miércoles, 30 de julio de 2025

31 de julio del 2025: jueves de la decimoséptima semana del tiempo ordinario-I- Memoria de San Ignacio de Loyola, presbítero

 

Santo del día

San Ignacio de Loyola

1491-1556. «Señor […] dame tu amor y tu gracia, me basta». Así oró, en sus Ejercicios Espirituales, el hombre que fundó oficialmente, en 1540 en Roma, la Compañía de Jesús (Jesuitas).

 


Todo está mezclado

(Mateo 13, 47-53) Soñábamos con una pesca abundante, con una red cargada de buenos peces. Y he aquí que también se han recogido peces malos.

Soñábamos con una vida feliz, pacífica, coronada por el éxito. Y he aquí que el fracaso, la enfermedad, la fragilidad vinieron a contrariar nuestras hermosas esperanzas.

Así es la vida, así es el Reino de los Cielos: en esta tierra, permanecen mezclados, entremezclados.

Pero detrás de esta realidad a medias, ¡es verdaderamente la luz del Señor la que se acerca a nosotros!

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin

 


Primera lectura

Éx 40,16-21.34-38

La nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor la llenó

Lectura del libro del Éxodo.

EN aquellos días, Moisés hizo todo conforme a lo que el Señor le había mandado.
El día uno del mes primero del segundo año fue erigida la Morada. Moisés erigió la Morada, colocó las basas, puso los tablones con sus travesaños y plantó las columnas; montó la tienda sobre la Morada y puso la cubierta sobre la tienda; como el Señor se lo había mandado a Moisés.
Luego colocó el Testimonio en el Arca, sujetó los varales al Arca y puso el propiciatorio encima del Arca. Después trasladó el Arca a la Morada, puso el velo de separación para cubrir el Arca del Testimonio; como el Señor había mandado a Moisés.
Entonces la nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada.
Moisés no pudo entrar en la Tienda del Encuentro, porque la nube moraba sobre ella y la gloria del Señor llenaba la Morada.
Cuando la nube se alzaba de la Morada, los hijos de Israel levantaban el campamento, en todas las etapas. Pero cuando la nube no se alzaba, ellos esperaban hasta que se alzase.
De día la nube del Señor se posaba sobre la Morada, y de noche el fuego, en todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 84(83),3.4 5-6a y 8a.11 (R. 2)

R. ¡Qué deseables son tus moradas,
Señor del universo!


VMi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
se alegran por el Dios vivo. 
R.

V.  Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío. 
R.

V.  Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichoso el que encuentra en ti su fuerza.
Caminan de baluarte en baluarte. 
R.

V.  Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.
 R.

 

Aclamación

RAleluya, aleluya, aleluya.
V. Abre, Señor, nuestro corazón, para que aceptemos las palabras de tu Hijo. R.

 

Evangelio

Mt 13,47-53

Reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Han entendido todo esto?».
Ellos le responden:
«Sí».
Él les dijo:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.


Palabra del Señor.

 

1


¿Dónde está Dios? ¿Y dónde estamos nosotros?

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy la liturgia nos invita a detenernos y contemplar dos grandes misterios: la presencia de Dios en medio de su pueblo y la necesidad de responder con autenticidad a esa presencia transformadora. En este camino del Año Jubilar, como peregrinos de la esperanza, volvemos la mirada al corazón mismo de nuestra fe: un Dios que elige habitar entre nosotros, pero que también nos llama a vivir en fidelidad y coherencia, para no terminar como “peces rechazados”, sino como discípulos justos que perseveran hasta el final.

I.             El Dios que se hace presente

El libro del Éxodo narra un momento culminante en la historia del pueblo de Israel: la conclusión del Santuario, el lugar donde habitará la gloria de Dios. Moisés y el pueblo han sido obedientes. Han seguido con cuidado las instrucciones que el Señor les dio para la construcción del Tabernáculo. Cada objeto fue hecho con esmero. Todo está en su sitio. Pero falta lo esencial: la presencia de Dios.

