Santos del dia:
1. San Luis
1214-1270. Luis IX organizó dos cruzadas para
liberar el sepulcro de Cristo, pero murió en Túnez al comienzo de la segunda.
Su profunda piedad y su sentido de la justicia le valieron ser canonizado ya en
1297.
2. San José de Calasanz
1557-1648.
Fundador de las Escuelas Pías, dedicó su vida a la educación gratuita de los
niños pobres en Roma. Su celo por la formación cristiana y humana de la
juventud le ganó gran estima, pero también incomprensiones y pruebas. Fue
canonizado en 1767 y es patrono de las escuelas populares cristianas.
Un «sí» que cambia la vida
(1 Tesalonicenses 1,1-5.8b-10; Mateo 23,13-22) De un lado, una práctica religiosa aferrada a la Ley, que se ahoga en los laberintos de la jurisprudencia hasta perder de vista lo esencial. Es esa religiosidad la que Jesús reprende severamente. Del otro lado, la respuesta existencial de los Tesalonicenses al amor manifestado hasta el extremo por Jesús. Un «sí» que cambia la vida y la orienta según Dios, en la adhesión de la fe, el amor activo y la perseverancia de la esperanza.
Jean-Marc Liautaud, Fondacio
Primera lectura
1Ts
1,1-5.8b-10
Se
convirtieron a Dios, abandonando los ídolos, aguardando la vuelta de su Hijo, a
quien ha resucitado
Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses.
PABLO, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los Tesalonicenses, en Dios Padre y en
el Señor Jesucristo. A ustedes, gracia y paz.
En todo momento damos gracias a Dios por todos ustedes y los tenemos presentes
en nuestras oraciones, pues sin cesar recordamos ante Dios, nuestro Padre, la
actividad de su fe, el esfuerzo de su amor y la firmeza de su esperanza en
Jesucristo nuestro Señor.
Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él los ha elegido, pues cuando les
anuncié nuestro evangelio, no fue solo de palabra, sino también con la fuerza
del Espíritu Santo y con plena convicción.
Saben cómo nos comportamos entre ustedes para su bien.
Su fe en Dios se ha difundido por doquier, de modo que nosotros no teníamos
necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la
visita que les hicimos: cómo se convirtieron a Dios, abandonando los ídolos,
para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo
Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos
libra del castigo futuro.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
149,1-2.3-4.5-6a y 9b (R. 4a)
R. El Señor ama
a su pueblo.
O
bien:
R. Aleluya.
V. Canten al Señor un
cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sion por su Rey. R.
V. Alaben su nombre con
danzas,
cántenle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes. R.
V. Que los fieles
festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca.
Es un honor para todos sus fieles. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Mis ovejas escuchan
mi voz -dice el Señor-, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.
Evangelio
Mt
23,13-22
¡Ay
de ustedes, guías ciegos!
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, Jesús dijo:
«¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el
reino de los cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quieren.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que viajan por tierra y mar
para ganar un prosélito, y cuando lo consiguen, lo hacen digno de la “gehenna”
el doble que ustedes!
¡Ay de ustedes, guías ciegos, que dicen: “Jurar por el templo no obliga, jurar
por el oro del templo sí obliga”! ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el
templo que consagra el oro?
O también: “Jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en el
altar sí obliga”. ¡Ciegos! ¿Qué es más, la ofrenda o el altar que consagra la
ofrenda? Quien jura por el altar, jura por él y por cuanto hay sobre él; quien
jura por el templo, jura por él y por quien habita en él; y quien jura por el
cielo, jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en él».
Palabra del Señor.
1
Fe, esperanza y amor que vencen incluso a la muerte
1. Introducción: un pueblo que da
testimonio
Queridos hermanos y hermanas,
hoy la liturgia nos lleva a encontrarnos con una de las cartas más antiguas del
Nuevo Testamento: la Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses.
Este texto, escrito alrededor del año 50 d.C., es un testimonio vivo de la fe
de una comunidad joven, vibrante y llena de esperanza. San Pablo, acompañado de
Silvano y Timoteo, felicita a los tesalonicenses porque su fe no se
quedó en palabras bonitas, sino que se tradujo en obras, en testimonio y en
alegría, incluso en medio de la persecución y la incertidumbre.
