La alegría de Dios es nuestra
conversión
En este domingo la Palabra de Dios nos abre al
misterio de un amor que nunca se cansa.
En la primera lectura, vemos cómo Moisés
intercede por su pueblo, que había caído en la idolatría. Y Dios, fiel y
compasivo, renuncia al castigo: la misericordia triunfa sobre la cólera.
El salmo 51 es el eco de un corazón que reconoce su pecado y se confía
al perdón: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro”. Es la súplica que
todos podemos hacer hoy, seguros de que Dios no desprecia un corazón contrito y
humillado.
San Pablo, en la segunda lectura, se
presenta como testigo vivo de esa misericordia: perseguía a la Iglesia, y sin
embargo, la gracia de Cristo lo alcanzó y lo convirtió en apóstol y
evangelizador. Su vida es prueba de que Dios no abandona a nadie.
En el Evangelio según san Lucas, tres parábolas nos revelan la ternura
del Padre: la oveja perdida, la moneda hallada y el hijo pródigo. Todas tienen
la misma melodía: la alegría de Dios cuando un hijo regresa. Un gozo que
contagia al cielo entero y que nos invita a reconciliarnos, a perdonar y a
celebrar juntos.
En este Año Jubilar de la Esperanza,
entremos en la liturgia con gratitud: Dios nos cuida como la niña de sus ojos,
nos espera con los brazos abiertos y nos invita a ser, también nosotros,
artesanos de reconciliación y alegría.
Primera lectura
Éx
32,7-11.13-14
Se
arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado
Lectura del libro del Éxodo.
EN aquellos días, el Señor dijo a Moisés:
«Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de
Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han
hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y
proclaman:
“Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”».
Y el Señor añadió a Moisés:
«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va
a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».
Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:
«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de
Egipto, con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac
e Israel, a quienes juraste por ti mismo:
“Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra
de que he hablado se la daré a su descendencia para que la posea por siempre”».
Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su
pueblo.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
51(50),3-4. 12-13.17 y 19
R. Me
levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre.
V. Misericordia,
Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R.
V. Oh, Dios, crea en mí
un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R.
V. Señor, me abrirás los
labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R.
Segunda lectura
1Tm
1,12-17
Cristo
vino para salvar a los pecadores
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fio de mí y me
confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un
insolente.
Pero Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que hacía, pues estaba lejos
de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con
la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.
Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús
vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; pero por esto
precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que
Cristo Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convirtiera en un modelo
de los que han de creer en él y tener vida eterna.
Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los
siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Dios estaba en Cristo
reconciliando al mundo consigo, ha puesto en nosotros el mensaje de la
reconciliación. R.
Evangelio
Lc
15, 1-32 (forma larga)
Habrá
más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores
a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las
noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la
encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento;
y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alégrense conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que
se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una
lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando
la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“¡Alégrense conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Les digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador
que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un
país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y
empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó
a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían
los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me
muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le
diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo
tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre
lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al
cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo
tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Saquen enseguida la mejor túnica y vístansela; pónganle un anillo en la mano y
sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y sacrifíquenlo; comamos y
celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido;
estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó
la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era
aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo
ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí
nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio,
cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres,
le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso
celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha
revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».
Palabra del Señor.
Lc
15,1-10 (forma breve).
Habrá
más alegría en el cielo por un sola pecador que se convierta
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores
a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las
noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la
encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento;
y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alégrense conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que
se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una
lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando
la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“¡Alégrense conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Les digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador
que se convierta».
Palabra del Señor.
1
1. Dios cuida de nosotros como la
niña de sus ojos
Las lecturas de hoy nos abren a un rostro
sorprendente de Dios: un Dios que cuida, protege y busca al ser humano como a
la “prunelle de ses yeux”, como la pupila de sus ojos (Dt 32,10). No es un Dios
lejano, frío o indiferente, sino un Dios apasionado, que siente, que se alegra
y que sufre por cada uno de sus hijos.
En el libro del Éxodo, a pesar de la rebeldía de Israel que fabrica un becerro
de oro, Moisés intercede y Dios, movido por su amor fiel, renuncia al castigo.
