Santos del día:
1. San
Roberto Belarmino
1542-1621.
«Quien encuentra a Dios lo encuentra todo;
quien pierde a Dios lo pierde todo», afirmó este jesuita toscano,
uno de los polemistas más brillantes de su tiempo. Doctor de la Iglesia.
2. Santa
Hildegarda de Bingen
1098-1179.
Monja benedictina alemana, mística, compositora y escritora. Fue llamada la “Sibila
del Rin” por sus visiones y su sabiduría.
Doctora
de la Iglesia desde 2012, destacó por su teología luminosa, su amor por la
creación y su audacia profética. Enseñó: «La creación es un canto de amor
que revela la gloria de Dios».
Peregrino de esperanza
(1
Timoteo 3,14-16) En estas pocas líneas dirigidas a
Timoteo, Pablo nos entrega una síntesis magistral de la Revelación.
En una sola frase,
recapitula el camino de Cristo desde su venida en nuestra carne hasta su
manifestación en gloria. Traza una bella trayectoria que ilumina la vocación de
todo bautizado a la santidad.
En Cristo, peregrinos
de esperanza, volvamos alegremente al seno del Padre, nuestra
morada de eternidad.
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
1Tm
3,14-16
Es
grande el misterio de la piedad
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Aunque espero estar pronto contigo, te escribo estas cosas por si tardo, para
que sepas cómo conviene conducirse en la casa de Dios, que es la Iglesia del
Dios vivo, columna y fundamento de la verdad.
En verdad es grande el misterio de la piedad,
el cual fue manifestado en la carne,
justificado en el Espíritu,
mostrado a los ángeles,
proclamado en las naciones,
creído en el mundo,
recibido en la gloria.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
111(110),1-2.3-4.5-6 (R. 2a)
R. Grandes son las obras
del Señor.
O
bien:
R. Aleluya.
V. Doy gracias al Señor
de todo corazón,
en compañía de los rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras del Señor,
dignas de estudio para los que las aman. R.
V. Esplendor y belleza
son su obra,
su justicia dura por siempre.
Ha hecho maravillas memorables,
el Señor es piadoso y clemente. R.
V. Él da alimento a los
que le temen
recordando siempre su alianza.
Mostró a su pueblo la fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de los gentiles. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Tus palabras, Señor,
son espíritu y vida; tú tienes palabras de vida eterna. R.
Evangelio
Lc
7,31-35
Hemos
tocado y no han bailado, hemos entonado lamentaciones, y no han llorado
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo el Señor:
«¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación? ¿A quién son
semejantes?
Se asemejan a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros aquello de:
“Hemos tocado la flauta
y no han bailado,
hemos entonado lamentaciones,
y no han llorado”.
Porque vino Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe vino, y dicen: “Tiene un
demonio”; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Miren qué hombre
más comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores”.
Sin embargo, todos los hijos de la sabiduría le han dado la razón».
Palabra del Señor.
1
Las palabras de la fe y la indiferencia del corazón
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
1. La fe no es una idea, sino un
encuentro
San Pablo, en la primera lectura, nos recuerda que
el misterio de nuestra religión no se sostiene en teorías humanas, sino
en una persona concreta: Jesucristo, Dios manifestado en la carne,
justificado en el Espíritu, proclamado a las naciones, glorificado en la gloria
(1 Tim 3,16). La fe cristiana no es una ideología superior ni un conjunto de
normas morales; es el encuentro con Cristo vivo, que nos transforma
desde dentro.
Cada generación de creyentes ha tenido que
encontrar palabras y gestos para expresar esa fe. Los primeros
apóstoles, que habían caminado con Jesús, lo confesaron como Salvador del
mundo. Nosotros hoy, en medio de nuestros contextos cambiantes, también estamos
llamados a confesarlo, con nuestra voz y con nuestra vida.