Nosotros, como ellos, vivimos en un mundo donde hay
preguntas que atraviesan el corazón: ¿qué sucede después de la muerte?
¿volverá Cristo? ¿vale la pena seguir confiando cuando parece que la
injusticia, la corrupción y la violencia tienen la última palabra?
En este día jubilar, donde todos somos llamados a
ser peregrinos de la esperanza, la Palabra nos invita a contemplar cómo
la fe, la esperanza y el amor siguen siendo fuerzas que transforman la vida,
que sostienen a los pueblos y que dan sentido incluso en medio del dolor.
2. El ejemplo de los
Tesalonicenses
San Pablo reconoce algo esencial: la comunidad no
se quedó con un mensaje abstracto, sino que permitió que la Palabra actuara
como fuerza transformadora. Ellos recibieron el Evangelio no solo de
palabra, sino con poder, con Espíritu Santo y con plena convicción.
Esto nos habla hoy a nosotros, que a veces corremos
el riesgo de reducir la fe a devociones externas, a ritos cumplidos por
costumbre, pero que no cambian el corazón. San Pablo nos recuerda que la fe
verdadera siempre se traduce en obras concretas de amor, y que sin esa
coherencia, las palabras se vacían.
En el contexto de la oración por nuestros difuntos,
esta lectura nos consuela: la fe, el amor y la esperanza que nuestros seres
queridos vivieron en vida no se pierden; son semillas que permanecen y que
ahora florecen en la eternidad de Dios.
3. El Evangelio: la denuncia de
Jesús
El Evangelio de hoy (Mt 23,13-22) nos pone frente a
palabras duras de Jesús contra los fariseos hipócritas. No se trata de un
ataque a todo el pueblo judío ni a todos los fariseos, sino a aquellos que
redujeron la religión a un legalismo exterior, que imponían cargas a los demás
pero olvidaban lo esencial: la justicia, la misericordia, la fidelidad al
corazón de Dios.
Jesús denuncia a los que se obsesionan con lo
externo, con el “parecer”, con mantener un estatus religioso o social, pero que
descuidan el interior. Esa advertencia nos viene muy bien hoy: en un mundo de
apariencias, de redes sociales donde todo se mide por la “imagen” y no por la
verdad, corremos el riesgo de ser “creyentes de fachada”, con un corazón vacío.
El Jubileo nos llama a lo contrario: a redescubrir
una fe auténtica, sencilla, que no busca honores sino servir; que no se queda
en lo exterior, sino que transforma la vida desde dentro.
4. Una mirada pastoral: la
“generación de cristal” y el valor de la corrección
San Pablo hablaba a una comunidad joven en la fe, y
los alentaba con firmeza. Hoy también necesitamos esa valentía. Vivimos tiempos
en los que se habla de la “generación de cristal”, con jóvenes y adultos que
muchas veces rehúyen al dolor, al esfuerzo o a la corrección. Sin embargo, la
Palabra nos recuerda que la verdadera vida cristiana no es comodidad, sino camino
de madurez.
Así como los padres corrigen por amor, también Dios
nos corrige, nos forma, nos educa. Y esa corrección es necesaria para no
quedarnos en una fe superficial, frágil, incapaz de sostenernos en la prueba.
El Jubileo es una oportunidad para dejarnos educar por Dios, para volver a lo
esencial y madurar en nuestra fe.
5. La esperanza en medio de la
muerte
Hoy rezamos de manera especial por nuestros
difuntos. La fe que San Pablo anuncia nos ayuda a mirar la muerte no como un
final absoluto, sino como un paso hacia la plenitud en Cristo resucitado.
La comunidad de Tesalónica se preguntaba: ¿qué
pasa con los que ya han muerto? ¿quedarán olvidados? San Pablo responde con
firmeza: ellos duermen en Cristo, y con Él resucitarán.
En este Año Jubilar, cuando somos llamados a ser
peregrinos de la esperanza, se nos invita a vivir el duelo desde la fe,
sabiendo que nuestros seres queridos no se pierden, sino que permanecen en las
manos amorosas de Dios.
