Santos del día:
San
Eusebio de Vercelli
c.
283–371. Obispo y gran defensor del Credo de Nicea
frente al arrianismo; promovió una vida casi monástica para el clero de su
diócesis y sufrió el exilio por la fe. «Me rodean consolaciones: vuestra fe
firme, vuestro amor, vuestras buenas obras», escribió desde la prisión.
San Pedro-Julián Eymard
1811-1868.
«La Eucaristía cultiva la fe en nosotros. Eleva, ennoblece y purifica el
amor en nosotros: nos enseña a amar», afirmó este sacerdote de Isère,
fundador de la Congregación del Santísimo Sacramento para la difusión de la
devoción eucarística. Canonizado en 1962.
La
ignorancia y el miedo
(Mateo 14, 1-12) La
escena es espantosa, de una violencia inaudita. ¿Cómo llegó Herodes a ordenar
la ejecución de Juan el Bautista? ¿Cuál es el móvil del crimen? ¿El odio? ¿La
venganza?
En realidad, los motivos son mucho más comunes: Herodes está guiado por la
ignorancia (no sabe realmente quién es Juan el Bautista) y por el miedo (no
quiere desagradar).
Detrás de esta escena de otro tiempo se perfila un llamado siempre actual a
vencer la cobardía y los prejuicios de toda clase.
Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté
Saint-Martin
Primera lectura
Lv
25,1.8-17
El año
jubilar cada uno recobrará su propiedad
Lectura del libro del Levítico.
EL Señor habló a Moisés en el monte Sinaí:
«Haz el cómputo de siete semanas de años, siete veces siete, de modo que las
siete semanas de años sumarán cuarenta y nueve años.
El día diez del séptimo mes harás oír el son de la trompeta: el día de la
expiación harán resonar la trompeta por toda su tierra.
Declararán santo el año cincuenta y promulgarán por el país liberación para
todos sus habitantes.
Será para ustedes un jubileo: cada uno recobrará su propiedad y retornará a su
familia.
El año cincuenta será para ustedes año jubilar: no sembrarán, ni segarán los
rebrotes, ni vendimiarán las cepas no cultivadas.
Porque es el año jubilar, que será sagrado para ustedes. Comerán lo que den sus
campos por sí mismos.
En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad.
Si vendes o compras algo a tu prójimo, que nadie perjudique a su hermano.
Lo que compres a tu prójimo se tasará según el número de años transcurridos
después del jubileo.
Él te lo cobrará según el número de cosechas restantes: cuantos más años
falten, más alto será el precio; cuantos menos, tanto menor será el precio.
Porque lo que él te vende es el número de cosechas.
Que nadie perjudique a su prójimo. Y teme a tu Dios, porque yo soy el Señor, su
Dios».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
67(66),2-3.5.7-8 (R. 4)
R. Oh, Dios, que te alaben los
pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
V. Que Dios tenga piedad
y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. R.
V. Que canten de alegría
las naciones,
porque riges el mundo con justicia
y gobiernas las naciones de la tierra. R.
V. La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos. R.
Evangelio
Mt
14,1-12.
Herodes
mandó decapitar a Juan, y sus discípulos fueron a contárselo a Jesús
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, oyó el tetrarca Herodes lo que se contaba de Jesús y dijo a
sus cortesanos:
«Ese es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso las
fuerzas milagrosas actúan en él».
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel
encadenado, por motivo de Herodías, mujer de su hermano Filipo; porque Juan le
decía que no le era lícito vivir con ella. Quería mandarlo matar, pero tuvo
miedo de la gente, que lo tenía por profeta.
El día del cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó delante de todos y
le gustó tanto a Herodes, que juró darle lo que pidiera.
Ella, instigada por su madre, le dijo:
«Dame ahora mismo en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».
El rey lo sintió, pero, por el juramento y los invitados, ordenó que se la
dieran, y mandó decapitar a Juan en la cárcel.
Trajeron la cabeza en una bandeja, se la entregaron a la joven y ella se la
llevó a su madre.
Sus discípulos recogieron el cadáver, lo enterraron, y fueron a contárselo a
Jesús.