2. El Evangelio y la indiferencia
de la sociedad
El Evangelio según san Lucas nos coloca ante una
queja dolorosa de Jesús: “¿A quién compararé a esta gente? Tocamos la flauta
y no bailan; cantamos lamentaciones y no lloran” (Lc 7,32). Es la imagen de
un pueblo incapaz de conmoverse, de reaccionar, de dejarse tocar por la novedad
de Dios.
En el tiempo de Jesús había apatía y resistencia.
Juan el Bautista fue criticado por austero; Jesús, por cercano y amigo de
pecadores. Hoy vivimos algo similar: un mundo saturado de distracciones,
ruido y superficialidad, donde la gente parece anestesiada ante lo
esencial. Ni lo tradicional ni lo moderno parecen bastar para “conmover” los corazones.
Sin embargo, Jesús sigue siendo el signo de
contradicción que sorprende: no anuncia un Mesías poderoso según la
expectativa popular, sino que se revela en la humildad del servicio, en la
misericordia hacia los pequeños y en la amistad con los pecadores. Él nos
invita a entrar en una relación viva con Dios que rompe esquemas y nos
confronta con nuestra propia indiferencia.
3. La Iglesia, casa abierta en el
Año Jubilar
En este Año Jubilar de la Esperanza, el Papa
Francisco nos llamó a redescubrir que la Iglesia está llamada a ser una casa
abierta, comunidad de acogida, donde cada persona —en especial los más
frágiles— pueda encontrarse con Cristo.
Esa casa abierta tiene que conmover al mundo no
tanto por discursos, sino por gestos concretos de misericordia. Hoy lo
vivimos de manera particular en nuestra intención orante por los enfermos:
en sus cuerpos frágiles y en sus corazones cansados, Cristo mismo se hace
presente. La Iglesia debe estar ahí, al pie de la cama, en el hospital, en la
visita fraterna, en la oración constante, para que los enfermos experimenten
que Dios no los olvida.
4. Oración y compromiso
Queridos hermanos, no se trata solo de lamentar la
indiferencia de la sociedad. Jesús nos pide dar un paso más: ser testigos
que conmueven con su esperanza, que acompañan en el dolor y que celebran la
vida. La fe se vuelve creíble cuando se convierte en cercanía, consuelo y
ternura hacia quien sufre.
Hoy, como comunidad jubilar, estamos llamados a
decirle al mundo que Cristo vive y que su Corazón sigue latiendo en
medio de la historia. Los enfermos, los pobres, los cansados, necesitan no
palabras vacías, sino un testimonio que los abrace.
Oración final
Señor Dios nuestro:
Haz de tu Iglesia una casa abierta donde todos puedan encontrarse
contigo.
Danos un corazón sensible, que sepa llorar con quien llora
y cantar con quien celebra.
Que tu Hijo Jesús continúe en nosotros su lucha contra todo mal,
cambie el sufrimiento en alegría y la muerte en vida nueva.
Y que los enfermos, nuestros hermanos, experimenten en este Año Jubilar
que tu misericordia los sostiene y tu Espíritu los fortalece.
Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
2
Peregrinos de esperanza hacia la casa del Padre
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
1. La síntesis de la fe: un
camino de esperanza
San Pablo, en su carta a Timoteo, nos ofrece en muy
pocas palabras un resumen grandioso del misterio cristiano: Cristo que
se encarna, que muere, que resucita, que es anunciado a los pueblos y
glorificado en el cielo. Toda la fe se condensa en este itinerario: de la
encarnación a la gloria, del servicio a la victoria, de la cruz a la
resurrección.
Este breve himno que escuchamos es como un credo
primitivo, un canto de la primera Iglesia que nos recuerda que la fe no es
un cúmulo de doctrinas, sino una historia viva que nos incluye.
2. Peregrinos de esperanza
Hoy esta palabra que meditamos nos invita a vernos
como peregrinos de esperanza. No somos caminantes sin rumbo ni viajeros
sin destino: nuestro punto de llegada es el seno del Padre, nuestra
morada eterna. El bautismo nos injertó en Cristo y nos dio un camino de
santidad que va de la fragilidad de la carne a la plenitud de la gloria.