Este detalle es fundamental: nuestro Dios no se complace en la condena, sino
que siempre busca caminos de reconciliación.
2. El reproche de los fariseos y
la alegría del Evangelio
En el evangelio, los fariseos murmuran: «Ese
hombre acoge a los pecadores y come con ellos». Para ellos, es un
escándalo. Para nosotros, es la mejor noticia. Cristo no vino a premiar a los
perfectos, sino a buscar a los perdidos, a cargar sobre sus hombros a la oveja
descarriada, a barrer hasta encontrar la moneda caída, a correr al encuentro
del hijo pródigo.
Cada parábola subraya la misma melodía: la alegría. Alegría del pastor que
encuentra la oveja, de la mujer que halla la moneda, del padre que abraza al
hijo. Una alegría que contagia al cielo entero: “Habrá más alegría en el
cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no
necesitan conversión”.
3. La conversión: no un cambio de
religión, sino un cambio de dirección
La palabra conversión significa literalmente
un giro, un volver el rostro hacia Dios. No se trata de una teoría abstracta ni
de un cambio superficial, sino de un “dar la vuelta” a la vida. Estábamos
caminando en dirección contraria, y de repente, tocados por la gracia, nos
dejamos atraer nuevamente hacia el corazón de Dios.
Cada vez que damos ese paso, aunque sea pequeño, hacemos fiesta en el cielo. La
conversión no es un acto solitario; es un banquete en el que Dios mismo celebra
con los ángeles y con toda la Iglesia.
4. San Pablo: testimonio de
misericordia
La segunda lectura nos presenta a Pablo como
testigo vivo de esa misericordia. Él mismo se reconoce como un blasfemo y
perseguidor, pero alcanzado por Cristo, experimenta que “Jesucristo vino al
mundo para salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo”.
Este testimonio es liberador para todos nosotros. Nadie puede decir: “Estoy
demasiado lejos de Dios” o “ya no hay esperanza para mí”. El Año Jubilar que
estamos viviendo quiere precisamente recordarnos esto: Dios nunca se cansa de
perdonar, y su misericordia no tiene fecha de caducidad.
5. El Padre del hijo pródigo: la
misericordia sin medida
Quizá la parábola más conmovedora es la del hijo
pródigo. El Padre no espera en actitud fría y distante; corre, abraza, besa,
devuelve la dignidad al hijo que vuelve deshecho. Y lo más sorprendente: la fiesta
no está completa hasta que también el hijo mayor, resentido y enojado, entre al
banquete.
Aquí descubrimos la lógica de Dios: nadie sobra en la fiesta, nadie queda
excluido de su misericordia. Ni el pecador público ni el justo resentido: todos
son invitados a la mesa.
6. Peregrinos de la esperanza
Queridos hermanos, en este Año Jubilar se nos
invita a redescubrir que somos peregrinos de la esperanza. Y la
esperanza cristiana se fundamenta en esto: que Dios nos ama hasta el extremo,
que nunca nos suelta de la mano, que siempre hay fiesta en el cielo cuando
regresamos.
El Jubileo es tiempo de reconciliación, de confesión, de volver al sacramento
de la misericordia. Es tiempo de reparar las relaciones rotas en nuestras
familias, de sanar heridas en la comunidad, de pedir perdón y de perdonar.
7. Aplicación a nuestra vida y a
la sociedad
Hoy, Colombia y el mundo necesitan este mensaje de
reconciliación. Vivimos en medio de divisiones, violencias, resentimientos que
parecen interminables. Pero la Palabra nos dice: “Dios vela por nosotros
como la pupila de sus ojos”. Si Dios no se cansa de esperar y de correr
hacia nosotros, ¿no deberíamos también nosotros dar pasos de reconciliación con
el hermano?
Cada gesto de perdón, cada esfuerzo por recuperar una amistad, cada intento de
rescatar al que se está hundiendo, es reflejo del rostro de Dios en nosotros.
8. Conclusión
Hermanos, hoy celebremos que Dios nos cuida como a
la niña de sus ojos. Que hay fiesta en el cielo por cada uno de nosotros. Que
el Jubileo es ocasión para dejarnos abrazar de nuevo por el Padre.
