lunes, 28 de julio de 2025

29 de julio del 2025: martes de la decimoséptima semana del tiempo ordinario I- Memoria de Santa Marta, María y Lázaro

Santo del día:

Santa Marta

Siglo I. Hermana de San Lázaro y Santa María de Betania, que también se celebran hoy.

 

En el tumulto

(Juan 11:19-27) Jesús llega a Betania, pero es demasiado tarde; Lázaro ha muerto. En esta hora oscura, Marta se ve asaltada por sentimientos encontrados: es a la vez la indignada y la asombrada, la desanimada y la esperanzada, la que duda y la que cree. Y en este tumulto interior, surge una intuición: en la prueba, solo de Cristo puede brillar la luz. «Sí, Señor, creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios».

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin


Primera lectura

Éx 33,7-11; 34,5b-9.28

El Señor hablaba con Moisés cara a cara

Lectura del libro del Éxodo.


EN aquellos días, Moisés levantó la tienda y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó «Tienda del Encuentro». El que deseaba visitar al Señor, salía fuera del campamento y se dirigía a la Tienda del Encuentro.
Cuando Moisés salía en dirección a la tienda, todo el pueblo se levantaba y esperaba a la entrada de sus tiendas, mirando a Moisés hasta que este entraba en la tienda. En cuanto Moisés entraba en la tienda, la columna de nube bajaba y se detenía a la entrada de la tienda, mientras el Señor hablaba con Moisés.
Cuando el pueblo veía la columna de nube a la puerta de la tienda, se levantaba y se postraba cada uno a la entrada de su tienda.
El Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Después Moisés volvía al campamento, mientras Josué, hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba del interior de la tienda.
Moisés se quedó en la presencia del Señor, y pronunció su nombre.
El Señor pasó ante él proclamando:
«Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad, que mantiene la clemencia hasta la milésima generación, que perdona la culpa, el delito y el pecado, pero no los deja impunes y castiga la culpa de los padres en los hijos y nietos, hasta la tercera y cuarta generación».
Moisés al momento se inclinó y se postró en tierra.
Y le dijo:
«Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque es un pueblo de dura cerviz; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya».
Moisés estuvo allí con el Señor cuarenta días con sus cuarenta noches, sin comer pan ni beber agua; y escribió en las tablas las palabras de la alianza, las Diez Palabras.

Palabra de Dios.



O bien:

1 Jn 4, 7-16

Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.

QUERIDOS hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
Queridos hermanos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo.
Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.
Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.

Palabra de Dios.


Salmo

Sal 103(102), 6-7.8-9.10-11.12-13 (R. 8a)

R. El Señor es compasivo y misericordioso.

V. El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel. 
R.

V. El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo. 
R.

V.  No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que le temen. 
R.

V. Como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que le temen. 
R.

 

O bien:

 

Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9. 10-11 (R.: 2a; 9a)

R. Bendigo al Señor en todo momento.

O bien:

R. Gusten y vean qué bueno es el Señor.

V.  Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. 
R.

V.  Proclamen conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. 
R.

V. Contémplenlo, y quedarán radiantes,
su rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. 
R.

V. El ángel del Señor acampa en torno a quienes le temen
y los protege.
Gusten y vean qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. 
R.

V. Todos sus santos, teman al Señor,
porque nada les falta a los que le temen;
los ricos empobrecen y pasan hambre,
los que buscan al Señor no carecen de nada
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. La semilla es la palabra de Dios, y el sembrador es Cristo; todo el que lo encuentra vive para siempre. R.

 

Evangelio

Mt 13,36-43

Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa.
Los discípulos se le acercaron a decirle:
«Explícanos la parábola de la cizaña en el campo».
Él les contestó:
«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el final de los tiempos y los segadores los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, así será al final de los tiempos: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su reino todos los escándalos y a todos los que obran iniquidad, y los arrojarán al horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».

Palabra del Señor.



O bien:

 

Jn 11, 19-27

Creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, muchos judíos habían ido a ver a Marta
y a María para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió
a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo
Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.
Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios,
Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
«Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
«Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
«Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».

Palabra del Señor.



O bien:

 

Lc 10, 38-42

Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo:
«Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor:
«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Palabra del Señor.

