Santo del día:
Santa Marta
Siglo I. Hermana de San Lázaro
y Santa María de Betania, que también se celebran hoy.
En el tumulto
(Juan 11:19-27) Jesús
llega a Betania, pero es demasiado tarde; Lázaro ha muerto. En esta hora
oscura, Marta se ve asaltada por sentimientos encontrados: es a la vez la
indignada y la asombrada, la desanimada y la esperanzada, la que duda y la que
cree. Y en este tumulto interior, surge una intuición: en la prueba, solo de
Cristo puede brillar la luz. «Sí, Señor, creo que tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios».
Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin
Primera lectura
Éx
33,7-11; 34,5b-9.28
El
Señor hablaba con Moisés cara a cara
Lectura del libro del Éxodo.
EN aquellos días, Moisés levantó la tienda y la plantó fuera, a distancia
del campamento, y la llamó «Tienda del Encuentro». El que deseaba visitar al
Señor, salía fuera del campamento y se dirigía a la Tienda del Encuentro.
Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y
esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que este entraba
en la tienda. En cuanto Moisés entraba en la tienda, la columna de nube bajaba
y se detenía a la entrada de la tienda, mientras el Señor hablaba con Moisés.
Cuando el pueblo veía la columna de nube a la puerta de la tienda, se levantaba
y se postraba cada uno a la entrada de su tienda.
El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo.
Después Moisés volvía al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven
ayudante, no se apartaba del interior de la tienda.
Moisés se quedó en la presencia del Señor, y pronunció su nombre.
El Señor pasó ante él proclamando:
«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
clemencia y lealtad, que mantiene la clemencia hasta la milésima generación,
que perdona la culpa, el delito y el pecado, pero no los deja impunes y castiga
la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta
generación».
Moisés al momento se inclinó y se postró en tierra.
Y le dijo:
«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo
de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya».
Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches, sin
comer pan ni beber agua; y escribió en las tablas las palabras de la alianza,
las Diez Palabras.
Palabra de Dios.
O
bien:
1
Jn 4, 7-16
Si
nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.
QUERIDOS hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo
el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a
Dios, porque Dios es amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a
su Unigénito, para que vivamos por medio de él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que
él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros
pecados.
Queridos hermanos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos
amarnos unos a otros.
A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en
nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado
de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió
a su Hijo para ser Salvador del mundo.
Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en
Dios.
Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios
es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
103(102), 6-7.8-9.10-11.12-13 (R. 8a)
R. El Señor
es compasivo y misericordioso.
V. El Señor hace
justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel. R.
V. El Señor es compasivo
y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo. R.
V. No nos trata
como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que le temen. R.
V. Como dista el oriente
del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que le temen. R.
O
bien:
Sal
33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9. 10-11 (R.: 2a; 9a)
R. Bendigo al
Señor en todo momento.
O
bien:
R. Gusten y vean qué
bueno es el Señor.
V. Bendigo al
Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
V. Proclamen
conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R.
V. Contémplenlo, y
quedarán radiantes,
su rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
V. El ángel del Señor
acampa en torno a quienes le temen
y los protege.
Gusten y vean qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R.
V. Todos sus santos,
teman al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. La semilla es
la palabra de Dios, y el sembrador es Cristo; todo el que lo encuentra vive
para siempre. R.
Evangelio
Mt
13,36-43
Lo
mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los
tiempos
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa.
Los discípulos se le acercaron a decirle:
«Explícanos la parábola de la cizaña en el campo».
Él les contestó:
«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo;
la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios
del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de
los tiempos y los segadores los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los
tiempos: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino
todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al
horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los
justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que
oiga».
Palabra del Señor.
O
bien:
Jn
11, 19-27
Creo
que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
EN aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta
y a María para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió
a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo
Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.
Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios,
Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá;
y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que
venir al mundo».
Palabra del Señor.
O
bien:
Lc
10, 38-42
Marta,
Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo
recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor,
escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que,
acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que
me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es
necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
Palabra del Señor.
1
1.
Introducción: Bajo la mirada del Hijo del Hombre
Queridos
hermanos y hermanas en Cristo:
En este tiempo de gracia que vivimos como Iglesia
—camino de conversión y renovación bajo el signo del Año Jubilar—, la Palabra
de Dios de este martes nos conduce a lo esencial: a la Presencia de Dios que se
revela, a la confianza de Moisés que dialoga con el Señor “como un amigo habla
con su amigo”, y al juicio que realiza el Hijo del Hombre, aquel que puede
separar el bien del mal como el sembrador separa el trigo de la cizaña.