Que al recibir la Eucaristía podamos experimentar esa alegría de ser
encontrados, rescatados y reintegrados a la familia de Dios. Y que salgamos de
aquí como testigos de esa misericordia en nuestras casas, barrios y
comunidades.
Amén.
2
La alegría de Dios es nuestra
conversión
1. Introducción: la alegría de lo
perdido y encontrado
Hermanos y hermanas, todos hemos experimentado
alguna vez la alegría de recuperar algo perdido: las llaves, un libro
importante, el celular, dinero que se nos había extraviado. Esa mezcla de
sorpresa, alivio y felicidad nos recuerda cuán valioso era aquello que creíamos
perdido.
Y si lo que encontramos no es un objeto, sino una
persona, la alegría es mucho más intensa: el reencuentro con un amigo después
de años, el regreso de un hijo que estaba lejos, la reconciliación con alguien
con quien habíamos roto relaciones.
El evangelio de hoy (Lc 15) nos presenta esa misma
experiencia a través de tres parábolas: un pastor que encuentra la oveja
perdida, una mujer que recupera una moneda, y un padre que recibe al hijo que
vuelve. Los tres festejan. Y en esa fiesta descubrimos el corazón de Dios: un
corazón que no se resigna a perder a nadie.
2. Primera lectura: un Dios que
cambia de idea
En el Éxodo (Ex 32,7-14) encontramos al pueblo de
Israel adorando un becerro de oro, símbolo de su impaciencia y desconfianza.
Dios parece decidido a castigarlos, pero Moisés intercede. Y el texto nos dice
que Dios “se arrepintió del mal que había pensado hacer”.
Aquí descubrimos que el Señor no es un Dios de piedra ni de rigidez. No está
encadenado a sus decretos. Es un Dios vivo, capaz de dejarse tocar por la
súplica y la intercesión. Un Dios que no quiere la muerte del pecador, sino que
se convierta y viva.
3. Salmo: un corazón contrito y
humillado
El salmo 51 nos hace repetir: “Oh Dios, crea en
mí un corazón puro”. La conversión comienza reconociendo nuestro pecado,
dejándonos mirar con misericordia y pidiendo un corazón nuevo. El salmo es la
voz del hijo pródigo que vuelve, la oración del pecador que confía, la súplica
de todo hombre y mujer que sabe que en Dios está su salvación.
4. Segunda lectura: Pablo,
pecador perdonado
San Pablo, en 1 Timoteo, se presenta como
“blasfemo, perseguidor y violento”, pero alcanzado por la misericordia de
Cristo. Y con humildad confiesa: “Jesucristo vino al mundo para salvar a los
pecadores, y el primero de ellos soy yo”.
Pablo no oculta su pasado. Al contrario, lo proclama como testimonio del poder
de la gracia. Un pecador perdonado puede convertirse en testigo valiente y
apóstol de la esperanza.
5. Evangelio: tres parábolas, un
solo corazón
Jesús responde a los fariseos que lo critican por
acoger a los pecadores con tres parábolas que muestran la misma lógica: la
alegría de Dios por el regreso de quien estaba perdido.
- El
pastor deja las noventa y nueve para buscar a la oveja.
- La
mujer barre la casa hasta hallar la moneda.
- El
padre corre al encuentro del hijo y organiza una fiesta.
Aquí descubrimos un Dios que no se resigna a perder
a nadie, que no mide con la calculadora del mérito, sino con la abundancia de
su amor.
6. La parábola del Padre
misericordioso: dos historias en una
La parábola más larga nos muestra en realidad dos
historias. La primera, la del hijo menor, termina con un final feliz: vuelve,
es acogido, recupera su dignidad. La segunda, la del hijo mayor, queda abierta:
¿aceptará entrar a la fiesta?, ¿superará su resentimiento?
Jesús nos muestra así los dos hijos que llevamos
dentro:
- El
que se pierde y necesita ser encontrado.
- Y el
que, creyéndose justo, se resiste a que Dios sea tan misericordioso con
los demás.