6. Conclusión: vivir lo esencial
Queridos hermanos, la liturgia de hoy nos deja un
mensaje muy claro:
- La
fe verdadera se vive en comunidad, no en soledad.
- La
esperanza vence al miedo de la muerte.
- El
amor se traduce en gestos concretos de justicia, de fidelidad, de
misericordia.
- El
cristiano no se queda en las apariencias, sino que busca siempre lo
esencial: una vida coherente con el Evangelio.
Oremos entonces por nuestros difuntos, para que el
Señor los reciba en su paz, y pidamos para nosotros la gracia de vivir este
Jubileo con un corazón transformado, testigos de fe, amor y esperanza en medio
de nuestro mundo herido.
Oración final
“Señor Jesucristo, Tú que eres la Resurrección y la
Vida, acoge a nuestros hermanos difuntos en tu Reino de luz. Concédenos a
nosotros, que seguimos peregrinando, la fortaleza para vivir con fe auténtica,
con amor que sirve y con esperanza que no defrauda. Haznos en este Año Jubilar
verdaderos testigos tuyos, capaces de sembrar vida en medio de la muerte y de
anunciar con alegría que Tú eres el Señor que vive y reina por los siglos de
los siglos. Amén.”
2
Un sí que cambia la vida
1. Introducción: un sí decisivo
Queridos hermanos y hermanas,
hoy la Palabra nos presenta un contraste profundo: por un lado, una
religiosidad superficial, centrada en la apariencia y en el cumplimiento rígido
de normas externas; por otro, una fe viva y transformadora, como la que los
Tesalonicenses dieron al Señor cuando dijeron su “sí” al Evangelio.
Ese “sí” no fue un gesto efímero, sino un
compromiso existencial que cambió la dirección de sus vidas, que les dio
sentido en medio de la persecución y esperanza en medio de la incertidumbre. Y
es justamente ese “sí” lo que hoy se nos propone a nosotros en el marco del Año
Jubilar, como peregrinos de la esperanza.
2. El “sí” de los Tesalonicenses:
fe, amor y esperanza
San Pablo, junto a Silvano y Timoteo, reconoce que
los Tesalonicenses vivieron la fe no como un adorno, sino como fuerza que
impulsa a amar y esperar contra toda desesperanza.
Tres virtudes se hacen visibles en ellos:
- La
fe: no
como teoría, sino como adhesión confiada a Cristo Resucitado.
- El
amor activo:
que se traduce en gestos concretos de servicio, solidaridad y entrega.
- La
perseverancia de la esperanza: que les permitió mantenerse firmes aun
cuando la muerte y la persecución tocaban a su puerta.
Ese tríptico —fe, amor y esperanza— es también
nuestro llamado hoy. ¿Qué significa para nosotros en la práctica? Que la fe no
puede reducirse a devociones vacías, que el amor no puede quedarse en palabras,
y que la esperanza no se puede abandonar aunque el dolor o la muerte parezcan
tener la última palabra.
3. El Evangelio: la advertencia
de Jesús
El Evangelio de Mateo nos muestra el contraste: una
religiosidad enferma, que se aferra a normas y tradiciones externas, pero
olvida el corazón de la Ley: la justicia, la bondad, la fidelidad a Dios.
Jesús no rechaza la Ley, sino el legalismo vacío
que convierte la fe en un peso muerto, en un espectáculo de apariencias. Esa
religiosidad que se “ahoga en los laberintos de la jurisprudencia” es la que
Jesús denuncia porque cierra el Reino a los sencillos y deja fuera a quienes
más necesitan de la misericordia divina.
Aquí hay un llamado fuerte para nosotros: ¿nuestra
fe es un traje exterior para aparentar, o un “sí” interior que transforma la
vida? ¿Somos cristianos de fachada o discípulos de corazón?
4. Aplicación pastoral: un “sí”
en nuestra vida de hoy
Hermanos, cada generación está llamada a renovar
ese “sí” que cambia la vida. Para nosotros hoy significa:
- Decir
sí a la fe: en
un mundo donde muchos dudan, relativizan o ignoran a Dios, necesitamos
renovar nuestra confianza en Cristo.