Es conmovedor y exigente el mensaje de este día. Es
a la vez una promesa de esperanza y una llamada a la vigilancia. Por eso hoy
elevamos también una especial oración por nuestros benefactores vivos y
difuntos, aquellos que han sostenido con generosidad nuestras obras de fe y
caridad. Su siembra ha sido de trigo bueno; rogamos al Señor que los premie con
su bendición abundante.
2. “El Señor hablaba con Moisés cara a cara…” (Éx
33,11)
La primera lectura del libro del Éxodo nos presenta
una escena entrañable y profundamente mística: Moisés entra en la Tienda del Encuentro.
Allí el Señor desciende en forma de nube y habla con él “cara a cara, como
habla un hombre con su amigo”.
En un mundo lleno de ruido, de superficialidad y
desconexión, la imagen de Moisés en la Tienda es una invitación a re-aprender
la oración verdadera, la intimidad con Dios. Moisés no solo ve señales; se
queda, escucha, dialoga, permanece. Y en esa intimidad va recibiendo no solo
mandamientos, sino el Corazón mismo de Dios: un Dios compasivo, clemente, lento
a la ira y rico en misericordia, como proclama el salmo 102.
Este es el Dios al que nos acercamos en la
Eucaristía, el Dios al que confiamos a nuestros bienhechores. El Dios que no
olvida el bien hecho y que escribe con fuego eterno en su corazón los nombres
de quienes han amado, dado, entregado.
3. “Explícanos la parábola de la cizaña…” (Mt
13,36)
El Evangelio de san Mateo retoma la parábola del
trigo y la cizaña. Jesús ha hablado en parábolas al pueblo, pero a sus
discípulos les da la explicación completa. Lo hace no con poesía, sino con
claridad y fuerza profética.
Dice que el campo es el mundo, el trigo son los
hijos del Reino, la cizaña los hijos del Maligno, y el enemigo que la siembra
es el diablo. El juicio final será como una cosecha: el trigo al granero, la
cizaña al fuego.
Es una enseñanza que incomoda, pero que no podemos
ignorar. En este Año Jubilar, cuando se nos llama a la conversión y a la
esperanza, esta parábola nos hace caer en la cuenta de que nuestra vida tiene
consecuencias eternas. Somos sembradores cada día: nuestras palabras, obras,
decisiones y silencios son semillas que crecerán.
¿Somos trigo o cizaña? ¿Qué estamos sembrando en
nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestras redes sociales, en nuestra
parroquia? ¿Qué siembran nuestras manos, nuestros gestos cotidianos?
4. “El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles…” (Mt
13,41)
Volvemos aquí al título que Jesús aplica a sí
mismo: el Hijo del Hombre. Como bien nos lo recuerda el comentario
inspirador que nos acompaña hoy, esta expresión no es solo una manera de decir
“ser humano”, sino que evoca al misterioso personaje del libro de Daniel (Dn
7,9-14), “uno semejante a un hijo de hombre”, a quien se le da poder, gloria y
reino eterno.
Jesús se revela como ese Hijo del Hombre, que
vendrá a juzgar al final de los tiempos. Y lo hará no como un juez distante,
sino como Aquel que se hizo uno con nosotros, que lloró en Getsemaní, que
conoció el dolor de la cruz. En otras palabras, quien nos juzgará será el mismo
que nos salvó, el que nos amó hasta el extremo.
Esto no es motivo de miedo, sino de esperanza.
Porque nuestro juez es también nuestro Redentor. Pero es una esperanza que nos
interpela: no podemos vivir indiferentes. Somos llamados a ser trigo bueno, hijos
del Reino, testigos del Evangelio en medio de un mundo donde la cizaña crece al
lado de nosotros.
5. Intención orante por nuestros benefactores
Hoy, como comunidad orante, elevamos nuestras
plegarias por todos aquellos que han sembrado generosamente en nuestra misión:
benefactores vivos y difuntos. En el silencio, muchos de ellos han sido manos
providentes, han ofrecido su tiempo, su oración, su economía, su apoyo humano o
espiritual. Gracias a ellos se han sostenido templos, emisoras, escuelas,
hogares, comunidades misioneras.
Su siembra no ha sido en vano. Y en este Año
Jubilar, invocamos para ellos una especial indulgencia del Cielo. Que sus
nombres estén escritos en el libro de la vida, que sus lágrimas sean recogidas
como perlas en el cielo, que sus obras los sigan, como dice el Apocalipsis.
