Santo del día
San Ignacio de Loyola
1491-1556. «Señor
[…] dame tu amor y tu gracia, me basta». Así oró, en sus Ejercicios
Espirituales, el hombre que fundó oficialmente, en 1540 en Roma, la Compañía de
Jesús (Jesuitas).
Todo está mezclado
(Mateo 13, 47-53) Soñábamos
con una pesca abundante, con una red cargada de buenos peces. Y he aquí que
también se han recogido peces malos.
Soñábamos con una vida feliz,
pacífica, coronada por el éxito. Y he aquí que el fracaso, la enfermedad, la
fragilidad vinieron a contrariar nuestras hermosas esperanzas.
Así es la vida, así es el
Reino de los Cielos: en esta tierra, permanecen mezclados, entremezclados.
Pero detrás de esta realidad a
medias, ¡es verdaderamente la luz del Señor la que se acerca a nosotros!
Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin
Primera lectura
Éx
40,16-21.34-38
La
nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor la llenó
Lectura del libro del Éxodo.
EN aquellos días, Moisés hizo todo conforme a lo que el Señor le había
mandado.
El día uno del mes primero del segundo año fue erigida la Morada. Moisés erigió
la Morada, colocó las basas, puso los tablones con sus travesaños y plantó las
columnas; montó la tienda sobre la Morada y puso la cubierta sobre la tienda;
como el Señor se lo había mandado a Moisés.
Luego colocó el Testimonio en el Arca, sujetó los varales al Arca y puso el
propiciatorio encima del Arca. Después trasladó el Arca a la Morada, puso el
velo de separación para cubrir el Arca del Testimonio; como el Señor había
mandado a Moisés.
Entonces la nube cubrió la Tienda del Encuentro y la gloria del Señor llenó la
Morada.
Moisés no pudo entrar en la Tienda del Encuentro, porque la nube moraba sobre
ella y la gloria del Señor llenaba la Morada.
Cuando la nube se alzaba de la Morada, los hijos de Israel levantaban el
campamento, en todas las etapas. Pero cuando la nube no se alzaba, ellos
esperaban hasta que se alzase.
De día la nube del Señor se posaba sobre la Morada, y de noche el fuego, en
todas sus etapas, a la vista de toda la casa de Israel.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
84(83),3.4 5-6a y 8a.11 (R. 2)
R. ¡Qué deseables son
tus moradas,
Señor del universo!
V. Mi alma se consume y
anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
se alegran por el Dios vivo. R.
V. Hasta el
gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío. R.
V. Dichosos los
que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichoso el que encuentra en ti su fuerza.
Caminan de baluarte en baluarte. R.
V. Vale más un día
en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Abre, Señor, nuestro
corazón, para que aceptemos las palabras de tu Hijo. R.
Evangelio
Mt
13,47-53
Reúnen
los buenos en cestos y los malos los tiran
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge
toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y
reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los
malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el
rechinar de dientes.
¿Han entendido todo esto?».
Ellos le responden:
«Sí».
Él les dijo:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es
como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
Palabra del Señor.
1
¿Dónde está Dios? ¿Y dónde
estamos nosotros?
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy la liturgia nos invita a detenernos y
contemplar dos grandes misterios: la presencia de Dios en medio de su pueblo
y la necesidad de responder con autenticidad a esa presencia transformadora.
En este camino del Año Jubilar, como peregrinos de la esperanza,
volvemos la mirada al corazón mismo de nuestra fe: un Dios que elige habitar
entre nosotros, pero que también nos llama a vivir en fidelidad y
coherencia, para no terminar como “peces rechazados”, sino como discípulos
justos que perseveran hasta el final.
I.
El Dios que se hace presente
El libro del Éxodo narra un momento culminante en
la historia del pueblo de Israel: la conclusión del Santuario, el lugar donde
habitará la gloria de Dios. Moisés y el pueblo han sido obedientes. Han seguido
con cuidado las instrucciones que el Señor les dio para la construcción del
Tabernáculo. Cada objeto fue hecho con esmero. Todo está en su sitio. Pero
falta lo esencial: la presencia de Dios.
