jueves, 21 de agosto de 2025

22 de agosto del 2025: viernes de la vigésima semana del tiempo ordinario-I- memoria obligatoria de la Bienaventurada Virgen María, Reina


Santo del día:

Bienaventurada Virgen María, Reina

Hoy la Iglesia celebra a la Virgen María como Reina del cielo y de la tierra. Su realeza no nace del poder humano, sino de su humildad y de su total disponibilidad al plan de Dios. La joven de Nazaret que dijo “sí” se convierte en la Madre del Salvador y, al final de su peregrinación, en la Mujer coronada de estrellas.

En ella contemplamos la meta de nuestra vocación: reinar con Cristo sirviendo con amor.

 

 

El sí acogedor

(Rt 1,1.3-6.14b-16.22/ Mt 22,34-40) En la memoria de María Reina, la liturgia nos regala la frescura del libro de Rut. Esta mujer extranjera se convierte, por su fidelidad y su amor gratuito, en parte de la historia de salvación.

Su “sí” a Noemí prepara, misteriosamente, el camino del “sí” de María en Nazaret. Ambas nos muestran que el amor sin cálculo abre puertas insospechadas.

Jesús, en el Evangelio, confirma que toda la Ley se resume en un doble movimiento inseparable: amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo como a uno mismo. Rut lo vivió en su carne; María lo encarnó plenamente, hasta ser coronada Reina en el cielo.

Así se dibuja el horizonte de nuestra vocación bautismal: caminar en el amor, acoger al hermano, dejarnos coronar por la esperanza.

 


Primera lectura

Rt 1,1.3-6.14b-16.22
Noemí volvió de la región de Moab junto con Rut, y llegaron a Belén

Comienzo del libro de Rut.

SUCEDIÓ, en tiempos de los jueces, que hubo hambre en el país y un hombre decidió emigrar, con su mujer Noemí y sus dos hijos, desde Belén de Judá a la región de Moab.
Murió Elimélec, el marido de Noemí, y quedó ella sola con sus dos hijos. Estos tomaron por mujeres a dos moabitas llamadas Orfá y Rut. Pero, después de residir allí unos diez años, murieron también los dos, quedando Noemí sin hijos y sin marido.
Entonces Noemí, enterada de que el Señor había bendecido a su pueblo procurándole alimentos, se dispuso a abandonar la región de Moab en compañía de sus dos nueras.
Orfá dio un beso a su suegra y se volvió a su pueblo, mientras que Rut permaneció con Noemí.
«Ya ves —dijo Noemí— que tu cuñada vuelve a su pueblo y a sus dioses. Ve tú también con ella».
Pero Rut respondió:
«No insistas en que vuelva y te abandone. Iré adonde tú vayas, viviré donde tú vivas; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios».
Así fue como Noemí volvió de la región de Moab junto con Rut, su nuera moabita. Cuando llegaron a Belén, comenzaba la siega de la cebada.

Palabra de Dios.



Salmo

Sal 146(145),5-6ab.6c-7.8-9a.9bc-10 (R. 2a)

R. Alaba, alma mía, al Señor.

O bien:

R. Aleluya.

V. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;
que mantiene su fidelidad perpetuamente. 
R.

V. Hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos. 
R.

V. El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos. 
R.

V. Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sion, de edad en edad
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Dios mío, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad. R.

 

Evangelio

Mt 22,34-40
Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?».
Él le dijo:
«“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».


Palabra del Señor.

 

 **********

1

Homilía para las lecturas  del viernes de la 20ª semana del TO- I

 

Introducción

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy la Palabra de Dios nos invita a mirar con fe y esperanza dos grandes enseñanzas: por un lado, el testimonio del libro de Rut, esa mujer extranjera que supo confiar en Dios más allá de sus raíces y encontró en Él su verdadera patria; y por otro, la respuesta de Jesús a la pregunta sobre el mandamiento más importante, donde nos recuerda que todo se resume en amar a Dios y amar al prójimo como a uno mismo. Además, celebramos la memoria de la Virgen María bajo el título de Reina, porque su vida sencilla, entregada y humilde se convirtió en un camino de gloria. Ella, la esclava del Señor, es ahora Reina del Cielo, intercediendo por todos nosotros, especialmente por quienes más sufren.

