ayer, testigos de hoy

Hoy la Iglesia honra a San Cornelio, papa, y a San Cipriano, obispo, mártires del siglo III. Ellos vivieron en tiempos de persecución y división. Cornelio sostuvo con valentía la unidad de la Iglesia frente a quienes querían excluir sin misericordia a los pecadores arrepentidos. Cipriano, desde Cartago, defendió la comunión eclesial y se mantuvo firme hasta entregar la vida.

Su ejemplo nos recuerda que la autoridad en la Iglesia no es dominio, sino servicio; no es privilegio, sino entrega hasta el martirio. En medio de un mundo que mide el poder por influencia o riqueza, ellos nos muestran que la fuerza del cristiano es el amor fiel hasta la cruz.

4. Benefactores, colaboradores de la misión

En este marco jubilar, queremos orar de manera especial por los benefactores de nuestra comunidad: hombres y mujeres que, con sus dones materiales y espirituales, sostienen la misión de la Iglesia. Ellos son, de alguna manera, como aquella multitud que acompañaba a la viuda: presencia cercana, apoyo silencioso, manos extendidas para levantar.

La misión evangelizadora no se sostiene solo por los ministros ordenados, sino también por quienes, con generosidad, comparten lo que tienen y hacen posible que la Palabra llegue más lejos. A ustedes, queridos benefactores, esta memoria de los santos mártires les recuerda que toda colaboración en el Reino es fecunda, porque se inscribe en la comunión de los santos y produce vida eterna.

5. Peregrinos de la esperanza

El Jubileo que vivimos nos invita a renovar la esperanza. Hoy, al contemplar a Jesús que se conmueve ante la viuda, entendemos que nuestra esperanza no está en estructuras humanas, ni en seguridades frágiles, sino en el Señor que vence la muerte.
Y al mirar a Cornelio y Cipriano, descubrimos que esa esperanza se traduce en fidelidad y en coherencia, aun en medio de persecuciones. Ellos fueron peregrinos de la esperanza porque no se dejaron vencer por el miedo, sino que permanecieron firmes en Cristo.

6. Aplicación para nuestra vida

  • Si eres padre, madre, líder comunitario, catequista, sacerdote: la primera misión es guiar la propia vida en Cristo.
  • Si atraviesas el dolor como la viuda de Naín, deja que Jesús toque tu herida y escuche tu llanto: Él puede devolverte la esperanza.
  • Si eres benefactor, recuerda que tu generosidad sostiene la misión de la Iglesia y te hace partícipe de la resurrección que Cristo regala a tantos corazones.

7. Conclusión

Que este día jubilar renueve en nosotros la certeza de que no estamos solos. Cristo camina con nosotros, se conmueve con nuestro dolor, y nos levanta. Sigamos su ejemplo y el de los santos mártires, siendo una Iglesia que guía desde la coherencia, que sirve desde la compasión y que vive con la esperanza puesta en la resurrección.

 

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1. “¡Levántate!”

El Evangelio de hoy (Lc 7,11-17) nos presenta una de las escenas más conmovedoras de la vida pública de Jesús. Una madre viuda lleva al cementerio a su hijo único. Lo ha perdido todo: el esposo, el hijo, el sustento y la esperanza. Jesús se encuentra con ese cortejo fúnebre y, al ver a la madre, “el Señor se conmovió profundamente”.

Ese detalle es esencial: el corazón de Cristo no es indiferente al dolor humano. Él se deja afectar, se deja tocar por nuestras lágrimas. Y con una autoridad única, pronuncia una palabra que cambia todo: “¡Joven, a ti te digo, levántate!”. El muchacho revive y es entregado a su madre.

Ese imperativo —levántate— no es solo para aquel joven. Es palabra dirigida hoy a cada uno de nosotros: a los que nos sentimos abatidos, a las comunidades cansadas, a la Iglesia que necesita renovar su esperanza.


2. La compasión de Cristo y el rostro de María

Este pasaje nos  sugiere algo hermoso: ¿habrá pensado Jesús en su propia madre, María, al ver a aquella viuda desconsolada? Sin duda. El dolor de esa mujer anticipa el de María al pie de la cruz, viendo morir al Hijo amado que el Padre le confió.