Palabra del Señor.
1
HOMILÍA
Memoria de
María en Sábado – Año Jubilar
Sábado de la 17ª Semana
del Tiempo Ordinario, Año I
Queridos hermanos y
hermanas en Cristo:
Hoy la liturgia nos
regala un triple horizonte espiritual:
1.
La enseñanza de las lecturas propias del sábado
de la 17ª semana del Tiempo Ordinario.
2.
La memoria de Santa María en sábado, que nos
invita a contemplar a la Madre como modelo de fidelidad y esperanza.
3.
La vivencia de este Año Jubilar que, como un
eco del Jubileo bíblico, nos llama a la libertad, la restitución y la alegría
de la reconciliación.
1.
El Jubileo: un tiempo de gracia y liberación
En la primera lectura,
tomada del Libro del
Levítico (Lv 25,1.8-17), se nos presenta la institución del Jubileo, palabra que
proviene del hebreo yobel
o jobel, que alude
al cuerno de carnero que anunciaba este tiempo especial. El Jubileo bíblico no
era simplemente una tradición, sino un mandato divino: cada cincuenta años, el
pueblo debía descansar la
tierra, liberar
a los esclavos y devolver
las propiedades a sus dueños originales. Era un año de
restauración y de justicia social, un tiempo para sanar las heridas de las
desigualdades acumuladas y para recordar que la tierra, la vida y la historia
pertenecen en último término a Dios.
En este Año Jubilar que
vive la Iglesia, el Papa nos invita a ser "Peregrinos de la Esperanza". No
se trata solo de atravesar una Puerta Santa en Roma o en nuestras catedrales,
sino de permitir que Cristo abra la puerta de nuestro corazón para que entre la
gracia de la libertad interior, de la reconciliación y del perdón. El Jubileo
es tiempo de dejar descansar las tierras de nuestra vida, esas parcelas donde
hemos sembrado egoísmo o rencor, y permitir que el Espíritu Santo las regenere.
2.
El Evangelio y la memoria de Juan el Bautista
El Evangelio de hoy (Mt
14,1-12) nos presenta a Herodes, un hombre atrapado en su propia corrupción
moral, perturbado por la voz de su conciencia. Cree que Jesús es Juan Bautista
resucitado, porque él mismo lo había mandado matar. Herodes es la imagen de
quien vive prisionero de sus decisiones injustas y de su ambición, incapaz de
liberarse de las cadenas de la mentira y del pecado.
En contraste, el Jubileo es una invitación a todo lo contrario: romper las cadenas, restituir la dignidad y acoger la verdad que salva.
Donde Herodes opta por el miedo y la represión, el discípulo de Cristo opta por
la misericordia y la conversión.
3.
María, memoria viva de las maravillas de Dios
Celebrar la memoria de
María en sábado, en este contexto, nos recuerda que ella es la mujer del Magníficat,
la que proclama: “Proclama mi
alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la humillación de su esclava”
(Lc 1,46-55). María es, por así decirlo, el corazón jubiloso del Jubileo: en
ella encontramos el descanso en Dios, la libertad para decir “sí” a su
voluntad, y la restitución de la esperanza para toda la humanidad.
Mientras Herodes
alimenta una memoria oscura —hecha de culpas y venganzas—, María guarda una
memoria santa —hecha de gratitud y contemplación—. Su corazón es un cofre donde
se atesoran las maravillas de Dios. Por eso, cada sábado, la Iglesia nos invita
a mirarla, para aprender a vivir con una memoria agradecida.
4.
Vivir el Jubileo hoy
Hermanos, si en el
antiguo Israel el Jubileo era cada 50 años, en Cristo este tiempo es permanente. Él es
nuestro verdadero Jubileo: en Él hay descanso para los cansados, liberación
para los oprimidos y restitución para los que han perdido la esperanza.
El Papa Francisco nos recuerda que en este año estamos llamados a ser signos vivos de esperanza
para un mundo herido por la guerra, la violencia, la pobreza y la indiferencia.
Esto implica:
·
Perdonar con generosidad.
·
Restituir con justicia lo que no
nos pertenece.
