¡Soplo y fuego!
El
Espíritu se apodera de los hombres para hacer de ellos Apóstoles, apasionados
anunciadores de la Buena Nueva, testigos fieles de Cristo, incluso en la
entrega de sí mismos y, a veces, arriesgando sus vidas. La Iglesia nace al
soplo del Espíritu. De un puñado de hombres encerrados por el miedo, el
Espíritu hace testigos incansables, predicadores entusiastas, embajadores de la
ley del amor.
El Espíritu, nos dice
el Evangelio, da a los discípulos la capacidad de releer y comprender lo que
han vivido, visto y oído. El tiempo compartido con su Maestro y Señor ha sido
un camino de aprendizaje y acogida de la Buena Nueva. Ayer como hoy, el tiempo
de la relectura da sentido y fuerza a la misión de los discípulos de Cristo.
Guardar la Palabra y
los mandamientos es signo de amor, y se vuelve esencial para mantener el rumbo,
dejar que nuestras vidas crezcan al soplo del Espíritu y elegir para siempre a
Cristo como Maestro y Amigo.
El Espíritu cuida de
nuestras comunidades, cuyo futuro depende de su capacidad misionera. Es ese
mismo Espíritu quien nos hace hijos de Dios y nos impulsa a volvernos hacia el
Padre. Es ese mismo Espíritu quien hace nuevas todas las cosas. ¡El Espíritu nos
hace vivir! Con Cristo, ya hemos resucitado. Desde el encierro donde estaban
los Apóstoles, la Iglesia zarpa y arrastra en su estela a toda la humanidad
salvada por la muerte y resurrección de Cristo.
A menudo escuchamos la pregunta:
“¿Qué has
hecho con tu bautismo?” ¿Y si hoy me preguntara: ¿Qué he hecho con mi
confirmación?
¿El Espíritu hace de mí un ser viviente?
¿El Espíritu habita mi oración?
¿Estoy apasionado por anunciar la Buena Nueva con mi vida y mis actos?
Benoît Gschwind, évêque de Pamiers
Primera lectura
Hch
2,1-11
Se
llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.
AL cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar.
De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba
fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron
aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de
cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en
otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que
hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron
desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban
todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada
uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de
Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la
zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto
judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos
hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
104(103),1ab y 24ac. 29bc-30.31 y 34 (R. cf. 30)
R. Envía tu Espíritu,
Señor,
y repuebla la faz de la tierra.
O
bien:
R. Aleluya.
V. Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R.
V. Les retiras el
aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R.
V. Gloria a Dios para
siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R.
Segunda lectura
1Co
12, 3b-7.12-13
Hemos
sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.
HERMANOS:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de
ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un
mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la
manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también
Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados
en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un
solo Espíritu.
Palabra de Dios.
O
bien:
Rm 8,8-17.
Cuantos
se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
HERMANOS:
Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están en la
carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en ustedes; en
cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el
espíritu vive por la justicia. Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de
entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos a
Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por el mismo Espíritu
que habita en ustedes.
Así pues, hermanos, somos deudores, pero no de la carne para vivir según la
carne. Pues si viven según la carne, morirán; pero si con el Espíritu dan
muerte a las obras del cuerpo, vivirán.
Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues
no han recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que
han recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba,
Padre!».
Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios;
y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de
modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él.
Palabra de Dios.
Secuencia
(obligatoria).
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu
amor. R.
Evangelio
Jn
20,19-23
Como
el Padre me ha enviado, así también los envío yo; reciban el Espíritu Santo
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos
en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró
Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a ustedes».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».
Palabra del Señor.
O
bien:
Jn
14, 15-16.23b-26.
El
Espíritu Santo se lo enseñará todo
Lectura del santo Evangelio según san Juan
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me aman, guardarán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les dé
otro Paráclito, que esté siempre con ustedes.
El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y
haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es
mía, sino del Padre que me envió.
Les he hablado de esto ahora que estoy a su lado, pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien se lo enseñe todo
y les vaya recordando todo lo que les he dicho».
Palabra del Señor
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy celebramos con gozo
la gran solemnidad de Pentecostés, el día en que el Espíritu Santo
fue derramado sobre los Apóstoles y sobre toda la Iglesia naciente. Hoy
celebramos el cumpleaños
de la Iglesia, nacida no de la estrategia humana ni de la fuerza de
los sabios, sino del Soplo de Dios, del fuego
del Amor que transforma, envía, da sentido y vida.
