Fieles, activas y valientes
(Lc 8,1-3) ¿Qué habría sido del
alegre grupo que acompañaba a Jesús sin la presencia de las mujeres que
aseguraban la intendencia?
Las volveremos a
encontrar al pie de la Cruz, observando dónde sería depositado el cuerpo para
rendirle homenaje apenas terminara el sábado. “Al amanecer”, olvidando su
miedo, caminarán decididamente hacia el sepulcro, llevando aromas. Siempre
presentes, fieles, activas y valientes, ellas nos trazan el camino.
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
1Tm
6,2c-12
Tú,
en cambio, hombre de Dios, busca la justicia
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Esto es lo que tienes que enseñar y recomendar.
Si alguno enseña otra doctrina y no se aviene a las palabras sanas de nuestro
Señor Jesucristo y a la doctrina que es conforme a la piedad, es un orgulloso y
un ignorante, que padece la enfermedad de plantear cuestiones y discusiones
sobre palabras; de ahí salen envidias, polémicas, blasfemias, malévolas
suspicacias, altercados interminables de hombres corrompidos en la mente y
privados de la verdad, que piensan que la piedad es un medio de lucro.
La piedad es ciertamente una gran ganancia para quien se contenta con lo
suficiente. Pues nada hemos traído al mundo, como tampoco podemos llevarnos
nada de él. Teniendo alimentos y con qué cubrirnos, contentémonos con esto.
Los que quieren enriquecerse sucumben a la tentación, se enredan en un lazo y
son presa de muchos deseos absurdos y nocivos, que hunden a los hombres en la
ruina y en la perdición. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los
males, y algunos, arrastrados por él, se han apartado de la fe y se han
acarreado muchos sufrimientos.
Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de estas cosas. Busca la justicia, la
piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate
de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste
noblemente delante de muchos testigos.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
49(48),6-8.9-10.17-18.19-20 (R. Mt 5,3)
R. Bienaventurados
los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
V. ¿Por qué habré de
temer los días aciagos,
cuando me cerquen y acechen los malvados,
que confían en su opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas,
si nadie puede salvarse
ni dar a Dios un rescate? R.
V. Es tan caro el
rescate de la vida,
que nunca les bastará
para vivir perpetuamente
sin bajar a la fosa. R.
V. No te preocupes si se
enriquece un hombre
y aumenta el fasto de su casa:
cuando muera, no se llevará nada,
su fasto no bajará con él. R.
V. Aunque en vida se
felicitaba:
«Ponderan lo bien que lo pasas»,
irá a reunirse con la generación de sus padres,
que no verán nunca la luz. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Bendito eres, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del reino a
los pequeños. R.
Evangelio
Lc
8,1-3
Las
mujeres iban con ellos, y les servían con sus bienes
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo,
proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los
Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de
enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana,
mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les
servían con sus bienes.
Palabra del Señor.
1
Una hoja de vida según el
Evangelio
Queridos hermanos:
Hoy la Palabra de Dios nos invita a revisar nuestra
propia “hoja de vida”. No aquella que solemos presentar en las oficinas, llena
de diplomas, títulos o reconocimientos humanos, sino la hoja de vida que se
escribe ante los ojos de Dios. Una hoja de vida que no se mide por méritos
externos, sino por la capacidad de amar, de servir y de vivir en fidelidad al
Evangelio.
San Pablo, escribiendo a Timoteo, insiste en que la
verdadera riqueza de un cristiano no son los bienes materiales, ni siquiera los
cargos o prestigios que pueda alcanzar, sino la rectitud de su vida: “Persigue
la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia y la mansedumbre”
(1Tim 6,11). Esa es la verdadera “experiencia” que califica para entrar en el
Reino de los Cielos. Pablo mismo no se contenta con repetir frases piadosas:
vive lo que anuncia, al estilo de Cristo. Su vida, como la nuestra, es un
testimonio que debe convencer más que cualquier discurso.
El Evangelio según san Lucas nos muestra hoy a
Jesús itinerante, predicando por pueblos y ciudades, anunciando la Buena
Noticia del Reino de Dios. Le acompañan los Doce, pero también un grupo de
mujeres que han recibido de Él gracia y liberación: María Magdalena, Juana,
Susana y otras tantas. Ellas, agradecidas, siguen a Jesús y le sirven con lo que
tienen. No sólo escuchan, sino que ponen sus bienes y su vida al servicio del
Maestro. ¡Qué hoja de vida tan preciosa presentaron estas mujeres delante de
Dios! No necesitaron diplomas ni títulos: su currículo fue la gratitud, la
fidelidad y la entrega.
