La alegría gratuita de Dios
(Colosenses 1, 9-14) Pablo
invita a sus corresponsales a dar “gracias a Dios Padre” en la alegría. Esta
última no se confunde con una alegría meramente afectiva; proviene de ese don
del Espíritu al cual estamos invitados a conformar nuestra vida. Es una alegría
que se alimenta de la conciencia —siempre en proceso, nunca acabada— de la
gratuidad del don de Dios, que nos hace partícipes de su vida. Esto supone
detenerse y mirar la propia existencia con una mirada contemplativa, iluminada
por la Palabra.
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera lectura
Col
1,9-14
Él
nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del
Hijo de su amor
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses.
HERMANOS:
No dejamos de orar por ustedes y de pedir que consigan un conocimiento perfecto
de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual.
De esa manera su conducta será digna del Señor, agradándole en todo; fructificando
en toda obra buena, y creciendo en el conocimiento de Dios, fortalecidos
plenamente según el poder de su gloria para soportar todo con paciencia y
magnanimidad, con alegría, dando gracias a Dios Padre, que los ha hecho capaces
de compartir la herencia del pueblo santo en la luz.
Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas,
y nos ha trasladado
al reino del Hijo de su amor,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
98(97),2-3ab.3cd-4. 5-6 (R. 2a)
R. El Señor da a
conocer su salvación.
V. El Señor da a conocer
su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
V. Los confines de la
tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
griten, vitoreen, toquen. R.
V. Tañan la cítara para
el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamen al Rey y Señor. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Vengan en pos de mí
-dice el Señor- y los haré pescadores de hombres. R.
Evangelio
Lc
5,1-11
Dejándolo
todo, lo siguieron
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de
Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban
en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las
redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un
poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echen sus redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero,
por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes
comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban
en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron
las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro
se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por
la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y
Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor.
1
Homilía
“Saber decir gracias y dejar a Cristo subir a
nuestra barca”
Queridos hermanos en el Señor:
1. La gratitud como inicio del
discipulado
San Pablo, en su carta a los Colosenses, nos regala
hoy una clave fundamental para la vida cristiana: “damos gracias a Dios
Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la
luz” (Col 1,12). La vida de fe comienza siempre con un “gracias”.
Quien no es agradecido, difícilmente reconoce los dones de Dios, ni su paso
discreto y amoroso en la historia. Pablo enseña que la primera oración del
creyente no es una súplica, sino un agradecimiento: gracias por la fe
recibida, por la comunidad, por el amor que ya obra en nosotros, por el rescate
que nos ha librado de las tinieblas.
En este Año Jubilar, estamos llamados a redescubrir
la gratitud como punto de partida de toda vocación y misión. El joven
que siente el llamado al sacerdocio, la religiosa que consagra su vida, el catequista
que ofrece su tiempo, los padres que educan en la fe a sus hijos… todos
comienzan diciendo: “Gracias, Señor, porque me llamas a servir, aunque no lo
merezca”.
2. La barca de Pedro: símbolo de
nuestra vida
El Evangelio nos sitúa a orillas del lago de
Genesaret, donde Jesús pide a Pedro: “Apártate un poco de tierra y deja que
suba a tu barca” (Lc 5,3). Para un pescador, la barca lo es todo: su
trabajo, su sustento, su seguridad. Jesús pide lo más íntimo, lo más preciado,
para convertirlo en instrumento de evangelización.
Pedro, cansado después de una noche de fracaso,
deja que Jesús entre en su vida. Y desde allí, desde esa barca frágil, Jesús
predica a la multitud y luego invita a remar mar adentro. El fracaso humano
se convierte en posibilidad de gracia cuando dejamos a Cristo actuar. Lo
que ayer fue cansancio y vacío, hoy se transforma en abundancia de peces, en
sobrecogimiento y en vocación.
También a nosotros, el Señor nos pide lo mismo:
“Préstame tu barca, tu vida, tu tiempo, tu talento, tu fragilidad… déjame
subir”. Cada vocación nace de ese gesto sencillo: permitir que Cristo
transforme lo cotidiano en espacio de misión.