La liturgia de este
domingo nos presenta un contraste fascinante: los Apóstoles, que antes estaban
encerrados por miedo, hoy salen a hablar con valentía. Aquellos hombres que no
entendían bien lo que habían vivido con Jesús, hoy anuncian con poder lo que
han visto, oído y tocado. ¿Qué ha pasado? La respuesta es simple y profunda: han
recibido al Espíritu Santo.
1. El Espíritu, fuerza que transforma el miedo en misión
Dice el Evangelio que “al
atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las
puertas cerradas por miedo” (Jn 20,19). Pero Jesús resucitado se
presenta en medio de ellos, sopla sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu
Santo” (Jn 20,22). Y ese soplo no es simbólico: es el nuevo aliento
de la creación, el mismo que dio vida al primer hombre, ahora recreando a una
humanidad nueva, reconciliada, enviada.
Allí comienza el gran
milagro: hombres temerosos se convierten en apasionados
anunciadores del Evangelio. El relato de los Hechos de los
Apóstoles (2,1-11) describe este milagro de forma visual: un viento impetuoso,
lenguas como de fuego, un lenguaje nuevo que todos entienden. No se trata solo
de idiomas humanos: es el lenguaje del amor, del perdón, de la misericordia. El
Espíritu no elimina las diferencias culturales ni las particularidades
personales, pero sí las hace converger en la unidad de la fe y
del amor.
2. El Espíritu nos hace cuerpo, comunidad, Iglesia viva
San Pablo, en la
segunda lectura (1 Cor 12,3b-13), nos recuerda que todos hemos recibido el
mismo Espíritu y que cada uno tiene dones diferentes “para el bien común”. ¡Qué
maravilla! El Espíritu no uniforma, sino que armoniza. No nos hace clones, sino
cuerpos
distintos y miembros vivos de una sola Iglesia. En un tiempo donde
el individualismo y la indiferencia nos separan, el Espíritu nos llama a
reconocernos parte los unos de los otros.
Hoy, más que nunca, la
Iglesia necesita cristianos apasionados, comunidades en salida, discípulos que
no vivan una fe de costumbre sino una fe viva y misionera. Pentecostés
no es solo un recuerdo, es una actualización: el Espíritu
quiere soplar hoy en ti, en tu parroquia, en tu familia, en tu vida cotidiana.
3. ¿Qué hemos hecho de nuestra confirmación?
Hoy se nos plantea una pregunta profunda: “¿Qué hemos hecho
con nuestra confirmación?” Esa unción que recibimos con el crisma,
ese gesto en el que se nos dijo: “Recibe por esta señal el don del
Espíritu Santo”, ¿ha transformado nuestra vida? ¿Nos ha convertido
en testigos de Cristo?
A menudo, como dice el
texto, nos preguntamos qué hemos hecho con nuestro bautismo. Pero quizá
olvidamos que la Confirmación es el Pentecostés personal de cada cristiano,
el día en que recibimos la plenitud del Espíritu y fuimos enviados como
misioneros al mundo. ¿Hemos dejado que ese fuego se avive, o se ha apagado bajo
la ceniza de la rutina?
Hoy el Señor nos
pregunta:
·
¿El
Espíritu habita mi oración, mi trabajo, mi forma de amar?
·
¿Estoy
permitiendo que mi vida crezca al soplo del Espíritu?
·
¿Sigo
eligiendo a Cristo como Maestro y Amigo?
4. Con el Espíritu, todo se renueva
El salmo 103 (104) lo
canta con belleza: “Envías tu Espíritu, Señor, y renuevas la faz de la tierra”.
Esa renovación no comienza afuera, sino dentro de ti, dentro de mí. Es el
Espíritu quien nos enseña a orar, a discernir, a perdonar, a construir
comunidad, a vivir como resucitados. El mismo Espíritu que descendió en
Pentecostés sigue descendiendo hoy en la Eucaristía, en los
sacramentos, en los corazones abiertos a la acción de Dios.