La esperanza cristiana no es optimismo ingenuo,
sino certeza de que Cristo ya recorrió el camino antes que nosotros. Como dice
el Jubileo: somos “peregrinos de la esperanza”, llamados a caminar con
alegría en medio de las pruebas, porque sabemos que el destino está
asegurado en Dios.
3. En el espejo de los santos:
Roberto Belarmino e Hildegarda de Bingen
Hoy la Iglesia nos da como compañeros de camino a
dos grandes doctores:
- San
Roberto Belarmino, obispo jesuita, maestro de la teología en tiempos de
controversia, que supo defender la fe con claridad y caridad. Fue
peregrino de esperanza al mostrar que la inteligencia iluminada por la fe
ayuda a los cristianos a permanecer firmes en Cristo.
- Santa
Hildegarda de Bingen, mujer visionaria, profetisa y mística, que vio en la creación
entera la música de Dios. Fue peregrina de esperanza porque nos enseñó a
mirar el mundo como un canto que nos conduce al Creador, y a vivir la fe
con creatividad y audacia.
Ellos, desde caminos distintos, nos muestran que la
esperanza no se vive en soledad, sino en comunidad, en la tradición viva
de la Iglesia que nos precede y nos acompaña.
4. Actualización: esperanza en un
mundo herido
El Evangelio de hoy (Lc 7,31-35) nos recordaba la
indiferencia de muchos ante la voz de Dios. También hoy hay apatía,
cansancio espiritual, incredulidad. Pero el cristiano no se deja atrapar
por el desencanto: como peregrino de esperanza, ve más allá del dolor
presente y se compromete con gestos de servicio.
En este día queremos elevar de manera particular
nuestra oración por los enfermos: ellos son también peregrinos, cargando
con la cruz de la fragilidad, pero llamados a experimentar la fuerza del
Espíritu que los sostiene. En ellos Cristo se hace visible, y la comunidad está
llamada a acompañarlos con ternura y solidaridad.
5. Oración
Señor
Dios nuestro,
que nos diste a tu Hijo como camino de esperanza,
haznos peregrinos que caminan con alegría hacia tu casa eterna.
Que, como Roberto Belarmino, sepamos defender la fe con caridad,
y que, como Hildegarda de Bingen, vivamos creando belleza y armonía en
tu Iglesia.
Acompaña especialmente a los enfermos,
para que su dolor se transforme en manantial de esperanza y vida.
Y que todos, guiados por el Corazón de Cristo,
podamos llegar un día al seno del Padre,
morada de eternidad y plenitud.
Amén.
3
Un alma bien ordenada para responder a Dios
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
1. El Evangelio y la indiferencia
del corazón
Jesús hoy se lamenta: “Tocamos la flauta y no
bailaron; entonamos lamentaciones y no lloraron” (Lc 7,32). Esta queja
revela la incapacidad de su generación para responder a la voz de Dios.
Juan Bautista predicó austeridad, invitando a las lágrimas del arrepentimiento,
y fue rechazado. Jesús predicó la alegría de la gracia y la misericordia, y fue
criticado como “glotón y borracho”.
También nosotros podemos caer en esa indiferencia
espiritual: cuando Dios nos llama a la conversión y no lloramos, o cuando nos
invita a la alegría de su perdón y no celebramos. La raíz de esta incapacidad
es un corazón desordenado, atrapado en la superficialidad o en el
egoísmo.
2. El tiempo oportuno: llorar y
reír, sufrir y sanar
El libro del Eclesiastés nos recuerda: “Hay un
tiempo para todo: tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentarse y
tiempo de danzar” (Ecl 3,4). Un alma bien ordenada sabe reconocer los
momentos de Dios.
- Tiempo
de llorar:
reconocer el pecado, pedir perdón, acompañar al que sufre.
