Hacer y ser
(Mateo 19,16-22) «Mi
hacer consistirá en ser», escribía Etty Hillesum, atrapada en el
engranaje de la persecución de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Una manera radical de asemejarse a la fuente de todo bien, tal como se reveló a
Moisés en el corazón incandescente de la zarza ardiente. Esta pobreza hace huir
al joven, aunque seducido por Jesús, más preocupado por observar los
mandamientos que por exponerse a una íntima conversión. ¿Y yo?
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
Jc
2,11-19
El
Señor suscitó jueces, pero tampoco les escucharon
Lectura del libro de los Jueces.
EN aquellos días, los hijos de Israel obraron mal a los ojos del Señor, y
sirvieron a los baales. Abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que les había
hecho salir de la tierra de Egipto, y fueron tras otros dioses, dioses de los
pueblos vecinos, postrándose ante ellos e irritando al Señor. Abandonaron al
Señor para servir a Baal y a las astartés.
Se encendió, entonces, la ira del Señor contra Israel, los entregó en manos de
saqueadores que los expoliaron y los vendió a los enemigos de alrededor, de
modo que ya no pudieron resistir ante ellos. Siempre que salían, la mano del
Señor estaba contra ellos para mal, según lo había anunciado el Señor y
conforme les había jurado. Por lo que se encontraron en grave aprieto.
Entonces el Señor suscitó jueces que los salvaran de la mano de sus
saqueadores. Pero tampoco escucharon a sus jueces, sino que se prostituyeron
yendo tras otros dioses y se postraron ante ellos. Se desviaron pronto del
camino que habían seguido sus padres, escuchando los mandatos del Señor. No
obraron como ellos.
Cuando el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y los salvaba
de la mano de sus enemigos en vida del juez, pues el Señor se compadecía de sus
gemidos, provocados por quienes los vejaban y oprimían.
Pero, a la muerte del juez volvían a prevaricar más que sus padres, yendo tras
otros dioses, para servirles y postrarse ante ellos. No desistían de su
comportamiento ni de su conducta obstinada.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
106(105),34-35.36-37.39-40.43-44 (R. 4a)
R. Acuérdate
de mí, Señor, por amor a tu pueblo.
V. No exterminaron
a los pueblos
que el Señor les había mandado;
emparentaron con los gentiles,
imitaron sus costumbres. R.
V. Adoraron sus
ídolos
y cayeron en sus lazos.
Inmolaron a los demonios
sus hijos y sus hijas. R.
V. Se mancharon
con sus acciones
y se prostituyeron con sus maldades.
La ira del Señor se encendió contra su pueblo,
y aborreció su heredad. R.
V. Cuántas veces
los libró;
mas ellos, obstinados en su actitud,
perecían por sus culpas.
Pero él miró su angustia,
y escuchó sus gritos. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. R.
Evangelio
Mt
19,16-22
Si
quieres ser perfecto, vende tus bienes, así tendrás un tesoro en el cielo
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me preguntas qué es bueno? Uno solo es Bueno. Mira, si quieres entrar
en la vida, guarda los mandamientos».
Él le preguntó:
«¿Cuáles?».
Jesús le contestó:
«No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio,
honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo».
El joven le dijo:
«Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?».
Jesús le contestó:
«Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres
—así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme».
Al oír esto, el joven se fue triste, porque era muy rico.
Palabra del Señor.
1. Introducción
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la Palabra de Dios nos conduce a un examen profundo de nuestra fe, de
nuestro estilo de vida y de nuestro corazón. En este Año Jubilar, en el que
somos llamados “Peregrinos de la Esperanza”, celebramos la memoria de
los fieles difuntos, confiando en la misericordia de Dios que abre para ellos
la plenitud de la vida eterna.
La liturgia nos presenta en el Evangelio de Mateo
(19,16-22) el encuentro de Jesús con un joven rico. Es un relato que interpela,
que desinstala, que nos coloca ante una decisión fundamental: ¿vivimos la fe
como cumplimiento externo de normas o como entrega radical de nuestro ser a
Dios?
2. El joven rico y la tentación
del cumplimiento
El joven del Evangelio se acerca con una pregunta
legítima: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para alcanzar la vida eterna?».
Es la misma inquietud de todo ser humano: ¿cómo alcanzar la plenitud, la vida
verdadera, el sentido último de la existencia?
Jesús le recuerda los mandamientos, el camino de
fidelidad que Israel había recibido como don. Pero enseguida va más allá: «Si
quieres ser perfecto, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un
tesoro en el cielo; luego ven y sígueme.»
El joven no puede. Su corazón está atado. Cumple,
sí; pero no se atreve a dar el paso de la confianza total. Prefiere el hacer al
ser, la norma a la relación viva con Cristo.