Ambos necesitan conversión: uno, para volver a
casa; el otro, para abrir su corazón y aceptar que Dios es más grande que
nuestras categorías de justicia y recompensa.
7. Una parábola para hoy
Encuentro una historia parábola contada por un sacerdote quebequense.
Dice que en una parroquia de barrio prestante el padre párroco Delumiére leía
la siguiente carta:
Queridos
amigos:
Tengo una buena noticia
para compartirles. Desde hace algún tiempo, muchas personas me confiesan, con
sinceridad, que la fe les parece algo abstracto, difícil de aterrizar en la
vida diaria. Algunos sienten que no encuentran situaciones concretas donde
vivir las enseñanzas de Jesús. Es verdad: ya no estamos en los tiempos de la
primera Iglesia. Sin embargo, uno de los frutos más hermosos de la Palabra de
Dios a lo largo de los siglos ha sido la conciencia de la dignidad y los
derechos de cada persona, lo cual nos invita a actualizar y encarnar el
Evangelio en nuestra sociedad.
Ustedes saben que
nuestra parroquia se extiende sobre un amplio territorio, con siete comunidades
y equipos muy diversos. Gracias al trabajo de quienes animan los proyectos
sociales, pronto podremos acoger tres iniciativas nuevas que nos llenan de
esperanza:
·
En la zona norte, se abrirá una casa de
transición para antiguos prisioneros. Allí, quienes sean elegibles para la
libertad condicional podrán terminar su tiempo de detención en un ambiente
comunitario. Durante el día podrán trabajar, buscar empleo, formarse, recibir
tratamiento o practicar deporte; y en la noche deberán regresar a la
residencia.
·
En la zona oeste, tendremos el
privilegio de abrir un centro de acogida para mujeres víctimas de violencia
conyugal. Muchas de ellas, como sabemos, han sufrido abusos de todo tipo y
deben enfrentar la dureza de vivir con miedo, abandono y aislamiento. Nuestra
comunidad se prepara para recibirlas con un equipo de voluntarios que ofrecerá
actividades de acompañamiento, amistad y apoyo psicológico.
·
En la zona sur, se pondrá en marcha
una clínica para personas afectadas por el VIH/sida. No es necesario extenderme
demasiado sobre la gravedad de esta situación ni sobre las heridas físicas,
sociales y familiares que causa. Todos, de algún modo, conocemos a alguien que
lleva esta cruz.
Me alegra profundamente
poder anunciarles estas iniciativas que nacen de nuestra propia comunidad. Hoy,
la liturgia nos ha proclamado el evangelio de Lucas con las parábolas de la
oveja perdida y hallada, de la moneda extraviada y recuperada, y del hijo que,
tras perderse, regresa a los brazos del padre. Todas ellas nos recuerdan que
hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y
nueve justos que no necesitan conversión.
Dar una nueva
oportunidad a los expresidiarios que ya han pagado su deuda, acoger a mujeres
maltratadas en su cuerpo y en su alma, acompañar a enfermos que viven con sida:
estas son tres formas concretas de poner en práctica el Evangelio, aquí y
ahora.
El
anuncio del padre Delúmiere fue acogido en medio de un silencio de muerte. La
gente no podía creer lo que había oído. Una casa de pasaje para expresidiarios,
un centro de acogida para mujeres maltratadas, un dispensario para enfermos de
sida, ¿todo eso en su barrio? Es imposible. Es insensato. Se van acoger
bandidos en nuestro barrio, verdaderos bandidos que van a salir de la cárcel?
Nuestros hijos no podrán jugar en la calle, correrán el riesgo de ser atacados
o agredidos, nuestras casas van a ser desvalijadas. Y luego, además se va a
abrigar a mujeres golpeadas, ¿seguramente con sus hijos? Nosotros tenemos un
hijo, dos, máximo. Y ellas tienen 3, y a veces 4, ¡a menudo sin ser casadas! yo
estoy de acuerdo, ellas tienen necesidad de tratamiento, pero no dentro de un
barrio como el nuestro. Que las lleven al centro de la ciudad, cerca de un
puesto de policía, así está bien. ¿Pero dentro de un barrio tranquilo y
residencial? ¿Y de sobremesa abrir un dispensario para enfermos de sida? ¡Con
las jeringas que ellos dejan botadas en cualquier parte, en la calle y los
niños que recogen eso...qué peligro!