Queridos hermanos, el
Espíritu no es solo un tema teológico. Es una Persona viva, es Amor en
movimiento, es presencia activa en la Iglesia. Nos acompaña, nos consuela, nos
impulsa, nos enseña a vivir como hijos del Padre. Como dijo el Papa Francisco: “El
Espíritu Santo es el alma de la Iglesia evangelizadora”.
Conclusión
Pentecostés es hoy. No
es un recuerdo, es un hoy de gracia. Abramos
las puertas de nuestro corazón. Dejemos que el Espíritu haga de nosotros
apóstoles, testigos, misioneros. Que transforme nuestros miedos en confianza,
nuestras rutinas en entusiasmo, nuestra fe en vida.
¡Ven, Espíritu Santo!
Renueva nuestras comunidades.
Haznos fuego, haznos
viento, haznos vida.
Haz de nosotros testigos
del Resucitado.
Amén.
2
Ven a nosotros Espíritu Santo!
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
¡Feliz
cumpleaños!
Hoy celebramos la venida del Espíritu Santo, el cumpleaños de la
Iglesia, el día en que Dios nos selló con el fuego de su Amor
para que fuéramos uno con Él y entre nosotros. Pentecostés no es un simple
recuerdo. Es
el hoy del Espíritu en nuestras vidas. Es el día en que el
cielo tocó la tierra con el viento impetuoso del amor de Dios.
1. La Iglesia nace del Espíritu
Nos lo dice con fuerza
el libro de los Hechos: “De repente vino del cielo un ruido como
el de una ráfaga de viento impetuoso” (Hch 2,2). Los discípulos
estaban encerrados, temerosos, en un cenáculo que parecía más una tumba que una
sala de envío. Pero el Espíritu los transformó. De hombres tímidos pasaron a
ser apóstoles ardientes, testigos valientes,
profetas del Reino.
Y no solo eso. El
Espíritu les hizo hablar en lenguas diversas, no
solo idiomas humanos, sino el lenguaje universal del Evangelio: el lenguaje de
la verdad, del amor, de la misericordia. La Iglesia, desde ese día, no ha
dejado de anunciar a Cristo en todos los pueblos, culturas y generaciones.
2. Un solo Cuerpo, un solo Espíritu
San Pablo, en la
segunda lectura, nos recuerda que somos un solo cuerpo, aunque con muchos
miembros (1 Cor 12). Cada uno de nosotros tiene un lugar, un carisma, un don.
El Espíritu nos une en la diversidad, no uniforma, pero
sí armoniza. Todos tenemos un papel en la sinfonía de la Iglesia.
La Iglesia es una,
santa, católica y apostólica.
·
Una, porque el Espíritu
nos une en una sola fe y caridad.
·
Santa, porque Cristo nos ha
redimido y el Espíritu nos santifica.
·
Católica, porque el anuncio de
salvación es para todos.
·
Apostólica, porque está fundada
sobre los Apóstoles y continúa a través de sus sucesores: obispos, sacerdotes y
el Papa.
Y aunque esta Iglesia
es santa en su cabeza y en su corazón, sabemos que ha sido herida muchas veces
por los pecados de sus miembros. No negamos esto. Pero tampoco podemos negar su
belleza: es
la Esposa de Cristo, y tú y yo somos parte de ella.
3. ¿Qué has hecho con tu Confirmación?
En el texto que hemos
leído, se nos hace una pregunta incisiva:
“¿Qué
has hecho con tu confirmación?”
Muchos han olvidado ese
día. Fue tal vez un rito de paso, un gesto simbólico. Pero en realidad fue tu
Pentecostés personal. El mismo Espíritu que descendió sobre los
Apóstoles, descendió sobre ti. Fuiste ungido, consagrado y enviado.
¿Y ahora?
·
¿El
Espíritu habita tu oración?
·
¿Tu
vida refleja el Evangelio que anuncias?
·
¿Vives
como miembro activo del Cuerpo de Cristo?
El Espíritu nos quiere vivos,
ardientes, entregados. Nos invita a pasar de ser espectadores a ser discípulos
misioneros, como nos pide el Papa Francisco. Es tiempo de
despertar, de renovar nuestra fe, de pedir con fuerza: “¡Ven, Espíritu
Santo!”