La compasión de Jesús no es abstracta: Él se pone en lugar de la madre, comprende su soledad y le devuelve a su hijo. Y esa compasión anticipa su propia Pascua: el mismo que ordena al joven levantarse, pronto será levantado de entre los muertos. En Él, la vida tiene la última palabra.


3. Coherencia en el liderazgo cristiano

La primera lectura (1 Tim 3,1-13) nos recuerda que la misión de presidir, guiar o servir en la Iglesia no es cuestión de honores, sino de coherencia. Pablo pide a Timoteo que los ministros sean irreprochables, templados, equilibrados, capaces de gobernar primero su propia vida y su propia familia.

No se trata de perfeccionismo, sino de credibilidad. Un líder cristiano no se mide por la elocuencia de sus palabras, sino por la transparencia de su vida. Jesús mismo es el modelo: su palabra tenía poder porque lo que decía lo vivía, y lo vivía con total libertad y entrega.


4. Testigos hasta el martirio: Cornelio y Cipriano

Hoy recordamos a dos grandes pastores de la Iglesia: San Cornelio, papa, y San Cipriano, obispo de Cartago. Ambos fueron mártires en el siglo III, en tiempos de persecución y división interna.

Cornelio supo mantener la unidad de la Iglesia frente a quienes querían excluir a los pecadores arrepentidos. Cipriano defendió con firmeza la comunión eclesial y la caridad. Ambos fueron pastores según el corazón de Cristo: no huyeron del dolor, no se encerraron en sí mismos, sino que dieron la vida por la grey.

Su testimonio ilumina el “¡levántate!” del Evangelio: ellos no se dejaron vencer por el miedo ni por la muerte, sino que se levantaron con la fuerza de la fe y permanecieron fieles hasta la sangre.


5. Intención orante por los benefactores

En este marco jubilar, queremos dirigir una oración especial por los benefactores de nuestra comunidad. Ellos, con su generosidad silenciosa, hacen posible que la misión evangelizadora se mantenga en pie. Su apoyo es como las manos de Jesús que sostienen al que cae, como la voz que repite: “¡Levántate!”.

Queridos benefactores, cada gesto de amor, cada ayuda material o espiritual, cada oración ofrecida, es semilla de vida nueva en la Iglesia. Ustedes son compañeros de misión, partícipes de la esperanza que el Señor nos regala.


6. Peregrinos de la esperanza

En el Año Jubilar, el llamado de Jesús resuena con fuerza: “¡Levántate!”. No nos resignemos a la muerte espiritual, al cansancio o a la rutina. Somos peregrinos de la esperanza, llamados a caminar con la certeza de que Cristo nos levanta una y otra vez.

Así como la viuda de Naín recuperó a su hijo, también nuestras comunidades pueden recuperar la alegría, la fuerza y la fe. El Jubileo es tiempo de resurrección, de recomenzar, de dejar que Cristo nos devuelva la vida.


7. Aplicaciones concretas

  • A nivel personal: deja que la palabra de Jesús te levante de tus miedos, tus culpas o tu tristeza.
  • A nivel comunitario: recordemos que el servicio pastoral es un acto de coherencia, no de poder. Se guía con la vida, no con discursos.
  • A nivel eclesial: imitemos a Cornelio y Cipriano, que fueron pastores fieles y testigos valientes, incluso hasta el martirio.
  • A nivel misionero: agradezcamos y apoyemos a los benefactores que, con su generosidad, nos ayudan a seguir llevando la Buena Nueva.

8. Conclusión

El Evangelio de Naín nos recuerda que Jesús es el Señor de la vida, que se conmueve con nuestro dolor y nos levanta con su palabra. Hoy, como la viuda de Naín, pongamos en sus manos nuestras penas; como Cornelio y Cipriano, seamos fieles hasta dar la vida; como benefactores generosos, colaboremos con la misión.

Y que este Jubileo nos renueve la certeza: Cristo vive, Cristo nos levanta, y nosotros somos enviados como peregrinos de la esperanza.