A los vivos, les pedimos el gozo de seguir dando,
sabiendo que nadie es más feliz que quien se da. A los que ya partieron, les
rogamos al Señor que los mire con misericordia y los reciba en su Reino de luz
y de paz.
6. Aplicación actual: Ser trigo bueno en un mundo
de cizaña
En medio del mundo que vivimos, donde conviven el
bien y el mal, el amor y el egoísmo, la verdad y la mentira, se nos pide no
arrancar la cizaña, sino perseverar como trigo bueno. Ser buena semilla.
A veces será difícil, a veces parecerá que la cizaña domina. Pero no perdamos
la esperanza: el Reino crece en lo escondido, en lo pequeño, en lo oculto
del corazón que ama a Dios.
Nuestro testimonio cotidiano, nuestra oración,
nuestra fidelidad a lo pequeño, tiene valor eterno.
7. Conclusión: La esperanza del justo brillará como
el sol
Concluye el Evangelio de hoy con esta promesa
gloriosa: “Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su
Padre” (Mt 13,43). ¡Qué imagen tan luminosa! ¡Qué destino tan alto!
Que esa sea nuestra meta, nuestro deseo, nuestra
plegaria. Y que en este Año Jubilar —caminando como peregrinos de la
esperanza— aprendamos a mirar con los ojos del Hijo del Hombre, a juzgar
con misericordia, a vivir como semillas del Reino.
Oración
final por los benefactores:
Señor
Jesús,
tú que conoces el corazón de cada uno,
te damos gracias por nuestros benefactores,
por los que han sostenido con fe nuestras obras,
por los que han sembrado con generosidad su tiempo, sus bienes y su amor.
Dales tu
bendición,
a los vivos, prosperidad y gracia;
a los difuntos, descanso eterno y gozo sin fin.
Que su semilla dé fruto abundante
y ellos sean acogidos como trigo bueno en tu Reino.
Amén.
2
Con bases en las lecturas propias de la memoria
1. Introducción: El tumulto del corazón humano
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la liturgia nos sitúa en uno de los pasajes más
conmovedores del Evangelio: Jesús llega a Betania, y se encuentra con la
muerte, con el dolor de las hermanas de Lázaro, con la fragilidad humana en
toda su crudeza. Marta, en medio del tumulto interior de su alma —entre la
indignación y la esperanza, el reproche y la fe—, logra pronunciar una de las
confesiones más profundas de todo el Evangelio: “Sí, Señor, yo creo que tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
Este grito de fe nace del corazón herido, no del
momento de claridad ni de victoria. Por eso, esta Palabra nos llega hoy como
bálsamo y luz, especialmente en este Año Jubilar, donde peregrinamos como hijos
e hijas de la esperanza. Y hoy lo hacemos orando de manera especial por
nuestros benefactores, vivos y difuntos, que han sido para nosotros signos
concretos del amor de Dios, testigos de esa esperanza que no defrauda.
2. “Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor
viene de Dios” (1Jn 4,7)
La primera lectura de la carta de san Juan nos
recuerda que “Dios es amor”, no como una idea abstracta, sino como una
realidad encarnada. Quien ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama,
no ha conocido verdaderamente al Padre.
Esta afirmación nos sitúa ante una verdad
fundamental: no hay fe auténtica sin amor. No hay confesión verdadera de Cristo
sin misericordia. Y es ese amor el que se hace carne en Jesús, el que nos amó
primero, el que dio su vida por nosotros.
Nuestros benefactores, a quienes hoy recordamos con
gratitud, son rostros de este amor en la historia. Con su generosidad, han
prolongado en nuestras comunidades el misterio del amor de Dios: han hecho
posible que muchos experimenten consuelo, palabra, alimento, educación,
presencia.
3. “Jesús llegó y encontró que Lázaro ya llevaba
cuatro días en el sepulcro” (Jn 11,17)
El evangelio de san Juan nos narra la visita de Jesús a Betania. Lázaro ha muerto. Marta y María están de luto. Muchos judíos han llegado para consolarlas. Pero en medio de esa escena de dolor, Marta sale al encuentro del Maestro con una mezcla de reproche, fe, tristeza y esperanza.
“Jesús llega a Betania, pero es demasiado tarde,
Lázaro ha muerto. En esta hora sombría, Marta se ve asaltada por sentimientos
contrarios: es, a la vez, la que se indigna y se maravilla, la que se desanima
y la que espera, la que duda y la que cree. Y en medio de este tumulto interior
brota una intuición: en la prueba, es sólo del lado de Cristo de donde puede
brotar la luz. ‘Sí, Señor, yo creo: tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.’”