4. El Espíritu que transforma y envía
Jesús, en el Evangelio
de hoy (Jn 20, 19-23), se presenta en medio de los suyos, sopla sobre ellos y
les dice: “Reciban
el Espíritu Santo”. Y con ese soplo les entrega una misión: perdonar,
reconciliar, anunciar el Reino. El mismo Espíritu que nos
consuela, nos
compromete. No es un Espíritu de comodidad, sino de envío
y servicio.
Hoy, este mismo
Espíritu quiere:
·
Avivar tu fe adormecida
·
Renovar tu esperanza
quebrada
·
Hacer de ti un
instrumento de paz y verdad
5. ¿Cómo vivir Pentecostés hoy?
Aquí algunas claves
prácticas:
1.
Ora cada día al
Espíritu Santo,
pídele sus dones: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad
y temor de Dios.
2.
Vive en comunión con la
Iglesia,
participando activamente en tu comunidad.
3.
Comparte el Evangelio con tus palabras y
obras. Tu vida puede ser la única Biblia que muchos leerán.
4.
Reconcilia, construye
puentes, sana heridas. Tú eres portador del perdón de Dios.
5.
Deja que el Espíritu
guíe tus decisiones, tus relaciones, tu vocación.
Conclusión: Ven, Espíritu
Santo
Queridos hermanos, el
Espíritu que renovó la faz de la tierra quiere renovar tu corazón. Hoy, más que
nunca, el mundo necesita testigos que hablen todos los idiomas del amor. Que
abracen, consuelen, anuncien y transformen.
La Iglesia sigue viva
porque el Espíritu la guía. Y tú, como miembro de ese cuerpo, tienes una
misión: extender
la invitación a pertenecer a la familia de Dios.
Recuerda: no estás solo. El Espíritu te acompaña, te fortalece, te santifica.
✝️ Oración
final:
Ven,
Espíritu Santo,
llena los corazones de tus
fieles
y enciende en ellos el fuego
de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán
creados,
y renovarás la faz de la
tierra.
Oh
Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos
con la luz del Espíritu Santo,
haznos dóciles a sus
inspiraciones
para gustar siempre del bien
y gozar de su consuelo.
Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
Jesús,
en Ti confío. ¡Ven, Espíritu Santo!
3
«Ven, Espíritu Santo, llena los corazones…»
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Hoy celebramos una de las fiestas más bellas y profundas
del calendario cristiano: la Solemnidad de Pentecostés, el día en que la
Iglesia nace al mundo impulsada por el Espíritu Santo. Después de cincuenta
días de Pascua, el Resucitado cumple su promesa: envía desde el Padre el
Espíritu que lo animó, el mismo Espíritu que hoy nos vivifica, consuela y envía
en misión.
I. El Espíritu que desata,
enciende y reúne
San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles,
nos habla de un viento impetuoso y de lenguas de fuego que
descendieron sobre los discípulos reunidos en el cenáculo. No es un detalle
literario: ese viento simboliza la fuerza creadora de Dios, la misma que
al comienzo del Génesis aleteaba sobre las aguas; y ese fuego representa el
amor ardiente que purifica y transforma.
El efecto es inmediato: los apóstoles se llenan
de valor y comienzan a hablar en diferentes lenguas. El miedo desaparece.
La Iglesia, nacida del costado abierto de Cristo, sale al encuentro del
mundo. Ya no puede quedarse encerrada.
Y es que el Espíritu Santo nunca nos encierra,
sino que nos impulsa a salir, a anunciar, a testimoniar. Como dijo el
Papa Francisco: “Una Iglesia encerrada huele a encierro”. El Espíritu es
aire puro, es misión, es apertura al otro, es creatividad pastoral.
II. Un Evangelio que todos pueden
comprender
Lo más hermoso de Pentecostés es que cada uno
comprende el mensaje en su propia lengua. Es decir, el Espíritu no
uniforma, sino que valora la diversidad. La fe no borra nuestras
culturas, sino que las eleva, las santifica. El mensaje de Jesús se
hace comprensible a todos, desde su realidad concreta.
Hoy, también, necesitamos aprender a hablar el
lenguaje de los demás: el lenguaje de los jóvenes, de los pobres, de los
migrantes, de quienes no han conocido a Cristo. Y ese lenguaje solo se aprende desde
el amor. Porque Dios es amor, y el Espíritu Santo es ese amor
hecho persona.
