Santo del día:
Santa Juana Francisca de Chantal
1572-1641. Bajo
la influencia de su director espiritual, san Francisco de Sales, esta joven
viuda fundó la Orden de la Visitación de Santa María en Annecy en 1610, la
cual, a su muerte, ya contaba con 87 casas.
Viceversa
(Mateo 18,1-5.10.12-14) Para
darse el privilegio de comenzar o de elegir, los niños suelen usar este
argumento: «¡Yo soy el más grande!»
Con ello no hacen más que copiar un mundo de adultos que se miden sin cesar
unos a otros. La pregunta de los discípulos es una clara ilustración de esto.
Pero el Reino de Dios invierte
esta perspectiva. Una Iglesia adulta está modelada por el gesto de Jesús que
coloca en el centro a la persona del niño.
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionnist
Primera lectura
Dt
31,1-8
Sé
fuerte, Josué, y valiente: tú has de introducir al pueblo en la tierra
Lectura del libro del Deuteronomio.
MOISÉS se dirigió a todo Israel y pronunció estas palabras. Les dijo:
«Tengo ya ciento veinte años, y ya no puedo salir ni entrar; además el Señor me
ha dicho: “No pasarás ese Jordán”. El Señor, tu Dios, pasará delante de ti. Él
destruirá delante de ti esas naciones y tú las tomarás en posesión. Josué
pasará delante de ti, como ha dicho el Señor.
El Señor los tratará como a los reyes amorreos Sijón y Og, y como a sus
tierras, que arrasó. El Señor se los entregará y ustedes los tratarán conforme
a toda esta prescripción que yo les he mandado. ¡Sean fuertes y valientes, no
teman, no se acobarden ante ellos!, pues el Señor, tu Dios, va contigo, no te
dejará ni te abandonará».
Después Moisés llamó a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel:
«Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a este pueblo en la tierra
que el Señor, tu Dios, juró dar a tus padres y tú se la repartirás en heredad.
El Señor irá delante de ti. Él estará contigo, no te dejará ni te abandonará.
No temas ni te acobardes».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
Dt 32,3-4a.7.8.9 y 12 (R. 9a)
R. La porción del Señor
fue su pueblo.
V. Voy a
proclamar el nombre del Señor:
den gloria a nuestro Dios.
Él es la Roca, sus obras son perfectas. R.
V. Acuérdate de los días
remotos,
considera las edades pretéritas,
pregunta a tu padre y te lo contará,
a tus ancianos y te lo dirán. R.
V. Cuando el
Altísimo daba a cada pueblo su heredad
y distribuía a los hijos de Adán,
trazando las fronteras de las naciones,
según el número de los hijos de Israel. R.
V. La porción del
Señor fue su pueblo,
Jacob fue el lote de su heredad.
El Señor solo los condujo,
no hubo dioses extraños con él. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Tomen mi yugo sobre
ustedes-dice el Señor- y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón. R.
Evangelio
Mt
18,1-5.10.12-14
Cuidado
con despreciar a uno de estos pequeños
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel momento, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?».
Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo:
«En verdad les digo que, si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán
en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño,
ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como
este en mi nombre me acoge a mí.
Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles
están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial.
¿Qué les parece? Supongan que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde,
¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? Y si la
encuentra, en verdad les digo que se alegra más por ella que por las noventa y
nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es voluntad de su Padre que está en el cielo que se pierda ni
uno de estos pequeños».
Palabra del Señor.
1
El más grande es el que se hace
pequeño
Queridos
hermanos y hermanas en el Señor:
Hoy la Palabra
de Dios nos invita a un viaje interior que nos lleva a un cambio radical de
perspectiva: pasar de medirnos según las categorías del mundo —donde “ser el
más grande” significa tener más poder, más títulos, más recursos— a medirnos
según las categorías del Reino, donde “el más grande” es quien se hace como un
niño.
La escena
del Evangelio (Mt 18,1-5.10.12-14) nos muestra a los discípulos acercándose a
Jesús con una pregunta que refleja tanto su inquietud como su visión humana: “¿Quién
es el más importante en el Reino de los Cielos?” En su mente todavía
resonaban las ambiciones de poder y los esquemas jerárquicos de su tiempo.
Jesús, sin darles una lección teórica, realiza un gesto profético: llama a un
niño, lo pone en medio y les dice: “Si no os convertís y os hacéis como
niños, no entraréis en el Reino de los Cielos.”
