La separación no es ausencia
Por la ofrenda de su vida, Jesús ha cumplido la
misión recibida del Padre: reunir en la unidad a los hijos de Dios que
estaban dispersos. Mientras regresa al Padre, los discípulos son llamados a
vivir la separación de su Maestro y Señor, fortalecidos por una promesa:
recibirán la fuerza del Espíritu Santo para ser “testigos en Jerusalén, en
toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”.
Los discípulos nos enseñan a vivir el día a día más
ordinario con una mirada capaz de discernir lo extraordinario de la
presencia del Señor: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin
del mundo”.
El Evangelio lo confirma: los discípulos
regresan a Jerusalén llenos de gran alegría. Esta alegría, este consuelo recibido
en el corazón mismo de la prueba de la separación, es un don del propio
Señor. La alegría y la alabanza fortalecen a quienes continúan afirmando su
esperanza sin desfallecer.
En el corazón del Año Jubilar, abramos el
oído al llamado del Señor. Él nos invita a anclarnos en la espera de la
realización de su promesa. Así, revestidos de la fuerza del Espíritu,
actuaremos, cada uno y cada una, como testigos en nuestra vida cotidiana, allí
donde estemos y hasta los confines de la tierra.
El Papa Francisco solía interpelar a los creyentes:
“¡No se dejen robar la esperanza! ¡No se dejen robar la alegría de la
evangelización!”
¿Cómo vivir cotidianamente la alegría de esperar el
don del Espíritu prometido por el Señor?
¿Tengo el deseo de ayudar a otros a abrirse a la acogida de la promesa del
Señor, a la alegría del Evangelio?
MÁS
ARRIBA ESTÁ EL CIELO
Los discípulos sabían bien que aquella despedida era para siempre .
A Jesús no lo volverían a ver con los ojos de la carne, por eso en sus corazones
brotan sentimientos de tristeza y de nostalgia. Sin embargo también viene a su
mente la promesa: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo".
¿Cristo se va pero se queda? ¿Cómo entendieron ellos esta paradoja?
Hermanos y hermanas: ¿Cómo la entendemos hoy nosotros al
celebrar la fiesta litúrgica de la Ascensión del Señor a los cielos? Sin duda
alguna, para ellos y para nosotros es una declaración de fe en
su divinidad, en su victoria sobre la muerte y en su gloriosa resurrección.
1. Dice el Evangelio que mientras Jesús se despedía " se
separó de ellos, los bendijo y subió al cielo". El
gran poeta español Fray Luis de León interpreta los sentimientos de los
discípulos con aquellos versos: "¿Y deja, pastor santo, tu grey en este
valle hondo, oscuro, con soledad y llanto, y tú, rompiendo el puro aire, te vas
al inmortal seguro?" ¡Señor, te vas, pero contigo vamos también nosotros!
El Señor no nos abandona sino que siembra en nuestros corazones
la esperanza. "Sabemos que ya poseemos el paraíso, nos dice San León
Magno, porque hemos entrado con Cristo hasta las alturas del cielo". Es
decir, "algo de nosotros" está ya en el cielo.
2. Un día tú llegarás al cielo. No es un regalo que recibirás
sin mérito, sino el premio de tu vida santa. El pensamiento del cielo no te
dispensa de los compromisos de la tierra; al contrario, es un estímulo para
hacer algo por el mundo y por la Iglesia. Este es el sentido del mandato final
de Cristo en esta despedida: Nos envía al mundo entero para que
prediquemos la buena noticia y celebremos los sacramentos .
3. Los santos padres llamaban a la ascensión "la esperanza
del cuerpo", porque en este evento cristiano se encuentra la garantía del triunfo
de la vida sobre la muerte. La existencia del hombre no es
sólo un camino hacia adelante, entendido como un progreso económico o
científico, sino sobre todo un camino hacia lo alto, hacia la plena realización
humana. Por eso debemos comprometernos a buscar los bienes del cielo, como nos
exhorta San Pablo "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de
arriba," ( Colosenses 3, 1-2).
Buscar "las cosas de
arriba " es buscar a Dios; es buscar a Cristo; es permitir
que Él llene todos los horizontes de nuestra existencia. Todo adquirió así su
verdadero valor, su auténtico puesto.
Es verdad que Cristo se ha ido al cielo, pero entonces ¿Cómo ha
querido quedarse entre nosotros a lo largo de los siglos? De tres maneras
concretas: A través de nuestro testimonio de vida, a través de nuestro amor al
prójimo, y sobre todo, a través de la Eucaristía.