·
Liberar a quienes están bajo
nuestro poder o influencia injusta.
·
Descansar en Dios, para no
caer en el activismo estéril.
5.
Conclusión
Que este Año Jubilar,
bajo la mirada maternal de María, sea para nosotros un tiempo para dejar
resonar el cuerno del yobel
en nuestro interior, anunciando que la
verdadera libertad se encuentra en Cristo.
Pidamos hoy, en esta Eucaristía, que no alimentemos recuerdos de rencor como
Herodes, sino memorias de amor como María. Que podamos decir cada día: “El Señor ha hecho maravillas en mí”.
Y así, cuando suene la
trompeta del Jubileo eterno, podamos volver con alegría a nuestra verdadera
casa: el corazón del Padre.
Amén.
2
HOMILÍA
Memoria de
María en Sábado – Año Jubilar
Sábado de la 17ª Semana
del Tiempo Ordinario, Año I
Queridos hermanos y
hermanas:
Hoy la Palabra de Dios
nos sitúa frente a un contraste muy marcado: el Jubileo bíblico, tiempo de liberación y de
descanso, frente a la historia
oscura de Herodes, un hombre esclavizado por la ignorancia y el
miedo.
1.
El Jubileo: romper cadenas, restaurar la vida
En la primera lectura
del Levítico (Lv 25,1.8-17) descubrimos que el Jubileo era un año santo en el
que todo debía volver a su orden original: las tierras a sus dueños, los
esclavos a la libertad, la tierra al descanso. Era el recordatorio solemne de
que Dios es el verdadero dueño de todo y que el ser humano es solo
administrador de los dones recibidos.
En este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”,
la Iglesia nos invita a vivir ese mismo espíritu: liberar a quienes están
cautivos (física o espiritualmente), sanar heridas antiguas, restituir lo que
hemos arrebatado, y descansar en Dios para dejar que su gracia regenere nuestra
vida. El Jubileo es un antídoto contra el miedo, porque nos recuerda que no
estamos solos: caminamos hacia la libertad que solo Cristo puede dar.
2.
Herodes: esclavo de la ignorancia y del miedo
El Evangelio de Mateo
(14,1-12) nos muestra una escena que parece de otro tiempo, pero que refleja
muy bien las cadenas que siguen aprisionando al corazón humano. Herodes manda
matar a Juan Bautista no por odio ni venganza planificada, sino por motivos más
miserables y corrientes: la
ignorancia —no sabe realmente quién es Juan— y el miedo —teme perder
prestigio y quedar mal ante los demás—.
La ignorancia
espiritual es peligrosa porque nos hace confundir lo bueno con lo malo. El
miedo nos vuelve esclavos de las opiniones ajenas. En Herodes, estos dos males
se combinan y desembocan en un crimen. En nosotros, si no vigilamos, pueden
llevarnos a decisiones injustas, a omitir el bien que podríamos hacer o a
traicionar la verdad por conveniencia.
3.
María: sabiduría y valentía en la fe
Frente a la figura de
Herodes, la liturgia nos invita hoy a mirar a María. Ella no es ignorante de
las maravillas de Dios: guarda y medita en su corazón cada palabra y cada
acontecimiento. Tampoco es cobarde: se pone en camino a la montaña para servir
a su prima Isabel, permanece junto a la cruz cuando muchos huyen, y se mantiene
en oración con los apóstoles esperando al Espíritu Santo.
María es el modelo del
discípulo que vence la ignorancia con la fe y el miedo con la confianza en
Dios. En este Año Jubilar, ella nos enseña que el camino de la libertad
comienza por abrir la mente a la Palabra y el corazón al amor.
4.
Aplicación para nosotros hoy
En nuestras comunidades
y en nuestra vida personal hay todavía esclavitudes que se alimentan de
ignorancia y miedo:
·
Ignorancia de la dignidad del otro, que lleva a
la indiferencia o al desprecio.
·
Miedo a perdonar, a pedir perdón, a hacer
justicia.
·
Ignorancia de la Palabra de Dios, que debilita
nuestra esperanza.
·
Miedo a perder comodidad o poder si seguimos el
Evangelio.