- Decir
sí al amor activo: en una sociedad marcada por la indiferencia, la violencia y la
corrupción, el cristiano no puede ser indiferente; está llamado a ser
solidario y compasivo.
- Decir
sí a la esperanza: frente a la muerte, frente a la enfermedad, frente a la
injusticia, nuestra respuesta no es el miedo ni la resignación, sino la
esperanza firme en que Dios tiene la última palabra.
En el marco del Año Jubilar, este “sí” no es
individualista. Como comunidad, también estamos llamados a ser testigos de
esperanza, Iglesia que abre caminos, que no se encierra en legalismos, sino que
acoge a todos en la misericordia de Cristo.
5. Orar por los difuntos: un sí a
la esperanza eterna
Hoy, de modo especial, oramos por nuestros hermanos
difuntos. Ellos también dijeron un “sí” a lo largo de su vida, en mayor o menor
medida, y ahora confiamos que Dios los acoge en su misericordia.
La esperanza cristiana nos dice que la muerte no
tiene la última palabra. Ese “sí” que cambia la vida en la tierra se prolonga
en la eternidad, porque Dios es fiel y no abandona a los que confían en Él.
Recordarlos y orar por ellos es también renovar
nuestra certeza de que el amor es más fuerte que la muerte.
6. Conclusión: un “sí” que nos
hace jubilares
Queridos hermanos, la liturgia de hoy nos invita a
revisar la calidad de nuestro “sí” a Dios.
- ¿Es
un “sí” de fachada o de corazón?
- ¿Es
un “sí” para hoy, o uno que se prolonga en toda nuestra vida?
- ¿Es
un “sí” que se traduce en fe viva, amor activo y esperanza perseverante?
En este Año Jubilar, el Señor nos llama a
renovar ese “sí” que cambia la vida, a ser peregrinos de la esperanza que no se
dejan atrapar por la apariencia de la religiosidad vacía, sino que caminan
hacia lo esencial: el amor de Dios que salva y que resucita.
Oración final
“Señor, danos la gracia de decirte hoy un ‘sí’
sincero, como lo hicieron los Tesalonicenses. Que nuestra fe sea viva, nuestro
amor activo y nuestra esperanza perseverante. Acoge a nuestros hermanos
difuntos en tu Reino de luz y haznos a nosotros testigos jubilares de tu
misericordia, para que con nuestra vida preparemos desde ya el encuentro
definitivo contigo. Amén.”
3
Unidad de verdad y virtud: un sí que transforma la
vida
1. Introducción: un doble camino
Queridos hermanos y hermanas,
la Palabra de Dios hoy nos sitúa entre dos
realidades opuestas:
- Por
un lado, la comunidad de Tesalónica, que con sencillez de corazón recibió
el Evangelio y lo tradujo en fe, amor y esperanza.
- Por
otro, la actitud de los escribas y fariseos, denunciados por Jesús porque decían
una cosa y vivían otra, porque cerraban el acceso al Reino con su
hipocresía.
Este contraste sigue vigente en nuestra vida y en
nuestra Iglesia. O somos cristianos que con un “sí” sincero dejamos que la
Palabra transforme nuestro ser, o corremos el riesgo de vivir una fe de
fachada, donde las palabras no corresponden a los hechos.
En este Año Jubilar, cuando el Papa nos
invita a ser peregrinos de la esperanza, el Señor nos llama a revisar si
nuestra fe está unida a la virtud, si nuestra verdad se expresa en amor y
misericordia, o si caemos en la incoherencia de predicar una cosa y vivir otra.
2. Los Tesalonicenses: un sí
transformador
San Pablo, junto a Silvano y Timoteo, inicia su
carta felicitando a los Tesalonicenses por su testimonio. Ellos no recibieron
el Evangelio como una simple idea, sino como fuerza de Dios que transformó su
vida.
San Pablo destaca tres virtudes:
- La
fe viva,
que les permitió reconocer a Cristo Resucitado en medio de la persecución.
- El
amor activo,
que no se quedó en discursos, sino que se manifestó en obras concretas de
servicio y caridad.
- La
perseverancia de la esperanza, que los sostuvo frente a la incertidumbre de
la muerte y les hizo aguardar confiadamente la venida del Señor.
