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12 de junio del 2025: Jueves de la décima semana del tiempo ordinario / Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote- Fiesta

Comentario para el jueves de la 10a semana del TO - año I


Armonía

(Mateo 5, 20-26) El concierto está a punto de comenzar, los músicos afinan sus instrumentos: el oboe da el "la", luego los demás músicos van tomando la nota, pasándola de atril en atril.

¿Nos tomamos nosotros el tiempo de esta afinación en nuestras celebraciones y reuniones eclesiales?
«Ponte de acuerdo pronto con tu adversario», nos pide hoy Jesús.
No se trata de pensar todos lo mismo, sino de encontrar la justa nota de partida para caminar juntos en la armonía y la sinfonía.

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin


 (2 Corintios 3, 15 - 4, 1.3-6) La libertad no es cuestión de afirmarse uno mismo o reclamar la verdad. Pablo recuerda que la libertad de los cristianos es la que proviene del Espíritu; nos convierte en seres responsables que se preocupan por los más pequeños, quienes son la presencia de Cristo entre nosotros.


Comentario para la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote


"Aquí estoy, envíame: llamados a participar del sacerdocio de Cristo"

Hoy celebramos la fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, quien ofreció su propia vida por nuestra redención y sigue intercediendo por nosotros ante el Padre. Como Isaías, somos llamados a responder "Aquí estoy, envíame", participando en la misión salvadora de Cristo. En el Evangelio, contemplamos su oración sacerdotal: pide por sus discípulos, para que sean uno y den testimonio en el mundo. Unidos a su sacrificio, invoquemos al Buen Pastor que guía y fortalece a su Iglesia.







Lecturas para el jueves de la 10a semana del TO- año I



Primera lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios
(3,15–4,1.3-6):


Hasta hoy, cada vez que los israelitas leen los libros de Moisés, un velo cubre sus mentes; pero, cuando se vuelvan hacia el Señor, se quitará el velo. El Señor del que se habla es el Espíritu; y donde hay Espíritu del Señor hay libertad. Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu. Por eso, encargados de este ministerio por misericordia de Dios, no nos acobardamos. Si nuestro Evangelio sigue velado, es para los que van a la perdición, o sea, para los incrédulos: el dios de este mundo ha obcecado su mente para que no distingan el fulgor del glorioso Evangelio de Cristo, imagen de Dios. Nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, predicamos que Cristo es Señor, y nosotros siervos vuestros por Jesús. El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de la tiniebla» ha brillado en nuestros corazones, para que nosotros iluminemos, dando a conocer la gloria de Dios, reflejada en Cristo.

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 84,9ab-10.11-12.13-14



R/.
 La gloria del Señor habitará en nuestra tierra

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.»
La salvación está ya cerca de sus fieles,
y la gloria habitará en nuestra tierra. R/.

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo. R/.

El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
la salvación seguirá sus pasos. R/.

 

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,20-26):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.»

Palabra del Señor

 

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Lecturas para la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote 


Primera lectura

Is 6, 1-4. 8

Santo, santo, santo es el Señor del universo

Lectura del libro de Isaías.

EN el año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos el cuerpo, con dos volaban, y se gritaban uno a otro diciendo:
«¡Santo, santo, santo es el Señor del universo, llena está la tierra de su gloria!».
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
«¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?».
Contesté:
«Aquí estoy, mándame».


Palabra de Dios.

o bien:

Heb 2, 10-18

El santificador y los santificados proceden todos del mismo

Lectura de la carta a los Hebreos.


HERMANOS:
Convenía que Dios, para quien y por quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación.
El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, pues dice:
«Anunciaré tu nombre a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré».
Y también:
«En él pondré yo mi confianza».
Y de nuevo:
«Aquí estoy yo con los hijos que Dios me dio».
Por tanto, lo mismo que los hijos participan de la carne y de la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos.
Noten que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados.


Palabra de Dios.


Salmo

Sal 22, 2-3. 5. 6 (R.: 1b)

R. El Señor es mi pastor, nada me falta.

V. En verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. 
R.

V. Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. 
R.

V. Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. 
R.


Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Derramaré sobre ustedes un agua pura que los purificará; y les daré un corazón nuevo, y les infundiré un espíritu nuevo. R.


Evangelio

Jn 17, 1-2. 9. 14-26

Por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad

Lectura del santo Evangelio según san Juan.


EN aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos.
Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.
Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».

Palabra del Señor.

 


Homilía para el jueves de la 10a semana del TO


"La armonía del corazón al servicio de la misión"

Queridos hermanos:

La Palabra de Dios que hoy hemos escuchado ilumina de manera preciosa la tarea evangelizadora de la Iglesia y el llamado constante a las vocaciones. Podríamos decir que estas lecturas son un auténtico itinerario para todo discípulo que desea anunciar el Evangelio con el corazón afinado en la caridad y en la luz de Cristo.