3. “Mi hacer consistirá en ser”
Aquí resuena la palabra de Etty Hillesum, aquella
joven judía holandesa asesinada en Auschwitz, quien en medio del horror
escribió: «Mi hacer consistirá en ser.» Ella comprendió que la vida
verdadera no está en acumular ni en protegerse, sino en dejar que el corazón se
convierta en espacio de Dios.
Lo mismo había experimentado Moisés frente a la
zarza ardiente: no fue un mandato de producir cosas lo que escuchó, sino la
revelación de un Dios que es «Yo soy». El cristiano no vive para aparentar
obras externas, sino para transparentar el ser de Dios mismo en su vida.
4. La conversión íntima
El problema del joven rico no era la riqueza
material en sí, sino la incapacidad de exponerse a una conversión íntima. Tenía
miedo de ser pobre en espíritu, de dejar que Cristo lo transformara desde
dentro.
Y aquí nos toca a nosotros. ¿No sucede lo mismo con
frecuencia en nuestra vida? Podemos cumplir ritos, mandamientos, prácticas religiosas…
pero sin dar el salto a una relación viva, transformadora, con el Señor. El
Jubileo nos invita a eso: a la libertad interior, a la confianza radical en
Dios que nos hace desprendernos de lo accesorio para quedarnos con lo esencial.
5. Luz desde las otras lecturas
La primera lectura de hoy (Jue 2,11-19) nos habla
del pueblo de Israel que, una y otra vez, abandona al Señor para seguir a los
ídolos. El Señor suscita jueces que los liberen, pero ellos vuelven a caer en
la infidelidad. Es la historia de un corazón dividido.
El salmo responsorial (Sal 105) hace memoria de esa
infidelidad, pero también proclama la fidelidad de Dios, que no abandona a su
pueblo. La misericordia de Dios es más fuerte que nuestras caídas.
Aplicado a nuestro tema, se trata de elegir entre
el dios falso de las seguridades y el Dios vivo que pide entrega confiada.
6. Oración por los difuntos
En esta Eucaristía, oramos por nuestros hermanos
difuntos. Ellos ya no están en la lucha del joven rico; ya no pueden apegarse a
las riquezas ni a las normas. Están en manos de Dios.
Pedimos que el Señor los purifique de toda atadura
y los reciba en la plenitud de su presencia. Nuestra oración por ellos es
también un recordatorio para nosotros: la vida es breve, y lo único que
permanece es el amor entregado, la fe vivida, la confianza puesta en Cristo.
7. Aplicación al Año Jubilar
El Papa Francisco nos ha invitado a ser peregrinos
de la esperanza. Y la esperanza no se fundamenta en lo que tenemos, sino en
lo que somos delante de Dios.
- Ser
testigos de la esperanza significa optar por la conversión íntima,
no por un cumplimiento superficial.
- Ser
peregrinos de la esperanza significa vivir desprendidos,
solidarios, cercanos a los pobres, como nos pide el Evangelio.
- Ser
discípulos de Cristo significa atreverse a “ser” más que a “hacer”,
porque el verdadero hacer nace de un corazón transformado por el Espíritu.
8. Conclusión
Hermanos, el joven rico se marchó triste porque no
se animó a confiar del todo en el Señor. Que no nos suceda lo mismo.
Hoy el Señor nos invita a una conversión íntima, a
una fe viva que nos libere de ídolos, a una esperanza que transforme nuestra
manera de vivir y de mirar la muerte.
Confiemos a nuestros hermanos difuntos a la
misericordia infinita de Dios y pidamos la gracia de vivir este Jubileo como
una verdadera experiencia de libertad interior.
Amén.
2
Un llamado a la perfección: desapegarnos para
vivir en plenitud
1.
Introducción: entre el mínimo y la plenitud
Queridos
hermanos y hermanas:
La liturgia de hoy nos pone frente a un gran contraste. En la primera lectura,
del libro de los Jueces, vemos a Israel que, apenas muerto Josué, vuelve a
desviarse del Señor y se deja seducir por los ídolos. En el Evangelio, un joven
rico busca a Jesús con una pregunta seria: “Maestro,
¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?”
Ambas
escenas reflejan la tensión de nuestra vida espiritual: entre la fidelidad y la
infidelidad, entre lo mínimo que basta para salvarse y la llamada a una
perfección que exige entrega total. Y en medio de esas tensiones, aparece el
amor misericordioso de Dios, que no se cansa de invitarnos a más, a mejor, a lo
eterno.
2.
El peligro de conformarse con lo mínimo
Jesús
responde primero al joven recordándole los mandamientos. Era la base, el camino
seguro para no perder la vida eterna. Y el joven responde con entusiasmo: “Todo eso lo he cumplido desde mi
juventud.” Parecería que ya está listo, que no falta nada.
