sábado, 13 de septiembre de 2025

14 de septiembre del 2025: vigésimo cuarto domingo del tiempo ordinario ciclo C

 

La alegría de Dios es nuestra conversión

En este domingo la Palabra de Dios nos abre al misterio de un amor que nunca se cansa.

En la primera lectura, vemos cómo Moisés intercede por su pueblo, que había caído en la idolatría. Y Dios, fiel y compasivo, renuncia al castigo: la misericordia triunfa sobre la cólera.
El salmo 51 es el eco de un corazón que reconoce su pecado y se confía al perdón: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro”. Es la súplica que todos podemos hacer hoy, seguros de que Dios no desprecia un corazón contrito y humillado.

San Pablo, en la segunda lectura, se presenta como testigo vivo de esa misericordia: perseguía a la Iglesia, y sin embargo, la gracia de Cristo lo alcanzó y lo convirtió en apóstol y evangelizador. Su vida es prueba de que Dios no abandona a nadie.
En el Evangelio según san Lucas, tres parábolas nos revelan la ternura del Padre: la oveja perdida, la moneda hallada y el hijo pródigo. Todas tienen la misma melodía: la alegría de Dios cuando un hijo regresa. Un gozo que contagia al cielo entero y que nos invita a reconciliarnos, a perdonar y a celebrar juntos.

En este Año Jubilar de la Esperanza, entremos en la liturgia con gratitud: Dios nos cuida como la niña de sus ojos, nos espera con los brazos abiertos y nos invita a ser, también nosotros, artesanos de reconciliación y alegría.

 


Primera lectura

Éx 32,7-11.13-14

Se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado

Lectura del libro del Éxodo.

EN aquellos días, el Señor dijo a Moisés:
«Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman:
“Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”».
Y el Señor añadió a Moisés:
«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».
Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:
«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo:
“Multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a su descendencia para que la posea por siempre”».
Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 51(50),3-4. 12-13.17 y 19 

R. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre.

V. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. 
R.

V. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. 
R.

V. Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. 
R.

 

Segunda lectura

1Tm 1,12-17

Cristo vino para salvar a los pecadores

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

QUERIDO hermano:
Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente.
Pero Dios tuvo compasión de mí porque no sabía lo que hacía, pues estaba lejos de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús.
Es palabra digna de crédito y merecedora de total aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; pero por esto precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convirtiera en un modelo de los que han de creer en él y tener vida eterna.
Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Palabra de Dios.

 

Aclamación

RAleluya, aleluya, aleluya.
V. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. R.

 

Evangelio

Lc 15, 1-32 (forma larga) 

Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alégrense conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“¡Alégrense conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Les digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
También les dijo:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Saquen enseguida la mejor túnica y vístansela; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y sacrifíquenlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Palabra del Señor.

Lc 15,1-10 (forma breve).

Habrá más alegría en el cielo por un sola pecador que se convierta

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«¿Quién de ustedes que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alégrense conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“¡Alégrense conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Les digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».

Palabra del Señor.


1

1. Dios cuida de nosotros como la niña de sus ojos

Las lecturas de hoy nos abren a un rostro sorprendente de Dios: un Dios que cuida, protege y busca al ser humano como a la “prunelle de ses yeux”, como la pupila de sus ojos (Dt 32,10). No es un Dios lejano, frío o indiferente, sino un Dios apasionado, que siente, que se alegra y que sufre por cada uno de sus hijos.
En el libro del Éxodo, a pesar de la rebeldía de Israel que fabrica un becerro de oro, Moisés intercede y Dios, movido por su amor fiel, renuncia al castigo. Este detalle es fundamental: nuestro Dios no se complace en la condena, sino que siempre busca caminos de reconciliación.

