SANTO DEL DIA
Santo Tomás (siglo I)
Uno de los doce apóstoles elegidos por
Jesús. Se hizo célebre por su incredulidad: quiso tocar las llagas de
Cristo para creer la noticia de su resurrección.
¡Mi Señor!
(Juan 20, 24-29) Celebramos a Tomás,
quien no quiere creer por lo que ha oído, sino que necesita vivir un encuentro
personal. Jesús le responde en un cuerpo a cuerpo, en el que Tomás, más que
tocar, es profundamente tocado en su interior. Su confesión lo atestigua:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Con Tomás, también nosotros estamos llamados a
pasar del simple “Señor” al “mi Señor”, en una experiencia única y personal.
Para luego unir esta fe íntima a la de todos los demás y apoyarnos en ella.
Primera lectura
Están
edificados sobre el cimiento de los apóstoles
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.
HERMANOS:
Ustedes ya no son extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos,
y miembros de la familia de Dios.
Están edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo
Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y
se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también ustedes
entran con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Vayan
al mundo entero
y proclamen el Evangelio.
O bien:
R. Aleluya.
V. Alaben
al Señor todas las naciones,
aclámenlo todos los pueblos. R.
V. Firme
es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. R.
Aclamación
V. Porque me
has visto, Tomás, has creído —dice el Señor—; bienaventurados los que crean sin
haber visto. R.
Evangelio
¡Señor mío y
Dios mío!
Lectura del santo Evangelio según san Juan.
TOMÁS, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino
Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el
agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a ustedes».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no
seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber
visto».
Palabra del Señor.
1
¡Mi
Señor!
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy
la Iglesia celebra con gozo la fiesta del apóstol Tomás, el que con frecuencia
es apodado injustamente como “el incrédulo”, pero que bien podríamos llamar “el
creyente profundo”, pues fue el primero en proclamar con fuerza y claridad la
divinidad de Cristo con su confesión: “¡Señor
mío y Dios mío!”.
Nos
encontramos en este día en el marco del Año Jubilar convocado por el Papa con
el lema “Peregrinos de la
Esperanza”. En este contexto, la figura de Tomás resplandece
como uno que también hizo su peregrinación interior, del miedo a la valentía,
de la duda a la fe, del grupo al encuentro personal con Jesús.
1. La fe que nace del encuentro
El
evangelio de Juan (20,24-29) nos relata un momento de intimidad y tensión:
Tomás no estuvo con los otros discípulos el día de la Resurrección. Al oír su
testimonio, responde con una condición: “Si
no veo en sus manos la señal de los clavos… no creeré”. No es que
Tomás fuera un obstinado, sino un buscador de verdad, alguien que no quería
aferrarse a ilusiones, sino entregarse por entero a lo que realmente fuera
verdadero.
Y
Jesús, con infinita ternura, no lo reprende con dureza, sino que se le muestra.
No sólo le permite ver, sino tocar sus llagas. Pero el verdadero milagro no fue
que Tomás tocara a Jesús, sino que Jesús
tocó a Tomás en lo más profundo de su corazón. Por eso su
respuesta no es solo racional, sino existencial: “¡Señor mío y Dios mío!”.
2. Del “Señor” al “mi Señor”: una fe personalizada
Esta
expresión de Tomás marca una transición fundamental en la fe cristiana: de una fe genérica a una fe encarnada en
la vida personal. El creyente no se limita a repetir doctrinas;
se encuentra con una Persona, se deja mirar, tocar, interpelar por Cristo
Resucitado. Ya no es solo “el Señor”, sino “mi Señor”.
En
el marco del Año Jubilar, esta invitación se actualiza con fuerza: no basta con
pertenecer estructuralmente a la Iglesia, es necesario nacer de nuevo en una experiencia viva con
Cristo, dejar que nuestras propias heridas se encuentren con
las suyas.
3. Unidos en la fe de la Iglesia: piedra sobre piedra
La
primera lectura (Efesios 2,19-22) nos recuerda que ya no somos extranjeros ni forasteros,
sino miembros de la familia de Dios, edificados sobre el
cimiento de los apóstoles. Tomás no creyó solo: su fe se reintegró a la de la
comunidad. Jesús no lo dejó fuera, sino que le ofreció una nueva oportunidad
para ser parte de la Iglesia naciente.