 

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1. Una escena conmovedora

El Evangelio de Lucas (7,11-17) nos lleva a la pequeña ciudad de Naín. Allí, dos multitudes se cruzan en la puerta de la ciudad: la del duelo, que acompaña a una madre viuda y desolada en el entierro de su hijo único; y la de la vida, que sigue a Jesús y sus discípulos. Es el choque entre la desesperanza y la esperanza, entre la muerte y la vida.

El texto nos invita a contemplar el corazón de esa madre: primero perdió a su esposo y ahora a su único hijo. En la cultura de entonces, eso significaba quedarse sin futuro, sin sustento, sin seguridad. Su dolor era profundo y su miedo era real: ¿cómo sobreviviría ahora?


2. El corazón compasivo de Jesús

Es en este contexto donde aparece Jesús. El evangelista no dice que la viuda lo buscara ni que rogara por un milagro. El encuentro parece casual, no planificado. Pero basta que Jesús vea su sufrimiento para que se conmueva en lo más hondo: “No llores”. Luego pronuncia la palabra que vence la muerte: “¡Joven, a ti te digo, levántate!”.

El milagro brota, en primer lugar, de la compasión de Cristo. Sin embargo, como sugiere el comentario que inspira esta reflexión, también hay un segundo nivel: la fe de la multitud que acompañaba a Jesús. Ellos habían visto el día anterior cómo sanó al siervo del centurión. Creían en Él, esperaban algo grande, y esa esperanza se unió a la compasión de Jesús. Así, la fe de los discípulos y la compasión del Maestro se encuentran para dar lugar a un milagro que anticipa la Pascua.


3. Mediadores de la gracia

El Evangelio nos enseña que también nosotros podemos ser mediadores de la gracia de Dios. Cuando vemos el dolor ajeno, tenemos dos caminos: pasar de largo o dejarnos conmover. Si nos dejamos tocar, si sentimos compasión verdadera, si además mantenemos la esperanza en que Dios puede actuar, y permanecemos en fe, entonces nos convertimos en intercesores.

La compasión, la esperanza y la fe son como una oración viva que Dios siempre escucha. Así como la multitud de Naín fue testigo y partícipe del milagro, nosotros también podemos provocar que la misericordia de Cristo se derrame sobre quienes sufren.


4. Cornelio y Cipriano: testigos en la prueba

Hoy la Iglesia recuerda a San Cornelio, papa, y San Cipriano, obispo de Cartago, mártires. Ambos vivieron tiempos difíciles: persecuciones, divisiones internas, controversias en torno al perdón a los apóstatas. Cornelio fue firme en acoger con misericordia a los arrepentidos; Cipriano defendió la unidad y la caridad en la comunidad.

Ellos, como buenos pastores, vivieron lo que nos recuerda Pablo en la primera lectura (1 Tim 3,1-13): guiar a la Iglesia exige coherencia de vida, fidelidad al Evangelio, firmeza en la fe y compasión por el pueblo de Dios. Su martirio es el sello de su testimonio.


5. Intención orante por los benefactores

En este Año Jubilar, elevamos una oración especial por los benefactores de nuestra comunidad. Ustedes son como esa multitud que acompaña a Jesús: con su apoyo, su generosidad y su fe, ayudan a que la esperanza se mantenga viva. Gracias a ustedes, la misión de la Iglesia continúa, los pobres encuentran alivio, los jóvenes reciben formación, y el Evangelio llega más lejos.

Su generosidad no es en vano: es semilla de resurrección en tantas vidas. El Señor, que se conmovió por la viuda de Naín, bendecirá a quienes hoy siguen extendiendo su compasión con obras concretas de amor.


6. Peregrinos de la esperanza

El Jubileo nos recuerda que no somos gente del lamento, sino del anuncio: Cristo nos levanta, nos devuelve la vida, nos invita a caminar como peregrinos de la esperanza. La voz de Jesús resuena también hoy: “¡Levántate!”.

  • Levántate de tu tristeza.
  • Levántate de tus miedos.
  • Levántate de tu tibieza espiritual.
  • Levántate y camina con Cristo.

La esperanza no es un sueño ingenuo: es la certeza de que Dios actúa en la historia y en nuestra vida.