En este viernes penitencial, oramos por la conversión del corazón, y en el marco del Año Jubilar pedimos la gracia de ser peregrinos de la esperanza, llevando alivio y misericordia a quienes viven en la soledad, en el dolor del alma o en el quebranto del cuerpo.


4.    Rut: mujer extranjera que confió

El libro de Rut es breve, pero lleno de significado. Nos habla de migración, de acogida, de integración. Rut es una mujer moabita que, tras la muerte de su esposo, decide no volver a su tierra natal, sino acompañar a su suegra Noemí al pueblo de Israel. Sus palabras son conmovedoras: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios” (Rut 1,16). En ellas se refleja una fe que no se queda en teorías ni en cálculos, sino que se expresa en lealtad, amor y confianza.

Este relato nos recuerda a los millones de migrantes y desplazados que en nuestro mundo, y particularmente en nuestro país, se ven obligados a dejar su tierra buscando refugio, pan o seguridad. Rut representa a todas esas personas que, a pesar de la incertidumbre, deciden apostar por la esperanza. Y también representa a las comunidades que saben acoger, sin prejuicios, reconociendo la dignidad de todo ser humano.

El Jubileo nos invita justamente a eso: a derribar muros de indiferencia, a integrar y no excluir, a mirar en el rostro del extranjero y del pobre el rostro mismo de Cristo.


2. El mandamiento del amor

En el Evangelio (Mt 22,34-40), Jesús responde con claridad a la trampa de los fariseos. La Ley de Moisés contenía muchos preceptos, pero Él no duda: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… y a tu prójimo como a ti mismo”. Este es el corazón de la vida cristiana.

El amor no es un sentimiento superficial ni una emoción pasajera. Amar, en el sentido bíblico, significa entregar la vida, poner al otro en el centro, vivir en justicia y misericordia. Sin amor, todas las prácticas religiosas, los ayunos, las oraciones, las penitencias, quedan vacías. Pero cuando hay amor, hasta lo más sencillo —una visita, una sonrisa, una palabra de consuelo— se convierte en acto de redención.

Hoy, en este viernes penitencial, se nos recuerda que el amor pasa también por el camino de la cruz. Amar a Dios es cargar con el peso del hermano. Amar al prójimo es hacernos solidarios con su sufrimiento. Amar a uno mismo es reconocer que también nosotros necesitamos perdón y sanación.


3. María Reina: el amor hecho servicio glorificado

Hoy celebramos la memoria de la Virgen María como Reina. Su realeza no es la de los poderosos de este mundo, que imponen y dominan, sino la del servicio y la humildad. María fue Reina porque dijo “sí” al plan de Dios. Fue Reina porque en las bodas de Caná supo interceder por los novios. Fue Reina porque estuvo al pie de la cruz, compartiendo el dolor de su Hijo y adoptando como hijos a todos nosotros.

La Iglesia la proclama Reina del Cielo, pero su corona es la de los humildes. Ella nos recuerda que el camino hacia la gloria pasa por el amor. Y como madre, no se desentiende de sus hijos: intercede por los que lloran, por los que no tienen trabajo, por los que sufren enfermedades, por los migrantes que buscan una tierra, por los que cargan heridas interiores. En ella, cada dolor humano encuentra ternura y consuelo.


4. Aplicación para nuestro tiempo

Hermanos, en este Año Jubilar somos llamados a vivir como peregrinos de la esperanza. La Palabra de hoy nos invita a tres compromisos concretos:

1.    Acoger al extranjero y al diferente, como Rut fue acogida. Que en nuestras parroquias y comunidades nadie se sienta excluido por su origen, por su pobreza o por su situación de vida.

2.    Vivir el amor como mandamiento central. Que nuestras prácticas religiosas no se queden en lo externo, sino que sean expresiones auténticas de caridad.

3.    Mirar a María Reina como modelo de esperanza. Ella nos enseña que la verdadera grandeza está en la humildad y que la realeza cristiana es servicio.

En este viernes penitencial, unámonos especialmente a quienes cargan cruces pesadas: los enfermos, los que sufren depresión o soledad, los que han perdido la fe, los que sienten que ya no tienen fuerzas. Que nuestra oración sea bálsamo para ellos.


Conclusión

Queridos hermanos, el libro de Rut nos recuerda que Dios actúa en lo pequeño, en las decisiones cotidianas de amor y fidelidad. El Evangelio nos recuerda que todo se resume en amar. Y María Reina nos recuerda que el amor humilde y perseverante recibe la corona de la gloria.