Y entonces sucede: “La nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada” (Éx 40,34). El pueblo ya no se mueve por su propia iniciativa. Será la nube de Dios la que marcará el ritmo de su caminar.

Aquí hay una enseñanza poderosa para nosotros: Dios no habita donde no se le espera. Su presencia llena de sentido todo lo demás. Podemos tener templos bellos, estructuras pastorales, obras apostólicas grandiosas… pero si Él no está en el centro, todo queda vacío.

En este Año Jubilar, cada comunidad está llamada a revisar si la gloria de Dios realmente llena nuestra “tienda”, si nuestras obras pastorales están impregnadas de su Espíritu, si nuestras vocaciones nacen del encuentro con el Dios vivo o si son fruto del activismo o la costumbre.

II. El Reino es mezcla… pero no confusión

En el Evangelio, Jesús nos presenta una parábola que a primera vista puede parecer una repetición de la del trigo y la cizaña. Sin embargo, hay un matiz importante. Aquí se habla de peces buenos y malos. Pero a diferencia de la cizaña, que desde el inicio es mala, los peces alguna vez fueron buenos. ¿Qué ocurrió?

Aquí está el misterio del Reino: no basta con haber entrado en la red del Reino, no basta con haber comenzado bien… lo que cuenta es la fidelidad hasta el final. El “mal pez” fue bueno, estuvo en la red, tal vez nadó con otros peces santos… pero en algún punto perdió su sabor, su frescura, su vocación.

Esto nos interpela, queridos hermanos. La vida cristiana no es solo un instante de fervor. Es un camino. No se trata de tener “buenos comienzos”, sino de tener finales fieles. Hoy más que nunca necesitamos vocaciones fieles, evangelizadores que no solo “entren a la red”, sino que permanezcan en ella con autenticidad, dejándose transformar por la gracia.

III. Ignacio de Loyola: de “pez descarriado” a santo justo

La memoria de San Ignacio de Loyola ilumina con fuerza esta reflexión. ¿Qué fue Ignacio en su juventud sino un “pez” extraviado en su vanidad y en su afán de gloria? Y sin embargo, un día la gracia lo tocó, y su vida cambió de rumbo. Se dejó moldear por el fuego de Dios, y se convirtió en apóstol del discernimiento, guía de almas, fundador de una obra que ha llevado la fe hasta los confines del mundo.

Su vida nos recuerda que nadie está condenado de antemano. Que la gracia puede transformar al pecador en santo, al ambicioso en apóstol, al herido en heraldo. Ignacio entendió que el Reino es don, pero también decisión. “En todo amar y servir”, escribió. Y en eso perseveró hasta su muerte.

¿Y nosotros? ¿Estamos también dejándonos transformar? ¿O ya estamos satisfechos por estar dentro de la red, como si eso bastara? La parábola de hoy nos exhorta con fuerza: el juicio llegará, y Dios separará lo bueno de lo malo. No por apariencia, sino por autenticidad. No por palabras, sino por obras. No por emociones pasajeras, sino por una fe que da fruto y se mantiene firme hasta el final.

IV. En el marco del Año Jubilar: ser peces fieles al Amor

En este tiempo de gracia que es el Año Jubilar, la Iglesia entera está llamada a reavivar su fidelidad. No es tiempo de tibieza. No podemos seguir nadando como si no hubiera juicio. Es tiempo de revisar nuestra vida, nuestras comunidades, nuestras vocaciones.

¿Estamos siendo discípulos fieles?
¿Vivimos una fe auténtica, o solo de costumbre?
¿Somos verdaderamente “peces buenos”, o nos estamos pudriendo en la indiferencia o la hipocresía?

No olvidemos: el buen pez es aquel que ha sido justificado por la fe y persevera en el amor. Y ese amor no se improvisa. Se cultiva en la oración, en el servicio, en la escucha atenta de la Palabra. En la vivencia de los sacramentos, en la vida comunitaria, en la caridad concreta.

