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1 de junio del 2025: Solemnidad de la Ascensión del Señor- Ciclo C


La separación no es ausencia

Por la ofrenda de su vida, Jesús ha cumplido la misión recibida del Padre: reunir en la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. Mientras regresa al Padre, los discípulos son llamados a vivir la separación de su Maestro y Señor, fortalecidos por una promesa: recibirán la fuerza del Espíritu Santo para ser “testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”.

Los discípulos nos enseñan a vivir el día a día más ordinario con una mirada capaz de discernir lo extraordinario de la presencia del Señor: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

El Evangelio lo confirma: los discípulos regresan a Jerusalén llenos de gran alegría. Esta alegría, este consuelo recibido en el corazón mismo de la prueba de la separación, es un don del propio Señor. La alegría y la alabanza fortalecen a quienes continúan afirmando su esperanza sin desfallecer.

En el corazón del Año Jubilar, abramos el oído al llamado del Señor. Él nos invita a anclarnos en la espera de la realización de su promesa. Así, revestidos de la fuerza del Espíritu, actuaremos, cada uno y cada una, como testigos en nuestra vida cotidiana, allí donde estemos y hasta los confines de la tierra.

El Papa Francisco solía interpelar a los creyentes:
“¡No se dejen robar la esperanza! ¡No se dejen robar la alegría de la evangelización!”


¿Cómo vivir cotidianamente la alegría de esperar el don del Espíritu prometido por el Señor?


¿Tengo el deseo de ayudar a otros a abrirse a la acogida de la promesa del Señor, a la alegría del Evangelio?



MÁS ARRIBA ESTÁ EL CIELO                                                       

Los discípulos sabían bien que aquella despedida era para siempre . A Jesús no lo volverían a ver con los ojos de la carne, por eso en sus corazones brotan sentimientos de tristeza y de nostalgia. Sin embargo también viene a su mente la promesa: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo". ¿Cristo se va pero se queda? ¿Cómo entendieron ellos esta paradoja?

Hermanos y hermanas: ¿Cómo la entendemos hoy nosotros al celebrar la fiesta litúrgica de la Ascensión del Señor a los cielos? Sin duda alguna, para ellos y para nosotros es una declaración de fe en su divinidad, en su victoria sobre la muerte y en su gloriosa resurrección.

1. Dice el Evangelio que mientras Jesús se despedía " se separó de ellos, los bendijo y subió al cielo". El gran poeta español Fray Luis de León interpreta los sentimientos de los discípulos con aquellos versos: "¿Y deja, pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, con soledad y llanto, y tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?" ¡Señor, te vas, pero contigo vamos también nosotros!

El Señor no nos abandona sino que siembra en nuestros corazones la esperanza. "Sabemos que ya poseemos el paraíso, nos dice San León Magno, porque hemos entrado con Cristo hasta las alturas del cielo". Es decir, "algo de nosotros" está ya en el cielo.

2. Un día tú llegarás al cielo. No es un regalo que recibirás sin mérito, sino el premio de tu vida santa. El pensamiento del cielo no te dispensa de los compromisos de la tierra; al contrario, es un estímulo para hacer algo por el mundo y por la Iglesia. Este es el sentido del mandato final de Cristo en esta despedida: Nos envía al mundo entero para que prediquemos la buena noticia y celebremos los sacramentos .

3. Los santos padres llamaban a la ascensión "la esperanza del cuerpo", porque en este evento cristiano se encuentra la garantía del triunfo de la vida sobre la muerte. La existencia del hombre no es sólo un camino hacia adelante, entendido como un progreso económico o científico, sino sobre todo un camino hacia lo alto, hacia la plena realización humana. Por eso debemos comprometernos a buscar los bienes del cielo, como nos exhorta San Pablo "Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba," ( Colosenses 3, 1-2).

Buscar "las cosas de arriba " es buscar a Dios; es buscar a Cristo; es permitir que Él llene todos los horizontes de nuestra existencia. Todo adquirió así su verdadero valor, su auténtico puesto.

Es verdad que Cristo se ha ido al cielo, pero entonces ¿Cómo ha querido quedarse entre nosotros a lo largo de los siglos? De tres maneras concretas: A través de nuestro testimonio de vida, a través de nuestro amor al prójimo, y sobre todo, a través de la Eucaristía.