Pidamos hoy al Señor que nos enseñe a amar como Él nos amó, que nuestras comunidades sean hogares de acogida, que nuestras penitencias no sean sólo renuncias, sino gestos de solidaridad, y que María, nuestra Reina, interceda por todos los que sufren en el alma y en el cuerpo.

Amén.

 

2

Comentario y Homilía a la luz de las lecturas propias de la memoria obligatoria
Lecturas: Is 9,1-6; Sal 112 (113); Lc 1,26-38

  

 

“Hágase así”

(Lc 1, 26-38) En eco a la fiesta de la Asunción, la Iglesia hace memoria de María, Reina.

La mujer del Apocalipsis, coronada de estrellas, cede el lugar a la jovencísima muchacha de Nazaret. Estas dos imágenes trazan un inmenso arcoíris, que esboza la trayectoria de nuestra vocación bautismal. Siguiendo a María, pronunciamos nuestro «fiat» («hágase así») y damos a luz a Jesús; al término de nuestro peregrinaje terrenal, compartimos su gloria en el seno del Padre.

Bénédicte de la Croix, cistercienne

 

Introducción

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy, apenas una semana después de la solemnidad de la Asunción, celebramos la memoria de María Reina del cielo y de la tierra. La liturgia de la Palabra nos ofrece un itinerario maravilloso: Isaías nos anuncia al Mesías, el Salmo nos hace cantar la grandeza de Dios que se inclina hacia los pobres, y el Evangelio nos devuelve a Nazaret, donde María pronuncia el “fiat” que cambió la historia.

En este viernes penitencial, al orar por el perdón de nuestros pecados y por la sanación de quienes sufren en el cuerpo y en el alma, contemplamos a María como Reina cercana y madre misericordiosa. En el marco del Año Jubilar, ella nos anima a ser peregrinos de la esperanza, testigos de un Reino que se construye en la humildad y en el amor.


1. Isaías: el anuncio de un Rey que trae paz

La primera lectura (Is 9,1-6) nos presenta un poema mesiánico lleno de esperanza: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”. Este anuncio culmina en la profecía de un niño que nacerá con títulos que desbordan ternura y fuerza: “Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz”.

Este texto, leído a la luz de María Reina, nos recuerda que este Rey esperado llegó al mundo a través de ella. El trono de justicia y paz que Isaías anticipa encontró su puerta en el corazón disponible de María. Ella, al pronunciar su “hágase”, permitió que el Príncipe de la paz habitara nuestra historia.

En este tiempo, donde tantos pueblos viven bajo las sombras de la guerra, la división y el dolor, María Reina nos muestra que la verdadera realeza de Cristo no es violencia ni poder, sino paz y justicia.


2. El Salmo: Dios que se inclina hacia los pequeños

El salmo responsorial (Sal 112/113) proclama: “Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre”. Aquí encontramos el corazón del Dios que María conoció y proclamó en su Magníficat: “Derribó del trono a los poderosos y exaltó a los humildes”.

María, elevada como Reina, es al mismo tiempo signo de que Dios no olvida a los pequeños. Su corona está hecha de sencillez y servicio. Y precisamente porque fue pobre y humilde, Dios la engrandeció. Ella refleja la promesa del Salmo: Dios se acerca, se inclina, se abaja, para levantar a quienes no cuentan a los ojos del mundo.

En este viernes penitencial, esta Palabra nos mueve a reconocer nuestra pequeñez y a dejar que Dios nos levante. Y también a ser instrumentos suyos para levantar a quienes están hundidos en la tristeza, la enfermedad, la pobreza o la soledad.


3. El Evangelio: el “fiat” que abre el Reino

En el Evangelio (Lc 1,26-38), el ángel Gabriel anuncia a María que dará a luz al Hijo del Altísimo, aquel cuyo reino no tendrá fin. Ante este anuncio, María responde con una frase breve y decisiva: “Hágase en mí según tu palabra”.

Ese fiat es la llave de su realeza. María es Reina no por privilegio, sino por obediencia. Su grandeza está en haberse puesto toda entera en las manos de Dios. La mujer del Apocalipsis, coronada de doce estrellas, tiene su raíz en esta jovencita de Nazaret que creyó contra toda evidencia y confió sin reservas.