 

 

 

1

1. Introducción: Bajo la mirada del Hijo del Hombre

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

En este tiempo de gracia que vivimos como Iglesia —camino de conversión y renovación bajo el signo del Año Jubilar—, la Palabra de Dios de este martes nos conduce a lo esencial: a la Presencia de Dios que se revela, a la confianza de Moisés que dialoga con el Señor “como un amigo habla con su amigo”, y al juicio que realiza el Hijo del Hombre, aquel que puede separar el bien del mal como el sembrador separa el trigo de la cizaña.

Es conmovedor y exigente el mensaje de este día. Es a la vez una promesa de esperanza y una llamada a la vigilancia. Por eso hoy elevamos también una especial oración por nuestros benefactores vivos y difuntos, aquellos que han sostenido con generosidad nuestras obras de fe y caridad. Su siembra ha sido de trigo bueno; rogamos al Señor que los premie con su bendición abundante.


2. “El Señor hablaba con Moisés cara a cara…” (Éx 33,11)

La primera lectura del libro del Éxodo nos presenta una escena entrañable y profundamente mística: Moisés entra en la Tienda del Encuentro. Allí el Señor desciende en forma de nube y habla con él “cara a cara, como habla un hombre con su amigo”.

En un mundo lleno de ruido, de superficialidad y desconexión, la imagen de Moisés en la Tienda es una invitación a re-aprender la oración verdadera, la intimidad con Dios. Moisés no solo ve señales; se queda, escucha, dialoga, permanece. Y en esa intimidad va recibiendo no solo mandamientos, sino el Corazón mismo de Dios: un Dios compasivo, clemente, lento a la ira y rico en misericordia, como proclama el salmo 102.

Este es el Dios al que nos acercamos en la Eucaristía, el Dios al que confiamos a nuestros bienhechores. El Dios que no olvida el bien hecho y que escribe con fuego eterno en su corazón los nombres de quienes han amado, dado, entregado.


3. “Explícanos la parábola de la cizaña…” (Mt 13,36)

El Evangelio de san Mateo retoma la parábola del trigo y la cizaña. Jesús ha hablado en parábolas al pueblo, pero a sus discípulos les da la explicación completa. Lo hace no con poesía, sino con claridad y fuerza profética.

Dice que el campo es el mundo, el trigo son los hijos del Reino, la cizaña los hijos del Maligno, y el enemigo que la siembra es el diablo. El juicio final será como una cosecha: el trigo al granero, la cizaña al fuego.

Es una enseñanza que incomoda, pero que no podemos ignorar. En este Año Jubilar, cuando se nos llama a la conversión y a la esperanza, esta parábola nos hace caer en la cuenta de que nuestra vida tiene consecuencias eternas. Somos sembradores cada día: nuestras palabras, obras, decisiones y silencios son semillas que crecerán.

¿Somos trigo o cizaña? ¿Qué estamos sembrando en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestras redes sociales, en nuestra parroquia? ¿Qué siembran nuestras manos, nuestros gestos cotidianos?


4. “El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles…” (Mt 13,41)

Volvemos aquí al título que Jesús aplica a sí mismo: el Hijo del Hombre. Como bien nos lo recuerda el comentario inspirador que nos acompaña hoy, esta expresión no es solo una manera de decir “ser humano”, sino que evoca al misterioso personaje del libro de Daniel (Dn 7,9-14), “uno semejante a un hijo de hombre”, a quien se le da poder, gloria y reino eterno.

Jesús se revela como ese Hijo del Hombre, que vendrá a juzgar al final de los tiempos. Y lo hará no como un juez distante, sino como Aquel que se hizo uno con nosotros, que lloró en Getsemaní, que conoció el dolor de la cruz. En otras palabras, quien nos juzgará será el mismo que nos salvó, el que nos amó hasta el extremo.

Esto no es motivo de miedo, sino de esperanza. Porque nuestro juez es también nuestro Redentor. Pero es una esperanza que nos interpela: no podemos vivir indiferentes. Somos llamados a ser trigo bueno, hijos del Reino, testigos del Evangelio en medio de un mundo donde la cizaña crece al lado de nosotros.


5. Intención orante por nuestros benefactores

Hoy, como comunidad orante, elevamos nuestras plegarias por todos aquellos que han sembrado generosamente en nuestra misión: benefactores vivos y difuntos. En el silencio, muchos de ellos han sido manos providentes, han ofrecido su tiempo, su oración, su economía, su apoyo humano o espiritual. Gracias a ellos se han sostenido templos, emisoras, escuelas, hogares, comunidades misioneras.

