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8 de junio del 2025: Solemnidad de Pentecostés

 ¡Soplo y fuego!

El Espíritu se apodera de los hombres para hacer de ellos Apóstoles, apasionados anunciadores de la Buena Nueva, testigos fieles de Cristo, incluso en la entrega de sí mismos y, a veces, arriesgando sus vidas. La Iglesia nace al soplo del Espíritu. De un puñado de hombres encerrados por el miedo, el Espíritu hace testigos incansables, predicadores entusiastas, embajadores de la ley del amor.

El Espíritu, nos dice el Evangelio, da a los discípulos la capacidad de releer y comprender lo que han vivido, visto y oído. El tiempo compartido con su Maestro y Señor ha sido un camino de aprendizaje y acogida de la Buena Nueva. Ayer como hoy, el tiempo de la relectura da sentido y fuerza a la misión de los discípulos de Cristo.

Guardar la Palabra y los mandamientos es signo de amor, y se vuelve esencial para mantener el rumbo, dejar que nuestras vidas crezcan al soplo del Espíritu y elegir para siempre a Cristo como Maestro y Amigo.

El Espíritu cuida de nuestras comunidades, cuyo futuro depende de su capacidad misionera. Es ese mismo Espíritu quien nos hace hijos de Dios y nos impulsa a volvernos hacia el Padre. Es ese mismo Espíritu quien hace nuevas todas las cosas. ¡El Espíritu nos hace vivir! Con Cristo, ya hemos resucitado. Desde el encierro donde estaban los Apóstoles, la Iglesia zarpa y arrastra en su estela a toda la humanidad salvada por la muerte y resurrección de Cristo.

A menudo escuchamos la pregunta:

“¿Qué has hecho con tu bautismo?” ¿Y si hoy me preguntara: ¿Qué he hecho con mi confirmación?
¿El Espíritu hace de mí un ser viviente?
¿El Espíritu habita mi oración?
¿Estoy apasionado por anunciar la Buena Nueva con mi vida y mis actos?

Benoît Gschwind, évêque de Pamiers




Primera lectura

Hch 2,1-11

Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.


AL cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».


Palabra de Dios.


Salmo

Sal 104(103),1ab y 24ac. 29bc-30.31 y 34 (R. cf. 30) 

R. Envía tu Espíritu, Señor,
y repuebla la faz de la tierra.

O bien:

R. Aleluya.

V. Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. 
R.

V. Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. 
R.

V. Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. 
R.


Segunda lectura

1Co 12, 3b-7.12-13

Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

HERMANOS:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.


Palabra de Dios.


O bien:

Rm 8,8-17
.

Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en ustedes; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Pero si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en ustedes.
Así pues, hermanos, somos deudores, pero no de la carne para vivir según la carne. Pues si viven según la carne, morirán; pero si con el Espíritu dan muerte a las obras del cuerpo, vivirán.
Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no han recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que han recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!».
Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él.

Palabra de Dios.


Secuencia (obligatoria).

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.


Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor. R.


Evangelio

Jn 20,19-23

Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo; reciban el Espíritu Santo

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a ustedes».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos».


Palabra del Señor.



O bien:

Jn 14, 15-16.23b-26.

El Espíritu Santo se lo enseñará todo

Lectura del santo Evangelio según san Juan

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me aman, guardarán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito, que esté siempre con ustedes.
El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Les he hablado de esto ahora que estoy a su lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien se lo enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho».


Palabra del Señor

 

1

Soplo y fuego!

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy celebramos con gozo la gran solemnidad de Pentecostés, el día en que el Espíritu Santo fue derramado sobre los Apóstoles y sobre toda la Iglesia naciente. Hoy celebramos el cumpleaños de la Iglesia, nacida no de la estrategia humana ni de la fuerza de los sabios, sino del Soplo de Dios, del fuego del Amor que transforma, envía, da sentido y vida.

