"En mí encontrarán la paz" (Jn 16,33)
Jesús nos habla con lenguaje claro, pero a menudo sus palabras nos desconciertan. Así les ocurrió también a los discípulos durante la Última Cena: estaban a punto de ser dispersados, confundidos, asustados. Y sin embargo, Jesús les promete paz. No una paz cualquiera, sino la suya, la que brota de saberse siempre acompañado por el Padre, incluso en la hora más oscura.
Hoy también nos sentimos desconcertados ante los misterios de la fe, ante el dolor, la soledad, el sufrimiento. Pero el Espíritu Santo, como en los primeros tiempos, interviene misteriosamente, nos toca el corazón, nos hace proclamar con gozo: ¡Amén! ¡Aleluya! ¡El Señor está con nosotros!.
Aunque el mundo no entienda nuestro lenguaje de fe, aunque parezcamos hablar "en lenguas" cuando amamos, perdonamos o esperamos contra toda esperanza, no estamos solos. Jesús, el Resucitado, y el Espíritu Santo nos acompañan.
(Hechos de los apóstoles 19, 1-8) La Iglesia se prepara con una gran novena de oración para celebrar Pentecostés.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda que muchos desconocen la existencia del Espíritu. El soplo de Dios anima sus almas, pero han olvidado la presencia y hasta el nombre del huésped íntimo.
Siguiendo a san Pablo, seamos testigos de Dios Padre, Hijo, llama viva, dejándonos consumir por su amor, siendo hogares abiertos a todos.
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (19,1-8):
MIENTRAS Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó:
«¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?».
Contestaron:
«Ni siquiera hemos oído hablar de un Espíritu Santo».
Él les dijo:
«Entonces, ¿qué bautismo habéis recibido?».
Respondieron:
«El bautismo de Juan».
Pablo les dijo:
«Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que iba a venir después de él, es decir, en Jesús».
Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en lenguas extrañas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.
Pablo fue a la sinagoga y durante tres meses hablaba con toda libertad del reino de Dios, dialogando con ellos y tratando de persuadirlos.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 67,2-3.4-5ac.6-7ab
R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios
Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
como el humo se disipa, se disipan ellos;
como se derrite la cera ante el fuego,
así perecen los impíos ante Dios. R/.
En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
Cantad a Dios, tocad a su nombre;
su nombre es el Señor. R/.
Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (16,29-33):
EN aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús:
«Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios».
Les contestó Jesús:
«¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».
Palabra del Señor
Homilía para el Lunes de la Séptima Semana de
Pascua
Lecturas: Hechos 19,1-8 / Salmo 68(67) / Juan 16,29-33
Memoria de los santos Pedro y Marcelino, mártires
“¡Tened valor! Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33)
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Nos acercamos al final del tiempo pascual, y las
lecturas de estos días nos colocan en una tensión espiritual muy significativa:
por un lado, la certeza de la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte;
por otro, la inminencia del envío del Espíritu Santo, que fortalece a la
Iglesia para continuar la misión. Hoy, además, celebramos la memoria de dos
mártires de los primeros siglos: San Pedro y San Marcelino, sacerdotes
fieles que sellaron con su sangre su amor a Cristo. Su testimonio da carne y
hueso a las palabras del Evangelio: “En el mundo tendréis tribulación, pero
¡ánimo! Yo he vencido al mundo”.
1. Una fe que no basta con
conocer, sino que se recibe y se vive (Hechos 19,1-8)
En la primera lectura, san Pablo llega a Éfeso y
encuentra a unos discípulos que, si bien han recibido una forma de bautismo, no
han oído hablar del Espíritu Santo. Esta escena nos revela una verdad pastoral
muy actual: hay muchos que dicen creer, que se dicen cristianos, pero cuya
fe no ha sido aún encendida por el fuego del Espíritu. Han recibido
nociones, valores, rituales... pero no la vida plena que viene del Espíritu
Santo.