Pero
Jesús lo mira con amor y lo lleva más allá: “Si
quieres ser perfecto, vende lo que tienes, dáselo a los pobres… luego ven y
sígueme.”
Aquí
está el gran desafío: muchos se conforman con lo mínimo, con “estar bien”
delante de Dios, sin caer en pecados graves. Pero el Señor no nos quiere
mediocres; nos quiere santos, plenos, entregados. En palabras del Evangelio,
nos quiere perfectos.
3.
El fracaso del joven rico
El
joven escucha la invitación, pero se va triste. No porque Jesús le haya pedido
algo imposible, sino porque no se atrevió a dar el paso. Sus riquezas eran su
seguridad. El cumplimiento de normas lo tranquilizaba, pero la entrega radical
lo asustaba.
Lo
mismo pasó con Israel en el libro de los Jueces: Dios los liberaba una y otra
vez, pero ellos volvían a atarse a los ídolos. El corazón humano, sin una
conversión profunda, siempre corre el riesgo de quedar atrapado en falsas
seguridades.
4.
El llamado a la perfección
El
comentario que hemos escuchado nos lo recuerda: la respuesta inicial de Jesús
señalaba el mínimo necesario para entrar en la vida eterna. Pero luego lo
invitó a más: a la perfección. Y aquí está la gran pregunta:
·
¿Nos
conformamos con lo mínimo?
·
¿O
aspiramos a ser santos, a vivir la plenitud del amor, a hacer de Cristo el
centro absoluto de nuestra vida?
El
Jubileo que celebramos nos invita precisamente a eso: a no conformarnos con una
fe rutinaria, sino a renovar el corazón, a experimentar la alegría de un amor
que no calcula.
5.
La pobreza de espíritu: un camino universal
Es
cierto que Jesús no pide a todos que abandonemos materialmente nuestras
riquezas, pero sí nos exige a todos la pobreza
interior de espíritu. Esto significa no aferrarnos a nada,
estar siempre dispuestos a poner a Dios por encima de todo, incluso de las
cosas buenas que poseemos.
El
Papa Francisco, al convocar el Año Jubilar, nos ha recordado que la esperanza
nace de un corazón libre, que no se esclaviza a los bienes ni a los miedos.
Solo así podemos ser peregrinos de la esperanza.
6.
Una luz desde los difuntos
Hoy
rezamos por nuestros hermanos difuntos. Ellos ya no poseen nada; han dejado
atrás riquezas, títulos, seguridades. Solo cuentan con lo que fueron delante de
Dios: su fe, su amor, su entrega.
Nuestra
oración por ellos es también una enseñanza para nosotros: tarde o temprano,
todos tendremos que entregar todo. ¿Por qué no empezar desde ya a vivir
desapegados, para que la muerte nos encuentre libres y confiados en el Señor?
7.
El tesoro en el cielo
Jesús
promete: “Así tendrás un
tesoro en el cielo.” No se trata de perder, sino de ganar. El
desprendimiento que nos pide abre la puerta a una gloria incomprensible. Como
decía Santa Teresa: “Quien a
Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta.”
Cuanto
más santos seamos aquí en la tierra, más gloriosa será nuestra vida eterna.
Este es el gran negocio del Evangelio: dar lo pasajero para recibir lo eterno.
8.
Conclusión: decir “sí” hoy
Hermanos,
la tristeza del joven rico nos previene. No dejemos pasar la invitación de
Cristo. No nos contentemos con lo mínimo. Aspiremos a la santidad, a la
perfección, a la libertad interior que nos hace verdaderamente felices.
Hoy,
al orar por nuestros difuntos, pedimos que el Señor los purifique y los lleve a
su gloria. Y nosotros, que seguimos en camino, aprovechemos este Año Jubilar
para dar un paso más: desapegarnos, confiar más, amar sin medida.
Digámosle
al Señor con fe:
“Jesús, en Ti confío. Quiero ser tuyo, del
todo, siempre.”
Amén.
3
Dios no abandona: entre la idolatría y la
llamada a la perfección
1.
Introducción: una fe entre luces y sombras
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy
la Palabra de Dios nos muestra la historia de Israel en toda su crudeza, y al
mismo tiempo la fragilidad del corazón humano cuando se enfrenta al llamado de
Jesús. El libro de los Jueces nos recuerda que Dios nunca abandona a su pueblo, aunque
éste se aparte y vuelva a caer en la idolatría. El Evangelio, por su parte, nos
presenta al joven rico, un hombre bueno, cumplidor de la ley, pero incapaz de
dar el salto decisivo hacia la entrega radical.
Ambos
textos dialogan entre sí: el pueblo y el joven buscan seguridad, pero la buscan
en lo que no da vida. Y en medio de esas fragilidades, Dios insiste, llama,
ofrece liberación y plenitud.
2.