1. El Reino invierte nuestras lógicas
Así como los niños, en sus juegos, dicen “¡yo
primero!”, así también los adultos buscamos constantemente ser los primeros,
los mejores, los más reconocidos. Pero Jesús nos propone una inversión total de
esta lógica. El Reino de Dios no se rige por la ambición sino por la humildad;
no por la autoafirmación, sino por la confianza; no por la competencia, sino
por la fraternidad.
Este cambio de mirada no es una infantilización de
la fe, sino la recuperación de la pureza de corazón, la docilidad, la apertura
y la confianza que muchas veces vamos perdiendo con la edad. Hacerse niño
significa renunciar a la soberbia del “yo puedo solo” y abrirse a la certeza de
que dependemos enteramente de Dios.
2. La fortaleza que nace de la
confianza
La primera lectura (Dt 31,1-8) nos muestra a
Moisés, ya anciano, animando a Josué y a todo el pueblo antes de entrar en la
Tierra Prometida: “Sé fuerte y valiente, no temas ni te acobardes, porque el
Señor tu Dios marcha contigo; no te dejará ni te abandonará.” Estas
palabras son un puente perfecto hacia el Evangelio de hoy: la fortaleza no
consiste en imponerse a otros, sino en confiar en que Dios camina con nosotros,
incluso en los momentos de transición, inseguridad o prueba.
En este contexto jubilar, en el que nos reconocemos
“Peregrinos de la Esperanza”, se nos invita a redescubrir que nuestro
mayor mérito no está en lo que acumulamos, sino en lo que entregamos; no en las
seguridades que construimos, sino en la confianza que depositamos en el Señor.
3. Santa Juana Francisca de
Chantal: humildad fecunda
La memoria de Santa Juana Francisca de Chantal
ilumina este camino. Ella, noble viuda de la alta sociedad francesa del siglo
XVII, pudo haberse encerrado en sus privilegios. Pero, tocada por la gracia y
guiada espiritualmente por San Francisco de Sales, se hizo pequeña para servir
a Dios fundando la Orden de la Visitación, dedicada a la oración y a la
caridad. Su vida nos recuerda que la verdadera grandeza se manifiesta en la
disponibilidad humilde y en la entrega generosa.
4. Intención orante por nuestros
benefactores
En este día, nuestra oración se eleva también por
todos nuestros benefactores —quienes, con su apoyo material, espiritual o
afectivo, sostienen la misión de la Iglesia y de nuestras comunidades—. Ellos
son un signo vivo de esa pequeñez evangélica que se traduce en servicio
concreto. Muchas veces, sin buscar reconocimiento, ayudan a que la obra
evangelizadora continúe. Que el Señor los bendiga, les dé salud, esperanza y
alegría en sus familias.
5. El buen Pastor que no quiere
que se pierda ninguno
Jesús concluye el Evangelio con la parábola de la
oveja perdida. En el Reino, el más grande es aquel que se ocupa del más
pequeño, del que se ha extraviado, del que no cuenta según los criterios
humanos. Esta es también nuestra misión jubilar: salir en busca de quienes se
han alejado, no para juzgarlos, sino para traerlos de nuevo al abrazo del Buen
Pastor.
Conclusión:
En un mundo que nos empuja a ser “los primeros” para
ser importantes, Jesús nos recuerda que en el Reino de los Cielos el primero es
el que se hace último, y el más grande es el que se hace pequeño. Sigamos
caminando como peregrinos de la esperanza, con la humildad del niño, la
confianza del pueblo que sabe que Dios marcha a su lado, y la disponibilidad
generosa de Santa Juana Francisca de Chantal.
Oración
final:
Señor
Jesús, haznos pequeños para que podamos entrar en tu Reino. Danos un corazón
humilde, capaz de confiar y de servir. Bendice a nuestros benefactores,
recompénsales su generosidad y acompáñalos con tu providencia. Que Santa Juana
Francisca de Chantal interceda por nosotros, y que María, Madre de la
Esperanza, nos enseñe a vivir siempre con el corazón de un niño, abierto a la
gracia y a la ternura del Padre. Amén.
