¿Ciudad o jardín?
Si el mundo venidero a veces
se describe, a imagen del acto creador, como una naturaleza reconciliada,
donde incluso los depredadores son herbívoros, Abraham espera más bien una
ciudad con verdaderos cimientos, cuyo «constructor y arquitecto» es Dios.
¿Debemos entonces entender este tiempo último que el Padre prepara hoy, que
anticipa por el gesto pleno del Hijo y en el don de su Espíritu, como un jardín
exuberante y pacificado, o más bien como una ciudad armoniosa, lejos
de todas las Babel que la humanidad construye?
¿Hay que contribuir a la salvaguarda de una Creación amenazada por la
transformación de las relaciones entre los seres humanos, así como entre los
humanos y los demás vivientes?
¿O debemos comprometernos en la construcción de una ciudad reconciliada, que
ofrezca su justo lugar a cada persona?
Estos imaginarios bíblicos
pueden alimentar dos caminos diferentes en el anuncio del Evangelio: bajo la
forma de una preocupación ecológica más necesaria que nunca, o bien de una
atención a los fenómenos urbanos en pleno crecimiento.
El camino de fe esbozado hoy
invita también a inspirarse en una tercera representación bíblica de los
tiempos venideros: un banquete para todas las naciones.
La comida última que Dios
ofrece a todos cumple así la alianza inaugurada con el pueblo de Israel e
invita a tomar desde hoy la vestidura de servicio. Porque hemos recibido
gratuitamente el don de la fe, podemos libremente compartir sus frutos.
¿Qué gestos ecológicos he
realizado este verano?
¿A quién puedo ofrecer el servicio de compartir la fe cristiana?
Luc Forestier, prêtre à La Madeleine (diocèse de Lille)
Con lo que
castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti
Lectura del libro de la Sabiduría.
LA noche de la liberación les fue preanunciada a nuestros
antepasados,
para que, sabiendo con certeza en qué promesas creían,
tuvieran buen ánimo.
Tu pueblo esperaba la salvación de los justos
y la perdición de los enemigos,
pues con lo que castigaste a los adversarios,
nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Los piadosos hijos de los justos ofrecían sacrificios en secreto
y establecieron unánimes esta ley divina:
que los fieles compartirían los mismos bienes y peligros,
después de haber cantado las alabanzas de los antepasados.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Dichoso
el pueblo que el Señor
se escogió como heredad.
V. Aclamen,
justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad. R.
V. Los
ojos del Señor están puestos en quien le teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
V. Nosotros
esperamos en el Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R.
Segunda
lectura
Esperaba la
ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios
Lectura de la carta a los Hebreos.
HERMANOS:
La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve.
Por ella son recordados los antiguos.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a
recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo
mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad
de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya
le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como
las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y
saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra.
Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la
patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver.
Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo.
Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada
una ciudad.
Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único,
el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará
tu descendencia».
Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los
muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.
Palabra de Dios.
Hb
11,1-2.8-12 (forma breve).
Esperaba la
ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios
Lectura de la carta a los Hebreos
HERMANOS:
La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve.
Por ella son recordados los antiguos.
Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a
recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba.
Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo
mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad
de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios.
Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo “vigor para concebir” cuando ya
le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía.
Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como
las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
Palabra de Dios.
Aclamación
V. Estén
en vela y preparados, porque a la hora que menos piensen viene el Hijo del
hombre. R.
Evangelio
Lo mismo
ustedes, estén preparados
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No temas, pequeño rebaño, porque su Padre ha tenido a bien darles el reino.
Vendan sus bienes y den limosna; háganse bolsas que no se estropeen, y un
tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la
polilla. Porque donde está su tesoro, allí estará también su corazón.
Tengan ceñida su cintura y encendidas las lámparas. Ustedes estén como los
hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas
venga y llame.
Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre
en vela; en verdad les digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y,
acercándose, les irá sirviendo.
Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así,
bienaventurados ellos.
Comprendan que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría
y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo ustedes, estén preparados, porque a la hora que menos piensen viene el
Hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?».
Y el Señor dijo:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente
de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre
portándose así. En verdad les digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y
empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse,
vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo
castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de
acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha
hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más
aún se le pedirá».
Palabra del Señor.
