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9 de junio del 2025: Bienaventurada Virgen María Madre de la Iglesia


Cuando todo parece perdido

Juan 19, 25-34

María, impotente, presencia la muerte de su Hijo. Es un drama sin medida, una hora de tinieblas. Pero también es un momento de esperanza: cuando todo parece perdido, Jesús le confía a Juan como hijo, y con él, a toda la Iglesia.

Al pie de la Cruz, María se convierte en la Madre amorosísima de cada uno de nosotros. Su corazón herido no se cierra sobre sí mismo, sino que se abre a un amor todavía más grande.

María, Madre de la Iglesia, es también Madre de la esperanza para todos los corazones heridos y rotos. 

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin




Primera lectura

Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20

 

El Señor Dios llamó a Adán y le dijo: «¿Dónde estás?».
Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó: «¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?».
La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza, cuando tú la hieras en el talón».
Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

Palabra de Dios



Salmo

Sal 86, 1-2.3 y 5. 6-7

 

R/. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

Él la ha cimentado sobre el monte santo;
y el Señor prefiere las puertas de Sión
a todas las moradas de Jacob.
¡Qué pregón tan glorioso para ti,
ciudad de Dios! R/.

Se dirá de Sión: «Uno por uno,
todos han nacido en ella;
el Altísimo en persona la ha fundado». R/.

El Señor escribirá en el registro de los pueblos:
«Éste ha nacido allí». R/.

Y cantarán mientras danzan:
«Todas mis fuentes están en ti». R/.

 


Lectura del santo Evangelio según san Juan 19, 25-34

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca.
Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

Palabra del Señor

 

 1

“Cuando todo parece perdido”

Queridos hermanos y hermanas:

En esta fiesta hermosa que el Papa Francisco instituyó oficialmente para toda la Iglesia en 2018, celebramos a María no sólo como Madre de Jesús, sino como Madre de la Iglesia. Esta verdad, que el Concilio Vaticano II ya había proclamado con fuerza en Lumen Gentium, se nos revela hoy en toda su hondura a los pies de la cruz.

El Evangelio de san Juan nos lleva al Calvario. Es mediodía, pero el mundo se cubre de tinieblas. El Hijo de Dios está colgado de un madero, desfigurado por el dolor, traicionado, abandonado, incomprendido. Y allí, María permanece de pie. No huye, no se desmorona, no maldice. María sufre, pero ama. Ella, que lo dio todo en la Anunciación, lo entrega ahora completamente en la Pasión.

Pero ese momento de desgarradora pérdida se convierte en un momento de gracia inigualable. Jesús, en su agonía, no deja de pensar en nosotros. Nos regala a su Madre. Le dice al discípulo amado: “Ahí tienes a tu madre”. Y al mismo tiempo, le dice a María: “Ahí tienes a tu hijo” (cf. Jn 19, 26-27).

Desde entonces, María es Madre de todos los discípulos. Es Madre de la Iglesia. En ella encontramos una ternura sin límites, un refugio seguro, una intercesora incansable. Cuando la Iglesia es perseguida, cuando los cristianos son tentados, cuando las comunidades atraviesan crisis… María está ahí, como entonces, de pie, al pie de nuestras cruces.

María en el corazón de la Iglesia

La primera lectura de hoy (Gén 3, 9-15.20) nos habla de la madre de todos los vivientes, Eva. Pero María es la nueva Eva, la que abre el camino a la vida por su obediencia, su fe y su maternidad espiritual. Eva, en la caída, fue la figura de la humanidad herida. María, en la cruz, es figura de la humanidad redimida. Si Eva nos cerró el paraíso, María nos lo reabre junto a su Hijo crucificado.

El salmo proclama con gozo: “Gloriosas cosas se dicen de ti, ciudad de Dios”. Esta ciudad santa es imagen de la Iglesia, y María es su modelo perfecto. En María vemos la imagen de lo que está llamada a ser la Iglesia: un lugar de acogida, de comunión, de maternidad espiritual.

Madre de los corazones rotos

Volviendo a esa hermosa reflexión que da título a esta homilía: “Cuando todo parece perdido”, María sigue siendo signo de esperanza. Cuando perdemos seres queridos, cuando sentimos que la vida nos supera, cuando las comunidades parecen estancarse o divididas… ahí está María. Su corazón traspasado no se cierra, sino que se abre a un amor más grande.

Ella es, como la llamó san Juan Pablo II, “Madre de la esperanza”. Y como decía el Papa Francisco: “Una Iglesia sin María es una Iglesia huérfana”. Por eso, hoy más que nunca, la invocamos: que no se canse de acompañarnos, que no se canse de interceder por sus hijos, que no se canse de sostener a esta Iglesia que camina como peregrina de la esperanza.