2. El reproche de los fariseos y la alegría del Evangelio

En el evangelio, los fariseos murmuran: «Ese hombre acoge a los pecadores y come con ellos». Para ellos, es un escándalo. Para nosotros, es la mejor noticia. Cristo no vino a premiar a los perfectos, sino a buscar a los perdidos, a cargar sobre sus hombros a la oveja descarriada, a barrer hasta encontrar la moneda caída, a correr al encuentro del hijo pródigo.
Cada parábola subraya la misma melodía: la alegría. Alegría del pastor que encuentra la oveja, de la mujer que halla la moneda, del padre que abraza al hijo. Una alegría que contagia al cielo entero: “Habrá más alegría en el cielo por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión”.

3. La conversión: no un cambio de religión, sino un cambio de dirección

La palabra conversión significa literalmente un giro, un volver el rostro hacia Dios. No se trata de una teoría abstracta ni de un cambio superficial, sino de un “dar la vuelta” a la vida. Estábamos caminando en dirección contraria, y de repente, tocados por la gracia, nos dejamos atraer nuevamente hacia el corazón de Dios.
Cada vez que damos ese paso, aunque sea pequeño, hacemos fiesta en el cielo. La conversión no es un acto solitario; es un banquete en el que Dios mismo celebra con los ángeles y con toda la Iglesia.

4. San Pablo: testimonio de misericordia

La segunda lectura nos presenta a Pablo como testigo vivo de esa misericordia. Él mismo se reconoce como un blasfemo y perseguidor, pero alcanzado por Cristo, experimenta que “Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo”.
Este testimonio es liberador para todos nosotros. Nadie puede decir: “Estoy demasiado lejos de Dios” o “ya no hay esperanza para mí”. El Año Jubilar que estamos viviendo quiere precisamente recordarnos esto: Dios nunca se cansa de perdonar, y su misericordia no tiene fecha de caducidad.

5. El Padre del hijo pródigo: la misericordia sin medida

Quizá la parábola más conmovedora es la del hijo pródigo. El Padre no espera en actitud fría y distante; corre, abraza, besa, devuelve la dignidad al hijo que vuelve deshecho. Y lo más sorprendente: la fiesta no está completa hasta que también el hijo mayor, resentido y enojado, entre al banquete.
Aquí descubrimos la lógica de Dios: nadie sobra en la fiesta, nadie queda excluido de su misericordia. Ni el pecador público ni el justo resentido: todos son invitados a la mesa.

6. Peregrinos de la esperanza

Queridos hermanos, en este Año Jubilar se nos invita a redescubrir que somos peregrinos de la esperanza. Y la esperanza cristiana se fundamenta en esto: que Dios nos ama hasta el extremo, que nunca nos suelta de la mano, que siempre hay fiesta en el cielo cuando regresamos.
El Jubileo es tiempo de reconciliación, de confesión, de volver al sacramento de la misericordia. Es tiempo de reparar las relaciones rotas en nuestras familias, de sanar heridas en la comunidad, de pedir perdón y de perdonar.

7. Aplicación a nuestra vida y a la sociedad

Hoy, Colombia y el mundo necesitan este mensaje de reconciliación. Vivimos en medio de divisiones, violencias, resentimientos que parecen interminables. Pero la Palabra nos dice: “Dios vela por nosotros como la pupila de sus ojos”. Si Dios no se cansa de esperar y de correr hacia nosotros, ¿no deberíamos también nosotros dar pasos de reconciliación con el hermano?
Cada gesto de perdón, cada esfuerzo por recuperar una amistad, cada intento de rescatar al que se está hundiendo, es reflejo del rostro de Dios en nosotros.

8. Conclusión

Hermanos, hoy celebremos que Dios nos cuida como a la niña de sus ojos. Que hay fiesta en el cielo por cada uno de nosotros. Que el Jubileo es ocasión para dejarnos abrazar de nuevo por el Padre.
Que al recibir la Eucaristía podamos experimentar esa alegría de ser encontrados, rescatados y reintegrados a la familia de Dios. Y que salgamos de aquí como testigos de esa misericordia en nuestras casas, barrios y comunidades.