El Jubileo nos llama a
un paso valiente: informarnos
en la verdad de Cristo y actuar sin temor para restituir la paz y la justicia.
5.
Conclusión
Hermanos, pidamos hoy a
María, Madre de la Esperanza, que nos ayude a derribar en nosotros dos
murallas: la ignorancia que oscurece y el miedo que paraliza. Que este Año
Jubilar sea un tiempo para aprender más de la Palabra, para amar con más
decisión, y para caminar sin miedo hacia la libertad que Dios quiere para sus
hijos.
Que, a diferencia de
Herodes, nuestras decisiones queden grabadas en la memoria de Dios como actos
de luz, de verdad y de misericordia.
Amén.
3
HOMILÍA
Memoria
de María en Sábado – Año Jubilar
Sábado
de la 17ª Semana del Tiempo Ordinario, Año I
Hermanos
y hermanas en el Señor:
Hoy
la Palabra nos coloca frente a un espejo incómodo: el rostro de Herodes el
tetrarca, un hombre que, a pesar de haber escuchado la voz de la verdad en
labios de Juan el Bautista, terminó sofocando esa voz para conservar su orgullo
y su poder. El Evangelio de Mateo (14,1-12) nos muestra que, tras la muerte de
Juan, Herodes escucha hablar de Jesús y, perturbado, concluye que es Juan que
ha resucitado.
Esta
extraña reacción nos dice mucho de su interior: Herodes vive marcado por el remordimiento,
el miedo y la culpa. Es la típica experiencia de una conciencia en conflicto:
sabe que hizo mal, pero no quiere reconocerlo ni cambiar.
1.
Herodes: un corazón dividido
Históricamente,
Herodes gobernaba gran parte del territorio donde Jesús desarrolló su ministerio.
Había encarcelado a Juan por denunciar su unión ilícita con Herodías, esposa de
su hermano. Curiosamente, el Evangelio de Marcos nos revela que Herodes “temía
a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía; y al
escucharlo quedaba muy perplejo, pero lo escuchaba con gusto” (Mc 6,20).
Herodes
tenía un destello de admiración por el profeta, quizás incluso una chispa de
fe. Pero ese destello no bastó para vencer sus pasiones ni su temor a perder
prestigio. Su vida nos recuerda que no basta con sentir simpatía por la verdad:
hay que adherirse a ella con decisión.
Cuando
finalmente, por presión de Herodías y para no quedar mal ante sus invitados, ordenó
la decapitación de Juan, Herodes no solo silenció al profeta, sino que cerró la
puerta a su propia conversión. Desde entonces, su conciencia quedó marcada por
la sombra del crimen, incapaz de encontrar paz.
2.
El Jubileo: oportunidad para resolver la conciencia
La
primera lectura de hoy, del Levítico (25,1.8-17), nos habla del Año Jubilar, un
tiempo de gracia en que todo debía volver a su orden original: la tierra
descansaba, las deudas se perdonaban, los esclavos eran liberados y las
propiedades devueltas. En el fondo, era un tiempo para resolver lo que estaba
roto y sanar lo que estaba herido.
El
Jubileo era la manera en que Dios enseñaba a su pueblo que ninguna cadena debía
ser perpetua y que siempre existe un momento para recomenzar. Lo que Herodes no
hizo—abrir la puerta de su conciencia y dejar entrar la verdad— es justamente
lo que el Jubileo nos invita a hacer: permitir que la misericordia de Dios
toque esas zonas de nuestra vida que están marcadas por errores pasados, culpas
ocultas o heridas no sanadas.
3.
María: memoria agradecida, no memoria culpable
En
esta memoria de Santa María en sábado, encontramos el antídoto perfecto para la
experiencia de Herodes. Mientras él vive preso de una memoria que lo acusa,
María vive de una memoria que alaba. Ella guarda en su corazón los
acontecimientos, los medita y reconoce en ellos la acción salvadora de Dios.
La
diferencia es abismal:
Herodes recuerda para atormentarse y justificar su obstinación.
María recuerda para agradecer y crecer en fidelidad.