2
El gozo de Dios cuando uno
regresa
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
La Palabra de Dios de este día nos conduce al
corazón mismo de la ternura divina. El Evangelio nos presenta la conocida
imagen del Buen Pastor que deja a las noventa y nueve ovejas para ir en busca
de la que se ha extraviado. Una imagen tan sencilla y, a la vez, tan profunda,
que es capaz de iluminar toda nuestra vida cristiana.
1. La mirada de Dios sobre los
pequeños
Jesús acaba de enseñar a sus discípulos que en el
Reino de los Cielos el más grande es quien se hace pequeño, como un niño. Y
enseguida les habla de esos “pequeños” que no deben ser despreciados porque sus
ángeles contemplan siempre el rostro del Padre.
La parábola de la oveja perdida es la consecuencia
natural de esa enseñanza: Dios no mira solo al rebaño en conjunto, sino a cada
oveja por su nombre. El amor de Dios es personal, concreto, único. En su
corazón no hay lugar para la resignación ante la pérdida de uno solo.
2. La experiencia de extraviarse
Todos, en algún momento, hemos vivido el riesgo de
apartarnos del camino: por distracción, por debilidad, por una herida que no
hemos sabido manejar, por una tentación que hemos consentido. El pueblo de
Israel también lo sabía: la primera lectura de hoy (Dt 31,1-8) nos muestra a
Moisés despidiéndose, asegurando al pueblo que Dios seguirá guiándolos y que no
los abandonará.
Extraviarse, en la fe, no es solo alejarse físicamente, sino cerrar el corazón
a la voz del Señor. Y eso nos puede pasar a cualquiera, incluso a quienes
servimos en la Iglesia.
3. El gozo del Pastor
El centro del Evangelio de hoy no es tanto la oveja
perdida, sino la alegría del Pastor cuando la encuentra. Jesús nos revela que
el Padre se alegra más por uno solo que regresa que por noventa y nueve que no
se extraviaron. Esto no significa que Dios ame menos a las noventa y nueve,
sino que su corazón se desborda cuando su misericordia logra rescatar a alguien
que estaba lejos.
Aquí encontramos un mensaje poderoso para nuestro
Año Jubilar: Dios es un buscador incansable. La misión de la Iglesia —y
de cada uno de nosotros— es reflejar ese mismo dinamismo: no esperar
pasivamente a que el alejado regrese, sino ir a su encuentro con paciencia,
ternura y valentía.
4. Santa Juana Francisca de
Chantal: pastora de corazones
En este día recordamos a Santa Juana Francisca
de Chantal, mujer noble que, tras enviudar y criar a sus hijos, fundó junto
con San Francisco de Sales la Orden de la Visitación. Su vida estuvo marcada
por la acogida, la paciencia y la misericordia hacia quienes buscaban
orientación espiritual.
Como el Buen Pastor, ella no se conformaba con ver
a las “noventa y nueve” seguras; su corazón se inclinaba por quien estaba
perdido, herido o confundido. Lo hacía no desde la dureza, sino desde la
delicadeza evangélica que abre caminos de conversión.
5. Oración por los benefactores
Hoy elevamos una oración especial por todos los
benefactores de nuestra comunidad. Ellos, con su generosidad, participan de
este espíritu del Buen Pastor, porque su ayuda sostiene la misión que busca a
las ovejas perdidas y cuida de las que están en el rebaño.
A ustedes, queridos benefactores, el Señor les dice: “Lo que hicieron con
uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25,40).
Que el Señor les bendiga con salud, paz y alegría, y que un día puedan escuchar
en el cielo las palabras: “Ven, siervo bueno y fiel”.
6. Un llamado a dejarnos
encontrar
Este Evangelio nos invita también a reconocer que,
a veces, la oveja perdida somos nosotros. No basta con trabajar para que
otros regresen: debemos dejarnos encontrar por el Pastor cada vez que nos
alejamos. Y eso exige humildad. El orgullo es uno de los mayores obstáculos
para regresar, porque nos cuesta admitir que hemos fallado. Pero la confesión
sincera y el retorno a Dios no son para humillarnos, sino para liberarnos.
Conclusión:
En el Año Jubilar, el Buen Pastor nos llama a ser Peregrinos
de la Esperanza, dispuestos a buscar a los que están lejos y a dejarnos
rescatar cuando nos perdemos. Santa Juana Francisca de Chantal nos recuerda que
la caridad pastoral se expresa tanto en la paciencia para esperar como en la
prontitud para salir al encuentro.
