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7 de junio del 2025: sábado de la séptima semana de Pascua

 "Vocación singular"

(Juan 21, 20-25) A orillas del mar de Tiberíades, el Resucitado provoca en Pedro una declaración de amor que hace eco de su triple negación. Al ver al discípulo a quien Jesús amaba caminando detrás de ellos, Pedro se pregunta sobre su destino.
¿Cuántas veces comparamos el camino de vida de los demás con el nuestro?
El Maestro vuelve a centrar a Pedro, y a través de él, a cada uno de nosotros, en el eje de nuestra vocación singular:
“Tú, sígueme.”

Bénédicte de la Croix, cistercienne



Primera lectura

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (28,16-20.30-31):

Cuando llegamos a Roma, le permitieron a Pablo vivir por su cuenta en una casa, con un soldado que lo vigilase.
Tres días después, convocó a los judíos principales; cuando se reunieron, les dijo: «Hermanos, estoy aquí preso sin haber hecho nada contra el pueblo ni las tradiciones de nuestros padres; en Jerusalén me entregaron a los romanos. Me interrogaron y querían ponerme en libertad, porque no encontraban nada que mereciera la muerte; pero, como los judíos se oponían, tuve que apelar al César; aunque no es que tenga intención de acusar a mi pueblo. Por este motivo he querido veros y hablar con vosotros; pues por la esperanza de Israel llevo encima estas cadenas.» Vivió allí dos años enteros a su propia costa, recibiendo a todos los que acudían, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos.

Palabra de Dios

 

 

Salmo

Sal 10,4.5.7

R/.
 Los buenos verán tu rostro, Señor

El Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres. R/.

El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (21,20-25):

En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»
Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y éste ¿qué?»
Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»
Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?» Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.

Palabra del Señor

 

***************


 1

"Una vocación singular en la comunión de los santos"



Queridos hermanos en el Señor:

Hoy la liturgia nos sitúa en el umbral de Pentecostés. La Pascua llega a su plenitud, y el Espíritu está por irrumpir con fuerza en la Iglesia naciente. Pero este sábado, antes del gran viento de fuego, la Palabra nos lleva a un susurro íntimo, a un diálogo personal, a un gesto maternal.

En el evangelio de Juan, Pedro y Jesús caminan juntos. La escena parece sencilla: un paseo junto al lago, unas palabras entre Maestro y discípulo. Pero, como tantas veces en el Evangelio, lo pequeño encierra un abismo de profundidad.


🔸 1. “¿Y ese… qué?”: la tentación de compararnos

Pedro acaba de confesar su amor a Jesús tres veces. Ha recibido la misión de pastorear. Está reintegrado, reconfigurado, confirmado en el amor. Sin embargo, al ver al discípulo amado que los sigue, pregunta: “Señor, ¿y él qué?”

Qué humana esta pregunta… ¿Y ese otro? ¿Qué va a hacer él? ¿Qué lugar ocupa? ¿Cómo será su historia?
La comparación es uno de los grandes ladrones de la paz interior. Cuántas veces miramos al otro para medirnos a nosotros mismos. Comparamos talentos, misiones, carismas, trayectorias. Pero Jesús no entra en ese juego. Con firmeza y ternura responde:
“¿A ti qué? Tú, sígueme.”


🔸 2. Una vocación única, un seguimiento personal

La respuesta de Jesús no es evasiva. Es liberadora. Cada uno de nosotros ha recibido una vocación singular. Como Pedro, como Juan, como María… Dios no repite modelos; crea caminos únicos.

Pedro será mártir. Juan vivirá más tiempo y será testigo desde la contemplación. María, en su humildad, será la madre silenciosa y perseverante.
Cada uno de ellos responde al mismo Señor, pero con una melodía distinta.

Aquí está el corazón del discipulado: seguir a Jesús, no comparándonos con otros, sino desde nuestra verdad interior. “Tú, sígueme.” Es un llamado permanente, no sólo de inicio. Cada día, cada etapa, cada dolor o alegría es una nueva ocasión para responder con fidelidad creativa.


🔸 3. Pablo en Roma: el Evangelio no se detiene (Hech 28,16-20.30-31)

En la primera lectura, san Pablo está en Roma, el centro del Imperio. Pero no llega como embajador de gala, sino como prisionero. Sin embargo, la Palabra de Dios no está encadenada. En su “casa alquilada”, Pablo predica con libertad y valentía.

¿No es esto también una vocación singular? Pablo evangeliza desde la prisión, desde la debilidad aparente. No espera condiciones ideales: aprovecha cada oportunidad, cada visita, cada conversación.

Como Pedro y Juan, como cada uno de nosotros, Pablo vive su seguimiento desde lo que tiene, no desde lo que le falta. En lugar de lamentarse por su encierro, convierte su situación en una cátedra apostólica.


🔸 4. El Señor ve al justo (Salmo 11/10): la mirada que sostiene

El salmo nos recuerda que “el Señor observa desde su templo… sus ojos examinan al hombre.” Es decir, Dios no es un espectador distante. Mira, conoce, comprende. Y esa mirada no es de juicio, sino de ternura.