En
el tiempo que se dijo esto, los parroquianos constituyeron tres comités. Pero
no comités de acogida. Comités de rechazo. Se evocaron los riesgos para la
seguridad y la salud, la pérdida de la buena imagen del barrio, el riesgo de
devaluación de las casas, el riesgo del alza en los seguros. La radio y la
televisión se involucraron. El obispo recibió tres peticiones para la salida de
la parroquia del padre Delumiére, etc.
Evidentemente
lo que les cuento es una parábola. Una parábola a propósito de tres parábolas
que hemos proclamado: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo.
La historia del padre Delumiére, que soñaba con
abrir en su parroquia espacios para expresidiarios, mujeres maltratadas y
enfermos de sida, refleja la provocación del evangelio. Todos aplaudimos cuando
Dios nos perdona, pero nos escandalizamos cuando ese mismo perdón alcanza a los
demás, sobre todo a los que consideramos “indignos”.
¿No nos parecemos muchas veces al hijo mayor? Nos
cuesta aceptar que Dios celebre la vuelta del que falló, del que no cumplió,
del que cargamos con etiquetas. Sin embargo, el evangelio insiste: hay más
alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve que
no necesitan conversión.
8. Año Jubilar: peregrinos de la
esperanza
En este Año Jubilar estamos llamados a redescubrir
que Dios nos cuida como a la niña de sus ojos. La puerta santa de este Jubileo
es signo de un corazón abierto que nos espera siempre. Somos peregrinos de
la esperanza porque sabemos que no hay situación perdida, no hay vida tan
rota que Dios no pueda reconstruir, no hay herida tan honda que Él no pueda
sanar.
Pero el Jubileo no es solo gracia recibida; es
también misión confiada: ser testigos de la misericordia. A quienes han perdido
el rumbo, a los que están heridos por la violencia, a los que viven marcados
por el pecado o la exclusión, debemos acercarnos con la ternura del Padre que
busca, espera y perdona.
9. Conclusión
Queridos hermanos, hoy la liturgia nos recuerda
que:
- Somos
pecadores perdonados.
- Dios
se alegra más por un solo regreso que por noventa y nueve rutinas vacías.
- La
verdadera imagen de Dios no es la del juez implacable, sino la del Padre
que corre al encuentro.
Que esta Eucaristía sea nuestra fiesta del
reencuentro con el Señor. Y que, al salir, seamos nosotros también buscadores
de ovejas, guardianes de monedas y padres que saben esperar, perdonar y
celebrar la vuelta de los hijos.
3
1. Introducción: el canto del
perdón
La liturgia de este domingo podría resumirse en una
sola frase: “el canto de la ternura de Dios que se manifiesta en el perdón”.
Desde la oración inicial hasta el Evangelio, todo nos habla de misericordia, de
reconciliación y de fiesta.
El salmo 51 nos da la clave: “Señor, crea en mí un corazón puro… devuélveme
la alegría de tu salvación”. La alegría del perdón es el hilo conductor de
la Palabra de Dios hoy.
2. Primera lectura: un Dios que
no se resigna a castigar
El libro del Éxodo (32,7-14) presenta a Israel
cayendo en la idolatría del becerro de oro. La reacción de Dios parece dura: el
pueblo merece un castigo. Pero la intercesión de Moisés revela otro rostro de
Dios: el Señor renuncia al mal anunciado.
Aquí descubrimos un Dios capaz de cambiar de parecer, no porque sea
débil, sino porque es misericordioso. Es un Dios que no se complace en la
muerte del pecador, sino en que se convierta y viva (Ez 33,11).
3. El salmo: la súplica del
corazón arrepentido
El salmo 51 es la oración de todo pecador que
descubre que su fuerza no está en su inocencia, sino en la misericordia de
Dios:
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu
firme”.