La liturgia de este domingo nos presenta un contraste fascinante: los Apóstoles, que antes estaban encerrados por miedo, hoy salen a hablar con valentía. Aquellos hombres que no entendían bien lo que habían vivido con Jesús, hoy anuncian con poder lo que han visto, oído y tocado. ¿Qué ha pasado? La respuesta es simple y profunda: han recibido al Espíritu Santo.

1. El Espíritu, fuerza que transforma el miedo en misión

Dice el Evangelio que “al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos con las puertas cerradas por miedo” (Jn 20,19). Pero Jesús resucitado se presenta en medio de ellos, sopla sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Y ese soplo no es simbólico: es el nuevo aliento de la creación, el mismo que dio vida al primer hombre, ahora recreando a una humanidad nueva, reconciliada, enviada.

Allí comienza el gran milagro: hombres temerosos se convierten en apasionados anunciadores del Evangelio. El relato de los Hechos de los Apóstoles (2,1-11) describe este milagro de forma visual: un viento impetuoso, lenguas como de fuego, un lenguaje nuevo que todos entienden. No se trata solo de idiomas humanos: es el lenguaje del amor, del perdón, de la misericordia. El Espíritu no elimina las diferencias culturales ni las particularidades personales, pero sí las hace converger en la unidad de la fe y del amor.

2. El Espíritu nos hace cuerpo, comunidad, Iglesia viva

San Pablo, en la segunda lectura (1 Cor 12,3b-13), nos recuerda que todos hemos recibido el mismo Espíritu y que cada uno tiene dones diferentes “para el bien común”. ¡Qué maravilla! El Espíritu no uniforma, sino que armoniza. No nos hace clones, sino cuerpos distintos y miembros vivos de una sola Iglesia. En un tiempo donde el individualismo y la indiferencia nos separan, el Espíritu nos llama a reconocernos parte los unos de los otros.

Hoy, más que nunca, la Iglesia necesita cristianos apasionados, comunidades en salida, discípulos que no vivan una fe de costumbre sino una fe viva y misionera. Pentecostés no es solo un recuerdo, es una actualización: el Espíritu quiere soplar hoy en ti, en tu parroquia, en tu familia, en tu vida cotidiana.

3. ¿Qué hemos hecho de nuestra confirmación?

Hoy se nos plantea una pregunta profunda: “¿Qué hemos hecho con nuestra confirmación?” Esa unción que recibimos con el crisma, ese gesto en el que se nos dijo: “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”, ¿ha transformado nuestra vida? ¿Nos ha convertido en testigos de Cristo?

A menudo, como dice el texto, nos preguntamos qué hemos hecho con nuestro bautismo. Pero quizá olvidamos que la Confirmación es el Pentecostés personal de cada cristiano, el día en que recibimos la plenitud del Espíritu y fuimos enviados como misioneros al mundo. ¿Hemos dejado que ese fuego se avive, o se ha apagado bajo la ceniza de la rutina?

Hoy el Señor nos pregunta:

·        ¿El Espíritu habita mi oración, mi trabajo, mi forma de amar?

·        ¿Estoy permitiendo que mi vida crezca al soplo del Espíritu?

·        ¿Sigo eligiendo a Cristo como Maestro y Amigo?

4. Con el Espíritu, todo se renueva

El salmo 103 (104) lo canta con belleza: “Envías tu Espíritu, Señor, y renuevas la faz de la tierra”. Esa renovación no comienza afuera, sino dentro de ti, dentro de mí. Es el Espíritu quien nos enseña a orar, a discernir, a perdonar, a construir comunidad, a vivir como resucitados. El mismo Espíritu que descendió en Pentecostés sigue descendiendo hoy en la Eucaristía, en los sacramentos, en los corazones abiertos a la acción de Dios.

Queridos hermanos, el Espíritu no es solo un tema teológico. Es una Persona viva, es Amor en movimiento, es presencia activa en la Iglesia. Nos acompaña, nos consuela, nos impulsa, nos enseña a vivir como hijos del Padre. Como dijo el Papa Francisco: “El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia evangelizadora”.