Cuando nuestra vocación parece pequeña o silenciosa, cuando nadie más nos comprende o valora, la mirada de Dios nos sostiene. Es la misma que miró a María en su pequeñez, y la proclamó “bienaventurada”. Es la que hoy también nos mira y nos dice: “Sigue adelante, yo estoy contigo.”


🔸 5. María en sábado: la discípula fiel y silenciosa

En este día sábado, la memoria mariana ilumina todo el conjunto. María no compitió con nadie. No se preguntó: “¿y Pedro qué?”, “¿y Pablo qué?”, “¿por qué Juan es el amado?”. Ella simplemente dijo: “Hágase en mí”, y ese sí la acompañó toda la vida.

María nos enseña que la vocación no siempre es espectacular. A veces es silenciosa, oculta, perseverante. Pero es desde ahí donde se construye el Reino.

En Pentecostés, ella estará orando con los apóstoles. No hablará en lenguas, no predicará en las plazas. Pero su intercesión es llama encendida. Ella es madre de la vocación de cada uno.


🔸 Conclusión: Vocación singular, comunión universal

Queridos hermanos:

Dios nos llama a todos, pero no de la misma manera. Nuestra vocación es personal, pero no aislada. Somos miembros de un solo cuerpo, cada uno con su función.

·        Pedro pastorea.

·        Juan contempla.

·        Pablo predica desde la prisión.

·        María ora, ama, acompaña.

Hoy Jesús también te dice: “No mires tanto al otro. Tú, sígueme.”
Y cuando lo seguimos desde nuestra vocación singular, nos unimos misteriosamente a la gran comunión de los santos.

Pidamos hoy a la Virgen, estrella de la nueva evangelización, que nos ayude a permanecer fieles en nuestra vocación singular, y al Espíritu Santo que nos haga valientes anunciadores de la verdad y el amor de Cristo. ¡Amén!

 

2

 

Un Santo Asombro

 

"Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Hay también otras muchas cosas que hizo Jesús; si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran."
(Juan 21, 24–25)

Al concluir el tiempo pascual, se nos ofrece para la meditación el final del Evangelio según san Juan. Recordemos que este Evangelio ha sido una pieza central durante todo el tiempo de Pascua. Por tanto, si hemos estado leyendo diariamente el Evangelio de la Misa en oración, nos habremos sumergido profundamente en este texto sagrado.

El Evangelio de san Juan es muy distinto de los otros tres Evangelios sinópticos. Su lenguaje es místico y simbólico. Presenta los siete milagros como “signos” que revelan la divinidad de Jesús. Jesús es identificado como el “Yo Soy”, el Hijo del Padre, la Vid, el Pan de Vida, la Luz del mundo, el Verbo eterno, entre otros títulos. Juan ve la Crucifixión como la hora gloriosa en la que Jesús asume el trono de la Cruz para la salvación del mundo. Y su enseñanza sobre la Eucaristía es verdaderamente profunda.

Juan afirma que el propósito de su Evangelio es que "crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que creyendo tengan vida en su nombre" (Jn 20,31). Claramente, Juan amaba al Señor y lo comprendía, no sólo por la experiencia personal durante la vida terrena de Jesús, sino también por la profundidad de su oración en los años posteriores. Esta comprensión mística es comunicada de manera que el lector entra en la misma experiencia espiritual de Juan.

Al concluir su testimonio, Juan afirma algo digno de profunda reflexión: que Jesús hizo tantas cosas que, si se escribieran todas, el mundo no bastaría para contener los libros. Aun si tomáramos esta afirmación literalmente, nos dejaría en un santo asombro. Porque, en efecto, cada obra de Jesús en el alma humana, cada acto de redención, cada gracia, cada rescate del pecado y de la muerte, es indescriptible. Volúmenes enteros no bastarían. Su acción divina supera lo que nuestra mente puede abarcar.

Hoy, reflexionemos sobre este Evangelio y, al concluir la Pascua, quedémonos en el asombro contemplativo de todo lo que nuestro Señor ha hecho y sigue haciendo. Pensemos en cada movimiento de gracia en las almas a lo largo del tiempo y en la eternidad que pasaremos contemplando al Verbo hecho carne, el Mesías, el gran “Yo Soy”, el Hijo del Padre y todos los títulos que resumen su infinita majestad. San Juan lo entendió porque dedicó su vida a meditarlo en oración. Que nosotros también lo hagamos con un santo asombro.

Jesús, Mesías, eres verdaderamente incomprensible en tu belleza, gloria y santidad. Eres Dios de Dios, Luz de Luz. Eres el gran “Yo Soy”, y ningún libro en el mundo podría describir completamente tu grandeza. Llena mi mente y corazón con el don de una profunda visión espiritual, para que, como san Juan, sea atraído constantemente al santo asombro de Ti. Jesús, confío en Ti.


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