Pablo pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo
cuando abrazasteis la fe?” Y su respuesta revela una fe aún en la
superficie, como la de tantos en nuestra cultura bautizada pero no
evangelizada. La fe cristiana no es solo conocer a Jesús por los libros o las
costumbres; es ser transformado por Él, ser poseído por su Espíritu, hablar
en su nombre, vivir en Él, y dar fruto con valentía.
2. “Tú dispersas a tus enemigos…
pero los justos se alegran” (Sal 68)
El salmo de hoy nos muestra la acción poderosa y
liberadora de Dios: “Tú, Dios, preparaste casa para los pobres”. El salmista
canta la victoria del Señor sobre sus enemigos, pero también su cercanía
amorosa con los humildes, con los perseguidos, con los necesitados. Esa
victoria no es solo militar ni social: es una victoria espiritual, que
permite que los justos “se alegren, salten de gozo ante Dios”.
Así vivieron Pedro y Marcelino, mártires en tiempos
de persecución bajo el emperador Diocleciano. Lejos de huir, aceptaron el
sufrimiento con alegría, con la fuerza de quien sabe que su vida está escondida
en Cristo. Ellos no buscaron una gloria humana, sino una fidelidad eterna.
Como diría Tertuliano, “la sangre de los mártires es semilla de nuevos
cristianos”.
3. La paz que no depende del
mundo (Juan 16,29-33)
Jesús, en el Evangelio, sabe que sus discípulos lo
van a abandonar. Y sin embargo, no los condena. Les dice: “Os dispersaréis
cada uno por su lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo: el Padre está
conmigo”. Esta frase debería resonar en nuestros corazones. Cuántas veces,
por miedo, por debilidad, incluso por vergüenza, nosotros también hemos “dejado
solo” a Jesús en los momentos en que más nos necesitaba, en los pobres, en los
perseguidos, en la verdad que callamos por comodidad.
Pero Jesús, lejos de cerrar con tristeza su
discurso, nos lanza un grito de esperanza: “Os he hablado de esto para
que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas, pero ¡ánimo! Yo he vencido
al mundo”. Aquí está el corazón de la Pascua: la victoria de Cristo ya es
nuestra, aunque aún vivamos combates.
4. Pedro y Marcelino: mártires de
la esperanza pascual
Hoy recordamos a san Pedro, presbítero, y a san
Marcelino, exorcista, que murieron mártires en Roma hacia el año 304. Fueron
sepultados en las catacumbas y venerados por generaciones de cristianos como
verdaderos testigos del Reino. Su valentía no nació del orgullo humano, sino
del Espíritu Santo que los llenaba de paz y de alegría en medio de la
tribulación. No fueron hombres poderosos ante el mundo, pero fueron gigantes
en la fe.
El Papa san Dámaso cuenta que conoció su historia
gracias al verdugo que los ejecutó, convertido al ver su testimonio. Qué enseñanza:
el testimonio valiente transforma incluso los corazones endurecidos. La
historia de la Iglesia está llena de almas que, como estos santos, confiaron en
la promesa de Cristo: “Yo he vencido al mundo”.
5. Aplicación pastoral y jubilar
Queridos hermanos, en este Año Jubilar,
donde somos llamados “Peregrinos de la Esperanza”, la liturgia de hoy
nos recuerda que el cristiano no huye del conflicto ni del mundo, sino que
lo enfrenta con paz y confianza en el Resucitado. Así como Pedro y
Marcelino no vivieron en la evasión ni en la queja, nosotros también estamos
llamados a vivir nuestra fe en medio de las pruebas cotidianas, siendo testigos
de la esperanza que no defrauda.
Preguntémonos hoy:
- ¿Hemos
recibido verdaderamente el Espíritu Santo en nuestra vida?
- ¿Nuestra
fe es un fuego encendido o solo una tradición apagada?
- ¿En
medio de nuestras luchas diarias, somos capaces de decir con Jesús: “Yo no
estoy solo, el Padre está conmigo”?