Conclusión

Pentecostés es hoy. No es un recuerdo, es un hoy de gracia. Abramos las puertas de nuestro corazón. Dejemos que el Espíritu haga de nosotros apóstoles, testigos, misioneros. Que transforme nuestros miedos en confianza, nuestras rutinas en entusiasmo, nuestra fe en vida.

¡Ven, Espíritu Santo! Renueva nuestras comunidades.
Haznos fuego, haznos viento, haznos vida.
Haz de nosotros testigos del Resucitado.
Amén.



2


Ven a nosotros Espíritu Santo!

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

¡Feliz cumpleaños!


Hoy celebramos la venida del Espíritu Santo, el cumpleaños de la Iglesia, el día en que Dios nos selló con el fuego de su Amor para que fuéramos uno con Él y entre nosotros. Pentecostés no es un simple recuerdo. Es el hoy del Espíritu en nuestras vidas. Es el día en que el cielo tocó la tierra con el viento impetuoso del amor de Dios.

1. La Iglesia nace del Espíritu

Nos lo dice con fuerza el libro de los Hechos: “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso” (Hch 2,2). Los discípulos estaban encerrados, temerosos, en un cenáculo que parecía más una tumba que una sala de envío. Pero el Espíritu los transformó. De hombres tímidos pasaron a ser apóstoles ardientes, testigos valientes, profetas del Reino.

Y no solo eso. El Espíritu les hizo hablar en lenguas diversas, no solo idiomas humanos, sino el lenguaje universal del Evangelio: el lenguaje de la verdad, del amor, de la misericordia. La Iglesia, desde ese día, no ha dejado de anunciar a Cristo en todos los pueblos, culturas y generaciones.


2. Un solo Cuerpo, un solo Espíritu

San Pablo, en la segunda lectura, nos recuerda que somos un solo cuerpo, aunque con muchos miembros (1 Cor 12). Cada uno de nosotros tiene un lugar, un carisma, un don. El Espíritu nos une en la diversidad, no uniforma, pero sí armoniza. Todos tenemos un papel en la sinfonía de la Iglesia.

La Iglesia es una, santa, católica y apostólica.

·        Una, porque el Espíritu nos une en una sola fe y caridad.

·        Santa, porque Cristo nos ha redimido y el Espíritu nos santifica.

·        Católica, porque el anuncio de salvación es para todos.

·        Apostólica, porque está fundada sobre los Apóstoles y continúa a través de sus sucesores: obispos, sacerdotes y el Papa.

Y aunque esta Iglesia es santa en su cabeza y en su corazón, sabemos que ha sido herida muchas veces por los pecados de sus miembros. No negamos esto. Pero tampoco podemos negar su belleza: es la Esposa de Cristo, y tú y yo somos parte de ella.


3. ¿Qué has hecho con tu Confirmación?

En el texto que hemos leído, se nos hace una pregunta incisiva:
“¿Qué has hecho con tu confirmación?”

Muchos han olvidado ese día. Fue tal vez un rito de paso, un gesto simbólico. Pero en realidad fue tu Pentecostés personal. El mismo Espíritu que descendió sobre los Apóstoles, descendió sobre ti. Fuiste ungido, consagrado y enviado. ¿Y ahora?

·        ¿El Espíritu habita tu oración?

·        ¿Tu vida refleja el Evangelio que anuncias?

·        ¿Vives como miembro activo del Cuerpo de Cristo?

El Espíritu nos quiere vivos, ardientes, entregados. Nos invita a pasar de ser espectadores a ser discípulos misioneros, como nos pide el Papa Francisco. Es tiempo de despertar, de renovar nuestra fe, de pedir con fuerza: “¡Ven, Espíritu Santo!”


4. El Espíritu que transforma y envía

Jesús, en el Evangelio de hoy (Jn 20, 19-23), se presenta en medio de los suyos, sopla sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo”. Y con ese soplo les entrega una misión: perdonar, reconciliar, anunciar el Reino. El mismo Espíritu que nos consuela, nos compromete. No es un Espíritu de comodidad, sino de envío y servicio.