- Tiempo
de reír y danzar: alegrarse por la misericordia, dar gracias por la vida, celebrar
la gracia recibida.
Aquí recordamos de modo especial a los enfermos:
ellos viven intensamente el “tiempo de llorar”, con sus dolores, limitaciones y
cansancio. Pero en la fe, también son invitados a descubrir que Dios transforma
sus lágrimas en esperanza. La Iglesia está llamada a acompañarlos para que su
tiempo de prueba se convierta también en tiempo de gracia.
3. Los santos como ejemplo de
almas ordenadas
San Roberto Belarmino supo ordenar su vida en medio
de debates y controversias, buscando la verdad con firmeza y caridad. Santa
Hildegarda de Bingen vivió atenta a los signos de Dios en la creación y
transmitió esperanza a los que sufrían. Ambos nos enseñan que un alma bien
ordenada sabe responder con equilibrio, fe y compasión.
Así también nosotros, si queremos imitar a Cristo,
debemos ordenar nuestra vida para responder con ternura a quienes sufren,
especialmente a los enfermos que necesitan una palabra de consuelo, una visita,
una oración.
4. Aplicación jubilar:
sensibilidad y misericordia
En este Año Jubilar de la Esperanza, el
Señor nos pide que nuestra fe no sea indiferente. Una Iglesia con el alma bien
ordenada es aquella que sabe llorar con los enfermos y alegrarse con sus
consuelos. La pastoral de la salud, la visita a los hospitales, la oración
comunitaria por los que sufren, son expresiones concretas de esa sabiduría del
corazón.
El discípulo de Cristo debe aprender a reconocer
cuándo el Espíritu lo invita a acercarse a un enfermo, a ofrecer una palabra de
ánimo, un gesto de ternura o un sacramento de consuelo. Así se cumple la misión
de ser peregrinos de esperanza que llevan luz donde parece reinar la
oscuridad.
5. Oración final
Señor
Jesús,
Tú que tocaste con compasión a los enfermos,
ordena nuestra alma para que sepamos llorar con quienes lloran
y celebrar con quienes gozan.
Que sepamos descubrir en los enfermos tu rostro sufriente,
y acompañarlos con ternura y esperanza en su camino de dolor.
Danos un corazón sensible a tu gracia,
para no ser indiferentes,
sino testigos de tu amor en este Año Jubilar de la Esperanza.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
1
17 de septiembre:
San Roberto Belarmino, obispo y
doctor — Memoria opcional
1542–1621
Patrono de los abogados canonistas, autores de catecismos, catequistas y
catecúmenos
Canonizado por el Papa Pío XI en 1930
Declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Pío XI en 1931
Cita:
«Si busco a mi creador, encuentro sólo a Dios. Si busco la materia de la que
me hizo, no encuentro absolutamente nada. De esto se puede concluir que todo lo
que hay en mí fue hecho por Dios y pertenece enteramente a Dios. Si pregunto
por mi naturaleza, descubro que soy imagen de Dios. Si pregunto por mi fin,
hallo a Dios mismo, que es mi bien supremo y total. Por lo tanto, reconoceré
que tengo un gran vínculo con Dios, y necesidad de Él, pues solo Él es mi
creador, mi hacedor, mi padre, mi modelo, mi felicidad, mi todo. Si entiendo
esto, ¿qué puede suceder sino que lo busque ardientemente, que piense en Él,
que lo anhele, que desee verlo y abrazarlo? ¿Acaso no debo horrorizarme de la
densa oscuridad de mi corazón, que durante tanto tiempo ha considerado, deseado
y buscado cosas distintas a Dios, que es mi todo?»