Conclusión
Que esta Eucaristía, sacramento de la Pascua
perpetua, nos conceda la fuerza del Espíritu, la paz de Cristo y el gozo de
los santos. Que san Pedro y san Marcelino intercedan por nosotros para que
seamos fieles hasta el final, y que en toda tribulación, podamos repetir con
firmeza: “¡Tened valor! Cristo ha vencido, y nosotros en Él también
venceremos!”.
Amén.
¿Paz? ¿O el mundo?
“Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».
Juan 16:33
¿De todo lo que habló, qué les dijo Jesús a sus discípulos que les produjo la “paz”? Se refiere especialmente a todo el Discurso de la Última Cena que hemos estado leyendo. Las palabras pronunciadas a lo largo de este discurso están destinadas a dar a los discípulos, y a nosotros, "valor" y la capacidad de vencer las dificultades que nos impone el mundo.
A lo largo de su discurso, Jesús, señala especialmente la unidad que tiene con su Padre y el hecho de que, si nos mantenemos unidos a Él, también estaremos unidos al Padre.
Habló de él mismo como la vid y de nosotros como los sarmientos que debemos permanecer firmemente unidos a Él.
Habló de que esto es posible solo por el poder venidero del Espíritu Santo a quien Él enviará.
Y habló del odio que el mundo tiene por todos los que permanecen firmemente arraigados en la Verdad. Por lo tanto, si usted es alguien que busca permanecer profundamente arraigado en Cristo, lleno del Espíritu Santo y separado de los engaños del mundo secular y no cristiano, entonces Jesús le está hablando claramente.
En este pasaje, Jesús identifica un regalo que nos ayudará en este viaje. Este regalo en particular es el regalo de Su paz. La paz es la capacidad de mantener la calma y la concentración en medio de todos y cada uno de los "problemas" que encontramos. El problema que los cristianos enfrentarán especialmente son las diversas persecuciones del mundo cuando vivimos de acuerdo con la Verdad. Y aunque hay muchas verdades morales presentadas claramente por nuestra fe que el mundo ataca, también hay otras formas de problemas que encontraremos en el mundo de hoy.
Uno de los problemas más manifiestos infligidos a muchos por el mundo se presenta en forma de estimulación visual, auditiva y mental constante.
Nuestro mundo es un mundo ruidoso. La electrónica moderna, los medios de comunicación, los comerciales, la radio, Internet, las redes sociales y tantas otras partes de nuestra vida diaria tienen el efecto sutil de distraernos, estimularnos y robarnos la paz de Cristo.
Considere, por ejemplo, la idea de entrar en el silencio de un retiro durante un día, dos o más. ¿Cómo manejaría apagar su teléfono inteligente, tableta, computadora, televisión y radio durante un período prolongado de tiempo? ¿Pasaría por una forma de abstinencia? Muchos hoy en día lo encontrarían realmente difícil. Y la razón de esto es que la “paz” de la que habla Jesús está disminuyendo lentamente en la vida de muchos.
En lugar de la paz de Dios, estamos llenos de ruido, conmoción y actividad constantes. Este es el "mundo" que nos ataca y nos roba la paz que Dios quiere otorgar.
Reflexiona hoy sobre la verdad excepcionalmente importante: que Jesús quiere que conozcas Su paz en tu corazón. Y quiere que la paz te sostenga.
Reflexiona sobre la batalla interior que puede tener lugar dentro de ti entre el mundo y la paz de Cristo. ¿Quién está ganando esa batalla por tu alma? ¿Hay más del mundo o más de la paz de Cristo reinando dentro de ti? Busca la paz que solo Jesús da y, a medida que descubras Su paz, también descubrirás la fuente de esa paz: Jesús mismo.
Señor de la paz plena, nos has llamado fuera del mundo para que tu paz more dentro de nosotros, sosteniéndonos, dándonos coraje, sabiduría y fuerza. Te abro mi vida, querido Señor, y oro para que las muchas distracciones y conmociones que me impone el mundo comiencen a cesar. Que siempre escuche Tu suave voz y te siga al lugar de silencioso reposo que solo se encuentra en Ti. Jesús, en Ti confío.
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