Amén.

 

2

 

La alegría de Dios es nuestra conversión

 

1. Introducción: la alegría de lo perdido y encontrado

Hermanos y hermanas, todos hemos experimentado alguna vez la alegría de recuperar algo perdido: las llaves, un libro importante, el celular, dinero que se nos había extraviado. Esa mezcla de sorpresa, alivio y felicidad nos recuerda cuán valioso era aquello que creíamos perdido.

Y si lo que encontramos no es un objeto, sino una persona, la alegría es mucho más intensa: el reencuentro con un amigo después de años, el regreso de un hijo que estaba lejos, la reconciliación con alguien con quien habíamos roto relaciones.

El evangelio de hoy (Lc 15) nos presenta esa misma experiencia a través de tres parábolas: un pastor que encuentra la oveja perdida, una mujer que recupera una moneda, y un padre que recibe al hijo que vuelve. Los tres festejan. Y en esa fiesta descubrimos el corazón de Dios: un corazón que no se resigna a perder a nadie.


2. Primera lectura: un Dios que cambia de idea

En el Éxodo (Ex 32,7-14) encontramos al pueblo de Israel adorando un becerro de oro, símbolo de su impaciencia y desconfianza. Dios parece decidido a castigarlos, pero Moisés intercede. Y el texto nos dice que Dios “se arrepintió del mal que había pensado hacer”.
Aquí descubrimos que el Señor no es un Dios de piedra ni de rigidez. No está encadenado a sus decretos. Es un Dios vivo, capaz de dejarse tocar por la súplica y la intercesión. Un Dios que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.


3. Salmo: un corazón contrito y humillado

El salmo 51 nos hace repetir: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro”. La conversión comienza reconociendo nuestro pecado, dejándonos mirar con misericordia y pidiendo un corazón nuevo. El salmo es la voz del hijo pródigo que vuelve, la oración del pecador que confía, la súplica de todo hombre y mujer que sabe que en Dios está su salvación.


4. Segunda lectura: Pablo, pecador perdonado

San Pablo, en 1 Timoteo, se presenta como “blasfemo, perseguidor y violento”, pero alcanzado por la misericordia de Cristo. Y con humildad confiesa: “Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y el primero de ellos soy yo”.
Pablo no oculta su pasado. Al contrario, lo proclama como testimonio del poder de la gracia. Un pecador perdonado puede convertirse en testigo valiente y apóstol de la esperanza.


5. Evangelio: tres parábolas, un solo corazón

Jesús responde a los fariseos que lo critican por acoger a los pecadores con tres parábolas que muestran la misma lógica: la alegría de Dios por el regreso de quien estaba perdido.

  • El pastor deja las noventa y nueve para buscar a la oveja.
  • La mujer barre la casa hasta hallar la moneda.
  • El padre corre al encuentro del hijo y organiza una fiesta.

Aquí descubrimos un Dios que no se resigna a perder a nadie, que no mide con la calculadora del mérito, sino con la abundancia de su amor.


6. La parábola del Padre misericordioso: dos historias en una

La parábola más larga nos muestra en realidad dos historias. La primera, la del hijo menor, termina con un final feliz: vuelve, es acogido, recupera su dignidad. La segunda, la del hijo mayor, queda abierta: ¿aceptará entrar a la fiesta?, ¿superará su resentimiento?

Jesús nos muestra así los dos hijos que llevamos dentro:

  • El que se pierde y necesita ser encontrado.
  • Y el que, creyéndose justo, se resiste a que Dios sea tan misericordioso con los demás.

Ambos necesitan conversión: uno, para volver a casa; el otro, para abrir su corazón y aceptar que Dios es más grande que nuestras categorías de justicia y recompensa.