1
Entre la ciudad, el jardín y el banquete: vivir
vigilantes y en servicio
Introducción
Queridos hermanos y hermanas:
La Palabra de Dios de este domingo nos lleva a
mirar hacia adelante, hacia aquello que Dios nos prepara. El libro de la
Sabiduría recuerda cómo el pueblo de Israel vivió la noche de la liberación
confiando en las promesas de Dios. La carta a los Hebreos nos presenta a Abraham
como modelo de fe, esperando “la ciudad con sólidos cimientos, cuyo arquitecto
y constructor es Dios” (Hb 11,10). Y el Evangelio de Lucas (12,32-48) nos
invita a vivir vigilantes, con la lámpara encendida y el ceñidor puesto, listos
para servir cuando llegue el Señor.
En el contexto del Año Jubilar, que nos
llama a ser peregrinos de la esperanza, estas imágenes bíblicas —la
ciudad, el jardín y el banquete— nos proponen una triple mirada para nuestra
vida cristiana:
1. Una creación reconciliada, como
un jardín pacificado.
2. Una ciudad nueva, donde cada
persona tenga un lugar digno.
3. Un banquete abierto para todos
los pueblos.
Hoy el Señor nos pregunta: ¿Vivimos con los ojos
puestos en el Reino, con las manos ocupadas en el servicio y el corazón
dispuesto a compartir la fe?
1. El jardín reconciliado:
esperanza ecológica y espiritual
En la Biblia, el inicio y el fin de la historia
humana se presentan con imágenes de un jardín: el Edén en Génesis y el paraíso
restaurado en Apocalipsis. Allí no hay violencia ni depredación, ni entre las
personas ni entre las criaturas: “El lobo habitará con el cordero” (Is 11,6).
Este “jardín” es imagen de una naturaleza reconciliada y de relaciones humanas
curadas por el amor. En un mundo marcado por el deterioro ambiental, esta
visión nos interpela: ¿qué huella estamos dejando? ¿Qué gestos concretos
de cuidado hemos realizado? No basta esperar el cielo: estamos llamados a
anticiparlo con acciones ecológicas, de respeto a la creación y de consumo
responsable.
El Jubileo nos recuerda que la tierra no es nuestra propiedad privada, sino
herencia común y casa de todos. Cuidar el jardín de Dios es preparar el Reino.
2. La ciudad con cimientos
sólidos: justicia y convivencia
Abraham esperaba “la ciudad cuyo arquitecto es
Dios” (Hb 11,10). No se trata de cualquier urbe, sino de una comunidad humana
donde reina la justicia, donde cada persona ocupa el lugar que Dios le ha dado,
sin exclusiones.
En contraste con las “Babel” que el hombre construye —llenas de orgullo,
desigualdad y violencia—, la ciudad de Dios es un espacio reconciliado. Allí no
hay muros de discriminación ni periferias de olvido.
Construir esta ciudad comienza aquí: en nuestras parroquias, barrios y
familias. Implica tender puentes, generar confianza, defender la verdad, servir
a los más débiles. En el Jubileo, esta construcción se vuelve tarea urgente: peregrinos
de la esperanza no significa solo caminar hacia la meta, sino edificar signos
de esa meta en el presente.
3. El banquete para todos: la
alegría del servicio
Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice: “Dichosos
los siervos a quienes el Señor, al llegar, los encuentre velando; en verdad les
digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y les servirá” (Lc 12,37).
Aquí aparece la tercera imagen: un banquete donde el Señor mismo sirve.
Es la culminación de la historia: Dios alimenta a todos con su amor. Y no se
trata de esperar pasivamente ese día: Jesús nos pide ponernos ya la
vestidura de servicio, salir al encuentro de los demás, compartir la fe que
hemos recibido gratuitamente.
La evangelización es eso: invitar a otros al banquete. No nos guardemos el pan
del Evangelio; partámoslo con los que tienen hambre de sentido, con los que han
perdido la esperanza, con los que viven en soledad. El Jubileo nos impulsa a
ser testigos alegres, servidores incansables, portadores de la luz de Cristo.
Conclusión: Llamado jubilar a la
vigilancia y al servicio
Queridos hermanos, las tres imágenes —el jardín, la
ciudad y el banquete— no se excluyen, se complementan:
- Cuidemos
el jardín que
es la creación y las relaciones humanas.
- Construyamos
la ciudad que
refleja la justicia y la fraternidad del Reino.
- Preparemos
el banquete
invitando y sirviendo a todos con generosidad.
Vivir vigilantes no es vivir con miedo, sino con
esperanza activa. Es tener claro que el Señor vendrá y quiere encontrarnos
trabajando por su Reino. Que en este Año Jubilar podamos responder a dos
preguntas
1. ¿Qué gestos de cuidado y
reconciliación con la creación he realizado?
2. ¿A quién puedo ofrecer hoy el
servicio de compartir la fe?
