lunes, 25 de agosto de 2025

25 de agosto del 2025: lunes de la vigésima primera semana del tiempo ordinario I- San Luis, rey de Francia, San José de Calasanz, presbítero

 

Santos del dia:

 

1. San Luis

1214-1270. Luis IX organizó dos cruzadas para liberar el sepulcro de Cristo, pero murió en Túnez al comienzo de la segunda. Su profunda piedad y su sentido de la justicia le valieron ser canonizado ya en 1297.

 

2. San José de Calasanz

1557-1648. Fundador de las Escuelas Pías, dedicó su vida a la educación gratuita de los niños pobres en Roma. Su celo por la formación cristiana y humana de la juventud le ganó gran estima, pero también incomprensiones y pruebas. Fue canonizado en 1767 y es patrono de las escuelas populares cristianas.



Un «sí» que cambia la vida

(1 Tesalonicenses 1,1-5.8b-10; Mateo 23,13-22) De un lado, una práctica religiosa aferrada a la Ley, que se ahoga en los laberintos de la jurisprudencia hasta perder de vista lo esencial. Es esa religiosidad la que Jesús reprende severamente. Del otro lado, la respuesta existencial de los Tesalonicenses al amor manifestado hasta el extremo por Jesús. Un «sí» que cambia la vida y la orienta según Dios, en la adhesión de la fe, el amor activo y la perseverancia de la esperanza.

Jean-Marc Liautaud, Fondacio

 

Primera lectura

1Ts 1,1-5.8b-10

Se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos, aguardando la vuelta de su Hijo, a quien ha resucitado

Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses.

PABLO, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A ustedes, gracia y paz.
En todo momento damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones, pues sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de su fe, el esfuerzo de su amor y la firmeza de su esperanza en Jesucristo nuestro Señor.
Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él los ha elegido, pues cuando les anuncié nuestro evangelio, no fue solo de palabra, sino también con la fuerza del Espíritu Santo y con plena convicción.
Saben cómo nos comportamos entre ustedes para su bien.
Su fe en Dios se ha difundido por doquier, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que les hicimos: cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 149,1-2.3-4.5-6a y 9b (R. 4a)

R. El Señor ama a su pueblo.

O bien:

R. Aleluya.

V. Canten al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sion por su Rey. 
R.

V. Alaben su nombre con danzas,
cántenle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes. 
R.

V. Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca.
Es un honor para todos sus fieles. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mis ovejas escuchan mi voz -dice el Señor-, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.

 

Evangelio

Mt 23,13-22

¡Ay de ustedes, guías ciegos!

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, Jesús dijo:
«¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el reino de los cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quieren.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que viajan por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo consiguen, lo hacen digno de la “gehenna” el doble que ustedes!
¡Ay de ustedes, guías ciegos, que dicen: “Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga”! ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el templo que consagra el oro?
O también: “Jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en el altar sí obliga”. ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda? Quien jura por el altar, jura por él y por cuanto hay sobre él; quien jura por el templo, jura por él y por quien habita en él; y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en él».

Palabra del Señor.

 

1

 

Fe, esperanza y amor que vencen incluso a la muerte

 

1. Introducción: un pueblo que da testimonio

Queridos hermanos y hermanas,
hoy la liturgia nos lleva a encontrarnos con una de las cartas más antiguas del Nuevo Testamento: la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses. Este texto, escrito alrededor del año 50 d.C., es un testimonio vivo de la fe de una comunidad joven, vibrante y llena de esperanza. San Pablo, acompañado de Silvano y Timoteo, felicita a los tesalonicenses porque su fe no se quedó en palabras bonitas, sino que se tradujo en obras, en testimonio y en alegría, incluso en medio de la persecución y la incertidumbre.

Nosotros, como ellos, vivimos en un mundo donde hay preguntas que atraviesan el corazón: ¿qué sucede después de la muerte? ¿volverá Cristo? ¿vale la pena seguir confiando cuando parece que la injusticia, la corrupción y la violencia tienen la última palabra?