Oración
final:
Señor
Jesús, Buen Pastor, gracias porque nunca te cansas de buscarnos. Danos un
corazón como el tuyo, capaz de alegrarse por cada hermano que regresa. Bendice
a nuestros benefactores, que sostienen con su generosidad esta misión, y
concédeles abundancia de gracia. Que Santa Juana Francisca de Chantal interceda
por nosotros, y que María, Madre de la Esperanza, nos mantenga siempre en el
camino de tu amor. Amén.
12 de agosto:
Santa Juana Francisca de
Chantal, religiosa — Memoria opcional
1572–1641
Patrona de las personas olvidadas, de los padres separados de sus hijos y de
las viudas
Invocada contra problemas con la familia política
Canonizada por el Papa Clemente XIII en 1767
Cita:
«¿Cuán pronto podré esperar el feliz día en que me ofrezca irrevocablemente
a mi Dios? Él me ha colmado tanto con el pensamiento de ser enteramente suya, y
me lo ha hecho sentir de una manera tan maravillosa y poderosa, que, si esta
emoción se mantuviera como ahora, no podría vivir bajo tal intensidad. Nunca he
sentido un amor tan ardiente y un deseo tan grande por la vida evangélica y por
la gran perfección a la que Dios me llama. Lo que siento es imposible de
expresar con palabras. Pero, ¡ay!, mi resolución de ser muy fiel a la grandeza
del amor de este divino Salvador se ve equilibrada por el sentimiento de mi
incapacidad para corresponderle. ¡Oh, cuán dolorosa para el amor es esta
barrera de impotencia! Pero, ¿por qué hablo así? Al hacerlo, me parece que
degrado el don de Dios, que me impulsa a vivir en perfecta pobreza, en humilde
obediencia y en pureza inmaculada.»
~Carta a San Francisco de Sales, de Santa Juana de Chantal
Reflexión:
Santa Juana Francisca de Chantal, nacida Jeanne-Françoise Frémiot en Dijon,
Francia, pertenecía a una influyente y noble familia. Su padre ocupaba el cargo
de presidente del Parlamento de Borgoña. Trágicamente, Juana perdió a su madre
cuando tenía apenas dieciocho meses, hecho que marcó profundamente su infancia.
A pesar de esta adversidad, su profundamente religioso padre se aseguró de que
Juana y sus hermanos recibieran una excelente educación y fueran formados como
católicos devotos. Juana fue reconocida desde joven por su inteligencia y
piedad, y su belleza, fe, fuerte carácter moral y virtudes personales fueron
ampliamente admiradas. Su hermano abrazó la vida religiosa, primero como
sacerdote y luego como arzobispo de Bourges.
A
los veinte años, Juana se casó con el barón Christophe de Rabutin, conocido
también como barón de Chantal. Su título baronial, signo de alto rango
nobiliario, le había sido otorgado por el rey o heredado, con los derechos y
responsabilidades que implicaba. Christophe y Juana vivieron en el castillo
feudal de Bourbilly, centro administrativo, militar y de gobierno del lugar.
Como barón, Christophe debía administrar tierras, gobernar, cobrar impuestos y
proporcionar apoyo militar al rey cuando se requería. El castillo no solo era
su residencia familiar, sino también sede de numerosos sirvientes y personal
administrativo. Antes de casarse, el barón llevaba una vida desordenada, lo que
había generado caos entre el personal. Como nueva baronesa, Juana, con su vida
refinada y ordenada, restableció rápidamente el orden, lo cual alegró a todos.
Incluso reinstauró la celebración diaria de la misa en el castillo. La pareja
tuvo siete hijos, de los cuales los tres primeros murieron en la infancia.
Sobrevivieron un varón y tres mujeres.
En
el cumplimiento de sus deberes baroniales, Christophe era convocado con
frecuencia por el rey para tareas administrativas y militares, lo que lo
mantenía a menudo lejos de casa. Durante sus ausencias, Juana tenía la
costumbre de vestir con gran modestia, hábito que algunos consideraban impropio
para una noble. Cuando se lo reprochaban, ella solía responder: «Los ojos de
Aquel a quien busco agradar están muy lejos». Su modestia y pureza de corazón
siempre prevalecían.
Ocho
años después de su matrimonio, cuando Juana tenía veintiocho años, su esposo
fue herido accidentalmente en una pierna por un amigo durante una cacería.
