"Vocación singular"
(Juan 21, 20-25) A orillas del mar de Tiberíades, el Resucitado
provoca en Pedro una declaración de amor que hace eco de su triple negación. Al
ver al discípulo a quien Jesús amaba caminando detrás de ellos, Pedro se
pregunta sobre su destino.
¿Cuántas veces comparamos el camino de vida de los demás con el nuestro?
El Maestro vuelve a centrar a Pedro, y a través de él, a cada uno de nosotros,
en el eje de nuestra vocación singular:
“Tú, sígueme.”
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (28,16-20.30-31):
Cuando llegamos a Roma, le permitieron a Pablo vivir por su cuenta en una casa, con un soldado que lo vigilase.
Tres días después, convocó a los judíos principales; cuando se reunieron, les dijo: «Hermanos, estoy aquí preso sin haber hecho nada contra el pueblo ni las tradiciones de nuestros padres; en Jerusalén me entregaron a los romanos. Me interrogaron y querían ponerme en libertad, porque no encontraban nada que mereciera la muerte; pero, como los judíos se oponían, tuve que apelar al César; aunque no es que tenga intención de acusar a mi pueblo. Por este motivo he querido veros y hablar con vosotros; pues por la esperanza de Israel llevo encima estas cadenas.» Vivió allí dos años enteros a su propia costa, recibiendo a todos los que acudían, predicándoles el reino de Dios y enseñando lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 10,4.5.7
R/. Los buenos verán tu rostro, Señor
El Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres. R/.
El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.
Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan (21,20-25):
En aquel tiempo, Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?»
Al verlo, Pedro dice a Jesús: «Señor, y éste ¿qué?»
Jesús le contesta: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme.»
Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?» Éste es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que los libros no cabrían ni en todo el mundo.
Palabra del Señor
***************
1
"Una vocación singular en la comunión de
los santos"
Queridos
hermanos en el Señor:
Hoy la liturgia nos
sitúa en el umbral de Pentecostés. La Pascua llega a su plenitud, y el Espíritu
está por irrumpir con fuerza en la Iglesia naciente. Pero este sábado, antes
del gran viento de fuego, la Palabra nos lleva a un susurro íntimo, a un
diálogo personal, a un gesto maternal.
En el evangelio de
Juan, Pedro y Jesús caminan juntos. La escena parece sencilla: un paseo junto
al lago, unas palabras entre Maestro y discípulo. Pero, como tantas veces en el
Evangelio, lo pequeño encierra un abismo de profundidad.
🔸 1. “¿Y ese… qué?”: la tentación de
compararnos
Pedro acaba de confesar
su amor a Jesús tres veces. Ha recibido la misión de pastorear. Está
reintegrado, reconfigurado, confirmado en el amor. Sin embargo, al ver al
discípulo amado que los sigue, pregunta: “Señor, ¿y él qué?”
Qué humana esta
pregunta… ¿Y ese otro? ¿Qué va a hacer él? ¿Qué lugar ocupa? ¿Cómo será su
historia?
La comparación es uno de los grandes ladrones de la paz interior. Cuántas veces
miramos al otro para medirnos a nosotros mismos. Comparamos talentos, misiones,
carismas, trayectorias. Pero Jesús no entra en ese juego. Con firmeza y ternura
responde:
“¿A
ti qué? Tú, sígueme.”
🔸 2. Una vocación única, un seguimiento
personal
La respuesta de Jesús
no es evasiva. Es liberadora. Cada uno de nosotros ha recibido una vocación
singular. Como Pedro, como Juan, como María… Dios no repite modelos; crea
caminos únicos.
Pedro será mártir. Juan
vivirá más tiempo y será testigo desde la contemplación. María, en su humildad,
será la madre silenciosa y perseverante.
Cada uno de ellos responde al mismo Señor, pero con una melodía distinta.
Aquí está el corazón
del discipulado: seguir a Jesús, no comparándonos con otros, sino desde nuestra
verdad interior. “Tú, sígueme.” Es un llamado permanente, no
sólo de inicio. Cada día, cada etapa, cada dolor o alegría es una nueva ocasión
para responder con fidelidad creativa.
🔸 3. Pablo en Roma: el Evangelio no se
detiene (Hech 28,16-20.30-31)
En la primera lectura,
san Pablo está en Roma, el centro del Imperio. Pero no llega como embajador de
gala, sino como prisionero. Sin embargo, la Palabra de Dios no está encadenada.
En su “casa alquilada”, Pablo predica con libertad y valentía.
¿No es esto también una
vocación singular? Pablo evangeliza desde la prisión, desde la debilidad
aparente. No espera condiciones ideales: aprovecha cada oportunidad, cada
visita, cada conversación.
Como Pedro y Juan, como
cada uno de nosotros, Pablo vive su seguimiento desde lo que tiene, no desde lo
que le falta. En lugar de lamentarse por su encierro, convierte su situación en
una cátedra apostólica.
🔸 4. El Señor ve al justo (Salmo 11/10):
la mirada que sostiene
El salmo nos recuerda
que “el
Señor observa desde su templo… sus ojos examinan al hombre.” Es
decir, Dios no es un espectador distante. Mira, conoce, comprende. Y esa mirada
no es de juicio, sino de ternura.
