María, comprometida en cuerpo y alma
El Nuevo Testamento permanece discreto sobre los
últimos tiempos de María, como si, después de Pentecostés, la misión de esta
mujer fuera, una vez más, dejar actuar al Espíritu Santo. Ese “dejar hacer” de
María no es pasividad, ni borrarse, ni renunciar. Muy al contrario, ella ocupa
su lugar, todo su lugar de mujer, hasta el final, cultivando su deseo y su
voluntad para cumplir la llamada de Dios.
Desde el alumbramiento hasta la muerte y la
Resurrección, María no finge: está comprometida en cuerpo y alma. Participa en
el nacimiento de Dios, participa en el nacimiento de la Iglesia.
Ciertamente, creemos que María está preservada del
pecado. Pero eso no disminuye en nada su humanidad ni su capacidad de elegir,
como cualquiera de nosotros. Esto significa que todos somos capaces de
alimentar y orientar nuestro deseo y nuestra voluntad para unirnos a la vida de
Dios, hoy, allí donde estamos. ¿Cómo? A través de la oración, la lectura de la
Biblia, el servicio a los pobres. Y también, suplicando a Dios que venga a
habitar nuestro deseo y nuestra voluntad, y nos dé la fuerza para acogerlo.
Por eso, cuando la Iglesia celebra la Asunción de
María al cielo, se abre ante nosotros un gran horizonte. Sí, el Reino de Dios
nos espera. Sí, hay un lugar para nosotros junto a Dios.
Preguntas para la reflexión:
- ¿Qué
me toca de las lecturas de esta solemnidad?
- ¿Cómo
la Asunción de María renueva mi fe?
Karem Bustica, rédactrice en chef de Prions en Église
María,
comprometida en cuerpo y alma
Introducción
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, en esta solemnidad de la Asunción, la Iglesia nos invita a levantar la
mirada y el corazón hacia el cielo. Contemplamos a María, la mujer humilde de
Nazaret, plenamente unida a la gloria de su Hijo. Esta fiesta es un canto a la
esperanza, y en este Año Jubilar cobra una fuerza particular: ella nos
recuerda que nuestra meta es el cielo, y que nuestra vida, si se abre al
Espíritu Santo, puede estar tan llena de Dios como lo estuvo la vida de María.
1. María, mujer comprometida en
cuerpo y alma
Hoy recordamos que, después de Pentecostés, María
no desaparece, sino que permanece como mujer de fe, atenta a la voz del
Espíritu. Su “dejar hacer” no es pasividad, sino una entrega activa. Desde la
Encarnación hasta la Resurrección y el nacimiento de la Iglesia, María está comprometida
en cuerpo y alma, viviendo todo con fe lúcida y amor decidido.
En el Apocalipsis, la visión de la “mujer
vestida de sol” refleja a María como signo de victoria, pero también como mujer
que lucha contra el mal. Ella nos muestra que la gloria no es evasión de la
lucha, sino fruto de haber dicho “sí” a Dios en todo momento.
2. La Asunción: victoria de la
vida sobre la muerte
San Pablo, en la segunda lectura, proclama que
“Cristo ha resucitado… y todos volverán a la vida, pero cada uno en su orden:
primero Cristo; después, los que son de Cristo”. María es la primera entre los
“que son de Cristo” en participar de su victoria. La Asunción es la
confirmación de que el Reino de Dios es nuestro destino, y que hay un lugar
preparado para cada uno junto a Él.
Este mensaje es un bálsamo para quienes hoy, en el
cuerpo o en el alma, sienten el peso del dolor. María nos muestra que no
estamos hechos para la tumba, sino para la plenitud de la vida.
3. El Magníficat: escuela de
esperanza y servicio
El Evangelio nos presenta a María en camino,
visitando a su prima Isabel. No se encierra en su privilegio, sino que se
convierte en servidora. En su canto del Magníficat, ella proclama que Dios
“derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. María canta lo
que cree y vive lo que canta.
En este Año Jubilar, “Peregrinos de la
Esperanza”, estamos llamados a imitarla:
- Con
oración perseverante.
- Con
la escucha fiel de la Palabra.
- Con
el servicio concreto a los pobres.
- Con
el pedido humilde de que Dios habite nuestro deseo y voluntad.
4. Oración penitencial
Hermanos, antes de continuar, pongamos ante Dios nuestras
faltas, pidiendo a María que interceda por nosotros para que el Señor
transforme nuestro corazón.
- Señor
Jesús, Tú que elevaste a tu Madre en cuerpo y alma al cielo, perdona
nuestras tibiezas y miedos para seguirte. Señor, ten piedad.
- Cristo
Jesús, Tú que haces nuevas todas las cosas, perdona nuestra indiferencia
ante el dolor de quienes sufren. Cristo, ten piedad.
- Señor
Jesús, Tú que nos llamas a la santidad, perdona nuestras resistencias a tu
gracia. Señor, ten piedad.
5. Intercesión por quienes sufren
en el alma y en el cuerpo
Oremos:
María, Madre elevada a los cielos, mira con ternura a quienes hoy están
postrados por la enfermedad física o la tristeza del alma. Que quienes sufren
encuentren consuelo en tu cercanía y fuerza en tu Hijo Jesús. Te pedimos por
los enfermos, por los ancianos solos, por los perseguidos, por quienes han
perdido la esperanza. Concédenos ser instrumentos de paz y ayuda para ellos.