PRIMERA LECTURA

LECTURA DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES 1, 1-11

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndose durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.
Una vez que comían juntos les recomendó:
-- No es alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua; dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.
Ellos le rodearon preguntándole:
-- ¿Señor, es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?
Jesús contestó:
-- No es toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.
Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban atentos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron:
-- Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.
Palabra de Dios



SEGUNDA LECTURA
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 1, 17-23

Hermanos:
Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la Gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cual es la esperanza a la que os llama, cuál es la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cual es la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuera y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en el mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia; como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud de lo que acaba todo en todos.
Palabra de Dios




SALMO RESPONSORIAL
SALMO 46

R.- DIOS ASCIENDE ENTRE ACLAMACIONES, EL SEÑOR, AL SON DE TROMPETAS.

Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra. R.-

Dios asciende entre aclamaciones,
el Señor al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocadR.-

Porque Dios es el Rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones;
Dios se sienta en su trono sagrado. R.-



ALELUYA Mt. 28, 19-20

Id y haced discípulos de todos los pueblos, dice el Señor. Y sabed que yo con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.



EVANGELIO

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 24, 46-53

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-- Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.
Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo) Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Palabra del Señor



 

 1


Homilía para la Solemnidad de la Ascensión del Señor – Ciclo C

Año Jubilar 2025 – “Peregrinos de la esperanza”

Queridos hermanos:

Celebramos hoy la Ascensión del Señor, ese momento en que Jesús, habiendo cumplido su misión en la tierra, regresa al Padre. Podría parecer, a simple vista, un relato de despedida. Pero a la luz de las Escrituras, descubrimos que la separación no significa ausencia, sino una presencia transformada.

1. La Ascensión no es el fin, sino un nuevo comienzo

En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, vemos a Jesús confiando a sus discípulos la misión de ser sus testigos “hasta los confines de la tierra”, pero no sin antes prometerles la fuerza del Espíritu Santo. Es decir, Jesús no los abandona. Sencillamente, cambia de modo de estar presente: ya no de forma visible, sino de forma interior, en cada corazón que cree.

En efecto, la separación no es la ausencia. A través de su Pascua, Jesús ha reunido a los hijos dispersos de Dios y ahora, al ascender al cielo, los llama a una esperanza activa, a una fe que camina. Como dice San Pablo en la carta a los Efesios, “ilumine los ojos de su corazón”, para que conozcan la esperanza a la que han sido llamados y la grandeza de la fuerza de Dios en quienes creen.


2. Alegría en medio de la separación

El Evangelio de san Lucas nos muestra un detalle sorprendente: los discípulos, después de la Ascensión, vuelven a Jerusalén con gran alegría. ¿Cómo es posible alegrarse cuando el Maestro ya no está visiblemente con ellos?

La respuesta está en la fe: la alegría y la alabanza que brotan no son fruto de la ausencia, sino del cumplimiento de la promesa. Cristo les ha dado sentido, dirección, misión. Ellos ya no viven del pasado, sino del futuro prometido, “revestidos con la fuerza de lo alto”, la promesa del Espíritu Santo.


3. ¿Cómo vivir hoy esta alegría en nuestro día a día?

Permítanme compartirles una reflexión tomada del contexto del Año Jubilar:

“La separación no es la ausencia. Por la ofrenda de su vida, Jesús ha cumplido la misión del Padre: reunir en la unidad a los hijos de Dios dispersos. Mientras regresa al Padre, los discípulos son llamados a vivir la separación de su Maestro fortalecidos por una promesa: recibirán la fuerza del Espíritu para ser testigos… La alegría y la alabanza fortalecen a quienes, sin flaquear, siguen afirmando su esperanza. En medio del Año Jubilar, abramos el oído al Señor. Él nos invita a anclarnos en la esperanza de su promesa. Revestidos con la fuerza del Espíritu, seremos testigos allí donde estemos y hasta los confines de la tierra”.


4. Pistas para vivir la Ascensión hoy:

  • Agradecer la presencia invisible pero real del Señor, que camina con nosotros cada día, especialmente en la Eucaristía.
  • Vivir la alegría del Evangelio, aún en medio de dificultades, sabiendo que todo tiene sentido cuando se vive en misión.
  • Invocar al Espíritu Santo cada día, como los discípulos en el Cenáculo, para que nos transforme en testigos alegres y valientes.
  • No dejarnos robar la esperanza ni la alegría, como decía el Papa Francisco. En medio de un mundo dividido, hostil o indiferente, estamos llamados a ser peregrinos de la esperanza, con el alma abierta y el corazón encendido.

Conclusión: La Ascensión como impulso misionero

Hermanos, la Ascensión no marca una despedida, sino una profundización del misterio. Jesús no se ha ido; ha entrado en la plenitud de su gloria para estar más cerca que nunca, acompañándonos desde dentro, en la fuerza del Espíritu.

Así como los discípulos regresaron alegres a Jerusalén, nosotros también volvamos a nuestro mundo con alegría, listos para evangelizar, para servir, para vivir la vida con sentido, porque sabemos que Cristo está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28,20).