III. Un solo Cuerpo con muchos
miembros
La segunda lectura de san Pablo a los Corintios nos
recuerda que hay diversidad de dones, pero un solo Espíritu. Todos los
carismas, ministerios y servicios que existen en la Iglesia tienen un solo
origen y un mismo fin: edificar el Cuerpo de Cristo, que es la
Iglesia.
Somos distintos, y ¡bendita diversidad! No todos
predican, no todos cantan, no todos enseñan… Pero todos somos necesarios,
todos recibimos del Espíritu un don para el bien común. Y todos hemos
sido bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo,
una sola familia de hijos de Dios.
IV. Jesús nos da su Espíritu para
perdonar y dar paz
En el Evangelio de san Juan, Jesús resucitado se
aparece en medio de sus discípulos, que están encerrados por miedo. Les
muestra las manos y el costado, y les dice dos veces: «La paz esté con
ustedes». Luego, sopla sobre ellos y les dice: «Reciban el
Espíritu Santo».
Aquí el Espíritu aparece como aliento de vida
nueva, como poder para perdonar los pecados y como fuerza para comunicar
la paz. No es un Espíritu de condena ni de juicio, sino de
reconciliación y de amor gratuito.
Esa misión de dar paz y perdonar es la
esencia misma de la Iglesia: no estamos aquí para condenar al mundo, sino para sanarlo,
levantarlo, salvarlo. Y solo el Espíritu puede hacernos ministros de esa
paz, especialmente en un mundo herido por guerras, divisiones y violencia.
Conclusión: Déjate llenar,
transforma tu vida
Queridos hermanos:
Pentecostés no es un recuerdo, sino una realidad actual. El Espíritu
sigue soplando. Pero, ¿lo dejamos entrar? ¿Permitimos que incendie lo que está
frío, que ablande lo que está endurecido, que enderece lo que está torcido?
Hoy es el día para pedir un nuevo Pentecostés. En tu vida personal, en tu
familia, en tu parroquia, en nuestro país. Que el Espíritu de Dios nos
libere del miedo, de la rutina, del egoísmo, y nos haga testigos de
Jesucristo, sembradores de esperanza y constructores de comunión.
Recemos con las palabras de la secuencia:
«Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo... Lava lo que está
manchado, riega lo que está seco, sana lo que está herido, dobla lo que está
rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está desviado.»
*************
Anécdotas introductorias para la homilía
1) “Bueno, Chippie ya no canta mucho…”
Ocurrió en Galveston,
Texas. Una mujer estaba limpiando el fondo de la jaula de su loro Chippie con
una aspiradora de tanque. No estaba usando ninguna boquilla en el tubo. Cuando
sonó el teléfono, giró la cabeza para contestar mientras seguía aspirando la
jaula y dijo “¡Hola!” al teléfono. En ese momento escuchó el horrible ruido de
Chippie siendo succionado por la aspiradora.
De inmediato soltó el
teléfono, abrió desesperadamente la bolsa de la aspiradora y encontró a Chippie
allí dentro, aturdido, pero todavía vivo. Como el pájaro estaba cubierto de
polvo y suciedad, lo agarró, corrió al baño, abrió el grifo y lo metió bajo el
agua para limpiarlo. Al terminar, vio el secador de pelo sobre el lavabo, lo
encendió y sostuvo a Chippie frente al chorro de aire caliente para secarlo.
Unas semanas después,
un reportero del periódico que había publicado originalmente la historia fue a
la casa para preguntar a la mujer: “¿Cómo está Chippie ahora?”. Ella respondió:
“Simplemente se queda sentado y mirando”.
— El Evangelio de hoy
nos dice que eso fue lo que les pasó a los apóstoles. Todos estaban
traumatizados por el arresto y la crucifixión de su Maestro, y desconcertados
por sus apariciones después de la Resurrección y su mandato de prepararse para
la venida del Espíritu Santo.
Muchos de nosotros
podemos identificarnos con Chippie y los apóstoles. La vida nos ha aspirado,
nos ha arrojado agua fría y nos ha secado con ráfagas que nos han desorientado.
En medio del trauma, hemos perdido nuestra canción. Por eso, también nosotros
necesitamos la unción diaria del Espíritu Santo para seguir cantando cantos de
testimonio cristiano a través del amor ágape.