La conversión comienza por esta súplica humilde, que reconoce el pecado y se
abre al don de un corazón nuevo. Y lo más bello es que Dios, al perdonar, restaura
la alegría: no solo quita el peso de la culpa, sino que devuelve la vida y
la esperanza.
4. San Pablo: testigo de la
misericordia
La segunda lectura (1Tm 1,12-17) nos ofrece el
testimonio personal de Pablo. Él, que fue perseguidor y blasfemo, reconoce que
Cristo se apiadó de él y lo transformó en apóstol. Con humildad afirma: “Jesucristo
vino al mundo a salvar a los pecadores, y de ellos el primero soy yo”.
San Pablo no se enorgullece de sus méritos, sino del amor gratuito de Dios. Su
experiencia es modelo para nosotros: ser cristiano no es presentarse como perfecto,
sino reconocerse pecador perdonado.
5. El Evangelio: tres parábolas
de misericordia
El capítulo 15 de Lucas, llamado a menudo “el
corazón del Evangelio”, nos ofrece tres parábolas:
- El
pastor que busca la oveja perdida.
- La
mujer que barre hasta encontrar la moneda.
- El
padre que espera y corre al encuentro del hijo pródigo.
En las tres hay dos movimientos inseparables: la
búsqueda de lo perdido y la alegría del reencuentro. Jesús las dirige a los
fariseos que lo criticaban por comer con pecadores. Ellos predicaban la
separación; Jesús, en cambio, practicaba la cercanía. Ellos promovían la
hostilidad; Jesús, la hospitalidad.
El cielo de Jesús no es el cielo de los “contables
de la ley” reservados para los puros, sino el cielo de los pecadores
perdonados. Y por eso es un cielo mucho más atractivo, un cielo donde hay lugar
para todos.
6. El Padre y sus dos hijos
La parábola del “hijo pródigo” o mejor del “Padre
misericordioso” nos revela dos formas de perderse:
- El
hijo menor, que se va lejos, malgasta todo y termina humillado, pero
encuentra un padre que lo restituye a su dignidad.
- El
hijo mayor, que permanece en casa, pero con el corazón endurecido, incapaz
de alegrarse por el regreso de su hermano.
Ambos estaban perdidos; ambos son objeto de la
misma ternura del padre. La diferencia está en su reacción frente a la bondad
paterna: uno se deja abrazar, el otro se resiste a entrar en la fiesta.
El padre se interesa menos en la culpa de sus hijos
que en su regreso y su alegría de sentirse amados. Esa es la verdadera
lógica del Reino.
7. Superar nuestras imágenes
erróneas de Dios
Muchas veces llevamos en la mente imágenes falsas
de Dios: un juez implacable, un controlador inflexible, un fiscal severo. La
Biblia entera desmiente esa caricatura.
Cristo nos lo muestra como Padre que busca, que espera, que corre, que
perdona y que festeja. La verdadera conversión comienza cuando dejamos de
tener miedo a Dios y aprendemos a confiar en su ternura.
8. Jubileo: un nuevo comienzo
El Jubileo que celebramos es signo de este nuevo
comienzo que Dios nos ofrece. No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos
volver al Padre, como el hijo pródigo, y recuperar nuestra dignidad de hijos.
En este Año Jubilar somos llamados a ser peregrinos de la esperanza:
- Dejándonos
reconciliar con Dios.
- Siendo
testigos de misericordia con los demás.
- Creyendo
que siempre hay lugar en la mesa del Padre para cada ser humano.
9. Conclusión mariana
Queridos hermanos, el Reino de Dios no se parece a
una contabilidad de méritos, sino a una fiesta de misericordia. Hay más
alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve
justos que no necesitan perdón.
Y para caminar en esta alegría, no estamos solos:
tenemos a la Virgen María, Madre de misericordia y refugio de los
pecadores. Ella, que guardaba todo en su corazón y que se alegraba con los
pequeños y los humildes, nos acompaña en nuestro regreso al Padre.
Hoy, pongamos en sus manos nuestras búsquedas,
nuestros extravíos y nuestros regresos. Que ella, Estrella del Mar, nos guíe
como peregrinos de la esperanza, para que un día todos celebremos la fiesta
eterna en la casa del Padre.
Amén.
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