Y entonces sucede: “La nube cubrió la Tienda del
Encuentro y la gloria del Señor llenó la Morada” (Éx 40,34). El pueblo ya no se
mueve por su propia iniciativa. Será la nube de Dios la que marcará el ritmo de
su caminar.
Aquí hay una enseñanza poderosa para nosotros: Dios no habita donde no se le
espera. Su presencia llena de sentido todo lo demás. Podemos tener templos
bellos, estructuras pastorales, obras apostólicas grandiosas… pero si Él no
está en el centro, todo queda vacío.
En este Año Jubilar, cada comunidad está llamada a
revisar si la gloria de Dios realmente llena nuestra “tienda”, si nuestras
obras pastorales están impregnadas de su Espíritu, si nuestras vocaciones nacen
del encuentro con el Dios vivo o si son fruto del activismo o la costumbre.
II. El Reino es mezcla… pero no
confusión
En el Evangelio, Jesús nos presenta una parábola
que a primera vista puede parecer una repetición de la del trigo y la cizaña.
Sin embargo, hay un matiz importante. Aquí se habla de peces buenos y malos.
Pero a diferencia de la cizaña, que desde el inicio es mala, los peces alguna
vez fueron buenos. ¿Qué ocurrió?
Aquí está el misterio del Reino: no basta con haber
entrado en la red del Reino, no basta con haber comenzado bien… lo que cuenta
es la fidelidad hasta el final. El “mal pez” fue bueno, estuvo en la
red, tal vez nadó con otros peces santos… pero en algún punto perdió su
sabor, su frescura, su vocación.
Esto nos interpela, queridos hermanos. La vida
cristiana no es solo un instante de fervor. Es un camino. No se trata de tener
“buenos comienzos”, sino de tener finales fieles. Hoy más que nunca
necesitamos vocaciones fieles, evangelizadores que no solo “entren a la red”,
sino que permanezcan en ella con autenticidad, dejándose transformar por
la gracia.
III. Ignacio de Loyola: de “pez
descarriado” a santo justo
La memoria de San Ignacio de Loyola ilumina
con fuerza esta reflexión. ¿Qué fue Ignacio en su juventud sino un “pez”
extraviado en su vanidad y en su afán de gloria? Y sin embargo, un día la gracia
lo tocó, y su vida cambió de rumbo. Se dejó moldear por el fuego de Dios, y se
convirtió en apóstol del discernimiento, guía de almas, fundador de una obra
que ha llevado la fe hasta los confines del mundo.
Su vida nos recuerda que nadie está condenado de
antemano. Que la gracia puede transformar al pecador en santo, al ambicioso
en apóstol, al herido en heraldo. Ignacio entendió que el Reino es don, pero
también decisión. “En todo amar y servir”, escribió. Y en eso perseveró
hasta su muerte.
¿Y nosotros? ¿Estamos también dejándonos
transformar? ¿O ya estamos satisfechos por estar dentro de la red, como si eso
bastara? La parábola de hoy nos exhorta con fuerza: el juicio llegará, y
Dios separará lo bueno de lo malo. No por apariencia, sino por autenticidad. No
por palabras, sino por obras. No por emociones pasajeras, sino por una fe
que da fruto y se mantiene firme hasta el final.
IV. En el marco del Año Jubilar:
ser peces fieles al Amor
En este tiempo de gracia que es el Año Jubilar, la
Iglesia entera está llamada a reavivar su fidelidad. No es tiempo de tibieza.
No podemos seguir nadando como si no hubiera juicio. Es tiempo de revisar
nuestra vida, nuestras comunidades, nuestras vocaciones.
¿Estamos siendo discípulos fieles?
¿Vivimos una fe auténtica, o solo de costumbre?
¿Somos verdaderamente “peces buenos”, o nos estamos pudriendo en la
indiferencia o la hipocresía?
No olvidemos: el buen pez es aquel que ha sido justificado
por la fe y persevera en el amor. Y ese amor no se improvisa. Se cultiva en
la oración, en el servicio, en la escucha atenta de la Palabra. En la vivencia
de los sacramentos, en la vida comunitaria, en la caridad concreta.