Cada uno de nosotros, por el bautismo, está llamado a recorrer ese mismo arcoíris espiritual: decir “sí” en lo cotidiano, dar a luz a Cristo en nuestras obras y esperar, al final de nuestra vida, la corona prometida a los que aman al Señor.


4. Viernes penitencial: pedir perdón y sanar con María Reina

Hoy nuestra mirada se detiene en el sufrimiento humano. María Reina es Madre que intercede por sus hijos. Ante ella traemos nuestras culpas, nuestras heridas interiores, nuestras enfermedades del cuerpo y del espíritu. Ella sabe lo que es acompañar el dolor, porque estuvo al pie de la cruz.

El Jubileo nos invita a vivir el perdón y la sanación. A dejar que Dios reine en nosotros, no el pecado. A permitir que el amor cure nuestras llagas. A ser comunidades que, como María, acogen al débil, levantan al caído, dan esperanza a los enfermos.


5. Peregrinos de la esperanza con la Reina del cielo

En este Año Jubilar, todos estamos llamados a ser peregrinos de la esperanza. María Reina camina a nuestro lado, mostrándonos que el camino hacia la gloria no pasa por la soberbia, sino por la humildad; no por dominar, sino por servir; no por acumular, sino por amar.

Ella es el arcoíris que une la historia de la salvación con nuestro propio destino bautismal: el “sí” de la fe en la tierra, la corona de la vida en el cielo.


Conclusión

Queridos hermanos, Isaías nos recuerda que la esperanza se anuncia en forma de niño. El salmo nos revela a un Dios que se abaja hasta el pobre. El Evangelio nos muestra a María que dice “sí” y se convierte en Reina por su obediencia.

Hoy, en este viernes penitencial, elevemos con confianza nuestra súplica:

·        que el Señor perdone nuestros pecados,

·        que sane las heridas del alma,

·        que fortalezca a los enfermos del cuerpo,

·        y que, acompañados por María Reina, caminemos como auténticos peregrinos de la esperanza, hasta compartir un día su misma gloria en el seno del Padre.

Amén.

 

 ************

 

22 de agosto:
Memoria de la Bienaventurada Virgen María Reina

 


Cita:

“Apareció en el cielo una gran señal: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.”
~Apocalipsis 12,1

 

Reflexión:

El siglo XX presenció un gran resurgimiento en la devoción a la Madre de Dios. Varias décadas antes, el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX declaró el Dogma de la Inmaculada Concepción. Cuatro años más tarde, la Santísima Virgen se apareció a Bernardita Soubirous, una joven campesina de catorce años, en Lourdes (Francia). En esa aparición, cuando Bernardita preguntó quién era la Señora Celestial, ella respondió: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esta confirmación mística del dogma papal encendió una gran devoción hacia la Madre de Dios, y Lourdes se convirtió en un lugar de peregrinación frecuente donde han ocurrido muchos milagros.

En 1916, tres niños pastores en Fátima, Portugal, recibieron tres apariciones del Ángel de la Paz, el Ángel de la Guarda de Portugal. Luego, en 1917, recibieron seis apariciones de la “Señora del Rosario”, como ella misma se llamó. El día de su última aparición, unas 70.000 personas se habían congregado y todos fueron testigos del milagro prometido. Una lluvia torrencial cesó de inmediato, el sol “bailó” y pareció precipitarse hacia la tierra, y todo —personas y objetos— quedaron repentinamente secos. Esta aparición y este milagro continúan alimentando la devoción a la Madre de Dios.

En 1950, el Papa Pío XII promulgó una constitución apostólica mediante la cual declaró como dogma de nuestra fe “que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Ya que Jesús es el Rey de reyes, y porque está sentado en su trono a la derecha del Padre en el Cielo, y su Madre fue asunta al Cielo en cuerpo y alma, la conclusión lógica de estas verdades nos conduce necesariamente a la memoria que hoy celebramos.

Los Padres de la Iglesia primitiva utilizaron lo que se conoce como “tipología” para establecer claramente la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por ejemplo, aunque el rey Salomón pecó, también es una prefiguración o “tipo” de Cristo, porque fue un pacificador, lleno de sabiduría, y construyó el Templo. San Agustín, en su comentario al Salmo 127, afirma que nuestro Señor es “el verdadero Salomón” y que “Salomón fue la figura de este Pacificador”. El verdadero Pacificador es Cristo, y así como Salomón edificó el Templo, nuestro Señor construyó el verdadero Templo de su Cuerpo, que es la Iglesia.