~San Roberto Belarmino, La ascensión de la mente a Dios por la escalera de
las cosas creadas
Reflexión
Roberto Belarmino fue el tercero de diez hijos
nacidos en una familia noble en el pueblo de Montepulciano, en el Gran Ducado
de Toscana (actual Italia), a unos 160 kilómetros al norte de Roma. A pesar de
su linaje noble, los padres de Roberto eran materialmente pobres. Cuando nació,
su tío Marcello Cervini degli Spannocchi era cardenal; cuando Roberto tenía
trece años, este tío fue elegido Papa con el nombre de Marcelo II, pero enfermó
rápidamente y murió solo veintidós días después.
De niño, Roberto se distinguió por su inteligencia.
Se decía que tenía memoria fotográfica, pues memorizaba rápidamente páginas
enteras de libros y poemas, como los de Virgilio en latín. A los dieciocho años
ingresó en el noviciado jesuita en Roma, donde brilló. Pocos años después, cuando
se le pidió enseñar griego, idioma que no conocía, lo aprendió junto con sus
alumnos y en poco tiempo lo dominaba. Sus estudios teológicos lo sumergieron en
la escolástica tomista. Estudió en Padua y luego en Lovaina (actual Bélgica),
donde fue ordenado sacerdote en 1570, a los veintiocho años.
Recién ordenado, el padre Belarmino fue asignado a
enseñar en la Universidad de Lovaina, donde había completado sus estudios de
teología. Tras seis años, lo enviaron a enseñar en el Colegio Romano, hoy
Pontificia Universidad Gregoriana. Allí se convirtió en director espiritual y
confesor del seminarista y futuro santo Luis Gonzaga.
Tanto en Lovaina como en Roma, se ganó el respeto
por su brillantez y su predicación. Sus lecciones en Roma dieron origen a un
libro en tres volúmenes: De Controversiis, una defensa sistemática de la
fe católica frente a la Reforma protestante. En él abordó diecisiete
controversias y defendió con poder y elocuencia la doctrina católica. Fue el
primer intento católico de responder de forma ordenada y global a los
reformadores. Sus temas incluyeron: Escritura y Tradición, Cristo, el Papa y la
Iglesia, los sacramentos, el pecado, la gracia, el libre albedrío y las buenas
obras. No solo expuso la fe católica, también refutó los errores de Lutero,
Calvino, Zwinglio y otros. Su obra se convirtió en el estándar de la
apologética católica en Europa.
Además de escribir, enseñar y predicar, fue
requerido por los papas para tareas administrativas y diplomáticas. En 1592, a
los cincuenta años, fue nombrado rector del Colegio Romano. En 1598 fue creado
cardenal y designado Inquisidor, participando como juez en procesos importantes
de la Inquisición, como el de Giordano Bruno, quien fue hallado culpable y
entregado a la autoridad civil, que lo condenó a muerte.
En 1602, el Papa Clemente VIII lo ordenó obispo y
lo nombró arzobispo de Capua. Tres años después, al morir Clemente VIII,
Belarmino participó en el cónclave, donde incluso recibió algunos votos. Sin
embargo, fueron elegidos sucesivamente León XI (que murió a los 26 días) y
Pablo V. Este último ordenó, según el Concilio de Trento, que los obispos
residentes en Roma regresaran a sus diócesis; pero pidió a Belarmino que
permaneciera en la Curia, a lo cual obedeció. Renunció a su sede y se dedicó
como teólogo y consejero principal de la Santa Sede.
Durante los siguientes dieciséis años, Belarmino
fue figura central en el Vaticano. Ayudó a implementar el Catecismo de Trento
(que él mismo había contribuido a redactar), resolvió divisiones, aclaró
posiciones doctrinales y se enfrentó incluso a reyes y gobernantes. En 1616
intervino en el caso de Galileo, a quien consideraba amigo. No lo condenó, pero
le transmitió la posición de la Iglesia: mientras la teoría heliocéntrica no
estuviera probada científicamente, debía mantenerse la interpretación
tradicional de la Escritura. Añadió que si la ciencia llegaba a demostrarlo, la
Iglesia debía releer la Escritura a la luz de los nuevos datos. Tras su muerte,
la Iglesia fue más lejos y condenó a Galileo, error que reconocería con el
tiempo.