Amén.


2


Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Hoy la Iglesia celebra la Ascensión del Señor. A primera vista, podría parecer el final de un capítulo, como una despedida que deja tristeza. Pero en realidad, esta fiesta es una declaración de fe y esperanza, una proclamación de que Cristo resucitado ha sido glorificado, y desde lo alto nos acompaña con poder, amor y misericordia.

Y para acercarnos a este misterio de manera más cercana, quiero contarles una historia:

“El Dr. Carpenter está arriba”

En las Montañas Blue Ridge, vivía una familia sencilla y pobre con ese apellido: Carpenter. Su hijo mayor, un joven curioso y amante de la naturaleza, viajó por primera vez a la ciudad con su padre. Quedó maravillado con lo que vio: calles iluminadas, edificios altos, vida agitada. Gracias a unos benefactores, estudió medicina y se graduó con honores. Pero, a diferencia de muchos, él no quiso quedarse en la ciudad. Volvió a sus montañas, donde casi no había médicos. Atendió a todos, sin importar si podían pagar. En su vejez vivía en la parte superior del supermercado del pueblo, en dos habitaciones que eran su hogar y su consultorio. En la entrada había un cartel sencillo: “El Dr. Carpenter está arriba.”

Un día lo encontraron fallecido. La comunidad, conmovida por su vida de servicio, decidió no poner una gran estatua en su honor, sino una lápida con la misma frase: “El Dr. Carpenter está arriba.”

Y así como ese pueblo decía con fe y gratitud que su médico estaba “arriba”, nosotros hoy proclamamos con gozo que Jesús, el Médico divino, también “está arriba”. La Ascensión no es ausencia. Es presencia gloriosa. Jesús no se ha ido para dejarnos solos. Al contrario, ha subido al cielo para estar más cerca de todos, para reinar sobre la historia y para prepararnos un lugar junto a Él.

I. Un adiós lleno de bendición

El Evangelio de Lucas (24,46-53) nos muestra que Jesús se despide de sus discípulos bendiciéndolos. No se va en silencio, ni dejando tristeza, sino infundiéndoles fuerza. Bendecir significa "decir bien", "hablar bien de alguien", "invocar el bien". Jesús los deja con una palabra buena, con una promesa grande: recibirán la fuerza de lo alto. Y así, la tristeza se convierte en adoración y alegría. Dice el texto que los discípulos “se volvieron a Jerusalén con gran alegría”.

Es curioso, ¿no? Después de una despedida solemne, ¡ellos están alegres! ¿Por qué? Porque comprenden que Jesús no los abandona, sino que ahora vive y reina desde lo alto.

II. Testigos de lo alto... en la tierra

La primera lectura (Hechos 1,1-11) narra la misma escena desde otra perspectiva. Mientras los discípulos miraban al cielo, dos hombres vestidos de blanco les dicen: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo?”. Es como si les dijeran: no se queden paralizados, no se queden añorando el pasado. ¡Hay una misión que continuar! Jesús volverá, pero ahora toca a ustedes ser sus testigos.

Y eso mismo nos dice hoy la Palabra a nosotros: no basta mirar al cielo, hay que actuar en la tierra. Si Cristo está “arriba”, entonces nosotros, sus discípulos, debemos ensanchar la tierra con su amor, extender el Reino aquí, curar heridas, sembrar esperanza, llevar consuelo, como lo hizo el Dr. Carpenter en su pequeña comunidad.

III. El poder de su trono

San Pablo, en la segunda lectura (Efesios 1,17-23), nos recuerda que Cristo resucitado ha sido constituido Señor de todo. Está sentado a la derecha del Padre, y ha recibido un nombre por encima de todo nombre. Desde allí, intercede por nosotros, nos fortalece y guía su Iglesia. ¡Qué consuelo saber que tenemos un Salvador vivo, presente y activo! No estamos huérfanos, hermanos. Nuestra fe tiene sentido, nuestra esperanza tiene fundamento, porque Jesús reina.


Queridos hermanos: hoy, como aquella gente del pueblo, sabemos que nuestro Médico divino está arriba. Y cada vez que oramos, cada vez que participamos en la Eucaristía, cada vez que perdonamos o ayudamos al prójimo, estamos subiendo espiritualmente a su consulta.

No tengamos miedo de mirar al cielo. Pero no nos quedemos ahí.
Que nuestra mirada hacia lo alto nos impulse a servir aquí abajo.
Y que la Ascensión del Señor nos recuerde que el cielo no es un sueño lejano, sino la promesa real de quien nos amó hasta el extremo.

Así que hoy, al terminar esta celebración, volvamos a nuestras casas con la certeza grabada en el corazón:
“El Doctor Jesús está arriba”.
Y desde allí, sigue atendiendo a todos los que lo buscan.

