jueves, 14 de agosto de 2025

15 de agosto del 2025: Solemnidad de la Asunción de María al Cielo

 

María, comprometida en cuerpo y alma

El Nuevo Testamento permanece discreto sobre los últimos tiempos de María, como si, después de Pentecostés, la misión de esta mujer fuera, una vez más, dejar actuar al Espíritu Santo. Ese “dejar hacer” de María no es pasividad, ni borrarse, ni renunciar. Muy al contrario, ella ocupa su lugar, todo su lugar de mujer, hasta el final, cultivando su deseo y su voluntad para cumplir la llamada de Dios.

Desde el alumbramiento hasta la muerte y la Resurrección, María no finge: está comprometida en cuerpo y alma. Participa en el nacimiento de Dios, participa en el nacimiento de la Iglesia.

Ciertamente, creemos que María está preservada del pecado. Pero eso no disminuye en nada su humanidad ni su capacidad de elegir, como cualquiera de nosotros. Esto significa que todos somos capaces de alimentar y orientar nuestro deseo y nuestra voluntad para unirnos a la vida de Dios, hoy, allí donde estamos. ¿Cómo? A través de la oración, la lectura de la Biblia, el servicio a los pobres. Y también, suplicando a Dios que venga a habitar nuestro deseo y nuestra voluntad, y nos dé la fuerza para acogerlo.

Por eso, cuando la Iglesia celebra la Asunción de María al cielo, se abre ante nosotros un gran horizonte. Sí, el Reino de Dios nos espera. Sí, hay un lugar para nosotros junto a Dios.

Preguntas para la reflexión:

  • ¿Qué me toca de las lecturas de esta solemnidad?
  • ¿Cómo la Asunción de María renueva mi fe?

Karem Bustica, rédactrice en chef de Prions en Église

 


 

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María, comprometida en cuerpo y alma

 


Introducción

Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, en esta solemnidad de la Asunción, la Iglesia nos invita a levantar la mirada y el corazón hacia el cielo. Contemplamos a María, la mujer humilde de Nazaret, plenamente unida a la gloria de su Hijo. Esta fiesta es un canto a la esperanza, y en este Año Jubilar cobra una fuerza particular: ella nos recuerda que nuestra meta es el cielo, y que nuestra vida, si se abre al Espíritu Santo, puede estar tan llena de Dios como lo estuvo la vida de María.


1. María, mujer comprometida en cuerpo y alma

Hoy recordamos que, después de Pentecostés, María no desaparece, sino que permanece como mujer de fe, atenta a la voz del Espíritu. Su “dejar hacer” no es pasividad, sino una entrega activa. Desde la Encarnación hasta la Resurrección y el nacimiento de la Iglesia, María está comprometida en cuerpo y alma, viviendo todo con fe lúcida y amor decidido.

En el Apocalipsis, la visión de la “mujer vestida de sol” refleja a María como signo de victoria, pero también como mujer que lucha contra el mal. Ella nos muestra que la gloria no es evasión de la lucha, sino fruto de haber dicho “sí” a Dios en todo momento.


2. La Asunción: victoria de la vida sobre la muerte

San Pablo, en la segunda lectura, proclama que “Cristo ha resucitado… y todos volverán a la vida, pero cada uno en su orden: primero Cristo; después, los que son de Cristo”. María es la primera entre los “que son de Cristo” en participar de su victoria. La Asunción es la confirmación de que el Reino de Dios es nuestro destino, y que hay un lugar preparado para cada uno junto a Él.

Este mensaje es un bálsamo para quienes hoy, en el cuerpo o en el alma, sienten el peso del dolor. María nos muestra que no estamos hechos para la tumba, sino para la plenitud de la vida.


3. El Magníficat: escuela de esperanza y servicio

El Evangelio nos presenta a María en camino, visitando a su prima Isabel. No se encierra en su privilegio, sino que se convierte en servidora. En su canto del Magníficat, ella proclama que Dios “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. María canta lo que cree y vive lo que canta.

En este Año Jubilar, “Peregrinos de la Esperanza”, estamos llamados a imitarla:

  • Con oración perseverante.
  • Con la escucha fiel de la Palabra.
  • Con el servicio concreto a los pobres.
  • Con el pedido humilde de que Dios habite nuestro deseo y voluntad.

4. Oración penitencial

Hermanos, antes de continuar, pongamos ante Dios nuestras faltas, pidiendo a María que interceda por nosotros para que el Señor transforme nuestro corazón.

  • Señor Jesús, Tú que elevaste a tu Madre en cuerpo y alma al cielo, perdona nuestras tibiezas y miedos para seguirte. Señor, ten piedad.
  • Cristo Jesús, Tú que haces nuevas todas las cosas, perdona nuestra indiferencia ante el dolor de quienes sufren. Cristo, ten piedad.
  • Señor Jesús, Tú que nos llamas a la santidad, perdona nuestras resistencias a tu gracia. Señor, ten piedad.

5. Intercesión por quienes sufren en el alma y en el cuerpo

Oremos:
María, Madre elevada a los cielos, mira con ternura a quienes hoy están postrados por la enfermedad física o la tristeza del alma. Que quienes sufren encuentren consuelo en tu cercanía y fuerza en tu Hijo Jesús. Te pedimos por los enfermos, por los ancianos solos, por los perseguidos, por quienes han perdido la esperanza. Concédenos ser instrumentos de paz y ayuda para ellos.