Hermanos, en este Año Jubilar, la Iglesia nos pide
ser peregrinos de esperanza. Pero para serlo, necesitamos revisar
también nuestra propia hoja de vida cristiana. ¿Qué presentamos hoy ante el
Señor? ¿Qué huella dejamos en la familia, en la parroquia, en la sociedad? ¿Qué
rastro de amor queda tras nuestro paso por la historia?
El salmo de hoy nos recuerda: “El que ofrece
sacrificios de alabanza me honra, al que va por buen camino le haré ver la
salvación de Dios” (Sal 49,23). No basta con palabras; se necesita
coherencia de vida. El cristiano que se limita a rezar sin amar, a proclamar
sin servir, a predicar sin dar testimonio, no tiene un currículo sólido ante el
Señor.
Por eso, este día tiene también un tono
penitencial. Porque debemos reconocer que muchas veces nuestra hoja de vida
está manchada por pecados personales y por los pecados del mundo que toleramos.
El egoísmo, la indiferencia, la corrupción, la violencia, la exclusión de los
más pobres, la explotación de la creación: todo esto mancha el rostro de la
Iglesia y nos aleja de la vocación a la santidad.
Hoy pedimos perdón no solo por nuestras culpas
personales, sino también por los pecados de la humanidad. Pedimos perdón porque
hemos permitido que tantos sufran en el alma y en el cuerpo: los enfermos
desatendidos, las mujeres maltratadas, los migrantes rechazados, los jóvenes
sin esperanza, los niños privados de futuro. Ellos son los crucificados de
nuestro tiempo. Y nuestra hoja de vida cristiana debe incluir la
responsabilidad de defenderlos, de servirlos, de acompañarlos.
Queridos hermanos, la vida cristiana no se reduce a
asistir a misa o cumplir con normas. Es un camino de seguimiento, como el de
aquellas mujeres del Evangelio: escuchar al Maestro, dejarse sanar, ponerse en
marcha con Él, servirle con lo que tenemos. Cada cristiano está llamado a
presentar ante el mundo y ante Dios una hoja de vida hecha de misericordia, de
justicia y de entrega.
Y aquí resuena la dimensión jubilar: el Jubileo es
tiempo de volver a lo esencial, de purificar nuestro corazón, de
reconciliarnos con Dios y con los hermanos. Es un tiempo para que nuestra hoja
de vida sea corregida y reescrita con la tinta del perdón y de la gracia.
Al contemplar a Jesús en la Eucaristía, recordemos:
Él mismo escribió su hoja de vida con letras de humildad, obediencia y cruz. Su
único “diploma” fue amar hasta el extremo. Y por eso, el Padre le exaltó y le
dio un nombre sobre todo nombre.
Que nuestra hoja de vida, hermanos, no quede vacía
de amor. Que podamos decir, como Pablo: “He combatido el buen combate, he
mantenido la fe”. Que, en el día de nuestro encuentro definitivo con el
Señor, podamos presentar no diplomas, sino manos llenas de obras de
misericordia, corazones colmados de fe, labios que hayan anunciado la
esperanza.
Que María Magdalena y las mujeres del Evangelio nos
enseñen a seguir a Cristo con gratitud. Que María, Madre de la Iglesia, nos
ayude a vivir con fidelidad nuestra vocación. Y que este Año Jubilar nos
impulse a reescribir nuestra hoja de vida cristiana con las palabras que nunca
se borran: fe, amor, justicia y misericordia.
Amén.
2
Fieles,
activas y valientes en el camino del Evangelio
Queridos
hermanos:
Hoy el Evangelio nos presenta un detalle sencillo,
pero profundamente revelador: Jesús no camina solo. Va de pueblo en pueblo,
anunciando el Reino de Dios, acompañado por los Doce… y también por mujeres que
han sido liberadas por su gracia y que, agradecidas, le siguen y le sirven con
sus bienes: María Magdalena, Juana, Susana y muchas más.