El
Año Jubilar nos pide pasar de una memoria culpable a una memoria redentora.
María nos enseña que el pasado, puesto en manos de Dios, se convierte en
historia de salvación.
4.
Superar el remordimiento: tres pasos jubilares
La
historia de Herodes nos advierte del peligro de vivir con un corazón dividido.
Para evitarlo, el Jubileo nos ofrece tres pasos concretos:
1.
Reconocer la verdad: no huir de la voz de Dios que nos llama a revisar nuestra vida.
2.
Confesar y sanar: buscar el sacramento de la reconciliación, donde la culpa se transforma
en gracia.
3.
Restituir y reparar: hacer todo lo posible para enmendar el daño causado, liberando
a otros y a nosotros mismos.
Si
Herodes hubiera buscado a Jesús, se hubiera confesado y pedido perdón, hoy lo recordaríamos
como un convertido, no como un obstinado.
5.
Aplicación personal
Hermanos,
quizás nosotros no hemos mandado matar a un profeta, pero sí podemos tener culpas
o heridas del pasado que siguen robándonos la paz. ¿Hay en tu vida un “Juan el Bautista”
cuya voz has querido callar? ¿Hay un “Jesús” que llama a tu puerta y tú temes recibir?
El
Jubileo es la oportunidad de romper ese círculo. Dios no quiere que vivamos
como Herodes, atados a remordimientos y excusas. Quiere que vivamos como María,
con un corazón abierto, agradecido y disponible para acoger la gracia.
6.
Conclusión
Hoy,
al acercarnos a la Eucaristía, pidamos a Cristo la valentía de resolver las
cuentas pendientes de nuestra conciencia. Que no haya en nosotros rincones
oscuros donde se esconda la culpa, sino espacios abiertos donde la misericordia
pueda entrar.
Que
María, Madre de la Esperanza, nos enseñe a recordar no con miedo, sino con
gratitud. Y que este Año Jubilar sea verdaderamente para nosotros un tiempo de
liberación, de reconciliación y de paz interior.
Amén.
2 de agosto:
San Eusebio de Vercelli, obispo — Memoria libre
c. 283 (o inicios del siglo IV) – 371
Patrono del Piamonte, Italia
Cita:
Cuando recibo una carta de uno de ustedes y veo en sus escritos su bondad y
amor, la alegría se mezcla con lágrimas, y mi deseo de seguir leyendo se ve
interrumpido por mi llanto. Ambas emociones son inevitables, pues compiten
entre sí por cumplir con su deber de afecto, cuando una carta así satisface mi
anhelo por ustedes. Los días transcurren de esta manera, imaginándome en
conversación con ustedes, y así olvido mis sufrimientos pasados. Me rodean
consolaciones por todos lados: su fe firme, su amor, sus buenas obras. En medio
de tantas bendiciones pronto me imagino en su compañía, ya no en el exilio.
~Carta desde la prisión, San Eusebio
Reflexión:
San Eusebio de Vercelli nació en la isla de Cerdeña, situada en el mar
Mediterráneo, al oeste de la actual Italia. Su fecha de nacimiento no es
segura: algunas fuentes la sitúan hacia el año 283, pero las más fiables
sugieren una fecha posterior al año 300. En la época de su nacimiento, Cerdeña
era una provincia del Imperio romano. Aunque el cristianismo había sufrido
diversas persecuciones hasta entonces, había una relativa paz hasta el año 303,
cuando el emperador Diocleciano promulgó una serie de edictos ordenando el
arresto y la ejecución de los cristianos. Algunos relatos de la vida temprana
de Eusebio indican que su padre cristiano fue martirizado cuando él era niño,
lo que llevó a él y a su madre a trasladarse a Roma. Allí, Eusebio practicó su
fe con gran celo, llegando a ser lector y una figura respetada en la comunidad
católica.
En tiempos de Eusebio en Roma, un sacerdote
llamado Arrio, originario de Alejandría (en la actual Egipto), comenzó a
difundir una posición teológica que más tarde sería conocida como la herejía
arriana. Enseñaba que el Hijo de Dios no era coeterno con el Padre y que era
inferior a Él. Para propagar su doctrina, repetía con frecuencia la frase: «hubo
un tiempo en que el Hijo no existía». Esta frase llegó a popularizarse
incluso en cantos entre los fieles. Sus ideas erróneas se extendieron
rápidamente por diversas regiones del Imperio romano, causando gran división.