V. Orar por las vocaciones: para
que haya obreros fieles y santos
Queridos hermanos, hoy también elevamos una oración
por las vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales comprometidas. El
Reino necesita obreros que no teman lanzarse al mar, que sean peces fieles, que
no huyan en la tormenta ni se corrompan en el fondo. La Iglesia necesita
jóvenes como Ignacio, dispuestos a dejar sus seguridades y ponerse al servicio
del Evangelio.
Oremos para que en nuestras comunidades haya
corazones valientes, capaces de decir “sí” al Señor. Y que nosotros mismos no
seamos estorbo ni escándalo, sino testigos luminosos que animen a otros a
seguir el camino de Cristo.
🙏 Conclusión
Dios quiere habitar entre nosotros. Pero su
presencia no es neutra ni pasiva. Su presencia juzga, purifica, separa,
transforma. Hoy nos invita a ser no solo “pescados” por la red del Reino,
sino “peces buenos”, perseverantes, fieles hasta el fin.
A ejemplo de San Ignacio, renovemos nuestro
compromiso de santidad. Y como Moisés, pidamos que la gloria de Dios llene
nuestra tienda, nuestra vida, nuestra parroquia, nuestras familias.
Que el
Reino de Dios no sea solo una red que nos contiene, sino un fuego que nos
renueva.
Amén.
2
La luz que atraviesa lo revuelto
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
En este día en que celebramos la memoria del gran
San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas y maestro del discernimiento,
la Palabra de Dios nos invita a mirar con ojos de fe la mezcla o el revuelto inevitable que
existe en la vida y en el Reino. La realidad no siempre es clara ni lineal.
La red del Reino, como nuestra existencia, está llena de lo bueno y de lo malo,
de lo santo y de lo débil, de lo esperanzador y de lo doloroso.
I. El Reino: una red cargada de
todo tipo de peces
Jesús nos ofrece una imagen profundamente realista
del Reino: una red echada al mar, que recoge peces de toda clase. No se
trata de una red selectiva que solo atrapa lo perfecto. Es una red abierta,
amplia, que abarca a todos. Y eso es hermoso… pero también desafiante. Porque
dentro de esa red conviven justos y pecadores, fieles y traidores, corazones
ardiendo de amor y corazones endurecidos por el egoísmo.
¿No es así también nuestra Iglesia? ¿No es así
nuestro mundo? ¿No es así nuestro propio corazón?
Todos soñamos con comunidades puras, con familias
sin grietas, con una vida sin fracasos. Pero la realidad es otra: todo está
mezclado, revuelto. En la misma misa, comulgan santos y pecadores. En la misma
familia hay generosidad y heridas. En la misma vida, convivimos con la fe y la
duda, con la fortaleza y la fragilidad.
Jesús no lo oculta. No nos presenta un Reino
perfecto desde ahora. Nos advierte: la separación llegará al final. No
ahora. Por eso, no podemos vivir juzgando ni desesperando. Lo que hoy parece
confuso, mañana será clarificado por su luz.
II. Una red no para excluir, sino
para transformar
El Reino no es una trampa que atrapa para
descartar. Es una escuela de transformación. Dios lanza su red no para
castigar, sino para dar oportunidad. Porque incluso los “peces malos” no
nacieron así. En algún momento fueron buenos. Algo los corrompió, los dañó, los
volvió amargos o venenosos.
Pero aquí está la buena noticia: la red todavía
no se ha cerrado. Estamos a tiempo. Estamos dentro, sí, pero también
estamos llamados a dejarnos purificar, sanar, restaurar.
Ignacio de Loyola, a quien hoy recordamos, fue uno
de esos “peces” que, siendo parte del mundo, vivía para la gloria humana. Pero
una herida en la pierna cambió su destino. Y en la soledad de su convalecencia,
comenzó una transformación interior que lo llevó a ser uno de los santos más
grandes de la historia. Si la red se hubiera cerrado en su juventud, quizás
habría sido rechazado. Pero la red permaneció abierta. Y Dios tuvo paciencia.
III. La mezcla no impide la
esperanza
Un comentarista decía respecto a este evangelio con
profundidad: soñábamos con una red llena de buenos peces, y llegaron también
los malos. Soñábamos con una vida pacífica, y llegaron la enfermedad, el
fracaso, la fragilidad.
