miércoles, 2 de julio de 2025

3 de julio del 2025: Fiesta de Santo Tomás, Apóstol

 

SANTO DEL DIA

Santo Tomás (siglo I)

Uno de los doce apóstoles elegidos por Jesús. Se hizo célebre por su incredulidad: quiso tocar las llagas de Cristo para creer la noticia de su resurrección.

 

¡Mi Señor!

(Juan 20, 24-29) Celebramos a Tomás, quien no quiere creer por lo que ha oído, sino que necesita vivir un encuentro personal. Jesús le responde en un cuerpo a cuerpo, en el que Tomás, más que tocar, es profundamente tocado en su interior. Su confesión lo atestigua: «¡Señor mío y Dios mío!».

Con Tomás, también nosotros estamos llamados a pasar del simple “Señor” al “mi Señor”, en una experiencia única y personal. Para luego unir esta fe íntima a la de todos los demás y apoyarnos en ella.

 Colette Hamza, xavière



Primera lectura

Ef 2, 19-22

Están edificados sobre el cimiento de los apóstoles

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios.

HERMANOS:
Ustedes ya no son extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios.
Están edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también ustedes entran con ellos en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.


Palabra de Dios.


Salmo

Sal 116, 1. 2 (R.: Mc 16, 15)

R. Vayan al mundo entero
y proclamen el Evangelio.


O bien:

R. Aleluya.

V. Alaben al Señor todas las naciones,
aclámenlo todos los pueblos. 
R.

V. Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre. 
R.


Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Porque me has visto, Tomás, has creído —dice el Señor—; bienaventurados los que crean sin haber visto. R.


Evangelio

Jn 20, 24-29

¡Señor mío y Dios mío!

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

TOMÁS, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a ustedes».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».


Palabra del Señor.

 

1

 

¡Mi Señor!


Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Hoy la Iglesia celebra con gozo la fiesta del apóstol Tomás, el que con frecuencia es apodado injustamente como “el incrédulo”, pero que bien podríamos llamar “el creyente profundo”, pues fue el primero en proclamar con fuerza y claridad la divinidad de Cristo con su confesión: “¡Señor mío y Dios mío!”.

Nos encontramos en este día en el marco del Año Jubilar convocado por el Papa con el lema “Peregrinos de la Esperanza”. En este contexto, la figura de Tomás resplandece como uno que también hizo su peregrinación interior, del miedo a la valentía, de la duda a la fe, del grupo al encuentro personal con Jesús.


1. La fe que nace del encuentro

El evangelio de Juan (20,24-29) nos relata un momento de intimidad y tensión: Tomás no estuvo con los otros discípulos el día de la Resurrección. Al oír su testimonio, responde con una condición: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos… no creeré”. No es que Tomás fuera un obstinado, sino un buscador de verdad, alguien que no quería aferrarse a ilusiones, sino entregarse por entero a lo que realmente fuera verdadero.

Y Jesús, con infinita ternura, no lo reprende con dureza, sino que se le muestra. No sólo le permite ver, sino tocar sus llagas. Pero el verdadero milagro no fue que Tomás tocara a Jesús, sino que Jesús tocó a Tomás en lo más profundo de su corazón. Por eso su respuesta no es solo racional, sino existencial: “¡Señor mío y Dios mío!”.


2. Del “Señor” al “mi Señor”: una fe personalizada

Esta expresión de Tomás marca una transición fundamental en la fe cristiana: de una fe genérica a una fe encarnada en la vida personal. El creyente no se limita a repetir doctrinas; se encuentra con una Persona, se deja mirar, tocar, interpelar por Cristo Resucitado. Ya no es solo “el Señor”, sino “mi Señor”.

En el marco del Año Jubilar, esta invitación se actualiza con fuerza: no basta con pertenecer estructuralmente a la Iglesia, es necesario nacer de nuevo en una experiencia viva con Cristo, dejar que nuestras propias heridas se encuentren con las suyas.


3. Unidos en la fe de la Iglesia: piedra sobre piedra

La primera lectura (Efesios 2,19-22) nos recuerda que ya no somos extranjeros ni forasteros, sino miembros de la familia de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles. Tomás no creyó solo: su fe se reintegró a la de la comunidad. Jesús no lo dejó fuera, sino que le ofreció una nueva oportunidad para ser parte de la Iglesia naciente.

