Santos del día:
Santos Cornelio y Cipriano
Siglo III. Cornelio, papa
entre 251 y 253, y su amigo Cipriano, obispo de Cartago y gran escritor
eclesiástico, promovieron el perdón de los cristianos apóstatas que habían
renunciado a su fe durante las persecuciones de Decio.
¡Levántate!
(Lc 7, 11-17) ¡Qué conmovedor resulta este milagro realizado
por Jesús! Al cruzarse con el cortejo fúnebre que acompaña al hijo único de una
viuda y al adivinar la pena de aquella madre, “el Señor se sintió conmovido de
compasión”.
¿Acaso
pensaba en su propio final, en María desamparada al perder tan violentamente a
aquel que el Padre le había confiado a su cuidado materno?
“¡Levántate!”,
le ordena al joven, una palabra que anticipa su propia resurrección de entre
los muertos.
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
1Tm
3,1-13
Conviene
que el obispo sea irreprochable; asimismo los diáconos, que guarden el misterio
de la fe con la conciencia pura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Es palabra digna de crédito que, si alguno aspira al episcopado, desea una
noble tarea. Pues conviene que el obispo sea irreprochable, marido de una sola
mujer, sobrio, sensato, ordenado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al
vino ni amigo de reyertas, sino comprensivo; que no sea agresivo ni amigo del
dinero; que gobierne bien su propia casa y se haga obedecer de sus hijos con
todo respeto.
Pues si uno no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la Iglesia de
Dios?
Que no sea alguien recién convertido a la fe, por si se le sube a la cabeza y
es condenado lo mismo que el diablo.
Conviene además que tenga buena fama entre los de fuera, para que no caiga en
descrédito ni en el lazo del diablo.
En cuanto a los diáconos, sean asimismo respetables, sin doble lenguaje, no
aficionados al mucho vino ni dados a negocios sucios; que guarden el misterio
de la fe con la conciencia pura.
Tienen que ser probados primero y, cuando se vea que son intachables, que
ejerzan el ministerio.
Las mujeres, igualmente, que sean respetables, no calumniadoras,
sobrias, fieles en todo.
Los diáconos sean maridos de una sola mujer, que gobiernen bien a sus hijos y
sus propias casas. Porque quienes ejercen bien el ministerio logran buena
reputación y mucha confianza en lo referente a la fe que se funda en Cristo
Jesús.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
101(100),1-2ab.2cd-3ab.5.6 (R. 2c)
R. Andaré con
rectitud de corazón.
V. Voy a cantar la
bondad y la justicia,
para ti es mi música, Señor;
voy a explicar el camino perfecto:
¿cuándo vendrás a mí? R.
V. Andaré con
rectitud de corazón
dentro de mi casa;
no pondré mis ojos
en intenciones viles.
Aborrezco al que obra mal. R.
V. Al que en
secreto difama a su prójimo
lo haré callar;
ojos engreídos, corazones arrogantes
no los soportaré. R.
V. Pongo mis ojos
en los que son leales,
ellos vivirán conmigo;
el que sigue un camino perfecto,
ese me servirá. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Un gran Profeta
ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo. R.
Evangelio
Lc
7,11-17
¡Muchacho,
a ti te lo digo, levántate!
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con
él sus discípulos y mucho gentío.
Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a
un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de
la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:
«No llores».
Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:
«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!».
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.
Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios diciendo:
«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo».
Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.
Palabra del Señor.
1. Una hoja de ruta para quienes
guían
San Pablo, en la primera carta a Timoteo, ofrece
hoy un consejo que es a la vez una hoja de ruta para todo discípulo de Cristo,
y de manera especial para quienes ejercen un ministerio de responsabilidad en
la Iglesia: “El que aspira a presidir una comunidad desea un noble oficio”
(1 Tim 3,1).
Pero enseguida aclara que este oficio no es para
engrandecerse ni para demostrar poder, sino para servir con coherencia. El
verdadero liderazgo cristiano comienza en el interior: quien guía a otros debe
primero aprender a guiar su propia vida, a gobernar su corazón, a ser
testimonio de aquello que enseña.
En un tiempo como el nuestro, marcado por crisis de
credibilidad, abusos de poder y tentaciones de apariencia, esta palabra es un
recordatorio de oro: solo es creíble el pastor que vive lo que anuncia, solo
arrastra el testimonio que nace de la coherencia.
2. Jesús, rostro de la compasión
El Evangelio (Lc 7,11-17) nos lleva a Naín, donde
Jesús se encuentra con el cortejo fúnebre de un joven, hijo único de una viuda.