En sus últimos años, retirado por enfermedad,
escribió hermosas obras espirituales: La ascensión de la mente a Dios por la
escalera de las cosas creadas, Las siete palabras en la cruz y El
arte de bien morir. También un extenso comentario a los Salmos y varias
obras menores.
San Roberto Belarmino fue un hombre de mente
brillante, pero lo que lo hizo santo fue que entregó toda su inteligencia y
talentos al servicio de Dios. Él convirtió esa ofrenda en frutos inmensos para
la Iglesia.
Oración
San
Roberto Belarmino,
Dios te usó para su gloria al poner tu mente a su servicio.
Él te hizo articular su verdad de modo sistemático y práctico, fortaleciendo y
unificando a la Iglesia.
Ruega por mí, para que siempre ponga mis dones y talentos al servicio de Dios,
y Él los use para cumplir su santa voluntad.
San Roberto Belarmino, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
2
Santa Hildegarda de Bingen,
virgen y doctora de la Iglesia — Memoria opcional
1098–1179
Patrona de los filólogos y esperantistas
Canonizada por el Papa Benedicto XVI en 2012 (canonización equipolente)
Declarada Doctora de la Iglesia por el Papa Benedicto XVI en 2012
Cita:
«Y he aquí que Aquel que estaba entronizado sobre aquella montaña clamó con
voz fuerte y sonora diciendo: “¡Oh ser humano, polvo frágil de la tierra y
ceniza de cenizas! ¡Clama y habla del origen de la salvación pura hasta que
sean instruidos aquellos que, aunque ven los contenidos más íntimos de las
Escrituras, no quieren transmitirlos ni predicarlos, porque son tibios y
perezosos en servir a la justicia de Dios! Ábreles el cerco de los misterios
que, tímidos como son, esconden en un campo oculto e infecundo. Estalla en una
fuente de abundancia y rebosa de conocimiento místico, hasta que aquellos que
ahora te desprecian a causa de la transgresión de Eva se agiten por la
inundación de tu riego. Porque tu profundo entendimiento no lo has recibido de
los hombres, sino del alto y tremendo Juez supremo, donde esta serenidad
brillará con fuerza con luz gloriosa entre los resplandecientes.”»
~Visión
de Santa Hildegarda
Reflexión
El feudalismo, caracterizado por relaciones
estructuradas en torno a la posesión de tierras a cambio de servicios o
trabajo, fue el rasgo definitorio del sistema socioeconómico en Europa entre
los siglos IX y XV. Dentro de este sistema, el monarca, príncipes, duques,
condes y sus familias —la alta nobleza— eran los principales terratenientes y
gobernantes. Por debajo se encontraba la baja nobleza, que solía administrar
menos tierras y servía a los grandes nobles como caballeros, barones y señores
menores. Según su rango, estos nobles gobernaban sobre reinos, principados y
ducados. Fue en medio de este complejo sistema feudal, con su jerarquía
intrincada y su mezcla de autoridad secular y eclesiástica, donde nació la
santa de hoy.
Santa Hildegarda de Bingen nació de padres de la
baja nobleza en el pueblo de Bermersheim vor der Höhe, en el Ducado de
Franconia (actual Alemania). Su padre estaba al servicio del conde Esteban II
de Sponheim, miembro poderoso de la alta nobleza. Hildegarda, la décima hija de
su familia, fue ofrecida a la Iglesia como “diezmo” por sus padres cuando tenía
ocho años, como era costumbre en aquella época. Fue entregada al monasterio
benedictino de Disibodenberg, a unos 40 km de su pueblo natal, y quedó al
cuidado de Jutta von Sponheim, hija del conde Esteban II.