I. "El velo se retira en Cristo" — La misión nace del encuentro personal con Jesús (2 Cor 3,15 – 4,1.3-6)

San Pablo describe una realidad espiritual muy profunda: "hasta hoy, cuando se lee a Moisés, un velo cubre sus corazones; pero cuando uno se convierte al Señor, el velo es quitado". La primera condición para la misión es la conversión interior.

No podemos anunciar lo que no hemos encontrado. El primer evangelizador es el que ha experimentado la luz de Cristo brillando en su interior, como dice el apóstol: “El Dios que dijo: 'Brille la luz en las tinieblas', ha brillado en nuestros corazones para que irradiemos el conocimiento de la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo.”

El evangelizador es, ante todo, un contemplativo de la gloria de Cristo. La obra misionera de la Iglesia requiere hombres y mujeres que, quitado el velo de la superficialidad, se dejen transformar por la luz de Dios y salgan a llevar esa luz al mundo. De allí nacen todas las vocaciones: del asombro ante el rostro de Cristo que llama, ilumina y envía.

Hoy pedimos al Señor que muchos jóvenes descubran esta luz, que toque sus corazones y los disponga a la entrega generosa en la misión: en el sacerdocio, la vida consagrada, el matrimonio o el laicado comprometido.


II. "La misericordia y la verdad se encontraron" — La misión es siembra de paz y justicia (Sal 84)

El salmista canta lo que el corazón de todo misionero experimenta: "La misericordia y la verdad se encontraron, la justicia y la paz se besaron". La evangelización es justamente esto: sembrar reconciliación en un mundo dividido, llevar verdad en medio de la confusión, ofrecer la misericordia de Dios a los pecadores.

La paz verdadera —nos recuerda el Salmo— brota de un corazón justo y misericordioso. Por eso el misionero, el sacerdote, el catequista, el consagrado, no son simples portadores de ideas o teorías, sino sembradores de la paz que viene de Cristo.

El anuncio del Evangelio no es un combate ideológico, sino el testimonio de la gracia que "baja del cielo" y fecunda la tierra. Que nuestras comunidades sean tierra fecunda, donde los frutos de la justicia, la paz y la verdad crezcan al servicio de la misión.


III. "Ponte de acuerdo con tu hermano" — La evangelización exige armonía interior y reconciliación (Mt 5,20-26)

En el Evangelio, el Señor nos enseña una clave fundamental para el discipulado misionero: no es suficiente observar lo exterior de la ley; es necesario vivir la justicia del corazón.

"Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos."
Y explica: reconcíliate pronto con tu hermano, no guardes resentimientos, no alimentes la ira, no dejes que el odio te encadene.

Hermanos: la misión de la Iglesia exige comunidades reconciliadas, pastores con corazones libres de resentimiento, religiosos y religiosas en paz interior, laicos capaces de construir puentes. ¿Cómo anunciar el perdón de Dios si nosotros mismos no lo vivimos?

Por eso hoy, al orar por las vocaciones, pedimos también por los llamados a ser ministros de reconciliación: sacerdotes que absuelvan con misericordia; consagrados que sanen heridas con el testimonio de la fraternidad; laicos que trabajen por la paz social y familiar.

La armonía de la misión comienza por la armonía del corazón.


IV. Oración final por la misión y las vocaciones

Señor Jesús,
Tú que has hecho brillar tu luz en nuestros corazones,
envía obreros a tu mies: sacerdotes santos, consagrados fieles,
misioneros ardientes, familias generosas, jóvenes dispuestos.
Haz que tu Iglesia sea un pueblo reconciliado,
capaz de sembrar justicia, misericordia y paz.
Haznos artesanos de la armonía, testigos luminosos de tu Evangelio.
Amén.


Conclusión:

Hermanos, que cada uno de nosotros revise hoy su propia "afinación interior", como el músico antes del concierto. Afinemos el corazón a la nota de Cristo, para que la sinfonía de la evangelización suene con fuerza en nuestras parroquias, diócesis y comunidades.

El mundo necesita escuchar la música del Evangelio. ¡Seamos los instrumentos que Dios quiere usar!

Amén.


Homilía para la Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote


"Cristo, Sumo Sacerdote que ora, ofrece y envía”


Queridos hermanos:

Hoy la Iglesia celebra con particular gozo la Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. En esta solemnidad contemplamos el corazón mismo del misterio de Cristo: su ser sacerdote, mediador único entre Dios y los hombres, que ofrece el sacrificio perfecto y eterno, intercede por nosotros ante el Padre y nos asocia a su obra redentora.

La liturgia de la Palabra de este día nos permite adentrarnos en tres dimensiones esenciales de su sacerdocio: su santidad, su compasión redentora y su oración intercesora. A la luz de estas, oremos también por la obra evangelizadora de la Iglesia y por las vocaciones, para que muchos sigan a Cristo en el camino del sacerdocio ministerial, la vida consagrada y el servicio apostólico.