7. Aplicaciones para nuestra vida

  • A nivel personal: sé sensible al dolor ajeno. La compasión es el primer paso para que Dios actúe a través de ti.
  • A nivel comunitario: fortalezcamos nuestra fe, como la multitud que acompañaba a Jesús. La fe compartida abre camino a milagros.
  • A nivel eclesial: imitemos a Cornelio y Cipriano, pastores coherentes, fieles hasta el martirio.
  • A nivel misionero: valoremos a los benefactores que hacen posible nuestra misión. Ellos también son testigos de esperanza.

8. Conclusión

El Evangelio de Naín es la proclamación de que la vida vence a la muerte, de que la compasión de Cristo nunca falla, de que la fe de una comunidad puede abrir las puertas a la acción de Dios.

Pidamos hoy la gracia de un corazón compasivo, una esperanza firme y una fe viva, para que seamos intercesores de los hermanos que sufren. Que San Cornelio y San Cipriano, mártires de la fe, nos alcancen valentía para ser testigos en nuestro tiempo.

Y que en este Jubileo, caminemos como verdaderos peregrinos de la esperanza, sabiendo que Cristo sigue repitiendo a la Iglesia y al mundo: “¡Levántate!”

 

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16 de septiembre:

San Cornelio, Papa, y San Cipriano, Obispo, Mártires — Memoria

San Cornelio: †253
Patrono del ganado y de los animales domésticos
Invocado contra los dolores de oído, la epilepsia, las fiebres y los espasmos

San Cipriano: c. 200–258
Patrono de Argelia y del norte de África


Cita:

Galerio Máximo: «¿Eres Tascio Cipriano?»
Cipriano: «Lo soy».
Galerio: «Los sacratísimos emperadores te han ordenado conformarte a los ritos romanos».
Cipriano: «Me niego».
Galerio: «Considera tu elección y sus consecuencias».
Cipriano: «Haz lo que quieras; en un caso tan claro acepto las consecuencias».
Galerio: «Has vivido mucho tiempo una vida irreligiosa, has reunido a un número de hombres unidos por una asociación ilícita y te has declarado enemigo abierto de los dioses y de la religión de Roma… serás hecho un ejemplo para aquellos con quienes perversamente te has asociado; la autoridad de la ley será confirmada en tu sangre… Es sentencia de este tribunal que Tascio Cipriano sea ejecutado con la espada».
Cipriano: «Demos gracias a Dios».
~Juicio de San Cipriano




Reflexión:

Hoy honramos a San Cornelio y a San Cipriano. Nada se sabe sobre la infancia y la juventud de Cornelio. En el año 251 fue elegido como el vigésimo primer papa, cargo que ejerció hasta su muerte dos años más tarde.

Cipriano, nacido Tascio Cecilio Cipriano, fue hijo de ricos padres paganos en el norte de África. Bien educado en la literatura grecorromana y en la retórica, tuvo una carrera exitosa como abogado y maestro. Alrededor de los cuarenta y seis años, se convirtió al cristianismo y entregó gran parte de su fortuna, dedicándose a la oración y a la vida ascética. En el lapso de tres años fue ordenado diácono, sacerdote y, finalmente, obispo de Cartago (en la actual Túnez, norte de África), hacia el año 249.

En el año 250, el emperador romano Decio implementó la primera persecución sistemática contra los cristianos en todo el Imperio. Exigió que todos los ciudadanos ofrecieran sacrificios a los dioses romanos en presencia de los magistrados. Quienes lo hacían recibían un certificado oficial de sacrificio que confirmaba su cumplimiento. Quienes se negaban enfrentaban la confiscación de bienes, la tortura, la prisión e incluso la muerte. Decio murió en batalla al año siguiente, lo que puso fin de manera abrupta, aunque temporal, a la persecución.

Durante esas persecuciones, el papa Fabián se negó a sacrificar a los dioses romanos y fue martirizado. Después, la persecución fue tan dura que resultó imposible elegir un sucesor en la Sede de San Pedro. Durante ese tiempo, varios sacerdotes, entre ellos un tal Novaciano, ayudaron a gobernar la Iglesia. Tras catorce meses, muerto ya Decio y terminadas las persecuciones, un grupo de obispos se reunió en Roma y eligió a Cornelio como papa. Novaciano, descontento con esta decisión, se hizo ordenar como obispo de Roma, convirtiéndose así en el primer antipapa.

