Santo Domingo de Guzmán
1170-1221. Del
fundador de la Orden de los Frailes Predicadores (Dominicos), el Beato Jordán
de Sajonia dijo: «Acogió a todos los hombres en su inmensa caridad y, porque
amaba a todos, todos lo amaban.
Dios en nuestras vidas
(Deuteronomio 4, 32-40) Saber
que el Señor es Dios y que no hay otro fuera de Él es el desafío que se nos
plantea a cada uno de nosotros, ya que la inclinación hacia la idolatría está
profundamente arraigada en el corazón humano. ¿No tenemos acaso la tendencia a
poner lo relativo en el lugar de lo Absoluto?
Este conocimiento, notémoslo
bien, se enraíza en la experiencia personal y comunitaria de una relación con
Dios que libera y conduce progresivamente hasta la tierra prometida del
corazón. Lo cual supone estar presente a la propia vida, para discernir en ella
las huellas de Su paso.
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera lectura
Amó a tus
padres y eligió a su descendencia después de ellos
Lectura del libro del Deuteronomio.
MOISÉS dijo al pueblo:
«Pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que
Dios creó al hombre sobre la tierra; pregunta desde un extremo al otro del
cielo, ¿sucedió jamás algo tan grande como esto o se oyó cosa semejante?
¿Escuchó algún pueblo, como tú has escuchado, la voz de Dios, hablando desde el
fuego, y ha sobrevivido? ¿Intentó jamás algún dios venir a escogerse una nación
entre las otras mediante pruebas, signos, prodigios y guerra y con mano fuerte
y brazo poderoso, con terribles portentos, como todo lo que hizo el Señor, su
Dios, con ustedes en Egipto, ante sus ojos?
Te han permitido verlo, para que sepas que el Señor es el único Dios y no hay
otro fuera de él.
Desde el cielo hizo resonar su voz para enseñarte y en la tierra te mostró su
gran fuego, y de en medio del fuego oíste sus palabras.
Porque amó a tus padres y eligió a su descendencia después de ellos, él mismo
te sacó de Egipto con gran fuerza, para desposeer ante ti a naciones más
grandes y fuertes que tú, para traerte y darte sus tierras en heredad; como
ocurre hoy.
Así pues, reconoce hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios
allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Observa los
mandatos y preceptos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus
hijos, después de ti, y se prolonguen tus días en el suelo que el Señor, tu
Dios, te da para siempre».
Palabra de Dios.
Salmo
R. Recuerdo las proezas del Señor.
V. Recuerdo
las proezas del Señor;
sí, recuerdo tus antiguos portentos,
medito todas tus obras
y considero tus hazañas. R.
V. Dios mío,
tus caminos son santos:
¿Qué dios es grande como nuestro Dios?
Tú, oh Dios, haciendo maravillas,
mostraste tu poder a los pueblos. R.
V. Con
tu brazo rescataste a tu pueblo,
a los hijos de Jacob y de José.
Mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño,
por la mano de Moisés y de Aarón. R.
Aclamación
V. Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos. R.
Evangelio
¿Qué podrá
dar un hombre para recobrar su alma?
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y
me siga.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí,
la encontrará.
¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?
¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles,
y entonces pagará a cada uno según su conducta.
En verdad les digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte
hasta que vean al Hijo del hombre en su reino».
Palabra del Señor.
1
Hacer memoria y cargar la cruz:
esperanza en el Dios que no olvida
Hermanos y hermanas en Cristo:
Estamos reunidos en este día jubilar para adorar,
meditar y suplicar. Lo hacemos en el marco de la memoria litúrgica de Santo
Domingo de Guzmán, el gran predicador de la gracia, y a la luz de unas
lecturas profundamente exigentes. El Señor nos invita hoy a mirar con gratitud
el pasado, a reconocer con humildad nuestras faltas, y a caminar con esperanza
hacia el futuro… llevando la cruz, como Él.
1. Hacer memoria para agradecer y
corregir
El libro del Deuteronomio nos presenta un discurso
apasionado de Moisés. Les dice al pueblo: “Pregunten a los tiempos
antiguos... ¿ha sucedido alguna vez algo tan admirable como esto?” (Dt
4,32). Moisés no quiere que el pueblo olvide la historia de la salvación: el
éxodo, la alianza, el fuego del Sinaí, la ternura de Dios, sus mandamientos.