V. Orar por las vocaciones: para que haya obreros fieles y santos

Queridos hermanos, hoy también elevamos una oración por las vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales comprometidas. El Reino necesita obreros que no teman lanzarse al mar, que sean peces fieles, que no huyan en la tormenta ni se corrompan en el fondo. La Iglesia necesita jóvenes como Ignacio, dispuestos a dejar sus seguridades y ponerse al servicio del Evangelio.

Oremos para que en nuestras comunidades haya corazones valientes, capaces de decir “sí” al Señor. Y que nosotros mismos no seamos estorbo ni escándalo, sino testigos luminosos que animen a otros a seguir el camino de Cristo.


🙏 Conclusión

Dios quiere habitar entre nosotros. Pero su presencia no es neutra ni pasiva. Su presencia juzga, purifica, separa, transforma. Hoy nos invita a ser no solo “pescados” por la red del Reino, sino “peces buenos”, perseverantes, fieles hasta el fin.

A ejemplo de San Ignacio, renovemos nuestro compromiso de santidad. Y como Moisés, pidamos que la gloria de Dios llene nuestra tienda, nuestra vida, nuestra parroquia, nuestras familias.

Que el Reino de Dios no sea solo una red que nos contiene, sino un fuego que nos renueva.

Amén.

 

2


La luz que atraviesa lo revuelto


Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

En este día en que celebramos la memoria del gran San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas y maestro del discernimiento, la Palabra de Dios nos invita a mirar con ojos de fe la mezcla o el revuelto inevitable que existe en la vida y en el Reino. La realidad no siempre es clara ni lineal. La red del Reino, como nuestra existencia, está llena de lo bueno y de lo malo, de lo santo y de lo débil, de lo esperanzador y de lo doloroso.

I. El Reino: una red cargada de todo tipo de peces

Jesús nos ofrece una imagen profundamente realista del Reino: una red echada al mar, que recoge peces de toda clase. No se trata de una red selectiva que solo atrapa lo perfecto. Es una red abierta, amplia, que abarca a todos. Y eso es hermoso… pero también desafiante. Porque dentro de esa red conviven justos y pecadores, fieles y traidores, corazones ardiendo de amor y corazones endurecidos por el egoísmo.

¿No es así también nuestra Iglesia? ¿No es así nuestro mundo? ¿No es así nuestro propio corazón?

Todos soñamos con comunidades puras, con familias sin grietas, con una vida sin fracasos. Pero la realidad es otra: todo está mezclado, revuelto. En la misma misa, comulgan santos y pecadores. En la misma familia hay generosidad y heridas. En la misma vida, convivimos con la fe y la duda, con la fortaleza y la fragilidad.

Jesús no lo oculta. No nos presenta un Reino perfecto desde ahora. Nos advierte: la separación llegará al final. No ahora. Por eso, no podemos vivir juzgando ni desesperando. Lo que hoy parece confuso, mañana será clarificado por su luz.

II. Una red no para excluir, sino para transformar

El Reino no es una trampa que atrapa para descartar. Es una escuela de transformación. Dios lanza su red no para castigar, sino para dar oportunidad. Porque incluso los “peces malos” no nacieron así. En algún momento fueron buenos. Algo los corrompió, los dañó, los volvió amargos o venenosos.

Pero aquí está la buena noticia: la red todavía no se ha cerrado. Estamos a tiempo. Estamos dentro, sí, pero también estamos llamados a dejarnos purificar, sanar, restaurar.

Ignacio de Loyola, a quien hoy recordamos, fue uno de esos “peces” que, siendo parte del mundo, vivía para la gloria humana. Pero una herida en la pierna cambió su destino. Y en la soledad de su convalecencia, comenzó una transformación interior que lo llevó a ser uno de los santos más grandes de la historia. Si la red se hubiera cerrado en su juventud, quizás habría sido rechazado. Pero la red permaneció abierta. Y Dios tuvo paciencia.

III. La mezcla no impide la esperanza

Un comentarista decía respecto a este evangelio con profundidad: soñábamos con una red llena de buenos peces, y llegaron también los malos. Soñábamos con una vida pacífica, y llegaron la enfermedad, el fracaso, la fragilidad.