Hoy, este mismo Espíritu quiere:

·        Avivar tu fe adormecida

·        Renovar tu esperanza quebrada

·        Hacer de ti un instrumento de paz y verdad


5. ¿Cómo vivir Pentecostés hoy?

Aquí algunas claves prácticas:

1.    Ora cada día al Espíritu Santo, pídele sus dones: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

2.    Vive en comunión con la Iglesia, participando activamente en tu comunidad.

3.    Comparte el Evangelio con tus palabras y obras. Tu vida puede ser la única Biblia que muchos leerán.

4.    Reconcilia, construye puentes, sana heridas. Tú eres portador del perdón de Dios.

5.    Deja que el Espíritu guíe tus decisiones, tus relaciones, tu vocación.


Conclusión: Ven, Espíritu Santo

Queridos hermanos, el Espíritu que renovó la faz de la tierra quiere renovar tu corazón. Hoy, más que nunca, el mundo necesita testigos que hablen todos los idiomas del amor. Que abracen, consuelen, anuncien y transformen.

La Iglesia sigue viva porque el Espíritu la guía. Y tú, como miembro de ese cuerpo, tienes una misión: extender la invitación a pertenecer a la familia de Dios.
Recuerda: no estás solo. El Espíritu te acompaña, te fortalece, te santifica.


Oración final:

Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creados,
y renovarás la faz de la tierra.

Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos
con la luz del Espíritu Santo,
haznos dóciles a sus inspiraciones
para gustar siempre del bien
y gozar de su consuelo.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Jesús, en Ti confío. ¡Ven, Espíritu Santo!

 

3

«Ven, Espíritu Santo, llena los corazones…»


Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Hoy celebramos una de las fiestas más bellas y profundas del calendario cristiano: la Solemnidad de Pentecostés, el día en que la Iglesia nace al mundo impulsada por el Espíritu Santo. Después de cincuenta días de Pascua, el Resucitado cumple su promesa: envía desde el Padre el Espíritu que lo animó, el mismo Espíritu que hoy nos vivifica, consuela y envía en misión.

I. El Espíritu que desata, enciende y reúne

San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, nos habla de un viento impetuoso y de lenguas de fuego que descendieron sobre los discípulos reunidos en el cenáculo. No es un detalle literario: ese viento simboliza la fuerza creadora de Dios, la misma que al comienzo del Génesis aleteaba sobre las aguas; y ese fuego representa el amor ardiente que purifica y transforma.

El efecto es inmediato: los apóstoles se llenan de valor y comienzan a hablar en diferentes lenguas. El miedo desaparece. La Iglesia, nacida del costado abierto de Cristo, sale al encuentro del mundo. Ya no puede quedarse encerrada.

Y es que el Espíritu Santo nunca nos encierra, sino que nos impulsa a salir, a anunciar, a testimoniar. Como dijo el Papa Francisco: “Una Iglesia encerrada huele a encierro”. El Espíritu es aire puro, es misión, es apertura al otro, es creatividad pastoral.

II. Un Evangelio que todos pueden comprender

Lo más hermoso de Pentecostés es que cada uno comprende el mensaje en su propia lengua. Es decir, el Espíritu no uniforma, sino que valora la diversidad. La fe no borra nuestras culturas, sino que las eleva, las santifica. El mensaje de Jesús se hace comprensible a todos, desde su realidad concreta.

Hoy, también, necesitamos aprender a hablar el lenguaje de los demás: el lenguaje de los jóvenes, de los pobres, de los migrantes, de quienes no han conocido a Cristo. Y ese lenguaje solo se aprende desde el amor. Porque Dios es amor, y el Espíritu Santo es ese amor hecho persona.

III. Un solo Cuerpo con muchos miembros

La segunda lectura de san Pablo a los Corintios nos recuerda que hay diversidad de dones, pero un solo Espíritu. Todos los carismas, ministerios y servicios que existen en la Iglesia tienen un solo origen y un mismo fin: edificar el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

Somos distintos, y ¡bendita diversidad! No todos predican, no todos cantan, no todos enseñan… Pero todos somos necesarios, todos recibimos del Espíritu un don para el bien común. Y todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para formar un solo cuerpo, una sola familia de hijos de Dios.