¿Qué nos dice esto hoy? Que no es necesario tener
la fe “perfecta” para encontrarse con el Señor. Es en el caos de nuestro
corazón, en nuestras lágrimas, en nuestras contradicciones, donde puede nacer
la luz. Marta no tiene todo resuelto, pero en su herida pronuncia la verdad más
honda.
4. “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25)
Jesús no solo consuela, se revela. No solo
dice “todo estará bien”, sino que pronuncia su identidad: “Yo soy la
resurrección y la vida”. No se trata solo de una promesa futura, sino de
una realidad presente. Quien cree en Él ya ha comenzado a vivir de otra manera.
La resurrección no es solo un evento futuro, es una
persona viva. Jesús no promete evitar el sufrimiento, pero sí transforma el
sepulcro en cuna, la muerte en puerta, el dolor en camino.
Esta es la buena noticia para todos nosotros,
especialmente para quienes han entregado su vida como benefactores del Reino:
en cada acto de amor, han sembrado eternidad. Han apostado por la vida cuando
todo parecía sepulcro. Y Jesús, que no olvida, los mira hoy con la misma ternura
con la que miró a Marta y a María.
5. Aplicación actual: En el tumulto de nuestro
tiempo
Vivimos tiempos complejos, también como Iglesia y
como humanidad. Hay confusión, dolor, cansancio, dudas. Como Marta, sentimos a
veces que el Señor “llega tarde”. Pero este evangelio nos enseña que Jesús
nunca llega tarde: llega cuando más lo necesitamos. Y en ese momento, no
da explicaciones, da su presencia.
¿Qué hacer entonces en medio de nuestro propio
tumulto interior?
- Salir
al encuentro del Señor, como Marta.
- Decirle
lo que sentimos, sin máscaras.
- Escuchar
su palabra: “Yo soy la resurrección”.
- Hacer
una confesión de fe desde lo hondo: “Sí, Señor, yo creo…”
6. Intención orante por los benefactores
Hoy elevamos nuestra oración por quienes han sido
ángeles silenciosos en nuestras vidas y comunidades: benefactores vivos, que
siguen sembrando sin cansarse; y benefactores difuntos, cuya siembra ya ha dado
fruto eterno.
Pedimos al Señor que sus nombres estén escritos en
el corazón de Cristo, que su generosidad se multiplique en bendición, y que
ellos puedan escuchar un día esa frase definitiva: “Ven, siervo bueno y
fiel, entra en el gozo de tu Señor.”
7. Conclusión: En Cristo, la vida vence
Queridos hermanos:
En este Año Jubilar, la Iglesia nos invita a mirar
a Cristo como peregrinos de la esperanza. Hoy, Marta nos enseña cómo se camina
en medio del dolor: no huyendo del tumulto, sino llevándolo a los pies del
Señor.
Y es allí donde surge la luz.
Allí donde se hace audible la voz que dice:
“Yo soy la resurrección y la vida”.
Que esa fe nos sostenga.
Que esa confesión nos transforme.
Y que la esperanza que nace del sepulcro de Betania nos convierta a todos en
sembradores de vida, de ternura, de confianza.
Oración final por los benefactores:
Señor
Jesús,
Tú que lloraste por Lázaro,
que consolaste a Marta y María,
mira con amor a nuestros benefactores,
a los que viven y a los que ya partieron.
A los
vivos, dales salud, alegría y fe perseverante.
A los difuntos, recíbelos en la luz de tu Reino.
Que su amor sembrado en el mundo,
florezca en vida eterna en tu presencia.
Y que
como Marta, podamos confesar con firmeza y esperanza:
“Sí, Señor, yo creo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.”
Amén.
Siglo I
Patrona de las amas de casa, las mujeres del hogar y las cocineras
Amar a su familia fue una buena preparación para amar a Dios
Dios ama a las familias. Jesucristo se inclinaba
hacia las familias y participó del amor familiar de Marta —la santa de hoy—, de
su hermana María y de su hermano Lázaro. Curiosamente, ni Lázaro ni María de
Betania son venerados como santos, mientras que su hermana Marta sí lo es.
Durante muchos siglos, la liturgia de la Iglesia enseñó que la “María” de
Betania y la “María” de Magdala eran una misma persona, con una fiesta conjunta
de esta “María compuesta” el 22 de julio. Las reformas litúrgicas posteriores
al Concilio Vaticano II identificaron la memoria del 22 de julio como la de
María Magdalena, dejando sin resolver si ella es o no la misma persona que
María de Betania. Curiosamente, la memoria de hoy se celebra en la octava de la
memoria de María Magdalena, un vestigio del pensamiento previo, no oficial, de
la Iglesia, según el cual María Magdalena era la hermana de Marta.