Conclusión

Queridos hermanos, celebremos hoy con gratitud esta maternidad espiritual de María. Acojámosla en nuestra casa, como lo hizo el discípulo amado. Imitemos su fe, su perseverancia, su ternura. Y cuando todo parezca perdido… recordemos que al pie de la cruz nació una Madre para cada uno de nosotros.

Que María, Madre de la Iglesia, ruegue por nosotros. Amén.

 

2

Vuestra madre celestial

«Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, la hermana de su madre, María la esposa de Cleofás, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.»
(Juan 19, 25-27)

 

La memoria que celebramos hoy, añadida al Calendario Litúrgico Romano en 2018 por el Papa Francisco, resalta una verdad profunda: la Bienaventurada Virgen María no es solo la Madre de la Persona de Cristo y, por tanto, la Madre de Dios; ella es también la Madre de la Iglesia, es decir, la Madre de todos los fieles. La Santísima Virgen María es tu madre. Y como tal, es verdaderamente tierna, compasiva, cuidadosa y misericordiosa, otorgándote todo lo que una madre perfecta desea dar. Es la más fuerte de las madres, que no se detiene ante nada para proteger a sus hijos. Es una madre totalmente entregada a ti, su amado hijo.

El Evangelio elegido para esta memoria presenta a nuestra Madre bendita de pie junto a la cruz. No hubiera podido estar en otro lugar que no fuera justo debajo de su Hijo, en su agonía final. No huyó por miedo. No se dejó consumir por la tristeza. No se encerró en la autocompasión. No, permaneció de pie junto a su Hijo con el amor perfecto y la fortaleza de una madre fiel, compasiva y entregada.

Mientras permanecía junto a su Hijo en su hora de sufrimiento y muerte, Jesús se volvió hacia ella y le confió al apóstol Juan su cuidado materno. Desde los Padres de la Iglesia hasta las enseñanzas más recientes, este acto de Jesús de confiar a Juan a María y viceversa se ha entendido como la entrega de todos los fieles al cuidado maternal de María. Por eso, María no es solo la Madre del Redentor, Cristo, sino también la Madre de todos los redimidos, nuestra Madre, la Madre de la Iglesia.

Considera la madre espiritual que tienes en el Cielo. Una madre es quien da la vida. Tu madre celestial tiene la misión de otorgarte la nueva vida de la gracia que brota de la cruz. Y como madre, no te niega nada que sea para tu bien. Una madre también es tierna con sus hijos. El Inmaculado Corazón de nuestra Madre celestial está lleno de la más grande ternura hacia ti. Aunque sus caricias no son físicas, son más profundas. Ella acaricia con la ternura de la gracia, que te concede cuando oras y acudes a ella en tus necesidades. Te da la gracia de su Hijo, derramada en la cruz como sangre y agua, fuente de misericordia. María derrama esa misericordia sobre ti como una madre tierna y entregada. No se guarda nada.

Si aún no eres consciente del amor del corazón de nuestra Madre por ti, aprovecha esta memoria para profundizar en su papel en tu vida. Muchos hijos dan por sentadas a sus madres, sin comprender del todo la profundidad de su amor. Así ocurre también con nuestra Madre del Cielo. Nunca llegaremos a comprender del todo su amor y su constante cuidado maternal hasta que estemos con ella cara a cara en el Cielo.

Reflexiona hoy sobre María, Madre, que permanece de pie a tu lado en cada momento de tu vida. Contémplala presente en tus alegrías y penas, en tus tentaciones y luchas, en tus momentos de confusión y claridad. Ella está ahí, derramando sobre ti todo don espiritual cuando más lo necesitas. Es una madre verdadera, y es digna de tu amor y gratitud.

 

Madre amadísima, estuviste junto a tu Hijo con una fidelidad y amor inquebrantables. Lo cuidaste, lo alimentaste, nunca lo abandonaste. Yo también soy tu querido hijo. Te agradezco tu amorosa fidelidad y abro mi corazón a la gracia de tu Hijo que tú derramas sobre mí a lo largo de la vida. Ayúdame a ser más consciente de tu cuidado maternal y a crecer cada día en gratitud por tu presencia.
Madre María, ruega por nosotros. Jesús, en Ti confío.

 

Homilía: “He ahí a tu madre”

Fiesta de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia
Evangelio: Juan 19, 25-27

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos con gozo esta memoria litúrgica que el Papa Francisco instituyó hace apenas unos años, y que ya se ha convertido en una joya del calendario: la Fiesta de María, Madre de la Iglesia.