Como respuesta, el emperador Constantino el
Grande convocó en el año 325 el Concilio de Nicea, para abordar la cuestión. El
Credo Niceno, fruto de aquel concilio y aún profesado hoy, respondió a la
herejía arriana con la proclamación: «Creo en un solo Señor Jesucristo, Hijo
único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de
Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma
naturaleza del Padre…». Aunque se aclaró la doctrina, la herejía no
desapareció de inmediato y las divisiones continuaron. Uno de los más firmes
defensores de la fe contra esta herejía fue san Atanasio, obispo de Alejandría.
En el año 335, debido a las tensiones, Arrio y dos obispos arrianos lograron que
el emperador Constantino exiliara a san Atanasio de su diócesis.
Hacia el año 340, la santidad ejemplar de
Eusebio y su defensa de la verdadera fe llevaron al papa a ordenarlo obispo y
nombrarlo primer obispo de Vercelli, en el norte de la actual Italia. En
Vercelli, el obispo Eusebio se entregó con ardor a su ministerio: atendía a su
grey, evangelizaba a los paganos y trabajaba por su conversión. Fue el primer
obispo en establecer una forma de vida monástica para el clero diocesano:
vivían en comunidad, pero al servicio pastoral de la diócesis, bajo la guía del
obispo, que convivía con ellos. Este método fomentó la fraternidad, el
crecimiento espiritual, la responsabilidad mutua y la misión común.
Tras la muerte de Constantino, sus tres hijos
compartieron el gobierno del imperio. Uno de ellos, Constancio II, simpatizaba
con el arrianismo. En 355, convocó un concilio en Milán para intentar
nuevamente exiliar a san Atanasio y al papa por su oposición a la herejía. En
ese concilio, Eusebio y otros obispos defendieron firmemente tanto al papa como
a Atanasio. Por ello, el emperador los envió al destierro. Eusebio fue primero
confinado en Escitópolis (en el valle del Jordán, al sur del mar de Galilea),
después en Capadocia (actual Turquía) y finalmente en la Tebaida (Egipto), al
sur de El Cairo. Esta última era una región remota y desértica, donde sufrió no
solo las inclemencias del lugar sino también malos tratos de sus guardianes.
El objetivo del destierro era separar al
pastor de su rebaño. Sin embargo, el plan fracasó: como san Atanasio, Eusebio
se convirtió en prolífico escritor de cartas durante su exilio, guiando a su
grey y animando a otros obispos en todo el imperio. Algunas de sus cartas,
tratados teológicos y homilías se conservan, total o parcialmente, hasta hoy.
Permaneció en el exilio hasta el año 361, cuando murió Constancio II y el nuevo
emperador Juliano permitió el regreso de los obispos desterrados.
De vuelta en Vercelli, Eusebio pastoreó a su
pueblo durante diez años más hasta su muerte. Defendió siempre el Credo Niceno
y combatió el arrianismo. En 362 participó en el Segundo Concilio de
Alejandría, que reafirmó las enseñanzas del Concilio de Nicea y trató
cuestiones doctrinales sobre el arrianismo. También se determinó que los
arrianos arrepentidos que profesaran el Credo Niceno podían ser readmitidos en
plena comunión con la Iglesia, lo que convirtió a este concilio en un evento a
la vez teológico y pastoral.
San Eusebio es recordado no solo como un
firme defensor de la verdadera naturaleza de Cristo, sino como un pastor santo
que soportó con valentía el exilio y grandes sufrimientos por su fe. Por ello
se le considera uno de los grandes confesores de la Iglesia primitiva
—“confesor” es aquel que sufre por la fe sin llegar al martirio—, junto a figuras
como san Atanasio de Alejandría, san Basilio Magno, san Gregorio Nacianceno,
san Gregorio de Nisa, san Hilario de Poitiers y san Ambrosio de Milán.