En el 251, la Iglesia se dividió por la cuestión de qué hacer con los que habían accedido a sacrificar a los dioses. Estos eran llamados lapsi, por haber “caído” en la fe. Algunos obispos apoyaban su reconciliación; otros no. Entre los defensores de la misericordia se encontraban el papa Cornelio y el obispo Cipriano.

El antipapa Novaciano sostenía que la Iglesia no tenía autoridad para perdonar a quienes habían ofrecido sacrificios sacrílegos. Por tanto, los lapsi no podían volver a la plena comunión ni recibir los sacramentos. Cornelio, en cambio, afirmaba con firmeza que, tras el arrepentimiento y un tiempo de penitencia pública, podían ser recibidos de nuevo en la comunión de la Iglesia.

Tras la autoproclamación de Novaciano, Cornelio convocó un sínodo con sesenta obispos en Roma que lo apoyaron y excomulgaron conjuntamente a Novaciano. Desde allí, los obispos del Imperio fueron invitados a manifestar su apoyo al papa legítimo y a la postura pastoral de reconciliar a los lapsi. Uno de los más firmes defensores de Cornelio fue Cipriano, que participó en el sínodo y luego escribió extensamente para atraer más apoyos.

Después de la muerte de Decio, el emperador Galo subió al poder. Aunque no persiguió de forma general a los cristianos, sí favoreció la restauración de las prácticas religiosas paganas. Al poco tiempo, exilió a Cornelio a Centumcellae (actual Civitavecchia), cerca de Roma, en la costa mediterránea. Un año más tarde, debido a las duras condiciones, Cornelio murió en el destierro y es venerado como mártir.

En el 253 murió en batalla Galo y lo sucedió Valeriano. Al principio mostró cierta indiferencia hacia los cristianos, pero en el 257 inició una nueva persecución en todo el Imperio. Primero decretó que el clero debía participar en los ritos paganos. Al año siguiente, ordenó la ejecución de obispos, sacerdotes y diáconos que se negaran a renegar de la fe. A los laicos se les despojaba de sus títulos y bienes. Entre los arrestados estuvo Cipriano en 257. En el 258 fue juzgado en Cartago y, al negarse a renegar de su fe, fue decapitado. Cuando escuchó la sentencia, exclamó: «Demos gracias a Dios». En gratitud, incluso entregó una moneda de oro a su verdugo.

Hombre de gran cultura, Cipriano dejó abundantes escritos. Sus numerosas cartas ofrecen un retrato claro de la situación de la Iglesia y del Imperio en esa época. Defendió a la Iglesia frente a la herejía de los lapsi, trabajó por acabar con el cisma de Novaciano y escribió obras sobre la unidad de la Iglesia, el Padrenuestro, la muerte cristiana, la limosna y los sacramentos.

San Cornelio y San Cipriano vivieron y sirvieron a Cristo y a su Iglesia en tiempos convulsos. Sufrieron duras persecuciones y guiaron al pueblo de Dios con la palabra y el ejemplo. Defendieron la unidad, fueron misericordiosos con los pecadores y actuaron como verdaderos pastores de su grey.

Hoy que los honramos, reflexionemos sobre el impacto que tuvieron en la Iglesia primitiva. Su testimonio marcó a los cristianos de su tiempo y sigue influyendo en generaciones posteriores. Honremos a estos santos imitándolos en su valentía y en su misericordia, para que Dios también nos use a nosotros como instrumentos de su gracia, no solo para quienes nos rodean, sino también para quienes vendrán después, en formas que solo Él conoce.


Oración:
San Cornelio y San Cipriano, ustedes amaron a Dios y permanecieron firmes en la fe, aun frente a la persecución y la muerte. Su testimonio valiente estuvo unido a un testimonio pastoral de misericordia. Intercedan por mí, para que imite su valentía y sus corazones misericordiosos, manteniéndome siempre fuerte en la fe y ofreciendo perdón a todo pecador.
San Cornelio y San Cipriano, rueguen por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

 

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