Oración final a la Virgen María
Santa
María, Madre y Peregrina de la Esperanza,
tú que guardabas en tu corazón las promesas de Dios,
enséñanos a vivir vigilantes y alegres,
cuidando el jardín de la creación,
edificando la ciudad de la justicia
y sirviendo en el banquete del amor.
Intercede por la Iglesia para que, en este Año Jubilar,
todos seamos sembradores de esperanza y testigos de tu Hijo.
Amén.
2
La noche de la liberación pascual y la vigilancia
activa del creyente
“Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor” (Sal
32,12)
Queridos
hermanos y hermanas:
En este Año Jubilar, peregrinamos como Iglesia
hacia una renovación interior que nos devuelva la alegría del Evangelio y la
esperanza de la vida eterna. Y hoy, la Palabra de Dios nos ilumina con un
mensaje profundamente liberador: somos hijos de la Promesa, nacidos de una
fe pascual, llamados a vivir vigilantes, firmes y solidarios mientras esperamos
la plena manifestación del Reino.
1. La noche de la liberación: una
historia que nos pertenece
El libro de la Sabiduría nos hace revivir “la noche
de la liberación pascual”, cuando Israel fue sacado de la esclavitud de Egipto
por la mano poderosa de Dios. Pero esta celebración no es un simple recuerdo,
ni una tradición que se limita a contar lo que “les pasó a nuestros padres”.
¡No! Como dice la Escritura: “Tú le dirás a tu hijo: el Señor actuó en mi
favor cuando salí de Egipto” (Ex 13,8).
En el corazón de la fe bíblica, hacer memoria es
revivir, es abrir el presente a la acción transformadora de Dios. Es
recordar que la Pascua no es un evento del pasado, sino una dinámica viva de
liberación que se actualiza cada vez que el pueblo cree, confía y actúa.
Por eso hoy, nosotros también somos invitados a
entrar en esa noche de la liberación pascual. Porque cada uno de nosotros, de
alguna manera, tiene su propio Egipto: esclavitudes, miedos, pecados, rutinas
estériles, heridas que no sanan... Y el Señor quiere liberarnos. Este Jubileo
es nuestra Pascua, nuestra oportunidad de salir, de caminar, de confiar.
2. Celebrar y compartir: la fe
que se convierte en solidaridad
El texto de la Sabiduría subraya dos aspectos
inseparables de la fe pascual:
- Por
un lado, el sacrificio en lo secreto, la alabanza, la fidelidad al culto;
- Y
por otro, la decisión comunitaria de compartir tanto lo mejor como lo
peor.
La Pascua no es auténtica si no va unida a la solidaridad
concreta. No hay liturgia sin justicia, ni alabanza sin entrega. El
pueblo que canta a Dios debe ser el mismo que se levanta por el hermano.
Por eso, al celebrar la Eucaristía —la nueva Pascua
en Cristo—, no basta con comulgar de la hostia consagrada si no comulgamos
también con el dolor de los pobres, con la cruz de los que sufren, con la
esperanza de los que todavía están en su noche.
Hoy, hermanos, hagamos memoria de esa columna de
fuego que protegió al pueblo en el desierto. Dios sigue enviando Su luz a los
que caminan, a los que creen, a los que no se resignan. Que esta luz nos lleve
a comprometernos con mayor fuerza con las causas del Reino: la paz, la
justicia, la reconciliación, la dignidad de todo ser humano.
3. Abraham y Sara: fe firme como
piedra, esperanza contra toda esperanza
La Carta a los Hebreos nos recuerda que fue “gracias
a la fe” que el plan de Dios se cumplió. Y pone como ejemplo a Abraham y
Sara, quienes creyeron, incluso cuando todo parecía humanamente imposible.
- Abraham
salió “sin saber adónde iba”.
- Sara
creyó en la promesa, aún cuando su cuerpo parecía estéril.
- Abraham
no dudó en ofrecer a su hijo, porque confiaba que Dios es fiel.
Aquí está el corazón de la fe bíblica: confiar
en Dios más allá de lo que vemos, más allá de lo que entendemos. Esa fe no
es ciega, es una fe confiada, sólida, firme como la piedra —como lo indica el
hebreo 'aman', de donde viene nuestro “amén”.
El Jubileo es tiempo de fe activa, de obediencia
confiada, de paso audaz hacia lo desconocido… porque creemos que “nada es
imposible para Dios”. Y como Abraham, también nosotros somos llamados a
caminar, a ofrecer, a esperar.