También nosotros, pueblo del Nuevo Israel, estamos
llamados a hacer memoria. Y en este Año Jubilar, con mayor razón.
Recordamos el día de nuestro Bautismo, cuando fuimos marcados como hijos de la
luz. Recordamos la voz del Señor en momentos de decisión, el fuego de Su
Espíritu en nuestras crisis, las veces en que nos sacó del abismo y nos dio una
nueva oportunidad.
Pero al hacer memoria, no solo recordamos lo que
Dios ha hecho, sino que también reconocemos nuestras propias
infidelidades, como lo hacía el pueblo de Israel. Por eso este día es
también una jornada penitencial. Necesitamos pedir perdón, no solo por
nuestras faltas individuales, sino por los pecados del mundo: el egoísmo, la
indiferencia ante el dolor ajeno, la violencia estructural, la tibieza de
muchos cristianos.
Digamos con el salmista: “Me acuerdo de las
hazañas del Señor… medito todas tus obras” (Sal 76). Pero también
reconozcamos con él: “Mi alma rehúsa el consuelo… ¿nos ha rechazado para
siempre el Señor?” (Sal 76,3.8). No, hermanos, el Señor no rechaza: Él
espera nuestra conversión con infinita misericordia.
2. La cruz no es el fin, es el
camino
El Evangelio de hoy es uno de los pasajes más
exigentes que podemos escuchar: “El que quiera venir detrás de mí, que
renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16,24).
¿Es esto una invitación al sufrimiento? ¿Un elogio
del dolor? ¿Una espiritualidad masoquista? No. Jesús no propone el sufrimiento
por el sufrimiento. Jesús sana, levanta, consuela. Pero nos revela una
verdad profunda: que el amor verdadero implica sacrificio, renuncia y
entrega. La cruz no es fin en sí misma, es el camino de la fidelidad, la
señal del amor que no se rinde.
En un mundo que predica el placer inmediato, el
éxito sin esfuerzo, el "yo primero", esta palabra es provocadora.
Pero es también profundamente liberadora. Porque cuando dejamos de vivir
solo para nosotros mismos, comenzamos a vivir verdaderamente.
Y hoy, ante el altar, ante el Señor crucificado y
resucitado, queremos orar:
Señor, perdónanos por las veces en que hemos huido
de la cruz,
por las veces en que hemos rechazado el dolor del prójimo,
por las veces en que nos hemos quejado sin causa,
y por todas aquellas en que hemos evitado el camino del amor por miedo al
sacrificio.
Hoy
queremos decirte:
Jesús, aquí estamos. Con nuestras heridas y nuestras dudas, pero también con
fe.
Queremos cargar la cruz, no por orgullo ni por miedo, sino por amor a Ti y a
los hermanos.
3. Santo Domingo de Guzmán:
predicador con entrañas de misericordia
Celebramos hoy a Santo Domingo de Guzmán,
fundador de la Orden de Predicadores. Su vocación fue anunciar la Verdad en
tiempos de oscuridad, combatiendo las herejías no con armas, sino con el
Evangelio, la oración y una vida austera.
Pero lo más hermoso de su figura fue su corazón
compasivo. Lloraba en la noche, orando por los pecadores. Predicaba con el
ejemplo. Vivía con sencillez. Se convirtió en instrumento de reconciliación
para una Iglesia dividida y un mundo herido.
¡Cuánto necesitamos hoy hombres y mujeres como él!
Predicadores que sanen, no que condenen. Testigos que lleven esperanza, no
miedo. Agentes de comunión, no de ruptura.
Pidámosle al Señor que nos conceda el fuego del
Espíritu que ardía en Domingo, y que en este día de oración jubilar, muchos
corazones sean tocados, muchos jóvenes se abran a la vocación, y muchos heridos
del alma y del cuerpo encuentren alivio en la gracia de Cristo.
4. Orar por quienes sufren en el
alma y en el cuerpo
Finalmente, este día también queremos ofrecerlo por
quienes más necesitan de la ternura de Dios: los enfermos, los solitarios,
los deprimidos, los abandonados, los que han perdido el sentido de la vida.
También por quienes están atrapados en sus errores, pecados o esclavitudes
interiores.