📖 Fuente: biblestudyresources.com
2) El tesoro interior
Un viejo mendigo yacía
en su lecho de muerte. Sus últimas palabras fueron para su joven hijo, que lo
había acompañado fielmente en sus jornadas de limosna. “Querido hijo,” le dijo,
“no tengo nada que darte, salvo una bolsa de algodón y un cuenco de bronce
sucio que obtuve en mis años jóvenes en el depósito de chatarra de una dama
rica.”
Tras la muerte de su
padre, el niño continuó mendigando, usando el cuenco que su padre le había
dejado. Un día, un comerciante de oro dejó caer una moneda en el cuenco y se
sorprendió al escuchar un sonido familiar. “Déjame revisar tu cuenco”, dijo.
Para su gran sorpresa, descubrió que el cuenco del mendigo estaba hecho de oro
puro.
“Querido joven,” le
dijo, “¿por qué pierdes el tiempo pidiendo limosna? ¡Eres un hombre rico! Ese
cuenco tuyo vale al menos treinta mil dólares.”
— Nosotros los
cristianos a menudo somos como ese niño mendigo que no supo reconocer el valor
de su cuenco. No apreciamos el valor infinito del Espíritu Santo que vive
dentro de cada uno de nosotros, compartiendo sus dones, frutos y carismas. En
esta gran solemnidad, estamos invitados a experimentar y valorar la presencia
transformadora, santificadora y fortalecedora del Espíritu Santo en nuestro
interior. Es también un día para renovar las promesas hechas a Dios en nuestro
Bautismo y Confirmación, para profesar nuestra fe y ponerla en práctica.
3) “Baja el balde… prueba y verás”
Hace más de un siglo,
un gran barco de vela quedó varado frente a la costa de Sudamérica. Día tras
día permaneció inmóvil sobre aguas quietas, sin un soplo de brisa. El capitán
estaba desesperado; la tripulación moría de sed. Entonces, en el horizonte
apareció un barco de vapor que se dirigía directamente hacia ellos.
Cuando se acercó, el
capitán gritó: “¡Necesitamos agua! ¡Dénnos agua!” El barco de vapor respondió:
“¡Bajen sus baldes donde están!” El capitán se enfureció por esa respuesta tan
despreocupada y gritó de nuevo: “¡Por favor, dennos agua!” Pero el vapor
respondió lo mismo: “¡Bajen sus baldes donde están!” Y con eso, se alejó.
El capitán, fuera de sí
por la rabia y la desesperación, bajó a su camarote. Pero poco después, cuando
nadie miraba, un marinero bajó un balde al mar y probó el agua: ¡era
perfectamente dulce y fresca! Resultó que el barco estaba justo en la
desembocadura del Amazonas. Durante todos esos días habían estado sentados
sobre el agua dulce que tanto necesitaban.
— Lo que realmente
estamos buscando ya está dentro de nosotros, esperando ser descubierto, esperando
ser abrazado: el Espíritu Santo de Dios, que ha vivido en nosotros desde el
momento de nuestro Bautismo. El Espíritu Santo nos está diciendo en este mismo
momento desde lo profundo de nuestro corazón: “Baja tu balde donde estás.
¡Prueba y verás!”
¡Ven, Espíritu Santo! Llena nuestros corazones y enciéndelos con tu fuego.
Amén.
4) La Torre de Babel: confusión; Pentecostés: unidad
En Babel, las personas
usaron el lenguaje para promover una agenda humana (cf. Gn 11,3-4). Por eso,
Dios confundió sus lenguas en muchos idiomas distintos (Gn 11,7), lo que trajo
desunión (Gn 11,6-7). Allí, Dios dispersó a la familia humana por toda la
tierra como castigo (Gn 11,9).
Pero en Pentecostés, el
Espíritu Santo usó el lenguaje para anunciar las maravillas de Dios (Hch
2,14-41). Así, personas que hablaban muchas lenguas diferentes entendieron un
único mensaje del Evangelio (Hch 2,5-11). El resultado fue la unidad (Hch
2,41).
Pentecostés fue el
comienzo de la reunificación de la familia humana, ya que Dios envió a hombres
y mujeres a reunir, en la Iglesia del Nuevo Pacto de Jesucristo, a personas
redimidas de todos los rincones del mundo (cf. Hch 1,8; 2,37-41).
📖 Fuente: Rev. Michal E. Hunt & Called to Communion
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