Cada
vocación en la Iglesia —sea laical, religiosa o sacerdotal— es un eco de esa llamada al encuentro
personal y comunitario con Cristo. Por eso hoy oramos de manera
especial:
·
Por
los evangelizadores de la Iglesia, para que no prediquen ideas sino a Cristo
Vivo.
·
Por
las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, para que muchos jóvenes se
dejen tocar por Jesús como Tomás y respondan con decisión.
·
Por
todos los bautizados, para que pasen del “Señor” al “mi Señor”, y luego al
“nuestro Señor”.
4. Felices los que creen sin haber visto
Jesús
concluye el pasaje con una bienaventuranza dirigida a ti y a mí: “Bienaventurados los que sin haber
visto, creen”. Esta es la fe de los humildes, de los pequeños, de
los que se dejan sorprender por Dios en medio de sus incertidumbres.
Hoy,
más que nunca, el mundo
necesita testigos como Tomás, que pasen de la duda a la
proclamación, del miedo a la confesión valiente. Necesitamos creyentes que se
arrodillen ante el misterio de Dios y digan: “Señor
mío y Dios mío”, y luego se levanten con valentía para anunciarlo.
✝️ Conclusión: El toque
de Dios, la obra de la Iglesia
Queridos
hermanos:
Santo Tomás nos enseña que la fe cristiana no es una receta, ni una cadena de
mandamientos, sino una
relación viva y transformadora con el Señor Resucitado. Desde
esa experiencia nace la misión, la comunión eclesial y el testimonio.
Que
en este Año Jubilar, movidos por el Espíritu, podamos también nosotros vivir
nuestro “encuentro con las llagas gloriosas de Cristo”, para que, tocados por
Él, toquemos los corazones de tantos que esperan una palabra de esperanza.
¡Señor mío y Dios mío! Que esta sea también nuestra
confesión diaria. Amén.
2
Regocijarse
en las bendiciones dadas a los demás
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy celebramos con
alegría y humildad la fiesta del Apóstol Tomás. Su nombre ha quedado ligado a
la duda, pero esa duda no fue el final de su historia, sino el umbral hacia una
fe más profunda, más personal y más proclamada: “¡Señor mío y Dios
mío!”. Estas palabras no brotan del razonamiento, sino de la
rendición del corazón ante el misterio del Resucitado.
1. Tomás, el que no estuvo… pero terminó creyendo
El Evangelio nos
muestra a un Tomás que no estuvo con los discípulos cuando Jesús se apareció.
Al enterarse, su corazón se llenó de desconcierto. “Si no veo… no
creeré”. Esas palabras nos resultan familiares: también nosotros
hemos experimentado momentos en los que el dolor, la comparación o el deseo de
ver signos nos han hecho titubear.
Pero ¿qué le pasó a
Tomás? ¿Fue incredulidad solamente? , sugerimos algo más profundo: envidia espiritual. No
fue sólo una duda intelectual, sino la tristeza de sentirse excluido de una
bendición. Esa tristeza no asumida se transformó en amargura. ¿No nos pasa
también cuando otros reciben gracias que deseamos? ¿Cuando un amigo es
promovido, otro es sanado, o alguien más recibe un don que anhelamos?
Tomás no está solo: somos
todos nosotros cuando no entendemos por qué Dios parece bendecir a otros y no a
mí.
2. Jesús se deja tocar... para tocarnos
La respuesta de Jesús
es un modelo de pedagogía divina: no lo reprende duramente, sino que le dice: “Pon
tu dedo… trae tu mano… no seas incrédulo, sino creyente”. Le
permite tocar sus heridas. Pero el verdadero milagro no es que Tomás lo toque, sino
que el Resucitado toca el corazón herido de Tomás.
Ese momento lo
transforma. Tomás pasa del “yo quiero pruebas” al “me rindo ante ti”. Su
confesión: “¡Señor
mío y Dios mío!” es la más clara proclamación de la divinidad de
Cristo en todo el Evangelio. ¡Qué paradoja! El que dudaba, se convierte en el
proclamador más certero.
3. La fe sin ver: el nuevo horizonte del discípulo
Jesús responde con una
bienaventuranza que llega hasta nosotros: “Dichosos los que creen sin haber visto”.
Aquí hay una invitación y una promesa: no todos tendremos apariciones,
visiones, ni señales sobrenaturales… pero todos podemos creer.
