En la edición de agosto de 2004, la revista TV Guide nombró a Rod Serling como la figura número uno entre las “25 leyendas más grandes de la ciencia ficción”.
Sin duda, esta serie se convirtió con los años en
un clásico. Se le puede considerar una “serie de culto”, al estilo de Alfred
Hitchcock Presents, por su aproximación al misterio, el terror psicológico
y lo sobrenatural. Recuerdo esa música inquietante, la hipnótica introducción
visual y la voz inconfundible de Rod Serling, quien no solo narraba sino que a
veces aparecía en escena para presentar los episodios. Su estreno original en
EE.UU. fue el 2 de octubre de 1959.
El 28 de junio de 1975 —hoy hace 50 años— moría a
los 50 años Rod Serling, guionista de radio, televisión y cine, y creador de The
Twilight Zone. El próximo 25 de diciembre es su centenario de nacimiento.
Tal vez su nombre hoy no diga mucho a las nuevas
generaciones, pero su pensamiento, creatividad y originalidad marcaron una
época. Serling influyó profundamente no solo en la forma de hacer televisión y
cine en los años 50 y 60, sino también en la conciencia moral y política de los
Estados Unidos.
Quienes siguen mis blogs y escritos saben que soy
sacerdote católico, creyente convencido, y que me interesan profundamente los
temas relacionados con la salvación, a la luz de la Biblia y el magisterio de
la Iglesia.
Hace tiempo vengo reflexionando sobre cómo, en
definitiva, Dios y la fe católica han estado —y siguen estando— prácticamente
ausentes de la programación televisiva. Me atrevo a afirmar que la televisión
ha contribuido en gran medida a formar agnósticos, ateos e indiferentes en las
últimas cinco décadas.
Ya adulto, cercano a los cincuenta, cuando reviso
con nostalgia esos años en que fui televidente asiduo —desde finales de los
setenta hasta buena parte de los ochenta—, constato una escasa presencia de
Dios en la mayoría de las producciones extranjeras emitidas en Colombia. Si
bien había menciones cristianas en series como The Waltons, La
familia Ingalls o Highway to Heaven, casi siempre desde un enfoque
protestante, la presencia de la fe católica era tibia, si no ausente.
En muchas series estadounidenses, Dios simplemente
no existe. Y el pionero de este modo narrativo, de escribir guiones donde Dios
no tiene voz ni lugar, fue precisamente Rod Serling.
En La dimensión desconocida, la ciencia
ficción es el terreno donde el ser humano enfrenta su destino sin referencias
divinas. El individuo se ve impulsado por sus sueños, deseos y miedos. Vive
expuesto a lo imprevisto, lo incomprensible, lo azaroso. Si sufre, si goza, si
obtiene una recompensa o castigo, todo parece fruto del azar o de una
maquinaria invisible. Dios permanece tácito, si acaso presente de forma velada.
No obstante, hay una espiritualidad latente.
Serling no niega la trascendencia. Aborda temas como la justicia, la dignidad
humana, la esperanza y la caridad. Como bien señala Marc Scott Zicree en The
Twilight Zone Companion:
“Prácticamente todos los mejores episodios permitían
ver un sentido de justicia cósmica. Los personajes recibían su justa
retribución, a menudo con ironía. Si el protagonista era malvado, obtenía su
merecido; si era una persona decente pero imperfecta, se le daba una segunda
oportunidad, una ocasión mágica para redimirse. Un código moral se aplicaba a
la vida”.
Sin embargo, incluso en ese esquema moral, queda
clara la soledad existencial del ser humano. No hay referencias claras al cielo
o al infierno, ni una propuesta explícita de salvación.
Algunos podrían objetar: “Padre, era solo una serie
para entretener, no para evangelizar”. Pero allí está el problema. Bajo el
disfraz del entretenimiento se impone un pensamiento: el del olvido de Dios y
de nuestro destino eterno. A fuerza de fantasías vacías y tramas
existencialistas, la fe se va apagando.
¿Quién fue Rod Serling?
Judío de nacimiento, Serling tuvo en su juventud
una activa vida en su comunidad religiosa. Isidore Friedlander, director del
Centro Comunitario Judío, influyó en él profundamente. Curiosamente, Serling
nació un 25 de diciembre de 1924, el mismo día en que los cristianos celebramos
el nacimiento del más grande judío de la historia: Jesús de Nazaret.
Esta dimensión simbólica —la religiosidad
escondida, a la manera de Yahvé tras el velo del templo— se refleja en su obra.
Dios está, pero no se ve. Sus efectos, sin embargo, son evidentes.
Serling fue un joven extrovertido, amante de la
lectura de revistas de ciencia ficción como Amazing Stories y Weird
Tales. Tras servir en la Segunda Guerra Mundial como paracaidista, sufrió
heridas físicas y emocionales que marcaron su carácter. Fue la guerra, y su
dureza, la que lo llevó a escribir como forma de catarsis y expresión interior.
Estudió en Antioch College, donde se volcó a la
literatura, la radio y más tarde la televisión. En 1948 contrajo matrimonio con
Carolyn Kramer, con quien compartió una vida de esfuerzos, escasez y logros.
Sus primeros escritos fueron rechazados una y otra vez, pero la perseverancia
dio fruto: Patterns, Requiem for a Heavyweight y luego, The
Twilight Zone, que le concedieron éxito, reconocimiento y seis premios
Emmy.
Su legado: arte, ética y crítica
social
Serling escribió guiones que iban más allá del
entretenimiento. Denunció el racismo, la injusticia, la desigualdad. Fue crítico
del poder y de los prejuicios sociales. Su esposa afirmó que la censura de los
patrocinadores fue la que lo llevó a crear una serie como La dimensión
desconocida, donde podía abordar temas profundos a través de mundos
ficticios:
“Las cosas que no pueden ser dichas por un
republicano o un demócrata, pueden ser dichas por un marciano”, decía.
Serling escribió la mayoría de los episodios, y lo
hacía con una facilidad sorprendente. Enseñó escritura en Ithaca College y dio
conferencias por todo el país, animando a las nuevas generaciones de
guionistas. Su influencia no se limitó a la televisión; dejó una huella ética
en el corazón de la industria creativa.
¿Qué pueden aprender los
cristianos de Rod Serling?
Aunque no fue cristiano, Serling compartió muchos
valores con la fe cristiana. Después de ver los horrores de la guerra, buscó
respuestas al mal y a la injusticia a través del arte. No predicó sermones,
pero escribió parábolas que, como las de Jesús, tocaban el alma.
Los escritores cristianos de hoy —ya sean
novelistas, guionistas o cineastas— tienen mucho que aprender de él. The
Twilight Zone es una obra maestra que enseña sin moralismos, que conmueve
sin adoctrinar, que denuncia sin gritar.
Serling entendió que la mejor manera de cambiar el
mundo es contar buenas historias. Nosotros, los creyentes, deberíamos hacer lo
mismo.
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