7. Una parábola para hoy

Encuentro una historia parábola contada por un sacerdote quebequense. Dice que en una parroquia de barrio prestante el padre párroco Delumiére leía la siguiente carta:

Queridos amigos:

Tengo una buena noticia para compartirles. Desde hace algún tiempo, muchas personas me confiesan, con sinceridad, que la fe les parece algo abstracto, difícil de aterrizar en la vida diaria. Algunos sienten que no encuentran situaciones concretas donde vivir las enseñanzas de Jesús. Es verdad: ya no estamos en los tiempos de la primera Iglesia. Sin embargo, uno de los frutos más hermosos de la Palabra de Dios a lo largo de los siglos ha sido la conciencia de la dignidad y los derechos de cada persona, lo cual nos invita a actualizar y encarnar el Evangelio en nuestra sociedad.

Ustedes saben que nuestra parroquia se extiende sobre un amplio territorio, con siete comunidades y equipos muy diversos. Gracias al trabajo de quienes animan los proyectos sociales, pronto podremos acoger tres iniciativas nuevas que nos llenan de esperanza:

·        En la zona norte, se abrirá una casa de transición para antiguos prisioneros. Allí, quienes sean elegibles para la libertad condicional podrán terminar su tiempo de detención en un ambiente comunitario. Durante el día podrán trabajar, buscar empleo, formarse, recibir tratamiento o practicar deporte; y en la noche deberán regresar a la residencia.

·        En la zona oeste, tendremos el privilegio de abrir un centro de acogida para mujeres víctimas de violencia conyugal. Muchas de ellas, como sabemos, han sufrido abusos de todo tipo y deben enfrentar la dureza de vivir con miedo, abandono y aislamiento. Nuestra comunidad se prepara para recibirlas con un equipo de voluntarios que ofrecerá actividades de acompañamiento, amistad y apoyo psicológico.

·        En la zona sur, se pondrá en marcha una clínica para personas afectadas por el VIH/sida. No es necesario extenderme demasiado sobre la gravedad de esta situación ni sobre las heridas físicas, sociales y familiares que causa. Todos, de algún modo, conocemos a alguien que lleva esta cruz.

Me alegra profundamente poder anunciarles estas iniciativas que nacen de nuestra propia comunidad. Hoy, la liturgia nos ha proclamado el evangelio de Lucas con las parábolas de la oveja perdida y hallada, de la moneda extraviada y recuperada, y del hijo que, tras perderse, regresa a los brazos del padre. Todas ellas nos recuerdan que hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión.

Dar una nueva oportunidad a los expresidiarios que ya han pagado su deuda, acoger a mujeres maltratadas en su cuerpo y en su alma, acompañar a enfermos que viven con sida: estas son tres formas concretas de poner en práctica el Evangelio, aquí y ahora.

 

      El anuncio del padre Delúmiere fue acogido en medio de un silencio de muerte. La gente no podía creer lo que había oído. Una casa de pasaje para expresidiarios, un centro de acogida para mujeres maltratadas, un dispensario para enfermos de sida, ¿todo eso en su barrio? Es imposible. Es insensato. Se van acoger bandidos en nuestro barrio, verdaderos bandidos que van a salir de la cárcel? Nuestros hijos no podrán jugar en la calle, correrán el riesgo de ser atacados o agredidos, nuestras casas van a ser desvalijadas. Y luego, además se va a abrigar a mujeres golpeadas, ¿seguramente con sus hijos? Nosotros tenemos un hijo, dos, máximo. Y ellas tienen 3, y a veces 4, ¡a menudo sin ser casadas! yo estoy de acuerdo, ellas tienen necesidad de tratamiento, pero no dentro de un barrio como el nuestro. Que las lleven al centro de la ciudad, cerca de un puesto de policía, así está bien. ¿Pero dentro de un barrio tranquilo y residencial? ¿Y de sobremesa abrir un dispensario para enfermos de sida? ¡Con las jeringas que ellos dejan botadas en cualquier parte, en la calle y los niños que recogen eso...qué peligro!