Nueve días después, debido a la deficiente atención médica de la época, murió,
dejando a Juana viuda. Ella y sus cuatro hijos pasaron el año siguiente
viviendo con su padre en Dijon. Como su matrimonio había sido el centro de su
vida, Juana tuvo que discernir la voluntad de Dios para su futuro mientras
cuidaba de sus hijos. Al orar constantemente por un director espiritual santo,
tuvo la visión de un sacerdote piadoso al que no conocía. Comprendió que aquel
sería el director espiritual elegido por Dios para ella y solo debía esperar su
encuentro. En otra ocasión, mientras rezaba, se vio a sí misma atravesando un
bosque en busca de una iglesia, sin encontrarla. Al reflexionar, entendió que
le aguardaba un arduo camino que purificaría su alma del amor propio y la
llevaría a servir a Cristo con total desprendimiento.
Después
de un año con su padre, Juana y sus hijos se trasladaron al viejo castillo de
su suegro viudo, ayudándole a gestionar su casa. A pesar del carácter rudo de
su suegro, ella lo trató siempre con amabilidad y respeto.
En
1604, su padre la invitó a Dijon para asistir a una misión de Cuaresma
predicada por el célebre obispo de Ginebra, Francisco de Sales. Al llegar,
reconoció inmediatamente al obispo, no por un encuentro previo, sino como el
sacerdote de su visión. Tras la misión, el obispo aceptó ser su director
espiritual. Su tarea principal fue ayudarla a ordenar su vida interior, superar
escrúpulos, centrar su vida de oración y recordarle sus deberes para con sus
hijos, su padre y su suegro.
Durante
los seis años siguientes, Juana mantuvo con el obispo una intensa
correspondencia y encuentros personales siempre que era posible. Se desarrolló
entre ellos un profundo respeto mutuo y una santa amistad espiritual. Juana
dividía su tiempo entre cuidar a su padre en Dijon y a su suegro en Monthelon.
Tras enviudar, había hecho voto privado de castidad, y su deseo de ingresar en
la vida religiosa se hizo más fuerte. Francisco de Sales la disuadió mientras
sus hijos eran pequeños, pero, cuando crecieron, le habló de su inspiración de
fundar una congregación femenina para mujeres que no eran aceptadas en otras
órdenes por su edad o salud, con un carisma de humildad y mansedumbre,
siguiendo las virtudes de la Virgen María en la Visitación. No sería una orden
estrictamente claustral, sino de vida sencilla de oración y servicio a
enfermos, pobres y necesitados.
En
1610, una de sus hijas murió y otra se casó. Su hijo de catorce años quedó al
cuidado de su abuelo materno y de su tío, el obispo. Juana se trasladó a Annecy
con sus dos hijas, una casada y la otra próxima a casarse. El 6 de junio de
1610, solemnidad de la Santísima Trinidad, ingresó formalmente en la vida
religiosa, cofundando con Francisco de Sales la Orden de la Visitación de Santa
María.
En
1609, el obispo había escrito Introducción
a la vida devota, dirigido especialmente a mujeres casadas que
buscaban crecer en santidad. En 1616 publicó Tratado
del amor de Dios, orientado a sus hijas espirituales para vivir
inmersas en la voluntad y el amor divino.
Además
de dirigir el convento de Annecy, Madre de Chantal visitaba con frecuencia
Dijon para atender a su anciano padre y visitar a su hijo y otros familiares.
Fundó múltiples conventos: a la muerte de Francisco de Sales en 1622 había
trece, y a su propia muerte en 1641, ochenta y seis.
Santa
Juana de Chantal nació en la nobleza, abrazó con amor el matrimonio, crió hijos
con dedicación materna, enviudó, respondió a una nueva vocación religiosa y se
convirtió en madre espiritual de muchas mujeres. Cristo la condujo por caminos
que nunca habría imaginado y, respondiendo siempre a la gracia, Dios hizo
maravillas por medio de ella.
Oración:
Santa Juana de Chantal, te entregaste a la voluntad de Dios desde joven y
permitiste que Él te condujera, a través de pruebas, hacia una vida fecunda y
santa. Intercede por mí, para que vea en cada cruz y en cada giro inesperado no
una carga, sino una oportunidad para confiar más y ser más fiel a la vida
sorprendente que me espera.
Santa Juana de Chantal, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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