En este día jubilar, donde todos somos llamados a ser peregrinos de la esperanza, la Palabra nos invita a contemplar cómo la fe, la esperanza y el amor siguen siendo fuerzas que transforman la vida, que sostienen a los pueblos y que dan sentido incluso en medio del dolor.


2. El ejemplo de los Tesalonicenses

San Pablo reconoce algo esencial: la comunidad no se quedó con un mensaje abstracto, sino que permitió que la Palabra actuara como fuerza transformadora. Ellos recibieron el Evangelio no solo de palabra, sino con poder, con Espíritu Santo y con plena convicción.

Esto nos habla hoy a nosotros, que a veces corremos el riesgo de reducir la fe a devociones externas, a ritos cumplidos por costumbre, pero que no cambian el corazón. San Pablo nos recuerda que la fe verdadera siempre se traduce en obras concretas de amor, y que sin esa coherencia, las palabras se vacían.

En el contexto de la oración por nuestros difuntos, esta lectura nos consuela: la fe, el amor y la esperanza que nuestros seres queridos vivieron en vida no se pierden; son semillas que permanecen y que ahora florecen en la eternidad de Dios.


3. El Evangelio: la denuncia de Jesús

El Evangelio de hoy (Mt 23,13-22) nos pone frente a palabras duras de Jesús contra los fariseos hipócritas. No se trata de un ataque a todo el pueblo judío ni a todos los fariseos, sino a aquellos que redujeron la religión a un legalismo exterior, que imponían cargas a los demás pero olvidaban lo esencial: la justicia, la misericordia, la fidelidad al corazón de Dios.

Jesús denuncia a los que se obsesionan con lo externo, con el “parecer”, con mantener un estatus religioso o social, pero que descuidan el interior. Esa advertencia nos viene muy bien hoy: en un mundo de apariencias, de redes sociales donde todo se mide por la “imagen” y no por la verdad, corremos el riesgo de ser “creyentes de fachada”, con un corazón vacío.

El Jubileo nos llama a lo contrario: a redescubrir una fe auténtica, sencilla, que no busca honores sino servir; que no se queda en lo exterior, sino que transforma la vida desde dentro.


4. Una mirada pastoral: la “generación de cristal” y el valor de la corrección

San Pablo hablaba a una comunidad joven en la fe, y los alentaba con firmeza. Hoy también necesitamos esa valentía. Vivimos tiempos en los que se habla de la “generación de cristal”, con jóvenes y adultos que muchas veces rehúyen al dolor, al esfuerzo o a la corrección. Sin embargo, la Palabra nos recuerda que la verdadera vida cristiana no es comodidad, sino camino de madurez.

Así como los padres corrigen por amor, también Dios nos corrige, nos forma, nos educa. Y esa corrección es necesaria para no quedarnos en una fe superficial, frágil, incapaz de sostenernos en la prueba. El Jubileo es una oportunidad para dejarnos educar por Dios, para volver a lo esencial y madurar en nuestra fe.


5. La esperanza en medio de la muerte

Hoy rezamos de manera especial por nuestros difuntos. La fe que San Pablo anuncia nos ayuda a mirar la muerte no como un final absoluto, sino como un paso hacia la plenitud en Cristo resucitado.

La comunidad de Tesalónica se preguntaba: ¿qué pasa con los que ya han muerto? ¿quedarán olvidados? San Pablo responde con firmeza: ellos duermen en Cristo, y con Él resucitarán.

En este Año Jubilar, cuando somos llamados a ser peregrinos de la esperanza, se nos invita a vivir el duelo desde la fe, sabiendo que nuestros seres queridos no se pierden, sino que permanecen en las manos amorosas de Dios.


6. Conclusión: vivir lo esencial

Queridos hermanos, la liturgia de hoy nos deja un mensaje muy claro:

  • La fe verdadera se vive en comunidad, no en soledad.
  • La esperanza vence al miedo de la muerte.
  • El amor se traduce en gestos concretos de justicia, de fidelidad, de misericordia.
  • El cristiano no se queda en las apariencias, sino que busca siempre lo esencial: una vida coherente con el Evangelio.