Su siembra no ha sido en vano. Y en este Año Jubilar, invocamos para ellos una especial indulgencia del Cielo. Que sus nombres estén escritos en el libro de la vida, que sus lágrimas sean recogidas como perlas en el cielo, que sus obras los sigan, como dice el Apocalipsis.

A los vivos, les pedimos el gozo de seguir dando, sabiendo que nadie es más feliz que quien se da. A los que ya partieron, les rogamos al Señor que los mire con misericordia y los reciba en su Reino de luz y de paz.


6. Aplicación actual: Ser trigo bueno en un mundo de cizaña

En medio del mundo que vivimos, donde conviven el bien y el mal, el amor y el egoísmo, la verdad y la mentira, se nos pide no arrancar la cizaña, sino perseverar como trigo bueno. Ser buena semilla. A veces será difícil, a veces parecerá que la cizaña domina. Pero no perdamos la esperanza: el Reino crece en lo escondido, en lo pequeño, en lo oculto del corazón que ama a Dios.

Nuestro testimonio cotidiano, nuestra oración, nuestra fidelidad a lo pequeño, tiene valor eterno.


7. Conclusión: La esperanza del justo brillará como el sol

Concluye el Evangelio de hoy con esta promesa gloriosa: “Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre” (Mt 13,43). ¡Qué imagen tan luminosa! ¡Qué destino tan alto!

Que esa sea nuestra meta, nuestro deseo, nuestra plegaria. Y que en este Año Jubilar —caminando como peregrinos de la esperanza— aprendamos a mirar con los ojos del Hijo del Hombre, a juzgar con misericordia, a vivir como semillas del Reino.


Oración final por los benefactores:

Señor Jesús,
tú que conoces el corazón de cada uno,
te damos gracias por nuestros benefactores,
por los que han sostenido con fe nuestras obras,
por los que han sembrado con generosidad su tiempo, sus bienes y su amor.

Dales tu bendición,
a los vivos, prosperidad y gracia;
a los difuntos, descanso eterno y gozo sin fin.
Que su semilla dé fruto abundante
y ellos sean acogidos como trigo bueno en tu Reino.

Amén.

 

2

Con bases en las lecturas propias de la memoria

 

1. Introducción: El tumulto del corazón humano

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy la liturgia nos sitúa en uno de los pasajes más conmovedores del Evangelio: Jesús llega a Betania, y se encuentra con la muerte, con el dolor de las hermanas de Lázaro, con la fragilidad humana en toda su crudeza. Marta, en medio del tumulto interior de su alma —entre la indignación y la esperanza, el reproche y la fe—, logra pronunciar una de las confesiones más profundas de todo el Evangelio: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”

Este grito de fe nace del corazón herido, no del momento de claridad ni de victoria. Por eso, esta Palabra nos llega hoy como bálsamo y luz, especialmente en este Año Jubilar, donde peregrinamos como hijos e hijas de la esperanza. Y hoy lo hacemos orando de manera especial por nuestros benefactores, vivos y difuntos, que han sido para nosotros signos concretos del amor de Dios, testigos de esa esperanza que no defrauda.


2. “Queridos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios” (1Jn 4,7)

La primera lectura de la carta de san Juan nos recuerda que “Dios es amor”, no como una idea abstracta, sino como una realidad encarnada. Quien ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido verdaderamente al Padre.

Esta afirmación nos sitúa ante una verdad fundamental: no hay fe auténtica sin amor. No hay confesión verdadera de Cristo sin misericordia. Y es ese amor el que se hace carne en Jesús, el que nos amó primero, el que dio su vida por nosotros.

Nuestros benefactores, a quienes hoy recordamos con gratitud, son rostros de este amor en la historia. Con su generosidad, han prolongado en nuestras comunidades el misterio del amor de Dios: han hecho posible que muchos experimenten consuelo, palabra, alimento, educación, presencia.


3. “Jesús llegó y encontró que Lázaro ya llevaba cuatro días en el sepulcro” (Jn 11,17)

El evangelio de san Juan nos narra la visita de Jesús a Betania. Lázaro ha muerto. Marta y María están de luto. Muchos judíos han llegado para consolarlas. Pero en medio de esa escena de dolor, Marta sale al encuentro del Maestro con una mezcla de reproche, fe, tristeza y esperanza.

“Jesús llega a Betania, pero es demasiado tarde, Lázaro ha muerto. En esta hora sombría, Marta se ve asaltada por sentimientos contrarios: es, a la vez, la que se indigna y se maravilla, la que se desanima y la que espera, la que duda y la que cree. Y en medio de este tumulto interior brota una intuición: en la prueba, es sólo del lado de Cristo de donde puede brotar la luz. ‘Sí, Señor, yo creo: tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.’”