Cada vocación en la Iglesia —sea laical, religiosa o sacerdotal— es un eco de esa llamada al encuentro personal y comunitario con Cristo. Por eso hoy oramos de manera especial:

·        Por los evangelizadores de la Iglesia, para que no prediquen ideas sino a Cristo Vivo.

·        Por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, para que muchos jóvenes se dejen tocar por Jesús como Tomás y respondan con decisión.

·        Por todos los bautizados, para que pasen del “Señor” al “mi Señor”, y luego al “nuestro Señor”.


4. Felices los que creen sin haber visto

Jesús concluye el pasaje con una bienaventuranza dirigida a ti y a mí: “Bienaventurados los que sin haber visto, creen”. Esta es la fe de los humildes, de los pequeños, de los que se dejan sorprender por Dios en medio de sus incertidumbres.

Hoy, más que nunca, el mundo necesita testigos como Tomás, que pasen de la duda a la proclamación, del miedo a la confesión valiente. Necesitamos creyentes que se arrodillen ante el misterio de Dios y digan: “Señor mío y Dios mío”, y luego se levanten con valentía para anunciarlo.


Conclusión: El toque de Dios, la obra de la Iglesia

Queridos hermanos:
Santo Tomás nos enseña que la fe cristiana no es una receta, ni una cadena de mandamientos, sino una relación viva y transformadora con el Señor Resucitado. Desde esa experiencia nace la misión, la comunión eclesial y el testimonio.

Que en este Año Jubilar, movidos por el Espíritu, podamos también nosotros vivir nuestro “encuentro con las llagas gloriosas de Cristo”, para que, tocados por Él, toquemos los corazones de tantos que esperan una palabra de esperanza.

¡Señor mío y Dios mío! Que esta sea también nuestra confesión diaria. Amén.

 

2

 

Regocijarse en las bendiciones dadas a los demás

 

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy celebramos con alegría y humildad la fiesta del Apóstol Tomás. Su nombre ha quedado ligado a la duda, pero esa duda no fue el final de su historia, sino el umbral hacia una fe más profunda, más personal y más proclamada: “¡Señor mío y Dios mío!”. Estas palabras no brotan del razonamiento, sino de la rendición del corazón ante el misterio del Resucitado.


1. Tomás, el que no estuvo… pero terminó creyendo

El Evangelio nos muestra a un Tomás que no estuvo con los discípulos cuando Jesús se apareció. Al enterarse, su corazón se llenó de desconcierto. “Si no veo… no creeré”. Esas palabras nos resultan familiares: también nosotros hemos experimentado momentos en los que el dolor, la comparación o el deseo de ver signos nos han hecho titubear.

Pero ¿qué le pasó a Tomás? ¿Fue incredulidad solamente? , sugerimos algo más profundo: envidia espiritual. No fue sólo una duda intelectual, sino la tristeza de sentirse excluido de una bendición. Esa tristeza no asumida se transformó en amargura. ¿No nos pasa también cuando otros reciben gracias que deseamos? ¿Cuando un amigo es promovido, otro es sanado, o alguien más recibe un don que anhelamos?

Tomás no está solo: somos todos nosotros cuando no entendemos por qué Dios parece bendecir a otros y no a mí.


2. Jesús se deja tocar... para tocarnos

La respuesta de Jesús es un modelo de pedagogía divina: no lo reprende duramente, sino que le dice: “Pon tu dedo… trae tu mano… no seas incrédulo, sino creyente”. Le permite tocar sus heridas. Pero el verdadero milagro no es que Tomás lo toque, sino que el Resucitado toca el corazón herido de Tomás.

Ese momento lo transforma. Tomás pasa del “yo quiero pruebas” al “me rindo ante ti”. Su confesión: “¡Señor mío y Dios mío!” es la más clara proclamación de la divinidad de Cristo en todo el Evangelio. ¡Qué paradoja! El que dudaba, se convierte en el proclamador más certero.