Oremos entonces por nuestros difuntos, para que el Señor los reciba en su paz, y pidamos para nosotros la gracia de vivir este Jubileo con un corazón transformado, testigos de fe, amor y esperanza en medio de nuestro mundo herido.


Oración final

“Señor Jesucristo, Tú que eres la Resurrección y la Vida, acoge a nuestros hermanos difuntos en tu Reino de luz. Concédenos a nosotros, que seguimos peregrinando, la fortaleza para vivir con fe auténtica, con amor que sirve y con esperanza que no defrauda. Haznos en este Año Jubilar verdaderos testigos tuyos, capaces de sembrar vida en medio de la muerte y de anunciar con alegría que Tú eres el Señor que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.”

 

2

 

Un sí que cambia la vida

1. Introducción: un sí decisivo

Queridos hermanos y hermanas,
hoy la Palabra nos presenta un contraste profundo: por un lado, una religiosidad superficial, centrada en la apariencia y en el cumplimiento rígido de normas externas; por otro, una fe viva y transformadora, como la que los Tesalonicenses dieron al Señor cuando dijeron su “sí” al Evangelio.

Ese “sí” no fue un gesto efímero, sino un compromiso existencial que cambió la dirección de sus vidas, que les dio sentido en medio de la persecución y esperanza en medio de la incertidumbre. Y es justamente ese “sí” lo que hoy se nos propone a nosotros en el marco del Año Jubilar, como peregrinos de la esperanza.


2. El “sí” de los Tesalonicenses: fe, amor y esperanza

San Pablo, junto a Silvano y Timoteo, reconoce que los Tesalonicenses vivieron la fe no como un adorno, sino como fuerza que impulsa a amar y esperar contra toda desesperanza.

Tres virtudes se hacen visibles en ellos:

  • La fe: no como teoría, sino como adhesión confiada a Cristo Resucitado.
  • El amor activo: que se traduce en gestos concretos de servicio, solidaridad y entrega.
  • La perseverancia de la esperanza: que les permitió mantenerse firmes aun cuando la muerte y la persecución tocaban a su puerta.

Ese tríptico —fe, amor y esperanza— es también nuestro llamado hoy. ¿Qué significa para nosotros en la práctica? Que la fe no puede reducirse a devociones vacías, que el amor no puede quedarse en palabras, y que la esperanza no se puede abandonar aunque el dolor o la muerte parezcan tener la última palabra.


3. El Evangelio: la advertencia de Jesús

El Evangelio de Mateo nos muestra el contraste: una religiosidad enferma, que se aferra a normas y tradiciones externas, pero olvida el corazón de la Ley: la justicia, la bondad, la fidelidad a Dios.

Jesús no rechaza la Ley, sino el legalismo vacío que convierte la fe en un peso muerto, en un espectáculo de apariencias. Esa religiosidad que se “ahoga en los laberintos de la jurisprudencia” es la que Jesús denuncia porque cierra el Reino a los sencillos y deja fuera a quienes más necesitan de la misericordia divina.

Aquí hay un llamado fuerte para nosotros: ¿nuestra fe es un traje exterior para aparentar, o un “sí” interior que transforma la vida? ¿Somos cristianos de fachada o discípulos de corazón?


4. Aplicación pastoral: un “sí” en nuestra vida de hoy

Hermanos, cada generación está llamada a renovar ese “sí” que cambia la vida. Para nosotros hoy significa:

  • Decir sí a la fe: en un mundo donde muchos dudan, relativizan o ignoran a Dios, necesitamos renovar nuestra confianza en Cristo.
  • Decir sí al amor activo: en una sociedad marcada por la indiferencia, la violencia y la corrupción, el cristiano no puede ser indiferente; está llamado a ser solidario y compasivo.
  • Decir sí a la esperanza: frente a la muerte, frente a la enfermedad, frente a la injusticia, nuestra respuesta no es el miedo ni la resignación, sino la esperanza firme en que Dios tiene la última palabra.