¿Y no es eso lo que muchas veces vivimos también en
nuestra misión, en nuestras vocaciones, en nuestras comunidades?
A veces soñamos con proyectos pastorales ideales,
con jóvenes llenos de fervor, con vocaciones abundantes, con una Iglesia sin
escándalos ni divisiones. Y sin embargo, nos encontramos con heridas, con
limitaciones, con rechazos, con pecado. La mezcla nos desilusiona. Pero no
debe robarnos la esperanza. Porque “detrás de
esta realidad en medias tintas, es la luz del Señor la que se acerca a
nosotros.”
En medio de lo mezclado, lo revuelto, brilla la luz. En medio de
la confusión, se enciende el discernimiento. En medio del barro, Dios sigue
sembrando semillas de Reino.
IV. Año Jubilar: ver con los ojos
de la esperanza
Este Año Jubilar, que celebramos como peregrinos
de la esperanza, es una invitación a no desanimarnos por la mezcla, sino
a caminar confiados hacia la purificación final. Dios está obrando, aunque
no siempre lo veamos. El juicio llegará, sí, pero no es nuestro. Es de Él. A
nosotros nos toca perseverar en la fe, servir con fidelidad, discernir con
humildad, amar con radicalidad.
Como San Ignacio enseñaba: “En todo amar y
servir.” Aunque todo esté mezclado. Aunque haya fracasos. Aunque el mar
esté agitado. Él está cerca. Él nos guía.
V. Oración por las vocaciones: en
medio de la mezcla, surgen los llamados
No dejemos de orar hoy por las vocaciones. Tal vez
muchos de los futuros sacerdotes, religiosos, evangelizadores, estén ahora como
“peces confundidos”. Tal vez estén dentro de la red, pero aún sin descubrir su
llamada. Oremos para que, como Ignacio, descubran a Cristo como el único Rey
digno de ser seguido.
Y si tú que escuchas o lees esta homilía sientes
que Dios te está llamando, no mires tus fragilidades, no temas tus heridas,
no digas “yo no soy bueno”. Nadie comienza siendo perfecto. Pero el amor de
Dios todo lo transforma.
🙏 Conclusión
Todo está
mezclado.
La red del Reino no discrimina de entrada, pero sí purificará al final.
No seamos impacientes. No juzguemos antes de tiempo.
Y sobre todo, no perdamos la esperanza.
Dios está obrando.
Y en medio de nuestras mezclas, su luz se acerca a nosotros.
Amén.
3
✨ “¿Entiendes tú todas estas cosas?”
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
En
el evangelio de hoy (Mateo 13,47-53), Jesús concluye un ciclo de parábolas con
una pregunta desconcertante y directa: “¿Han
comprendido todo esto?”. Y los discípulos responden: “Sí”.
Pero, ¿realmente lo entendieron? ¿Lo entendemos nosotros?
En
este Año Jubilar, en el que caminamos como peregrinos
de la esperanza, esta pregunta de Jesús resuena con fuerza en
nuestros corazones. No se trata de una evaluación intelectual, sino de una
llamada profunda a revisar si la Palabra de Dios ha llegado verdaderamente a lo
más hondo de nuestra vida. ¿Comprendemos el Reino? ¿Entendemos lo que Dios nos
está diciendo hoy, en medio de nuestras historias concretas?
I.
Comprender no es solo
saber, es acoger
Jesús
no pregunta si los discípulos pueden repetir sus enseñanzas de memoria, ni si
pueden ofrecer una explicación teológica. Les pregunta si han comprendido. En la
Biblia, “comprender” implica escuchar
con el corazón, acoger
la Palabra y dejarse
transformar por ella.
Hoy
en día muchos cristianos pueden citar pasajes bíblicos, debatir sobre dogmas,
opinar sobre liturgia… pero pocos se dejan interpelar personalmente por la Palabra. Y
aquí está la clave: Jesús no busca eruditos, busca discípulos con el corazón
abierto. Como decía San Ignacio de Loyola: “No
el mucho saber harta y satisface el alma, sino el gustar internamente de las cosas.”
II.