El Evangelio que hemos escuchado nos sitúa en un momento profundamente doloroso: el Calvario. Jesús, en su agonía, contempla desde la cruz no solo el sufrimiento de su cuerpo, sino también el dolor de su Madre. Y en ese instante de entrega total, nos entrega también a María como nuestra Madre.

No fue una palabra simbólica ni un gesto sentimental. Fue una declaración solemne: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, y al discípulo amado: “Ahí tienes a tu madre”. A través de Juan, Jesús nos confía a María. Desde entonces, María no es solo la Madre del Hijo de Dios, sino la Madre de todos nosotros, los redimidos. La Madre de la Iglesia.

Esta maternidad no es pasiva ni decorativa. María no está en un pedestal alejado. Al contrario, está de pie al pie de nuestras cruces cotidianas. Ella nos acompaña, nos consuela, intercede, protege, anima, guía. Es la madre tierna que acaricia con la gracia. Es la madre fuerte que lucha por nosotros en nuestras batallas espirituales. Es la madre fiel que nunca nos abandona.

La tradición cristiana ha comprendido esto desde los primeros siglos. San Agustín decía que María es madre “en el orden de la fe”, es decir, que genera vida espiritual en nosotros. Como toda buena madre, no se guarda nada para sí. Nos ofrece a su Hijo. Nos presenta al Espíritu Santo. Nos cobija bajo su manto.

Querido hermano, querida hermana: si alguna vez te has sentido huérfano en la fe, si alguna vez has pensado que estás solo en la lucha, hoy Jesús te recuerda: “Ahí tienes a tu madre.”

En tus momentos de gozo y de dolor, de luz y de oscuridad, María está ahí. No como una figura del pasado, sino como una presencia viva y cercana. Si acudes a ella, si te dejas amar por ella, verás cómo te conduce de la mano hacia su Hijo.

Hoy, renovemos nuestra confianza en esta madre espiritual. Agradezcamos su presencia. Y si no la hemos tratado con frecuencia, comencemos hoy una relación nueva con ella. Digámosle con fe sencilla: “Madre, ahí me tienes. Cuídame, guíame, llévame a Jesús.”

Y recordemos siempre las palabras que nos sostienen en cada batalla espiritual:
Madre María, ruega por nosotros. Jesús, en Ti confío.
Amén.


Bienaventurada Virgen maría, Madre de la Iglesia



Cita:

En efecto, la Madre que estaba de pie al pie de la cruz (cf. Jn 19,25), aceptó el testamento de amor de su Hijo y acogió a todos los hombres, en la persona del discípulo amado, como hijos e hijas para ser engendrados a la vida eterna. Así, se convirtió en la tierna Madre de la Iglesia, que Cristo engendró en la cruz al entregar el Espíritu. Cristo, a su vez, en el discípulo amado, eligió a todos los discípulos como ministros de su amor hacia su Madre, confiándola a ellos para que la acogieran con afecto filial.
~ Del Decreto de la Congregación para el Culto Divino al añadir la Memoria de María, Madre de la Iglesia, al Calendario Romano General


Reflexión:

Poco se dice en las Escrituras sobre la gloriosa Madre de Dios. En muchos aspectos, vivió una vida silenciosa y oculta. Desde su Asunción al Cielo, la Iglesia ha meditado en oración sobre su vida y su papel en el misterio de la salvación. Poco a poco, santo tras santo y papa tras papa, han arrojado mayor luz sobre su papel único y glorioso en el plan eterno del Padre. A medida que la Iglesia ha profundizado en su comprensión de la Santísima Virgen, nuevos títulos y nuevos dogmas han sido proclamados acerca de María. En 2018, una nueva memoria litúrgica la honró con el título de “Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia”.

Para comprender el papel de la Santísima Virgen María como Madre de la Iglesia, debemos comenzar por la Escritura. Mientras Jesús colgaba en la cruz, el Evangelio de san Juan relata que la madre de Jesús y otras dos mujeres estaban ante Él, junto a Juan, el discípulo a quien Jesús amaba. Desde la cruz, Jesús confió a su madre al cuidado de Juan:
“Cuando Jesús vio a su madre y al discípulo que Él amaba, dijo a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo.’ Luego dijo al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre.’ Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19,26–27).