No se trata solo de una tragedia personal: la mujer quedaba sin protección, sin
sostén, sin esperanza. Y allí ocurre lo inaudito: “Al verla, el Señor se
conmovió y le dijo: ‘No llores’”.
La compasión de Jesús no es un gesto superficial; es el latido mismo de Dios
que se acerca al dolor humano. La palabra de Cristo se convierte en acto:
“¡Joven, a ti te digo, levántate!”. Y el muerto se incorpora. Jesús devuelve al
hijo a su madre, y con ello, devuelve vida, esperanza y futuro.
Aquí se revela lo que confesamos en Pascua: Cristo
es el Señor de la vida, la resurrección misma en persona. Lo que anuncia con
palabras, lo respalda con hechos. Y lo que hizo en Naín, lo cumplirá en
plenitud cuando Él mismo salga victorioso del sepulcro.
3. Mártires de ayer, testigos de
hoy
Hoy la Iglesia honra a San Cornelio, papa, y a San
Cipriano, obispo, mártires del siglo III. Ellos vivieron en tiempos de
persecución y división. Cornelio sostuvo con valentía la unidad de la Iglesia
frente a quienes querían excluir sin misericordia a los pecadores arrepentidos.
Cipriano, desde Cartago, defendió la comunión eclesial y se mantuvo firme hasta
entregar la vida.
Su ejemplo nos recuerda que la autoridad en la
Iglesia no es dominio, sino servicio; no es privilegio, sino entrega hasta el
martirio. En medio de un mundo que mide el poder por influencia o riqueza,
ellos nos muestran que la fuerza del cristiano es el amor fiel hasta la cruz.
4. Benefactores, colaboradores de
la misión
En este marco jubilar, queremos orar de manera
especial por los benefactores de nuestra comunidad: hombres y mujeres que, con
sus dones materiales y espirituales, sostienen la misión de la Iglesia. Ellos
son, de alguna manera, como aquella multitud que acompañaba a la viuda:
presencia cercana, apoyo silencioso, manos extendidas para levantar.
La misión evangelizadora no se sostiene solo por
los ministros ordenados, sino también por quienes, con generosidad, comparten
lo que tienen y hacen posible que la Palabra llegue más lejos. A ustedes,
queridos benefactores, esta memoria de los santos mártires les recuerda que
toda colaboración en el Reino es fecunda, porque se inscribe en la comunión de
los santos y produce vida eterna.
5. Peregrinos de la esperanza
El Jubileo que vivimos nos invita a renovar la
esperanza. Hoy, al contemplar a Jesús que se conmueve ante la viuda, entendemos
que nuestra esperanza no está en estructuras humanas, ni en seguridades
frágiles, sino en el Señor que vence la muerte.
Y al mirar a Cornelio y Cipriano, descubrimos que esa esperanza se traduce en
fidelidad y en coherencia, aun en medio de persecuciones. Ellos fueron
peregrinos de la esperanza porque no se dejaron vencer por el miedo, sino que
permanecieron firmes en Cristo.
6. Aplicación para nuestra vida
- Si
eres padre, madre, líder comunitario, catequista, sacerdote: la primera
misión es guiar la propia vida en Cristo.
- Si
atraviesas el dolor como la viuda de Naín, deja que Jesús toque tu herida
y escuche tu llanto: Él puede devolverte la esperanza.
- Si
eres benefactor, recuerda que tu generosidad sostiene la misión de la
Iglesia y te hace partícipe de la resurrección que Cristo regala a tantos
corazones.
7. Conclusión
Que este día jubilar renueve en nosotros la certeza
de que no estamos solos. Cristo camina con nosotros, se conmueve con nuestro
dolor, y nos levanta. Sigamos su ejemplo y el de los santos mártires, siendo
una Iglesia que guía desde la coherencia, que sirve desde la compasión y que
vive con la esperanza puesta en la resurrección.
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1. “¡Levántate!”
El Evangelio de hoy (Lc 7,11-17) nos presenta una
de las escenas más conmovedoras de la vida pública de Jesús. Una madre viuda
lleva al cementerio a su hijo único. Lo ha perdido todo: el esposo, el hijo, el
sustento y la esperanza. Jesús se encuentra con ese cortejo fúnebre y, al ver a
la madre, “el Señor se conmovió profundamente”.