Pedimos por los que lloran en silencio, por los
migrantes, por los presos, por las mujeres maltratadas, por los niños abusados,
por los jóvenes sin esperanza. Que la cruz de Cristo no sea para ellos una
carga insoportable, sino la señal de un amor que sana, que abraza, que
levanta.
Y con corazón contrito oramos:
Señor Jesús,
en este Año Jubilar,
mira al mundo con compasión.
Perdona nuestras infidelidades y nuestras omisiones.
Renueva Tu Iglesia.
Llena de fuego apostólico a los predicadores del Evangelio.
Sana a los heridos del cuerpo y del alma.
Y haznos instrumentos de Tu misericordia y de Tu paz.
Conclusión: La memoria que salva
Hermanos, hacer memoria es un acto de fe. La cruz
es un acto de amor. Y seguir a Cristo, como lo hizo Domingo, es una aventura
que vale la pena.
No tengamos miedo. Este es un tiempo de gracia. Un
Jubileo no es solo un evento: es un llamado urgente a la conversión, a la
reparación y a la esperanza.
Que
María, Estrella de la Evangelización,
y Santo Domingo, predicador de la gracia,
intercedan por nosotros.
Amén.
2
No hay otro
fuera de Él: la memoria que purifica, la cruz que sana, la fe que libera
Queridos
hermanos y hermanas en el Señor:
Hoy,
la liturgia de la Palabra nos ofrece un triple llamado que no podemos pasar por
alto: hacer memoria,
purificar el corazón y volver a poner a Dios en el centro de nuestras vidas.
Y lo hacemos en este día de penitencia
jubilar, en la memoria
de Santo Domingo de Guzmán, el predicador incansable del
Evangelio, y como un clamor
de intercesión por los que sufren en el alma y en el cuerpo.
1. “Saber
que el Señor es Dios” (Dt 4,35)
Moisés,
en su último gran discurso al pueblo, los invita a mirar atrás. A no olvidar. A
recordar que el Dios que los sacó de Egipto, que los condujo por el desierto,
que les habló en el fuego… es
el único Dios. No hay otro.
Pero
el corazón humano es frágil. Lo sabemos bien: “la inclinación a la idolatría
está profundamente arraigada en el corazón humano”. Es verdad. Cuántas veces
hemos cambiado al Dios vivo por ídolos que no hablan ni salvan: el dinero, la
apariencia, el poder, el placer fácil, el ego inflado… incluso nuestras
seguridades religiosas pueden convertirse en ídolos.
¿No ponemos lo relativo en el lugar del Absoluto?
Y
eso es pecado. No simplemente un error. Es pecado. Es una herida abierta en la
relación de amor entre Dios y nosotros. Y por eso hoy, en este Año Jubilar, queremos
hacer un acto profundo de
contrición. No superficial. No mecánico. No de rutina.
Queremos
decirle al Señor:
Perdónanos,
Señor, por haberte desplazado del centro.
Perdónanos por haberte
reemplazado con dioses de barro.
Por poner nuestras ideas,
nuestro prestigio, nuestro ego… en el lugar que solo te pertenece a Ti.
Vuelve a ocupar el trono
de nuestro corazón.
2.
Discernir las huellas de Dios en la historia
El
texto del Deuteronomio también nos invita a reconocer las huellas de Dios en nuestra propia
vida.
“Este
conocimiento se enraíza en la experiencia personal y comunitaria de una relación
con Dios que libera y conduce progresivamente hasta la tierra prometida del
corazón”.
Dios
actúa. Dios ha estado actuando siempre. Pero muchas veces estamos tan
distraídos que no lo vemos. Por eso Moisés insiste: “¿Hubo acaso un pueblo que escuchara a Dios en medio del
fuego y sobreviviera?” (Dt 4,33).
¡Sí!
¡Nosotros! Y aquí estamos hoy. Porque Él no nos ha soltado. Porque Él ha
actuado incluso en nuestros desiertos. Y ha hecho maravillas en nosotros…
aunque no siempre lo hayamos reconocido.
Por
eso este jubileo es también tiempo
de despertar espiritual. Para volver a ver, con los ojos del
corazón, por dónde ha
pasado Dios en nuestras vidas. Aunque fuera en medio del dolor.
Aunque no lo hayamos entendido. Él estuvo. Él está.