4. Jesús: el Señor que viene, el
servidor que se entrega
El Evangelio de Lucas nos regala una imagen
desconcertante y bellísima: el amo que, al volver y encontrar a sus siervos en
vela, “se ciñe la túnica, los hace sentar a la mesa y se pone a servirlos”
(Lc 12,37).
Este es el corazón del Evangelio: un Dios que
sirve. No un Dios que vigila desde lejos, sino un Señor que viene a nuestro
encuentro, que nos alimenta, que se pone de rodillas y nos lava los pies. Esta
es la verdadera noche pascual del cristiano: la Última Cena, el Jueves
Santo, el altar donde el Maestro se hace siervo.
Pero el Evangelio también nos exige vigilancia: “Dichosos
los siervos que el Señor encuentra en vela”. Y añade: “A quien se le dio
mucho, se le exigirá mucho más”. Este Jubileo es también una llamada a
la responsabilidad, a no dormirnos, a no esperar pasivamente la venida del
Reino, sino a trabajar por él, a acelerarlo con obras concretas de amor,
justicia y misericordia.
5. La confianza activa: no tener
miedo, esperar amando
Jesús nos dice hoy: “No tengas miedo, pequeño
rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien darles el Reino”. No
tengamos miedo. A pesar del mal, de la oscuridad, de las heridas… el Reino está
en camino.
La vigilancia del cristiano no es pasiva ni
temerosa. Es una vigilancia esperanzada y amorosa, la vigilancia del que
confía en el Señor y quiere colaborar con Él.
- Por
eso vendemos lo que tenemos y lo damos en limosna.
- Por
eso nos hacemos bolsas que no se gastan.
- Por
eso ponemos el corazón donde está el verdadero tesoro: en el cielo, en
Dios, en los hermanos.
Conclusión: Peregrinos vigilantes
de la esperanza
Hermanos y hermanas:
Somos el pueblo de la Pascua, liberado por
gracia, sostenido por la fe, llamado a la vigilancia activa. El Señor ha
confiado en nosotros. No es tiempo de dormirse. Es tiempo de alabar, de servir,
de amar.
Hoy,
hagamos memoria:
De la
noche en que Dios nos liberó.
Del pan que nos dio en el camino.
Del Hijo que nos sirvió en la mesa.
De la promesa que nos espera.
Y con
humildad, digamos juntos:
Señor, que,
al volver, nos encuentres vigilantes.
Con las lámparas encendidas, el corazón abierto
y las manos ocupadas en el servicio.
Que nuestra Pascua no sea un recuerdo,
sino una vida entregada como la tuya.
Amén.
3
Velar, confiar y construir el Reino como
servidores vigilantes del Dios providente.
1.
Introducción: Un llamado a la confianza activa
Queridos hermanos
y hermanas en Cristo:
En
este Año Jubilar,
en que nos sentimos peregrinos
de la esperanza, la Palabra de Dios nos conduce hoy a un núcleo
fundamental de la vida cristiana: la
confianza en Dios y la vigilancia activa. Jesús nos dice: "No temas, pequeño rebaño, porque
su Padre ha tenido a bien darles el Reino." (Lc 12,32). Pero
acto seguido, nos exhorta con firmeza: "Tened
ceñida la cintura y encendidas las lámparas."
¿Cómo
se puede vivir sin miedo, y al mismo tiempo en constante vigilancia? No es una
contradicción, es un equilibrio espiritual profundo: vivir confiando, sin
pasividad; actuar con responsabilidad, sin angustia; esperar al Señor, pero
trabajando mientras tanto.
2. El
corazón donde está el tesoro
Jesús
nos revela una gran verdad espiritual: "Donde
está tu tesoro, allí estará también tu corazón." (Lc 12,34).
En este mundo tan afanado por el tener, por el aparentar, por el éxito
inmediato, Jesús nos pregunta: ¿Dónde
está tu corazón? ¿Dónde estás invirtiendo tu vida?
Hay
muchas alegrías en la vida, pero no todas son iguales. Al amar las cosas, obtenemos alegrías
efímeras. Al amar a las personas, descubrimos alegrías más profundas. Pero al
amar a Dios, encontramos la alegría suprema, que ninguna ola de la vida puede
ahogar. El alma que ama a Dios permanece firme como roca en medio
del océano, viendo pasar tempestades sin miedo, porque tiene el corazón anclado
en lo eterno.