 

     En el tiempo que se dijo esto, los parroquianos constituyeron tres comités. Pero no comités de acogida. Comités de rechazo. Se evocaron los riesgos para la seguridad y la salud, la pérdida de la buena imagen del barrio, el riesgo de devaluación de las casas, el riesgo del alza en los seguros. La radio y la televisión se involucraron. El obispo recibió tres peticiones para la salida de la parroquia del padre Delumiére, etc.

 

     Evidentemente lo que les cuento es una parábola. Una parábola a propósito de tres parábolas que hemos proclamado: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo.

La historia del padre Delumiére, que soñaba con abrir en su parroquia espacios para expresidiarios, mujeres maltratadas y enfermos de sida, refleja la provocación del evangelio. Todos aplaudimos cuando Dios nos perdona, pero nos escandalizamos cuando ese mismo perdón alcanza a los demás, sobre todo a los que consideramos “indignos”.

¿No nos parecemos muchas veces al hijo mayor? Nos cuesta aceptar que Dios celebre la vuelta del que falló, del que no cumplió, del que cargamos con etiquetas. Sin embargo, el evangelio insiste: hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve que no necesitan conversión.


8. Año Jubilar: peregrinos de la esperanza

En este Año Jubilar estamos llamados a redescubrir que Dios nos cuida como a la niña de sus ojos. La puerta santa de este Jubileo es signo de un corazón abierto que nos espera siempre. Somos peregrinos de la esperanza porque sabemos que no hay situación perdida, no hay vida tan rota que Dios no pueda reconstruir, no hay herida tan honda que Él no pueda sanar.

Pero el Jubileo no es solo gracia recibida; es también misión confiada: ser testigos de la misericordia. A quienes han perdido el rumbo, a los que están heridos por la violencia, a los que viven marcados por el pecado o la exclusión, debemos acercarnos con la ternura del Padre que busca, espera y perdona.


9. Conclusión

Queridos hermanos, hoy la liturgia nos recuerda que:

  • Somos pecadores perdonados.
  • Dios se alegra más por un solo regreso que por noventa y nueve rutinas vacías.
  • La verdadera imagen de Dios no es la del juez implacable, sino la del Padre que corre al encuentro.

Que esta Eucaristía sea nuestra fiesta del reencuentro con el Señor. Y que, al salir, seamos nosotros también buscadores de ovejas, guardianes de monedas y padres que saben esperar, perdonar y celebrar la vuelta de los hijos.

 

3

 


1. Introducción: el canto del perdón

La liturgia de este domingo podría resumirse en una sola frase: “el canto de la ternura de Dios que se manifiesta en el perdón”. Desde la oración inicial hasta el Evangelio, todo nos habla de misericordia, de reconciliación y de fiesta.
El salmo 51 nos da la clave: “Señor, crea en mí un corazón puro… devuélveme la alegría de tu salvación”. La alegría del perdón es el hilo conductor de la Palabra de Dios hoy.


2. Primera lectura: un Dios que no se resigna a castigar

El libro del Éxodo (32,7-14) presenta a Israel cayendo en la idolatría del becerro de oro. La reacción de Dios parece dura: el pueblo merece un castigo. Pero la intercesión de Moisés revela otro rostro de Dios: el Señor renuncia al mal anunciado.
Aquí descubrimos un Dios capaz de cambiar de parecer, no porque sea débil, sino porque es misericordioso. Es un Dios que no se complace en la muerte del pecador, sino en que se convierta y viva (Ez 33,11).


3. El salmo: la súplica del corazón arrepentido

El salmo 51 es la oración de todo pecador que descubre que su fuerza no está en su inocencia, sino en la misericordia de Dios:
“Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”.
La conversión comienza por esta súplica humilde, que reconoce el pecado y se abre al don de un corazón nuevo. Y lo más bello es que Dios, al perdonar, restaura la alegría: no solo quita el peso de la culpa, sino que devuelve la vida y la esperanza.