PRIMERA LECTURA
Homilía para la Solemnidad de la
Ascensión del Señor – Ciclo C
Año Jubilar 2025 – “Peregrinos de la esperanza”
Queridos hermanos:
Celebramos hoy la Ascensión del Señor, ese
momento en que Jesús, habiendo cumplido su misión en la tierra, regresa al
Padre. Podría parecer, a simple vista, un relato de despedida. Pero a la
luz de las Escrituras, descubrimos que la separación no significa ausencia,
sino una presencia transformada.
1. La Ascensión no es el fin,
sino un nuevo comienzo
En la primera lectura de los Hechos de los
Apóstoles, vemos a Jesús confiando a sus discípulos la misión de ser sus
testigos “hasta los confines de la tierra”, pero no sin antes prometerles la
fuerza del Espíritu Santo. Es decir, Jesús no los abandona. Sencillamente, cambia
de modo de estar presente: ya no de forma visible, sino de forma interior,
en cada corazón que cree.
En efecto, la separación no es la ausencia.
A través de su Pascua, Jesús ha reunido a los hijos dispersos de Dios y ahora,
al ascender al cielo, los llama a una esperanza activa, a una fe que
camina. Como dice San Pablo en la carta a los Efesios, “ilumine los
ojos de su corazón”, para que conozcan la esperanza a la que han sido
llamados y la grandeza de la fuerza de Dios en quienes creen.
2. Alegría en medio de la
separación
El Evangelio de san Lucas nos muestra un
detalle sorprendente: los discípulos, después de la Ascensión, vuelven a
Jerusalén con gran alegría. ¿Cómo es posible alegrarse cuando el Maestro ya
no está visiblemente con ellos?
La respuesta está en la fe: la alegría y la
alabanza que brotan no son fruto de la ausencia, sino del cumplimiento de la
promesa. Cristo les ha dado sentido, dirección, misión. Ellos ya no viven
del pasado, sino del futuro prometido, “revestidos con la fuerza de lo alto”,
la promesa del Espíritu Santo.
3. ¿Cómo vivir hoy esta alegría
en nuestro día a día?
Permítanme compartirles una reflexión tomada del
contexto del Año Jubilar:
“La separación no es la ausencia. Por la ofrenda de
su vida, Jesús ha cumplido la misión del Padre: reunir en la unidad a los hijos
de Dios dispersos. Mientras regresa al Padre, los discípulos son llamados a
vivir la separación de su Maestro fortalecidos por una promesa: recibirán la
fuerza del Espíritu para ser testigos… La alegría y la alabanza fortalecen a
quienes, sin flaquear, siguen afirmando su esperanza. En medio del Año Jubilar,
abramos el oído al Señor. Él nos invita a anclarnos en la esperanza de su
promesa. Revestidos con la fuerza del Espíritu, seremos testigos allí donde
estemos y hasta los confines de la tierra”.
4. Pistas para vivir la Ascensión
hoy:
- Agradecer
la presencia invisible pero real del Señor, que camina con nosotros
cada día, especialmente en la Eucaristía.
- Vivir
la alegría del Evangelio, aún en medio de dificultades, sabiendo que
todo tiene sentido cuando se vive en misión.
- Invocar
al Espíritu Santo cada día, como los discípulos en el Cenáculo, para que
nos transforme en testigos alegres y valientes.
- No
dejarnos robar la esperanza ni la alegría, como decía el Papa
Francisco. En medio de un mundo dividido, hostil o indiferente, estamos
llamados a ser peregrinos de la esperanza, con el alma abierta y el
corazón encendido.
Conclusión: La Ascensión como
impulso misionero
Hermanos, la Ascensión no marca una despedida,
sino una profundización del misterio. Jesús no se ha ido; ha entrado en la
plenitud de su gloria para estar más cerca que nunca, acompañándonos desde
dentro, en la fuerza del Espíritu.
Así como los discípulos regresaron alegres a
Jerusalén, nosotros también volvamos a nuestro mundo con alegría, listos
para evangelizar, para servir, para vivir la vida con sentido, porque sabemos
que Cristo está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt
28,20).
Amén.
2
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Hoy la Iglesia celebra la Ascensión del Señor. A
primera vista, podría parecer el final de un capítulo, como una despedida que
deja tristeza. Pero en realidad, esta fiesta es una declaración de fe y
esperanza, una proclamación de que Cristo resucitado ha sido glorificado, y
desde lo alto nos acompaña con poder, amor y misericordia.