¿Y no es eso lo que muchas veces vivimos también en nuestra misión, en nuestras vocaciones, en nuestras comunidades?

A veces soñamos con proyectos pastorales ideales, con jóvenes llenos de fervor, con vocaciones abundantes, con una Iglesia sin escándalos ni divisiones. Y sin embargo, nos encontramos con heridas, con limitaciones, con rechazos, con pecado. La mezcla nos desilusiona. Pero no debe robarnos la esperanza. Porque  “detrás de esta realidad en medias tintas, es la luz del Señor la que se acerca a nosotros.”

En medio de lo mezclado, lo revuelto, brilla la luz. En medio de la confusión, se enciende el discernimiento. En medio del barro, Dios sigue sembrando semillas de Reino.

IV. Año Jubilar: ver con los ojos de la esperanza

Este Año Jubilar, que celebramos como peregrinos de la esperanza, es una invitación a no desanimarnos por la mezcla, sino a caminar confiados hacia la purificación final. Dios está obrando, aunque no siempre lo veamos. El juicio llegará, sí, pero no es nuestro. Es de Él. A nosotros nos toca perseverar en la fe, servir con fidelidad, discernir con humildad, amar con radicalidad.

Como San Ignacio enseñaba: “En todo amar y servir.” Aunque todo esté mezclado. Aunque haya fracasos. Aunque el mar esté agitado. Él está cerca. Él nos guía.

V. Oración por las vocaciones: en medio de la mezcla, surgen los llamados

No dejemos de orar hoy por las vocaciones. Tal vez muchos de los futuros sacerdotes, religiosos, evangelizadores, estén ahora como “peces confundidos”. Tal vez estén dentro de la red, pero aún sin descubrir su llamada. Oremos para que, como Ignacio, descubran a Cristo como el único Rey digno de ser seguido.

Y si tú que escuchas o lees esta homilía sientes que Dios te está llamando, no mires tus fragilidades, no temas tus heridas, no digas “yo no soy bueno”. Nadie comienza siendo perfecto. Pero el amor de Dios todo lo transforma.


🙏 Conclusión

Todo está mezclado.
La red del Reino no discrimina de entrada, pero sí purificará al final.
No seamos impacientes. No juzguemos antes de tiempo.
Y sobre todo, no perdamos la esperanza.
Dios está obrando.
Y en medio de nuestras mezclas, su luz se acerca a nosotros.

Amén.

 


3


“¿Entiendes tú todas estas cosas?”

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

En el evangelio de hoy (Mateo 13,47-53), Jesús concluye un ciclo de parábolas con una pregunta desconcertante y directa: “¿Han comprendido todo esto?”. Y los discípulos responden: “Sí”.
Pero, ¿realmente lo entendieron? ¿Lo entendemos nosotros?

En este Año Jubilar, en el que caminamos como peregrinos de la esperanza, esta pregunta de Jesús resuena con fuerza en nuestros corazones. No se trata de una evaluación intelectual, sino de una llamada profunda a revisar si la Palabra de Dios ha llegado verdaderamente a lo más hondo de nuestra vida. ¿Comprendemos el Reino? ¿Entendemos lo que Dios nos está diciendo hoy, en medio de nuestras historias concretas?

I. Comprender no es solo saber, es acoger

Jesús no pregunta si los discípulos pueden repetir sus enseñanzas de memoria, ni si pueden ofrecer una explicación teológica. Les pregunta si han comprendido. En la Biblia, “comprender” implica escuchar con el corazón, acoger la Palabra y dejarse transformar por ella.

Hoy en día muchos cristianos pueden citar pasajes bíblicos, debatir sobre dogmas, opinar sobre liturgia… pero pocos se dejan interpelar personalmente por la Palabra. Y aquí está la clave: Jesús no busca eruditos, busca discípulos con el corazón abierto. Como decía San Ignacio de Loyola: “No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el gustar internamente de las cosas.”

II. El escriba del Reino: viejo y nuevo

Jesús compara al discípulo formado con un “escriba del Reino que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”. Esta imagen es riquísima.