3. “El que
quiera seguirme… que tome su cruz” (Mt 16,24)
Pero
Jesús, en el Evangelio, nos lanza un reto aún mayor. Porque no se trata solo de
“recordar” a Dios o de “ponerlo en el centro”. Se trata de seguirlo. De caminar
detrás de Él. Y eso implica
cargar la cruz.
¡Qué
difícil resulta esta palabra! Porque el corazón moderno huye del sacrificio. Se
escandaliza del sufrimiento. Pero el mismo Cristo nos lo ha dicho: “El que quiera salvar su vida, la
perderá. Pero el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt
16,25).
No
se trata de buscar el dolor, sino de vivir
el amor hasta las últimas consecuencias. La cruz no es símbolo
de fracaso, sino de fidelidad. El cristiano que se entrega en el matrimonio, en
el sacerdocio, en la consagración, en el servicio… sabe que muchas veces tendrá
que cargar con una cruz que no eligió, pero que Dios transforma en bendición.
Por
eso, hoy oramos también por todos los que sufren en el alma y en el cuerpo. Por los
enfermos. Por los que están rotos por dentro. Por los deprimidos. Por los que
han perdido la fe. Por los que lloran la muerte de un ser querido. Por los que
sienten que ya no pueden más.
Señor,
te suplicamos:
Mira a los que sufren.
Tócalos con Tu mano
sanadora.
Haz que su cruz no los
destruya, sino que los transforme.
Y si han de llevarla, que
no lo hagan solos. Que te sientan cerca.
Que te reconozcan como el
Cireneo que no abandona.
4. Santo
Domingo de Guzmán: memoria viva del Evangelio
Y
en este contexto de oración penitencial y jubilar, se eleva la figura luminosa
de Santo Domingo de Guzmán,
a quien hoy recordamos. Él supo discernir los signos de su tiempo. Cuando la
Iglesia estaba herida, dividida, empobrecida, él respondió con oración, estudio, pobreza
y predicación.
Fundó
la Orden de Predicadores no como un proyecto personal, sino como una respuesta
a la sed de verdad y de misericordia del mundo. No luchó contra los errores con
violencia, sino con la luz del Evangelio. Su arma fue el Rosario. Su fuerza, la
Palabra. Su legado, una Iglesia más fervorosa, más humilde, más viva.
En
este año de gracia, necesitamos
muchos Domingos. Predicadores santos. Laicos comprometidos.
Religiosos fieles. Sacerdotes pastores, no funcionarios. Familias que vivan la
fe con alegría. Jóvenes que no tengan miedo de entregarse.
Conclusión:
Jubileo de conversión y misericordia
Queridos
hermanos, este día no puede pasar como uno más. Hemos escuchado una palabra
exigente. Y cuando Dios exige, es
porque ama.
Este
jubileo es un nuevo éxodo. Dios quiere liberarnos. Dios quiere que crucemos
nuestros desiertos. Dios quiere llevarnos a la tierra prometida del corazón.
Pero para eso, tenemos que
dejar nuestros ídolos, abrazar la cruz y confiar solo en Él.
Así
que hoy, desde lo profundo del alma, digamos:
Señor, no hay otro fuera de Ti.
Perdona nuestros pecados, los de nuestra Iglesia y del
mundo.
Líbranos de la idolatría.
Purifica nuestra fe.
Sana a los que sufren.
Y levanta en Tu Iglesia una nueva generación de santos,
como lo hiciste con Domingo.
Amén.
3
“¿De qué le
sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” (Mt 16,26)
Queridos
hermanos y hermanas:
Estas
palabras de Jesús, contenidas en el Evangelio de hoy, resuenan con fuerza en
nuestro corazón jubilar. Nos colocan frente a una verdad que no podemos
ignorar: hay una batalla
constante en el alma humana entre los deseos del mundo y el deseo de Dios.
Y si no la reconocemos, corremos el riesgo de construir nuestra vida sobre un
espejismo.
1. El
riesgo de desear el mundo y perder el alma
Jesús
nos plantea una pregunta punzante: “¿De
qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” Y
hoy, en este día de penitencia y adoración, debemos permitir que esa pregunta
nos atraviese.
Porque
sí, es fácil dejarse seducir por los sueños de riqueza, fama, poder o
prestigio. Y aunque en sí mismas estas realidades no son malas, cuando se convierten en lo absoluto de
nuestra vida, nos desvían del único verdadero Bien: Dios.