3. La misión evangelizadora de la
Iglesia
El relato termina con una invitación clara: “Desde
ahora serás pescador de hombres” (Lc 5,10). Pedro, Santiago y Juan lo dejan
todo y siguen a Jesús. Aquí encontramos la raíz de toda vocación cristiana: no
se trata solo de creer, sino de anunciar; no se trata solo de recibir, sino de
compartir.
La Iglesia existe para evangelizar. Cada parroquia,
cada comunidad, cada familia cristiana está llamada a ser barca de salvación
que lanza las redes al mar del mundo para invitar a todos a la mesa del Reino.
La evangelización no es tarea de unos pocos, sino de todos: sacerdotes,
consagrados, laicos, jóvenes, ancianos. En este Año Jubilar, la Iglesia es
llamada a ser peregrina de esperanza, a proclamar que Cristo sigue vivo y que
su Palabra transforma vidas.
4. Vocaciones: respuesta confiada
al “rema mar adentro”
Queridos hermanos, la escena de Pedro que rema mar
adentro es también un ícono vocacional. El llamado de Cristo siempre invita a
ir más allá de lo esperado, más allá del miedo, más allá de nuestras fuerzas.
Cada vocación es un salto de confianza. Por eso necesitamos orar hoy por los
jóvenes que sienten la inquietud de consagrarse, por los matrimonios que desean
ser testigos de fe, por los misioneros que dejan su tierra, por los sacerdotes
que sostienen a la comunidad, por las religiosas que son signo de amor
gratuito.
El Jubileo es tiempo propicio para renovar este
clamor: “Aquí me tienes, Señor, envíame”. No basta hablar de crisis de
vocaciones; necesitamos comunidades que inspiren confianza, familias que
acompañen, pastores que sepan alentar, hermanos que den testimonio de alegría.
La barca de la Iglesia solo avanzará si muchos reman juntos, si muchos se
atreven a decir “sí” al Señor.
5. Aplicación pastoral y
psicológica
Desde un ángulo humano, todos conocemos el sabor
del fracaso: proyectos que no resultan, esfuerzos que parecen inútiles, cansancio
acumulado. Como Pedro, a veces sentimos que hemos trabajado toda la noche sin
lograr nada. Sin embargo, Jesús nos invita a no quedarnos en la frustración,
sino a confiar en su Palabra: “Echa las redes otra vez”. Es una lección
psicológica de resiliencia y de esperanza: no dejarnos paralizar por los
fracasos, sino permitir que el Señor los transforme en oportunidad de
crecimiento.
La evangelización de la Iglesia no será fecunda si
se encierra en el desaliento o la nostalgia. Solo será fecunda si, con gratitud
y confianza, seguimos lanzando las redes con creatividad, alegría y valentía.
Conclusión
Queridos hermanos:
Hoy la Palabra nos enseña dos actitudes esenciales
para el camino jubilar: decir gracias y prestar la barca. Gracias
a Dios por el don de la fe, por nuestra comunidad, por las vocaciones que
brotan en medio de nosotros. Y prestar la barca de nuestra vida para que Cristo
predique, para que su Evangelio se anuncie, para que su Reino llegue a todos.
Que esta Eucaristía nos fortalezca para remar mar
adentro, para confiar más allá de los fracasos y para responder con generosidad
al llamado del Señor. Y que María, Estrella del Mar, guíe siempre nuestra barca
en las aguas del mundo.
2
“La alegría gratuita de Dios que transforma nuestra
vida”
Queridos hermanos en Cristo:
1. El regalo de la alegría en el
Espíritu
San Pablo, escribiendo a los colosenses, insiste en
un aspecto esencial de la vida cristiana: la gratitud y la alegría. Dice
que debemos dar “gracias a Dios Padre” en la alegría. Pero no se trata de un
simple bienestar emocional, pasajero, condicionado por circunstancias externas.
Es una alegría más profunda, enraizada en el don del Espíritu Santo, que
nos hace hijos amados y herederos de la vida eterna.
En un mundo que confunde la felicidad con el placer
inmediato, el cristiano aprende a reconocer que la verdadera alegría nace de la
conciencia de que todo es gracia. No somos dueños de la vida, ni de la fe, ni
de la misión; todo nos ha sido dado gratuitamente. Y de esa gratuidad surge la
alegría que sostiene, incluso en medio de la prueba.