El escriba del Reino:
viejo y nuevo
Jesús
compara al discípulo formado con un “escriba del Reino que saca de su tesoro
cosas nuevas y cosas antiguas”. Esta imagen es riquísima.
·
Por
un lado, nos habla del discípulo
que conoce la historia de la salvación, que sabe de dónde viene
su fe: las promesas del Antiguo Testamento, las experiencias del pueblo
elegido, las profecías, los salmos, los mandamientos…
·
Pero
también habla del que acoge
lo nuevo que Cristo trae: la gracia, la misericordia, la cruz,
la resurrección, el Espíritu Santo, la vida sacramental, el mandato del amor.
El
verdadero evangelizador no se queda en el pasado ni se deslumbra solo con lo
nuevo. Discierne,
como Ignacio enseñó, qué viene de Dios y qué no. Sabe integrar, sabe
interpretar, sabe transmitir.
En
nuestras parroquias, comunidades, grupos apostólicos, necesitamos escribas del Reino,
hombres y mujeres que no repitan fórmulas vacías, sino que den testimonio de una Palabra viva,
capaz de iluminar lo viejo y lo nuevo, lo eterno y lo cotidiano.
III.
La escucha que transforma
Hemos
de recordar hermanos que la
comprensión auténtica de la Palabra no viene solo del estudio, sino de la
escucha interior.
Jesús nos habla de manera
personal. Él no solo habló en el pasado: habla hoy, en la Eucaristía, en la
oración, en los acontecimientos, en las voces de los pobres, en los signos del
Espíritu.
Pero…
¿lo escuchamos?
¿Reconocemos su voz en medio del ruido de las redes sociales, de las noticias,
de nuestras preocupaciones?
¿O hemos reducido su Palabra a una rutina religiosa?
El
Papa Francisco insistió en una Iglesia en salida, pero esa salida comienza desde dentro, con una
escucha profunda de la voz del Señor. Solo quien escucha puede ser enviado.
IV.
San Ignacio: maestro del
discernimiento
Celebramos
hoy a San Ignacio de
Loyola, hombre que supo pasar de la sordera espiritual al
discernimiento profundo. Al principio de su vida, Ignacio escuchaba la voz del
mundo, del éxito, de la fama. Pero cuando fue herido y quedó inmóvil, empezó a
escuchar otra voz: la voz
de Dios en lo más profundo de su alma.
Desde
entonces, su vida cambió. Nos enseñó a examinar el corazón, a buscar la
voluntad de Dios en todo, a decir “sí” con libertad y generosidad. Su Ejercicio de los Ejercicios Espirituales
es, de hecho, un camino para entender
lo que Dios nos está diciendo, hoy, aquí, ahora.
¿Y tú? ¿Qué te está diciendo el Señor en este momento de tu
vida?
¿Has escuchado su llamada a la conversión?
¿Has sentido el deseo de servirlo más?
¿Has comprendido que tu vida tiene un propósito en su Reino?
V.
El Año Jubilar y la
vocación de comprender
En
este Año Jubilar, marcado por la esperanza, el Señor nos vuelve a preguntar:
“¿Has comprendido todas
estas cosas?”
No te está pidiendo erudición. Te está pidiendo fe viva, apertura, disponibilidad.
Está buscando corazones que digan: “Señor, sí, te escucho. No lo comprendo
todo, pero creo en Ti. Estoy dispuesto a seguirte.”
Hoy,
pidamos especialmente por las vocaciones. El Señor sigue hablando a jóvenes,
adultos, laicos, consagrados, familias. Pero su voz muchas veces se pierde.
Oremos para que haya
corazones atentos, almas orantes, comunidades que acompañen.
Que surjan vocaciones como la de Ignacio: audaces, valientes, profundas,
apasionadas por Cristo.
🙏 Conclusión
Jesús nos pregunta
hoy:
“¿Entiendes tú todas estas
cosas?”
No se trata de responder con la cabeza. Se trata de responder desde el corazón.
Como María, digamos: “Hágase
en mí según tu Palabra.”
Como Ignacio, digamos: “Toma,
Señor, y recibe.”