Al honrar a este gran santo y obispo,
reflexionemos sobre su valentía, unida a un profundo amor por su pueblo.
Soportó el exilio y el sufrimiento sin apartarse de su fe. Pidamos al Señor que
también nosotros podamos aceptar con alegría las pruebas que nuestra fe nos
depare, y que, como san Eusebio, hagamos la diferencia en la vida de los demás.
Oración:
San Eusebio, fuiste un pastor fiel que amó a su grey, cuidó de su clero y
defendió la divinidad de Cristo. Por tu fidelidad, sufriste mucho. Ruega por
mí, para que nunca permita que el sufrimiento me aparte de mi misión de
compartir el amor de Cristo y defender la verdad por el bien de los demás.
San Eusebio de Vercelli, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
2 de agosto:
San Pedro Julián Eymard, presbítero — Memoria libre
1811–1868
Invocado para el aumento de la devoción a la Sagrada Eucaristía
Canonizado por el Papa Juan XXIII en 1962
Cita:
Padre Santo… ¿Por qué el mayor de todos los misterios no tendría su propio
grupo religioso como los otros misterios? ¿Por qué no tendría hombres con una
misión perpetua de oración a los pies de Jesús en su divino Sacramento?… La
Sociedad del Santísimo Sacramento no se limitaría a esta misión de oración y
contemplación. Se dedicaría apostólicamente a la salvación de las almas
empleando todos los medios [necesarios] inspirados por un celo sabio, iluminado
por la caridad de Jesucristo. Trabajaría para llevar a los pies de Jesús
Eucarístico al mayor número posible de adoradores, formando asociaciones de
adoradores en el mundo, dando retiros privados y públicos para hombres en su
Cenáculo, especialmente para sacerdotes diocesanos… La Sociedad acogería con
gusto todas las obras de celo que conciernen a la adorable Eucaristía, como las
devociones de las Cuarenta Horas, retiros para el clero, preparaciones para
primeras comuniones…
~Carta al Papa Pío IX, de San Pedro Julián Eymard
Reflexión:
Pedro Julián Eymard nació en el seno de padres profundamente piadosos y fue el
menor de diez hijos, de los cuales ocho murieron en la infancia. Su madre,
especialmente devota, le enseñó la fe con esmero. Desde temprana edad, Pedro
desarrolló una profunda devoción a la Santísima Virgen y a la Eucaristía. Su
amor por María se intensificó cuando, siendo niño, peregrinó al santuario mariano
de Nuestra Señora de Laus, donde la Virgen había aparecido a una joven pastora
un siglo antes.
Su amor por la Eucaristía también comenzó muy
temprano. Una historia cuenta que, a los cinco años, Pedro desapareció de casa
y lo encontraron en la iglesia local, de pie junto al sagrario. Cuando su
hermana le preguntó qué hacía, respondió: «Estoy cerca de Jesús y le estoy
escuchando». Otra historia relata que, antes de recibir su Primera Comunión,
Pedro esperaba con ansias el regreso de su hermana que sí comulgaba, ponía su
cabeza sobre el corazón de ella y decía: «¡Puedo sentir su presencia!».
Finalmente, al recibir su Primera Comunión a los doce años, prometió a Jesús
que sería sacerdote. Su amor por el Señor Eucarístico era tan grande que no
podía pensar en otra vocación.
En su adolescencia, pidió a su padre permiso
para entrar al seminario, pero este se negó al principio. Su padre, artesano
fabricante de cuchillería, deseaba que Pedro trabajara en el negocio familiar,
sobre todo por ser su único hijo sobreviviente. Por ello, Pedro estudió latín
de forma privada para prepararse. En 1827, a los diecisiete años, su padre
consintió finalmente, y Pedro comenzó a estudiar con un capellán de hospicio
cerca de Grenoble, a unos 30 km de su casa. Un año después, murió su madre, y
Pedro regresó al hogar, tanto por la pérdida como para ayudar a su padre y
porque el capellán no le enseñaba latín como había prometido.