IV. Jesús nos da su Espíritu para perdonar y dar paz

En el Evangelio de san Juan, Jesús resucitado se aparece en medio de sus discípulos, que están encerrados por miedo. Les muestra las manos y el costado, y les dice dos veces: «La paz esté con ustedes». Luego, sopla sobre ellos y les dice: «Reciban el Espíritu Santo».

Aquí el Espíritu aparece como aliento de vida nueva, como poder para perdonar los pecados y como fuerza para comunicar la paz. No es un Espíritu de condena ni de juicio, sino de reconciliación y de amor gratuito.

Esa misión de dar paz y perdonar es la esencia misma de la Iglesia: no estamos aquí para condenar al mundo, sino para sanarlo, levantarlo, salvarlo. Y solo el Espíritu puede hacernos ministros de esa paz, especialmente en un mundo herido por guerras, divisiones y violencia.


Conclusión: Déjate llenar, transforma tu vida

Queridos hermanos:
Pentecostés no es un recuerdo, sino una realidad actual. El Espíritu sigue soplando. Pero, ¿lo dejamos entrar? ¿Permitimos que incendie lo que está frío, que ablande lo que está endurecido, que enderece lo que está torcido?

Hoy es el día para pedir un nuevo Pentecostés. En tu vida personal, en tu familia, en tu parroquia, en nuestro país. Que el Espíritu de Dios nos libere del miedo, de la rutina, del egoísmo, y nos haga testigos de Jesucristo, sembradores de esperanza y constructores de comunión.

Recemos con las palabras de la secuencia:
«Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo... Lava lo que está manchado, riega lo que está seco, sana lo que está herido, dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está desviado.»


*************



Anécdotas introductorias para la homilía


1) “Bueno, Chippie ya no canta mucho…”

Ocurrió en Galveston, Texas. Una mujer estaba limpiando el fondo de la jaula de su loro Chippie con una aspiradora de tanque. No estaba usando ninguna boquilla en el tubo. Cuando sonó el teléfono, giró la cabeza para contestar mientras seguía aspirando la jaula y dijo “¡Hola!” al teléfono. En ese momento escuchó el horrible ruido de Chippie siendo succionado por la aspiradora.

De inmediato soltó el teléfono, abrió desesperadamente la bolsa de la aspiradora y encontró a Chippie allí dentro, aturdido, pero todavía vivo. Como el pájaro estaba cubierto de polvo y suciedad, lo agarró, corrió al baño, abrió el grifo y lo metió bajo el agua para limpiarlo. Al terminar, vio el secador de pelo sobre el lavabo, lo encendió y sostuvo a Chippie frente al chorro de aire caliente para secarlo.

Unas semanas después, un reportero del periódico que había publicado originalmente la historia fue a la casa para preguntar a la mujer: “¿Cómo está Chippie ahora?”. Ella respondió: “Simplemente se queda sentado y mirando”.

— El Evangelio de hoy nos dice que eso fue lo que les pasó a los apóstoles. Todos estaban traumatizados por el arresto y la crucifixión de su Maestro, y desconcertados por sus apariciones después de la Resurrección y su mandato de prepararse para la venida del Espíritu Santo.

Muchos de nosotros podemos identificarnos con Chippie y los apóstoles. La vida nos ha aspirado, nos ha arrojado agua fría y nos ha secado con ráfagas que nos han desorientado. En medio del trauma, hemos perdido nuestra canción. Por eso, también nosotros necesitamos la unción diaria del Espíritu Santo para seguir cantando cantos de testimonio cristiano a través del amor ágape.

📖 Fuente: biblestudyresources.com


2) El tesoro interior

Un viejo mendigo yacía en su lecho de muerte. Sus últimas palabras fueron para su joven hijo, que lo había acompañado fielmente en sus jornadas de limosna. “Querido hijo,” le dijo, “no tengo nada que darte, salvo una bolsa de algodón y un cuenco de bronce sucio que obtuve en mis años jóvenes en el depósito de chatarra de una dama rica.”