¿Qué nos dice esto hoy? Que no es necesario tener la fe “perfecta” para encontrarse con el Señor. Es en el caos de nuestro corazón, en nuestras lágrimas, en nuestras contradicciones, donde puede nacer la luz. Marta no tiene todo resuelto, pero en su herida pronuncia la verdad más honda.


4. “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25)

Jesús no solo consuela, se revela. No solo dice “todo estará bien”, sino que pronuncia su identidad: “Yo soy la resurrección y la vida”. No se trata solo de una promesa futura, sino de una realidad presente. Quien cree en Él ya ha comenzado a vivir de otra manera.

La resurrección no es solo un evento futuro, es una persona viva. Jesús no promete evitar el sufrimiento, pero sí transforma el sepulcro en cuna, la muerte en puerta, el dolor en camino.

Esta es la buena noticia para todos nosotros, especialmente para quienes han entregado su vida como benefactores del Reino: en cada acto de amor, han sembrado eternidad. Han apostado por la vida cuando todo parecía sepulcro. Y Jesús, que no olvida, los mira hoy con la misma ternura con la que miró a Marta y a María.


5. Aplicación actual: En el tumulto de nuestro tiempo

Vivimos tiempos complejos, también como Iglesia y como humanidad. Hay confusión, dolor, cansancio, dudas. Como Marta, sentimos a veces que el Señor “llega tarde”. Pero este evangelio nos enseña que Jesús nunca llega tarde: llega cuando más lo necesitamos. Y en ese momento, no da explicaciones, da su presencia.

¿Qué hacer entonces en medio de nuestro propio tumulto interior?

  • Salir al encuentro del Señor, como Marta.
  • Decirle lo que sentimos, sin máscaras.
  • Escuchar su palabra: “Yo soy la resurrección”.
  • Hacer una confesión de fe desde lo hondo: “Sí, Señor, yo creo…”

6. Intención orante por los benefactores

Hoy elevamos nuestra oración por quienes han sido ángeles silenciosos en nuestras vidas y comunidades: benefactores vivos, que siguen sembrando sin cansarse; y benefactores difuntos, cuya siembra ya ha dado fruto eterno.

Pedimos al Señor que sus nombres estén escritos en el corazón de Cristo, que su generosidad se multiplique en bendición, y que ellos puedan escuchar un día esa frase definitiva: “Ven, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor.”


7. Conclusión: En Cristo, la vida vence

Queridos hermanos:

En este Año Jubilar, la Iglesia nos invita a mirar a Cristo como peregrinos de la esperanza. Hoy, Marta nos enseña cómo se camina en medio del dolor: no huyendo del tumulto, sino llevándolo a los pies del Señor.

Y es allí donde surge la luz.
Allí donde se hace audible la voz que dice:
“Yo soy la resurrección y la vida”.

Que esa fe nos sostenga.
Que esa confesión nos transforme.
Y que la esperanza que nace del sepulcro de Betania nos convierta a todos en sembradores de vida, de ternura, de confianza.


Oración final por los benefactores:

Señor Jesús,
Tú que lloraste por Lázaro,
que consolaste a Marta y María,
mira con amor a nuestros benefactores,
a los que viven y a los que ya partieron.

A los vivos, dales salud, alegría y fe perseverante.
A los difuntos, recíbelos en la luz de tu Reino.
Que su amor sembrado en el mundo,
florezca en vida eterna en tu presencia.

Y que como Marta, podamos confesar con firmeza y esperanza:
“Sí, Señor, yo creo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios.”

Amén.

 

 


 Santa Marta

Siglo I
Patrona de las amas de casa, las mujeres del hogar y las cocineras
Amar a su familia fue una buena preparación para amar a Dios

 


Dios ama a las familias. Jesucristo se inclinaba hacia las familias y participó del amor familiar de Marta —la santa de hoy—, de su hermana María y de su hermano Lázaro. Curiosamente, ni Lázaro ni María de Betania son venerados como santos, mientras que su hermana Marta sí lo es. Durante muchos siglos, la liturgia de la Iglesia enseñó que la “María” de Betania y la “María” de Magdala eran una misma persona, con una fiesta conjunta de esta “María compuesta” el 22 de julio. Las reformas litúrgicas posteriores al Concilio Vaticano II identificaron la memoria del 22 de julio como la de María Magdalena, dejando sin resolver si ella es o no la misma persona que María de Betania. Curiosamente, la memoria de hoy se celebra en la octava de la memoria de María Magdalena, un vestigio del pensamiento previo, no oficial, de la Iglesia, según el cual María Magdalena era la hermana de Marta.