·        Por un lado, nos habla del discípulo que conoce la historia de la salvación, que sabe de dónde viene su fe: las promesas del Antiguo Testamento, las experiencias del pueblo elegido, las profecías, los salmos, los mandamientos…

·        Pero también habla del que acoge lo nuevo que Cristo trae: la gracia, la misericordia, la cruz, la resurrección, el Espíritu Santo, la vida sacramental, el mandato del amor.

El verdadero evangelizador no se queda en el pasado ni se deslumbra solo con lo nuevo. Discierne, como Ignacio enseñó, qué viene de Dios y qué no. Sabe integrar, sabe interpretar, sabe transmitir.

En nuestras parroquias, comunidades, grupos apostólicos, necesitamos escribas del Reino, hombres y mujeres que no repitan fórmulas vacías, sino que den testimonio de una Palabra viva, capaz de iluminar lo viejo y lo nuevo, lo eterno y lo cotidiano.

III. La escucha que transforma

Hemos de recordar hermanos que la comprensión auténtica de la Palabra no viene solo del estudio, sino de la escucha interior.
Jesús nos habla de manera personal. Él no solo habló en el pasado: habla hoy, en la Eucaristía, en la oración, en los acontecimientos, en las voces de los pobres, en los signos del Espíritu.

Pero… ¿lo escuchamos?
¿Reconocemos su voz en medio del ruido de las redes sociales, de las noticias, de nuestras preocupaciones?
¿O hemos reducido su Palabra a una rutina religiosa?

El Papa Francisco insistió en una Iglesia en salida, pero esa salida comienza desde dentro, con una escucha profunda de la voz del Señor. Solo quien escucha puede ser enviado.

IV. San Ignacio: maestro del discernimiento

Celebramos hoy a San Ignacio de Loyola, hombre que supo pasar de la sordera espiritual al discernimiento profundo. Al principio de su vida, Ignacio escuchaba la voz del mundo, del éxito, de la fama. Pero cuando fue herido y quedó inmóvil, empezó a escuchar otra voz: la voz de Dios en lo más profundo de su alma.

Desde entonces, su vida cambió. Nos enseñó a examinar el corazón, a buscar la voluntad de Dios en todo, a decir “sí” con libertad y generosidad. Su Ejercicio de los Ejercicios Espirituales es, de hecho, un camino para entender lo que Dios nos está diciendo, hoy, aquí, ahora.

¿Y tú? ¿Qué te está diciendo el Señor en este momento de tu vida?
¿Has escuchado su llamada a la conversión?
¿Has sentido el deseo de servirlo más?
¿Has comprendido que tu vida tiene un propósito en su Reino?

V. El Año Jubilar y la vocación de comprender

En este Año Jubilar, marcado por la esperanza, el Señor nos vuelve a preguntar:
“¿Has comprendido todas estas cosas?”
No te está pidiendo erudición. Te está pidiendo fe viva, apertura, disponibilidad.
Está buscando corazones que digan: “Señor, sí, te escucho. No lo comprendo todo, pero creo en Ti. Estoy dispuesto a seguirte.”

Hoy, pidamos especialmente por las vocaciones. El Señor sigue hablando a jóvenes, adultos, laicos, consagrados, familias. Pero su voz muchas veces se pierde.
Oremos para que haya corazones atentos, almas orantes, comunidades que acompañen. Que surjan vocaciones como la de Ignacio: audaces, valientes, profundas, apasionadas por Cristo.


🙏 Conclusión

Jesús nos pregunta hoy:
“¿Entiendes tú todas estas cosas?”
No se trata de responder con la cabeza. Se trata de responder desde el corazón.
Como María, digamos: “Hágase en mí según tu Palabra.”
Como Ignacio, digamos: “Toma, Señor, y recibe.”
Y como verdaderos discípulos del Reino, anunciemos con fidelidad lo viejo y lo nuevo, el ayer y el hoy de la salvación, con la esperanza de que Él nos sigue hablando, llamando y enviando.

Amén.