El ciclo de los jueces: una historia que se repite
El
libro de los Jueces describe la vida del pueblo de Israel después de la muerte
de Josué. Es una época marcada por un ciclo repetitivo:
·
El
pueblo es fiel por un tiempo,
·
luego
cae en la idolatría,
·
Dios
permite que sufran la opresión,
·
ellos
claman a Dios,
·
y
Él suscita jueces, hombres y mujeres, que los liberan.
Pero,
una vez muere el juez, la historia vuelve a comenzar. Es el círculo de la
infidelidad humana y de la misericordia divina.
La
enseñanza es clara: cuando una sociedad pretende vivir sin Dios, las
consecuencias son desastrosas. No se trata de un castigo caprichoso, sino del
fruto natural de abandonar la fuente de la vida. Y, sin embargo, Dios sigue
siendo fiel y nunca deja de responder al clamor de su pueblo.
3.
El joven rico: un corazón dividido
El
Evangelio nos presenta al joven que se acerca a Jesús con una pregunta noble: “Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para
tener vida eterna?” Ya cumple los mandamientos, pero intuye que hay
algo más. Y Jesús le responde con claridad: “Si
quieres ser perfecto, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, y luego ven y
sígueme.”
Aquí
se revela el drama del joven: quiere más, pero no se atreve a darlo todo. La
invitación de Jesús le parece demasiado costosa, y por eso se marcha triste. Su
corazón está dividido entre el deseo de plenitud y el apego a sus seguridades.
4.
Entre idolatría y perfección: la tensión de nuestra vida
Lo
que vivió Israel y lo que vivió el joven rico nos ocurre también a nosotros.
·
Como
Israel, muchas veces volvemos
a los ídolos: los ídolos del dinero, del poder, del placer, de
la seguridad material.
·
Como
el joven rico, deseamos la vida eterna, pero nos asusta la radicalidad de
seguir a Cristo.
El
Jubileo que celebramos nos invita a reconocer esa fragilidad, pero sobre todo a
descubrir que Dios no se cansa de llamarnos. Él nos ofrece liberadores,
oportunidades, sacramentos, personas que nos recuerdan su amor. Nos invita a no
quedarnos en el cumplimiento mínimo, sino a caminar hacia la perfección del amor.
5.
El desapego interior: clave de libertad
Jesús
no pide a todos que vendamos literalmente lo que tenemos, pero sí nos exige a
todos la pobreza de
espíritu, es decir, un corazón libre, desapegado, dispuesto a
poner a Dios por encima de todo.
El
joven rico fracasó porque pensaba que lo importante era poseer. Jesús nos
enseña que lo importante es ser
libres para amar. El verdadero tesoro no está en lo que acumulamos,
sino en lo que entregamos.
6.
Una enseñanza desde los difuntos
Hoy,
lunes de oración por los fieles difuntos, recordamos que todos, tarde o
temprano, dejaremos atrás nuestras riquezas, seguridades y apegos. En el
momento de la muerte solo queda lo que hemos sido delante de Dios: nuestra fe,
nuestra esperanza, nuestro amor.
Nuestra
oración por los difuntos nos recuerda que la vida es un paso, una
peregrinación. Y en este Año Jubilar queremos vivir como peregrinos de la esperanza,
caminando ligeros de equipaje, confiados en que nuestra verdadera herencia está
en el cielo.
7.
Aplicación al Año Jubilar: peregrinos, no instalados
El
Papa Francisco, al convocar este Jubileo, nos invitó a salir de la mediocridad
y vivir como peregrinos de
la esperanza. Eso significa:
·
No
repetir indefinidamente el ciclo de los jueces, cayendo y levantándonos sin
aprender.
·
No
marcharnos tristes como el joven rico, incapaces de dar el paso de confianza.
·
Sino
elegir la libertad, la entrega, la esperanza que nos hace caminar hacia
adelante con Cristo.
Un
peregrino no acumula, confía. No se instala, camina. Así debe ser nuestra vida
cristiana.
8.
Conclusión: decir “sí” al llamado
Queridos
hermanos:
El
joven rico se fue triste porque no supo decir “sí”. Israel cayó una y otra vez
porque se apartó de Dios. Pero hoy nosotros podemos elegir distinto.
Digámosle
al Señor que queremos caminar con Él, sin ídolos, sin apegos, con la libertad
de los hijos de Dios. Que, al orar por nuestros difuntos, recordemos que ellos
ya dejaron todo, y que nosotros también un día dejaremos lo que hoy tanto nos
preocupa. Lo único que quedará es lo que fuimos delante de Dios.
En
este Jubileo, que nuestro corazón se llene de esperanza y se abra a la
conversión. Y que no seamos cristianos de “mínimos”, sino discípulos de Jesús
que aspiran a la perfección
del amor.
Amén.
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