Jutta tenía solo seis años más que Hildegarda. A
los catorce años se hizo ermitaña junto al monasterio masculino de
Disibodenberg y más tarde fue magistra o abadesa de la rama femenina. A
pesar de la fragilidad de Hildegarda en su infancia, Jutta le enseñó a leer
latín lo suficiente para rezar los Salmos y el Oficio Divino. También le enseñó
el catecismo básico y la guió en la fe, la devoción y la ascesis. Hildegarda
aprendió además a tocar el salterio, una forma primitiva de arpa. Como Jutta
también era de linaje noble, estaba en una posición única para comprender y
acompañar a Hildegarda en su crecimiento. Juntas inspiraron a otras jóvenes
nobles a unirse a ellas. En 1112, tras unos siete años con los benedictinos,
Hildegarda tomó el velo bajo el obispo Otón de Bamberg a los quince años.
En 1136, la abadesa Jutta murió y Hildegarda, con
treinta y ocho años, fue elegida abadesa. Durante los siguientes catorce años
la comunidad siguió creciendo bajo su liderazgo. En 1150 trasladó la comunidad
a Rupertsberg, cerca de Bingen, y en 1165 fundó un segundo monasterio en
Eibingen.
Aunque ingresó en la vida religiosa con una
educación limitada, Hildegarda desarrolló un vasto conocimiento en múltiples
campos, señal de su gran inteligencia. Pero ella misma decía que su saber
provenía de la “sombra de la luz viviente”, es decir, de las visiones
místicas que experimentaba desde pequeña. Guardó estas experiencias en silencio
hasta llegar a los cuarenta años, cuando ya las había meditado, interiorizado y
profundizado. Su verdadero Maestro fue el Espíritu Santo, que le concedió un
conocimiento divinamente infundido, iluminando su mente con la verdad y
otorgándole comprensión sobrenatural de la Escritura, de la vida, de Dios, del
cielo y del infierno, del pecado, de Cristo y de toda la revelación. Su
sabiduría abarcaba también las ciencias naturales.
En 1142, a los cuarenta y cuatro años, Hildegarda
sintió con fuerza el mandato divino de escribir sus visiones y compartir
su conocimiento infundido. El resto de su vida lo dedicó a transcribir lo
recibido de esa “luz viviente”. La claridad, especificidad y profundidad
de sus escritos muestran que provenían del Espíritu Santo. Su primera obra,
concluida en 1151, fue Scivias (“Conoce los caminos”), con veintiséis
visiones comentadas que abarcan la creación, la naturaleza de Dios, el cielo y
el infierno, los ángeles y demonios, la encarnación, la caída y la redención,
la Iglesia, los sacramentos y el fin de los tiempos. Allí ofreció una síntesis
grandiosa de la historia de la salvación.
Después de Scivias, Hildegarda escribió
durante veintiocho años más, completando dos obras visionarias mayores, además
de escritos sobre ciencias naturales, medicina, salud de la mujer, la Regla de
San Benito y vidas de santos. Compuso himnos con melodías originales y escribió
numerosas cartas a papas, emperadores, abades y abadesas. Sus composiciones,
con melodías elevadas y armonías bellas, aún se interpretan hoy.
Aunque vivió en el claustro, fue buscada como
consejera por toda la Iglesia. Predicó incluso en plazas y catedrales, algo
poco común en mujeres de su tiempo. Sus escritos fueron examinados y aprobados
por el Papa Eugenio III y elogiados por San Bernardo de Claraval.
Santa Hildegarda fue reconocida como santa desde su
muerte, pero oficialmente canonizada y declarada Doctora de la Iglesia en 2012
por Benedicto XVI. Su sabiduría mística y casi apocalíptica sigue siendo actual
para iluminar los misterios de la vida.
Oración
Santa
Hildegarda de Bingen,
en tu humildad y sencillez fuiste levantada por Dios
y recibiste un don especial de conocimiento sobrenatural
sobre los misterios más profundos del cielo y de la tierra.
Ruega por mí, para que siempre esté abierto a las verdades
que Dios me revela y use ese conocimiento
como base de mis decisiones en la vida.
Santa Hildegarda de Bingen, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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