En el evangelio, podemos resaltar algo
fundamental: estas mujeres fueron fieles, activas y valientes. No se
quedaron en la comodidad de sus casas, sino que acompañaron a Jesús en el
camino. No se escondieron por miedo, sino que estuvieron presentes en los
momentos más difíciles: al pie de la Cruz y, muy de madrugada, camino del
sepulcro con los aromas preparados.
1. Una hoja de vida hecha de
fidelidad
San Pablo recordaba a Timoteo: “Tú, hombre de
Dios, huye de esas cosas y corre tras la justicia, la piedad, la fe, el amor,
la paciencia y la mansedumbre” (1Tim 6,11). La verdadera hoja de vida del
cristiano no son los títulos, ni las posesiones, ni los reconocimientos
humanos, sino la fidelidad humilde a Cristo.
Estas mujeres no tenían diplomas, pero su fidelidad las convirtió en las
primeras testigos del Resucitado. Así debe ser nuestra vida: un testimonio que
hable más que las palabras, una perseverancia que no se rinde, una fe que no
retrocede.
2. Una fe activa que se
manifiesta en el servicio
El Evangelio subraya que estas mujeres “ayudaban
con sus bienes” (Lc 8,3). No se limitaron a escuchar a Jesús: pusieron lo
que tenían, sus recursos, su tiempo, su vida entera al servicio de la misión.
Ser cristiano no es una fe de banca, pasiva o indiferente, sino un dinamismo de
amor que se traduce en gestos concretos de entrega.
Cuánto bien haría hoy a nuestra Iglesia recuperar esta conciencia: que hombres
y mujeres, jóvenes y ancianos, todos aportamos desde lo que somos y tenemos.
Que no hay cristiano inútil o prescindible: todos podemos servir con alegría.
3. El coraje de seguir a Cristo
en la cruz
Estas mujeres permanecieron al pie de la Cruz.
Cuando muchos huyeron, ellas se quedaron. Y al amanecer del domingo, fueron las
primeras en ir al sepulcro, superando el miedo, impulsadas por el amor.
Ese es el coraje que necesitamos hoy como Iglesia:
no tener miedo a la cruz, no huir de las pruebas, no avergonzarnos del Evangelio.
En un mundo que a menudo ridiculiza la fe, necesitamos cristianos valientes,
que, como ellas, sepan levantarse de madrugada para llevar el perfume del
Evangelio a los lugares de muerte.
4. Un tono penitencial y jubilar
Pero también debemos reconocer, con humildad, que
muchas veces no hemos sido ni fieles, ni activos, ni valientes. Hemos callado
donde debíamos hablar, hemos sido indiferentes ante el dolor de los pobres,
hemos abandonado a Cristo en los momentos difíciles.
Hoy pedimos perdón por los pecados del mundo y por los nuestros: por las
guerras y violencias, por la corrupción que destruye pueblos, por las
injusticias que condenan a tantos a vivir sin dignidad. Pedimos perdón por las
veces que hemos herido con nuestra indiferencia a los que sufren en el alma y
en el cuerpo: los enfermos, los deprimidos, los excluidos, los migrantes, los
niños y ancianos olvidados.
En este Año Jubilar, el Señor nos ofrece la
oportunidad de “reescribir nuestra hoja de vida cristiana” con la tinta de la
misericordia. Este tiempo de gracia es una invitación a levantarnos, a
recomenzar, a volver a poner nuestra vida en el camino de la fidelidad, la
acción y la valentía.
5. Llamados a trazar camino
Estas mujeres “nos trazan el camino”. Sí, ellas son
modelo para toda la Iglesia:
- Fidelidad
que permanece hasta el final.
- Acción
concreta que se traduce en servicio.
- Valentía
que no se deja paralizar por el miedo.
Sigamos su ejemplo: seamos una Iglesia de
discípulos y discípulas agradecidos, una Iglesia que no se encierra, sino que
sale, una Iglesia que testimonia que la vida vale la pena cuando se entrega.
✝️ Conclusión
Hermanos, al mirar a Cristo en la Eucaristía,
pidamos la gracia de ser fieles, activos y valientes como aquellas
mujeres del Evangelio. Que nuestra hoja de vida esté escrita con gestos de
misericordia, con obras de justicia, con palabras de esperanza.
Pidamos perdón por nuestras faltas y presentemos al Señor a todos los que
sufren en el alma y en el cuerpo. Y que en este Año Jubilar, peregrinos de
esperanza, caminemos con decisión hacia la luz del sepulcro vacío, donde Cristo
resucitado nos espera para llenarnos de vida y de paz.