Ese detalle es esencial: el corazón de Cristo no es
indiferente al dolor humano. Él se deja afectar, se deja tocar por nuestras
lágrimas. Y con una autoridad única, pronuncia una palabra que cambia todo: “¡Joven,
a ti te digo, levántate!”. El muchacho revive y es entregado a su madre.
Ese imperativo —levántate— no es solo para
aquel joven. Es palabra dirigida hoy a cada uno de nosotros: a los que nos
sentimos abatidos, a las comunidades cansadas, a la Iglesia que necesita
renovar su esperanza.
2. La compasión de Cristo y el rostro
de María
Este pasaje nos sugiere
algo hermoso: ¿habrá pensado Jesús en su propia madre, María, al ver a aquella
viuda desconsolada? Sin duda. El dolor de esa mujer anticipa el de María al pie
de la cruz, viendo morir al Hijo amado que el Padre le confió.
La compasión de Jesús no es abstracta: Él se pone
en lugar de la madre, comprende su soledad y le devuelve a su hijo. Y esa
compasión anticipa su propia Pascua: el mismo que ordena al joven levantarse,
pronto será levantado de entre los muertos. En Él, la vida tiene la última
palabra.
3. Coherencia en el liderazgo
cristiano
La primera lectura (1 Tim 3,1-13) nos recuerda que
la misión de presidir, guiar o servir en la Iglesia no es cuestión de honores,
sino de coherencia. Pablo pide a Timoteo que los ministros sean irreprochables,
templados, equilibrados, capaces de gobernar primero su propia vida y su propia
familia.
No se trata de perfeccionismo, sino de
credibilidad. Un líder cristiano no se mide por la elocuencia de sus palabras,
sino por la transparencia de su vida. Jesús mismo es el modelo: su palabra
tenía poder porque lo que decía lo vivía, y lo vivía con total libertad y
entrega.
4. Testigos hasta el martirio:
Cornelio y Cipriano
Hoy recordamos a dos grandes pastores de la
Iglesia: San Cornelio, papa, y San Cipriano, obispo de Cartago. Ambos fueron
mártires en el siglo III, en tiempos de persecución y división interna.
Cornelio supo mantener la unidad de la Iglesia
frente a quienes querían excluir a los pecadores arrepentidos. Cipriano
defendió con firmeza la comunión eclesial y la caridad. Ambos fueron pastores
según el corazón de Cristo: no huyeron del dolor, no se encerraron en sí
mismos, sino que dieron la vida por la grey.
Su testimonio ilumina el “¡levántate!” del
Evangelio: ellos no se dejaron vencer por el miedo ni por la muerte, sino que
se levantaron con la fuerza de la fe y permanecieron fieles hasta la sangre.
5. Intención orante por los
benefactores
En este marco jubilar, queremos dirigir una oración
especial por los benefactores de nuestra comunidad. Ellos, con su generosidad
silenciosa, hacen posible que la misión evangelizadora se mantenga en pie. Su apoyo
es como las manos de Jesús que sostienen al que cae, como la voz que repite: “¡Levántate!”.
Queridos benefactores, cada gesto de amor, cada
ayuda material o espiritual, cada oración ofrecida, es semilla de vida nueva en
la Iglesia. Ustedes son compañeros de misión, partícipes de la esperanza que el
Señor nos regala.
6. Peregrinos de la esperanza
En el Año Jubilar, el llamado de Jesús
resuena con fuerza: “¡Levántate!”. No nos resignemos a la muerte
espiritual, al cansancio o a la rutina. Somos peregrinos de la esperanza,
llamados a caminar con la certeza de que Cristo nos levanta una y otra vez.
Así como la viuda de Naín recuperó a su hijo,
también nuestras comunidades pueden recuperar la alegría, la fuerza y la fe. El
Jubileo es tiempo de resurrección, de recomenzar, de dejar que Cristo nos
devuelva la vida.
7. Aplicaciones concretas
- A
nivel personal:
deja que la palabra de Jesús te levante de tus miedos, tus culpas o tu
tristeza.
- A
nivel comunitario: recordemos que el servicio pastoral es un acto de coherencia, no
de poder. Se guía con la vida, no con discursos.
- A
nivel eclesial:
imitemos a Cornelio y Cipriano, que fueron pastores fieles y testigos
valientes, incluso hasta el martirio.
- A
nivel misionero:
agradezcamos y apoyemos a los benefactores que, con su generosidad, nos
ayudan a seguir llevando la Buena Nueva.