3. Una
historia para iluminar la verdad
Déjenme
contarles la historia de Emma y Cristela, una mujer sencilla y su exigente
patrona. Emma servía con discreción, con ternura y en oración. Su vida era una
ofrenda silenciosa. Cristela, por el contrario, vivía para impresionar, para
figurar, para acumular. Ambas murieron en un accidente. En el Cielo, San Pedro
acogió a Emma con honores, asignándole una hermosa morada construida con los
“materiales” que ella había enviado desde la tierra: su oración, su servicio,
su bondad. En cambio, Cristela recibió una cabaña modesta. Ella protestó. Pero
San Pedro le respondió: "Aquí
construimos con lo que ustedes nos envían desde la tierra..."
¿Cuáles
son los materiales que estás enviando al cielo con tu vida cotidiana?
4. El trabajo del cristiano: construir el Reino
Jesús
nos dice: “Felices los siervos
a quienes el Señor encuentre en vela a su llegada.” (Lc 12,37). ¿Y
qué significa “estar en vela”? No es sólo rezar —aunque es esencial—. Es vivir
haciendo lo que el Señor espera de nosotros. Es estar con el “delantal puesto”
como lo señala otra traducción: listos para servir, listos para amar.
Nuestro trabajo es construir el Reino de Dios, buscar un mundo más
justo, con menos egoísmo, con menos estructuras que excluyen. Como decía San
Juan Pablo II: “El cristiano
no puede desentenderse del mundo.”
Construir
el Reino es transformar el entorno:
– Cuando un joven se mantiene firme en su fe a pesar de las burlas, mantiene la
lámpara encendida.
– Cuando una familia decide priorizar el Evangelio sobre las apariencias,
construye Reino.
– Cuando una pareja enseña con ternura la fe a sus hijos en medio de un
ambiente hostil, enciende la esperanza.
– Cuando un profesional dedica su tiempo libre a ayudar a los pobres, envía
materiales celestiales.
– Cuando un empresario piensa primero en la dignidad de sus trabajadores antes
que en sus utilidades, edifica justicia.
Este
es el verdadero trabajo que Jesús espera de sus discípulos. No se trata de
grandes hazañas, sino de fidelidad en lo pequeño: “A quien se le dio mucho, se le exigirá mucho.”
(Lc 12,48)
5. Una fe que camina: Abraham, nuestro modelo
La
carta a los Hebreos nos presenta a Abraham como ejemplo de fe: salió sin saber
a dónde iba, esperando contra toda esperanza, creyendo en las promesas de Dios.
Nosotros, hoy, también somos llamados a “salir” de nuestras comodidades, de
nuestras seguridades ilusorias, para confiar en la providencia divina.
Y
es aquí donde se une la fe con la psicología del alma vigilante: se puede vivir sin miedo cuando se vive
con propósito. La ansiedad muchas veces nace de no saber qué
sentido tiene lo que hacemos. Pero el cristiano que busca el Reino, incluso en
medio de sufrimientos y contradicciones, encuentra paz.
Como
decía uno de los textos que hoy meditamos: “La
alegría de aquel que hace la voluntad de Dios es eterna. Ningún miedo puede
robarle la paz interior.”
6.
Testimonios que iluminan el mundo
En
Roma, en la plaza de San Pedro, cuando todo está en silencio, una ventana sigue
encendida. Es la luz del Papa que vela. Y esa imagen se replica en miles de
hogares cristianos:
– en el
estudiante que defiende la fe,
– en la obrera honesta,
– en la religiosa perseverante,
– en la familia generosa,
– en el publicista ético,
– en el empresario justo.
Estas
personas, anónimas para el mundo, son centinelas de esperanza. Sus lámparas
encendidas iluminan el camino de muchos otros. Ellos han entendido que vivir
para Dios, es construir
cada día con fe, justicia, amor y paciencia.
7.
Conclusión: Preparados, vigilantes y confiados
Queridos
hermanos, hoy el Señor no nos llama al miedo, sino a la esperanza activa, a una
vigilancia serena, a una fe que se manifiesta en el servicio. No podemos vivir
aplazando nuestra conversión, ni relegando nuestra entrega al último minuto. El Reino no es sólo algo que esperamos:
es algo que construimos.
Por eso, en
este Año Jubilar,
hagamos una revisión:
– ¿Dónde está mi tesoro?
– ¿Estoy enviando buenos materiales al cielo?
– ¿Estoy con la lámpara encendida o me he dormido?
– ¿Estoy haciendo mi parte en la edificación del Reino?
Que
esta Eucaristía nos fortalezca y nos haga comprender que el mayor tesoro no está en los bienes
que acumulamos, sino en el amor que damos.
Y cuando venga el Señor —porque vendrá—, ojalá nos encuentre con el delantal
puesto, sirviendo a los hermanos, edificando justicia, iluminando con fe… y así
nos sentará a su mesa, y Él mismo nos servirá con amor eterno.
Amén.
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