3. La fe sin ver: el nuevo horizonte del discípulo

Jesús responde con una bienaventuranza que llega hasta nosotros: “Dichosos los que creen sin haber visto”. Aquí hay una invitación y una promesa: no todos tendremos apariciones, visiones, ni señales sobrenaturales… pero todos podemos creer.

La Iglesia nace y crece a partir de esta fe confiada. Por eso, la primera lectura nos recuerda que somos “piedras vivas en el edificio de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles”. Y Tomás, el que dudó, es una de esas piedras fundacionales.


4. Aplicación pastoral: fe, vocaciones y envidia espiritual

En este Año Jubilar, somos llamados a crecer como Peregrinos de la Esperanza. Una fe que no camina, se estanca. Hoy pedimos al Señor:

·        Que nos dé una fe humilde, capaz de aceptar lo que no vemos.

·        Que sane nuestras heridas causadas por la comparación y la envidia.

·        Que fortalezca nuestra Iglesia misionera y evangelizadora, edificada sobre apóstoles como Tomás.

·        Y que suscite nuevas vocaciones, de jóvenes y adultos capaces de decir con Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”


🙌 Conclusión

Queridos hermanos, Tomás nos enseña que dudar no es un pecado mortal, pero permanecer en la duda sin abrirse al encuentro con Cristo sí puede ser peligroso. Él también nos enseña que Dios no se cansa de ir en busca del corazón herido. Jesús vino a buscar a Tomás… como también nos busca a nosotros.

Hoy, delante del altar, al escuchar la Consagración, no repitamos por costumbre esa frase, sino con corazón renovado:
“¡Señor mío y Dios mío!”
Y que esta fe, así vivida, sea antídoto contra toda envidia, semilla de nuevas vocaciones y fuente de verdadera esperanza para el mundo.

Amén.

 

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3 de julio: Santo Tomás Apóstol — Fiesta

Murió hacia el año 72
Patrono de los que dudan, arquitectos, personas ciegas, constructores, geómetras, albañiles, agrimensores y teólogos

 


Cita:

Tomás, llamado el Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Entonces los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».
Ocho días después, los discípulos estaban otra vez dentro, y Tomás con ellos. Jesús vino, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «La paz esté con ustedes». Luego dijo a Tomás: «Pon tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente».
Tomás respondió y le dijo: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que no han visto y han creído».

(Juan 20, 24–29)


Reflexión:

Santo Tomás Apóstol es más conocido por haber dudado de la Resurrección de Jesús, cuando dijo: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20,25).

Antes de este episodio, los Evangelios mencionan a Tomás varias veces. Los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas lo incluyen entre los apóstoles, pero no ofrecen detalles sobre su llamado. Uno de los pocos detalles personales que se da sobre Tomás aparece en el Evangelio de Juan, donde se le llama “Dídimo”, que significa “Mellizo”. Es razonable, entonces, suponer que tenía un hermano gemelo.

La primera mención detallada de Santo Tomás ocurre justo antes del séptimo y último “signo” realizado por Jesús en el Evangelio de Juan. Estos signos eran milagros realizados para que la gente «crea que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y que creyendo, tengan vida en su nombre» (Jn 20,31). El séptimo signo fue la resurrección de Lázaro. Antes de este milagro, el Sanedrín ya se encontraba cada vez más agitado y hostil hacia Jesús. Los discípulos lo sabían y entendían que si Jesús realizaba más milagros, habría represalias.

Cuando Jesús se enteró de que su amigo Lázaro había muerto, les dijo a sus discípulos que iría a devolverle la vida. Los discípulos lo cuestionaron por temor a la persecución: «Rabí, hace poco los judíos intentaban apedrearte, ¿y tú quieres volver allá?» (Jn 11,8). Entonces Tomás dijo con valentía a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros para morir con él» (Jn 11,16).

La segunda vez que Tomás aparece en el Evangelio de Juan es al inicio del discurso de la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles que volvería al Padre a prepararles un lugar, y que luego regresaría para llevarlos consigo. Tomás objetó diciendo: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podremos saber el camino?». A lo que Jesús respondió con su famosa frase: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,5–6).