8. Conclusión
El Evangelio de Naín nos recuerda que Jesús es el
Señor de la vida, que se conmueve con nuestro dolor y nos levanta con su
palabra. Hoy, como la viuda de Naín, pongamos en sus manos nuestras penas; como
Cornelio y Cipriano, seamos fieles hasta dar la vida; como benefactores
generosos, colaboremos con la misión.
Y que este Jubileo nos renueve la certeza: Cristo
vive, Cristo nos levanta, y nosotros somos enviados como peregrinos de la
esperanza.
3
1. Una escena conmovedora
El Evangelio de Lucas (7,11-17) nos lleva a la
pequeña ciudad de Naín. Allí, dos multitudes se cruzan en la puerta de la
ciudad: la del duelo, que acompaña a una madre viuda y desolada en el entierro
de su hijo único; y la de la vida, que sigue a Jesús y sus discípulos. Es el
choque entre la desesperanza y la esperanza, entre la muerte y la vida.
El texto nos invita a contemplar el corazón de esa
madre: primero perdió a su esposo y ahora a su único hijo. En la cultura de
entonces, eso significaba quedarse sin futuro, sin sustento, sin seguridad. Su
dolor era profundo y su miedo era real: ¿cómo sobreviviría ahora?
2. El corazón compasivo de Jesús
Es en este contexto donde aparece Jesús. El
evangelista no dice que la viuda lo buscara ni que rogara por un milagro. El encuentro
parece casual, no planificado. Pero basta que Jesús vea su sufrimiento para que
se conmueva en lo más hondo: “No llores”. Luego pronuncia la palabra que
vence la muerte: “¡Joven, a ti te digo, levántate!”.
El milagro brota, en primer lugar, de la compasión
de Cristo. Sin embargo, como sugiere el comentario que inspira esta reflexión,
también hay un segundo nivel: la fe de la multitud que acompañaba a Jesús.
Ellos habían visto el día anterior cómo sanó al siervo del centurión. Creían en
Él, esperaban algo grande, y esa esperanza se unió a la compasión de Jesús.
Así, la fe de los discípulos y la compasión del Maestro se encuentran para dar
lugar a un milagro que anticipa la Pascua.
3. Mediadores de la gracia
El Evangelio nos enseña que también nosotros
podemos ser mediadores de la gracia de Dios. Cuando vemos el dolor ajeno,
tenemos dos caminos: pasar de largo o dejarnos conmover. Si nos dejamos tocar,
si sentimos compasión verdadera, si además mantenemos la esperanza en que Dios
puede actuar, y permanecemos en fe, entonces nos convertimos en intercesores.
La compasión, la esperanza y la fe son como una
oración viva que Dios siempre escucha. Así como la multitud de Naín fue testigo
y partícipe del milagro, nosotros también podemos provocar que la misericordia
de Cristo se derrame sobre quienes sufren.
4. Cornelio y Cipriano: testigos
en la prueba
Hoy la Iglesia recuerda a San Cornelio, papa, y
San Cipriano, obispo de Cartago, mártires. Ambos vivieron tiempos
difíciles: persecuciones, divisiones internas, controversias en torno al perdón
a los apóstatas. Cornelio fue firme en acoger con misericordia a los
arrepentidos; Cipriano defendió la unidad y la caridad en la comunidad.
Ellos, como buenos pastores, vivieron lo que nos
recuerda Pablo en la primera lectura (1 Tim 3,1-13): guiar a la Iglesia exige
coherencia de vida, fidelidad al Evangelio, firmeza en la fe y compasión por el
pueblo de Dios. Su martirio es el sello de su testimonio.
5. Intención orante por los
benefactores
En este Año Jubilar, elevamos una oración
especial por los benefactores de nuestra comunidad. Ustedes son como esa
multitud que acompaña a Jesús: con su apoyo, su generosidad y su fe, ayudan a
que la esperanza se mantenga viva. Gracias a ustedes, la misión de la Iglesia
continúa, los pobres encuentran alivio, los jóvenes reciben formación, y el
Evangelio llega más lejos.
Su generosidad no es en vano: es semilla de
resurrección en tantas vidas. El Señor, que se conmovió por la viuda de Naín,
bendecirá a quienes hoy siguen extendiendo su compasión con obras concretas de
amor.
6. Peregrinos de la esperanza
El Jubileo nos recuerda que no somos gente
del lamento, sino del anuncio: Cristo nos levanta, nos devuelve la vida, nos
invita a caminar como peregrinos de la esperanza. La voz de Jesús resuena
también hoy: “¡Levántate!”.