·
Muchos
sueñan con tener más… más dinero, más propiedades, más lujos…
·
Otros
sueñan con ser admirados, aplaudidos, populares…
·
Algunos
buscan tener influencia, dominar, controlar, imponer su voluntad…
Pero
lo peligroso no es tener estas cosas, sino dejar que nos posean el corazón. Jesús no
critica la riqueza ni la fama ni el liderazgo. Lo que cuestiona es el apego, la
idolatría interior, el poner nuestras seguridades en lo efímero y pasajero.
Por
eso, este día es también una invitación a la penitencia del corazón.
Señor, te
pedimos perdón por los deseos desordenados que hemos cultivado.
Por las veces en que hemos preferido la apariencia a la verdad.
El aplauso al silencio.
El poder al servicio.
Perdónanos por haber creído que las cosas del mundo podían llenarnos,
cuando solo Tú puedes saciar el corazón humano.
2. La
trampa del mundo y el llamado a purificar el alma
En
la espiritualidad bíblica, “el mundo” no se refiere al planeta, sino al sistema
de valores que se opone a Dios: egoísmo, orgullo, sensualidad, ambición,
vanidad. Estos valores se nos presentan con rostros atractivos, pero son falsos
dioses.
Y
aquí radica el problema: estos
deseos engañan. Prometen felicidad, pero solo dan vacío. Nos
entretienen, pero no nos transforman. Nos seducen, pero no nos salvan. Y lo
peor: nos roban el alma.
¿Y
cómo se purifican estos deseos?
·
Con la oración constante.
·
Con la adoración humilde.
·
Con la confesión frecuente.
·
Con el servicio generoso.
·
Con el ayuno del ego.
El
Año Jubilar es un tiempo
de limpieza profunda del alma, no con superficialidades, sino
con el fuego del Espíritu. Jesús quiere que vivamos con libertad interior. Que
podamos tener, hacer o ser… pero con desapego,
humildad y para la gloria de Dios.
3. Santo
Domingo de Guzmán: testigo de pobreza y sabiduría
Hoy
celebramos a Santo Domingo, fundador de los Predicadores. En tiempos de
confusión y herejía, él
eligió la pobreza evangélica y la sabiduría de la Palabra. No
se dejó atrapar por los honores del clero ni por la comodidad de su época.
Predicaba a pie, con el Rosario en la mano y el Evangelio en el corazón.
Santo
Domingo nos muestra que el
alma vale más que cualquier conquista del mundo. Que no se
trata de tener mucho, sino de vivir con todo el corazón para Dios. Su vida es
un llamado urgente a quienes hoy viven esclavizados por la codicia, la vanidad
o el poder.
Señor, por
intercesión de Santo Domingo,
danos un corazón puro,
una vida desapegada,
un alma libre para anunciar Tu Evangelio con alegría.
Haznos predicadores de esperanza, no de condena.
Hombres y mujeres pobres de sí, pero ricos de Ti.
4. Oración
por quienes sufren en el alma y en el cuerpo
Hoy
también queremos interceder, como Iglesia, por tantos hermanos nuestros que sufren.
·
Los
que se sienten vacíos después de haberlo “ganado todo”.
·
Los
que han perdido el sentido de la vida por perseguir sombras.
·
Los
que sufren en el cuerpo por enfermedad, pobreza, abandono.
·
Los
que cargan el peso de la humillación, del fracaso, de la culpa.
·
Los
que están atrapados en adicciones, en relaciones tóxicas, en soledades
profundas.
A
todos ellos los colocamos ante el altar. Y decimos:
Jesús,
Médico del alma y del cuerpo,
tócalos, sánalos, levántalos.
Hazles sentir que su vida tiene sentido,
no por lo que tienen, sino por lo que son para Ti.
No permitas que pierdan su alma por nada ni por nadie.
Dales el consuelo de Tu amor y la fuerza de Tu cruz.
5.
Conclusión: No te vendas barato
Amado
pueblo de Dios,el mensaje de hoy es fuerte, pero necesario: no vendas tu alma por baratijas.
No cambies lo eterno por lo efímero. No te dejes engañar por las luces del
mundo, cuando tienes a Cristo, luz verdadera.