En 1895, en su encíclica sobre el rosario, el Papa León XIII escribió sobre ese pasaje evangélico:

“Ahora bien, en Juan, como ha enseñado constantemente la Iglesia, Cristo designó a toda la raza humana, y en primer lugar a quienes están unidos a Él por la fe… Ella fue, en verdad, la Madre de la Iglesia, Maestra y Reina de los Apóstoles, a quienes confió, además, no poca parte de los misterios divinos que guardaba en su corazón” (Adiutricem, n. 6).

En 1964, el Papa san Pablo VI promulgó el documento conciliar Lumen Gentium (Constitución dogmática sobre la Iglesia). Tras presentar una imagen completa del misterio de la Iglesia, el capítulo final presenta a “La Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de Cristo y de la Iglesia”. Ese capítulo destaca su papel singular y maternal dentro de la Iglesia. Lumen Gentium no llegó a otorgarle el título de “Madre de la Iglesia” a la Virgen, pero desarrolló ampliamente su función maternal dentro del Pueblo de Dios. Cuatro años después, en una carta motu proprio, el Papa Pablo VI retomó Lumen Gentium y dio un paso más, otorgándole oficialmente a la Madre de Dios el título de “Madre de la Iglesia”.

“…creemos que la Bienaventurada Madre de Dios, la nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo su función maternal respecto de los miembros de Cristo, cooperando en el nacimiento y crecimiento de la vida divina en las almas de los redimidos” (Solemni Hac Liturgia, n. 15).

Desde entonces, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y el Papa Francisco han hecho referencia constante a la Madre de Dios como Madre de la Iglesia. ¿Qué significa ese título? El 17 de septiembre de 1997, san Juan Pablo II lo definió así durante una catequesis de los miércoles:

“El título ‘Madre de la Iglesia’ refleja así la profunda convicción de los fieles cristianos, que ven en María no solo a la madre de la persona de Cristo, sino también de los fieles. Ella, reconocida como madre de la salvación, de la vida y de la gracia, madre de los salvados y madre de los vivientes, es justamente proclamada Madre de la Iglesia.” (n. 5)

El 3 de marzo de 2018, el Papa Francisco anunció que una nueva memoria sería añadida al Calendario Romano General y celebrada el lunes después de Pentecostés, con el título de “Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia.”

En el decreto que instituyó esta memoria, el cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, expresó:

“Esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento en la vida cristiana debe estar anclado en el Misterio de la Cruz, en la oblación de Cristo en el Banquete Eucarístico y en la Madre del Redentor y Madre de los redimidos, la Virgen que se ofrece a Dios.”

Es significativo que la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, haya sido confiada a la Iglesia en la persona de san Juan Apóstol al pie de la cruz. Desde la cruz, la Iglesia fue concebida por el derramamiento de gracia que brotó del Sagrado Corazón de Jesús. En Pentecostés, nuestra Madre bendita estaba presente cuando la Iglesia nació visiblemente.

Hoy, la Madre de la Iglesia reina en el cielo junto a su Hijo; desde allí, continúa cuidando a la Iglesia como una madre amorosa. No solo intercede por nosotros, sino que también media la gracia salvadora de su Hijo, siendo instrumento permanente de gracia y madre de todos.

Dado que nuestra comprensión del papel de la Santísima Virgen María ha evolucionado a lo largo de los siglos, es justo decir que aún no entendemos completamente su glorioso lugar en el plan salvífico del Padre. Algunos han propuesto que se le otorgue los títulos dogmáticos de “Mediadora de toda gracia” y “Corredentora”. Independientemente de lo que el futuro depare en la profundización de nuestra teología mariana, podemos estar seguros de que quienes un día contemplen la esencia misma de Dios, tal como Él revela toda verdad, comprenderán inmediatamente los misterios más profundos de la vida oculta de María.

Al honrar a la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, recuerda que ella es tu madre espiritual en la medida en que formas parte del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Al dar a luz a la Cabeza, dio a luz a los miembros. Como miembros de ese Cuerpo, es esencial que busquemos alimento espiritual en la Virgen María. Ella es nuestra madre y reina. Por ella nacemos a la gracia de Dios. Es el instrumento escogido, la mediadora de la gracia. Confía en su intercesión materna y entrégate con más plenitud a su cuidado.


Oración final:

Bienaventurada Virgen María, Madre gloriosa de la Iglesia, a ti me encomiendo, así como Jesús encomendó a Juan a tu cuidado. Recíbeme como hijo espiritual tuyo, y aliméntame con la gracia divina de tu Hijo. Gracias por tu “sí” al plan del Padre, por tu vida, y por tu constante “sí” a lo largo del tiempo y de la eternidad. Que mi “sí” resuene con el tuyo al entregarme plenamente al plan de Dios.
Madre María, Madre de la Iglesia, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.


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