- Levántate
de tu tristeza.
- Levántate
de tus miedos.
- Levántate
de tu tibieza espiritual.
- Levántate
y camina con Cristo.
La esperanza no es un sueño ingenuo: es la certeza
de que Dios actúa en la historia y en nuestra vida.
7. Aplicaciones para nuestra vida
- A
nivel personal: sé
sensible al dolor ajeno. La compasión es el primer paso para que Dios
actúe a través de ti.
- A
nivel comunitario: fortalezcamos nuestra fe, como la multitud que acompañaba a
Jesús. La fe compartida abre camino a milagros.
- A
nivel eclesial:
imitemos a Cornelio y Cipriano, pastores coherentes, fieles hasta el
martirio.
- A
nivel misionero:
valoremos a los benefactores que hacen posible nuestra misión. Ellos
también son testigos de esperanza.
8. Conclusión
El Evangelio de Naín es la proclamación de que la
vida vence a la muerte, de que la compasión de Cristo nunca falla, de que la fe
de una comunidad puede abrir las puertas a la acción de Dios.
Pidamos hoy la gracia de un corazón compasivo, una
esperanza firme y una fe viva, para que seamos intercesores de los hermanos que
sufren. Que San Cornelio y San Cipriano, mártires de la fe, nos alcancen
valentía para ser testigos en nuestro tiempo.
Y que en este Jubileo, caminemos como verdaderos peregrinos
de la esperanza, sabiendo que Cristo sigue repitiendo a la Iglesia y al
mundo: “¡Levántate!”
16 de septiembre:
San Cornelio, Papa, y San Cipriano, Obispo,
Mártires — Memoria
San Cornelio: †253
Patrono del ganado y de los animales domésticos
Invocado contra los dolores de oído, la epilepsia, las fiebres y los espasmos
San Cipriano: c. 200–258
Patrono de Argelia y del norte de África
Cita:
Galerio
Máximo: «¿Eres Tascio Cipriano?»
Cipriano: «Lo soy».
Galerio: «Los sacratísimos emperadores te han ordenado conformarte a los
ritos romanos».
Cipriano: «Me niego».
Galerio: «Considera tu elección y sus consecuencias».
Cipriano: «Haz lo que quieras; en un caso tan claro acepto las consecuencias».
Galerio: «Has vivido mucho tiempo una vida irreligiosa, has reunido a un
número de hombres unidos por una asociación ilícita y te has declarado enemigo
abierto de los dioses y de la religión de Roma… serás hecho un ejemplo para
aquellos con quienes perversamente te has asociado; la autoridad de la ley será
confirmada en tu sangre… Es sentencia de este tribunal que Tascio Cipriano sea
ejecutado con la espada».
Cipriano: «Demos gracias a Dios».
~Juicio de San Cipriano
Reflexión:
Hoy honramos a San Cornelio y a San Cipriano. Nada
se sabe sobre la infancia y la juventud de Cornelio. En el año 251 fue elegido
como el vigésimo primer papa, cargo que ejerció hasta su muerte dos años más tarde.
Cipriano, nacido Tascio Cecilio Cipriano, fue hijo
de ricos padres paganos en el norte de África. Bien educado en la literatura
grecorromana y en la retórica, tuvo una carrera exitosa como abogado y maestro.
Alrededor de los cuarenta y seis años, se convirtió al cristianismo y entregó
gran parte de su fortuna, dedicándose a la oración y a la vida ascética. En el
lapso de tres años fue ordenado diácono, sacerdote y, finalmente, obispo de
Cartago (en la actual Túnez, norte de África), hacia el año 249.
En el año 250, el emperador romano Decio implementó
la primera persecución sistemática contra los cristianos en todo el Imperio.
Exigió que todos los ciudadanos ofrecieran sacrificios a los dioses romanos en
presencia de los magistrados. Quienes lo hacían recibían un certificado oficial
de sacrificio que confirmaba su cumplimiento. Quienes se negaban enfrentaban la
confiscación de bienes, la tortura, la prisión e incluso la muerte. Decio murió
en batalla al año siguiente, lo que puso fin de manera abrupta, aunque
temporal, a la persecución.
Durante esas persecuciones, el papa Fabián se negó
a sacrificar a los dioses romanos y fue martirizado. Después, la persecución
fue tan dura que resultó imposible elegir un sucesor en la Sede de San Pedro.