La vida familiar cotidiana y normal tiene un atractivo intrínseco. Las charlas alrededor de la mesa del comedor, las discusiones sobre quién olvidó alimentar al perro, las chicas que se quedan demasiado tiempo frente al espejo, y los chicos que siempre dejan la habitación desordenada. El tira y afloja de la vida familiar puede ser un drama doméstico agitado, pero es un drama real. No es un videojuego. No es realidad virtual. Como polillas hacia la luz, las personas se sienten atraídas por familias saludables, especialmente aquellos que provienen de familias rotas. Y por eso se acercan —el hijo único de la casa de al lado, la anciana cuyos hijos ahora viven a horas de distancia, o la pareja sin hijos que se pregunta qué podría haber sido. Jesús también se acercaba. El Jesús célibe, tal vez anhelando el calor de su hogar infantil, pudo haberse preguntado cómo habría sido tener un hermano y algunas hermanas. Parece pasar mucho tiempo con Marta, María y Lázaro. Parece querer sentarse hombro con hombro con ellos junto al fuego, escuchar sus voces en el bullicio del comedor, y reír a carcajadas cuando dicen algo gracioso. Jesús quiere ser parte de la familia.

Y así, Jesús se presenta en la casa familiar de Betania. María está atenta. Conoce muy bien a un hombre, su hermano Lázaro. Sin embargo, Jesús no es como su hermano. Para nada. Hay algo misterioso en Él, algo de lo que la gente susurra pero que nadie puede explicar. María se siente tan honrada de que Él esté allí, que simplemente se sienta en el suelo cerca y escucha con atención. Marta también se siente honrada, y tal vez avergonzada por el estado de la casa. Está distraída y preocupada, en la tradición ancestral de las mujeres que ven su hogar como una extensión de sí mismas. Así que Marta no deja de limpiar y de estar ocupada, incluso después de que su huésped ha llegado. Se queja, tal vez en tono ligero, tal vez en serio: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con todo el trabajo? Dile, pues, que me ayude.” El Señor le responde: “Marta, Marta, estás inquieta y preocupada por muchas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no le será quitada.” Es parte del deber de una mujer preocuparse. Es una forma de expresar preocupación y empatía. Se preocupa por los niños, la casa, la comida, el horario familiar, etc., porque si ella no se preocupa por estas cosas, nadie más lo hará. Jesús, sin embargo, le recuerda a Marta que la preocupación y la distracción tienen límites.

En otra ocasión, algo mucho más serio que una casa desordenada llevó a Marta a hablar. Lázaro había muerto. Jesús se conmueve al recibir la noticia y llega desde lejos para consolar a la familia. Marta sale a su encuentro: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.” La conversación que sigue es breve, poderosa y saturada de fe. “Sí, Señor,” dice Marta, anticipando las promesas del Bautismo, “yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”

Después de que Jesús resucitó a su hermano, Marta cambió fundamentalmente. Lázaro había estado frío al tacto, muerto y envuelto como una momia durante cuatro días. Y luego Marta sostuvo nuevamente su mano caliente en la suya. Lo oyó reír a carcajadas. Y sin duda le preguntó, como seguramente todos lo hicieron, cómo había sido estar muerto. Lázaro finalmente murió de nuevo… y no fue resucitado una segunda vez. Marta siguió al único entre los hombres que resucitó por sí mismo de entre los muertos… y que nunca volvió a morir. Marta, al final, eligió tan bien como su hermana.

Santa Marta, tu profesión de fe en el Hijo de Dios, dirigida al mismo Hijo de Dios, es una inspiración para todos los creyentes. Expresaste en pocas palabras los fundamentos de nuestra fe y combinaste esa creencia con un servicio generoso a las necesidades prácticas de Cristo. Que nosotros podamos hacer lo mismo.

 

 

Referencias:

 

https://padregusqui.blogspot.com/2020/07/28-de-julio-del-2020-martes-de-la.html


https://www.prionseneglise.ca/textes-du-jour/commentaire/2025-07-29

 

https://mycatholic.life/saints/saints-of-the-liturgical-year/july-29---saint-martha/

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