Amén.

 


3

“Ustedes son testigos de esto” (Lc 24,48)

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy una fiesta luminosa que marca un punto de inflexión en la historia de la salvación: Jesús asciende al Cielo, y con ello no se retira, sino que inicia una nueva etapa de su presencia en medio de nosotros.

San Lucas nos cuenta que, antes de partir, Jesús bendice a sus discípulos, y les deja una misión clara:

“Serán mis testigos, comenzando en Jerusalén, hasta los confines de la tierra”.
Y les promete:
“Yo enviaré sobre ustedes la promesa de mi Padre. Permanezcan en la ciudad hasta que sean revestidos con el poder de lo alto”.

1. La misión continúa… y ahora es nuestra

La Ascensión no es un “adiós”, sino un “ahora les toca a ustedes”.
Jesús nos ha salvado, ha vencido la muerte y ha resucitado. Pero quiere que esa buena noticia llegue a todas las familias, a todos los corazones, a cada rincón del mundo.
Para ello, nos envía a ti y a mí.

Y aquí, en este tiempo de gracia que estamos viviendo con el Año Jubilar 2025, con el lema “Peregrinos de la Esperanza”, esta llamada resuena con más fuerza:

¿Qué significa ser testigos hoy de la Resurrección? ¿Cómo vivir nuestra vocación cristiana en medio de tantas oscuridades del mundo?


2. La familia: primer lugar de la misión

Este domingo, providencialmente, celebramos también la Clausura del Jubileo de las Familias, dentro de este Año Santo.
Y no podemos olvidar que fue en una familia —la Sagrada Familia de Nazaret— donde Jesús aprendió a orar, a trabajar, a amar y a obedecer.

Hoy más que nunca nuestras familias están llamadas a ser testigos del Evangelio.

Allí se aprende a perdonar, a compartir, a caminar juntos.
Allí se siembra la fe. Allí se descubre la vocación.
Allí —como decía el Papa Francisco— se respira el Evangelio con el aire del hogar.

Por eso, al mirar a Jesús ascender al Cielo, también elevamos la mirada por nuestras familias, pidiendo que el Espíritu Santo las renueve, las fortalezca y las haga verdaderas “Iglesias domésticas”.


3. La Virgen María: esperanza de la Iglesia en camino

Y junto a los discípulos, ¿quién está también presente en la espera del Espíritu Santo?

La Virgen María.

Ella, que vivió el misterio pascual en su carne y en su alma, es también testigo de la misión de su Hijo.
En este mes de junio, la seguimos  contemplando como modelo de fe, de oración, de esperanza y de fortaleza misionera.

María no ascendió al Cielo por sí sola: fue asunta por la gracia, pero antes se quedó con los discípulos, animando, esperando, intercediendo.
Hoy también se queda contigo, con tu familia, con esta Iglesia que peregrina en la esperanza.


4. Ser testigos con poder desde lo alto

Jesús lo dijo claramente:

“Permanezcan… hasta que sean revestidos con el poder de lo alto.”

No nos envía solos. Nos promete al Espíritu Santo.
Nos da sus dones: sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, fortaleza, piedad y temor de Dios.

Y nos pide que no tengamos miedo de anunciarlo.

A veces el anuncio del Evangelio nos parece difícil, incluso imposible.
Nos asusta perdonar, dar testimonio, amar a los enemigos, vivir con coherencia.
Pero el Espíritu viene a darnos ese poder, esa fuerza, esa alegría misionera.


Conclusión: mirada al Cielo, pies en la tierra

Queridos hermanos y hermanas:

Que esta solemnidad nos impulse a levantar la mirada.
No para quedarnos “mirando al cielo”, como reprochan los ángeles en la primera lectura,
sino para tener los pies en la tierra y el corazón en el Cielo, como verdaderos testigos del Resucitado.

En este Año Santo, y especialmente en esta Clausura del Jubileo de las Familias,
comprometámonos a ser hogares donde se celebre la fe, donde se viva la esperanza, donde el amor sea escuela de perdón.

Y hagámoslo de la mano de María, la Madre que acompaña a sus hijos y que nos dice una vez más:
“Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5).


Oración final

Señor Jesús,
al subir al Cielo, no te alejaste de nosotros, sino que abriste el camino para que también nosotros participemos de tu gloria.
Te pedimos hoy, en este Año Jubilar,
que nuestras familias sean verdaderas Iglesias domésticas,
y que, con el auxilio de tu Madre, la Virgen María,
seamos revestidos con el poder del Espíritu Santo
para continuar tu misión con esperanza y valentía.
Amén.

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