Y para acercarnos a este misterio de manera más
cercana, quiero contarles una historia:
“El Dr. Carpenter está arriba”
En las Montañas Blue Ridge, vivía una familia
sencilla y pobre con ese apellido: Carpenter. Su hijo mayor, un joven curioso y
amante de la naturaleza, viajó por primera vez a la ciudad con su padre. Quedó
maravillado con lo que vio: calles iluminadas, edificios altos, vida agitada.
Gracias a unos benefactores, estudió medicina y se graduó con honores. Pero, a
diferencia de muchos, él no quiso quedarse en la ciudad. Volvió a sus montañas,
donde casi no había médicos. Atendió a todos, sin importar si podían pagar. En
su vejez vivía en la parte superior del supermercado del pueblo, en dos
habitaciones que eran su hogar y su consultorio. En la entrada había un cartel
sencillo: “El Dr. Carpenter está arriba.”
Un día lo encontraron fallecido. La comunidad,
conmovida por su vida de servicio, decidió no poner una gran estatua en su
honor, sino una lápida con la misma frase: “El Dr. Carpenter está arriba.”
Y así como ese pueblo decía con fe y gratitud que
su médico estaba “arriba”, nosotros hoy proclamamos con gozo que Jesús, el
Médico divino, también “está arriba”. La Ascensión no es ausencia. Es
presencia gloriosa. Jesús no se ha ido para dejarnos solos. Al contrario,
ha subido al cielo para estar más cerca de todos, para reinar sobre la
historia y para prepararnos un lugar junto a Él.
I. Un adiós lleno de bendición
El Evangelio de Lucas (24,46-53) nos muestra que
Jesús se despide de sus discípulos bendiciéndolos. No se va en silencio,
ni dejando tristeza, sino infundiéndoles fuerza. Bendecir significa
"decir bien", "hablar bien de alguien", "invocar el
bien". Jesús los deja con una palabra buena, con una promesa grande: recibirán
la fuerza de lo alto. Y así, la tristeza se convierte en adoración y
alegría. Dice el texto que los discípulos “se volvieron a Jerusalén con gran
alegría”.
Es curioso, ¿no? Después de una despedida solemne,
¡ellos están alegres! ¿Por qué? Porque comprenden que Jesús no los abandona,
sino que ahora vive y reina desde lo alto.
II. Testigos de lo alto... en la
tierra
La primera lectura (Hechos 1,1-11) narra la misma
escena desde otra perspectiva. Mientras los discípulos miraban al cielo, dos
hombres vestidos de blanco les dicen: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo?”.
Es como si les dijeran: no se queden paralizados, no se queden añorando
el pasado. ¡Hay una misión que continuar! Jesús volverá, pero ahora toca a
ustedes ser sus testigos.
Y eso mismo nos dice hoy la Palabra a nosotros: no
basta mirar al cielo, hay que actuar en la tierra. Si Cristo está “arriba”,
entonces nosotros, sus discípulos, debemos ensanchar la tierra con su amor,
extender el Reino aquí, curar heridas, sembrar esperanza, llevar consuelo, como
lo hizo el Dr. Carpenter en su pequeña comunidad.
III. El poder de su trono
San Pablo, en la segunda lectura (Efesios 1,17-23),
nos recuerda que Cristo resucitado ha sido constituido Señor de todo. Está
sentado a la derecha del Padre, y ha recibido un nombre por encima de
todo nombre. Desde allí, intercede por nosotros, nos fortalece y guía
su Iglesia. ¡Qué consuelo saber que tenemos un Salvador vivo, presente y
activo! No estamos huérfanos, hermanos. Nuestra fe tiene sentido,
nuestra esperanza tiene fundamento, porque Jesús reina.
Queridos hermanos: hoy, como aquella gente del
pueblo, sabemos que nuestro Médico divino está arriba. Y cada vez que
oramos, cada vez que participamos en la Eucaristía, cada vez que perdonamos o
ayudamos al prójimo, estamos subiendo espiritualmente a su consulta.
No tengamos miedo de mirar al cielo. Pero no nos
quedemos ahí.
Que nuestra mirada hacia lo alto nos impulse a servir aquí abajo.
Y que la Ascensión del Señor nos recuerde que el cielo no es un sueño lejano,
sino la promesa real de quien nos amó hasta el extremo.
Así que hoy, al terminar esta celebración, volvamos
a nuestras casas con la certeza grabada en el corazón:
“El Doctor Jesús está arriba”.
Y desde allí, sigue atendiendo a todos los que lo buscan.
Amén.
“Ustedes son testigos de esto” (Lc 24,48)
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos hoy una fiesta luminosa que marca un
punto de inflexión en la historia de la salvación: Jesús asciende al Cielo,
y con ello no se retira, sino que inicia una nueva etapa de su
presencia en medio de nosotros.