Recuerda
estas palabras:
“El que pierda
su vida por mí, la encontrará”.
La única vida que vale es la que se da, no la que se acumula.
La única riqueza que salva es la del amor.
La única gloria que permanece es la de los santos.
Por
eso hoy, ante el Santísimo, en este Jubileo de misericordia, digamos con todo
el corazón:
Señor,
purifica mis deseos.
Hazme amar solo lo que Tú
amas.
Que mi alma no se venda ni
se pierda,
sino que viva para Ti y
para los demás.
Jesús, confío en Ti. Amén.
8 de agosto:
Santo Domingo, presbítero — Memoria
1170–1221
Patrono de los astrónomos, científicos y de los falsamente acusados
Canonizado por el Papa Gregorio IX en 1234
Cita:
El mismo día y a la misma hora en que el maestro
Domingo murió, el hermano Guala, prior de Brescia y posteriormente obispo de
esa ciudad, estaba descansando en el campanario de su convento. Justo cuando
estaba por dormirse, vio lo que parecía una abertura en los cielos por la cual
descendían dos escaleras brillantes. Cristo estaba de pie sobre una y Su Madre
sobre la otra. Se veían ángeles subir y bajar. En la parte inferior, entre las
dos escaleras, había un asiento en el que estaba sentado alguien que parecía
uno de los frailes, pues su rostro estaba cubierto con una capucha, tal como
hacemos en los entierros. Nuestro Señor y Su Madre iban elevando lentamente la
escalera hasta que la persona en el asiento los alcanzó. Entonces fue recibido
en el cielo con gran esplendor, en medio de un coro de ángeles. Luego, la
brillante abertura en los cielos se cerró repentinamente y no se vio más.
Entonces el fraile que tuvo esta visión recuperó la salud, pues antes estaba
enfermo y débil, y partió rápidamente hacia Bolonia, donde descubrió que su
visión —la cual nos relató— había ocurrido exactamente en el momento en que el
siervo de Cristo, Domingo, había muerto.
~Primer biógrafo de Santo Domingo, Beato Jordán.
Reflexión:
Domingo nació en Caleruega, en el Reino de
Castilla, actual España, de padres nobles. Probablemente recibió el nombre de San
Domingo de Silos, un santo local del siglo anterior. Un antiguo biógrafo
relata que su madre, con dificultades para concebir, peregrinó al monasterio
donde San Domingo de Silos había sido abad. Por aquel tiempo, soñó con un perro
que salía de su vientre, portando una antorcha que encendía el mundo entero. El
nombre “Domingo” puede traducirse como “El perro del Señor”.
El santo de hoy provino de una familia santa.
Su madre fue posteriormente beatificada, al igual que uno de sus hermanos que
siguió a Domingo en la Orden de Predicadores. Otro hermano fue sacerdote
diocesano, vivió en pobreza y se dedicó al cuidado de los pobres y los que
sufrían. Desde los siete hasta los catorce años, Domingo fue educado por el tío
sacerdote de su madre. De los catorce a los veinticuatro, estudió en la
Universidad de Palencia, donde se destacó. Durante esos diez años, también fue
muy devoto de los pobres. En una ocasión, vendió todo lo que tenía, incluyendo
libros que él mismo había copiado a mano, para ayudar a los afectados por la
peste. En dos ocasiones intentó venderse como esclavo para liberar a cristianos
cautivos por musulmanes.
A los veinticuatro años, el obispo Diego de Acebo
de Osma lo ordenó canónigo regular agustino de la catedral, con la esperanza de
que ayudara a reformar a los demás canónigos. Durante nueve años, el padre
Domingo llevó una vida de intensa oración, fue nombrado subprior y luego prior,
y dio gran testimonio a otros con su vida santa.
En 1203, el rey de Castilla envió al obispo Diego
en una misión diplomática, y éste pidió al padre Domingo que lo acompañara.
Durante el viaje, descubrieron dos grandes necesidades de la Iglesia: la
evangelización de pueblos del norte de Europa que no conocían el Evangelio, y
la herejía de los cátaros (albigenses) en el sur de Francia. Tras
cumplir la misión, pasaron por Roma para consultar al Papa, quien los envió de
vuelta al sur de Francia para colaborar en la conversión de los herejes.