Cuando nuestra vocación
parece pequeña o silenciosa, cuando nadie más nos comprende o valora, la mirada
de Dios nos sostiene. Es la misma que miró a María en su pequeñez, y la
proclamó “bienaventurada”. Es la que hoy también nos mira y nos dice: “Sigue
adelante, yo estoy contigo.”
🔸 5. María en sábado: la discípula fiel y
silenciosa
En este día sábado, la
memoria mariana ilumina todo el conjunto. María no compitió con nadie. No se
preguntó: “¿y Pedro qué?”, “¿y Pablo qué?”, “¿por qué Juan es el amado?”. Ella
simplemente dijo: “Hágase en mí”, y ese sí la acompañó toda
la vida.
María nos enseña que la
vocación no siempre es espectacular. A veces es silenciosa, oculta, perseverante.
Pero es desde ahí donde se construye el Reino.
En Pentecostés, ella
estará orando con los apóstoles. No hablará en lenguas, no predicará en las
plazas. Pero su intercesión es llama encendida. Ella es madre de la vocación de
cada uno.
🔸 Conclusión: Vocación singular, comunión
universal
Queridos hermanos:
Dios nos llama a todos,
pero no de la misma manera. Nuestra vocación es personal, pero no aislada.
Somos miembros de un solo cuerpo, cada uno con su función.
·
Pedro pastorea.
·
Juan contempla.
·
Pablo predica desde la
prisión.
·
María ora, ama, acompaña.
Hoy Jesús también te
dice: “No
mires tanto al otro. Tú, sígueme.”
Y cuando lo seguimos desde nuestra vocación singular, nos unimos
misteriosamente a la gran comunión de los santos.
Pidamos hoy a la Virgen,
estrella de la nueva evangelización, que nos ayude a permanecer fieles en
nuestra vocación singular, y al Espíritu Santo que nos haga valientes
anunciadores de la verdad y el amor de Cristo. ¡Amén!
2
Un Santo Asombro
"Este
es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito, y nosotros
sabemos que su testimonio es verdadero. Hay también otras muchas cosas que hizo
Jesús; si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para
contener los libros que se escribieran."
(Juan 21, 24–25)
Al concluir el tiempo
pascual, se nos ofrece para la meditación el final del Evangelio según san
Juan. Recordemos que este Evangelio ha sido una pieza central durante todo el
tiempo de Pascua. Por tanto, si hemos estado leyendo diariamente el Evangelio
de la Misa en oración, nos habremos sumergido profundamente en este texto
sagrado.
El Evangelio de san
Juan es muy distinto de los otros tres Evangelios sinópticos. Su lenguaje es
místico y simbólico. Presenta los siete milagros como “signos” que revelan la
divinidad de Jesús. Jesús es identificado como el “Yo Soy”, el Hijo del Padre,
la Vid, el Pan de Vida, la Luz del mundo, el Verbo eterno, entre otros títulos.
Juan ve la Crucifixión como la hora gloriosa en la que Jesús asume el trono de
la Cruz para la salvación del mundo. Y su enseñanza sobre la Eucaristía es
verdaderamente profunda.
Juan afirma que el
propósito de su Evangelio es que "crean que Jesús es el Mesías, el
Hijo de Dios, y que creyendo tengan vida en su nombre" (Jn
20,31). Claramente, Juan amaba al Señor y lo comprendía, no sólo por la
experiencia personal durante la vida terrena de Jesús, sino también por la
profundidad de su oración en los años posteriores. Esta comprensión mística es
comunicada de manera que el lector entra en la misma experiencia espiritual de
Juan.
Al concluir su
testimonio, Juan afirma algo digno de profunda reflexión: que Jesús hizo tantas
cosas que, si se escribieran todas, el mundo no bastaría para contener los
libros. Aun si tomáramos esta afirmación literalmente, nos dejaría en un santo
asombro. Porque, en efecto, cada obra de Jesús en el alma humana, cada acto de
redención, cada gracia, cada rescate del pecado y de la muerte, es
indescriptible. Volúmenes enteros no bastarían. Su acción divina supera lo que
nuestra mente puede abarcar.
Hoy, reflexionemos
sobre este Evangelio y, al concluir la Pascua, quedémonos en el asombro
contemplativo de todo lo que nuestro Señor ha hecho y sigue haciendo. Pensemos
en cada movimiento de gracia en las almas a lo largo del tiempo y en la
eternidad que pasaremos contemplando al Verbo hecho carne, el Mesías, el gran
“Yo Soy”, el Hijo del Padre y todos los títulos que resumen su infinita
majestad. San Juan lo entendió porque dedicó su vida a meditarlo en oración.
Que nosotros también lo hagamos con un santo asombro.
Jesús, Mesías, eres verdaderamente
incomprensible en tu belleza, gloria y santidad. Eres Dios de Dios, Luz de Luz.
Eres el gran “Yo Soy”, y ningún libro en el mundo podría describir
completamente tu grandeza. Llena mi mente y corazón con el don de una profunda
visión espiritual, para que, como san Juan, sea atraído constantemente al santo
asombro de Ti. Jesús, confío en Ti.
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