6. Conclusión: una fiesta que
renueva nuestra fe
Celebrar la Asunción no es solo admirar la gloria
de María; es asumir el compromiso de orientar nuestra vida hacia Dios. María es
la certeza de que nuestra historia no termina en la oscuridad, sino en la luz.
Su camino es el nuestro: oración, Palabra, servicio y confianza en Dios.
Que en este Año Jubilar, caminemos como
verdaderos peregrinos de la esperanza, con la certeza de que un día, por
la misericordia del Señor, nos uniremos a María en la gloria del cielo.
2
Solemnidad de la Asunción de la
Santísima Virgen María
Lecturas: Ap 11, 19a; 12, 1-6a.10ab / Sal
44 / 1 Co 15, 20-27a / Lc 1, 39-56
Intención Jubilar: Viernes penitencial, orando por quienes sufren en el
alma y en el cuerpo.
Introducción: Un viernes que sabe a cielo
Hermanos y hermanas:
Hoy, aunque es viernes penitencial, la Iglesia se
reviste de alegría. La liturgia nos invita a dejar que la esperanza venza
cualquier sombra de dolor. La Asunción de la Virgen María al cielo es la
confirmación de que la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte no es
solo para Él, sino también para aquellos que, como María, escuchan y cumplen la
Palabra de Dios.
Y sin embargo, la alegría de hoy no nos aleja de la
compasión. Porque en este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”,
recordamos que la esperanza se hace auténtica cuando se traduce en intercesión
y servicio, sobre todo por quienes sufren en el alma y en el cuerpo.
1. El signo en el cielo: María,
mujer vestida de sol
(Ap 11,19a; 12,1-6a.10ab)
La primera lectura nos presenta una visión
grandiosa: el arca de la alianza en el cielo y una mujer vestida de sol,
coronada con doce estrellas. La tradición de la Iglesia ha visto en esta imagen
a María, la nueva Arca, portadora no ya de las tablas de la Ley, sino del Verbo
hecho carne.
El Apocalipsis, sin embargo, no oculta la lucha.
Esta mujer, símbolo de la Iglesia y de María, enfrenta al dragón. Hoy, al orar
por quienes sufren en el cuerpo y en el alma, reconocemos que también nosotros
estamos en combate. La vida no es un paraíso sin pruebas. Pero María nos
muestra que la victoria es posible si permanecemos en Dios.
2. Cristo, primicia de los
resucitados
(1 Co 15,20-27a)
San Pablo nos recuerda que Cristo es el primero en resucitar, y después vendrán
los que son de Él. María es la primera de esos “que son de Cristo” en participar
plenamente de su victoria, por eso su Asunción es como un anticipo de nuestra
propia meta.
En este viernes penitencial, mirar a María nos
ayuda a no quedarnos en el dolor presente. La enfermedad, la soledad, las
heridas emocionales o espirituales, no son el final de la historia. La última
palabra la tiene Dios, y esa palabra es vida.
3. El Magníficat: María,
discípula y misionera
(Lc 1,39-56)
El Evangelio nos lleva a la escena de la Visitación. María, recién concebido
Jesús en su seno, corre al encuentro de su prima Isabel. Y allí estalla en un
canto que es teología y profecía: el Magníficat.
Este cántico es clave para entender la Asunción.
María no se glorifica a sí misma, sino que proclama las maravillas de Dios: “El
Señor ha hecho en mí cosas grandes”. Ella es la humilde que ha sido elevada. Su
vida entera, desde Nazaret hasta el Calvario y Pentecostés, fue un sí continuo
a la voluntad de Dios.
Hoy, en nuestra vida, ese sí se traduce en acoger
la Palabra, servir al prójimo y vivir como peregrinos de la esperanza.
4. Viernes penitencial: de la
compasión a la intercesión
En el espíritu penitencial de este día, no nos
centramos en un lamento estéril, sino en una conversión que nos haga más
solidarios. La Asunción no es evasión del mundo, sino invitación a implicarnos
en él con mirada de cielo.
Por eso, hoy pedimos a María:
- Por
los enfermos y quienes sufren en el cuerpo, para que encuentren alivio,
compañía y dignidad.
- Por
los que padecen tristeza, depresión, duelo o falta de sentido, para que la
gracia los fortalezca.
- Por
la Iglesia, para que sea casa de misericordia y taller de esperanza.
5. Año Jubilar: Peregrinos de la
esperanza
En este Año Jubilar, la Asunción nos impulsa a
vivir nuestra fe como camino. María ya llegó a la meta, nosotros seguimos en
ruta. Ella nos recuerda que el cielo no es un premio para unos pocos, sino la
casa preparada por Dios para todos sus hijos.
La penitencia de hoy se convierte en ofrenda
jubilar si, movidos por la fe, abrimos espacio a la gracia en nuestra vida y
nos dejamos transformar por el Espíritu Santo, como María lo hizo.
Conclusión: Orar mirando al cielo
Queridos hermanos:
En la Asunción contemplamos a María en cuerpo y
alma junto a su Hijo. Esa es nuestra meta. Mientras tanto, seguimos caminando,
orando, sirviendo, luchando contra el mal y cuidando de quienes sufren.
María nos dice hoy: “No tengan miedo, sigan
diciendo sí, sigan sirviendo, sigan confiando”.
En este viernes penitencial, pidamos que su manto
nos cubra, que su intercesión nos sostenga y que su ejemplo nos guíe hasta la
gloria que Dios ha prometido a sus hijos.
María, asunta en cuerpo y alma al cielo, ruega por
nosotros.
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