Amén.
3
“All In!
— Todo entregado a la misión de Jesús”
Queridos
hermanos en Cristo:
Hoy la liturgia nos presenta un cuadro sencillo
pero demoledor: el Señor recorre pueblos y aldeas, proclamando la Buena Nueva
del Reino. Va caminando, predicando, sanando, perdonando. Le acompañan los
Doce… y junto a ellos, “otras” personas que han sido tocadas por su gracia:
mujeres a quienes liberó y sanó, que con generosidad ponen lo poco o lo mucho
que tienen al servicio de la misión. El evangelio nos nombra a tres de ellas:
María de Magdala, Juana y Susana. Son discípulas que, gracias al encuentro con
Jesús, cambian su vida y se comprometen con Él.
El comentario que hoy nos inspira dice claramente: “All
In!” — ¡todo dentro! — Es decir, no medias tintas: entrega total,
coherente, que impregna la vida entera. Y esto nos plantea, sin medias
palabras, una pregunta esencial: ¿hasta qué punto estoy “todo dentro” yo, con
mi vida, con mi tiempo, con mis decisiones?
1. La vocación como entrega que
transforma la vida
San Pablo a Timoteo recuerda lo esencial: la vida
cristiana no es un conjunto de símbolos vacíos ni un título que se coloca como
adorno. Es entrar en una dinámica de justicia, piedad, fe, amor, paciencia y
mansedumbre. Es, en una palabra, vivir lo que se profesa. Las primeras
seguidoras de Jesús no sólo fueron oyentes: fueron cooperadoras de la misión.
Pusieron sus bienes, su tiempo, su casa —lo que tenían— al servicio del correr
de la Buena Noticia. Y lo hicieron de forma constante: acompañaron al Maestro en
su marcha, se mantuvieron en los momentos oscuros (al pie de la cruz), y fueron
de madrugada al sepulcro, sin permitir que el miedo les robara el amor.
Esta es la invitación para nosotros: no reducir la
fe a un “tiempito” semanal, ni creer que con asistir a misa ya hemos cumplido.
Ser “discípulo” exige coherencia. La fe debe permear nuestro trabajo, nuestras
relaciones familiares, la manera de gastar el dinero, la forma de emplear el
tiempo libre. No se trata de hacer del cine o del trabajo un acto litúrgico,
sino de dejar que Cristo oriente el criterio de nuestras opciones: ¿esto acerca
a Dios y al hermano, o me aleja de ellos?
2. Las respuestas ante Jesús —
múltiples y decisivas
En torno a Jesús hay distintas actitudes: quienes
rechazan, quienes se quedan en la curiosidad, quienes creen, pero no se
comprometen y quienes, por el contrario, lo abandonan todo y lo siguen. El
evangelio nos invita a mirarnos: ¿en cuál de esas categorías nos situamos?
¿Somos de los que aceptan a Jesús en teoría, pero no lo dejan gobernar la vida;
o somos de los que se dejan transformar realmente?
El signo distintivo de los discípulos auténticos es
la consagración cotidiana: la lectura diaria de la Palabra, la oración
sostenida, el discernir decisiones a la luz del Evangelio, la caridad concreta
con los desvalidos. Ser “All In!” no pide necesariamente una vida pública de
apostolado —aunque algunos la reciben—, sino una vida donde cada gesto, incluso
el más ordinario, está ofrecido por Dios y orientado al bien del prójimo.
3. La dimensión práctica: ¿cómo se
ve una vida “All In!”?
Permítanme ser concreto, porque la conversión se
mide en actos sencillos:
— Tiempo con la Palabra: contemplar un pasaje del
Evangelio cada día. No por obligación académica, sino para dejar que la palabra
de Jesús moldee decisiones.
— Oración constante: no solo rezar cuando “me falta algo”, sino instaurar
pequeñas prácticas diarias —breve examen, jaculatorias— que mantengan el
corazón “conectado” con Dios.
— Servicio cotidiano: convertir las tareas normales (trabajo, estudio, casa) en
ofrenda: hacerlas con honestidad, con amor, para la gloria de Dios y el bien
del hermano.
— Solidaridad concreta: acompañar, visitar, dar tiempo a los que sufren. Si la
Eucaristía no nos impulsa a tocar las heridas de los demás, algo falta.