Los cátaros seguían la herejía albigense, según la
cual existen dos dioses: uno bueno (asociado al Nuevo Testamento y al mundo
espiritual) y otro malo (asociado al Antiguo Testamento y al mundo material).
Según ellos, el objetivo de la vida era escapar del mundo material mediante una
vida rigurosamente ascética.
Anteriormente, el Papa había enviado monjes
cistercienses a convertirlos, pero los cátaros, al ver que ellos no vivían en
austeridad, los rechazaban. Domingo comprendió entonces que la mejor forma de
combatir la herejía era fundar una orden que viviera una austeridad
auténtica sin renunciar a la fe de la Iglesia.
En el sur de Francia, el padre Domingo y el obispo Diego
trabajaron incansablemente para rescatar almas. Debatían públicamente y
dialogaban en privado con los cátaros, buscando convencerlos con razón y
caridad. Vivían en pobreza, como predicadores itinerantes, poseyendo
solo el Evangelio. Tras la muerte del obispo Diego, Domingo fundó en 1206 un
convento en Prouille, dedicado a Santa María Magdalena, con doble
propósito: salvar almas por la oración, y dar refugio a mujeres y religiosas
convertidas del albigensianismo. El convento también ofrecía educación a
niñas, brindando una alternativa a los conventos heréticos.
En los años siguientes, Dios obró numerosos
milagros por medio del padre Domingo. Algunos de ellos llevaron a
conversiones y al aumento de seguidores. Con el tiempo, empezó a redactar una
regla de vida para su comunidad. En 1215, con permiso del obispo de Toulouse,
fundó una nueva orden de hombres, dedicada a la evangelización mediante la
oración, el estudio y la pobreza.
Al igual que los franciscanos, buscaban un nuevo
modo de vida consagrada: ni monjes, ni canónigos, ni sacerdotes diocesanos.
Vivían en comunidad, oraban juntos, abrazaban la pobreza, la obediencia y la
castidad, estudiaban la fe, y salían a predicar y evangelizar, regresando
después a su casa común para renovarse. En 1216, el Papa Honorio III aprobó
formalmente la orden: así nació la Orden de Predicadores, conocidos como
Dominicos.
La orden creció rápidamente gracias a la humildad,
paciencia y entrega de Domingo y sus frailes. También los milagros
ayudaron. Una leyenda cuenta que, en un debate público con un monje albigense,
decidieron echar sus respectivos libros al fuego para ver cuál se salvaba. El
libro del hereje fue consumido; el de Domingo, lanzado tres veces al fuego,
saltó de nuevo a sus manos intacto. La noticia se propagó, y muchas almas se
convirtieron.
En 1217, el Papa, impresionado por la nueva orden,
entregó a Domingo la iglesia de Santa Sabina en Roma como segunda casa
de la orden. También lo nombró Maestro del Palacio Sagrado, es decir,
teólogo del Papa. Pese a este éxito, Domingo permaneció humilde y penitente:
dormía en el suelo, usaba cilicio y solía andar descalzo.
Hasta su muerte en 1221, fundó casas en París,
Madrid y Bolonia. La orden continuó creciendo tras su muerte, y para mediados
del siglo XIII, ya había cientos de conventos dominicos en Europa y otras
partes del mundo.
Reflexión final:
Al honrar hoy a Santo Domingo y a su Orden de
Predicadores, contemplemos su paciencia, humildad y entrega. Frente a los
herejes albigenses, no fue duro ni condenador: se sumergió en la
oración, el estudio y el diálogo, salvando muchas almas con su ejemplo y su
sabiduría.
Dios también te llama a ti a una vocación
semejante: buscar la salvación de las almas por encima de todo. Cuando ese
deseo arde en ti, dedicarás todo lo que eres y tienes a esa misión. No hay
tarea más gloriosa que rescatar un alma del pecado y del infierno, como
lo hizo Santo Domingo.
Oración:
Santo
Domingo, tu corazón se conmovía ante el sufrimiento.
Al encontrar a quienes estaban extraviados por la herejía, anhelabas su
libertad,
y dedicaste tu vida a su salvación.
Ruega por mí, para que sepa reconocer a quienes me rodean y necesitan ser
liberados del error y del pecado,
y para que, con oración, esté disponible a ser instrumento de Dios.
Santo Domingo, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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