2. Una alegría contemplativa
Pablo invita a detenernos y a mirar nuestra
existencia con ojos iluminados por la Palabra. Esa mirada contemplativa nos
ayuda a descubrir que Dios está en todo y que todo es don: la fe que
recibimos en el bautismo, la comunidad que nos sostiene, la misión que se nos
confía. Si vivimos de prisa, atrapados por el activismo o la rutina, no
alcanzamos a percibir esa gratuidad. El Jubileo nos invita precisamente a hacer
pausa, a mirar la historia de nuestra vida y de nuestra Iglesia con gratitud y
esperanza.
3. Evangelización desde la
alegría
El Evangelio de hoy (Lc 5,1-11) nos recuerda la
escena de Pedro y los primeros discípulos. Después de una noche de cansancio y
fracaso, Jesús entra en la barca y los invita a remar mar adentro. El resultado
es asombroso: una pesca abundante que despierta en Pedro la certeza de estar
ante el Señor.
Aquí también aparece la alegría gratuita de Dios.
Pedro no “merecía” ese milagro; había fracasado, estaba agotado, y sin embargo
la gracia se derramó. La evangelización, hermanos, no nace de estrategias
humanas, ni de cálculos, ni de éxitos planificados. Nace de la alegría de
saberse amado y elegido gratuitamente por Dios. Cuando una comunidad
evangeliza desde la alegría, atrae, contagia, convence.
4. Vocaciones al servicio del
Reino
Hoy rezamos especialmente por las vocaciones. Una
vocación no se explica por méritos personales, ni por talentos naturales, sino
por la gratuidad de Dios que llama. Muchos jóvenes quizás se sienten
indignos, incapaces, insuficientes, como Pedro al decir: “Apártate de mí,
Señor, que soy un pecador”. Pero Jesús no se aparta; al contrario, lo llama:
“No temas, desde ahora serás pescador de hombres”.
El Jubileo es ocasión para despertar en la Iglesia
un nuevo entusiasmo vocacional: sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos
comprometidos… todos llamados a ser testigos de una alegría que no viene de
nosotros, sino de Dios. Esa alegría gratuita es la mejor propaganda vocacional:
nadie sigue a Cristo por miedo o por obligación, sino porque ha descubierto el
gozo de su amor.
5. Aplicación a nuestra vida
Hermanos, ¿qué significa esto para nosotros hoy?
- Significa
dar gracias cada día por el don de la fe y la comunidad.
- Significa
cultivar una mirada contemplativa que descubra en lo pequeño la
grandeza de Dios.
- Significa
evangelizar con alegría, no desde la queja ni desde la tristeza.
- Significa
apoyar y orar por las vocaciones, confiando en que el Señor sigue
llamando y que muchos jóvenes dirán “sí” si ven en nosotros un testimonio
alegre y agradecido.
Conclusión
Queridos hermanos:
La alegría gratuita de Dios es el sello del
verdadero discípulo. Pablo nos invita a vivir agradecidos; el Evangelio nos
recuerda que Cristo se sube a nuestra barca para transformar nuestros fracasos
en abundancia; el Jubileo nos llama a ser peregrinos de esperanza,
testigos de una Iglesia que evangeliza desde la alegría.
Pidamos al Señor que nos regale siempre esta
alegría, para que con gratitud, confianza y valentía podamos decir: “Aquí
estamos, Señor, envíanos”.
3
“Un encuentro personal que transforma la vida”
Queridos
hermanos:
1. El encuentro que lo cambia todo
El Evangelio de hoy nos presenta una de las escenas
más conmovedoras de la vocación de Pedro. Después de la pesca milagrosa, al ver
su barca llena hasta desbordar, Pedro cae de rodillas ante Jesús y exclama:
“Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5,8).
Es un momento decisivo. Pedro no se queda en la
admiración del milagro ni en la alegría por la abundancia. Ve más allá:
reconoce en Jesús la presencia de Dios y, al mismo tiempo, reconoce en sí mismo
su fragilidad y su pecado. En este gesto humilde está resumida toda la dinámica
de la fe: encontrar al Señor, reconocernos necesitados de Él y abrirnos a la
misión.
2. Tres pasos en el camino del
discipulado
El comentario que inspira nuestra reflexión señala
tres etapas en esta experiencia de Pedro:
1. Ver con los ojos de la fe. Pedro no solo vio peces; vio la
gracia de Dios manifestada en lo ordinario de su vida. Jesús tomó lo que era
central en su existencia —la pesca— y lo convirtió en signo de poder divino.