La Iglesia
nace y crece a partir de esta fe confiada. Por eso, la primera
lectura nos recuerda que somos “piedras vivas en el edificio de Dios,
edificados sobre el cimiento de los apóstoles”. Y Tomás, el que
dudó, es una de esas piedras fundacionales.
4. Aplicación pastoral: fe, vocaciones y envidia espiritual
En este Año
Jubilar, somos llamados a crecer como Peregrinos de la
Esperanza. Una fe que no camina, se estanca. Hoy pedimos al Señor:
·
Que
nos dé una fe humilde, capaz de aceptar lo que no vemos.
·
Que
sane nuestras heridas causadas por la comparación y la envidia.
·
Que
fortalezca nuestra Iglesia misionera y evangelizadora,
edificada sobre apóstoles como Tomás.
·
Y
que suscite
nuevas vocaciones, de jóvenes y adultos capaces de decir con
Tomás: “¡Señor
mío y Dios mío!”
🙌 Conclusión
Queridos hermanos, Tomás
nos enseña que dudar no es un pecado mortal, pero permanecer en la duda sin
abrirse al encuentro con Cristo sí puede ser peligroso. Él también nos enseña
que Dios no se cansa de ir en busca del corazón herido. Jesús vino a buscar a
Tomás… como también nos busca a nosotros.
Hoy, delante del altar,
al escuchar la Consagración, no repitamos por costumbre esa frase, sino con
corazón renovado:
“¡Señor
mío y Dios mío!”
Y que esta fe, así vivida, sea antídoto contra toda envidia, semilla de nuevas
vocaciones y fuente de verdadera esperanza para el mundo.
Amén.
3 de julio: Santo Tomás
Apóstol — Fiesta
Murió hacia el año 72
Patrono de los que dudan,
arquitectos, personas ciegas, constructores, geómetras, albañiles, agrimensores
y teólogos
Cita:
Tomás, llamado el Mellizo, uno de los Doce, no estaba con
ellos cuando vino Jesús. Entonces los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto
al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos
y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y no meto mi mano en su costado, no
creeré».
Ocho días después, los discípulos estaban otra vez dentro, y Tomás con ellos.
Jesús vino, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «La paz esté
con ustedes». Luego dijo a Tomás: «Pon tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente».
Tomás respondió y le dijo: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me
has visto has creído? Dichosos los que no han visto y han creído».
(Juan 20, 24–29)
Reflexión:
Santo
Tomás Apóstol es más conocido por haber dudado de la Resurrección de Jesús,
cuando dijo: «Si no veo la
marca de los clavos en sus manos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y
no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20,25).
Antes
de este episodio, los Evangelios mencionan a Tomás varias veces. Los Evangelios
de Mateo, Marcos y Lucas lo incluyen entre los apóstoles, pero no ofrecen
detalles sobre su llamado. Uno de los pocos detalles personales que se da sobre
Tomás aparece en el Evangelio de Juan, donde se le llama “Dídimo”, que
significa “Mellizo”. Es razonable, entonces, suponer que tenía un hermano
gemelo.
La
primera mención detallada de Santo Tomás ocurre justo antes del séptimo y
último “signo” realizado por Jesús en el Evangelio de Juan. Estos signos eran
milagros realizados para que la gente «crea
que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que creyendo, tengan vida en su
nombre» (Jn 20,31). El séptimo signo fue la resurrección de Lázaro.
Antes de este milagro, el Sanedrín ya se encontraba cada vez más agitado y
hostil hacia Jesús. Los discípulos lo sabían y entendían que si Jesús realizaba
más milagros, habría represalias.
Cuando
Jesús se enteró de que su amigo Lázaro había muerto, les dijo a sus discípulos
que iría a devolverle la vida. Los discípulos lo cuestionaron por temor a la
persecución: «Rabí, hace poco
los judíos intentaban apedrearte, ¿y tú quieres volver allá?» (Jn
11,8). Entonces Tomás dijo con valentía a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros para morir con
él» (Jn 11,16).
La
segunda vez que Tomás aparece en el Evangelio de Juan es al inicio del discurso
de la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles que volvería al Padre a
prepararles un lugar, y que luego regresaría para llevarlos consigo. Tomás
objetó diciendo: «Señor, no
sabemos a dónde vas, ¿cómo podremos saber el camino?». A lo que
Jesús respondió con su famosa frase: «Yo
soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí»
(Jn 14,5–6).