 

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31 de julio: San Ignacio de Loyola, presbítero — Memoria

1491–1556
Patrono de la Compañía de Jesús (Jesuitas), los Ejercicios Espirituales, los soldados y los retiros espirituales
Canonizado por el Papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622

 


Cita:

"El hombre ha sido creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma. Y las demás cosas sobre la faz de la tierra han sido creadas para el hombre, para que le ayuden a alcanzar el fin para el cual ha sido creado. De esto se sigue que el hombre debe usarlas en la medida en que le ayudan a alcanzar su fin, y debe apartarse de ellas en la medida en que se lo impiden. Para ello es necesario hacerse indiferente ante todas las cosas creadas, en lo que se permite a la elección de nuestro libre albedrío y no se le prohíbe; de modo que, por nuestra parte, no queramos salud más que enfermedad, riqueza más que pobreza, honor más que deshonor, vida larga más que corta, y así en todo lo demás; deseando y eligiendo solamente lo que más nos conduzca al fin para el cual hemos sido creados."


~ Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio


Reflexión:

Íñigo López de Oñaz y Loyola (Ignacio en latín) nació en el castillo de Loyola, en el municipio de Azpeitia, actual provincia de Guipúzcoa, España. Fue el menor de trece hermanos. Poco después de su nacimiento, su madre falleció, y fue cuidado por una mujer local llamada María. A los siete años, murió también su padre, y fue enviado a vivir con una familia noble donde sirvió como paje, lo cual lo introdujo en el ideal de la caballería y el servicio militar.

Como consecuencia, Ignacio se convirtió en un joven entusiasta que soñaba con ser un gran militar. Cautivado por los ideales del honor y la gloria mundanos, se hizo soldado alrededor de los diecisiete años. Durante los siguientes doce años participó en numerosas batallas y ascendió en el rango militar. En 1521, a los treinta años, fue herido en combate y pasó meses postrado en cama mientras se curaba su pierna.

Durante su convalecencia, pidió libros para entretenerse. Esperaba recibir novelas de caballería, pero en la casa donde se recuperaba no había tales libros. En su lugar, le ofrecieron La vida de Cristo, del cartujo Ludolfo de Sajonia, y Flores de los santos. Al leer y releer estos textos, comenzó a sentirse inspirado e imaginó su propia vida como la de un santo.

Ignacio también dedicaba mucho tiempo a imaginar romances y hazañas caballerescas. Sin embargo, notó una diferencia importante: aunque ambos tipos de pensamientos le generaban entusiasmo momentáneo, los mundanos lo dejaban luego seco y triste, mientras que los pensamientos sobre Cristo y los santos lo llenaban de un gozo que perduraba. Esta fue la primera gran clave de su conversión, una intuición que más tarde se convertiría en la base de su sabiduría espiritual y guía para la Iglesia.

Después de sanar, Ignacio decidió peregrinar a Tierra Santa. Antes de hacerlo, pasó por el santuario de Montserrat. Allí, dos experiencias marcaron profundamente su camino: sus penitencias y su confesión general. Como penitencia, vestía ropas ásperas e incómodas, ataba una cuerda bajo su rodilla y solo usaba un zapato. Oraba largamente de rodillas y de pie ante el Señor y la Virgen María.

En Montserrat, se preparó durante tres días para realizar una confesión general de todos los pecados de su vida. Durante esta confesión, por primera vez reveló su intención de dedicar toda su vida al servicio de Dios. Al terminar, se consagró al Señor y a la Virgen, y pasó la noche entera en oración. Así comenzó un camino radical hacia la santidad.

Luego, viajó a la ciudad de Manresa, donde permaneció desde el 25 de marzo de 1522 hasta mediados de febrero de 1523. Ese tiempo en Manresa fue de profunda conversión interior. Pasaba largas horas en oración, asistía a misa diariamente, realizaba duras penitencias, buscaba dirección espiritual y estudiaba los evangelios. Solía orar en silencio en una cueva cercana, despreocupado de su apariencia externa, centrado en embellecer su alma.