4. San Pablo: testigo de la misericordia

La segunda lectura (1Tm 1,12-17) nos ofrece el testimonio personal de Pablo. Él, que fue perseguidor y blasfemo, reconoce que Cristo se apiadó de él y lo transformó en apóstol. Con humildad afirma: “Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores, y de ellos el primero soy yo”.
San Pablo no se enorgullece de sus méritos, sino del amor gratuito de Dios. Su experiencia es modelo para nosotros: ser cristiano no es presentarse como perfecto, sino reconocerse pecador perdonado.


5. El Evangelio: tres parábolas de misericordia

El capítulo 15 de Lucas, llamado a menudo “el corazón del Evangelio”, nos ofrece tres parábolas:

  • El pastor que busca la oveja perdida.
  • La mujer que barre hasta encontrar la moneda.
  • El padre que espera y corre al encuentro del hijo pródigo.

En las tres hay dos movimientos inseparables: la búsqueda de lo perdido y la alegría del reencuentro. Jesús las dirige a los fariseos que lo criticaban por comer con pecadores. Ellos predicaban la separación; Jesús, en cambio, practicaba la cercanía. Ellos promovían la hostilidad; Jesús, la hospitalidad.

El cielo de Jesús no es el cielo de los “contables de la ley” reservados para los puros, sino el cielo de los pecadores perdonados. Y por eso es un cielo mucho más atractivo, un cielo donde hay lugar para todos.


6. El Padre y sus dos hijos

La parábola del “hijo pródigo” o mejor del “Padre misericordioso” nos revela dos formas de perderse:

  • El hijo menor, que se va lejos, malgasta todo y termina humillado, pero encuentra un padre que lo restituye a su dignidad.
  • El hijo mayor, que permanece en casa, pero con el corazón endurecido, incapaz de alegrarse por el regreso de su hermano.

Ambos estaban perdidos; ambos son objeto de la misma ternura del padre. La diferencia está en su reacción frente a la bondad paterna: uno se deja abrazar, el otro se resiste a entrar en la fiesta.

El padre se interesa menos en la culpa de sus hijos que en su regreso y su alegría de sentirse amados. Esa es la verdadera lógica del Reino.


7. Superar nuestras imágenes erróneas de Dios

Muchas veces llevamos en la mente imágenes falsas de Dios: un juez implacable, un controlador inflexible, un fiscal severo. La Biblia entera desmiente esa caricatura.
Cristo nos lo muestra como Padre que busca, que espera, que corre, que perdona y que festeja. La verdadera conversión comienza cuando dejamos de tener miedo a Dios y aprendemos a confiar en su ternura.


8. Jubileo: un nuevo comienzo

El Jubileo que celebramos es signo de este nuevo comienzo que Dios nos ofrece. No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos volver al Padre, como el hijo pródigo, y recuperar nuestra dignidad de hijos.
En este Año Jubilar somos llamados a ser peregrinos de la esperanza:

  • Dejándonos reconciliar con Dios.
  • Siendo testigos de misericordia con los demás.
  • Creyendo que siempre hay lugar en la mesa del Padre para cada ser humano.

9. Conclusión mariana

Queridos hermanos, el Reino de Dios no se parece a una contabilidad de méritos, sino a una fiesta de misericordia. Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan perdón.

Y para caminar en esta alegría, no estamos solos: tenemos a la Virgen María, Madre de misericordia y refugio de los pecadores. Ella, que guardaba todo en su corazón y que se alegraba con los pequeños y los humildes, nos acompaña en nuestro regreso al Padre.

Hoy, pongamos en sus manos nuestras búsquedas, nuestros extravíos y nuestros regresos. Que ella, Estrella del Mar, nos guíe como peregrinos de la esperanza, para que un día todos celebremos la fiesta eterna en la casa del Padre.

Amén.

 

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