Y como verdaderos discípulos del Reino, anunciemos
con fidelidad lo viejo y lo nuevo, el ayer y el hoy de la salvación,
con la esperanza de que Él nos sigue hablando, llamando y enviando.
Amén.
31 de julio: San Ignacio de Loyola,
presbítero — Memoria
1491–1556
Patrono de la Compañía de
Jesús (Jesuitas), los Ejercicios Espirituales, los soldados y los retiros
espirituales
Canonizado por el Papa
Gregorio XV el 12 de marzo de 1622
✨ Cita:
"El hombre ha sido creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma. Y las demás cosas sobre la faz de la tierra han sido creadas para el hombre, para que le ayuden a alcanzar el fin para el cual ha sido creado. De esto se sigue que el hombre debe usarlas en la medida en que le ayudan a alcanzar su fin, y debe apartarse de ellas en la medida en que se lo impiden. Para ello es necesario hacerse indiferente ante todas las cosas creadas, en lo que se permite a la elección de nuestro libre albedrío y no se le prohíbe; de modo que, por nuestra parte, no queramos salud más que enfermedad, riqueza más que pobreza, honor más que deshonor, vida larga más que corta, y así en todo lo demás; deseando y eligiendo solamente lo que más nos conduzca al fin para el cual hemos sido creados."
~ Principio
y Fundamento de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio
Reflexión:
Íñigo
López de Oñaz y Loyola (Ignacio en latín) nació en el castillo de Loyola, en el
municipio de Azpeitia, actual provincia de Guipúzcoa, España. Fue el menor de
trece hermanos. Poco después de su nacimiento, su madre falleció, y fue cuidado
por una mujer local llamada María. A los siete años, murió también su padre, y
fue enviado a vivir con una familia noble donde sirvió como paje, lo cual lo
introdujo en el ideal de la caballería y el servicio militar.
Como
consecuencia, Ignacio se convirtió en un joven entusiasta que soñaba con ser un
gran militar. Cautivado por los ideales del honor y la gloria mundanos, se hizo
soldado alrededor de los diecisiete años. Durante los siguientes doce años participó
en numerosas batallas y ascendió en el rango militar. En 1521, a los treinta
años, fue herido en combate y pasó meses postrado en cama mientras se curaba su
pierna.
Durante
su convalecencia, pidió libros para entretenerse. Esperaba recibir novelas de
caballería, pero en la casa donde se recuperaba no había tales libros. En su
lugar, le ofrecieron La vida
de Cristo, del cartujo Ludolfo de Sajonia, y Flores de los santos. Al
leer y releer estos textos, comenzó a sentirse inspirado e imaginó su propia
vida como la de un santo.
Ignacio
también dedicaba mucho tiempo a imaginar romances y hazañas caballerescas. Sin
embargo, notó una diferencia importante: aunque ambos tipos de pensamientos le
generaban entusiasmo momentáneo, los mundanos lo dejaban luego seco y triste,
mientras que los pensamientos sobre Cristo y los santos lo llenaban de un gozo
que perduraba. Esta fue la primera gran clave de su conversión, una intuición que
más tarde se convertiría en la base de su sabiduría espiritual y guía para la
Iglesia.
Después
de sanar, Ignacio decidió peregrinar a Tierra Santa. Antes de hacerlo, pasó por
el santuario de Montserrat. Allí, dos experiencias marcaron profundamente su
camino: sus penitencias y su confesión general. Como penitencia, vestía ropas
ásperas e incómodas, ataba una cuerda bajo su rodilla y solo usaba un zapato.
Oraba largamente de rodillas y de pie ante el Señor y la Virgen María.
En
Montserrat, se preparó durante tres días para realizar una confesión general de
todos los pecados de su vida. Durante esta confesión, por primera vez reveló su
intención de dedicar toda
su vida al servicio de Dios. Al terminar, se consagró al Señor
y a la Virgen, y pasó la noche entera en oración. Así comenzó un camino radical
hacia la santidad.
Luego,
viajó a la ciudad de Manresa, donde permaneció desde el 25 de marzo de 1522
hasta mediados de febrero de 1523. Ese tiempo en Manresa fue de profunda
conversión interior. Pasaba largas horas en oración, asistía a misa
diariamente, realizaba duras penitencias, buscaba dirección espiritual y
estudiaba los evangelios. Solía orar en silencio en una cueva cercana,
despreocupado de su apariencia externa, centrado en embellecer su alma.