Durante este periodo, Ignacio comenzó a experimentar profundas consolaciones espirituales. Pero poco después también sufrió fuertes pruebas interiores, sintiendo que el maligno lo tentaba diciéndole que no podría mantener su vida de penitencia y fervor. Incluso fue atacado por pensamientos de desesperanza y escrúpulos, creyendo que no había confesado adecuadamente todos sus pecados. Esta lucha fue tan intensa que, por un breve momento, pensó en quitarse la vida. Sin embargo, logró discernir que tales pensamientos no venían de Dios. Una vez comprendido esto, rechazó los escrúpulos y fue liberado de esa carga.

En Manresa, continuó con ayunos extremos (llegando a no comer ni beber durante siete días), se flagelaba tres veces al día y dedicaba siete horas diarias a la oración. La Virgen y Jesús se le manifestaban en lo profundo de su alma, comunicándole grandes verdades espirituales. Fue allí donde comenzó a escribir uno de los mayores clásicos espirituales de la Iglesia: los Ejercicios Espirituales.

Los Ejercicios no son tanto un libro como una guía estructurada para un retiro de treinta días, preferiblemente en silencio, bajo la dirección de un guía espiritual entrenado. El texto ofrece instrucciones diarias para el orante y directrices para que el director espiritual lo guíe en el discernimiento de la voluntad de Dios.

Tras este período de formación espiritual, Ignacio estudió en Barcelona, Alcalá y Salamanca. Allí comenzó a difundir sus ideas, pero sus escritos fueron examinados por la Inquisición española, y fue brevemente encarcelado varias veces antes de ser absuelto de toda acusación de herejía.

Más tarde se trasladó a París, donde obtuvo el grado de maestro en teología. Allí conoció a Francisco Javier y Pedro Fabro, quienes más tarde serían también santos. En 1537, Ignacio y sus compañeros fueron ordenados sacerdotes en Venecia. En 1540, fundaron la Compañía de Jesús (Jesuitas), y en 1541 Ignacio fue elegido como su primer superior, cargo que ocuparía hasta su muerte.

En los siguientes veinte años, los Jesuitas crecieron hasta contar con unos mil miembros, fundaron más de treinta escuelas y emprendieron misiones en territorios no cristianos. En el siglo siguiente, los Jesuitas jugarían un papel clave en la Contrarreforma católica, destacándose como defensores del Papa y de la ortodoxia de la fe.

San Ignacio de Loyola es una de las figuras más inspiradoras de la historia de la Iglesia. Dejó un legado espiritual invaluable en sus Ejercicios Espirituales, fundó una de las órdenes religiosas más influyentes, y escribió unas 7.000 cartas llenas de sabiduría.

Al conmemorar a San Ignacio, recordemos su primera conversión, aquella que dio fruto a tantos bienes. Él descubrió que la voluntad de Dios produce un gozo duradero y una paz profunda, a diferencia de las emociones del mundo que son efímeras y dejan vacío. Esa intuición ha ayudado a miles a discernir la voluntad divina para sus vidas mediante el método ignaciano.

Medita hoy sobre la voluntad de Dios para ti. Aprende de San Ignacio y busca siempre el camino que te conduzca a la alegría profunda, la paz del alma y la consolación espiritual que no pasa.


🙏 Oración:

San Ignacio de Loyola, tu pierna herida fue la ocasión para que Dios te hablara mientras sufrías y te recuperabas. Supiste escuchar y discernir el llamado a una vida de servicio desinteresado.
Te ruego que intercedas por mí, para que esté siempre atento a la voz de Dios y sepa discernir su voluntad.

Como tú, deseo entregarme por completo al servicio de Dios, para su gloria y la salvación de las almas.

San Ignacio de Loyola, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 


Referencias:


https://padregusqui.blogspot.com/2017/08/viviendo-extraordinariamente-el-tiempo.html


https://www.prionseneglise.ca/textes-du-jour/commentaire/2025-07-31


https://catholic-daily-reflections.com/2025/07/30/understanding-the-voice-of-god-3/


https://mycatholic.life/saints/saints-of-the-liturgical-year/july-31-saint-ignatius-loyola-priest/

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