Durante ese tiempo, varios sacerdotes, entre ellos un tal Novaciano, ayudaron a
gobernar la Iglesia. Tras catorce meses, muerto ya Decio y terminadas las
persecuciones, un grupo de obispos se reunió en Roma y eligió a Cornelio como
papa. Novaciano, descontento con esta decisión, se hizo ordenar como obispo de
Roma, convirtiéndose así en el primer antipapa.
En el 251, la Iglesia se dividió por la cuestión de
qué hacer con los que habían accedido a sacrificar a los dioses. Estos eran
llamados lapsi, por haber “caído” en la fe. Algunos obispos apoyaban su
reconciliación; otros no. Entre los defensores de la misericordia se
encontraban el papa Cornelio y el obispo Cipriano.
El antipapa Novaciano sostenía que la Iglesia no
tenía autoridad para perdonar a quienes habían ofrecido sacrificios sacrílegos.
Por tanto, los lapsi no podían volver a la plena comunión ni recibir los
sacramentos. Cornelio, en cambio, afirmaba con firmeza que, tras el
arrepentimiento y un tiempo de penitencia pública, podían ser recibidos de
nuevo en la comunión de la Iglesia.
Tras la autoproclamación de Novaciano, Cornelio
convocó un sínodo con sesenta obispos en Roma que lo apoyaron y excomulgaron
conjuntamente a Novaciano. Desde allí, los obispos del Imperio fueron invitados
a manifestar su apoyo al papa legítimo y a la postura pastoral de reconciliar a
los lapsi. Uno de los más firmes defensores de Cornelio fue Cipriano,
que participó en el sínodo y luego escribió extensamente para atraer más
apoyos.
Después de la muerte de Decio, el emperador Galo
subió al poder. Aunque no persiguió de forma general a los cristianos, sí
favoreció la restauración de las prácticas religiosas paganas. Al poco tiempo,
exilió a Cornelio a Centumcellae (actual Civitavecchia), cerca de Roma, en la
costa mediterránea. Un año más tarde, debido a las duras condiciones, Cornelio
murió en el destierro y es venerado como mártir.
En el 253 murió en batalla Galo y lo sucedió
Valeriano. Al principio mostró cierta indiferencia hacia los cristianos, pero
en el 257 inició una nueva persecución en todo el Imperio. Primero decretó que
el clero debía participar en los ritos paganos. Al año siguiente, ordenó la
ejecución de obispos, sacerdotes y diáconos que se negaran a renegar de la fe.
A los laicos se les despojaba de sus títulos y bienes. Entre los arrestados
estuvo Cipriano en 257. En el 258 fue juzgado en Cartago y, al negarse a
renegar de su fe, fue decapitado. Cuando escuchó la sentencia, exclamó: «Demos
gracias a Dios». En gratitud, incluso entregó una moneda de oro a su
verdugo.
Hombre de gran cultura, Cipriano dejó abundantes
escritos. Sus numerosas cartas ofrecen un retrato claro de la situación de la
Iglesia y del Imperio en esa época. Defendió a la Iglesia frente a la herejía
de los lapsi, trabajó por acabar con el cisma de Novaciano y escribió
obras sobre la unidad de la Iglesia, el Padrenuestro, la muerte cristiana, la
limosna y los sacramentos.
San Cornelio y San Cipriano vivieron y sirvieron a
Cristo y a su Iglesia en tiempos convulsos. Sufrieron duras persecuciones y
guiaron al pueblo de Dios con la palabra y el ejemplo. Defendieron la unidad,
fueron misericordiosos con los pecadores y actuaron como verdaderos pastores de
su grey.
Hoy que los honramos, reflexionemos sobre el
impacto que tuvieron en la Iglesia primitiva. Su testimonio marcó a los
cristianos de su tiempo y sigue influyendo en generaciones posteriores.
Honremos a estos santos imitándolos en su valentía y en su misericordia, para
que Dios también nos use a nosotros como instrumentos de su gracia, no solo
para quienes nos rodean, sino también para quienes vendrán después, en formas
que solo Él conoce.
Oración:
San Cornelio y San Cipriano, ustedes amaron a Dios y permanecieron firmes en
la fe, aun frente a la persecución y la muerte. Su testimonio valiente estuvo
unido a un testimonio pastoral de misericordia. Intercedan por mí, para que
imite su valentía y sus corazones misericordiosos, manteniéndome siempre fuerte
en la fe y ofreciendo perdón a todo pecador.
San Cornelio y San Cipriano, rueguen por mí.
Jesús, en Ti confío.
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