Durante
este periodo, Ignacio comenzó a experimentar profundas consolaciones
espirituales. Pero poco después también sufrió fuertes pruebas interiores, sintiendo que
el maligno lo tentaba diciéndole que no podría mantener su vida de penitencia y
fervor. Incluso fue atacado por pensamientos de desesperanza y escrúpulos,
creyendo que no había confesado adecuadamente todos sus pecados. Esta lucha fue
tan intensa que, por un breve momento, pensó en quitarse la vida. Sin embargo,
logró discernir que tales pensamientos no venían de Dios. Una vez comprendido
esto, rechazó los escrúpulos y fue liberado de esa carga.
En
Manresa, continuó con ayunos extremos (llegando a no comer ni beber durante
siete días), se flagelaba tres veces al día y dedicaba siete horas diarias a la
oración. La Virgen y Jesús se le manifestaban en lo profundo de su alma,
comunicándole grandes verdades espirituales. Fue allí donde comenzó a escribir
uno de los mayores clásicos espirituales de la Iglesia: los Ejercicios Espirituales.
Los
Ejercicios no son tanto un libro como una guía estructurada para un retiro de
treinta días, preferiblemente en silencio, bajo la dirección de un guía
espiritual entrenado. El texto ofrece instrucciones diarias para el orante y
directrices para que el director espiritual lo guíe en el discernimiento de la
voluntad de Dios.
Tras
este período de formación espiritual, Ignacio estudió en Barcelona, Alcalá y
Salamanca. Allí comenzó a difundir sus ideas, pero sus escritos fueron
examinados por la Inquisición española, y fue brevemente encarcelado varias
veces antes de ser absuelto de toda acusación de herejía.
Más
tarde se trasladó a París, donde obtuvo el grado de maestro en teología. Allí
conoció a Francisco Javier
y Pedro Fabro,
quienes más tarde serían también santos. En 1537, Ignacio y sus compañeros
fueron ordenados sacerdotes en Venecia. En 1540, fundaron la Compañía de Jesús
(Jesuitas), y en 1541 Ignacio fue elegido como su primer superior, cargo que
ocuparía hasta su muerte.
En
los siguientes veinte años, los Jesuitas crecieron hasta contar con unos mil
miembros, fundaron más de treinta escuelas y emprendieron misiones en
territorios no cristianos. En el siglo siguiente, los Jesuitas jugarían un
papel clave en la Contrarreforma
católica, destacándose como defensores del Papa y de la
ortodoxia de la fe.
San
Ignacio de Loyola es una de las figuras más inspiradoras de la historia de la
Iglesia. Dejó un legado espiritual invaluable en sus Ejercicios Espirituales,
fundó una de las órdenes religiosas más influyentes, y escribió unas 7.000 cartas llenas de
sabiduría.
Al
conmemorar a San Ignacio, recordemos su primera conversión, aquella que dio
fruto a tantos bienes. Él descubrió que la voluntad de Dios produce un gozo
duradero y una paz profunda, a diferencia de las emociones del mundo que son
efímeras y dejan vacío. Esa intuición ha ayudado a miles a discernir la
voluntad divina para sus vidas mediante el método ignaciano.
Medita hoy sobre la voluntad de Dios para ti. Aprende de
San Ignacio y busca siempre el camino que te conduzca a la alegría profunda, la
paz del alma y la consolación espiritual que no pasa.
🙏 Oración:
San Ignacio de Loyola, tu pierna herida fue
la ocasión para que Dios te hablara mientras sufrías y te recuperabas. Supiste
escuchar y discernir el llamado a una vida de servicio desinteresado.
Te ruego que intercedas por mí, para que esté siempre atento a la voz de Dios y
sepa discernir su voluntad.
Como tú, deseo entregarme por completo al servicio de Dios,
para su gloria y la salvación de las almas.
San
Ignacio de Loyola, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
https://www.prionseneglise.ca/textes-du-jour/commentaire/2025-07-31
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