La vida familiar cotidiana y normal tiene un
atractivo intrínseco. Las charlas alrededor de la mesa del comedor, las
discusiones sobre quién olvidó alimentar al perro, las chicas que se quedan
demasiado tiempo frente al espejo, y los chicos que siempre dejan la habitación
desordenada. El tira y afloja de la vida familiar puede ser un drama doméstico
agitado, pero es un drama real. No es un videojuego. No es realidad virtual.
Como polillas hacia la luz, las personas se sienten atraídas por familias
saludables, especialmente aquellos que provienen de familias rotas. Y por eso
se acercan —el hijo único de la casa de al lado, la anciana cuyos hijos ahora
viven a horas de distancia, o la pareja sin hijos que se pregunta qué podría
haber sido. Jesús también se acercaba. El Jesús célibe, tal vez anhelando el
calor de su hogar infantil, pudo haberse preguntado cómo habría sido tener un
hermano y algunas hermanas. Parece pasar mucho tiempo con Marta, María y
Lázaro. Parece querer sentarse hombro con hombro con ellos junto al fuego,
escuchar sus voces en el bullicio del comedor, y reír a carcajadas cuando dicen
algo gracioso. Jesús quiere ser parte de la familia.
Y así, Jesús se presenta en la casa familiar de
Betania. María está atenta. Conoce muy bien a un hombre, su hermano Lázaro. Sin
embargo, Jesús no es como su hermano. Para nada. Hay algo misterioso en Él,
algo de lo que la gente susurra pero que nadie puede explicar. María se siente
tan honrada de que Él esté allí, que simplemente se sienta en el suelo cerca y
escucha con atención. Marta también se siente honrada, y tal vez avergonzada
por el estado de la casa. Está distraída y preocupada, en la tradición
ancestral de las mujeres que ven su hogar como una extensión de sí mismas. Así
que Marta no deja de limpiar y de estar ocupada, incluso después de que su
huésped ha llegado. Se queja, tal vez en tono ligero, tal vez en serio: “Señor,
¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el trabajo? Dile,
pues, que me ayude.” El Señor le responde: “Marta, Marta, estás inquieta y
preocupada por muchas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la mejor
parte, y no le será quitada.” Es parte del deber de una mujer preocuparse. Es
una forma de expresar preocupación y empatía. Se preocupa por los niños, la
casa, la comida, el horario familiar, etc., porque si ella no se preocupa por
estas cosas, nadie más lo hará. Jesús, sin embargo, le recuerda a Marta que la
preocupación y la distracción tienen límites.
En otra ocasión, algo mucho más serio que una casa
desordenada llevó a Marta a hablar. Lázaro había muerto. Jesús se conmueve al
recibir la noticia y llega desde lejos para consolar a la familia. Marta sale a
su encuentro: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.” La
conversación que sigue es breve, poderosa y saturada de fe. “Sí, Señor,” dice
Marta, anticipando las promesas del Bautismo, “yo creo que tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
Después de que Jesús resucitó a su hermano, Marta
cambió fundamentalmente. Lázaro había estado frío al tacto, muerto y envuelto
como una momia durante cuatro días. Y luego Marta sostuvo nuevamente su mano
caliente en la suya. Lo oyó reír a carcajadas. Y sin duda le preguntó, como
seguramente todos lo hicieron, cómo había sido estar muerto. Lázaro finalmente
murió de nuevo… y no fue resucitado una segunda vez. Marta siguió al único
entre los hombres que resucitó por sí mismo de entre los muertos… y que nunca
volvió a morir. Marta, al final, eligió tan bien como su hermana.
Santa Marta, tu profesión de fe en el Hijo
de Dios, dirigida al mismo Hijo de Dios, es una inspiración para todos
los creyentes. Expresaste en pocas palabras los fundamentos de nuestra fe y
combinaste esa creencia con un servicio generoso a las necesidades prácticas de
Cristo. Que nosotros podamos hacer lo mismo.
Referencias:
https://padregusqui.blogspot.com/2020/07/28-de-julio-del-2020-martes-de-la.html
https://www.prionseneglise.ca/textes-du-jour/commentaire/2025-07-29
https://mycatholic.life/saints/saints-of-the-liturgical-year/july-29---saint-martha/
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