En el marco del Año Jubilar, este “sí” no es individualista. Como comunidad, también estamos llamados a ser testigos de esperanza, Iglesia que abre caminos, que no se encierra en legalismos, sino que acoge a todos en la misericordia de Cristo.


5. Orar por los difuntos: un sí a la esperanza eterna

Hoy, de modo especial, oramos por nuestros hermanos difuntos. Ellos también dijeron un “sí” a lo largo de su vida, en mayor o menor medida, y ahora confiamos que Dios los acoge en su misericordia.

La esperanza cristiana nos dice que la muerte no tiene la última palabra. Ese “sí” que cambia la vida en la tierra se prolonga en la eternidad, porque Dios es fiel y no abandona a los que confían en Él.

Recordarlos y orar por ellos es también renovar nuestra certeza de que el amor es más fuerte que la muerte.


6. Conclusión: un “sí” que nos hace jubilares

Queridos hermanos, la liturgia de hoy nos invita a revisar la calidad de nuestro “sí” a Dios.

  • ¿Es un “sí” de fachada o de corazón?
  • ¿Es un “sí” para hoy, o uno que se prolonga en toda nuestra vida?
  • ¿Es un “sí” que se traduce en fe viva, amor activo y esperanza perseverante?

En este Año Jubilar, el Señor nos llama a renovar ese “sí” que cambia la vida, a ser peregrinos de la esperanza que no se dejan atrapar por la apariencia de la religiosidad vacía, sino que caminan hacia lo esencial: el amor de Dios que salva y que resucita.


Oración final

“Señor, danos la gracia de decirte hoy un ‘sí’ sincero, como lo hicieron los Tesalonicenses. Que nuestra fe sea viva, nuestro amor activo y nuestra esperanza perseverante. Acoge a nuestros hermanos difuntos en tu Reino de luz y haznos a nosotros testigos jubilares de tu misericordia, para que con nuestra vida preparemos desde ya el encuentro definitivo contigo. Amén.”

 

3

 

Unidad de verdad y virtud: un sí que transforma la vida

 

1. Introducción: un doble camino

Queridos hermanos y hermanas,

la Palabra de Dios hoy nos sitúa entre dos realidades opuestas:

  • Por un lado, la comunidad de Tesalónica, que con sencillez de corazón recibió el Evangelio y lo tradujo en fe, amor y esperanza.
  • Por otro, la actitud de los escribas y fariseos, denunciados por Jesús porque decían una cosa y vivían otra, porque cerraban el acceso al Reino con su hipocresía.

Este contraste sigue vigente en nuestra vida y en nuestra Iglesia. O somos cristianos que con un “sí” sincero dejamos que la Palabra transforme nuestro ser, o corremos el riesgo de vivir una fe de fachada, donde las palabras no corresponden a los hechos.

En este Año Jubilar, cuando el Papa nos invita a ser peregrinos de la esperanza, el Señor nos llama a revisar si nuestra fe está unida a la virtud, si nuestra verdad se expresa en amor y misericordia, o si caemos en la incoherencia de predicar una cosa y vivir otra.


2. Los Tesalonicenses: un sí transformador

San Pablo, junto a Silvano y Timoteo, inicia su carta felicitando a los Tesalonicenses por su testimonio. Ellos no recibieron el Evangelio como una simple idea, sino como fuerza de Dios que transformó su vida.

San Pablo destaca tres virtudes:

  • La fe viva, que les permitió reconocer a Cristo Resucitado en medio de la persecución.
  • El amor activo, que no se quedó en discursos, sino que se manifestó en obras concretas de servicio y caridad.
  • La perseverancia de la esperanza, que los sostuvo frente a la incertidumbre de la muerte y les hizo aguardar confiadamente la venida del Señor.