6. Conclusión: una fiesta que renueva nuestra fe

Celebrar la Asunción no es solo admirar la gloria de María; es asumir el compromiso de orientar nuestra vida hacia Dios. María es la certeza de que nuestra historia no termina en la oscuridad, sino en la luz. Su camino es el nuestro: oración, Palabra, servicio y confianza en Dios.

Que en este Año Jubilar, caminemos como verdaderos peregrinos de la esperanza, con la certeza de que un día, por la misericordia del Señor, nos uniremos a María en la gloria del cielo.

 

2

 

Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María

Lecturas: Ap 11, 19a; 12, 1-6a.10ab / Sal 44 / 1 Co 15, 20-27a / Lc 1, 39-56
Intención Jubilar: Viernes penitencial, orando por quienes sufren en el alma y en el cuerpo.


Introducción: Un viernes que sabe a cielo

Hermanos y hermanas:

Hoy, aunque es viernes penitencial, la Iglesia se reviste de alegría. La liturgia nos invita a dejar que la esperanza venza cualquier sombra de dolor. La Asunción de la Virgen María al cielo es la confirmación de que la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte no es solo para Él, sino también para aquellos que, como María, escuchan y cumplen la Palabra de Dios.

Y sin embargo, la alegría de hoy no nos aleja de la compasión. Porque en este Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, recordamos que la esperanza se hace auténtica cuando se traduce en intercesión y servicio, sobre todo por quienes sufren en el alma y en el cuerpo.


1. El signo en el cielo: María, mujer vestida de sol

(Ap 11,19a; 12,1-6a.10ab)

La primera lectura nos presenta una visión grandiosa: el arca de la alianza en el cielo y una mujer vestida de sol, coronada con doce estrellas. La tradición de la Iglesia ha visto en esta imagen a María, la nueva Arca, portadora no ya de las tablas de la Ley, sino del Verbo hecho carne.

El Apocalipsis, sin embargo, no oculta la lucha. Esta mujer, símbolo de la Iglesia y de María, enfrenta al dragón. Hoy, al orar por quienes sufren en el cuerpo y en el alma, reconocemos que también nosotros estamos en combate. La vida no es un paraíso sin pruebas. Pero María nos muestra que la victoria es posible si permanecemos en Dios.


2. Cristo, primicia de los resucitados

(1 Co 15,20-27a)
San Pablo nos recuerda que Cristo es el primero en resucitar, y después vendrán los que son de Él. María es la primera de esos “que son de Cristo” en participar plenamente de su victoria, por eso su Asunción es como un anticipo de nuestra propia meta.

En este viernes penitencial, mirar a María nos ayuda a no quedarnos en el dolor presente. La enfermedad, la soledad, las heridas emocionales o espirituales, no son el final de la historia. La última palabra la tiene Dios, y esa palabra es vida.


3. El Magníficat: María, discípula y misionera

(Lc 1,39-56)
El Evangelio nos lleva a la escena de la Visitación. María, recién concebido Jesús en su seno, corre al encuentro de su prima Isabel. Y allí estalla en un canto que es teología y profecía: el Magníficat.

Este cántico es clave para entender la Asunción. María no se glorifica a sí misma, sino que proclama las maravillas de Dios: “El Señor ha hecho en mí cosas grandes”. Ella es la humilde que ha sido elevada. Su vida entera, desde Nazaret hasta el Calvario y Pentecostés, fue un sí continuo a la voluntad de Dios.

Hoy, en nuestra vida, ese sí se traduce en acoger la Palabra, servir al prójimo y vivir como peregrinos de la esperanza.


4. Viernes penitencial: de la compasión a la intercesión

En el espíritu penitencial de este día, no nos centramos en un lamento estéril, sino en una conversión que nos haga más solidarios. La Asunción no es evasión del mundo, sino invitación a implicarnos en él con mirada de cielo.

Por eso, hoy pedimos a María:

  • Por los enfermos y quienes sufren en el cuerpo, para que encuentren alivio, compañía y dignidad.
  • Por los que padecen tristeza, depresión, duelo o falta de sentido, para que la gracia los fortalezca.
  • Por la Iglesia, para que sea casa de misericordia y taller de esperanza.

5. Año Jubilar: Peregrinos de la esperanza

En este Año Jubilar, la Asunción nos impulsa a vivir nuestra fe como camino. María ya llegó a la meta, nosotros seguimos en ruta. Ella nos recuerda que el cielo no es un premio para unos pocos, sino la casa preparada por Dios para todos sus hijos.

La penitencia de hoy se convierte en ofrenda jubilar si, movidos por la fe, abrimos espacio a la gracia en nuestra vida y nos dejamos transformar por el Espíritu Santo, como María lo hizo.


Conclusión: Orar mirando al cielo

Queridos hermanos:

En la Asunción contemplamos a María en cuerpo y alma junto a su Hijo. Esa es nuestra meta. Mientras tanto, seguimos caminando, orando, sirviendo, luchando contra el mal y cuidando de quienes sufren.

María nos dice hoy: “No tengan miedo, sigan diciendo sí, sigan sirviendo, sigan confiando”.

En este viernes penitencial, pidamos que su manto nos cubra, que su intercesión nos sostenga y que su ejemplo nos guíe hasta la gloria que Dios ha prometido a sus hijos.

María, asunta en cuerpo y alma al cielo, ruega por nosotros.

 

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