Siguiendo esta tipología, el Primer Libro de los Reyes dice: “Fue Betsabé a ver al rey Salomón para hablarle en favor de Adonías; el rey se levantó a recibirla y se postró ante ella. Luego volvió a sentarse en su trono, e hizo colocar un trono para la madre del rey, que se sentó a su derecha. Ella dijo: ‘Tengo que hacerte una pequeña súplica, no me la niegues’. El rey le contestó: ‘Pide, madre mía, pues no te la negaré’” (1 Re 2,19-20). Si el rey Salomón, figura veterotestamentaria de Cristo, honró las peticiones de su madre, sentándola en un trono a su derecha, ¡cuánto más nuestro Señor, verdadero Rey de reyes, hace lo mismo con su Madre! Por eso, la memoria de hoy celebra el hecho de que, en el Cielo, la Madre de Jesús está sentada en un trono junto al suyo, y como Salomón, Jesús le dice con certeza: “Pide, madre mía, pues no te la negaré”.

Por estas razones, el 11 de octubre de 1954, cuatro años después de la proclamación de la Asunción, el Papa Pío XII instituyó la memoria de la Realeza de María con su carta encíclica Ad Caeli Reginam (La Reina del Cielo). Esta memoria fue asignada inicialmente al 31 de mayo, tras la memoria del Inmaculado Corazón de María. Sin embargo, en 1969, el Papa Pablo VI trasladó la fecha al 22 de agosto, ocho días después de la solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. En gran parte, esto se hizo para crear una octava de continuidad y mostrar que la Asunción necesariamente conduce a que la Madre de Dios sea también la Reina Madre del Cielo y de la Tierra.

Como Reina, la Madre María no solo intercede en nuestro favor, sino que también actúa como mediadora de su Hijo. Desde su trono celestial, la Reina Madre del Cielo y de la Tierra recibe la misión de dispensar la gracia de Dios. Ella no es la fuente, pero tiene el privilegio de ser el instrumento de distribución. Como madre amorosa, nada la complace más que prodigar todo bien a sus hijos en la tierra. Anhela reunir a todos sus hijos en el Cielo, con y en su divino Hijo.

Aunque la evolución litúrgica y teológica de esta memoria pueda parecer compleja, su esencia es simple: no solo tenemos una Madre en el Cielo, también tenemos una Reina Madre. Como María es la Reina Madre de Dios, debemos acudir a ella con fe infantil y simplicidad. Así como un niño corre hacia una madre amorosa en el momento de necesidad, sin cuestionar jamás su amor, protección y cuidado, así debemos correr hacia ella. Ella es nuestra protectora, nuestro refugio, nuestra esperanza y nuestro dulce gozo. Su afecto es perfecto y su amor maternal incomparable.

Al honrar hoy a la Reina del Cielo, contemplemos la comprensión cada vez más profunda que la Iglesia tiene de su papel. Así como la Iglesia ha ido profundizando a lo largo de los siglos en la grandeza de María, así también nosotros debemos descubrirlo personalmente a lo largo de nuestras vidas. Acudamos a ella, busquemos su oración, confiemos en su intercesión y honrémosla como nuestra Madre y nuestra Reina.

Oración:

Madre y Reina del Cielo, hoy corro hacia ti como un niño, con confianza y fe. Tú eres la gloriosa Reina Madre, que reinas sobre todos tus hijos con amor y misericordia. Ruega por mí y concédeme todo lo que necesito. Abro mi corazón a la gracia de tu Hijo, que a ti se te ha confiado distribuir. Hazme santo y libre de pecado, para que puedas presentarme limpio y puro a tu amado Hijo, el Rey del Universo. Reina del Cielo, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.

 

 Referencias:


https://padregusqui.blogspot.com/2017/08/25-de-agosto-del-2017-viernes-de-la-20a.html


https://www.prionseneglise.ca/textes-du-jour/commentaire/2025-08-22


https://mycatholic.life/saints/saints-of-the-liturgical-year/august-22---queenship-of-blessed-virgin-mary/?_gl=1*bnan21*_ga*MTcyODYxNDQ4NC4xNzUyNzA1NTk2*_ga_3M3Z1T3KZ8*czE3NTU4MTM2NjYkbzUkZzEkdDE3NTU4MTQyMTMkajUzJGwwJGgw



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