— Coraje en la verdad: hablar cuando la verdad arrasa con la comodidad,
defender a los que no tienen voz, sostener la justicia aun cuando ello cueste
popularidad.
4. La dimensión penitencial:
reconocer lo que falla
Con humildad debemos confesar que, a menudo, no
hemos sido “todo dentro”. Hemos fragmentado la fe: unos minutos de piedad,
horas de indiferencia. Hemos preferido la seguridad del cálculo humano al
riesgo del testimonio. Muchas veces hemos sido cómodos: dejamos que otros den
la talla mientras nosotros miramos desde lejos. Ello se traduce en omisiones
graves: no acompañar a un enfermo, callar ante una injusticia, vivir con el
corazón endurecido ante el dolor del hermano. Por eso este momento debe ser
también penitencial: pedir perdón por los pecados personales y del mundo —la
violencia que oprime, la corrupción que empobrece, el egoísmo que margina— y
suplicar que el Señor nos transforme.
5. Una mirada al sufrimiento — la
compasión cristiana
Las seguidoras de Jesús fueron precisamente
quienes, tras ser tocadas por Él, se volvieron servidoras. Eso nos llama a una
especial atención por los que sufren en el alma y en el cuerpo: la enfermedad
mental, el aislamiento, la soledad de los ancianos, la angustia de los jóvenes sin
horizonte. El discípulo “All In!” no se limita a sentir compasión, sino que
actúa: visita, escucha sin prisa, acompaña, busca recursos, intercede en la
oración. En el Año Jubilar, esto es camino privilegiado de conversión y de
misericordia: acercar a los alejados, restituir la dignidad a los despreciados,
ser comunidad que acoge.
6. La experiencia transformadora y
el testimonio creíble
San Pablo exige que la vida predique más que las
palabras. La experiencia de seguir a Jesús —esa experiencia interior transformadora—
es la base del apostolado eficaz. Los que han sido curados por Jesús
respondieron con gratitud y servicio; su conducta, más que su discurso, llamó a
otros a creer. ¿Qué experiencia ofrecemos hoy? ¿Nuestro modo de vivir despierta
preguntas? ¿Nuestras obras generan curiosidad o rechazo? La iglesia será
atrayente en la medida en que sus hijos vivan la alegría del Evangelio.
7. El llamado concreto para la
comunidad — pasos pastorales
A nivel comunitario, propongo —como aplicación
práctica que ustedes podrán llevar a sus hogares y grupos— tres compromisos
concretos:
a) Semana de la Palabra: dedicar un tiempo
fijo en familia para leer el Evangelio y compartir cómo orienta las decisiones
cotidianas.
b) Red de acompañamiento: organizar visitas a quienes sufren —ancianos,
enfermos, familias en crisis— con equipos de la parroquia que asuman la tarea.
c) Cultivar la oración por vocaciones: rezar y promover generosamente.
Los testigos “All In!” nacen en comunidades que rezan y sostienen a los jóvenes
en la vocación.
8. Cierre jubilar: volver a empezar
con esperanza
Hermanos, este Año Jubilar es una gracia para
reiniciar la vida. Es ocasión para que cada uno revise su “hoja de vida”
espiritual: ¿qué pongo ante Dios como prueba de que le sigo de verdad? ¿Qué
gestos concretos mostrarán que mi fe me pertenece y me transforma? La llamada
es clara: no medias tintas. Todo para Él; todo para la misión.
Pidamos, con humildad, que el Señor nos conceda la
valentía de las mujeres del evangelio: estar presentes en la alegría y en la
prueba; ser activos en el servicio; ser fieles hasta el final. Que la
Eucaristía nos fortalezca para salir “todo dentro” al encuentro del mundo,
especialmente a aquellos que sufren en el alma y en el cuerpo.
Oración final (breve invocación penitencial y de
compromiso)
Señor
Jesús, que nos llamas y nos envías, perdona nuestras tibiezas. Que tu Espíritu
nos haga valientes para vivir la fe con coherencia; que nuestro tiempo, nuestro
trabajo, nuestros afectos y nuestras decisiones estén orientados por tu
evangelio. Haz de nosotros testigos agradecidos, solidarios con los que sufren
y viajeros audaces en la misión que Tú nos confías. María, Madre del discípulo,
acompaña nuestros pasos. Amén.
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