La tercera, y más conocida aparición de Tomás, es cuando está ausente tras la Resurrección de Jesús, y éste se aparece a los otros diez apóstoles. Al enterarse después, Tomás expresa abiertamente su duda. Sin embargo, una semana después, esa duda se transforma en fe cuando exclama: «¡Señor mío y Dios mío!». Tradicionalmente, los fieles repiten esta frase durante la Misa, después de la Consagración, como expresión de fe en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía. Fue Tomás quien nos dejó estas poderosas palabras de fe.

El libro de los Hechos de los Apóstoles menciona a Tomás en la lista de los apóstoles reunidos en el cenáculo después de la Ascensión del Señor. Fuera de esto, ya no se le menciona por su nombre, sino en referencia general junto con los demás apóstoles, como en Pentecostés. Sin embargo, diversas tradiciones antiguas sostienen ampliamente que Tomás tomó muy en serio las últimas palabras de Jesús: «Serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8).

Sobre su viaje a los “confines de la tierra”, el Papa Benedicto XVI dijo en una audiencia general:

«Recordemos que una antigua tradición sostiene que Tomás evangelizó primero Siria y Persia (mencionado por Orígenes, según Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica 3,1), y que luego fue a la India occidental (cf. Hechos de Tomás 1–2 y siguientes), desde donde llegó finalmente al sur de la India» (27 de septiembre de 2006).

Si bien no puede afirmarse con certeza absoluta, hay evidencia significativa que lo respalda. Además de Orígenes y Eusebio, otros Padres de la Iglesia hablaron de sus misiones en la India. En el siglo IV, San Efrén el Sirio compuso un himno que menciona a Tomás predicando en la India, y también lo hizo San Gregorio Nacianceno. Más tarde, San Ambrosio de Milán habló de su labor misionera en India, y hacia finales del siglo VI, San Gregorio, obispo de Tours, escribió que el apóstol fue martirizado en India y que sus restos fueron llevados a Edesa, Siria (hoy Turquía), lugar que la tradición afirma que también visitó y donde predicó camino a India.

Según las tradiciones más confiables, Tomás llegó a la India alrededor del año 52. Predicó en la costa de Malabar, al suroeste del país, así como más al norte en la meseta del Decán. Un texto antiguo llamado Hechos de Tomás narra muchas conversiones y milagros que realizó. Hacia el año 68, se cree que Tomás y sus compañeros viajaron al este de India, en lo que hoy es Chennai, donde predicó el Evangelio, atendió a los pobres y enfermos y construyó iglesias. La tradición afirma que trabajó para convertir a reyes y a sus familias como forma de obtener su apoyo para evangelizar al pueblo.

En Chennai hay una colina llamada “Monte Santo Tomás”, considerada como el lugar de su martirio. Hacia el año 72, la leyenda cuenta que, mientras oraba en esa colina, Tomás fue atravesado por una lanza en la espalda por orden del rey, tras haber convertido a su esposa y a varios miembros de la familia real al cristianismo.


Al honrar a este gran apóstol del Señor, meditemos en el celo misionero que tuvo, al dejar su tierra, su familia y su comunidad para ir hasta los rincones más remotos de la India, donde pasó el resto de su vida predicando el Evangelio, bautizando y estableciendo la Iglesia. Murió como mártir, algo muy propio de un hombre tan valiente. Aunque al principio luchó con la duda, su fe fue transformada por Cristo. Lleno del Espíritu Santo en Pentecostés, Tomás nunca volvió la vista atrás.

Al reflexionar sobre su vida, pregúntate en qué aspectos puedes aprender e imitarlo. Si tú también luchas con dudas, ten la certeza de que el Espíritu Santo puede transformarlas y llenarte con el mismo fervor y compromiso que tuvo Santo Tomás.


Oración:

Santo Tomás Apóstol,
tú llegaste a ser un fiel seguidor de Jesús.
Aunque tuviste un momento de duda, esa lucha te transformó en un hombre nuevo.
Te ruego que intercedas por mí,
para que cada lucha y debilidad que tengo
sea eliminada y transformada,
y así Dios pueda servirse de mí para cumplir su santa y perfecta voluntad.

Santo Tomás Apóstol, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

 

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