La
tercera, y más conocida aparición de Tomás, es cuando está ausente tras la
Resurrección de Jesús, y éste se aparece a los otros diez apóstoles. Al
enterarse después, Tomás expresa abiertamente su duda. Sin embargo, una semana
después, esa duda se transforma en fe cuando exclama: «¡Señor mío y Dios mío!».
Tradicionalmente, los fieles repiten esta frase durante la Misa, después de la
Consagración, como expresión de fe en la Presencia Real de Jesús en la
Eucaristía. Fue Tomás quien nos dejó estas poderosas palabras de fe.
El
libro de los Hechos de los Apóstoles menciona a Tomás en la lista de los
apóstoles reunidos en el cenáculo después de la Ascensión del Señor. Fuera de
esto, ya no se le menciona por su nombre, sino en referencia general junto con
los demás apóstoles, como en Pentecostés. Sin embargo, diversas tradiciones
antiguas sostienen ampliamente que Tomás tomó muy en serio las últimas palabras
de Jesús: «Serán mis testigos
en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra»
(Hch 1,8).
Sobre
su viaje a los “confines de la tierra”, el Papa Benedicto XVI dijo en una
audiencia general:
«Recordemos
que una antigua tradición sostiene que Tomás evangelizó primero Siria y Persia
(mencionado por Orígenes, según Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica 3,1), y que luego fue a
la India occidental (cf. Hechos
de Tomás 1–2 y siguientes), desde donde llegó finalmente al sur de
la India» (27 de septiembre de 2006).
Si
bien no puede afirmarse con certeza absoluta, hay evidencia significativa que
lo respalda. Además de Orígenes y Eusebio, otros Padres de la Iglesia hablaron
de sus misiones en la India. En el siglo IV, San Efrén el Sirio compuso un
himno que menciona a Tomás predicando en la India, y también lo hizo San
Gregorio Nacianceno. Más tarde, San Ambrosio de Milán habló de su labor
misionera en India, y hacia finales del siglo VI, San Gregorio, obispo de
Tours, escribió que el apóstol fue martirizado en India y que sus restos fueron
llevados a Edesa, Siria (hoy Turquía), lugar que la tradición afirma que
también visitó y donde predicó camino a India.
Según
las tradiciones más confiables, Tomás llegó a la India alrededor del año 52.
Predicó en la costa de Malabar, al suroeste del país, así como más al norte en
la meseta del Decán. Un texto antiguo llamado Hechos de Tomás narra muchas conversiones y
milagros que realizó. Hacia el año 68, se cree que Tomás y sus compañeros
viajaron al este de India, en lo que hoy es Chennai, donde predicó el
Evangelio, atendió a los pobres y enfermos y construyó iglesias. La tradición
afirma que trabajó para convertir a reyes y a sus familias como forma de
obtener su apoyo para evangelizar al pueblo.
En
Chennai hay una colina llamada “Monte Santo Tomás”, considerada como el lugar
de su martirio. Hacia el año 72, la leyenda cuenta que, mientras oraba en esa
colina, Tomás fue atravesado por una lanza en la espalda por orden del rey,
tras haber convertido a su esposa y a varios miembros de la familia real al
cristianismo.
Al honrar a
este gran apóstol del Señor, meditemos en el celo
misionero que tuvo, al dejar su tierra, su familia y su comunidad para ir hasta
los rincones más remotos de la India, donde pasó el resto de su vida predicando
el Evangelio, bautizando y estableciendo la Iglesia. Murió como mártir, algo
muy propio de un hombre tan valiente. Aunque al principio luchó con la duda, su
fe fue transformada por Cristo. Lleno del Espíritu Santo en Pentecostés, Tomás nunca volvió la
vista atrás.
Al
reflexionar sobre su vida, pregúntate en qué aspectos puedes aprender e
imitarlo. Si tú también luchas con dudas, ten la certeza de que el Espíritu
Santo puede transformarlas y llenarte con el mismo fervor y compromiso que tuvo
Santo Tomás.
Oración:
Santo Tomás Apóstol,
tú llegaste a ser un fiel seguidor de Jesús.
Aunque tuviste un momento de duda, esa lucha te transformó en un hombre nuevo.
Te ruego que intercedas por mí,
para que cada lucha y debilidad que tengo
sea eliminada y transformada,
y así Dios pueda servirse de mí para cumplir su santa y perfecta voluntad.
Santo Tomás Apóstol, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.
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