Tras la muerte de su padre, el niño continuó mendigando, usando el cuenco que su padre le había dejado. Un día, un comerciante de oro dejó caer una moneda en el cuenco y se sorprendió al escuchar un sonido familiar. “Déjame revisar tu cuenco”, dijo. Para su gran sorpresa, descubrió que el cuenco del mendigo estaba hecho de oro puro.

“Querido joven,” le dijo, “¿por qué pierdes el tiempo pidiendo limosna? ¡Eres un hombre rico! Ese cuenco tuyo vale al menos treinta mil dólares.”

— Nosotros los cristianos a menudo somos como ese niño mendigo que no supo reconocer el valor de su cuenco. No apreciamos el valor infinito del Espíritu Santo que vive dentro de cada uno de nosotros, compartiendo sus dones, frutos y carismas. En esta gran solemnidad, estamos invitados a experimentar y valorar la presencia transformadora, santificadora y fortalecedora del Espíritu Santo en nuestro interior. Es también un día para renovar las promesas hechas a Dios en nuestro Bautismo y Confirmación, para profesar nuestra fe y ponerla en práctica.


3) “Baja el balde… prueba y verás”

Hace más de un siglo, un gran barco de vela quedó varado frente a la costa de Sudamérica. Día tras día permaneció inmóvil sobre aguas quietas, sin un soplo de brisa. El capitán estaba desesperado; la tripulación moría de sed. Entonces, en el horizonte apareció un barco de vapor que se dirigía directamente hacia ellos.

Cuando se acercó, el capitán gritó: “¡Necesitamos agua! ¡Dénnos agua!” El barco de vapor respondió: “¡Bajen sus baldes donde están!” El capitán se enfureció por esa respuesta tan despreocupada y gritó de nuevo: “¡Por favor, dennos agua!” Pero el vapor respondió lo mismo: “¡Bajen sus baldes donde están!” Y con eso, se alejó.

El capitán, fuera de sí por la rabia y la desesperación, bajó a su camarote. Pero poco después, cuando nadie miraba, un marinero bajó un balde al mar y probó el agua: ¡era perfectamente dulce y fresca! Resultó que el barco estaba justo en la desembocadura del Amazonas. Durante todos esos días habían estado sentados sobre el agua dulce que tanto necesitaban.

— Lo que realmente estamos buscando ya está dentro de nosotros, esperando ser descubierto, esperando ser abrazado: el Espíritu Santo de Dios, que ha vivido en nosotros desde el momento de nuestro Bautismo. El Espíritu Santo nos está diciendo en este mismo momento desde lo profundo de nuestro corazón: “Baja tu balde donde estás. ¡Prueba y verás!”
¡Ven, Espíritu Santo! Llena nuestros corazones y enciéndelos con tu fuego. Amén.


4) La Torre de Babel: confusión; Pentecostés: unidad

En Babel, las personas usaron el lenguaje para promover una agenda humana (cf. Gn 11,3-4). Por eso, Dios confundió sus lenguas en muchos idiomas distintos (Gn 11,7), lo que trajo desunión (Gn 11,6-7). Allí, Dios dispersó a la familia humana por toda la tierra como castigo (Gn 11,9).

Pero en Pentecostés, el Espíritu Santo usó el lenguaje para anunciar las maravillas de Dios (Hch 2,14-41). Así, personas que hablaban muchas lenguas diferentes entendieron un único mensaje del Evangelio (Hch 2,5-11). El resultado fue la unidad (Hch 2,41).

Pentecostés fue el comienzo de la reunificación de la familia humana, ya que Dios envió a hombres y mujeres a reunir, en la Iglesia del Nuevo Pacto de Jesucristo, a personas redimidas de todos los rincones del mundo (cf. Hch 1,8; 2,37-41).

📖 Fuente: Rev. Michal E. Hunt & Called to Communion

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