En 1829, con diecinueve años, se trasladó a
Marsella, donde ingresó a los Oblatos de María Inmaculada. Cinco meses después
enfermó gravemente y debió volver a casa. En 1831 murió su padre. Pedro dejó el
negocio familiar, volvió a Grenoble y fue admitido, aunque con reservas, en el
seminario diocesano. Aunque algo atrasado en sus estudios, su celo lo sostuvo y
fue ordenado sacerdote diocesano el 20 de julio de 1834, a los veintitrés años.
Como joven sacerdote, padeció problemas de
salud pero pudo servir como párroco rural. En 1839, sintiendo llamado a la vida
religiosa, ingresó en la Sociedad de María (Padres Maristas). Un año después
fue destinado al Colegio Marista de Belley, donde predicaba, impartía
catequesis, administraba sacramentos y servía de enlace con alumnos y padres.
Tras cuatro años fue nombrado Provincial y luego Visitador General de la
Sociedad de María, visitando sus casas para velar por su fidelidad al carisma.
A los treinta y ocho años, en 1849, durante
una visita a París, conoció a la Asociación de Adoradores Nocturnos, dedicada a
la adoración perpetua del Santísimo Sacramento. Esta experiencia marcó un giro
definitivo en su vida. Tras algunos pasos en falso, quizás por exceso de celo,
fue relevado de su cargo y enviado al Colegio Marista de La Seyne-sur-Mer
(1851–1855), donde vivió un tiempo de discernimiento que afianzó su deseo de
fundar una congregación dedicada al Santísimo Sacramento.
En 1856, pese a la fuerte oposición inicial
de su superior, obtuvo permiso para dejar a los Maristas y fundar la
Congregación del Santísimo Sacramento, dedicada a la adoración eucarística y a
la promoción de esta devoción. Junto al padre Raymond de Cuers viajó a París y
presentó el proyecto al arzobispo. Tras doce días de audiencia, el arzobispo y
dos obispos más dieron su aprobación unánime, alentando la catequesis de
adultos y la preparación para la Comunión. Ese mismo año, sin recursos,
alquilaron una casa en ruinas de la arquidiócesis, comenzaron a recaudar fondos
para una capilla-cenáculo y acogieron a otros dos sacerdotes y un novicio como
primeros miembros.
En 1857, abrieron la capilla para adoración
tres días por semana, con escasa asistencia al inicio. Poco después, la
enfermedad de Pedro, la marcha de los miembros, la pérdida del local y la
partida de su colaborador (aunque volvió al día siguiente) parecieron poner en
riesgo la obra. Sin embargo, reubicados, perseveraron: añadieron catequesis,
expusieron el Santísimo, invitaron a pobres y pecadores a la conversión y
promovieron la comunión frecuente.
Durante los siguientes nueve años, hasta su
muerte, el padre Eymard trabajó incansablemente. Abrió nuevas casas, fundó la
rama contemplativa femenina Siervas del Santísimo Sacramento, inició la
Liga Eucarística Sacerdotal para el clero diocesano y creó la Archicofradía del
Santísimo Sacramento para laicos.
Al inicio, su objetivo era la reparación por
los pecados contra el Señor; luego amplió su visión a la adoración por puro
amor a Dios y como entrega total de sí mismo.
Al honrar a este gran santo, reflexiona sobre tu propia devoción a
Cristo en la Eucaristía. San Pedro Eymard descubrió la santidad de Dios oculta
bajo las apariencias de pan y vino. Su adoración lo llevó a catequizar sobre la
Eucaristía. Que su ejemplo te inspire a renovar tu compromiso de conocer más
este misterio, para ofrecerte enteramente a Dios por amor, en reparación y por
la salvación de las almas.
Oración:
San Pedro Julián Eymard, Dios inspiró en ti, desde niño, un amor profundo e
inquebrantable por su presencia en la Sagrada Eucaristía. Respondiste a ese
llamado y cumpliste la voluntad divina difundiendo esta devoción por todas
partes. Ruega por mí, para que emprenda con mayor empeño la misión de
comprender la presencia real de Dios en la Eucaristía y de ofrecerme cada vez
más plenamente a Él.
San Pedro Julián Eymard, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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