San Lucas nos cuenta que, antes de partir, Jesús
bendice a sus discípulos, y les deja una misión clara:
“Serán
mis testigos, comenzando en Jerusalén, hasta los confines de la tierra”.
Y les promete:
“Yo enviaré sobre ustedes la promesa de mi Padre. Permanezcan en la ciudad
hasta que sean revestidos con el poder de lo alto”.
1. La misión continúa… y ahora es
nuestra
La Ascensión no es un “adiós”, sino un “ahora les
toca a ustedes”.
Jesús nos ha salvado, ha vencido la muerte y ha resucitado. Pero quiere que
esa buena noticia llegue a todas las familias, a todos los corazones, a cada
rincón del mundo.
Para ello, nos envía a ti y a mí.
Y aquí, en este tiempo de gracia que estamos
viviendo con el Año Jubilar 2025, con el lema “Peregrinos de la
Esperanza”, esta llamada resuena con más fuerza:
¿Qué significa ser testigos hoy de la Resurrección?
¿Cómo vivir nuestra vocación cristiana en medio de tantas oscuridades del
mundo?
2. La familia: primer lugar de la
misión
Este domingo, providencialmente, celebramos también
la Clausura del Jubileo de las Familias, dentro de este Año Santo.
Y no podemos olvidar que fue en una familia —la Sagrada Familia de
Nazaret— donde Jesús aprendió a orar, a trabajar, a amar y a obedecer.
Hoy más que nunca nuestras familias están llamadas
a ser testigos del Evangelio.
Allí se aprende a perdonar, a compartir, a caminar
juntos.
Allí se siembra la fe. Allí se descubre la vocación.
Allí —como decía el Papa Francisco— se respira el Evangelio con el aire del
hogar.
Por eso, al mirar a Jesús ascender al Cielo, también
elevamos la mirada por nuestras familias, pidiendo que el Espíritu Santo
las renueve, las fortalezca y las haga verdaderas “Iglesias domésticas”.
3. La Virgen María: esperanza de
la Iglesia en camino
Y junto a los discípulos, ¿quién está también
presente en la espera del Espíritu Santo?
La Virgen María.
Ella, que vivió el misterio pascual en su carne
y en su alma, es también testigo de la misión de su Hijo.
En este mes de junio, la seguimos contemplando como modelo de fe, de
oración, de esperanza y de fortaleza misionera.
María no ascendió al Cielo por sí sola: fue asunta
por la gracia, pero antes se quedó con los discípulos, animando,
esperando, intercediendo.
Hoy también se queda contigo, con tu familia, con esta Iglesia que peregrina en
la esperanza.
4. Ser testigos con poder desde
lo alto
Jesús lo dijo claramente:
“Permanezcan… hasta que sean revestidos con el
poder de lo alto.”
No nos envía solos. Nos promete al Espíritu Santo.
Nos da sus dones: sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, fortaleza, piedad
y temor de Dios.
Y nos pide que no tengamos miedo de
anunciarlo.
A veces el anuncio del Evangelio nos parece
difícil, incluso imposible.
Nos asusta perdonar, dar testimonio, amar a los enemigos, vivir con coherencia.
Pero el Espíritu viene a darnos ese poder, esa fuerza, esa alegría
misionera.
Conclusión: mirada al Cielo, pies
en la tierra
Queridos hermanos y hermanas:
Que esta
solemnidad nos impulse a levantar la mirada.
No para quedarnos “mirando al cielo”, como reprochan los ángeles en la primera
lectura,
sino para tener los pies en la tierra y el corazón en el Cielo, como
verdaderos testigos del Resucitado.
En este Año
Santo, y especialmente en esta Clausura del Jubileo de las Familias,
comprometámonos a ser hogares donde se celebre la fe, donde se viva la
esperanza, donde el amor sea escuela de perdón.
Y
hagámoslo de la mano de María, la Madre que acompaña a sus hijos y que
nos dice una vez más:
“Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5).
Oración final
Señor
Jesús,
al subir al Cielo, no te alejaste de nosotros, sino que abriste el camino para
que también nosotros participemos de tu gloria.
Te pedimos hoy, en este Año Jubilar,
que nuestras familias sean verdaderas Iglesias domésticas,
y que, con el auxilio de tu Madre, la Virgen María,
seamos revestidos con el poder del Espíritu Santo
para continuar tu misión con esperanza y valentía.
Amén.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por visitar mi blog, Deje sus comentarios que si son hechos con respeto y seriedad, contestaré con mucho gusto. Gracias. Bendiciones