Ese es el modelo de Iglesia que debemos ser: una comunidad donde la fe no se reduce a devoción privada, donde el amor no se queda en sentimientos, y donde la esperanza no se apaga ante la muerte. Por eso hoy, al orar por nuestros difuntos, recordamos que su fe y su esperanza en Cristo no fueron en vano, sino que ahora se cumplen en la eternidad de Dios.


3. El Evangelio: la hipocresía denunciada

En el Evangelio, Jesús comienza sus “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas!”. Y la primera denuncia es clara: “Ustedes cierran el Reino de los cielos; no entran ni dejan entrar”.

¿Qué es la hipocresía? Es esa fractura entre lo que se dice y lo que se hace. Es proclamar un mensaje de salvación, pero vivirlo de forma contraria; es hablar de virtud y justicia, pero estar movido por intereses egoístas o por deseo de prestigio.

Jesús no critica el amor a la Ley, sino su manipulación. Denuncia a quienes, en lugar de abrir caminos, levantan barreras; a quienes se preocupan por lo externo pero olvidan lo esencial: la justicia, la misericordia y la fidelidad.

Hoy también debemos escuchar estas palabras con humildad. En la Iglesia y en la sociedad, podemos caer en dos extremos:

  • Algunos, en nombre de la doctrina, olvidan la caridad y la misericordia, volviéndose duros e intransigentes.
  • Otros, en nombre de una supuesta compasión, relativizan la verdad, diluyen el Evangelio y confunden bondad con permisividad.

El resultado en ambos casos es el mismo: se desfigura el rostro de Cristo y se pierde la coherencia entre verdad y virtud.


4. Verdad y virtud: unidas en la vida cristiana

El comentario que inspira nuestra reflexión nos recuerda algo clave: la verdad sin virtud se vuelve dura e inhumana, y la virtud sin verdad se convierte en sentimentalismo vacío.

El cristiano está llamado a vivir la unidad entre verdad y virtud:

  • La verdad del Evangelio, recibida con fidelidad.
  • La virtud que se expresa en caridad, paciencia, humildad y misericordia.

Un ejemplo pastoral: un padre que corrige a su hijo con dureza pero sin amor puede tener razón en lo que enseña, pero pierde la eficacia porque no lo comunica con ternura. Del mismo modo, un padre que solo da cariño pero nunca corrige, tarde o temprano verá a su hijo desorientado. La educación, como la fe, necesita unidad de verdad y virtud.


5. Orar por los difuntos: esperanza más allá de la muerte

En medio de estas enseñanzas, la liturgia nos invita a orar por los difuntos. Al recordarles, pensamos también: ¿cómo vivieron su fe? ¿qué “sí” le dieron a Dios en su vida?

La fe nos asegura que quienes han dicho su “sí” sincero participan ya del Reino. Y nosotros, en la Eucaristía, nos unimos a ellos en un mismo banquete de vida. El Jubileo nos invita a mirar la muerte no con miedo, sino con la esperanza firme de que la vida eterna es el triunfo de la verdad y la virtud en Cristo.


6. Conclusión: el llamado del Jubileo

Queridos hermanos, la Palabra de hoy nos deja un mensaje exigente y consolador:

  • No basta con decir, hay que vivir.
  • No basta con defender la verdad, hay que hacerlo con amor.
  • No basta con practicar virtudes humanas, hay que enraizarlas en la verdad de Cristo.

El Jubileo nos urge a renovar nuestro “sí” a Dios, un sí coherente, verdadero, que nos haga peregrinos de esperanza, testigos de un Evangelio vivo que abre puertas, no que las cierra.


Oración final

“Señor Jesús, Tú que nos enseñas a unir siempre la verdad del Evangelio con la virtud de tu amor, líbranos de toda hipocresía. Haz que nuestra fe sea viva, nuestro amor activo y nuestra esperanza perseverante. Acoge en tu Reino a nuestros hermanos difuntos y haznos, en este Año Jubilar, instrumentos fieles de tu gracia, para que abramos caminos de vida y esperanza en nuestro mundo. Amén.”

 

 

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