I. El llamado de Isaías: el sacerdote es enviado en la presencia de Dios (Is 6,1-4.8)

El profeta Isaías nos relata su visión del trono de Dios: serafines, incienso, el templo lleno de gloria. Ante la majestad divina, Isaías experimenta su indignidad: “¡Ay de mí! Estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros.” Pero un serafín purifica sus labios con un carbón encendido, signo de la purificación que Dios obra en quienes llama.

Esta escena refleja el primer paso de todo verdadero sacerdocio: la conciencia de la propia pequeñez ante la grandeza de Dios, y al mismo tiempo, la experiencia de su misericordia que purifica y envía. Solo quien ha sido tocado por el fuego de Dios puede decir, como Isaías: “Aquí estoy, envíame.”

Así es también la vocación de los sacerdotes y de cuantos son llamados a servir en la misión evangelizadora. Ninguno es digno por sí mismo; todos somos elegidos por gracia. Hoy pedimos que muchos jóvenes escuchen también la voz del Señor que pregunta: “¿A quién enviaré?” Y que con generosidad respondan: “Aquí estoy, envíame.”


II. Cristo comparte nuestra humanidad para ser verdadero mediador (Heb 2,10-18)

La carta a los Hebreos profundiza en el sacerdocio de Cristo desde la perspectiva de su encarnación: “Convenía que aquel por quien y para quien existe todo, llevase a muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al guía de su salvación.”

Jesús no es un sacerdote distante, sino uno que se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. Sabe lo que es sufrir, experimentar el miedo, el abandono, la tentación. Precisamente por eso es el Sumo Sacerdote compasivo y cercano, capaz de interceder eficazmente por los suyos.

Toda la obra evangelizadora de la Iglesia brota de este corazón compasivo de Cristo. No anunciamos un Dios lejano, sino un Salvador que ha caminado nuestras mismas sendas humanas. La misión de la Iglesia consiste en prolongar esta cercanía, llevando la misericordia de Cristo a los pobres, a los que sufren, a los alejados.

Hoy oramos para que surjan vocaciones sacerdotales y misioneras que prolonguen esta compasión, que se encarnen en la realidad de las comunidades, y lleven el consuelo de Dios a tantos corazones heridos.


III. La oración sacerdotal de Cristo: fundamento de la unidad y de la misión (Jn 17,1-2.9.14-26)

En el Evangelio escuchamos la sublime oración de Jesús antes de su Pasión: la gran oración sacerdotal. Él ora por sus discípulos, los consagra, los envía al mundo, pide por su unidad, para que el mundo crea.

Cristo no solo ofrece su sacrificio en la cruz, sino que permanece eternamente intercediendo por nosotros. La Iglesia vive sostenida por esta oración permanente de su Sumo Sacerdote.

En esta plegaria, Jesús manifiesta dos grandes anhelos para su Iglesia:

·        Unidad en el amor: “Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, para que el mundo crea.”

·        Fidelidad a la misión: “Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo al mundo.”

Por tanto, la obra evangelizadora de la Iglesia está inseparablemente unida a la oración y la unidad. Solo comunidades unidas en el amor de Cristo pueden ser creíbles en el anuncio del Evangelio.

Hoy oramos para que los ministros del Evangelio sean hombres de oración, constructores de comunión, y apóstoles valientes. Que el testimonio de unidad en nuestras parroquias y comunidades sea un faro que atraiga nuevas vocaciones.


IV. El Buen Pastor que guía nuestra vocación (Sal 22)

El salmo de hoy es un canto de confianza: “El Señor es mi pastor, nada me falta.” El sacerdote es imagen visible de este Pastor que guía, alimenta y acompaña. Pero, en sentido amplio, toda vocación dentro de la Iglesia participa de este pastoreo espiritual.

Por eso hoy imploramos al Dueño de la mies que suscite pastores según su corazón, capaces de guiar al pueblo de Dios por senderos de paz, de justicia y de santidad.


V. Oración conclusiva

Señor Jesucristo,
Sumo y Eterno Sacerdote,
que has entregado tu vida por nosotros
y sigues intercediendo por tu Iglesia:

Mira a tu Pueblo que necesita obreros para la mies.
Despierta en muchos jóvenes el deseo de seguirte,
de servir en el altar, en la misión, en la vida consagrada,
y de ser instrumentos de tu misericordia.

Haz de tu Iglesia una familia unida,
orante y misionera,
que, sostenida por tu oración sacerdotal,
lleve tu Evangelio hasta los confines de la tierra.
Amén.


Conclusión final

Queridos hermanos, en esta fiesta contemplemos a Cristo, Sumo Sacerdote, para que, enamorados de su sacerdocio, cada uno desde su vocación específica, trabajemos con fidelidad por la evangelización del mundo, orando siempre por los nuevos obreros que el Señor sigue llamando a su mies.

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