Así también el Señor actúa con nosotros: se hace presente en nuestras tareas
cotidianas, en la familia, en el trabajo, en el servicio pastoral, para que
allí reconozcamos su amor.
2. Reconocer el propio pecado. El milagro no lleva a Pedro a
creerse más, sino a hacerse consciente de su pequeñez. Cuanto más cerca estamos
de Dios, más sentimos nuestra indignidad. No para hundirnos en la culpa, sino
para abrirnos al perdón. Es una lección espiritual y psicológica: el verdadero
encuentro con Cristo nos desnuda interiormente, nos hace sinceros, nos ayuda a
enfrentar lo que escondemos y nos impulsa a un cambio profundo.
3. La llamada y la misión. Jesús no se aleja del pecador,
sino que lo levanta: “No temas”. Palabras de consuelo que liberan y
abren futuro. Pedro y sus compañeros dejan todo y siguen al Señor. Aquí nace la
vocación: no como fruto de méritos personales, sino como respuesta confiada al
amor gratuito de Cristo.
3. Evangelizar desde la
experiencia del perdón
Este pasaje ilumina la misión evangelizadora de la
Iglesia. No anunciamos a Cristo como teorías ni como ideas bonitas, sino como Alguien
a quien hemos encontrado personalmente. Evangeliza quien ha sentido la
mirada de Jesús en su vida, quien ha experimentado su perdón y su misericordia.
La evangelización brota del corazón que se ha dejado tocar por la gracia y que,
como Pedro, ha pasado del miedo a la confianza.
En este Año Jubilar, el Papa nos recuerda que
estamos llamados a ser “Peregrinos de la Esperanza”. Y no hay mayor
esperanza que la que nace de escuchar a Jesús decirnos: “No tengas miedo”. Una
Iglesia que se sabe perdonada y sostenida por la gracia es una Iglesia que
puede salir con alegría a anunciar el Evangelio.
4. Vocaciones: llamados en lo
cotidiano
Este relato también nos habla de vocaciones. Jesús
no llamó a Pedro en un templo ni en un retiro, sino en la faena diaria de la
pesca. Allí donde Pedro se sentía experto y fracasado a la vez, allí lo
sorprendió el Señor. Esto nos enseña que Dios sigue llamando en lo cotidiano:
en las aulas de clase, en las familias, en los grupos juveniles, en la misión
diaria.
Muchos jóvenes se sienten indignos o inseguros,
como Pedro: “Señor, apártate de mí, que soy pecador”. Pero Jesús repite hoy lo
mismo: “No tengas miedo”. Él no llama a los perfectos, sino a los disponibles.
El Jubileo es ocasión para orar intensamente por las vocaciones: que haya
sacerdotes, religiosas, laicos consagrados y matrimonios santos que, habiendo
visto al Señor, se atrevan a dejarlo todo y seguirlo.
5. Una lección de vida y de
psicología espiritual
Este pasaje también nos enseña una lección humana: cuando
nos encontramos con la grandeza de Dios, descubrimos nuestra vulnerabilidad.
Esto puede generar miedo, pero en realidad es un camino hacia la libertad.
Reconocer la propia fragilidad no nos destruye, sino que nos abre a la gracia.
Psicológicamente, es un proceso de integración: aceptar lo que somos, con luces
y sombras, y permitir que Cristo nos transforme.
El discipulado no comienza con la perfección, sino
con la humildad. No comienza con el “yo puedo”, sino con el “Señor, confío en
ti”.
Conclusión
Queridos hermanos:
El Evangelio de hoy nos invita a revivir el gesto de Pedro: caer de rodillas
ante Jesús, reconocer nuestro pecado, escuchar su voz que nos dice: “No
tengas miedo”, y levantarnos para seguirlo. Cada Eucaristía es un nuevo
encuentro personal con Cristo, que transforma nuestras miserias en gracia y nos
envía como misioneros de esperanza.
Que María, Estrella del Mar, nos acompañe para que
no temamos remar mar adentro, y que este Año Jubilar sea un tiempo fecundo de
encuentro personal con Cristo, de evangelización alegre y de abundantes
vocaciones.
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