Ese es el modelo de Iglesia que debemos ser: una
comunidad donde la fe no se reduce a devoción privada, donde el amor no se
queda en sentimientos, y donde la esperanza no se apaga ante la muerte. Por eso
hoy, al orar por nuestros difuntos, recordamos que su fe y su esperanza en
Cristo no fueron en vano, sino que ahora se cumplen en la eternidad de Dios.
3. El Evangelio: la hipocresía
denunciada
En el Evangelio, Jesús comienza sus “¡Ay de
ustedes, escribas y fariseos hipócritas!”. Y la primera denuncia es clara: “Ustedes
cierran el Reino de los cielos; no entran ni dejan entrar”.
¿Qué es la hipocresía? Es esa fractura entre lo que
se dice y lo que se hace. Es proclamar un mensaje de salvación, pero vivirlo de
forma contraria; es hablar de virtud y justicia, pero estar movido por
intereses egoístas o por deseo de prestigio.
Jesús no critica el amor a la Ley, sino su
manipulación. Denuncia a quienes, en lugar de abrir caminos, levantan barreras;
a quienes se preocupan por lo externo pero olvidan lo esencial: la justicia,
la misericordia y la fidelidad.
Hoy también debemos escuchar estas palabras con
humildad. En la Iglesia y en la sociedad, podemos caer en dos extremos:
- Algunos,
en nombre de la doctrina, olvidan la caridad y la misericordia,
volviéndose duros e intransigentes.
- Otros,
en nombre de una supuesta compasión, relativizan la verdad, diluyen
el Evangelio y confunden bondad con permisividad.
El resultado en ambos casos es el mismo: se
desfigura el rostro de Cristo y se pierde la coherencia entre verdad y virtud.
4. Verdad y virtud: unidas en la
vida cristiana
El comentario que inspira nuestra reflexión nos
recuerda algo clave: la verdad sin virtud se vuelve dura e inhumana, y la
virtud sin verdad se convierte en sentimentalismo vacío.
El cristiano está llamado a vivir la unidad
entre verdad y virtud:
- La
verdad del Evangelio, recibida con fidelidad.
- La
virtud que se expresa en caridad, paciencia, humildad y misericordia.
Un ejemplo pastoral: un padre que corrige a su hijo
con dureza pero sin amor puede tener razón en lo que enseña, pero pierde la
eficacia porque no lo comunica con ternura. Del mismo modo, un padre que solo
da cariño pero nunca corrige, tarde o temprano verá a su hijo desorientado. La
educación, como la fe, necesita unidad de verdad y virtud.
5. Orar por los difuntos:
esperanza más allá de la muerte
En medio de estas enseñanzas, la liturgia nos
invita a orar por los difuntos. Al recordarles, pensamos también: ¿cómo
vivieron su fe? ¿qué “sí” le dieron a Dios en su vida?
La fe nos asegura que quienes han dicho su “sí”
sincero participan ya del Reino. Y nosotros, en la Eucaristía, nos unimos a
ellos en un mismo banquete de vida. El Jubileo nos invita a mirar la muerte no
con miedo, sino con la esperanza firme de que la vida eterna es el triunfo
de la verdad y la virtud en Cristo.
6. Conclusión: el llamado del
Jubileo
Queridos hermanos, la Palabra de hoy nos deja un
mensaje exigente y consolador:
- No
basta con decir, hay que vivir.
- No
basta con defender la verdad, hay que hacerlo con amor.
- No
basta con practicar virtudes humanas, hay que enraizarlas en la verdad de
Cristo.
El Jubileo nos urge a renovar nuestro “sí” a Dios,
un sí coherente, verdadero, que nos haga peregrinos de esperanza,
testigos de un Evangelio vivo que abre puertas, no que las cierra.
Oración final
“Señor Jesús, Tú que nos enseñas a unir siempre la
verdad del Evangelio con la virtud de tu amor, líbranos de toda hipocresía. Haz
que nuestra fe sea viva, nuestro amor activo y nuestra esperanza perseverante.
Acoge en tu Reino a nuestros hermanos difuntos y haznos, en este Año Jubilar,
instrumentos fieles de tu gracia, para que abramos caminos de vida y esperanza
en nuestro mundo. Amén.”
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